Tras el sentimental, y al tiempo lúdicamente
festivo, triple ciclo navideño, repartido en cada anualidad a lo largo de dos intensas
semanas, desde el 24 de diciembre al 6 de enero, la generalidad de las personas
apetecemos la llegada de una cierta tranquilidad y sosiego para la intimidad de
nuestras vidas. La transición a un nuevo año hace posible, de manera afortunada,
que recuperemos viejos proyectos, con la alegre aventura de algunos cambios, a
través de los cuales pensamos mantener lo positivo pero, también de manera
especial, mejorar o modificar algo de todo aquello que reflexivamente no nos agrada
en lo que va siendo nuestro protagonismo o andadura vital.
Todo ese prolongado y luminoso ciclo festivo
navideño parece ser que culmina con la mágica Noche de Reyes y el gran DÍA DE LOS JUGUETES, en la mañana siguiente. Esta
tercera celebración supone la ruidosa y entretenida alegría para millones de niños,
pero también de todos esos “mayores” que aún mantienen el alma infantil en la
inmensidad de su corazón. Sin embargo, cuando todos nos prometemos la llegada de
la ansiada y necesaria tranquilidad ¡aparece el 7 de enero! con su
mercantilizada e incontenible potencia consumista en otra nueva y estresante “FIESTA DE LAS REBAJAS”.
Ciertamente, un elevado numero de comercios han ido
ya ofertando, desde muchos días antes de esta emblemática fecha y en sus bien
preparados escaparates y expositores, decenas de productos con sus precios atractivamente
rebajados en porcentajes que alcanzan, en no pocos casos, hasta el 70 % del valor
inicial marcado en las etiquetas. Pero esa “divertida” fecha, con la que
culmina la primera semana del nuevo año, es considerada sociológicamente como
la apertura para la gran oleada de clientes que se desplazan, en fervorosas
grandes “manadas” y desde horas tempranas de la mañana, a los nuevos templos
del consumismo, a fin de rendir culto a la materialidad de nuestras necesidades
o caprichos, por supuesto “al mejor precio” para su compra.
Aunque cada año solemos prometer no volver a reincidir
en la alocada y repetitiva tentación, en ese GRAN DÍA
DE LA REBAJAS solemos encaminarnos de nuevo, apenas con la sonrisa
somnolienta del alba, a las tiendas y centros comerciales, a fin de encontrar
esa prenda, esa ganga, que tenemos en mente o aquella otra que también resulte
atractiva en su coste para el poder adquisitivo o disponibilidad de nuestra
economía.
En mi caso, he de confesarlo, buscaba una determinada
y deportiva cazadora de piel, con alegre y
juvenil estilo vaquero, de gran calidad en su material y confección, perteneciente
a una muy prestigiosa marca textil en el mercado de la ropa. Para mi
satisfacción, allí estaba, allí se encontraba, ahora expuesta junto a otras
cromáticas prendas, con su precio rebajado en un 40 % según marcaba la
correspondiente etiqueta.
Tras elegir la talla más adecuada para mi
contextura corporal (pasando por esos cubículos misteriosos y siniestros,
denominados probadores) tuve que aguardar una muy larga cola de clientes ante
la caja del pago, prolongada y sinuosa fila que recorría el gran espacio útil
del establecimiento. La densidad de personas de todas las edades (aun predominando
la clientela joven) a esa hora de las 11 de la mañana, era harto elevada. Todos
(también era mi caso) permanecíamos con nuestras prendas en las manos, intercambiando
comentarios acerca del día y la lentitud que ofrecía la gestión del cobro, a
pesar de que había hasta cuatro personas atendiendo en caja.
La muy apreciada bolsa con la cazadora se vio
acompañada, en el transcurso de la media jornada, por otras grandes bolsas que
contenían la “chucherías” propias para el capricho de un travieso día de
rebajas. Alrededor de las dos y pico de la tarde ya me encontraba en casa. Dejé
el “valioso cargamento” sobre la colcha del dormitorio pues quería probarme una
vez más, con el infantil espíritu de estos casos, la encariñada chaqueta o
cazadora deportiva en piel.
En esa grata tarea me encontraba cuando reparé,
para mi sorpresa, en algo que se encontraba dentro de uno de sus bolsillos
interiores, el cual cerraba con una útil cremallera. Se trataba de un pequeño sobre cerrado, cuyo papel era de una
tonalidad rosa pálido. En el frontal del coqueto envoltorio no había
destinatario expreso. Sólo una enigmática frase,
escrita caligráficamente por una mano que debía ser femenina, característica en
la que suelo acertar dada mi larga experiencia corrigiendo ejercicios y
libretas de alumnos. Esta primera suposición se vio pronto confirmada porque en
el remite, escrito sobre el reverso del sobre, sólo aparecía una palabra: SHEILA.
El texto de la citada frase frontal decía: “Abre este sobre, cuando te encuentres ya en Málaga, tu
ciudad, en ese romántico lugar donde nos conocimos”.
De inmediato asaltaron mi mente una serie variada de
cuestiones. ¿A quién iba dirigida la misiva? ¿Quién
era la tal Sheila? ¿Qué hacía dicho sobre, en el bolsillo interior derecho de
la cazadora? ¿Debía abrirlo o no, a fin de poder conocer algo más acerca de la
autoría o el destinatario del posible mensaje que contendría? ¿Sería lo más
acertado arrojar el sobre a la papelera, olvidándome de este inesperado y
cinematográfico episodio?
Durante parte de la tarde, estuve dándole vueltas
al “misterioso” asunto que me había sobrevenido con la compra de la mañana. Al
fin, ya en la llegada de la noche, me dirigí de nuevo al establecimiento de
ropa a fin de consultar, con algún encargado, lo que sería más procedente hacer
con el curioso envío epistolar. Pregunté por la persona responsable y pronto
tuve ante mí a la Srta. Natalia, en aquel
momento la jefa de sección. Escuchó con atención mis explicaciones y pronto
arrojó un poco de luz en el mar de dudas en que me hallaba sumido.
“No ha de preocuparse, porque estas
cosas suelen ser frecuentes en los establecimientos donde se permite devolver y
cambiar la ropa, sin el mayor problema. Puedo pensar que un cliente compró esta
prenda y, tras probársela más tranquilamente en casa, quiso cambiarla por otra
talla u otro artículo de la tienda. O simplemente devolverla y recuperar el
dinero que le había supuesto su compra. Tal vez, en todo ese trasiego, guardó
el sobre que Vd. encontró y tiene en su mano, no recordando después el lugar donde
lo había puesto. La verdad es que sería complicado localizar a esta persona en
caso de que pagase en efectivo, como
ahora vamos a comprobar”.
Efectivamente, la forma de pago había sido realizada
en efectivo. Esa cazadora había sido devuelta o cambiada una semana antes de la
conversación que mantenía en este momento con la encargada de la sección. No
era fácil conocer, dado el trasiego diario de tantas mercancías, si el cliente
en cuestión había elegido otra talla o había comprado un nuevo artículo con la
devolución de su importe. Lo único cierto es que tenía en mi poder un enigmático
sobre, que no había sido abierto a pesar del breve texto escrito en el anverso
y ese único nombre de mujer en su reverso o remite, la autora del previsible mensaje
interior.
Aquella noche, ya en casa, le seguí dando vueltas a
esta curiosa historia de la carta. Tenía ante mi conciencia dos opciones: olvidarme del asunto, destruyendo sin
más el sobre de color rosado o abrirlo, como así me había sugerido la Srta. del
centro comercial. Con este “impertinente” gesto podría obtener algún dato en su
interior, el cual podría ayudarme a localizar su expreso destinatario. Rasgué
al fin el papel y extraje una cuartilla, también con la misma tonalidad del
envoltorio. La caligrafía del muy largo escrito era, obviamente, la misma que
mostraban las palabras que aparecían anotadas en el exterior del sobre. Literalmente,
el texto decía así:
“Mi querido y bien amado Abel. Estarás ahora leyendo esta extensa carta, en ese
precioso lugar junto al mar donde tuvimos la suerte de conocernos. Desde aquel
afortunado día, hemos mantenido una proximidad que, al paso del tiempo, se ha
ido consolidando y haciéndose más íntima y cariñosa. La atracción que ambos nos
profesamos nos hace vivir los días y las horas con la mayor ilusión y esperanza.
Pero, como bien conoces, tu situación con respecto a nuestra necesidad es
diferente a la mía. Yo no tengo ya esas ataduras que a ti te vinculan (incluso
con tus hijos) y que dificultan nuestra deseada y definitiva unión. Comprendo
que tu posición es muy complicada, con esa vacía relación matrimonial que, según
me has confesado y demostrado, te hace profundamente infeliz.
Llevamos manteniendo esta secreta
situación durante un prolongado período, que ya va para los siete meses. Sé el
esfuerzo que te ha supuesto inventar una justificación que te permitiera, en
estos días, venir a conocer la ciudad donde nací y resido. Ya ves, una
tranquila, saludable y castellana tierra conquense, donde los amaneceres y
atardeceres parecen ser muy diferentes del cosmopolita ambiente (lo he podido
muy bien comprobar y disfrutar) del que gozáis los malagueños.
He pasado (creo que también es tu
caso) un largo e intensamente feliz fin de semana, junto a la persona que amo
con toda mi alma. Pero, como ya te he expresado, en la intimidad de nuestras
conversaciones, tenemos que resolver con valentía y decisión esta ambigua y
dual situación que mantenemos, muy especialmente en tu caso.
Aun con la dificultad en que te
mueves, de la que siempre he sido consciente, debes, a estas alturas de nuestra
relación, dar un valiente y responsable paso. En un sentido o en el otro. Dejar
pasar el tiempo sin más, como a veces me has sugerido, no creo sinceramente que
conduzca a un lugar afortunado, tanto para tu persona como para mi vida.
Con serenidad y esperanza, te emplazo
para un nuevo reencuentro. Dentro de dos semanas, tengo que viajar a Madrid,
para gestionar un importante asunto de la galería de arte. Estaré allí, desde
el viernes 27 al domingo 29. Hacer un desplazamiento a la capital te supone
apenas dos horas y media de viaje, en el AVE. La dirección de mi hotel VIncci
donde me alojaré, junto a la céntrica Plaza de Callao en la Gran Vía, no te
ofrecerá problema alguno de localización. Si acudes a esta cita y vienes con
una decisión efectiva, para nuestra futura vida en común, caminaremos juntos
hacia ese feliz destino que nos aguarda. En caso contrario, yo deberé seguir
(por supuesto, con no escaso dolor) por otra ruta en la vida. Entiéndelo. Con
amor, Sheila”.
PD. Durante estos días, hasta ese fin
de semana del 29, voy a guardar silencio en nuestros contactos. Quiero respetar
tu reflexión y libertad, evitando condicionarte en tu proceder”.
Abel, Sheila, Málaga, Cuenca… y un amor, entre
ellos, ansiado, difícil y complicado. Un hombre,
por los avatares del destino, permanecía sin conocer los planteamientos de esa compañera afectiva que, también, el azar había
querido concederle. Y, además, Sheila iba a permanecer en silencio, hasta esa
posible cita o encuentro definitivo. Me preguntaba el porqué Abel, quienquiera
que fuese, no abrió el sobre, a fin de conocer los planteamientos de su amada.
Tal vez esperaba para hacerlo acudir a ese lugar donde la conoció, posiblemente
en una bella tarde de primavera. La única certidumbre era que había sido yo
quien conocía el firme posicionamiento de Sheila.
Estos hechos ocurrieron hace ya más de un año. El enigmático
sobre, con el afectivo escrito debe estar por ahí perdido (es su inevitable suerte)
en alguna de mis carpetas o archivadores. O, tal vez, entre las páginas de ese
libro que, en aquellos día, me acompañaba para la lectura. Hoy he querido
reconstruir de nuevo su contenido, desde mi memoria. Y ¿por qué ahora, llega esta
narración? Ayer noche tecleé, en el
principal buscador de Internet, seis palabras: Sheila, Abel, galería de arte, Cuenca.
Con pleno éxito, pues incluso he podido visionar una foto en la que aparecen
los que, muy probablemente, son los dos protagonistas de una romántica historia
de amor. La voluntad personal pudo más, en esta ocasión, que la incierta tómbola
que nos depara aleatoriamente el azar. -
José L. Casado Toro (viernes, 13 de Enero 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria.
Málaga
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