En principio quiso pensar que sería una nueva y
repetitiva oferta comercial. Cada noche después de la cena, cuando repasaba el
buzón de los correos cómodamente sentado delante del ordenador, solía borrar
decenas de estos envíos on line, pues deseaba evitar que se le acumulase tanta
propaganda inútil en los archivos de su servidor. Pero ese concreto e-mail le
llamó, desde un principio, la atención. No sólo por el hecho de que viniera
expresamente dedicado a su persona, con nombre y apellidos completos, sino por
el contenido de las palabras anotadas en el “Asunto”. El breve texto
introductorio decía así:
Para sus actuales dificultades
económicas, este correo puede ayudarle de manera muy eficaz.
¿Cómo era posible que el remitente, un tal Mr. Michael, conociese la mala racha que estaba
atravesando?
Oliver nunca se había esforzado en los estudios, durante su etapa escolar. Ya
en la edad laboral, el último de los trabajos que pudo ejercer fue como
reponedor en un supermercado. Tras llevar en ese establecimiento más de un año,
el empresario vendió la propiedad a una cadena que estaba reestructurando el
personal de las filiales abiertas al público. Él fue uno de los despedidos, por
lo que ahora, con veintiséis años de edad, casado y con una niña pequeña,
acumula ya dos meses de desempleo. Su compañera Jasmine,
con titulación de esteticista, realiza trabajos esporádicos en un centro de
belleza, pero sin la continuidad necesaria para las necesidades económicas del
joven matrimonio. La carga más importante, entre otras, a la que han de hacer
frente consiste en el pago mensual de los recibos del apartamento donde viven,
propiedad que tienen hipotecada.
Leyó con suma atención el contenido de ese extraño
e-mail. Se le solicitaba el envío de unos datos personales que, una vez
considerados, podría derivar en la citación para una entrevista, a partir de la
cual podría ser seleccionado para desempeñar un puesto de trabajo bien
retribuido en función de su capacidad y disponibilidad. Entre los datos que en
principio se le requerían estaban los de su número de móvil, entidad bancaria
con la que usualmente trabajaba y un número de cuenta donde, supuestamente se
le ingresarían las futuras retribuciones, en caso de que a ello hubiese lugar.
Como su situación material era en sumo delicada (el asunto de la hipoteca le
quitaba el sosiego, noche y día) se sintió animado a responder a esa extraña
oferta que inesperadamente le había llegado, disponiéndose a esperar los acontecimientos.
Transcurrieron unos cuantos días, sin que llegase
la anhelada respuesta. Pensó que, tal vez, todo sería un ardid publicitario con
vistas a presentar y vender algún determinado producto. O podría tratarse de
otro asunto inconcreto que, en principio, no “olía” demasiado bien. Sin embargo
otra noche de enero (Mr. Michael “jugaba” con la atractiva nocturnidad) de
nuevo visitaba su escritorio informático ese extraño personaje, convocándole a
una entrevista el miércoles siguiente. La cita
tendría lugar en el malacitano Parador Nacional de
Gibralfaro, a las seis en punto de la tarde.
Oliver evitó comentar el asunto con su mujer. Las
muchas frustraciones, que iba acumulando en sus intentos para encontrar un
puesto de trabajo, habían provocado en su cónyuge una situación de escepticismo
hacia su persona, a lo que se unía una progresiva tensión nerviosa por la
angustiosa situación que provocaba la llegada de los requerimientos bancarios
de la temida e ineludible obligación hipotecaria.
Después del almuerzo Jasmine salió de casa con
cierta prisa pues, según le comentó, tenía un par de horas de trabajo, a partir
de las cuatro de la tarde en el salón de belleza. Entonces Oliver aprovechó la
oportunidad para elegir un atuendo “presentable” para su entrevista de las
seis. Se vistió con el traje azul oscuro de las celebraciones, viéndose al
espejo un tanto extraño ya que, por su juventud y forma de ser, solía ponerse
de una manera bastante informal (vaqueros, zapatillas de deporte, con el jersey
y una ajada chamarra que acumulaba años de uso). A poco más de las cinco, salió
hacia la parada del bus que le dejaría
en el centro, donde tomaría el nº 35 a fin de subir a
la colina de Gibralfaro, perfecta atalaya que regala la mejor visión
global de la ciudad, junto al puerto. Allá, en todo lo alto de la estribación
Penibética, se inauguró en 1948 este magnifico Parador Nacional para el turismo,
muy próximo al monumental e islámico Castillo del siglo XIV.
En la regulación de un semáforo, el autobús en el
que viajaba se detuvo. A través de la ventanilla, observaba los vehículos que
circulaban en dirección opuesta. Para su extrañeza, en uno de esos coches, que
reanudaban su marcha, creyó ver a su mujer. Iba
sentada junto a la conductora de un vehículo de color blanco, otra mujer
también joven de cabello rubio. No se explicaba por qué estaba Jasmine viajando
en ese coche pues, según ella le había comentado durante el almuerzo, a esa
hora tendría que estar atendiendo a unas clientas que iban a acudir al salón de
belleza. Pensó que después ella le aclararía esta situación, posiblemente por
algún hecho imprevisto. En aquel momento, necesitaba concentrarse en la
entrevista que iba a mantener, pocos minutos después.
Ya en el Parador, habló con la recepcionista para
preguntarle por el Sr. Michael, con el que tenía que hablar. Tuvo que esperar
más de veinte minutos, en el salón del bar, hasta que se presentara su
interlocutor. Pidió al camarero un café y a eso de las seis y media apareció
una señorita, que se dirigió expresamente a su mesa. Reconoció de inmediato a
esa mujer que, vistiendo con elegancia y portando un grueso dossier bajo el
brazo, se presentó como Evelyn. Era, sin duda,
la misma mujer que un rato antes conducía el vehículo en el que también viajaba
su mujer. Se preguntaba, razonablemente intrigado ¿qué
es lo que estaba ocurriendo en torno a este asunto de la entrevista?
Su interlocutora justificó la ausencia de Mr.
Michael, por imprevistos de última hora. Estuvieron hablando en torno a los veintitantos
minutos. Básicamente la Srta. Evelyn, con una amplia batería de preguntas,
pretendía tener un conocimiento lo más amplio posible acerca de sus intenciones
y características personales, antes de entrar de lleno en los detalles del
posible trabajo que le podría encomendar. Anotaba en las páginas de su dossier
datos y más datos que, con suma habilidad, iba obteniendo de las respuestas que
él le iba ofreciendo. Mantenía bastante bien la calma aunque, a medida que el
tiempo transcurría, deseaba vivamente que se le aclarara la naturaleza de la
actividad que estaba detrás de la oferta laboral. Le seguía inquietando la extraña relación de Jasmine con Evelyn. Pero no
tenía la menor duda: ambas viajaban en aquel coche blanco, que se había cruzado
con su bus, más o menos hacía una hora.
Al fin, Evelyn desveló el trasfondo laboral que les
iba a vincular.
“Sr. Oliver. Tenemos que estudiar más
detenidamente su perfil. Pero, en principio, es Vd uno de los seleccionados
para colaborar con nuestro equipo inversor. Conocemos bien sus dificultades
económicas, que puede ir mejorando e incluso superando, si trabaja eficazmente
con las actividades que le vamos a proponer. Se trata básicamente de
facilitarle unas importantes cantidades monetarias, con las que irá comprando
unas propiedades y objetos suntuarios de alto standing que, en principio
estarán puestos a su nombre. Previa y privadamente, Vd. en un documento
contractual nos irá cediendo la titularidad de las mismas, en un proceso de
gestión y compra que nosotros le iremos técnicamente programando. Tendrá una
cuenta bancaria vinculada con otra persona, que estará muy controlada desde un
organismo central. La tarjeta bancaria que se le facilitará sólo podrá
utilizarla para los fines explícitos que se le encomienden.
Huelga indicarle que las personas que
colaboren con nuestro equipo van a estar estrictamente controladas por un
servicio especializado al efecto. Son sumamente importantes las sumas
económicas que vamos a manejar. No podemos tolerar, ni vamos a permitir, fallo
alguno en los colaboradores que activen nuestras operaciones inversoras. En
cuanto a la retribución que puede recibir, estará en función de las actividades
que realice y, por supuesto, del valor monetario que conlleven las mismas. No
le voy a ocultar que todo este contexto, de trasiego de capitales, encierra un
evidente, pero muy estudiado, riesgo. Como compensación, puede ganar mucho
dinero y resolver su difícil y precaria situación material actual”.
La información que había recibido era bastante
compleja. Le preocupaba la situación y el embrollo en el que se podía estar
introduciendo. Al mismo tiempo sopesaba los graves problemas financieros que le
afectaban, con esa ineludible hipoteca blandiendo como una espada de Damocles
sobre la seguridad familiar. Era conveniente esperar, con prudencia, a fin de
conocer cómo se desarrollaban los acontecimientos. Quedaron para reunirse la
próxima semana, en el mismo lugar donde había transcurrido la cita de esta
tarde. Para ese encuentro, ya estaría preparada toda la documentación
necesaria, que le permitiría poder actuar con propiedad ante las empresas y
entidades financieras. Se despidió cordialmente de Evelyn, quien se ofreció a
bajarle en su vehículo desde el Parador y llevarle hasta el lugar donde él le
indicara. Declinó amablemente el ofrecimiento, comentándole que prefería dar un
largo paseo, bajando a pie por el camino que le iba a conducir hasta los
jardines del Parque. Necesitaba que le diera un poco brisa fresca en la cara,
mientras meditaba en toda esa inquietante experiencia en la que se veía
inmerso.
Mientras descendía por ese camino en zigzag,
rodeado de pinos y otros muchos aromáticos arbustos mediterráneos, no reparó en que sus pasos eran hábilmente vigilados.
Al llegar a los jardines del lateral norte del Parque, dos jóvenes se le
acercaron. Iban vestidos informalmente con ropa deportiva. Se identificaron
como miembros de la policía, en la brigada de delitos monetarios. Le indicaron
que tenía que acompañarles, subiendo los tres a un coche patrulla de la Policía
Nacional, estacionado a pocos metros. Allí fue conducido a una sala, donde
aguardaban tres personas más, sentados en sillas separadas. Un hombre, de
mediana edad, y dos mujeres. Una de estas mujeres era precisamente Jasmine
quien, al verlo, se echó las manos a la cara. El policía que estaba con ellos,
indicó a Oliver que no intercambiara palabra alguna con sus compañeros. Tenían
que esperar la llegada del subinspector Comas.
Unos quince minutos más tarde se presentó éste
funcionario de policía quien, después de observarles en silencio, comenzó a
explicarles la situación en que se encontraban. Traía en su mano una serie de
expedientes.
“Han sido Vds. tentados, a través de
Internet, a fin de colaborar con una organización criminal de blanqueo de
capitales, procedentes en su mayoría del turbio mundo dedicado a la venta de
drogas. Se les ha investigado convenientemente y no tienen el perfil o
antecedentes de actividades delictivas, aunque todos Vds. están vinculados por una
grave situación puntual de dificultades financieras. Hoy han mantenido sendas
entrevistas individuales con una persona que les ha explicado someramente la
posibilidad de colaborar con la organización, llevando a cabo una serie de
prácticas ilegales, compras y otras inversiones, a partir de las cuales
recibirían unas pequeñas cantidades que irían oxigenando sus puntuales carencias
económicas.
Nos encontramos en un punto
intermedio y clave para la asunción de responsabilidad penal, en vuestro caso.
Necesitamos su inteligente colaboración, para acceder a los puntos clave en el
desmantelamiento y detención de los principales responsables de la trama
criminal. Si acceden a prestarnos su ayuda siguiendo nuestras indicaciones, por
supuesto con toda la protección necesaria para sus personas, se verán libres de
toda imputación por su implicación en este turbio asunto. En caso contrario,
tendré que proceder a continuar con sus expedientes, que serían presentados en
su momento ante la autoridad judicial. Tendrán que tomar una decisión en este
preciso instante. Les aconsejo que reflexionen y actúen con libertad, pero
también con responsabilidad”.
Oliver y Jasmine abandonaron juntos la jefatura de
policía. Antes de llegar a su domicilio tenían que recoger a su pequeña Lalia,
que esa mañana habían dejado en casa de sus abuelos paternos. Caminaron
lentamente por la gran avenida, ambos en silencio y profundamente abochornados
del trago que habían tenido que pasar ante los policías. Al fin, uno de los dos
quiso expresar lo que sentía en aquellos muy duros momentos.
“Uno por el otro deseamos ayudarnos y
mantuvimos en secreto este asunto del extraño e-mail. Yo también lo recibí, en
mi correo. Me convocaron a las cinco en punto, por eso te dije que tenía que ir
al salón de belleza para realizar un servicio. Después, la chica rubia, Evelyn,
me bajó en su coche hasta el Parque, en donde yo tomaría el autobús. Pero antes
de hacerlo, un policía me indicó, amablemente, que tenía que acompañarle a la
Comisaría central ¡Menudo miedo pasé! Ahora tenemos que colaborar con los
agentes, si queremos vernos libres de todo este embrollo. Mi padre conoce a un
abogado amigo, al que debemos consultar”.
Unos días después, Oliver había sido citado
mediante e-mail, por Mr. Michael, para que acudiera otra vez al Parador. La
hora fijada para el nuevo encuentro era a las once de la mañana. Comunicó de
inmediato este hecho al subinspector Efrén Comas, quien mandó activar una
operación para coger al supuesto cabecilla de la trama con “las manos en la
masa”. Recibió las indicaciones oportunas acerca de cómo habría de actuar ante
los delincuentes. Quince minutos antes de la hora fijada ya atravesaba la
puerta acristalada, bien adornada de macetones con flores, del bien enclavado paraje
turístico. Se dirigió a la Srta. de recepción, indicándole su nombre y el ruego
de que avisara de su presencia al Sr. Michael o a la Srta. Evelyn. Para su
sorpresa, recibió con desconcierto la siguiente respuesta:
“Sr. Oliver, le aseguro que no
tenemos en el listado de residentes persona alguna que responda a esos
nombres”.
La recepcionista, ante la insistencia de Oliver,
comprobó los residentes de la semana anterior. La respuesta siguió siendo
negativa. Allí nunca había estado el tal Mr. Michael o la señorita del cabello
rubio, que conducía el vehículo de color blanco. Esa misma noche, tras regresar
a su domicilio, recibió una llamada telefónica del agente de policía. Con muy
escuetas palabras le aconsejó que se olvidara de todo
el asunto. Añadió que, muy probablemente, no recibirían nuevas
comunicaciones electrónicas de estos curiosos personajes. Probablemente habían
recibido algún “soplo” o detectado movimientos extraños, ya que se trataban de
verdaderos profesionales de la delincuencia. Habían puesto “tierra de por medio”.
Efectivamente, así sucedió. El Sr. Michael no volvió a aparecer entre los
remitentes de su correo electrónico.
Por cierto, unas semanas después, el propio Efrén Comas volvió a llamarle. Era para comentarle
que un familiar suyo, profesional de la hostelería, iba a abrir una nueva sede
en su cadena de pizzerías, con servicio también a domicilio. Este cuñado estaba
seleccionando personas responsables para realizar el reparto y otras funciones
propias en el restaurante. Era una excelente nueva oportunidad laboral que
Oliver supo, con manifiesta gratitud, agradecer y aprovechar.-
José L. Casado Toro (viernes, 20 de Enero 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria.
Málaga
No hay comentarios:
Publicar un comentario