Me
había levantado muy temprano, cuando aún apenas clareaba. Probablemente algo no
me sentó bien en la cena, por lo que decidí que bueno sería iniciar el nuevo
día haciendo un poco de trekking por las calles, aún adormecidas, de nuestra
ciudad. Sin embargo, antes iniciar este saludable ejercicio, eché una ojeada, hábito
que practico todas las mañanas, a la información más destacada de la prensa
digital. La mayoría de las informaciones en pantalla eran más de lo mismo,
aunque despertó mi atención un titular que aludía a la
relación de candidatos para las próximas elecciones municipales,
correspondientes a uno de los dos principales partidos políticos de mi país. Atando
los cordones de mis zapatillas, entré en la noticia, interesándome por los
nombres integrantes de esa lista para los inmediatos comicios. Me preguntaba cuántos
de esa veintena larga de candidatos a concejales, concurrentes a las que
prometían ser unas reñidas elecciones. me serían conocidos.
Repasé
mecánicamente la serie de nombres. Aparte de los políticos que ocupaban los dos
primeros puestos en el listado, personas muy conocidas en el ámbito provincial,
por salir un día sí y el otro también en los titulares de prensa, el resto de
nombres que continuaban iban siendo para mí absolutamente desconocidos. Sin embargo,
al llegar al puesto número diez, me detuve para bucear en la memoria a esa
persona cuyo nombre sí me decía algo. Después de darle vueltas en la cabeza, durante
unos segundos, la memoria me hizo reconocer a quien
ocupaba ese puesto, con bastantes posibilidades de salir elegido tras el
recuento de los votos.
Esta
persona era Carlos Campal Nogueroles. Se
trataba de un antiguo compañero de estudios, del que nada sabía desde hacía muchos
años. Habíamos estado juntos en la misma clase, durante la etapa de la Educación
Secundaria. Cuando llegamos a la fase universitaria, él se decantó por los
estudios de derecho, mientras yo opté por el magisterio. Nuestra relación
amistosa, aún con vaivenes, se mantuvo durante algún tiempo, e incluso estuve presente,
como invitado, en esa su precipitada boda que se vio obligado a protagonizar.
Él tenía entonces alrededor de 22 años. Por cierto, recordaba a su novia
Virginia, que estaba deslumbrante por su belleza, look y simpatía, en esa brillante
fiesta que, tras el paso por el juzgado, se celebró por todo lo alto en un
recinto muy cotizado en la zona de los Montes de Málaga. El padre de la joven era
un empresario con dinero, por sus bien llevados negocios de ultramarinos.
Mientras
caminaba a paso ligero por las calles casi desiertas, en un domingo de otoño,
iba pensando en algunas de las aventuras que compartí con el hoy candidato a un
puesto en el Ayuntamiento local. En nuestra panda, era llamado entre bromas “campito de chocolate” haciendo juego con las
palabras de sus apellidos. Su imagen era la de un cabecilla loca, pero muy
hábil para meterse en todos los líos, negocios y entuertos que le pudiesen
reportar beneficios y, sobre todo, distracción. La verdad es que, con el poco
tiempo que dedicaba a los libros, nunca supe explicarme a ciencia cierta cómo
iba sacando los cursos, no de manera brillante aunque sí desahogada.
En
la vuelta a casa, camino de una buena ducha, fui pensando que sería interesante
tratar de contactar con él. Tal vez, el candidato Campal, podría acordarse de
su compañero de clase. Podríamos revivir en el pensamiento algunas de esas
simpáticas aventuras que protagonizábamos, especialmente durante los fines de
semana. Pero ¿cómo me recibiría? A mí eso de hablar con un político me hacía
ilusión. Sobre todo pensando que ahora, con la imagen social muy deteriorada
que han ido creándose, podría comentarle y preguntarle por muchas cosas que los
ciudadanos siempre tenemos en mente tratando, en definitiva, de entender a
estas personas que se dedican a gestionar nuestros intereses colectivos. Tendría
confianza para trasladarle esas inquietudes y preguntas sin respuesta que casi
todo contribuyente tiene entre sus
preocupaciones y motivaciones.
Durante
la semana siguiente llamé en varias ocasiones a la sede de la agrupación
política, tratando de ponerme en contacto con esta persona. Pero casi siempre
(me indicaban) se encontraba ocupado. Dado el escaso éxito de estos intentos
telefónicos, dejé el número de mi móvil al gestor que atendía la centralita,
confiando que le pasaran el aviso y él mostrara interés en ponerse en contacto
conmigo. Ya en el miércoles, mientras estaba realizando unas compras en el
Mercadona del barrio, escuché una llamada en el móvil. Para mi alegría y
sorpresa, al otro lado de la línea tenía a Carlos, con el que intercambié unos
saludos, un tanto fríos.
Mi primera impresión fue que , aunque sabía disimularlo con la habilidad propia
de un profesional en relaciones públicas. Al fin me comentó que, el martes de
la siguiente semana, tenía un hueco disponible, entre las cinco y las siete de
la tarde. Sugería que nos viéramos y compartiéramos un ratito de conversación,
en alguna cafetería próxima a la Catedral. Mi antiguo “compa” se había ido a
vivir al centro antiguo de la ciudad, en realidad no muy lejos de la que había
sido la casa familiar de sus padres que, en alguna ocasión, yo incluso había
visitado. Al finalizar este primer y breve reencuentro telefónico, seguía
manteniendo la impresión de que Carlos no tenía aún nitidez en su memoria para
recordar nuestros vínculos estudiantiles. Y es que habían transcurrido más de
dos décadas desde aquellos últimos contactos en nuestra juventud universitaria.
él no me
recordaba con nitidez
Aunque
yo estaba en la puerta de la cafetería con esa acostumbrada puntualidad que me
caracteriza, tuve que soportar una espera que se
alargó sobre unos veinte minutos. Al fin, le vi aparecer. Entonces, ya
sí me reconoció, sin ningún tipo de problemas, estrechándome efusivamente la
mano aunque pronto sacó el manual de un viejo zorro de la política y me dio dos
fuerte abrazos. Lógicamente, él y yo habíamos cambiado
en la imagen física, aunque manteníamos esos rasgos inconfundibles que respondían
inequívocamente a nuestra identidad. Me impresionó ver su cuidaba cabellera
negra, admirablemente preparada en la peluquería cuando, desde su adolescencia,
iba camino de la alopecia, al igual que su padre. Pronto me aclaró que se había
gastado una “buena pasta” en hacerse un implante capilar general. Por otra
parte, había acumulado kilos de peso en su cuerpo. Tanto en él como en mí, el
diámetro de nuestra cintura delataba un cierto abandono por las apetencias
suculentas de la cocina, a pesar de que ambos presumíamos de horas de nado y
bicicleta, cuando las obligaciones profesionales hacía posible esa muy saludable
quema de calorías.
Ya
sentados en una de las mesas ubicadas en la terraza exterior al recinto, le pregunté por Virginia.
“Qué buena memoria tienes, compañero! Lo nuestro ….. duró
sólo unos cuantos años. Recordarás que fue una boda precipitada por el
embarazo, Este mi primer hijo tiene en la actualidad diecinueve años y ocupa su
tiempo en un conjunto de rock, por los madriles capitalinos. Ha salido un poco
cabeza loca, como su padre. Lo mío con Virginia se fue enfriando con cierta
rapidez. Sé que te vas a reír, pero ya voy por la cuarta unión. De unas y
otras, soy padre de otros tres hijos más, todas mujeres. Mi vida sigue siendo
muy distraída, con toda esta concurrida descendencia.
Al fin pude terminar derecho, lo que me abrió puertas en
una entidad bancaria, donde aún trabajo, aunque en la actualidad estoy
liberado, por mis cargos sindicales. Y desde aquí, por la vía de la acción reivindicativa,
es como me fui acercando al mundo de la política, en el que he hecho casi de
todo, hasta lograr que se me incluya en las listas para las próximas elecciones
locales. Pero te aseguro que no ha sido un camino de rosas…. ¡si te contara! Las
cosas que he tenido que hacer para poder ir en ese puesto décimo, en el que tengo
buenas posibilidades de salir elegido!
Mira, compa, el mundo de la política funciona de esta
manera. Tienes que plegarte a la voluntad de los jefes, aunque en muchas cosas
no estés de acuerdo. Aceptar que hoy tienes que defender un planteamiento y
mañana todo lo contrario. Y, en ambos casos, simulando la misma convicción
argumental. Si quieres que te sea muy duro y sincero, los conceptos de verdad y
mentira rompen sus fronteras, cuando de lo que se trata es de priorizar los
intereses del partido, sobre todo lo demás. Y esto lo hacen los de un lado y
también los del contrario. Casi todo vale en este viciado mercado, por no
perder o ganar un voto. Es el poder y sus suculentas consecuencias, amigo mío”.
Era
curiosa la actitud del candidato Carlos.
Trataba de protagonizar toda la conversación. Aquello más que un diálogo era un
mecanicista monólogo de alguien que rebosaba autoestima y palabras vacías.
Hablaba y hablaba, recitando esas medias verdades y manipuladas argumentaciones
en las que, a buen seguro, ni él mismo creía. Me di cuenta de que en los
momentos de mayor euforia, con sus aparentes firmes teorizaciones, desplazaba
su mirada lejos de mis ojos. Como si estuviera dirigiéndose a ese auditorio
anónimo que dócilmente asiente y aplaude a cualquier cosa que le venden, con
acriticismo, fanatismo y borreguil complacencia.
En
lo que me dejó, traté de comentarle algunas opiniones
o sugerencias acerca del estado de la ciudad. Comenté esa puntual
limpieza viaria, que sólo vemos en las calles del centro antiguo. Esa
adecuación del pavimento en las calles,
que sólo se ejerce en esos mismos lugares. Esa toma espacial de las aceras, por
parte de bares y restaurantes. Esa absoluta carencia de servicios públicos WC.
que tan desagradables consecuencias provoca. Esa impunidad en los aparcamientos
de vehículos, que tanto ralentiza el tráfico. Esos jardines degradados, por
falta de atención, vigilancia y cuidados. El mundo de las corruptelas y lo
pelotazos urbanísticos, la discordancia entre los impuestos que pagamos y los
servicios que recibimos……
Me
miraba y sonreía ante estas consideraciones que yo me esforzaba en trasladarle.
Eso sí, sin demasiada acritud. Movía su cabeza con un gesto de asentimiento
repitiendo, una y otra vez, como una ritual y vacía letanía, dos palabras
pronunciadas sin gran convicción: “te entiendo
……… te entiendo ………. te entiendo ………..”
Las
dos tazas de té hacía ya minutos que se habían quedado vacías. Carlos comenzó a
mirar su reloj (pieza espectacular de una prestigiosa marca suiza, cuya
adquisición exige cifras elevadas). Comprendí que nuestro tiempo para el
diálogo estaba llegando a su fin. Pero antes de la despedida, me pidió, de la
manera más directa, que colaborase con el partido.
Habían preparado unos títulos o diplomas de simpatizantes, que ellos expedían
con tu nombre e incluso foto, a cambio de sesenta euros cada uno. Me facilitó
su tarjeta personal y otra de la sede del partido, con los teléfonos
correspondientes. Unos abrazos y promesas de nuevos encuentros sellaron aquella
hora y media larga en la que me reencontré con un amigo de la juventud estudiantil,
tras muchos años de desconocimiento recíproco.
Me
sentía un tanto aturdido por haber soportado toda esa acelerada verborrea, bien
preparada por la destreza del oficio político. Me
apetecía recuperar esos niveles de sosiego que alimentan el equilibrio
de nuestro espíritu. Ya era tarde para desplazarme al Jardín Botánico, por lo
que tomé un autobús municipal y me dirigí a una de las numerosas zonas playeras
con que la ciudad goza. Allí estuve caminando, sobre la mullida arena y
escuchando el fragor de las olas, por espacio de muchos minutos. Este paseo me
hizo mucho bien, tras la viciada experiencia que había tenido horas antes. La
humedad y frescor de la noche hizo aconsejable la necesaria y grata vuelta al
hogar.-
José
L. Casado Toro (viernes, 13 Noviembre 2015)
Antiguo
profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
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