Una de las
más útiles realidades cercanas a nuestra disposición, que en la actualidad
proporciona la “infinita” red informática de Internet, consiste en la
posibilidad de realizar las compras más insospechadas utilizando la
versatilidad on-line. Obviamente, el comercio por correspondencia tiene
muchos años de antigüedad. Recordemos como, a mediados del siglo XX, aquellos
incipientes grandes almacenes de Galerías Preciados y El Corte Inglés enviaban
por correo ordinario, a quienes así lo solicitaban, unos bien elaborados catálogos,
en los que se ofertaba lo más señero de todas sus mercancías. Los clientes
podían señalar, en un impreso adjunto, los artículos que les interesaban
comprar los cuales, a vuelta de correo, les eran enviados a su domicilio
situado a muchos kilómetros de distancia desde la centralidad madrileña. El
sistema aplicado para recibir la mercancía era también postal y se pagaba
mediante reembolso, una vez recibido en casa el artículo solicitado. El
comprador podía, en caso de disconformidad o error, devolver o cambiar la
prenda u objeto recibido, generalmente de manera gratuita o pagando una pequeña
cantidad por los gastos de transporte. Todo este trasiego era razonablemente
rápido, aunque lo normal es que tardara más de una semana la culminación del
proceso de compra por correspondencia.
En la
actualidad el comercio mediante el correo electrónico del ordenador
y las tabletas, o utilizando las sofisticadas y avanzadas prestaciones del
propio móvil telefónico, se puede realizar incluso en menos de veinticuatro
horas. Tanto la rapidez de llegada a su destino, en la petición del usuario,
como la agilidad en el envío, por parte del vendedor, puede suponer un tiempo
asombroso de sólo horas, gracias a las empresas de transporte urgente, que
garantizan un horario exacto de recepción y entrega para cualquier tipo de
mercancía. Incluso el cliente tiene el incentivo de poder adquirir estos
artículos a un precio notablemente inferior, al que tendría que pagar si se
desplazara físicamente a una tienda con la intención de proceder a su compra.
Es uno de esos signos que marcan la época que nos ha correspondido vivir, bajo
el signo de la celeridad y la propia versatilidad.
Rasio es un joven
licenciado, con un grado universitario en Derecho. A sus veintisiete años de
edad, ha decidido ponerse en manos de un afamado preparador para participar,
cuando la Administración así lo decida, en unas futuras oposiciones a notarías.
Como dicho preparador reside en una provincia limítrofe a la suya, ha de
desplazarse dos veces por semana a Granada, a fin de trabajar con el cualificado
especialista durante varias horas, en todos esos densos capítulos que integran
el temario de examen. Posee un
expediente académico en sumo brillante, tanto en calificaciones como en otros
méritos de cursos y másteres. La voluntad y tenacidad que aplica a las
oposiciones es firme y continua. A estos positivos factores ha de añadirse la
acomodada situación económica de que disfrutan sus padres (propietarios de una cadena regional de
locales donde se ofrecen comidas rápidas). Esta circunstancia económica le permite
vivir bajo la dependencia paterna y dedicar todo el tiempo posible para el estudio,
preparando esas muy exigentes y difíciles pruebas. Por cierto, el nombre de
Rasio procede de la abreviatura de aquella opción que eligieron sus padres en
el Registro Civil para el momento de su nacimiento: Eufrasio. Así se llamaba
también el abuelo paterno, que fue precisamente el empresario creador de esa rentable
cadena regional de establecimientos para la restauración.
La tensión que
acumula, día tras día, este voluntarioso opositor, va inevitablemente minando
su equilibrio anímico. Esas largas horas que ha de permanecer frente a los
apuntes, la bibliografía especializada, los ejercicios propuestos por Nicolás,
su preparador y, por supuesto, tanto tiempo delante de la pantalla de su
ordenador, le obliga a tomar algunos reconstituyentes vitamínicos y a vigilar
el descanso nocturno, pues ha comprobado que tiene alterado el reloj de las
horas del sueño. En ocasiones, las personas más allegadas han de soportar sus
continuos cambios de humor y algunas respuestas inadecuadas, producto de ese intenso
esfuerzo mental que las notarías, por su dificultad, llevan consigo. Paloma, su
pareja, ha de armarse de paciencia, tratando de templar los nervios de un novio
que se halla sometido a ese exigente estado emocional con el fin de labrar un
futuro prometedor para ambos.
Cierta
noche, tras una muy frugal cena (ha perdido las ganas de comer) Rasio volvió a
sentarse delante de la pantalla de su nuevo Mac. Se le ocurrió teclear en el
buscador Google una breve frase, esperando encontrar alguna respuesta adecuada
al estrés que soportaba, consciente de éste iba peligrosamente en aumento por momentos. La
verdad es que no se encontraba bien y ya había visitado a su médico de cabecera
en más de una ocasión. El facultativo, conociendo su peculiar situación
“opositora” le solía prescribir diversos tranquilizantes. Le aconsejaba, de
manera especial, que buscara parcelas de tranquilidad para su joven y,
ocasionalmente, acelerada vida. Lo que escribió en el recuadro del versátil y
fiel buscador fueron las siguientes palabras. SOLUCIONES TENSIÓN
NERVIOSA OPOSITOR. En apenas un par de segundos, tenía ante sí un
amplísimo listado de entradas a páginas que respondían de alguna forma al
interrogante por él planteado.
Comenzó a
repasar el exhaustivo listín ofertado, deteniéndose brevemente en aquéllas webs
que le parecieron más significativas para su ansiosa necesidad. En realidad, la
mayoría de los primeros entrantes que leyó eran estudios y entrevistas a
diversos y cualificados especialistas en la autoayuda. Éstos ofrecían, con generosa
exposición, consejos y sugerencias para ayudar a planificar y distribuir bien
el tiempo de estudio, además de otras habilidades que facilitasen un poco de
“oxígeno” a esa constante y agotadora fase en la que nos sentimos inmersos
cuando aspiramos a competir por una plaza laboral o esa específica promoción o
titulación en nuestro currículum y vida laboral. Dedicó un buen rato a esta
curiosa búsqueda, sin reparar en el tiempo aplicado para ello. Ese mismo día,
producto sin duda de los nervios y el acumulado cansancio, había discutido
agriamente con su madre por una nimiedad, Paloma le había llegado a cortar la
llamada ante su quisquillosa actitud y apenas había probado bocado en la cena
por una inapetencia que en realidad era inusual en él. Todo ello le aconsejaba
poner remedio a una situación que amenazaba con enquistarse, pues las temidas y
anheladas oposiciones incluso aún no habían sido convocadas.
Seguía la
lectura de una manera rápida, cuando reparó en una página web cuya titulación
le motivó de inmediato. EN SOLO UN FIN DE SEMANA, RESOLVEMOS SUS
PROBLEMAS DE ESTRÉS. La breve programación temporal, dirigida a personas que
por las características de su trabajo, la preparación de oposiciones u otras
circunstancias vitales sufrieran el trauma del estrés, duraba apenas tres días.
Se iniciaba a lo largo de la mañana del viernes y finalizaba después del
almuerzo, ya en la jornada dominical. Estos encuentros o cursillos tenían lugar
en diversos puntos de la geografía peninsular e insular, curiosamente todos ellos
ubicados en zonas costeras. La dirección técnica estaba a cargo de
especialistas titulados en psicología y habilidades sociales y el coste del
programa, con dos noches de hotel en régimen de pensión completa, la intensa programación
de actividades, la entrega de material y diploma acreditativo, alcanzaba un
precio “especial” de 675 euros. Se añadían diversas valoraciones aportadas por supuestas
personas que habían participado en otras jornadas, todas ellas resaltando la
magnífica eficacia en los resultados alcanzados con respecto a sus “dolencias
anímicas” y alteraciones negativas en el carácter.
Tras
pensarlo unos minutos, decidió aquella misma noche enviar su
inscripción que, de forma automática, fue admitida una vez que el
sistema bancario hizo la transferencia de los 675 €. Eligió uno de los cursillos
que iba a tener lugar en un hotel de Punta Umbría, un par de semanas después.
Llegó al
fin ese viernes, algo ventoso, de Abril. A ese afamado punto turístico de la
costa onubense, ubicado en la localidad de Punta Umbría, Rasio se
trasladó utilizando su Citroën C3 de segunda mano, que recientemente le había
comprado su padre. Llegó al hotel sobre las 10:30 horas y, tras realizar su inscripción
en recepción, supo que tendría una primera reunión informativa en el Salón
“Doñana”, exactamente a las 12. Le facilitaron una habitación doble, pero de
uso individual. Tras deshacer su maleta y salir unos minutos a la terracita de
su habitación, que miraba las inquietas en ese momento aguas atlánticas. Las
olas rompían su ondulación en la orilla de una extensa playa de fina arena,
próxima a las zonas repletas de dunas. La visión era de una gran belleza
plástica. Bajó sobre las 11:45 al aludido salón congresual. Ya se encontraban
allí bastantes participantes, la mayoría hombres que, en el momento del inicio,
sumarian un total de veinticinco personas. Fue saludado, al igual que sus demás
compañeros, por la Srta. Estrella y Mr. Brand, un
orondo ciudadano británico, director de las jornadas, que “chapurreaba” con
cierta dificultad el castellano.
Cinco
minutos después del mediodía, todos los participantes tomaron asiento.
Recibieron un pequeño dossier con unas encuestas a rellenar y un resumen del
calendario de actividades a desarrollar hasta el domingo. La mesa presidencia
estaba integrada por los dos personajes aludidos, a los que acompañaban dos
jóvenes que se identificaron como diplomados en psicología. Los cuatro miembros
de la mesa pronunciaron unas amables palabras al auditorio, desglosando y
aclarando el resumen de actividades a desarrollar en la tarde del viernes y del
sábado. El domingo por la mañana habría una actividad sorpresa, hasta la hora
del almuerzo final. Después de la restauración, todos los inscritos recibirían
un diploma acreditativo, pequeña ceremonia
con la que culminaría este pequeño cursillo, organizado para superar los
muy incómodos e inquietantes para la salud estados de estrés.
Aquella
tarde, a partir de las 16:30, fue planteada una primera actividad a desarrollar
en unas mesas que habían sido colocadas al efecto en el amplio salón donde tuvo
lugar la matinal reunión de presentación. El ejercicio consistía en una lúdica sesión de
recortables y papiroflexia. Durante hora y media, todos los “nerviosos”
asistentes estuvieron, tijeras en manos, recortando, doblando y haciendo
figuritas, sugeridas o creativas, sobre cartulina, cartón y papel de diversa
naturaleza, incluso con periódicos usados. La segunda actividad, después de la
cena, consistió en llevar a cabo un desenfadado protagonismo de canto en
karaoke, que facilitara la desinhibición y el reequilibrio energético. Aquella
noche, ya en la cama, Rasio se preguntaba, una y otra vez, qué estaba haciendo
allí, inmerso en tan peculiar montaje.
La mañana
del sábado estuvo dedicada a la aventura de una tranquila navegación, a través
de la ría de Punta Umbría, con salida abierta a las aguas atlánticas. Todos y
cada uno de los participantes se ejercitaron en maniobrar conduciendo el timón
de la embarcación, asesorados por expertos marinos curtidos en el arte de
navegar. De una u otra forma y con diversa suerte, tuvieron que prepararse su
propia almuerzo, con los materiales que estaban dispuestos en la cocina de la
embarcación. Por la tarde, ya en el complejo hotelero, ejercitaron el tiro de
flechas con arco sobre una gran diana pautada o sobre diversos blancos
construidos con formas de figuras y personajes famosos. Después de la cena,
nueva sesión de canto en karaoke, en la
que todos se mostraron más desinhibidos y participativos.
Para la
última jornada, en la mañana dominical, la actividad sorpresa consistió en
ponerse unos trajes de baño (que les fueron facilitados al efecto) para
dirigirse a la extensa y bella playa próxima al hotel, rodeada de montículos de
dunas y vegetación. Una vez allí, cada participante tenía que construir
un castillo de arena, aplicando en el esfuerzo su imaginación, voluntad y
destreza. Un pequeño jurado, presidido por Mr Brand ¡había que verlo,
ostentando aquel bañador estampado de flores malvas y orquídeas, que intentaba
difícilmente cerrar su extensísimo círculo ventral! junto a los dos psicólogos,
concedería tres premios, a las mejores “edificaciones” de arena. El espectáculo
de veinticinco personas adultas, con sus palitas y cubitos sobre la áurea arena
de la zona resultaba sentimental e infantilmente entrañable. Los premios consistirían
en botellas de Rioja y tabletas de chocolate. Rasio, sumido en una creciente
desconfianza ante todo el montaje que estaba viviendo, no se esforzó en demasía
para las tareas arquitectónicas sobre la
arena. Para colmo, el viento había comenzado a soplar con fuerza y provocaba un
ambiente bastante desapacible. La mayor ilusión que albergaba es que, al fin,
el “cursillo anti estrés” finalizara.
Pasadas ya
las cinco horas, en una tarde de Abril que había recuperado ese sol muy
agradable de Primavera, Rasio conducía con presteza su Citröen camino de
vuelta a casa. Tras las últimas palabras de “sabios” consejos y con su
diploma acreditativo en la mochila, pensaba en la peculiar experiencia de este
fin de semana que, a todas luces, había sido originalmente diferente para su
joven vida. Reflexionaba acerca de las ofertas e incentivos de las compras
on line, que a todos nos llegan y que, por su hábil estructura y marketing
repetitivo, de una u otra forma acaban convenciéndonos para su adquisición. Él
había buscado un camino a fin de mejorar sus respuestas y sensaciones, en
un situación extraordinaria de esfuerzo que
para labrar su futuro valientemente decidió emprender. Había comprado un fin de
semana especial, en un paraje encantador de la costa onubense, en el que había
vuelto a protagonizar actividades ya muy alejadas en el tiempo de su infancia,
Desde “jugar” con los recortables, hasta “construir” pacientes castillos en la
arena. Todo ello por el “módico” precio de casi setecientos euros. Aún no
conocía la relevancia que tan “novedosas” experiencias habrían de tener para su
reequilibrio anímico. El tiempo revelaría tal respuesta.
A la hora
de calificar la experiencia dudaba entre dos opciones, en realidad
complementarias: podía interpretarse como uno de esos “montajes” en los que
caemos como parvulitos a lo largo del día y una alocada “travesura” juvenil,
con ese ropaje infantil no abandonado, que la disponibilidad económica de su
familia le había permitido comprar. La mejor enseñanza,
conseguida en este fin de semana primaveral, era que tenía que ser mucho más reflexivo
para esos impulsos de compra en Internet que, como señuelos milagrosos, llaman
con insistencia ante las carencias de nuestra necesidad. Cuando el lunes
reiniciara su aventura con los apuntes y los libros, aplicaría esa lección de
sensatez, imaginación y prudencia que, en este lúdico fin de semana, había aprendido.
Allí en Huelva, a más de doscientos kilómetros de sus raíces familiares, en las
páginas de esa bibliografía no escrita que la vida nos concede para su
inteligente aplicación.-
José L. Casado Toro (viernes, 28 de Abril 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria.
Málaga