sábado, 28 de octubre de 2017

AQUEL VENDEDOR DE LOTERÍA O LA REALIDAD DE LO IRREAL.

¿Dónde se halla la realidad de todas esas apariencias que nos rodean por doquier y de las que formamos parte en nuestro deambular cotidiano? Qué nivel de verosimilitud tiene todo aquello que, consciente o subliminalmente, vemos o lo que se nos quiere hacer ver? Son preguntas que nos podemos hacer durante esos espacios para la reflexión que tal vez tengamos la suerte de reservar, en un mundo en que la servidumbre al reloj marca la disponibilidad de los tiempos y la suerte de las voluntades. Realidad o ficción, apariencia o verdad. Veamos una interesante historia inserta en este contexto de luces y sombras.

Me desplazaba viajando en un autobús municipal de transporte, con la intención de llegar a un espacio alejado del centro urbano, cuando observé a un hombre modestamente vestido cuya edad, a tenor de sus rasgos faciales, estaría rondando la sexta década de su existencia. Llevaba colgado de su cuello un chapón, en el que había prendido con unas pinzas metálicas un número indeterminado de décimos o participaciones de la lotería nacional, a sortear en la cada vez más cercana Navidad. Se trataba de una  de esas personas quienes tienen por costumbre o hábito el expresarse con un tono elevado de voz. Así que pude enterarme sin dificultad acerca de aquello que estaba contando, desde su asiento, a otro hombre mayor que permanecía de pie, asido a una de las barras verticales de seguridad que existen en este tipo de transporte público. Parecía interesante todo aquello que este buen hombre le explicaba a su interlocutor, sobre las peculiaridades de su trabajo.

“Le presto un buen servicio a la administración de lotería que me surte de los billetes. Los décimos no vendidos tengo que devolverlos, al menos con dos horas de adelanto, antes de que se celebre el correspondiente sorteo. Si no cumplo este requisito del tiempo, no se me devolvería el importe de los mismos. La venta de estos décimos me deja un 20 % de ganancia o ayuda, que paga el cliente por la compra de los mismos. Es un porcentaje legal establecido por la Administración para la venta ambulante de la lotería. Si te has fijado, ahora no nos obligan a llevar placa identificativa, como parece que antes era un requisito, pero llevar estos décimos ensartados en la solapa revela cómo nos estamos ganando la vida”.

Lo que me dejó más extrañado fue la frase final que le dijo, al que parecía su amigo, antes de que éste se bajase en una de las paradas.

“En realidad, Blas, a mi no me hace falta la ganancia de este porcentaje. Este oficio lo hago (no a diario, por supuesto) por otros motivos que algún día te contaré”.

Antes de bajarse del bus, este amigo del lotero se despidió con un educado “hasta otro día, Julián”, con lo que pude conocer el nombre de esta persona que desempeñaba la función de vendedor “sin tener necesidad para ello”.

A las personas se nos despierta, en ocasiones, ese comportamiento infantil de ejercer de detectives, lúdica afición que probablemente muchos llevamos dentro. Así que cambié el destino del “senderismo suburbano”  mi primer propósito y continué viajando en el bus, sin perder de vista la intriga que representaba aquel curioso pasajero. Llegamos hasta la parada final de trayecto con sólo tres pasajeros y el propio conductor. Además del lotero, también se apeó una señora que visiblemente venía de comprar desde el centro de la ciudad, a tenor por  los paquetes y bolsas que llevaba, indicando éstos su adquisición en afamados y siempre bien concurridos establecimientos. Me dispuse a seguir, con la mayor discreción, a ese hombre con sus décimos en la solapa, el cual caminaba sin poder evitar o disimular una leve cojera que sufría en su pierna izquierda.

Tras caminar por un par de calles, el lotero giró hacia una zona en la que predominaba el entorno natural. Viviendas unifamiliares diseminadas, la mayoría de las mismas con sus patios y pequeñas zonas de cultivo, Entró en una de esas casas encaladas de un blanco reluciente, debido a un día soleado y térmicamente caluroso de otoño, tras atravesar un amplio patio ajardinado por donde paseaban a sus anchas, con su andar majestuoso, un número indeterminado de gallos y gallinas. Anejo a la vivienda había un zona hortícola con cultivos de tomates, pimientos, zanahorias y una gran parra rodeada de varios cítricos, como naranjos y limoneros. Escuché a unos perros que ladraban ante la llegada del dueño probable propietario, aunque estarían amarrados ya que, para mi fortuna, no hicieron acto de presencia.

Con todo este trajín, miré mi reloj que marcaba ya las 13:50. Verdaderamente había salido de casa un poco tarde, para una mañana senderista, pero ciertamente el tiempo había avanzado con rapidez. Se acercaba la hora del almuerzo y me preguntaba que hacía yo allí, en una zona ruralizada del extrarradio, siguiendo a un señor que se ganaba la vida vendiendo lotería y todo por esa frase misteriosa manifestada a su amigo de  que “en realidad no necesito esta ganancia. Algún día te contaré … por qué lo hago”, más o menos, así fueron las palabras que escuché por mi proximidad a los dos veteranos viajeros.

Ya que había llegado hasta allí, me dije “y por qué voy a desistir ahora de conocer lo que puede ser una interesante historia”. Golpeé en la puerta, con los nudillos de la mano, ya que el envejecido timbre colocado en un lateral no funcionaba. Me abrió una señora, entrada en kilos y de parecida edad a la del hombre que había estado siguiendo. Pregunté por Julián, pues no había olvidado ese nombre mencionado en el bus. “Ah sí, es mi hermano. No se quede en la puerta y pase”. De inmediato y a viva voz, reclamó la presencia de este familiar. “Julián, aquí hay un amigo que te busca”. En poco segundos tenía a este hombre ante mi. Ya se había desprovisto de los billetes del sorteo, aunque mantenía la misma ropa que llevaba en el bus. Me observaba con cara de curiosidad y extrañeza, aunque por su sonrisa inmediata entendí que me había reconocido. “Vd. es uno de los viajeros del autobús ¿Me he dejado algo en el asiento? Es que soy algo despistado”. Pero al momento reflexionó. ¿Pero cómo ha dado Vd. con mi domicilio? ¿Es Vd. policía?

“Bueno, ante todo quiero presentarme y disculparme, por aparecer así en su casa. No, no soy policía. Iba en el bus que Vd. utilizaba hace unos minutos y no pude por menos que escuchar parte de la conversación que mantenía con un conocido o amigo. Le confieso que me dejó un tanto intrigado la frase que pronunció, acerca de que ejercía el trabajo de vendedor de lotería, pero que en realidad no le hacía falta. Entre mis aficiones se encuentra la de escribir. Elaboro artículos, narraciones, alguna entrevista, etc. Siempre que llega a mi conocimiento alguna historia, anécdota, suceso, etc. me gusta profundizar en la noticia para después poder aplicar algo de su contenido a esos relatos que construyo con bastante frecuencia. De ahí que me animase a seguirle. Pretendía preguntarle (comprendo que la hora no es la más oportuna para hacerlo) el por qué sigue ejerciendo ese trabajo, sin duda abnegado, cuando no necesita de sus ganancias, pues creí entender que tenía la vida resuelta en el aspecto económico. Efectivamente le he seguido, como si fuera un detective, por lo que de nuevo quiero disculparme. Por supuesto, si acepta hablar conmigo en otro momento, tendré mucho gusto en acudir a la cita y no dude que le compraré un décimo de esa lotería que ofrece, día a día, por toda la ciudad”.

Durante mi extensa explicación, Julián me miraba con su rostro dominado por el asombro. Sin duda se estaba preguntando cómo un desconocido lo había seguido hasta su domicilio, con el ánimo de preguntarle por una frase pronunciada ante un amigo con el que dialogaba minutos antes. Por un momento temí que la reacción del lotero fuese algo drástica y me mandase a paseo. O igual podría pensar que mi intención no era exactamente aquélla que acababa de razonarle. Su hermana, Felisa, no me quitaba un ojo de encima y con cara de pocas amigas. Pasaron unos segundos (que me parecieron años) y entonces el vendedor rompió su expectante y largo silencio.

“No, no tiene  por qué preocuparse. Vds. los que escriben, necesitan temas para llenar las cuartillas con sus historias. En realidad me lo podría haber preguntado en el bus y tal vez yo se lo habría explicado, sacándole de sus dudas. Aunque me parece un poco raro su comportamiento, creo que su voluntad es buena. Son casi las dos y media. Es la hora de echar algo al cuerpo. Si le parece, Felisa no va a tener problema de añadir un plato más a la mesa, por lo que le invito a que coma con nosotros. Vd. me cuenta un poco de su vida y después, cuando tomemos el café, yo le aclaro la frase que tanto le ha motivado, narrándole una historia que es un poco larga pero, le aseguro, interesante ¡Hermana, hoy me decías que ibas a preparar unas lentejas con chorizo y morcilla. Vamos a disfrutarlas”.

Me sentía abrumado por la generosidad de estas dos humildes y amables personas. No pude negarme a su hospitalidad, por lo que compartí un suculento almuerzo, elaborado con la maestra habilidad de la cocina tradicional. Me explicaron que en la bien surtida ensalada, todos sus vegetales procedían del huerto que tenían junto a su casa. Eran productos caseros, al igual que los huevos, la leche y algunas de las carnes que consumían. A la hora del postre, Felisa trajo una saludable bandeja repleta de fruta. Las manzanas y las naranjas también eran cultivos de “la casa”. Una nota simpática, en ese muy agradable almuerzo, fue la entrada en el comedor de la casona de un par de gallinas que pasearon cerca de la mesa con la mayor tranquilidad y parsimonia en sus típicos andares. Curiosamente, ni el perro ni los dos gatos (bien alimentados, dada su gordinflona anatomía) que dormitaban en uno de los sillones, hicieron el más mínimo además para asustar a las dos aves que, tras su “visita” dieron la vuelta y salieron atravesando la puerta por donde habían entrado. Verdaderamente en esta casa, con esta forma de vida tan natural y apacible, se estaba muy bien. Podría afirmar que me sentía feliz con la “osada” decisión que había tomado allá en el bus. Nos sentamos pues a saborear el café junto al hogar, cuyos leños aún estaban apagados. “Por la noche , en esta zona entre colinas, suele hacer ya frío en esta época del otoño”.

“Mi historia es bastante larga, pero voy a tratar de resumirla lo mejor que pueda. Como ya he comprobado que tiene buena memoria, no tendrá que tomar nota alguna. Entonces ¡vamos a ello! Pertenecemos a una acomodada familia, sin problemas para el sustento de cada día. Heredamos de mis padres una serie locales, aparcamientos y algún piso, pues mi familia, en una época de bonanza económica, supo invertir y bien. Pienso que con mucha valentía e inteligencia. Los alquileres de todas esas propiedades nos proporcionaron (y lo continúan haciendo) unas buenas rentas, pagadas lógicamente por sus usuarios. Ha sido siempre un dinero fácil y seguro que nos llega cada mes. Tanto mi hogar familiar como esas propiedades se hallan ubicadas en una provincia andaluza, no lejos de Málaga. Allí nos codeamos con familias de “la buena sociedad” por decirlo de la mejor forma. Somos muy apreciados, si preguntaras en los mejores círculos sociales.

Pero (y aquí aparece el problema) esa forma netamente rentista de vida te pone por delante mucho tiempo de ocio, excesivas horas de no hacer nada y aburrirte, pues nunca he tenido la preocupación, como la mayoría de las familias, por buscar un sustento con mi trabajo. Esa pasividad, esa falta de motivación, ese ir acumulando capital tras capital en los bancos, ese levantarme por la mañana sin saber qué hacer… acabó por afectarme gravemente en lo psíquico. Desmotivación, aislamiento, depresiones a “mantas”, toma de pastillas y mil brebajes… tabaco y alcohol… todo un círculo vicioso que los médicos no sabían cómo parar. A ello ello se unió un importante accidente de moto, con secuelas de movilidad que todavía mantengo.

Esta “ingrata” situación la estuve padeciendo hasta que tuve la inmensa suerte de encontrarme con un médico joven y de ideas innovadoras. Uno de esos especialistas a los que llaman naturalistas. Le expliqué bien toda mi situación (tanta medicación me estaba destruyendo el cuerpo) y, tras estudiar detenidamente el caso, me propuso una aventura que, según su experiencia y conocimientos, podría ayudarme.

La terapia básicamente consistía en que tenía que cambiar de manera drástica mi forma de vida. Y tenía que hacerlo habiendo superado ya los sesenta, en la edad. Estudiamos varias posibilidades y vimos una que podría ponerme en contacto con la gente, abrirme sanamente hacia los demás, saliendo de ese círculo “elitista” en  el que siempre me había movido. Era muy arriesgada, en lo social, por lo que me desaconsejaba llevarla a cabo en mi ciudad natal. Allí sería, seguro, muy malinterpretada. Me dijo el Dr. Caprial “Por qué no `pruebas a ejercer de vendedor ambulante, por ejemplo, lotería? Podrías dedicar a esta honrada actividad una semana o más días cada mes. Creo que te ayudaría a acercarte a ese mundo de la llaneza del que te has alejado por tu “estabilidad y acomodación sociológica”.

Entonces aproveché la generosidad de mi única hermana que, desde su matrimonio, reside en Málaga. Su forma de vida, siempre ha sido bien diferente a la mía. Su marido, ya fallecido, era un honrado y laborioso agricultor. Felisa ahora ya no posee todas las tierras que llegó a disponer hace años, pero aún tiene sus huertos y pequeña ganadería. Vengo a Málaga cada mes, acogiéndome a su desinteresada y generosa hospitalidad, durante un par de semanas. Y ejerzo de vendedor de lotería, pues aquí nadie conoce mi verdadera identidad. Este trabajo o experiencia me reporta, te lo aseguro muy saludables ventajas. La más importante, entre todas, es que mis viajes a la farmacia se han reducido al mínimo. Entablo buenas amistades con gente sencilla, recorro barrios, calle y plazas, analizando y aprendiendo de la reacción que me deparan las personas, con sus metas y proyectos, junto a esas cargas o problemas que también nublan nuestros horizontes, entablando el diálogo y sintiéndome útil. A unos les doy ilusión y premios. También facilito el trabajo de la administración de lotería y ayudo a que Hacienda tenga fondos con que pagar tantas pensiones y proyectos”.

Nuestra conversación se extendió hasta cerca de las cinco de la tarde. Agradecí a los dos hermanos la hospitalidad y comprensión que me habían deparado. Antes de despedirme, les prometí enviarles el borrador escrito de esta historia que obviamente saldría a la luz, con nombres supuestos y con algún que otro añadido que ayudaría a enriquecer el relato. Felisa, la buena señora, me preparó en una cajita una docena de huevos para que los llevara a casa, garantizándose lo bien que comían sus gallinas.

Tomé el bus de vuelta con destino al centro de la ciudad. Mientras viajaba en uno de sus asientos, repasé el número del décimo de lotería que había comprado a Julián, cifra cuyos dos últimos dígitos terminaban en 72, número que me recordó otra curiosa historia en la memoria. Me preguntaba, estando ya muy cerca de mi parada, si todo lo que me había confiado el muy peculiar lotero, respondía a la verdad. Probablemente no sería así, pues nuestras vidas tienen pinceladas de ficción y otras también que reflejan la realidad. Igual ocurre en la elaboración de los relatos, donde la dialéctica entre lo irreal y la realidad enriquecen una muy fructífera y ejemplar construcción literaria.-

José L. Casado Toro (viernes, 27 Octubre 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
jlcasadot@yahoo.es

viernes, 20 de octubre de 2017

JUEGO DE VOLUNTADES, EN LAS RELACIONES ADULTAS.

En la vida diaria nos rodean miles de detalles y elementos, que “viajan” y pueden pasar inadvertidos para nuestro estado de plena conciencia. Apenas nos damos cuenta de los mismos por muy diversas razones: sea por la falta de interés que en principio nos provocan, por concentrarnos en otros planos heterogéneos de necesidad y, también por supuesto, a causa de ese estrés generalizado en que nos vemos sumidos, necia servidumbre profesada al minutero al que sometemos la estructura orgánica y mental que nos sustenta e identifica. La realidad es que no nos damos cuenta de muchas cosas aunque, desde los chascarrillos de acá y de allá, también se nos advierte que en no pocas ocasiones somos nosotros mismos quienes vetamos el “acercamiento” a ese plano necesario de la realidad. Dicho de una forma clara y concisa: muchas evidencias y detalles no llegan a nuestro conocimiento, nos pasan “desapercibidos” porque sencillamente evitamos, de manera consciente, darnos cuenta de los mismos.

Santos Lama, 39 años, es un profesional de la banca. Trabaja desde hace años en una consolidada entidad financiera. Lo hace, de lunes a viernes, tras una mesa presidida en su frontal izquierdo por una placa que indica la función que en la actualidad desempeña: ATENCIÓN AL CLIENTE. Forma matrimonio canónico con una cualificada investigadora de 42 años, Vilna que, por su titulación en Químicas y su excelente expediente académico y profesional, presta servicio en la sección de laboratorio para análisis y creación de nuevos productos, en una importante industria cuya principal producción son los lácteos y derivados. Aunque en fechas próximas su matrimonio va a cumplir la primera década de convivencia, no han tenido descendencia en el mismo. Esta realidad la tienen plenamente asumida, pues ambos están intensamente entregados a la actividad que realizan en sus respectivas profesiones. La medicina les ha ofrecido algunos caminos para superar esta dificultad genética, sin embargo ellos no consideran este asunto de la procreación como prioritario para sus intereses familiares en la actualidad.

La relación afectiva que la pareja mantiene es un tanto superficial, realidad que se sigue agudizando a medida que avanzan los años. Especialmente en el caso de Vilna, que cubre un amplio horario laboral, muy valorado y bien remunerado, en la estructura empresarial a la que se halla vinculada. Hay días en que tras el desayuno  (que no siempre realizan juntos) no vuelven a tener contacto entre ellos hasta incluso después de la cena, También son frecuentes los viajes que ella ha de realizar, a fin de recorrer los diferentes puntos de producción que el consorcio empresarial tiene establecidos por todo el territorio nacional e incluso en países del entorno mediterráneo,  como Portugal, Italia y Grecia.

En esa cada día menor presencia en casa (salvo en los fines de semana) por parte de Vilna influye un dato afectivo que su marido desconoce. Hace unos cinco meses, el departamento de personal realizó varias incorporaciones, para cubrir puestos específicos dentro del organigrama productivo. Una de estas nuevas y muy estudiadas contrataciones fue la de Patrick, un delgado, alto y bien parecido británico, natural de Norfolk, experto internacional en investigaciones lácteas y que se afana en la lucha por superar su reciente viudez. Ejerce de codirector del laboratorio central, junto a la experta investigadora española, a la que le cuesta trabajo aceptar que este brillante, imaginativo, ocurrente, amable y bien conservado compañero pueda tener la edad que marca el directorio de la empresa: diecisiete años más que ella. Ambos científicos han de pasar juntos largas sesiones de trabajo, con lo que la fluidez del diálogo que ambos mantienen se ve reforzada por esos minutos de café e incluso almuerzos, que los dos bien avenidos compañeros comparten en la muy visitada cantina de la fábrica.

Las palabras, las miradas, los gestos, la mutua necesidad ha provocado, sin previa intencionalidad, que los dos bien avenidos científicos complementen sus caracteres, valores y cronologías, entablándose entre ellos unas relaciones íntimas, celosa y hábilmente discretas. Ello exige a Vilna hacer dote de su agudeza y disimulo, a fin de justificar todos esos minutos e incluso horas que la mantienen alejada “justificadamente” del nido conyugal. Mientras tanto su marido, ajeno a todos esos devaneos de la muy apreciada investigadora, dedica las tardes en que no ha de acudir a completar tareas en la entidad bancaria al descanso, a los juegos de la playstation frente al “gigantesca” pantalla en pulgadas de su Sony Bravia y a una afición que mantiene desde su adolescencia: desarmar y armar mecanismos, especialmente antiguos relojes y motores de pequeños electrodomésticos. Así pasa las horas, las tardes y muchas de las cenas, en las que ha de sentarse sin su compañera en la mesa, alimentándose no sólo con las comidas preparadas que calienta en el microondas, sino también “embebido” recorriendo canales de televisión, de los más de doscientos y picos que le suministra la cadena servidora que tiene contratada.

“Does not your husband suspect anything? (¿No sospecha algo tu marido?) Le pregunta, con frecuencia, Patrick a su compañera de trabajo y amante.

“No creo que sospeche nada, porque tú y yo actuamos con extremada habilidad. Al menos él no me ofrece muestras de dudas o insinuaciones sobre mis “exageradas” ausencias de casa por motivos laborales. Sabe que soy muy cumplidora, tal vez obsesiva, con respecto a mis obligaciones laborales y que no reparo en sacrificio alguno para responder ante los superiores que me han otorgado su confianza. De todas formas … no sé cuánto tiempo vamos a poder seguir manteniendo esta situación. Desde luego lo que no contemplo, por ahora, es una ruptura. Siempre me ha mostrado su nobleza y amor aunque, si he de serte sincera, siempre lo he considerado un poco infantil e inmaduro. Tal vez ese rasgo de su carácter fue por lo que me vinculé a su persona, sobre todo porque ese rasgo equilibraba mi excesivo temperamento cerebral. Yo necesitaba de ese complemento, aunque en ti he hallado mi verdadera estabilidad, además de esa continua necesidad afectiva que tanto nos vitaliza”. 

Sin embargo, al paso de las semanas, la cada vez más distante actitud de Vina, movió a Santos a realizarle algunos prudentes comentarios, pero sin querer provocar discusiones y, por supuesto, acusaciones concretas. “Te observo demasiado “dominada” por tu trabajo. Apenas nos vemos durante el día y cuando vuelves a casa, por las noches, ofreces una imagen de profundo cansancio. Debes sopesar con serenidad si tanta dedicación y esos repetidos viajes pueden acabar con afectarte en la salud. Además, cuando logramos estar en la mesa o en los fines de semana, tus silencios cada vez me preocupan más. Debes ralentizar esa absoluta entrega y dependencia hacia las obligaciones laborales”.

A eso de la media mañana, una cliente apareció por la sucursal, dirigiéndose con seguridad hacia la mesa de trabajo ocupada por Santos. Una vez que tomó asiento, se identificó como Nama (Natividad María). Venía a solicitar información acerca de algún plan interesante de inversión, para unos ahorros que tenía en otra entidad bancaria y por los que cada vez estaba recibiendo menores intereses. La interlocutora del empleado bancario era una mujer que andaría por su cuarta década de vida, cuerpo y rostro agradable, vestía de manera deportiva y mostraba un dulce carácter, tanto en su forma de expresarse como en el comportamiento global de educada su actitud. Las visitas de esta cliente se repitieron en días sucesivos, pues además de los planes de pensiones deseaba contratar otros servicios y solicitar nuevas informaciones financieras. Santos, cada vez más prendado en esta mujer, disfrutaba con su presencia, con sus sonrisas y con la dulzura que mostraba hacia un ser como él, cada vez más solitario y con una patente necesidad afectiva. Verdaderamente era un verdadero “milagro” que Nama hubiera aparecido, casi por encanto, en la oportunidad de su vida.

Pronto llegaron ofrecimientos para ir a tomar café, simpáticos e ilusionados encuentros en esos días de largos atardeceres, traviesos mensajes del whatsapp en todos esos minutos en que tampoco duermen las estrellas y para la recíproca gratificación unos “oportunos” viajes, siempre por motivos de trabajos de Vilna, ausencias bien aprovechados por dos personas crecientemente enamoradas por la realidad de sus vidas.

Poco a poco Santos fue conociendo aspectos significativos de la historia de esa nueva compañera, que compensaba, con tacto y estilo, tantas ausencias y frialdades de la que era su legítima mujer.

“Es curioso y maravilloso a la vez. A mis 41 “abriles” nunca había logrado mantener una relación estable con ese compañero con el que todas soñamos su aparición en nuestras vidas. Efectivamente he conocido a varias personas , cuyos contactos podían haberse estabilizado en una relación afectiva. Pero, unas veces por ellos, otras por mí, la atmósfera se iba nublando entre nosotros y poníamos fin a lo que podía haber sido y ya no lo era. Unas veces sufría él y otras, lógicamente, era yo quien tenía que desahogarme a través de las lágrimas. Sin embargo contigo pienso con seguridad que estas situaciones no se van a volver a producir. Yo lo tengo más fácil, pues no tengo vínculos contractuales, como es tu caso. Pero algún día tendrás que hablar valientemente con Vilna, tu mujer, y explicarle una situación que a ti y a mi nos llena de alegría y que nos hace “respirar” cuando estamos juntos”. Estas palabras, pronunciada con dulzura y delicadeza, colmaban de alegría el ego solitario de Santos.

De forma paralela, Patrick y Vilna seguían colaborando en las actividades del laboratorio y manteniendo, cada vez con más sosiego, una relación amorosa que colmaba y compensaba tantas horas dedicadas al trabajo analítico e investigativo. De manera especial, trabajaban para la elaboración de nuevos productos, en un mercado cada vez más competitivo para un sector tan demandado como es el de la alimentación. Las horas de ausencia de su domicilio seguían manteniéndose, pero cuando esta cualificada investigadora se sentaba en la mesa con su marido, las miradas eran mucho más apacibles, alegres y fraternales. A los dos se les veía felices, pues el secreto que cada uno de ellos guardaba celosamente en su privacidad, estabilizaba y motivaba a la vez su ánimo, su actitud comprensiva y, obviamente, su estado anímico de felicidad.

En realidad Santos nunca descartó que su mujer pudiera estar manteniendo alguna relación extramatrimonial. Era una posibilidad entre muchas, aunque también era consciente de la entrega obsesiva de Vilna hacia sus obligaciones laborales. Pero ¿para qué pensar más? El destino se había mostrado generoso con él, tras poner en su vida a una persona que una mañana entró inesperadamente por la puerta de la sucursal bancaria, con el ánimo de consultar un “aburrido” asunto de fondos de inversión. Él se sentía feliz, también Nama (sus ojos, sus gestos, su look personal, rebosaban alegría) y, de manera curiosa, el semblante de Vilna reflejaba, cada día más, el sosiego, la fértil serenidad y humildad en el trato con su pareja legal. Incluso esos amargos y tensos silencios, de antes en la mesa, habían desaparecido y la sencilla locuacidad que ambos cultivaban hacía ahora gratos y enriquecedores esas oportunidades para compartir el breve tiempo disponible, disfrutando de una serena amistad. Y no había prisas. Ya llegaría el difícil momento de aclarar ante ella la nueva motivación que arrojaba luz en su existencia. Percibía que los tres se mostraban cada día más satisfechos con la realidad de sus vidas.

Eran las seis y media de la tarde. Ese día Nama se había excusado con Santos de no poder estar en ese grato tiempo vespertino que solían compartir los dos enamorados, cada vez con más asiduidad. El motivo era por tener que acompañar a su madre a una visita a la consulta del odontólogo, pues la buena señora era un tanto recelosa a sentarse en el asiento clínico frente al dentista. Santos se mostraba un tanto cansado de sus juegos con la play frente a la pantalla del televisor. Pensó en darse una vuelta y de camino pasar por la tienda de los productos informáticos, ya que había visto en Internet una interesante novedad que precisamente hoy se ponía a la venta. Incluso se había formado una cola de gente joven, ante la puerta de Game, esperando turno para acceder a la compra de tan apetecible y dependiente artículo. Precisamente en ese mismo centro comercial, en una de las cafeterías del primer piso, dos mujeres, ambas prácticamente coetáneas en edad, compartían una privada conversación ante sendas tazas de descafeinado de máquina.

“No te puedes imaginar la alegría que me vas dando, cuando podemos comunicar, al verte tan plenamente feliz. Cuando pensé en ti, para que me echaras una mano, tenía la plena convicción de verte como la persona adecuada. Siempre me apenó los golpes afectivos que mi querida amiga y compañera de instituto estaba recibiendo por esa suerte que tantas veces nos es tan esquiva. No te niego que, de manera egoísta, yo también necesitaba a una persona, adornada con tus valores y maravillosa personalidad, para ayudar a mi marido que, cada vez más, se le estaba haciendo insoportable e insufrible la soledad a que se veía obligado por mis ausencias… por mis relaciones secretas con Patrick. La verdad, te lo confieso, esa traviesa aventura yo la veía más como una distracción, muy necesaria y terapéutica,  para ambos. Nunca llegué a considerar que en vosotros pudiera surgir esa cálida e irresistible llama del amor, con tanta intensidad, con tanta fuerza, con tanto entusiasmo, como me vas narrando con esa confianza y fidelidad que siempre me has deparado. Me alegro mucho de vuestro amor.

Lo mío con Patrick cada día va más en serio, querida Nama. Él me pide, de forma reiterada, que demos el valiente y decisivo paso para comenzar a vivir juntos. Las dos parejas, ciertamente, tendremos que enfrentarnos a la realidad: no podemos esperar mucho más tiempo. Como somos personas civilizadas, ese “temible” encuentro a cuatro, con indudable sabor cinematográfico, no tiene por qué salir mal. Hemos de reunirnos y poner las cartas sobre la mesa. Entiendo que debo ser yo quien dé el primer paso y desvele toda la verdad a Santos. Creo que él, una buena persona, sabrá entenderlo. En vuestro caso, tenéis que emprender con firmeza ese camino que os hará felices, mientras que Patrick y yo, plenamente ilusionados, también emprenderemos una nueva vida”.-


José L. Casado Toro (viernes, 20 Octubre 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga


viernes, 13 de octubre de 2017

REGALO "MÁGICO" DE CUMPLEAÑOS, PARA UN ILUSIONADO ESCRITOR NOVEL.

Existe la convicción generalizada de que muchas personas mantienen, en la privacidad de su inteligencia, la ilusión por desarrollar algún “ambicioso” proyecto, más o menos complicado o laborioso, que colmaría positivamente un espacio significativo de su andadura vital. Seguramente serán muchos los ciudadanos que, en la suma de sus calendarios, podrán de manera razonable alcanzar esa anhelada meta. Por el contrario habrá otros que, al no conseguirlo, se consolarán pensando que, tras la llegada del retiro laboral, tendrán más tiempo y oportunidades para emprender esa “osada aventura” mil veces proyectada. Pero en ambos casos, casi todos estarán de acuerdo en que, con ese apetecible objetivo, enriquecerían y darían más significado a un más que previsible y rutinario recorrido personal por las hojas, siempre progresivas, del almanaque.

Escénicamente este reto podemos verlo explícito en muy diversas situaciones, en las que se abandona la privacidad del “secreto” a fin de compartirlo sociológicamente con los más allegados.  En una cena de amigos, en aquella conversación con tu pareja, en la confidencia médica con tu psicólogo, en el diálogo afectivo con el amigo de toda la vida, etc.  se pueden escuchar estas sinceras frases: “A mi siempre me habría gustado ejercer de …” “Espero que llegue el momento en que pueda ponerme a aprender …” “A mi me haría infinita ilusión poder visitar …” “Estoy seguro de que algún día comenzaré a…” “Lo he intentado en diversas oportunidades, pero la próxima vez será la definitiva” “Me sentiría inmensamente feliz si llegara el día en que lograra …” Sin embargo, no siempre el destino, la oportunidad, la suerte o la tenacidad y voluntad personal hacen posible alcanzar o viajar a esa sugerente plataforma material, sentimental, lúdica o espiritual que ha sustentado, con admirable permanencia, tan razonables o irrealizables anhelos. Veamos una sencilla historia que ejemplifica la proximidad de esta previa introducción.

Lucas, 27 años, trabaja como empleado en una empresa privada de seguridad. Silvia, dos años mayor que su pareja, ejerce como operadora telefónica en una empresa de paquetería y envíos urgentes. La convivencia de ambos acumula ya un quinquenio de equilibrada relación. Piensan, desde la juventud de sus vidas, que “más adelante” tal vez se animen a pasar por la vicaría o, al menos, por las oficinas del Registro Civil y también, por supuesto, en esa responsabilidad de dar luz a la vida de un nuevo ser.

Desde pequeño, Lucas ha tenido gran afición por la escritura y la lectura. “Construcción” de tebeos, narraciones escolares, elaboración de no escasos poemas, cuentos e historietas en la adolescencia, acumulan un apreciado material que tiene guardado, aunque desordenado, en todas esas carpetas que testimonian su profundo fervor y amor a las letras. Son páginas y páginas que comparten y socializan sentimientos y vivencias generadas en la traviesa dialéctica mantenida entre el mundo de la ficción y aquel otro sustentado en la realidad próxima. En más de una ocasión ha confesado a su pareja, con los gestos de su comportamiento, también con las palabras de su convicción, su deseo ilusionado por lograr, algún día, redactar y estructurar los capítulos narrativos de una novela o, al menos, una colección de relatos, aptos para su publicación. Tiene por “héroe” literario al gran escritor británico Ken Follet, Cardif 1949, al que con infantil y alocado reto algún día le gustaría poder emular. 

Hoy martes Silvia, en esos escasos momentos en que la centralita que controla enmudece, piensa en el regalo más adecuado con el que obsequiar y celebrar el inminente cumpleaños de la persona con la que convive. A las cuatro de la tarde termina su horario. Esta semana le ha correspondido atender el turno primero, que comienza apenas cuando clarea la mañana. De vuelta a casa, cambia la ruta habitual de su itinerario para acercarse a un gran centro comercial. Se dispone a visitar su sección de librería, a fin de buscar alguna novedad editorial que pudiera agradar y estar en consonancia con ese deseo íntimo de Lucas, en el ámbito de la creatividad literaria. Tras pasar por diversos expositores, se acerca a uno de los vendedores para consultarle al respecto. Al escuchar el resumen de su necesidad, el apuesto y bien trajeado interlocutor le sonríe, añadiendo una seña de complicidad para que le acompañe a un expositor central donde están colocadas la últimas novedades editoriales. Allí le muestra un volumen, envuelto en fino plástico transparente cuyo título, impreso en letras color esmeralda sobre un fondo con fotografía de un mar en calma, dice: HERRAMIENTAS “MÁGICAS” PARA ESCRIBIR TU PRIMERA NOVELA.

“Estimada Srta. Se trata de una edición especial, sustentada en un importante grupo editorial. Viene con esa magia especial de la sorpresa, pues no nos está permitido desvelar el secreto que encierra en su interior. Es decir, no podemos quitar el plástico transparente con el que viene envuelto este libro, por requerimiento empresarial. Sólo decirle que, según la crítica especializada, que se muestra bien remisa en desvelar sus datos internos, está teniendo un indudable éxito de ventas. Es un volumen dirigido hacia todos aquéllos que gustan de usar el lápiz, el bolígrafo o el teclado de su ordenador, a fin de lograr el gran milagro de escribir y “construir” historias. Piensa el grupo editorial que este manual puede resultar un instrumento muy eficaz para satisfacer esa ilusión que muchos atesoran en orden a completar su gran relato, su primera narración novelada y que, por muy diversas razones, han carecido de la oportunidad, el tiempo o la suerte para llevar a efecto tan noble objetivo a buen puerto. El precio es muy atractivo pues, le aseguro, que los veinticinco euros de su coste se compensan ampliamente con diversas sorpresas que hallará en su “asecretado” interior”.

Quien con tal hábil y extenso marketing se expresaba, era Gustavo Sarafranca, el cual se presentó (según expresaba su placa inserta en la chaqueta gris como jefe de sección, en la librería de tan prestigioso centro comercial. Silvia no lo pensó más, abonando en caja el importe del misterioso volumen, que previamente había preparado para regalo tan convincente vendedor.

Sábado por la mañana. A pesar de corresponder esta fecha con el cumpleaños de Lucas, éste ha de cubrir cuatro horas de trabajo por necesidades del servicio. Hay varios compañeros en baja médica. Cuando vuelve a casa, pasadas las dos de la tarde, Silvia le tiene preparada una suculenta comida que ha podido cocinar con tranquilidad ya que ella no trabaja los fines de semana. Llega el momento del postre. Aparece con una tartita “bañada” de chocolate, presidida por dos números de cera que vienen encendidos desde la cocina. Los afectivos besos de rigor y la entonación del “cumple feliz”, dejando en las manos de su compañero el volumen que tan bien le prepararon, dos días antes, en el departamento de librería de esos grandes almacenes.

Lucas abre despacio y sonriente el bien presentado envoltorio, leyendo con atención el título que preside su regalo. Rasga el plástico que lo envuelve y para su sorpresa y la de su compañera observa que es un ejemplar con 145 páginas, todas ellas en blanco (en realidad es un papel grueso de tonalidad crema) salvo las cinco hojas primeras. Estas p grueso y la de su compañera obssas hojas impresas. rimerastoio y lee con atenciepararon, dos dentona del "áginas iniciales están dedicadas a explicar la ”mecánica" del curioso secreto. Se sientan en el gran sofá y juntos leen el contenido de esas hojas impresas y orientadoras.

“Estimado amigo escritor. Felicitarte, en primer lugar, por haber elegido la apasionante aventura de “navegar” con ilusión y valentía por ese mundo, imaginativo y real, de las letras impresas. Vas a proceder a escribir tu primera novela o primer gran relato. Te facilitamos  el soporte material donde puedes hacerlo. Te sugerimos unas normas básicas y técnicas inmediatas, acerca de cómo hay que estructurar esa gran historia que te has propuesto redactar. De igual forma, aportamos como sugerencia diversos argumentos, planteados en forma de microrrelatos, que no superan las 20 palabras. También añadimos unos principios básicos gramaticales, en orden a la redacción de los párrafos que formarán el cuerpo temático. Adjuntamos, para tu fácil disposición, un número de teléfono móvil y una dirección electrónica, en dónde podrás consultar cualquier dificultad con respecto a la redacción de tu escrito. Estos puntos de ayuda estarán abiertos, para tu incondicional atención, las veinticuatro horas del día. Detrás de la línea telefónica y del propio correo electrónico, hallarás siempre a un muy cualificado equipo editorial, que estará presto para resolver todas las dudas que puedan entorpecer tu fluida creatividad.

Una vez que hayas terminado la redacción, sobre las páginas no impresas de este ejemplar o en la pantalla de tu ordenador, nos envías el escrito por el procedimiento que estimes oportuno. Será de inmediato corregido con anotaciones debidamente glosadas, que te ayudarán a mejorar y enriquecer tu capacidad expresiva escrita. Un nuevo equipo de redacción pulirá el texto y te aconsejará los últimos detalles que sería conveniente modificar. Una página web y la dirección electrónica correspondiente van a ser las ventanas didácticas que te adiestrarán convenientemente para ese tu gran logro expresivo.

Llegados a este nivel, nuestro equipo editorial estará dispuesto a publicarte esa tu primera gran obra de creatividad literaria. La edición conllevará un coste variable que estará en función del número de páginas, calidad material de la edición y el número de ejemplares que elijas, en una horquilla que iría entre 75-100-125 ejemplares. Para tu satisfacción, la editorial te comprará los tres primeros volúmenes. El departamento económico te informará, de manera detallada, las diversas tarifas que habrás de sufragar, en función de las variables que ya te hemos expuesto.

Cuando tengas la edición en tus manos, sentirás la emoción de haber construido y publicado un pequeño universo de creatividad, cuyos ejemplares podrás vender, regalar o conservar, para tu goce y satisfacción. A buen seguro, ya tendrás el apreciado árbol, ese querido hijo, tesoros a los que se unirá este libro que con tu esfuerzo, imaginación y destreza has logrado felizmente escribir y, posteriormente, publicar”. 

Una vez concluida la lectura de esta larga introducción explicativa, la joven pareja intercambiaron sus miradas, con un sentimiento ambiguo a medio camino entre la seriedad y las risas. A pesar de la jocosa percepción en Silvia de sentirse estafada, Lucas fue mucho más positivo en su reacción. Expresó su propósito de entrar en el “juego” propuesto por la editorial. En realidad acumulaba en sus carpetas muchos materiales narrativos que podrían servir de base para elaborar un gran relato que cupiera en los parámetros de las palabras normatizadas por el grupo. La osada aventura de dar cuerpo a una primera novela se hallaba pronta a comenzar. Con respecto al tema de la edición impresa ya tendrían tiempo para pensarlo, pues la publicación del futuro escrito no era urgente. En su momento tomarían la decisión más adecuada. De nuevo besó a su ya más tranquila compañera que, en un principio, se mostraba patentemente enojada. El homenajeado propuso ir al cine, por la tarde y esa noche ya tenía elegido un romántico restaurante, no lejos de la sala cinematográfica, a fin de celebrar la cena con motivo de su 28 cumpleaños.

Una semana y media después. Lucas marcó el número de contacto telefónico del monitor editorial. Eran las 19:35 horas, en un jueves de otoño. Necesitaba realizar un par de consultas acerca del primer capitulo de su libro, páginas ya prácticamente finalizadas. Como título provisional de la futura novela había elegido TIEMPOS CONVULSOS DE ADOLESCENTE.

Por favor ¿Grupo editorial Hemisferio?” Al otro lado de la comunicación fue atendido por la voz de una niña pequeña, a la que con su espontánea expresión oyó decir “¡Papáaa, preguntan por ti!”. Lucas mostró su extrañeza al percibir que hab-﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽IAun hogar familiar, pues se escuchaban otras voces de crtoño. Necesitaba realizar un par de consultas, acerca del priía llamado a un hogar familiar, pues se escuchaban otras voces de críos en el sonido ambiente. A los pocos segundos, fue atendido por un hombre de fluida expresión. “Buenas tardes, amable interlocutor, mi nombre es Gustavo Sarafranca. ¿Con quién tengo el gusto de comunicar?”.-



José L. Casado Toro (viernes, 13 Octubre 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga