Aunque la esperanza de vida
resulta en estos tiempos felizmente prolongada para determinadas personas, no
es frecuente que una persona pueda celebrar su nonagésimo aniversario con una
calidad de vida razonablemente aceptable. En otras décadas y centurias, ya muy
distanciadas en el calendario, poder alcanzar los cuarenta o cincuenta años en la
biografía personal era una grata y comentada experiencia digna de la más gozosa
felicitación. Sin embargo los adelantos científicos alcanzados hoy en el campo
de la medicina, junto a la preocupación que tenemos hacía el estado de nuestra
salud (entre otras causas) nos permite comprobar como determinados seres
humanos superan, en mejor o más limitado estado físico y anímico, incluso la
centuria en su edad. En este contexto temático, la familia Torregrosa
Campanario lleva semanas preparando, con el más afectivo y cariñoso de los
secretos, una gran fiesta a la que están
invitados un importante número de parientes directos y lejanos, junto a otros
amigos, vinculados a una muy afortunada y longeva homenajeada.
Efectivamente, Gracia
alcanza en este fin de semana su nonagésimo aniversario. Lo hace ostentando un
estado de salud bastante bueno para esa alargada edad, aunque ha de “negociar” algunos
flecos en la pérdida de audición (que ella tozudamente se esfuerza en
disimular) además de esos molestos problemas en la articulación de sus rodillas
(incrementados por el sobrepeso de su cuerpo) que los facultativos se esfuerzan
en aliviar, antes de acudir a la más drástica intervención quirúrgica a la que
ella es profundamente adversa. Por lo demás, no hay excesivos deterioros en un
organismo que mantiene un estado mental razonablemente activo, tanto en su memoria
como en la concentración intelectual, lo que provoca admiración y aprecio en
todos aquéllos con quienes mantiene relación.
Hace ya 27 años que esta longeva señora enviudó de Exequiel, su difunto marido, un esforzado trabajador
de la mecánica que prestó muy buenos servicios en un taller de reparación de
vehículos, vinculado a una afamada concesionaria en el mercado del automóvil. En
el aspecto laboral ella ha sido propietaria de un comercio de mercería, sito en
el densificado barrio donde aún mantiene el domicilio familiar. Esta conocida
tienda de quincallería cerró sus puertas, por jubilación de dueña, al cumplir Gracia
los 75 años en su edad. Desde entonces el local ha sido utilizado para muy
diversificadas actividades. En la actualidad se ha convertido en un bar de
copas y alterne, denominado El Lucero, abierto a
la atención del público desde las seis de la tarde hasta altas horas de la
madrugada. Nuestra longeva protagonista conoce bastante bien este “etílico”
lugar y no sólo por los botones, hilos, agujas o madejas que en su día albergó,
sino por otras razones que más adelante tendremos la divertida oportunidad de poder desvelar.
La descendencia directa del matrimonio, como arbóreo
cuadro genealógico, se sintetiza en cuatro
hijos, dos hombres y dos mujeres que, en la actualidad se ha diversificado en
10 nietos y cinco biznietos (además de cuñados, tíos, sobrinos y otros
parentescos). De una u otra forma, todos ellos tienen preparados distintas
palabras, regalos y afectos, para poner una nota de sonrisa y amor en la
persona de la que todos proceden y de quien han recibido esos ejemplos de
fortaleza y humanidad, henchido de valores, gestos y enseñanzas para la
evolución de sus vidas y circunstancias. Gracia, tras su viudez, rechazó de
plano abandonar la privacidad de su hogar, a pesar de que sus hijos le
sugirieron y pidieron que pasara largas temporadas de convivencia en sus
respectivos domicilios. Por el
contrario, en su mente mantuvo la ilusión de compartir el hogar con una antigua
amiga de colegio, también viuda de un militar del ejército de tierra, llamada Alda (Romualda, por “indelicadeza” de sus padres ante
el Registro Civil). Esta señora continúa siendo una eficaz compañera, cuyo
principio básico para el buen llevar es ayudar mucho y preguntar poco, siempre
con ese humor que genera sonrisas para alimentar el alma en un mundo cada vez
más desquiciado y absurdo.
Y al fin llegó el sábado anhelado
de celebración, aunque en verdad el aniversario o “cumple” de Gracia fue
realmente el día anterior, un caluroso viernes de Junio, ése que marca el
ecuador cronológico en cada anualidad. Así que la fiesta se pospuso 24 horas,
por razones comprensibles de logística laboral o académica, en unos y otros
miembros de la familia. Atendiendo a los condicionantes de espacio, la
efemérides fue contratada con una reconocido cortijo restaurante, El Requiebro, ubicado en la zona norte de la ciudad,
encastrado allá en las estribaciones del murallón penibético. Se preparó un
delicioso y suculento menú, pero de complicada
digestión, para una noche “endulzada” por la templanza de esos primeros
terrales veraniegos que vienen con las pilas bien cargadas de grados
termométricos. La gran tarta, adornada con 9
velitas (cálculo decimal, of course) tenía como principal motivo una habilidosa
labor de repostería, que representaba el cuerpo y la cara de Gracia, con esos
quince años que nunca se olvidan. Una vieja y entrañable foto de familia sirvió
de guía y modelo al maestro confitero, para labrar el dulce con un perfecto
parecido a la de aquella foto sepia del verano del 42 (por cierto, título de
una inolvidable película para espíritus que vibran el sentimiento romántico).
Fue contratado un profesional grupo de música a fin de animar la velada, en la que
se mezclaron numerosas y alegres canciones para la sonrisas, con aquellos otros
pasodobles entrañables que motivaban para el baile y el latido emocional (el Beso,
Guapa, Suspiros de España…). Ya en los postres, llegó el momento de la entrega
de los regalos: joyas, flores, cartas y lindos
dibujos de los pequeños, junto a uno muy especial para el deseo de la
protagonista en aquella emocional noche que ninguno de los asistentes borraría
de su memoria: un sugestivo crucero para dos personas por el Mediterráneo, que iría
recalando en emblemáticas ciudades italianas, griegas y turcas. Serían dos
semanas de intenso placer para disfrutar el turismo, como premio y
agradecimiento a toda una vida de la “patriarca” familiar. Su hija mayor, Gael,
recientemente divorciada, sería la afortunada acompañante, aunque en la mente
de Gracia estaba la idea de convencer a su fiel amiga de siempre, Alda, para
que también se uniera al lúdico y espectacular periplo marinero.
El dinámico grupo musical pudo tomarse un breve descanso
en su actuación, aprovechando que eran muchos los que tenían ilusión por coger el micrófono a fin de pronunciar esas frases amables,
llenas de cariño y reconocimiento, un tanto regadas por el alcohol y la
ingesta, hacia la cada vez más emocionada singular protagonista del homenaje.
Aunque a Gracia le daba un poco de pudor
hablar a través de los altavoces, comprendió que todos también querían escuchar
sus palabras, sin duda llenas de sabiduría y experiencia por toda la historia
que su longeva vida atesoraba.
“Me siento inmensamente feliz de estar
aquí esta noche, rodeada del cariño de tantos familiares y amigos, cuya
presencia me llena de alegría y satisfacción, sobre todo por la sorpresa
inesperada de esta maravillosa fiesta. Pensaba que algo estabais tramando, pero
no podía imaginar la magnitud de una
reunión que rebosa tanto cariño hacia mi persona como la de esta mágica noche
que nunca olvidaré. Bueno, y ya más en broma, os diré que me han resultado
cortos esos noventa años que, según la aritmética del tiempo, parece que acabo
de cumplir.
Muchos me habéis preguntado en estos
días por mi secreto para mantenerme tan bien y poder
estar aquí esta sublime noche de aniversario. Los misterios de la naturaleza, a
pesar de todos los sabios, no son fáciles de descifrar. Yo, medio en broma y
medio en serio, os digo que tengo una explicación para sobrellevar tantos años
de vida. El trabajo, el intentar ser positiva y alegre en todos los avatares
del día a día, manteniendo constantes ilusiones y, por supuesto, cuidando el
andamiaje del cuerpo, con las “fontanerías” propias del caso. Alguno ya
conocéis mi mejor medicina: una copita de ginebra, tomada de vez en cuando, es
muy buena para la salud”.
Todos reían ante estas simpáticas ocurrencias de la
bisabuela Gracia. Pero probablemente nadie conocía con detalle acerca de sus
andanzas y visitas, casi a diario, al bar de copas y alterne, El Lucero. Esa más
de media “horita” de placer, que se regalaba cada una de las tardes sentada en
una de sus mesas, no tenía por objeto recordar, con entrañable afecto, el local
de su antigua mercería donde ella había estado atendiendo al público durante
tanto tiempo. El motivo básico de estas visitas era saborear no una copita,
sino un buen vaso de ginebra, de económica “garrafa”, tonificante y estimulante
bebida a la que se sentía enganchada con divertida tenacidad y dependencia.
Aunque a veces la ginebra era cambiada por un buen whisky, la “media pinta” de alcohol
suponía un eficaz reconstituyente para mantenerse en pie con ese lustroso ánimo
que tanto la vitalizaba. En estas “peregrinaciones” vespertinas, solía ir
acompañada por Alda, que se limitaba a pedir un café bien cargado con unas
gotitas de coñac o ron.
Mientras los más jóvenes bailaban, bebían y
disfrutaban del evento, los más veteranos en la fiesta salieron a los jardines
del cortijo/restaurante, formando varios corrillos, con sus copas de licor en
la mano, el abanico compulsivo ante el viento de terral que entraba en la
ciudad y esa grata somnolencia bajo el manto estrellado de una noche con mucho
sabor a verano. Gracia iba de grupo en grupo compartiendo esas frases amables y
simpáticas, junto a las ocurrentes bromas para las sonrisas, con el objetivo básico todos se
sintieran bien. Al final recaló en el
grupo más íntimo de su familia. En un momento concreto fue Mario, el segundo de sus hijos, quien dirigiéndose a
su madre tuvo una simpática ocurrencia:
“Mamá, todos pensamos que en tu larga
vida habrá páginas y experiencias que tu has sabido mantener sólo para tu
privacidad. ¿Te atreves, en una noche tan especial como ésta, a contarnos
alguno de esos secretos o vivencias que tus más allegados nunca hemos podido
llegar a conocer? Estoy bien seguro que nos puedes llegar a asombrar…
Fue desde luego la primera vez, durante toda la
noche, en que sus más allegados percibieron por el rostro de la “bisabuela” un
rictus de intensa melancolía, con una mirada que, a buen seguro, se encontraba
bien lejos de allí. Tras unos segundos dubitativos, que a ese pequeño e íntimo grupo
se le hicieron nerviosamente alargados, las palabras de Gracia motivaron el más
puntual de los silencios entre todos sus interesados interlocutores:
“Pienso que la mayoría de las
personas, estoy completamente segura de ello, mantenemos alguna página en
nuestras vidas que, con celo y prudencia, muy pocos conocen. A veces, sólo
nosotros mismos. Y ahora que no están los niños presentes, os voy a confiar
algo cuyo contenido nunca pensaba compartir. El gran
secreto de mi vida. Yo he tenido un gran
amor, al margen de vuestro padre. Para que me entendáis… fuera del matrimonio.
Durante doce años. Hasta que él viajó a ese otro mundo que dicen está allá en
los cielos. Seguro que la divinidad comprenderá nuestro comportamiento. Nunca dimos
motivo de escándalo público. Supimos llevarlo muy bien. En absoluto secreto.
Comenzó siendo un amor espiritual, un
término muy apropiado para la aclaración que ahora después os haré. Pero esa
nuestra idealización personal pronto se transformó en una irrefrenable
atracción física, que ni él ni yo pudimos ni quisimos evitar. Por favor, evitad
escandalizaros con lo que vais a escuchar. Lo hice con mi director espiritual. El Padre Malaquías, sacerdote carmelita, una fornida y
maravillosa persona, modélico en sus obligaciones de apostolado, clérigo y
hombre, con todo lo que esta segunda palabra significa. La romántica historia
comenzó a través de la devota y espiritual rejilla o celosía del confesionario.
Pero fue avanzando hacia ese amor incontenible que caracteriza al signo de
nuestra materialidad. Nunca quise abandonar a vuestro padre, que en santa
gloria esté, debéis entendedlo. También él supo tener la grandeza de saber compartirme.
Antes de fallecer me lo confesó, agradeciéndome que no lo abandonara. Dicen que
no es posible tener dos amores. Yo supe y quise hacerlo. Puedo dar fe de ello.
Y no me avergüenzo. Todo lo contrario, , porque a ambas personas supe darles mi
amor y mi entrega”.
La fiesta de aniversario finalizó muy cerca de las
dos y media de la madrugada. Continuaba la templanza nocturna, con ese viento
de terral que negociaba a ratos con el levante marinero. Las estrellas
brillaban, junto a ese manto inmaculado de luna llena que ayudaba a imaginar lo
imposible. Las dos veteranas mujeres volvían a casa.
“Alda conduce más despacio, que vamos
bien cargadas con todo lo que nos hemos tomado. Sí, no me mires así … tú bien
sabes que no he contado toda la verdad. Pero habría sido muy duro y cruel para
ella, conocer todo mi secreto, precisamente allí en la fiesta delante de sus
hermanos. Es mejor que nunca llegue a saberlo. En una ocasión Ezequiel me lo
preguntó de una manera directa. Mi silencio, como respuesta, fue bastante
explícito. Pero tuvo la grandeza de nunca establecer diferencias de trato entre
ella y sus hermanos”.
José L. Casado Toro (viernes, 9 de
Junio 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra.
Sra. de la Victoria. Málaga
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