El sentido del título
que preside este artículo hace referencia a esa persistente aspiración que la
Humanidad tiene como imposible, como no sea admitiendo la reencarnación en
nuestros vidas, hecho tan difícil de creer y aplicar. De manera coloquial, durante
las conversaciones cotidianas, solemos pronunciar ese banal e inaccesible comentario
acerca de “si volviera a nacer otra vez, haría o cambiaría
ésto o aquéllo”, con ese trasfondo o anhelo ilusionado de así poder
evitar muchos de los numerosos y humanos errores en nuestro proyecto de vida. Es
obvio que estas rectificaciones sólo serían posibles siempre que el destino nos
deparara una segunda oportunidad para la existencia. Ciertamente esta
posibilidad de una segunda vez para el
protagonismo de nuestras acciones, por efecto de la suerte, el azar o derivado
del esfuerzo que hayamos aplicado a determinados hechos, puede puntualmente
llegar a presentarse. Pero, las más de las veces, los errores en que
persistimos, las decisiones inadecuadas y las frustraciones subsiguientes van
quedando ahí bien grabados, en las páginas de nuestras conciencia, sin
posibilidad alguna de poder dotar a las mismas esas terapéuticas “amnistías”
que las hagan desaparecer, sustituyéndolas por otras soluciones y respuestas
más acertadas o eficaces.
Sin embargo ese “milagro”
de revivir una nueva oportunidad, cuya consecución consideramos tan difícil o
incluso imposible que nos llegue a afectar, puede hacerse presente a través de
la pantalla cinematográfica. Ello sucede de manera especial para todos esos
buenos aficionado al cine que saben y aplican el
sentido de la empatía con respecto al argumento que protagonizan los
actores en la escena. Se puede ver la película una y otra vez, sentirnos
inmersos de nuevo en la magia narrativa de esa experiencia, entender mejor su
trama argumental e incluso imaginar para su contenido otros desarrollos y
desenlaces, tanto en el guión, en la dirección y en el ejercicio interpretativo
de la puesta en escena. E incluso resulta también factible la posibilidad de
repetir el rodaje de la misma historia, con esos cambios y modificaciones que
alivien los infortunados errores cometidos, opción repetitiva que la vida real
no nos permite.
Hoy nos “movemos”
demasiado deprisa, con una absurda e ilógica aceleración, sin dejarnos apenas
tiempo para poder consumir todas esas ofertas y reclamos culturales que
recibimos a través de los numerosos y diversificados canales mediáticos,
puestos a nuestro alcance por la sociedad de la comunicación. Por este motivo
es poco frecuente que decidamos, en el terreno fílmico, visionar por segunda o tercera vez una misma película, a no ser
que ésta posea determinados y excepcionales valores argumentales que nos
inciten a repetir tan agradable experiencia. A pesar de este condicionante
temporal en nuestros hábitos, volver a
ver una película ofrece una serie de ventajas que resultan escasamente
inteligentes desaprovechar. ¿Cuáles serían estos
beneficios para los afortunados “cinéfilos”? Citemos algunas de estas
positivas consecuencias:
Poder entender mejor la
trama argumental, analizar técnicamente todos esos detalles y elementos que con
frecuencia pasan inadvertidos en un primer visionado: la riqueza y adecuación
del vestuario, la perfección en los decorados, el lenguaje de gestos y mímicas
faciales, el contenido de los diálogos y argumentación dialéctica, el más o
menos sugerente fondo musical y, sobre todo, un elemento que resulta fundamental
en la actuación de los actores: la “credibilidad” que nos aportan esos mismos
personajes. En este sentido, es conveniente fijarse no sólo en las “estrellas”
del reparto, sino también en todos los actores secundarios que complementan y
permiten una lectura más adecuada y explicativa de la estructura fílmica.
Estos atractivos beneficios
pueden alcanzarse con la emisión repetitiva que la televisión
tantas veces hace posible o cuando la filmoteca
(donde exista) coloca a nuestro alcance una segunda o tercera oportunidad para
deleitarnos y comprender más adecuadamente los valores y mensajes transmitidos
por el director, por los actores y, también por supuesto, por el guionista
argumental de la trama.
Recordemos como antiguamente
existían unas salas dedicadas preferentemente al estreno
público de las películas. De forma paralela existían otras salas de exhibición
donde, pasados unos meses, volvía a pasarse la misma cinta. Eran aquellos
míticos cines de barrio que hacían posible repetir o recuperar una determinada
película para nuestro deseo pagando un precio en taquilla sensiblemente
inferior al de las salas de estreno. Ello nos permitía pronunciar, tanto a la
salida de estos reestrenos, o tras un nuevo
pase de la cinta por televisión, esa confortable frase de “cada vez me gusta más este film, porque lo he
entendido y comprendido mejor”. Y es que el espectador goza así de una nueva
oportunidad a fin de “reconstruir” el argumento, sin descartar ese atrevido e
imaginativo juego de buscar finales
alternativos a la historia, con respecto al que su director ha elegido como más
adecuado para llevar a su término la trama narrativa proyectada en pantalla.
Hace unos días emitieron
por televisión una película que, hace ya más de un año, había tenido la
oportunidad de visionar en un complejo cinematográfico. En aquella ocasión fue
proyectada en versión original subtitulada, mientras que este pase televisivo
lo ha sido en castellano, afortunadamente sin cortes publicitarios. Me
interesó, de manera especial, volver a revivir una
historia que básicamente recordaba por dos justificados motivos: en
primer lugar, había determinados aspectos del argumento e interpretaciones de
los actores que consideraba interesante volver a experimentar. Pero también,
sobre todo, porque el núcleo focal del mensaje, planteado por la historia exhibida,
era ese deseo ferviente o incluso “visceral” de volver a “revivir o repetir” un
tiempo ya superado en dos vidas ya muy maduras en su recorrido vital.
A MODO DE UNA PEQUEÑA FICHA TÉCNICA.
El título de la cinta es LE WEEK-END, 2013, Reino Unido, 89 minutos, dirigida
por ROGER MITCHEL (Pretoria, Sudáfrica, 1956) y
protagonizada en sus principales papeles por JIM
BROADBENT (R. Unido 1949), LINDSAY DUNCAN
(Edimburgo, 1950) y JEFF GOLDBLUM (Pensilvania
EE.UU, 1952). En el género cinematográfico de su metraje percibimos un fondo
dramático indudable, aliviado por algunos retazos que mueven a las sonrisas. Son apenas tres días de un fin
de semana, sobre el que sobrevuela un anhelo desesperado de recuperación
romántica en la pareja protagonista, condicionado por la severa realidad
innegociable que impone la llegada a esas dos vidas de la 3ª edad, un eufemismo
ciertamente amable para denominar el cruel tiempo la vejez.
¿NOS APETECE CONOCER ASPECTOS INTERESANTES DE LA TRAMA ARGUMENTAL?
Nick y Meg Burrows forman un veterano
matrimonio, residentes en Birminghan, que deciden viajar a París a fin de pasar
unos días de vacaciones en esta atractiva, por su romanticismo, mítica ciudad.
El motivo fundamental que les anima a realizar este lúdico desplazamiento es
celebrar el 30 aniversario de su matrimonio, visitando los lugares en donde,
muy enamorados, pasaron su ya lejano –“honeymoon” o luna de miel. En realidad
su vínculo matrimonial hace bastante tiempo que soporta el distanciamiento aburrido
de la rutina y la fuga afectiva de una juventud que para ambos se encuentra
irremediablemente perdida. Nick es profesor de filosofía en la Universidad,
mientras que Meg también trabaja enseñando biología a jóvenes adolescentes en
un centro de Secundaria.
Ambos profesores pretenden
con este viaje poder recuperar aquellos sentimientos y vínculos sensuales que
los unió en su juventud. Por este motivo eligen hospedarse y visitar los
mismos lugares donde latió intensamente su amor, en un tiempo lejano de tres
décadas en la distancia. Una vez llegados a la capital de Francia, comprueban
que ese mismo pequeño hotel, su ferviente nido de amor que les albergó durante
unos días en su juventud, se halla hoy profundamente transformado. Ese afectivo
habitáculo que recordaban en su memoria ya no es hoy el que era o en todo caso
buscan inútilmente en ese espacio una llama romántica que se ha mutado para sus
sentimientos en incomodidades y falta absoluta de alicientes para su temporal
residencia. Optan entonces por la comodidad y glamour de un gran hotal, sin
reparar en que los costos que la suite que ocupan (fue ocupada por el
Presidente Obama) superan los cálculos económicos que habían realizado,
agudizados por la situación de sus dos hijos, recién casados, que necesitan con
urgencia el apoyo material y constante de sus padres.
Van recorriendo emblemáticos puntos monumentales de
la maravillosa ciudad gala, pero esos mismos lugares en donde “ayer” sustentaron
la emoción del amor, “hoy” no les ofrecen esa motivación necesaria que les
ayude a paliar su drástica pérdida de proximidad afectiva. A pesar de todo
ello, impulsados por el espíritu animoso de Meg, llevan a cabo una serie de
travesuras y divertidas peripecias impropias de dos seres ya anclados en el
camino sin retorno de la avanzada madurez cronológica. En distintos momentos y
oportunidades, intercambian reproches y aceradas críticas e incluso insultos al
contrario, poniendo de manifiesto el profundo deterioro relacional al que han
llegado tras años de vacía y estéril convivencia.
Esa primera noche, mientras deambulan por las
calles parisinas, tras haberse escapado sin pagar del lujoso restaurante donde
han cenado, se encuentran con Morgan, un
antiguo alumno de Nick, que se dedica profesionalmente al noble oficio de
escribir. El cálido aprecio del discípulo hacia su antiguo maestro es
manifiesto, por lo que después de intercambiar saludos y recuerdos, les invita
a la presentación de su último libro, que tendrá lugar en la tarde del dia
siguiente. Allí conocerán a Eve, la nueva
compañera de Morgan y a Michael, el hijo que
tuvo con su primera mujer, un joven introvertido que mantiene difíciles
relaciones con su padre, mientras que por el contrario trata de buscar el
diálogo y la amistad con Nick, en el que admira su veteranía y experiencia en
la vida.
La escena más crispada, en la relación que mantiene la pareja de
profesores, tiene lugar precisamente en ese acto sociocultural al que han sido
invitados, en el que Morgan presenta el libro recién publicado acompañado por
su nueva y bellísima compañera. Después de la ceremonia los dos matrimonios,
junto a varios amigos, cenan en un restaurante cercano. La intervención de Nick
resulta sorprendente y desalentadora, pues informa a sus asombrados interlocutores
sobre la difícil situacion profesional por la que atraviesa. El rector de la Universidad
donde imparte sus clases le ha “sugerido” la jubilación o la renuncia al puesto
docente, debido a la firme denuncia interpuesta por una de sus alumnas, que se ha
sentido agraviada ante los comentarios despectivos e insultantes realizados por
él. Añade, elevando el tono depresivo de sus palabras, que esa misma tarde su
mujer le ha comunicacdo su intención de mantener alguna relación amorosa con un
cliente del hotel donde ambos se hospedan. Termina su desconcertante intervención
haciendo alusión hacia los problemas anímicos (también económicos) que ha de afrontar
en esta fase avanzada de su vida. La sorpresa del resto de comensales aún se
hace mayor cuando escuchan los comentarios acusatorios que realiza Meg como
respuesta, denunciando la persistente infidelidad
que mantiene su esposo, allá en Inglaterra. La atmósfera se torna crítica y ambos
coónyuges deciden abandonar la reunión. El rostro “descompuesto” del escritor Morgan,
oscila entre el respeto y afecto debido a su maestro y la vergüenza por esa
patética escena en la presentación literaria de su nueva publicación.
Ya en el hotel, Nick y Meg encuentran al personal
del mismo desalojando, por mandato de la dirección, la habitación que ambos
comparten. El motivo de esta drástica decisión obedece a la carencia de fondos
en la cuenta económica que sostiene la tarjeta bancaria de Nick. La factura del
hotel alcanza ya un elevado montante pues en una de sus discusiones,
“enriquecidas” por la ingesta de alcohol, la veterana pareja ha provocado
importantes daños materiales en los enseres y mobiliarios de la suite. Tras
conocer la insolvente situación económica que les afecta, la veterana pareja de
profesores sale “huyendo” del hotel, perseguidos por miembros de la seguridad,
que mantienen a buen recaudo la tarjeta de crédito y los pasaportes de ambos e
irresponsables clientes. Apenas les queda unas monedas para tomar una infusión
en la primera cafetería que encuentran, a donde con prontitud acude el
bondadoso y paciente Morgan (al que Nick ha recurrido) que promete ayudarles,
en estos momentos críticos por el que ambos atraviesan. Los tres amigos
terminan bailando unas piezas musicales que suenan desde una vieja gramola de
bar. THE END.
UN FINAL
ALTERNATIVO, AL QUE NOS OFRECE EL
DIRECTOR DE LA HISTORIA.
Recientemente jubilado, Nick mantiene una vida
bastante apacible en Birmingham. Sus largos años dedicados a la función docente
le permiten disfrutar de una pensión, modesta para sus ambiciones pero
suficiente para subsistir holgadamente en una pequeña residencia ubicada en la
campiña rural, a unos treinta y cinco kms. de la capital. Allí pasa su tiempo
dedicado a la lectura y a esos largos paseos senderistas por los verdes parajes
en la naturaleza de los Midlands. De mutuo acuerdo, él y Meg han puesto fin
“administrativamente” a su vinculo matrimonial (ya estaba profundamente disuelto
“por agotamiento” en el aspecto sentimental).
Pasados los meses, un día Nick recibe la visita de
Norman. Comparten una comida y a los postres su antiguo alumno le plantea una
confidencia, insólitamente inesperada para su conocimiento. El hoy afamado
escritor mantiene una relación afectiva con su ex, Meg (unos años mayor que
él). “En ella encuentro estabilidad, madurez,
inspiración, equilibrio y unas ganas intensas de aprovechar cada minuto de
nuestra relativamente breve existencia”. Por su parte Nick, tras escuchar
en silencio esta información, le transmite a su amigo Morgan otra confidencia que
provoca en éste sorpresa, sonrisas e incredulidad.
“Cuando rompiste con Eve, ella se esforzó
en localizarme, pues necesitaba reencontrar su equilibrio emocional y
sentimental. Le había impresionado mi planteamiento sobre la vida, aquella escénica
noche en que presentabas tu última novela. Quería aliviarse con una persona que
le aportara el sosiego de la experiencia. A pesar de los veinticinco años que
nos separan, nos vemos cada semana y complementamos nuestras respectivas necesidades. Ha
encontrado un trabajo (gracias a su titulación de traductora e intérprete
social) en una empresa de intercambios turísticos/culturales, entre Europa y
Asia) con sede en Londres. Allí quiere que yo me traslade”. La sorpresa de ambos es manifiesta, debido al
intercambio personal que han realizado sobre la actualidad de sus vidas.
Finaliza ahora el relato f ílmico con un último plano
escénico en el que los espectadores contemplan el cálido abrazo que realizan
dos personas, generacionalmente separadas, pero vinculados por un travieso y
divertido destino. Ambos continuan buscando difíciles respuestas para sus patentes
frustraciones vitales, en el atardecer esperanzado de una pequeña y modesta estación
ferroviaria rural.
REFLEXIONES FINALES ACERCA
DE LE
WEEK-END.
Hay un elemento o aspecto que nuclea todo el
metraje de este revelador relato cinematográfico, al que no debemos perder de
vista en nuestra consideración analítica: es aquél que representa ese
condicionante temporal u horario vital, para poder subirnos a los trenes imprevistos
de nuestra oportunidad. Recuperar vivencias de hace tres o más décadas supone
un voluntarismo, plausible y abnegado, pero que camina certeramente hacia la
frustración. Básicamente, porque ahora el tiempo ya no es el que era y nuestros
cuerpos están sufridamente soportando ese trillado cruel del deterioro
material. Y al igual que nuestros cuerpos y las circunstancias ambientales, hay
que sumar ese ánimo que también, de alguna forma, palidece y envejece.
Una segunda oportunidad ya no era posible para Nick
y Meg pues ambos, a su manera, habían dejado estéril la tierra desvitalizada de
su vínculo. Por supuesto. París. Este singular espacio, con su magia y misterio
de extraordinario romaticismo estético, seguía siendo el “milagro” pero faltaba
una juventud y unos valores que un par de veteranos profesores, a estas alturas
de sus vidas y en un esforzado fin de semana no podían, no sabían, no
imaginaban crear y representar.
En este final alternativo que sugerimos para la la
historia, ambos protagonistas parecen hallar y labrar nuevos caminos, a modo de
una lucha desesperada por enfrentarse a la realidad de sus vidas y a ese
calendario que avanza insolidario ante la ansiedad de los que ya perdieron su
tren. Este milagro de las postreras oportunidades sólo aparece realmente en la
magia del cine. El buen aficionado al denominado “séptimo arte” puede integrar
psicológicamente, a modo de imaginativa empatía, esa dulce y generosa experiencia.-
José L. Casado Toro (viernes, 23 de
Junio 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra.
Sra. de la Victoria. Málaga
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