viernes, 13 de noviembre de 2015

UN ANTIGUO COMPAÑERO, EN LAS LISTAS ELECTORALES.

 
Me había levantado muy temprano, cuando aún apenas clareaba. Probablemente algo no me sentó bien en la cena, por lo que decidí que bueno sería iniciar el nuevo día haciendo un poco de trekking por las calles, aún adormecidas, de nuestra ciudad. Sin embargo, antes iniciar este saludable ejercicio, eché una ojeada, hábito que practico todas las mañanas, a la información más destacada de la prensa digital. La mayoría de las informaciones en pantalla eran más de lo mismo, aunque despertó mi atención un titular que aludía a la relación de candidatos para las próximas elecciones municipales, correspondientes a uno de los dos principales partidos políticos de mi país. Atando los cordones de mis zapatillas, entré en la noticia, interesándome por los nombres integrantes de esa lista para los inmediatos comicios. Me preguntaba cuántos de esa veintena larga de candidatos a concejales, concurrentes a las que prometían ser unas reñidas elecciones. me serían conocidos.

Repasé mecánicamente la serie de nombres. Aparte de los políticos que ocupaban los dos primeros puestos en el listado, personas muy conocidas en el ámbito provincial, por salir un día sí y el otro también en los titulares de prensa, el resto de nombres que continuaban iban siendo para mí absolutamente desconocidos. Sin embargo, al llegar al puesto número diez, me detuve para bucear en la memoria a esa persona cuyo nombre sí me decía algo. Después de darle vueltas en la cabeza, durante unos segundos, la memoria me hizo reconocer a quien ocupaba ese puesto, con bastantes posibilidades de salir elegido tras el recuento de los votos.

Esta persona era Carlos Campal Nogueroles. Se trataba de un antiguo compañero de estudios, del que nada sabía desde hacía muchos años. Habíamos estado juntos en la misma clase, durante la etapa de la Educación Secundaria. Cuando llegamos a la fase universitaria, él se decantó por los estudios de derecho, mientras yo opté por el magisterio. Nuestra relación amistosa, aún con vaivenes, se mantuvo durante algún tiempo, e incluso estuve presente, como invitado, en esa su precipitada boda que se vio obligado a protagonizar. Él tenía entonces alrededor de 22 años. Por cierto, recordaba a su novia Virginia, que estaba deslumbrante por su belleza, look y simpatía, en esa brillante fiesta que, tras el paso por el juzgado, se celebró por todo lo alto en un recinto muy cotizado en la zona de los Montes de Málaga. El padre de la joven era un empresario con dinero, por sus bien llevados negocios de ultramarinos.

Mientras caminaba a paso ligero por las calles casi desiertas, en un domingo de otoño, iba pensando en algunas de las aventuras que compartí con el hoy candidato a un puesto en el Ayuntamiento local. En nuestra panda, era llamado entre bromas “campito de chocolate” haciendo juego con las palabras de sus apellidos. Su imagen era la de un cabecilla loca, pero muy hábil para meterse en todos los líos, negocios y entuertos que le pudiesen reportar beneficios y, sobre todo, distracción. La verdad es que, con el poco tiempo que dedicaba a los libros, nunca supe explicarme a ciencia cierta cómo iba sacando los cursos, no de manera brillante aunque sí desahogada.

En la vuelta a casa, camino de una buena ducha, fui pensando que sería interesante tratar de contactar con él. Tal vez, el candidato Campal, podría acordarse de su compañero de clase. Podríamos revivir en el pensamiento algunas de esas simpáticas aventuras que protagonizábamos, especialmente durante los fines de semana. Pero ¿cómo me recibiría?  A mí eso de hablar con un político me hacía ilusión. Sobre todo pensando que ahora, con la imagen social muy deteriorada que han ido creándose, podría comentarle y preguntarle por muchas cosas que los ciudadanos siempre tenemos en mente tratando, en definitiva, de entender a estas personas que se dedican a gestionar nuestros intereses colectivos. Tendría confianza para trasladarle esas inquietudes y preguntas sin respuesta que casi todo contribuyente  tiene entre sus preocupaciones y motivaciones.

Durante la semana siguiente llamé en varias ocasiones a la sede de la agrupación política, tratando de ponerme en contacto con esta persona. Pero casi siempre (me indicaban) se encontraba ocupado. Dado el escaso éxito de estos intentos telefónicos, dejé el número de mi móvil al gestor que atendía la centralita, confiando que le pasaran el aviso y él mostrara interés en ponerse en contacto conmigo. Ya en el miércoles, mientras estaba realizando unas compras en el Mercadona del barrio, escuché una llamada en el móvil. Para mi alegría y sorpresa, al otro lado de la línea tenía a Carlos, con el que intercambié unos saludos, un tanto fríos.

Mi primera impresión fue que con la habilidad propia de nes yaunque sabpra en el Mercadona del barrio, e casi todo ciudadano tiene entre sus preocupaciones yél no me recordaba con nitidez, aunque sabía disimularlo con la habilidad propia de un profesional en relaciones públicas. Al fin me comentó que, el martes de la siguiente semana, tenía un hueco disponible, entre las cinco y las siete de la tarde. Sugería que nos viéramos y compartiéramos un ratito de conversación, en alguna cafetería próxima a la Catedral. Mi antiguo “compa” se había ido a vivir al centro antiguo de la ciudad, en realidad no muy lejos de la que había sido la casa familiar de sus padres que, en alguna ocasión, yo incluso había visitado. Al finalizar este primer y breve reencuentro telefónico, seguía manteniendo la impresión de que Carlos no tenía aún nitidez en su memoria para recordar nuestros vínculos estudiantiles. Y es que habían transcurrido más de dos décadas desde aquellos últimos contactos en nuestra juventud universitaria.

Aunque yo estaba en la puerta de la cafetería con esa acostumbrada puntualidad que me caracteriza, tuve que soportar una espera que se alargó sobre unos veinte minutos. Al fin, le vi aparecer. Entonces, ya sí me reconoció, sin ningún tipo de problemas, estrechándome efusivamente la mano aunque pronto sacó el manual de un viejo zorro de la política y me dio dos fuerte abrazos. Lógicamente, él y yo habíamos cambiado en la imagen física, aunque manteníamos esos rasgos inconfundibles que respondían inequívocamente a nuestra identidad. Me impresionó ver su cuidaba cabellera negra, admirablemente preparada en la peluquería cuando, desde su adolescencia, iba camino de la alopecia, al igual que su padre. Pronto me aclaró que se había gastado una “buena pasta” en hacerse un implante capilar general. Por otra parte, había acumulado kilos de peso en su cuerpo. Tanto en él como en mí, el diámetro de nuestra cintura delataba un cierto abandono por las apetencias suculentas de la cocina, a pesar de que ambos presumíamos de horas de nado y bicicleta, cuando las obligaciones profesionales hacía posible esa muy saludable quema de calorías.

Ya sentados en una de las mesas ubicadas en la terraza exterior al recinto, le pregunté por Virginia.
“Qué buena memoria tienes, compañero! Lo nuestro ….. duró sólo unos cuantos años. Recordarás que fue una boda precipitada por el embarazo, Este mi primer hijo tiene en la actualidad diecinueve años y ocupa su tiempo en un conjunto de rock, por los madriles capitalinos. Ha salido un poco cabeza loca, como su padre. Lo mío con Virginia se fue enfriando con cierta rapidez. Sé que te vas a reír, pero ya voy por la cuarta unión. De unas y otras, soy padre de otros tres hijos más, todas mujeres. Mi vida sigue siendo muy distraída, con toda esta concurrida descendencia.

Al fin pude terminar derecho, lo que me abrió puertas en una entidad bancaria, donde aún trabajo, aunque en la actualidad estoy liberado, por mis cargos sindicales. Y desde aquí, por la vía de la acción reivindicativa, es como me fui acercando al mundo de la política, en el que he hecho casi de todo, hasta lograr que se me incluya en las listas para las próximas elecciones locales. Pero te aseguro que no ha sido un camino de rosas…. ¡si te contara! Las cosas que he tenido que hacer para poder ir en ese puesto décimo, en el que tengo buenas posibilidades de salir elegido!

Mira, compa, el mundo de la política funciona de esta manera. Tienes que plegarte a la voluntad de los jefes, aunque en muchas cosas no estés de acuerdo. Aceptar que hoy tienes que defender un planteamiento y mañana todo lo contrario. Y, en ambos casos, simulando la misma convicción argumental. Si quieres que te sea muy duro y sincero, los conceptos de verdad y mentira rompen sus fronteras, cuando de lo que se trata es de priorizar los intereses del partido, sobre todo lo demás. Y esto lo hacen los de un lado y también los del contrario. Casi todo vale en este viciado mercado, por no perder o ganar un voto. Es el poder y sus suculentas consecuencias,  amigo mío”.

Era curiosa la actitud del candidato Carlos. Trataba de protagonizar toda la conversación. Aquello más que un diálogo era un mecanicista monólogo de alguien que rebosaba autoestima y palabras vacías. Hablaba y hablaba, recitando esas medias verdades y manipuladas argumentaciones en las que, a buen seguro, ni él mismo creía. Me di cuenta de que en los momentos de mayor euforia, con sus aparentes firmes teorizaciones, desplazaba su mirada lejos de mis ojos. Como si estuviera dirigiéndose a ese auditorio anónimo que dócilmente asiente y aplaude a cualquier cosa que le venden, con acriticismo, fanatismo y borreguil complacencia.

En lo que me dejó, traté de comentarle algunas opiniones o sugerencias acerca del estado de la ciudad. Comenté esa puntual limpieza viaria, que sólo vemos en las calles del centro antiguo. Esa adecuación del pavimento en  las calles, que sólo se ejerce en esos mismos lugares. Esa toma espacial de las aceras, por parte de bares y restaurantes. Esa absoluta carencia de servicios públicos WC. que tan desagradables consecuencias provoca. Esa impunidad en los aparcamientos de vehículos, que tanto ralentiza el tráfico. Esos jardines degradados, por falta de atención, vigilancia y cuidados. El mundo de las corruptelas y lo pelotazos urbanísticos, la discordancia entre los impuestos que pagamos y los servicios que recibimos……

Me miraba y sonreía ante estas consideraciones que yo me esforzaba en trasladarle. Eso sí, sin demasiada acritud. Movía su cabeza con un gesto de asentimiento repitiendo, una y otra vez, como una ritual y vacía letanía, dos palabras pronunciadas sin gran convicción: “te entiendo  ……… te entiendo ………. te entiendo ………..”

Las dos tazas de té hacía ya minutos que se habían quedado vacías. Carlos comenzó a mirar su reloj (pieza espectacular de una prestigiosa marca suiza, cuya adquisición exige cifras elevadas). Comprendí que nuestro tiempo para el diálogo estaba llegando a su fin. Pero antes de la despedida, me pidió, de la manera más directa, que colaborase con el partido. Habían preparado unos títulos o diplomas de simpatizantes, que ellos expedían con tu nombre e incluso foto, a cambio de sesenta euros cada uno. Me facilitó su tarjeta personal y otra de la sede del partido, con los teléfonos correspondientes. Unos abrazos y promesas de nuevos encuentros sellaron aquella hora y media larga en la que me reencontré con un amigo de la juventud estudiantil, tras muchos años de desconocimiento recíproco.

Me sentía un tanto aturdido por haber soportado toda esa acelerada verborrea, bien preparada por la destreza del oficio político. Me apetecía recuperar esos niveles de sosiego que alimentan el equilibrio de nuestro espíritu. Ya era tarde para desplazarme al Jardín Botánico, por lo que tomé un autobús municipal y me dirigí a una de las numerosas zonas playeras con que la ciudad goza. Allí estuve caminando, sobre la mullida arena y escuchando el fragor de las olas, por espacio de muchos minutos. Este paseo me hizo mucho bien, tras la viciada experiencia que había tenido horas antes. La humedad y frescor de la noche hizo aconsejable la necesaria y grata vuelta al hogar.-

José L. Casado Toro (viernes, 13 Noviembre 2015)
Antiguo profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

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