sábado, 29 de abril de 2017

LA TENTACIÓN DE UNA COMPRA ON-LINE, PARA EL REEQUILIBRIO ANÍMICO DE UN ESFORZADO OPOSITOR.

Una de las más útiles realidades cercanas a nuestra disposición, que en la actualidad proporciona la “infinita” red informática de Internet, consiste en la posibilidad de realizar las compras más insospechadas utilizando la versatilidad on-line. Obviamente, el comercio por correspondencia tiene muchos años de antigüedad. Recordemos como, a mediados del siglo XX, aquellos incipientes grandes almacenes de Galerías Preciados y El Corte Inglés enviaban por correo ordinario, a quienes así lo solicitaban, unos bien elaborados catálogos, en los que se ofertaba lo más señero de todas sus mercancías. Los clientes podían señalar, en un impreso adjunto, los artículos que les interesaban comprar los cuales, a vuelta de correo, les eran enviados a su domicilio situado a muchos kilómetros de distancia desde la centralidad madrileña. El sistema aplicado para recibir la mercancía era también postal y se pagaba mediante reembolso, una vez recibido en casa el artículo solicitado. El comprador podía, en caso de disconformidad o error, devolver o cambiar la prenda u objeto recibido, generalmente de manera gratuita o pagando una pequeña cantidad por los gastos de transporte. Todo este trasiego era razonablemente rápido, aunque lo normal es que tardara más de una semana la culminación del proceso de compra por correspondencia.

En la actualidad el comercio mediante el correo electrónico del ordenador y las tabletas, o utilizando las sofisticadas y avanzadas prestaciones del propio móvil telefónico, se puede realizar incluso en menos de veinticuatro horas. Tanto la rapidez de llegada a su destino, en la petición del usuario, como la agilidad en el envío, por parte del vendedor, puede suponer un tiempo asombroso de sólo horas, gracias a las empresas de transporte urgente, que garantizan un horario exacto de recepción y entrega para cualquier tipo de mercancía. Incluso el cliente tiene el incentivo de poder adquirir estos artículos a un precio notablemente inferior, al que tendría que pagar si se desplazara físicamente a una tienda con la intención de proceder a su compra. Es uno de esos signos que marcan la época que nos ha correspondido vivir, bajo el signo de la celeridad y la propia versatilidad.

Rasio es un joven licenciado, con un grado universitario en Derecho. A sus veintisiete años de edad, ha decidido ponerse en manos de un afamado preparador para participar, cuando la Administración así lo decida, en unas futuras oposiciones a notarías. Como dicho preparador reside en una provincia limítrofe a la suya, ha de desplazarse dos veces por semana a Granada, a fin de trabajar con el cualificado especialista durante varias horas, en todos esos densos capítulos que integran el temario de examen.  Posee un expediente académico en sumo brillante, tanto en calificaciones como en otros méritos de cursos y másteres. La voluntad y tenacidad que aplica a las oposiciones es firme y continua. A estos positivos factores ha de añadirse la acomodada situación económica de que disfrutan sus padres  (propietarios de una cadena regional de locales donde se ofrecen comidas rápidas). Esta circunstancia económica le permite vivir bajo la dependencia paterna y dedicar todo el tiempo posible para el estudio, preparando esas muy exigentes y difíciles pruebas. Por cierto, el nombre de Rasio procede de la abreviatura de aquella opción que eligieron sus padres en el Registro Civil para el momento de su nacimiento: Eufrasio. Así se llamaba también el abuelo paterno, que fue precisamente el empresario creador de esa rentable cadena regional de establecimientos para la restauración.

La tensión que acumula, día tras día, este voluntarioso opositor, va inevitablemente minando su equilibrio anímico. Esas largas horas que ha de permanecer frente a los apuntes, la bibliografía especializada, los ejercicios propuestos por Nicolás, su preparador y, por supuesto, tanto tiempo delante de la pantalla de su ordenador, le obliga a tomar algunos reconstituyentes vitamínicos y a vigilar el descanso nocturno, pues ha comprobado que tiene alterado el reloj de las horas del sueño. En ocasiones, las personas más allegadas han de soportar sus continuos cambios de humor y algunas respuestas inadecuadas, producto de ese intenso esfuerzo mental que las notarías, por su dificultad, llevan consigo. Paloma, su pareja, ha de armarse de paciencia, tratando de templar los nervios de un novio que se halla sometido a ese exigente estado emocional con el fin de labrar un futuro prometedor para ambos.

Cierta noche, tras una muy frugal cena (ha perdido las ganas de comer) Rasio volvió a sentarse delante de la pantalla de su nuevo Mac. Se le ocurrió teclear en el buscador Google una breve frase, esperando encontrar alguna respuesta adecuada al estrés que soportaba, consciente de éste  iba peligrosamente en aumento por momentos. La verdad es que no se encontraba bien y ya había visitado a su médico de cabecera en más de una ocasión. El facultativo, conociendo su peculiar situación “opositora” le solía prescribir diversos tranquilizantes. Le aconsejaba, de manera especial, que buscara parcelas de tranquilidad para su joven y, ocasionalmente, acelerada vida. Lo que escribió en el recuadro del versátil y fiel buscador fueron las siguientes palabras. SOLUCIONES TENSIÓN NERVIOSA OPOSITOR. En apenas un par de segundos, tenía ante sí un amplísimo listado de entradas a páginas que respondían de alguna forma al interrogante por él planteado.

Comenzó a repasar el exhaustivo listín ofertado, deteniéndose brevemente en aquéllas webs que le parecieron más significativas para su ansiosa necesidad. En realidad, la mayoría de los primeros entrantes que leyó eran estudios y entrevistas a diversos y cualificados especialistas en la autoayuda. Éstos ofrecían, con generosa exposición, consejos y sugerencias para ayudar a planificar y distribuir bien el tiempo de estudio, además de otras habilidades que facilitasen un poco de “oxígeno” a esa constante y agotadora fase en la que nos sentimos inmersos cuando aspiramos a competir por una plaza laboral o esa específica promoción o titulación en nuestro currículum y vida laboral. Dedicó un buen rato a esta curiosa búsqueda, sin reparar en el tiempo aplicado para ello. Ese mismo día, producto sin duda de los nervios y el acumulado cansancio, había discutido agriamente con su madre por una nimiedad, Paloma le había llegado a cortar la llamada ante su quisquillosa actitud y apenas había probado bocado en la cena por una inapetencia que en realidad era inusual en él. Todo ello le aconsejaba poner remedio a una situación que amenazaba con enquistarse, pues las temidas y anheladas oposiciones incluso aún no habían sido convocadas.

Seguía la lectura de una manera rápida, cuando reparó en una página web cuya titulación le motivó de inmediato. EN SOLO UN FIN DE SEMANA, RESOLVEMOS SUS PROBLEMAS DE ESTRÉS. La breve programación temporal, dirigida a personas que por las características de su trabajo, la preparación de oposiciones u otras circunstancias vitales sufrieran el trauma del estrés, duraba apenas tres días. Se iniciaba a lo largo de la mañana del viernes y finalizaba después del almuerzo, ya en la jornada dominical. Estos encuentros o cursillos tenían lugar en diversos puntos de la geografía peninsular e insular, curiosamente todos ellos ubicados en zonas costeras. La dirección técnica estaba a cargo de especialistas titulados en psicología y habilidades sociales y el coste del programa, con dos noches de hotel en régimen de pensión completa, la intensa programación de actividades, la entrega de material y diploma acreditativo, alcanzaba un precio “especial” de 675 euros. Se añadían diversas valoraciones aportadas por supuestas personas que habían participado en otras jornadas, todas ellas resaltando la magnífica eficacia en los resultados alcanzados con respecto a sus “dolencias anímicas” y alteraciones negativas en el carácter.

Tras pensarlo unos minutos, decidió aquella misma noche enviar su inscripción que, de forma automática, fue admitida una vez que el sistema bancario hizo la transferencia de los 675 €. Eligió uno de los cursillos que iba a tener lugar en un hotel de Punta Umbría, un par de semanas después.

Llegó al fin ese viernes, algo ventoso, de Abril. A ese afamado punto turístico de la costa onubense, ubicado en la localidad de Punta Umbría, Rasio se trasladó utilizando su Citroën C3 de segunda mano, que recientemente le había comprado su padre. Llegó al hotel sobre las 10:30 horas y, tras realizar su inscripción en recepción, supo que tendría una primera reunión informativa en el Salón “Doñana”, exactamente a las 12. Le facilitaron una habitación doble, pero de uso individual. Tras deshacer su maleta y salir unos minutos a la terracita de su habitación, que miraba las inquietas en ese momento aguas atlánticas. Las olas rompían su ondulación en la orilla de una extensa playa de fina arena, próxima a las zonas repletas de dunas. La visión era de una gran belleza plástica. Bajó sobre las 11:45 al aludido salón congresual. Ya se encontraban allí bastantes participantes, la mayoría hombres que, en el momento del inicio, sumarian un total de veinticinco personas. Fue saludado, al igual que sus demás compañeros, por la Srta. Estrella y Mr. Brand, un orondo ciudadano británico, director de las jornadas, que “chapurreaba” con cierta dificultad el castellano.

Cinco minutos después del mediodía, todos los participantes tomaron asiento. Recibieron un pequeño dossier con unas encuestas a rellenar y un resumen del calendario de actividades a desarrollar hasta el domingo. La mesa presidencia estaba integrada por los dos personajes aludidos, a los que acompañaban dos jóvenes que se identificaron como diplomados en psicología. Los cuatro miembros de la mesa pronunciaron unas amables palabras al auditorio, desglosando y aclarando el resumen de actividades a desarrollar en la tarde del viernes y del sábado. El domingo por la mañana habría una actividad sorpresa, hasta la hora del almuerzo final. Después de la restauración, todos los inscritos recibirían un diploma acreditativo, pequeña ceremonia  con la que culminaría este pequeño cursillo, organizado para superar los muy incómodos e inquietantes para la salud estados de estrés.

Aquella tarde, a partir de las 16:30, fue planteada una primera actividad a desarrollar en unas mesas que habían sido colocadas al efecto en el amplio salón donde tuvo lugar la matinal reunión de presentación. El ejercicio consistía en una lúdica sesión de recortables y papiroflexia. Durante hora y media, todos los “nerviosos” asistentes estuvieron, tijeras en manos, recortando, doblando y haciendo figuritas, sugeridas o creativas, sobre cartulina, cartón y papel de diversa naturaleza, incluso con periódicos usados. La segunda actividad, después de la cena, consistió en llevar a cabo un desenfadado protagonismo de canto en karaoke, que facilitara la desinhibición y el reequilibrio energético. Aquella noche, ya en la cama, Rasio se preguntaba, una y otra vez, qué estaba haciendo allí, inmerso en tan peculiar montaje.
  
La mañana del sábado estuvo dedicada a la aventura de una tranquila navegación, a través de la ría de Punta Umbría, con salida abierta a las aguas atlánticas. Todos y cada uno de los participantes se ejercitaron en maniobrar conduciendo el timón de la embarcación, asesorados por expertos marinos curtidos en el arte de navegar. De una u otra forma y con diversa suerte, tuvieron que prepararse su propia almuerzo, con los materiales que estaban dispuestos en la cocina de la embarcación. Por la tarde, ya en el complejo hotelero, ejercitaron el tiro de flechas con arco sobre una gran diana pautada o sobre diversos blancos construidos con formas de figuras y personajes famosos. Después de la cena, nueva sesión de canto en  karaoke, en la que todos se mostraron más desinhibidos y participativos.

Para la última jornada, en la mañana dominical, la actividad sorpresa consistió en ponerse unos trajes de baño (que les fueron facilitados al efecto) para dirigirse a la extensa y bella playa próxima al hotel, rodeada de montículos de dunas y vegetación. Una vez allí, cada participante tenía que construir un castillo de arena, aplicando en el esfuerzo su imaginación, voluntad y destreza. Un pequeño jurado, presidido por Mr Brand ¡había que verlo, ostentando aquel bañador estampado de flores malvas y orquídeas, que intentaba difícilmente cerrar su extensísimo círculo ventral! junto a los dos psicólogos, concedería tres premios, a las mejores “edificaciones” de arena. El espectáculo de veinticinco personas adultas, con sus palitas y cubitos sobre la áurea arena de la zona resultaba sentimental e infantilmente entrañable. Los premios consistirían en botellas de Rioja y tabletas de chocolate. Rasio, sumido en una creciente desconfianza ante todo el montaje que estaba viviendo, no se esforzó en demasía para  las tareas arquitectónicas sobre la arena. Para colmo, el viento había comenzado a soplar con fuerza y provocaba un ambiente bastante desapacible. La mayor ilusión que albergaba es que, al fin, el “cursillo anti estrés” finalizara.

Pasadas ya las cinco horas, en una tarde de Abril que había recuperado ese sol muy agradable de Primavera, Rasio conducía con presteza su Citröen camino de vuelta a casa. Tras las últimas palabras de “sabios” consejos y con su diploma acreditativo en la mochila, pensaba en la peculiar experiencia de este fin de semana que, a todas luces, había sido originalmente diferente para su joven vida. Reflexionaba acerca de las ofertas e incentivos de las compras on line, que a todos nos llegan y que, por su hábil estructura y marketing repetitivo, de una u otra forma acaban convenciéndonos para su adquisición. Él había buscado un camino a fin de mejorar sus respuestas y sensaciones, en un  situación extraordinaria de esfuerzo que para labrar su futuro valientemente decidió emprender. Había comprado un fin de semana especial, en un paraje encantador de la costa onubense, en el que había vuelto a protagonizar actividades ya muy alejadas en el tiempo de su infancia, Desde “jugar” con los recortables, hasta “construir” pacientes castillos en la arena. Todo ello por el “módico” precio de casi setecientos euros. Aún no conocía la relevancia que tan “novedosas” experiencias habrían de tener para su reequilibrio anímico. El tiempo revelaría tal respuesta.

A la hora de calificar la experiencia dudaba entre dos opciones, en realidad complementarias: podía interpretarse como uno de esos “montajes” en los que caemos como parvulitos a lo largo del día y una alocada “travesura” juvenil, con ese ropaje infantil no abandonado, que la disponibilidad económica de su familia le había permitido comprar. La mejor enseñanza, conseguida en este fin de semana primaveral, era que tenía que ser mucho más reflexivo para esos impulsos de compra en Internet que, como señuelos milagrosos, llaman con insistencia ante las carencias de nuestra necesidad. Cuando el lunes reiniciara su aventura con los apuntes y los libros, aplicaría esa lección de sensatez, imaginación y prudencia que, en este lúdico fin de semana, había aprendido. Allí en Huelva, a más de doscientos kilómetros de sus raíces familiares, en las páginas de esa bibliografía no escrita que la vida nos concede para su inteligente aplicación.-


José L. Casado Toro (viernes, 28 de Abril 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga


viernes, 21 de abril de 2017

UN PLACENTERO VIAJE COMO TERAPIA, EN EL INESTABLE SENTIMIENTO DE CELIA.

Cuando al final de una tarde templada de Otoño Celia entró en la agencia de viajes, la encargada a esa hora de la atención al público se encontraba ya apagando las teclas de su ordenador laboral. Pasaban un par de minutos desde que un bien diseñado reloj digital, colgado en uno de los ángulos laterales de la pared, había marcado las 20 horas, momento fijado para el cierre diario del establecimiento.

Siempre hay personas que suelen acudir a última hora, a fin de gestionar todos esos asuntos relacionados con la compra de billetes para el tren o el avión, la solicitud de catálogos turísticos o las diversas consultas sobre diversos aspectos de los viajes y paquetes vacacionales. Marian, con la paciencia profesional que le caracteriza, hace todo lo posible por atenderlos aunque, en situaciones de una compra o gestión más complicada, les ruega vuelvan a la agencia con un mayor tiempo y disponibilidad durante la mañana o tarde siguiente. Así se lo planteó a esta retrasada cliente, en un día que había sido especialmente atareado con los viajes para la tercera edad del programa IMSERSO. Sin embargo su interlocutora, una señora que por su aspecto parecía haber superado ya los sesenta años (ciertamente muy bien llevados, en la apariencia física) insistió con gran tesón en ser atendida, mostrando una evidente inseguridad e inestabilidad nerviosa. A pesar del cansancio acumulado y teniendo en cuenta un mercado tan competitivo con el que había que “lidiar” en estos tiempos de contracción económica, se dispuso finalmente a escucharla. Pensó que en poco tiempo, no más de quince minutos, podría resolver la gestión del viaje de vacaciones para esta atribulada señora.

La inesperada cliente pretendía apuntarse a uno de los grupos de viajes organizados con destino a Canarias, que tendría lugar a comienzos del próximo mes de febrero. Aunque su petición era para una de las zonas turísticas más demandadas, dada la fecha de su gestión en pleno invierno, aún quedaban algunas plazas vacantes en el mismo. Al preguntarle con quién iba a viajar (son viajes  económicos, únicamente diseñados para los titulares del programa social y sus parejas) esta señora le respondió que no tenía a nadie con quien ir, por lo que pretendía hacerlo sola. En esta circunstancia, le indicó que habría de compartir habitación con otra persona, por supuesto mujer, que también se encontrara en la misma situación que ella, pues la mayoría de los hoteles del programa sólo ofertaban plazas para el uso de habitaciones dobles. O, en todo caso, tendría que pagar una cantidad establecida para disponer de una habitación doble en uso individual, siempre que el hotel aceptase o tuviese esa disponibilidad. Con esta opción el precio del viaje se incrementaba de manera notable. Ante esta razonable explicación, vio que la extraña cliente que tenía ante sí rompió a llorar de manera sorprendente. Tras pensarlo entre lágrimas y suspiros, unos interminables minutos, aceptó este cambio en su factura, quedando formalizado el contrato del futuro viaje de 10 días para las Islas “afortunadas”.

Celia había enviudado, hacía ya unos once meses. Profundamente enamorada y dependiente de su difunto marido, durante cuarenta dos largos años de convivencia, no había sido capaz hasta el momento de superar o asumir tan sensible pérdida. No tuvieron hijos en su matrimonio por lo que ahora, dada las no buenas relaciones que mantiene con su hermana y sobrinas, sufre de manera especial el trauma de la soledad. Como antes se ha expresado, la extrema y “enfermiza” dependencia con el que fue su compañero en la vida no le ha facilitado disponer de ese núcleo de amistades que aportan compañía, comprensión y afecto, de manera especial en estos muy duros momentos que ha tenido que afrontar. El pathos de la depresión anímica se cebó en su persona, teniendo que ponerse en manos de especialistas cualificados y también en esa dinámica, siempre peligrosa, de la ingesta abusiva de fármacos y productos tranquilizantes para su desequilibrado organismo. Inestabilidad física pero también, de manera especial, en su comportamiento y equilibrio mental.

Uno de los psicólogos que la atienden, estudiando detenidamente su caso, le recomendó taxativamente que, junto a la toma de medicamentos, tendría que poner de su parte un intenso esfuerzo por encontrar aquellas distracciones y actividades que mejor se acomodasen a su forma de ser. Tras varias sesiones de consulta, acordaron que en la realización de viajes podría hallar no pocos elementos de ilusión y sosiego, a fin de ir alimentando y compensando esas carencias que tanto la atormentaban, entristecían y desequilibraban. Este buen profesional, conociendo la limitada pensión que había quedado a su paciente por parte de su poco prudente esposo (en la faceta económica) le planteó como sugerencia que se apuntase al programa de turismo social del programa IMSERSO, en donde hallaría diversas oportunidades para viajar a buenos y contrastados destinos, con un coste bien asumible para su no abundante disponibilidad financiera.

Meses más tarde llegó el día en que Celia, junto a un nutrido grupo de viajeros (la inmensa mayoría integrada por personas jubiladas pertenecientes a la tercera edad) subieron al avión que iba a trasladarles desde Málaga hasta el aeropuerto Reina Sofía, ubicado al sur de la isla de Tenerife. Desde este punto de llegada, viajarían por carretera hasta la zona norte insular. Su destino final sería un alegre y bien situado hotel en el populoso y turístico municipio del Puerto de la Cruz, a fin de disfrutar una apetecible semana y media de vacaciones. Durante las más de dos horas del vuelo, esta peculiar viajera estuvo de manera continua rezando y suspirando, para divertimento y extrañeza de su compañera de asiento, una bella joven canaria que volvía de unos días de estancia en la capital malacitana. La veterana viajera había elegido este sugestivo paraje atlántico porque con él quería recordar aquel lejano en el tiempo viaje de bodas con su amado Fabián, evento que ambos habían protagonizado hacía ya más de cuatro décadas.

Llegados al hotel  (pasadas las once de la noche) se encontró con una inesperada dificultad que también afectó a su frágil equilibrio. El recepcionista del establecimiento, hombre poco amable en sus modales a esa tardía hora, le aseguraba que tendría que compartir una habitación con alguna otra persona que también viajara sola, pues sólo disponía de habitaciones dobles. Parece ser que en la documentación que ella aportaba no había sido bien recogida esta opción del uso individual. Ante los ruegos y nuevas lágrimas de la turista, accedió a entregarle una habitación en esas condiciones, siempre y cuando no viniera en el grupo otra viajera en las mismas condiciones que presentaba su interlocutora. La resolución del asunto colmaba la paciencia de los demás clientes que aguardaban cola pues de nuevo apareció otra nueva discusión, un tanto infantil, ante la habitación que el encargado del hotel accedía a entregarle: la habitación número 13, en la planta baja. Los lamentos y expresiones de Celia resultaban patéticos, pues la inestable señora aseguraba su carácter supersticioso, por lo que en modo alguno aceptaba un espacio con esa numeración. Al fin la polémica se resolvió (un matrimonio decidió quedarse en esa habitación) pero todos estos avatares hicieron que los viajeros llegaran a la cena fría, que les habían dejado en sus respectivos aposentos, cuando el reloj superaba ya en muchos minutos la media noche. Celia descansaría en la número quince. 
  
Desde la mañana siguiente y en todos las acciones colectivas que el grupo desarrollaba (desayunos, ambas comidas, reuniones, actividades lúdicas diversas, excursiones contratadas e incluso durante las dos horas de animación nocturna después de la cena) esta peculiar turista aprovechaba cualquier oportunidad para “pegarse” a diversos matrimonios que, un día tras otro, con resignación y paciencia, soportaban los comentarios, preguntas, chascarrillos y continuada presencia de tan solitaria y compulsiva compañera de viaje. No sólo los residentes en el hotel sino también el personal de servicio se veía frecuente “asediado” por las carencias de comunicación en esta persona, ávidamente necesitada de cualquier interlocutor que se prestara a escucharla y que compartiera su obsesiva presencia para casi todo. Unos u otros aplicaban la comprensión, la solidaridad generosa, el descarado disimulo o esa conmiseración que despiertan las personas sometidas a la perversa inseguridad que genera la cruel soledad.

En la cuarta noche de estancia, cuando a eso de las 12 regresó a su habitación número 15 desde el salón de las fiestas y los bailes, encontró tras la puerta de entrada y en el suelo un sobre blanco que motivó su extrañeza y curiosidad. En el anverso del mismo sólo estaba manuscrita la palabra Celia. No había en el reverso remite alguno que indicara el autor de tan sorpresiva misiva. Con irrefrenable avidez rasgó el sobre que tenía en sus manos y se dispuso a leer una pequeña cuartilla interior, manuscrita en ambas caras con una caligrafía muy cuidada y con una redacción en extremo plena de sencillez y afecto.

“Admirada Celia. El destino me ha hecho posible que conozca a una persona de buen corazón y que, por razones que desconozco, sufre el drama de sentirse muy sola en su vida. Me he dado cuenta cómo intentas hacer amistades, buscar cualquier oportunidad para intercambiar las palabras y encontrar ese calor humano que tanto necesitamos en la lucha del día a día. Demuestras tu valentía y una gran fuerza de voluntad para superar ese momento desafortunado por el que creo atraviesas. Por supuesto que también me duele ver como muchos de tus compañeros de grupo tratan, con más o menos disimulo, en evitarte cuando te acercas a ellos. Sin duda les molesta tu necesidad por entablar ese diálogo con alguien que te regale un poco de atención, respeto y esa respuesta que te hará sentirte mejor. Algunos verdaderamente te huyen y murmuran a tus espaldas. Debe ser duro y triste viajar sola, pero tu valentía es admirable. Tiene mucho mérito. Tengo que confesarte que también yo me encuentro muy solo, en un matrimonio que carece de sentido desde hace ya mucho tiempo y difícil de soportar para mis sentimientos. Me gustaría conocerte mejor y ayudarte en lo posible. Con todo el cariño, Raúl”.

Esta carta, junto a otras que llegaron a su habitación en los días siguientes, sumieron a la aturdida señora en un sentimiento contrastado de sorpresa, curiosidad, ilusión y esperanza. Miraba y observaba a sus compañeros de grupo, tratando de hallar alguna pista, detalle o gesto que pudiera ayudarle a reconocer a ese hombre de generoso corazón que hábilmente la observaba, le escribía y que, muy probablemente, sentía algo por ella que bien podría ser comprensión, atracción y tal vez algo de cariño. Pensaba que también esa persona tenía necesidad de compartir solidariamente la pesada losa de su propia soledad. Por timidez, prudencia o comprensible temor, este generoso comunicante no se atrevía a dar el paso de presentarse físicamente ante ella, cuando precisamente era ella misma quien anhelaba y suspiraba porque esa situación se hiciese real y “milagrosa” para sus vidas.
 
Ese íntimo y obsesivo deseo al fin se desveló en su último día vacacional. La dirección del hotel organizó, con este motivo, una cena especial de despedida para el nutrido grupo de viajeros que había volado procedente de Málaga. Además de suculentos platos, en los que no faltó la más tradicional y cuidada cocina canaria, hicieron venir para el fin de fiesta a un bellamente ataviado grupo coral de la tierra que interpretó odas y románticos cantes del sin par archipiélago, enclavado en las frescas y sutiles aguas atlánticas. Los bailes, danzas y entrañables canciones duraron hasta más allá de la media noche. A los pocos minutos de que Celia volviera a su habitación número quince, sonó el timbre de la puerta. Intrigada ante esa inusual llamada, preguntó quién era, antes de proceder a la apertura de la cerradura. Desde el pasillo exterior escuchó una voz que respondió con una sola palabra: Soy Raúl

Aquélla fue para ambos necesitados seres una intensa y sentimental noche, en la que el reloj se prestó a regalarles la magia imposible de simular la detención de las manecillas. Los segundos y las horas resultaban demasiado limitadas para compartir todo aquello que un hombre y una mujer pueden recrear con la imaginación, la necesidad y el deseo.

Sepamos un poco más de esta sencilla y afectiva historia. A él aún le restan un par de años para alcanzar su jubilación laboral, como camarero de este importante hotel insular. Ella puso en venta su piso de Málaga, para trasladarse a un soleado y coqueto ático, en el Puerto de la Orotava. El destino, junto a la voluntad de dos seres, felizmente así lo ha decidido. Hoy siguen compartiendo, con la fuerza del corazón y la solidez en su confianza, una sugestiva aventura de amor. Construyen juntos, en la suerte de sus muchos años, el por qué de las horas y los días, enriqueciendo esa feliz convivencia, la tercera fase en la biografía de sus vidas.-


José L. Casado Toro (viernes, 21 de Abril 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga


lunes, 17 de abril de 2017

EL JARDÍN DE LOS JUEGOS. PARA ESOS NIÑOS DE SONRISAS AUSENTES.

En esa afortunada dialéctica contra la atonía, que a veces decidimos emprender, aparecen con fortuna ocasionales logros, todos ellos sustentados en el esfuerzo generoso y admirable de la voluntad. Cuando se trata de hacer el bien casi todos los caminos se justifican y retroalimentan, pues este positivo objetivo permite superar no escasas dificultades y problemas que toda empresa, normalmente, lleva aparejada. Pasemos de inmediato a convivir con una escenografía donde tiene lugar esta que muy reconfortante historia. 

A lo ancho y largo de todo el amplio poliedro urbano, que constituye la estructura evolucionada de una ciudad, se han ido generando, al paso de los días y las décadas, zonas y espacios muy contrastados desde una evidente realidad socioeconómica. Efectivamente, alrededor del antiguo centro histórico, y siempre de manera progresiva, han ido surgiendo numerosas barriadas, a modo de cinturones expansivos, núcleos de hábitats que cobijan a miles de familias de naturaleza heterogénea, si analizamos el perfil sociológico que las identifica. Expresado de una forma simple y coloquial, hay “barrios” donde predominan las familias de clase acomodada, otros en los que prevalecen los grupos de nivel medio y, finalmente, aquéllos en los que la mayoría de sus habitantes están vinculados a familias humildes e incluso con bolsas de profunda y preocupante marginación social. Esta estructura básica suele aparecen en unas y otras ciudades, aunque con diferencias numéricas entre sus porcentajes y niveles.

Efrén y Dafne forman un bien avenido matrimonio que acumula muchas décadas de fructífera convivencia. Este antiguo factor ferroviario (desempeñó en su vida laboral la noble función de revisor/cobrador en las líneas de cercanías) se halla muy próximo a cumplir la octava década de su calendario. Dafne, seis años más joven que él, sigue distinguiéndose por ser una fiel compañera y buena madre, de los dos únicos hijos que tuvo el matrimonio, los cuales hace años buscaron amparo en la difícil emigración por tierras germanas, lugar donde arraigaron y hoy residen con sus respectivas familias.

Especialmente desde el inicio de su jubilación, hace ya más de una década, Efrén ha dedicado parte de su amplio tiempo libre en ayudar a todos aquéllos que más necesitan de su voluntad y experiencia. Aunque no es una persona muy afín a las ceremonias eclesiásticas, siempre se ha mostrado dispuesto en colaborar con algunos proyectos generados desde la parroquia del barrio, donde está ubicada su vivienda, generalmente aquéllas actividades que más podían favorecer a las familias necesitadas.

Este veterano matrimonio reside en una muy modesta barriada obrera, en donde la población marginal está intensamente bien representada. El porcentaje de desempleo en la zona supera, de manera notoria, las cifras que marcan los niveles en otras zonas de la ciudad. Los niveles de continua inmigración, los problemas de delincuencia, el trasiego y menudeo en la venta de sustancias estupefacientes, junto a los brotes intermitentes de violencia, es algo con lo que esta familia ha tenido que pacientemente ir conviviendo. A pesar de todo lo cual, la apacible y bondadosa pareja nunca ha querido abandonar este conflictivo entorno y la vivienda unifamiliar que Efrén recibió de sus padres, hogar que continúan habitando desde los ya lejanos años de su vínculo matrimonial. 

Como ya se ha expresado, habitan en una casa unifamiliar de planta baja con cubierta de tejas antiguas a dos aguas que, por la voluntad de sus propietarios, hoy mantiene su antigua conformación, aunque se ve rodeada de algunas manzanas de edificios con cierta altura. En la parte delantera de su vivienda existe un amplio espacio terrizo, cerrado por una verja de hierro que descansa sobre un muro de construcción de unos 80 cms. desde el suelo. En ese espacio casi cuadrangular, que abarca unos 8 metros de largo por 7 metros de profundidad, hay un par de árboles que dan buena sombra para los días del verano, numerosas y cuidadas macetas y  básicos “muebles de jardín” que, a pesar de la verja y la cerradura de la puerta exterior, alguna vez han sido sustraídos por la desafortunada codicia de aquéllos “amantes” de lo ajeno. En uno de los laterales de ese patio - jardín luce una pequeña fuentecilla, a la que su ingenioso propietario ha dotado de un mecanismo para que siempre mane el agua, en un circuito cerrado de plástica e hídrica belleza natural.

Desde siempre, pero especialmente arraigada en estos últimos años (con el azote inmisericorde de la cruel crisis económica mundial) ha sido destacada en esta barriada la llegada de numerosas parejas jóvenes, personas con muy limitados niveles económicos y precaria cualificación profesional. Estas humildes familias son en su mayoría de origen inmigrante y con unos elevados niveles en sus índices de natalidad. Efrén observaba, reflexionaba y sufría la injusta realidad de esa amplia prole infantil que soportaba el infortunio socioeconómica en el que estaban sumidas sus respectivas familias. Niños que tenían que practicar sus juegos en unas calles no siempre adecuadas para su seguridad anímica y física, espacios urbanos un tanto postergados en la atención de las autoridades municipales, más preocupadas en las necesidades y problemas de los barrios y zonas precisamente más desarrolladas y urbanizadas.

Por todo ello, tras hablarlo con Dafne, estos dos solidarios vecinos deciden hacer algo bueno para todas esas familias de niños pequeños que abundaban por la vecindad. Pensaron en ese gran patio jardín, que tenían en la parte delantera de su vivienda. En realidad estaba un tanto desaprovechado. Descansaban en él especialmente durante los días de calor, a fin de disfrutar el frescor nocturno, el entretenimiento de algunas partidas de dominó con los amigos y poco más. El cuidado de las macetas y los dos naranjos también les ocupaban algunos ratos. Pero razonaban que esos más de cincuenta metros cuadrados podrían servir para algo más útil y generoso. Pensaron en esos niños pequeños y en sus jóvenes padres, con la carencia de jardines en la zona.

¿Por qué no convertir ese terreno de su propiedad, bien vallado y seguro, en un alegre parque infantil para uso y disfrute de sus jóvenes convecinos que tanto lo necesitaban?  

Lo primero que hizo Efrén, en aquella mañana de marzo tras el desayuno, fue dirigirse al taller de su buen amigo Ascanio, un veterano y habilidoso carpintero, a quien comentó sus propósitos para hacer realidad ese jardín de los juegos. Una idea o proyecto que tenía en mente fue encargarle a este artesano de la madera la construcción de dos columpios. Ambos amigos hablaron después con otro compañero de tertulias, Bernabé, que trabajaba en una herrería, propiedad de un familiar. Con estupenda voluntad y no excesivo desembolso, en una semana estaban ya los dos columpios instalados, en ambos extremos del patio/jardín. El animoso Ascanio, también entusiasmado con la idea de su amigo, supo convertir un viejo baúl de madera y unas cuantas sillas, con muchos años de uso, en un simpático “simulacro” o prototipo de tren infantil con un gran vagón. Unas latas de pintura ayudaron a hacerlo más vistoso y atrayente, adornándolo con dibujos de flores. La profesión que Efrén había desempeñado durante toda su vida laboral fue una gran motivación para ese juguete que, a buen seguro, haría las delicias de tantos niños y niñas. Tenían en proyecto también construir un pequeño tobogán, que a buen seguro haría las delicias de los niños deslizándose por su ondulada e inclinada carpa de metal.

El primer lunes de abril, el Jardín de los Juegos estaba listo para abrir. La vecina Julia cedió para el proyecto una gran banqueta que tenía en casa y el vecino Hernando una extensa alfombra de caucho (3 x 2,5 m) que guardaba arrollada en un trastero. Desde el fin de semana anterior un gran cartel anunciaba la apertura del modesto pero atrayente y necesario parque infantil.


JARDÍN DE LOS JUEGOS.  ENTRADA LIBRE, PARA NIÑOS Y NIÑAS, HASTA LOS 8 AÑOS DE EDAD. HORARIO DE 10 A 13 HORAS Y DE 16 A 19 HORAS (DE JUNIO A SEPTIEMBRE, HASTA LAS 21 HORAS). ABIERTO DE LUNES A SÁBADOS Y DOMINGOS MAÑANA. SE RUEGA QUE LOS NIÑOS VENGAN ACOMPAÑADOS POR ALGÚN FAMILIAR.

A pesar del ruego expreso en el cartel, la prudencia que caracterizaba a Dafne le hizo dialogar con varias convecinas. Todas ellas, de mutuo acuerdo, elaboraron un cuadro de vigilancias, que estaría a cargo de estas señoras con tiempo libre en diversos turnos rotatorios.
El ilusionado proyecto funcionó bastante bien desde los primeros días. Había horas en que la asistencia de niños era más intensa que otras pero, con la mejor voluntad, todos ponían algo de su parte para que el ambiente de juegos y alegría fuera lo más grato posible. Incluso en alguna oportunidad algunas madres tuvieron que volverse con sus hijos a casa, pues en el patio de Efrén y Dafne ya no había espacio material para acoger a todos los críos que así lo demandaban.

Un importante asunto también rondaba por las cabezas de los generosos propulsores del muy bien acogido jardín. Especialmente por las tardes, alguno niños venían con sus meriendas, mientras que otros se les quedaban mirando, con esa necesidad que los rostros infantiles muestran sin disimulos. Algo había que hacer, para esos pequeños a quienes sus padres no les habían podido entregar el modesto alimento restaurador. Dafne se llegó al súper del barrio y pidió hablar con la encargada. Ésta quedó en llamar a la central de la cadena para consultar la petición que había recibido. El “milagro” se seguía produciendo. Cada noche, Efrén se pasaba por el súper, tras la hora del cierre, pudiendo disponer de muchos alimentos con una fecha de consumo preferente inmediata. Por esta inteligente gestión, cada una de las tardes, a eso de las cinco, un número importante de niños tenían a su disposición ese yogurt, ese trozo de pan con chocolate, esa fruta o esos batidos, que hacían reponer fuerzas para seguir con los juegos y esas destrezas infantiles que la vitalidad de la edad naturalmente reclama.

Una semana y media más tarde desde su apertura, dos policías locales se personaron en la entrada del jardincito. Esta pareja de miembros de la seguridad municipal preguntaban por el propietario del patio familiar, convertido en salón - jardín para juegos. De inmediato fueron atendidos por Efrén, quien les dio las explicaciones oportunas acerca de la intencionalidad solidaria y gratuita que estaba llevando a efecto. Los policías fueron fue muy claros en su requerimiento:

“Alguien (no estamos autorizados a desvelar su nombre) ha interpuesto una denuncia, sobre la apertura de este espacio para juegos de los niños. Tras las comprobaciones pertinentes, podemos afirmar que Vd. carece de la autorización municipal necesaria para seguir llevando a cabo esta actividad. Desde este momento tiene que cerrar el jardín, aunque pertenezca a su propiedad, a la entrada de niños con sus padres. Y todo ello sin perjuicio de la responsabilidad o falta administrativa que haya podido incurrir, al no haber solicitado autorización para desarrollar esta  actividad en las oficinas municipales correspondientes”.

Fue un inesperado y duro jarro de agua fría lo que cayó sobre las ilusiones de Efrén y Dafne, así como sobre todos aquellos padres y sus niños pequeños que tuvieron que abandonar esta hermosa realidad que había creado la bondad de dos personas con una muy elevada edad. Pero la reacción popular, sintiéndose agraviada, fue inmediata y contundente. En la mañana siguiente, calles, muros y escaparates de algunos establecimientos, árboles y, de manera especial, la sede de la tenencia de alcaldía municipal en el barrio, aparecieron con pintadas, carteles y octavillas, que ponían de manifiesto la dejadez municipal para con los pequeños del barrio. Así mismo denunciaban la indignante actitud mantenida con el cierre del Jardín de los Juegos, un servicio particular a favor de la infancia y absolutamente gratuito. El propio concejal de la barriada hizo desplazarse a sus oficinas a Efrén, a fin de entablar un diálogo y apagar ese fuego que la rigidez administrativa estaba provocando. La actitud de ese impresentable concejal fue en sumo arrogante y displicente, para con una interlocutor que en todo momento dio pruebas de una profunda humildad y sencillez.

La prensa pronto tomó cartas en el asunto informando y denunciando, por medio de diversos artículos, la intransigencia mostrada por el equipo de gobierno municipal. Fue tal el calibre de la movilización popular, en las siguientes semanas, que el propio Presidente de la Corporación Municipal, el Sr. Alcalde, analizando la bajada en sus índices de popularidad, quien decidió dar un golpe de timón, emitiendo un decreto por el que se permitía la nueva apertura del Jardín de los Juegos. Lo hizo estableciendo una condición irrenunciable, que demostraba el cinismo que presidía muchas de sus decisiones. 

Cuando un lunes, dos meses después del cierre, abrió de nuevo sus puertas El JARDÍN DE LOS JUEGOS, una placa había sido colocada en el muro de la puerta de entrada, junto a la verja. En dicha placa se leía la siguiente frase:

SERVICIO AUTORIZADO MUNICIPAL DE ATENCIÓN A LA INFANCIA.
CONCEJALÍA DEL DISTRITO

Pero lo que realmente importaba era que muchos niños y también sus padres volvían a sonreír. Ese lunes, junto a otros muchos días del calendario, tuvieron para Efrén y Dafne el saludable sentimiento de la alegría y la felicidad.-

José L. Casado Toro (viernes, 14 de Abril 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga