Para
ellos dos, es el momento más feliz y apreciado del día. Cada una de las tardes,
cuando apenas las manecillas de los relojes marcan las seis, hace ya un buen rato
que él la está esperando. El punto de cita es esa parada del bus que viene de
la barriada y donde los minutos de retraso se convierten en horas, para la
llegada de una nueva ilusión. El hombre se llama Mario
y ha visto nacer y crecer hasta siete décadas en el calendario en su memoria.
La mujer fue bautizada como Rocío, precioso
nombre elegido por dos padres enamorados. En cuando a su edad, es un dato que
traviesamente ella elude, aunque papeles y documentos acreditan que supera a su
amorcito en un par de primaveras.
Se
conocieron en la realización de un crucero que
visitó atractivas ciudades de la costa mediterránea, en el verano anterior.
Durante los nueve días, en que duró ese precioso viaje, ellos entablaron muy
grata amistad ya que, de manera curiosa, eran los dos únicos pasajeros que
iniciaron el periplo de navegación sin compañía o pareja alguna.
Mario,
ha ejercido como comerciante autónomo en una tiendecita
de ultramarinos de su propiedad, ubicada en un populoso barrio obrero del oeste
malacitano, durante poco más de cuatro décadas en su vida. Al llegar su
jubilación, puso a la venta ese pequeño local, lo que le ha permitido en la
actualidad disponer de una acomodada situación económica, sumando la pensión
correspondiente a sus muchos años de cotización. Coincidió prácticamente esa
finalización de su ejemplar laboriosidad al frente de la tienda, con la muy dura
pérdida de su compañera de toda una vida. Aunque su única hija le sugirió la
posibilidad de que fuese a vivir junto ella y su familia, el prefirió mantener
la residencia en el piso que había compartido con la que fue su mujer.
Por
su parte, Rocío no ha llegado a conocer la vida matrimonial. Diversas circunstancias,
deparadas por el destino que regula nuestras vidas, entre las que destaca su
entrega generosa al cuidado de unos padres que vivieron hasta una edad muy
longeva, junto a no haber encontrado esa otra mitad de la “naranja” afectiva, no
hicieron posible que haya podido disfrutar la experiencia conyugal y materna.
Ha trabajado como auxiliar de enfermería, en el
más tradicional centro hospitalario que sirve a la ciudad. Hace ocho años
accedió a la jubilación laboral. Desde entonces va afrontado, cada vez con más
dificultad, ese amplio tiempo disponible en la diaria soledad de sus horas. Sin
embargo, desde hace poco más de un año, su vida y la de Mario se han encontrado
y ahora mira agradecida a ese destino que se ha generado en el atardecer de su
ya larga existencia.
Son
dos vidas modestas, presididas por la grandeza humana de la sencillez que,
hasta esa oportunidad del encuentro, sufrían en silencio el pathos cruel de la
soledad. Ahora, con la madurez adquirida a través de una vida rutinaria,
serenamente ordenada en el día a día, experimentan esa sensaciones de afecto y
compañía que tanto bien reportan para compartir la palabra, las miradas y los
sentimientos de afecto. Ciertamente también existen, en ese sosiego vital que
ambos protagonizan, algunas sombras que tiñen de humanidad esa perfección que
sólo los dioses tal vez alcancen. ¿Cuáles son esos nublados,
en dos humildes personas que ahora acercan sus trayectorias?
La
viudez de Mario provocó en este buen hombre un intenso desequilibrio que
provocó su entrega, callada, disimulada, pero dañina, en la adicción a la toma de alcohol. Él, que nunca había pasado de la
cerveza o del vasito de tinto en las comidas, en este nuevo tiempo de soledad
buscó la etérea y falsa fortaleza en ese licor de alta graduación que le
permitía emborronar los recuerdos y afectos compartidos con una fiel compañera,
con la que ya no podía dibujar los porqués y el cómo de amaneceres y
anocheceres. Por su parte Rocío, desde hacía años, navegaba en esa distracción
del azar, con un comportamiento no excesivo en los fondos pero sí adictivo en
la tensión emocional de los cartones del bingo.
Alguna vez incluso vio la proximidad de estrecheces, al final de mes, a causa
de unas más prolongadas visitas al teatralizado salón para el juego. Esos dos “peros”
en el aburrimiento o desencanto vital, fueron dos temas importantes para sus
largas charlas y paseos vespertinos, que ambos se prometieron controlar y
reducir, con el apoyo recíproco de su joven y al tiempo veterana amistad.
Ambos
amigos suelen dedicar las mañanas a los quehaceres propios, en sus respectivos
hogares de residencia. Algo de limpieza, en las habitaciones más frecuentadas,
las compras en el súper del barrio, a fin de preparar el alimento diario, esos
minutos de “navegación” informática, a través de las páginas poliédricas en la
red o esos paseos matinales, aprovechando la tibieza térmica del sol durante el
amanecer. Pero, a la llegada de la tarde, los latidos cardiacos toman
fortaleza, ante esa minutos de proximidad en el afecto que los dos urbanitas
solitarios tanto apetecen. Después de ese ratito de televisión y descanso, tras
el almuerzo, uno y otro preparan con esmero el atuendo para el encuentro diario
con ese amigo o amiga que tanto valoran por su generosa y saludable compañía. Y
ya, un buen rato antes de las seis, Mario espera descansando en uno de los
blancos asientos pétreos del Parque malagueño, sin perder de vista el reloj y
los indicadores de leds en pantalla, que
avisan el tiempo de llegada de ese bus que trae a una persona tan apreciada y
querida.
Esa
tarde de miércoles, en un mayo que rebosaba aroma primaveral, tras el saludo
afectivo de siempre, caminaban lentamente, en dirección a los bellos y
románticos jardines situados en el lateral norte del Parque, también llamados
de Puerta Oscura. Tras unos comentarios
banales, sobre la marcha del día, Mario tomó el protagonismo de la palabra,
exponiéndole a su compañera de paseo aquello que venía dándole vueltas en su
deseo desde hacía no pocos días.
“Rocío, tuvimos la inmensa suerte de conocernos, hace ya más de un año, durante
aquel viaje de placer que unió nuestras vidas. Uno y otro estamos compensando,
con nuestra limpia amistad, con estos paseos tan agradables que gozamos, con
ese café que compartimos, con ese contarnos cosas que tanto nos aproximan, estamos
superando esa soledad que tan poco bueno nos hacía y que soportábamos con pesar
y desaliento. Ya sé que nuestros calendarios son muy avanzados, pero lo que
realmente importa son otros valores que le dan sentido a ese nuevo día que
hemos de inventar y alegrar. Para mí,
este ratito de cada tarde supone el mejor tesoro que me da fuerza y confianza
para ese ánimo que no debe decaer. En realidad, lo que me gustaría proponerte
es lo siguiente: ¿por qué no prolongamos esta unión de por las tardes y
emprendemos la que sería una maravillosa aventura? Colmaría mi ilusión poder vivir
juntos, compartiendo todos nuestros minutos?”
La
franqueza y valentía de este planteamiento dejó profundamente pensativa a
Rocío, que tuvo que buscar un asiento próximo, en los jardines donde paseaban,
a fin de recuperar el equilibrio emocional necesario en ese momento un tanto
alterado por los nervios. Mario entendió la situación y tuvo la suficiente
paciencia para aguardar la reflexión que como respuesta le iba a manifestar la
persona a quien quería con todo su fervor y atracción. Ya más serena, la buena
señora tomó las manos de su amigo y comenzó a explicarle su punto de vista
acerca de la generosa petición que éste le había efectuado minutos antes.
“Mario, tienes que concederme un poco de más tiempo a fin
de poner en orden mis ideas. Es cierto que esas tan hermosas palabras que me
has transmitido no pueden por menos hacerme sentir halagada e inmensamente
agradecida. Bien sabes que por una serie de circunstancias, a lo largo de
tantos años de vida, no me ha sido permitido el goce de esa experiencia que
tantos otros han tenido: formar su propia familia, con la proyección vital de
la maternidad. A lo largo de este período de tiempo me he ido acostumbrando y
adaptando a ese tipo de vida que supone la soltería y el tiempo vivido en
soledad.
Nosotros ahora nos vemos cada día, estando juntos unas
horas, que me resultan inmensamente gratas, maravillosas. Creo que tú también
tienes una opinión o percepción parecida. En este trocito del tiempo, que nos regala
la reunión de cada tarde, damos todo lo mejor que tenemos. Si te fijas, nunca
hemos sufrido discusiones o enfados. Todo lo contrario. Pero me temo que una
convivencia diaria, a lo largo de las veinticuatro horas del día, modificaría
esa imagen idealizada y perfeccionista que ahora tenemos el uno del otro.
Quiero decir que durante nuestros paseos y otros hechos
como el ir al cine, tomar un café o la merienda, realizar algún viaje de fin de
semana, etc. evitamos todo aquello que pudiera incomodar o molestar al otro.
¿Sabríamos o podríamos también hacer lo mismo, al mantener esa convivencia
diaria y continua que me estás proponiendo? No lo sé. Me da miedo pensarlo. Y
sobre todo pienso y temo que, en el caso de llevarla a efecto, comenzase a
aflorar entre nosotros todos esos problemas que percibimos e nuestro alrededor,
en muchas parejas, a consecuencia de tantos
egoísmos, tozudos posicionamientos, junto a los defectos y peculiaridades de
nuestros temperamentos y caracteres respectivos… Sinceramente, Mario, creo que
sería mejor seguir tal y como ahora estamos.”
Aquella
noche, Mario volvió a caer en la tentación de la bebida, mientras Rocío se
sintió huérfana en el vacío de su realidad, entre un caudal transparente de
lágrimas y suspiros. Sin embargo, a la luz del alba, en esas mañanas que
invitan mejor a la inteligencia de las
sonrisas, la mujer hizo una llamada esperanzada
al hombre y éste propuso un nuevo recorrido
juntos, para favorecer el diálogo y el disfrute de la cercanía sentimental. Y en
ese largo periplo viajero, por los caminos mitológicos, pero sin embargo
reales, de Ulises y su fiel Penélope,
los señores y damas del Olimpo acogieron con dulzura y hospitalidad dos almas,
dos solitarias vidas, necesitadas de afecto, cariño y de ese aroma siempre
tibio e ilusionado que conceden las flores
de la proximidad.-
José
L. Casado Toro (viernes, 22 de Julio 2016)
Antiguo
profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
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