En
el día a día, solemos encontrarnos con actitudes y comportamientos alejados de
la normalidad. Son imágenes que provocan, en mayor o menos medida, nuestra
extrañeza y asombro. Esos gestos atípicos, al margen de lo que es previsible o
incluso aconsejable, están protagonizados por personas que viven en nuestro
entorno, cruzándose sus respuestas con nuestros esquemas previos de lo
conveniente o lo razonable. Sí, es cierto, también nosotros mismos podemos
despertar la atención de los demás, cuando esa línea de ruta que nos proponemos
se aleja de manera notable de aquello que socialmente resulta acertado o asumible.
Me refiero tanto al plano de lo cívico como al de esos valores que deben presidir
nuestro caminar por la existencia. Sin embargo, esas puntuales “contracorrientes
escénicas” pueden estar justificadas o poseer el necesario sentido para el
autor que, con mejor o más escasa suerte o fortuna, las protagoniza. Siempre es
positivo conocer el por qué y la argumentación procedente, antes de emitir un
veredicto u opinión descalificadora, hacia aquello que ha motivado lo
inesperado de nuestra sorpresa.
Aquella
mañana, del otoño inicial, la terraza del bar/cafetería, especialmente durante
las primeras horas de actividad, mantenía una intensa ocupación en las
numerosas mesas dispuestas a lo largo de la acera. Es el momento del desayuno,
por lo que desde las numerosas oficinas que pueblan el entorno acude una
variada clientela a fin de consumir esas tostadas con jamón y aceite que tan
bien preparan en la cocina del establecimiento. Son personas de todas las
edades que hacen uso de esa media hora del desayuno, preferentemente en grupos
de cuatro o cinco compañeros, para reponer fuerzas en lo que habrá de ser una
larga mañana de trabajo y gestión, normalmente hasta las dos y media o tres de
la tarde.
A
partir de las 10:30 o las once, el ambiente en el establecimiento se torna más
sosegado y es, sobre todo a partir de las 12:30 o 13 horas, cuando suelen
aparecen los mismos u otros clientes, predominando jefes o directivos de
empresas, para gozar de ese aperitivo de cerveza con tapa, en la media mañana,
que mantiene el cuerpo hasta la hora, generalmente tardía, de la comida.
También se sirven almuerzos, porque son muchos los trabajadores que hacen la
jornada continua y carecen de tiempo suficiente para desplazarse a sus
domicilios. Tienen que volver a su puesto laboral a partir de las tres de la
tarde, a fin de continuar con sus trabajos hasta la hora del cierre de las
abundantes oficinas que pueblan esta zona más bien céntrica de la ciudad.
Giselle, una joven universitaria que cumple horario
en el turno de mañana, se ocupaba de limpiar y preparar bien la cubertería,
dado que a esa hora del mediodía no había apenas público sentado en las mesas
del exterior. Charlaba animada con su compañera Sofía,
explicándole que ya tenía ahorrada más de la mitad del coste de ese segundo
plazo de matrícula para la facultad de Económicas, a donde habrá de acudir en
horario de tarde. El salario del personal de esta cafetería alcanza sólo el
sueldo base establecido en convenio, pero el complemento de las propinas, que
todos reparten a partes iguales, permite ir tirando con estrecheces, de manera
especial a los trabajadores que soportan una carga familiar a la que mantener.
En
esa ocupación se afanaba la chica, cuando observa desde la barra del
establecimiento que un hombre, en apariencia física de edad avanzada, ocupa una
de las mesas. Abre el periódico que trae bajo el brazo y espera, sin prisas,
ser atendido por alguna de las camareras. La joven, deja sus quehaceres tras la
barra y con diligencia se acerca a este señor que lee pacientemente su diario.
Recibe la petición del cliente con un gesto de cierta extrañeza, pues éste ordena dos copas de vino (una, de tinto
Rioja) y un par de tapas de queso. Como sólo ve a una persona frente a ella,
supone que pronto se incorporará algún compañero o compañera, que habrá de
compartir el aperitivo solicitado.
Prepara
con esmero el pedido que a los pocos minutos tiene el señor del periódico
encima de su mesa. Giselle vuelve a sus quehaceres, tras la barra del bar, sin
darle más importancia a la petición de ese cliente. Por experiencia conoce que
a esa hora intermedia de la mañana, son muchas las personas jubiladas que
ocupan su asiento en la terraza y no se mueven del mismo hasta esa hora
conveniente para volver a casa a disfrutar del almuerzo diario. Algunos
permanecen allí incluso algunas horas, ante una taza que ha quedado vacía a los
pocos minutos. Otros lo hacen dialogando con esos dos o tres amigos que se
citan cada día para hablar de los mismos temas, comentados y repetidos hasta la
saciedad en la evolución de los días. De todas formas, aunque pasen los minutos
y las horas, el criterio respetuoso de los propietarios del establecimiento es
no molestar a los consumidores, aunque ya no consuman y sólo descansen
cómodamente en sus asientos. También es verdad que una terraza repleta de
sillas y mesas vacías no es una buena imagen para la publicidad y atractivo del
establecimiento.
Han
ido pasando los minutos y la camarera sale de nuevo al exterior, por si hay
alguna nueva petición a la que prestar atención. Echa una visual sobre todas
las mesas y repara que este señor continúa sólo. El nivel de su copa de vino ha
bajado notablemente, mientras que la de tinto permanece sin consumir. Lo mismo
ocurre con las tapas. Uno de los platillos no ha sido tocado mientras que en el
situado junto a la copa de fino moriles ya no queda nada del trocito de pan ni
del triángulo de queso. El hombre ha dejado de leer su diario y ahora
permanece, lógicamente silencioso, observando el trasiego de las personas por
esa plaza que se va animando de público a medida que avanza la mañana. La
curiosidad en Giselle supera cualquier pertinencia, por lo que se acerca a Cosme, nombre que éste le confiará en el transcurso
del diálogo que mantienen.
“Sr. parece que la persona que le iba a acompañar no se
ha presentado. Estas cosas ocurren a veces. Lo que me pregunto es acerca del
porqué ha pedido su consumición sin estar él o ella presente…… yo le habría
servido de inmediato, en cuanto esta persona ocupara su asiento”.
El
interlocutor de la camarera es una persona que debe haber superado las sietes
décadas en su vida. Algo encorvado en su columna vertebral, mantiene un buen
aspecto por su delgadez manifiesta. Escaso cabello en su oronda cabeza, ojos
extremadamente cansados y, aunque trata de disimularla, es perceptible un
rítmico temblor en sus manos, un tanto agrietadas. Aunque ofrece un cuerpo
cuidado en su aseo, destaca la modestia de las ropas que cubren su cuerpo. Ante
el comentario de la chica, Cosme baja con humildad su mirada y explica a su
interlocutora la realidad de su situación.
“Verá,
Srta. este mi comportamiento le puede resultar un tanto chocante. Pero hay que
conocer la historia que está detrás del mismo. Mi nombre es Cosme. Yo tenía un
amigo, Mauricio, de esos que conoces desde toda
la vida, que nos veíamos al menos dos veces en semana para charlar de nuestras
cosas. Prácticamente éramos como hermanos, ya que entre nosotros no había lugar
para los secretos o la falta de confianza. Paseábamos, hablábamos, discutíamos,
por supuesto pero, sobre todo, manteníamos esa costumbre de tomar el aperitivo
los días en que nos veíamos. Hace un par de semanas, él viajó a ese lugar
lejano del que nada conocemos. Es …. terrible. Su ausencia la sobrellevo muy
mal. Me rebelo ante esta ausencia que ha hecho más dura la soledad de mi vida.
Por eso hoy he querido pensar que él estaba una vez más junto a mi. De ahí la
petición que le hice al llegar. Esa copa de Rioja y su tapita de queso es lo
que más le agradaba. Siempre pedía lo mismo…..¡Lo echo tanto de menos!”
Una
honda tristeza, abierta a la emoción, ofrecía el rostro de este hombre, cuya
sencillez y carencias revelaban claramente su personalidad actual. Giselle
quedó profundamente conmovida ante la confesión de este cliente mayor que sufría
con dolor la insoportable soledad de su vejez. Brevemente explicó la situación
al encargado del establecimiento. Tras un intercambio de impresiones, volvió a
la mesa ocupada por Cosme con una indisimulable sonrisa en su boca.
“Cosme, he de confesarle que me ha conmovido intensamente
la bella historia que ha compartido conmigo. Acabo de hablar con mi jefe.
Pensamos que su amigo, desde allá arriba no querría verle entristecido. Esa
copa de Rioja la va a tomar Vd. en honor a su amigo y camarada de paseos. Lo
mismo le digo con respeto a la tapa de queso. Y le traigo la cuenta. Hoy, va a
ser muy barata para Vd. que ha demostrado tener una gran bondad y creer en la
amistad. Sólo le vamos a cobrar el precio simbólico de 1 euro. El resto del
valor de ambas consumiciones corre a cuenta del establecimiento”.
Después
de pagar su euro y dar repetidas veces las gracias, el anciano permaneció aún
casi media hora sentado en esa esquina de la terraza, en donde el sol del otoño
se hacía agradecer por su templanza. Era ya más de la una de la tarde, y el
resto de las mesas y la misma barra de la cafetería/bar se habían llenado de
jóvenes universitarios y de ejecutivos y profesionales, amantes de saborear ese
aperitivo que tonifica, previo al almuerzo. Mientras, un hombre mayor, tras
dejar libre su mesa, se alejaba de esa zona bulliciosa y alegre, donde personas
mucho más jóvenes compartían las palabras, las copas de bebida y esas tapas que
alimentaban nada más olerlas.
Tras
doblar la esquina de la calle, extrajo una pequeña libreta que llevaba en el
bolsillo de su raída chaqueta. A pesar del temblor en sus manos, anotó
perfectamente el nombre del bar donde había pasado gran parte de la mañana.
Debía de tener cuidado en no equivocarse. La ciudad es muy grande y el número
de establecimientos para el tapeo también es numeroso. Pero repetir en el mismo
bar la historia de su amigo Mauricio, sería un grave error que debía, a toda
luces, evitar. Hoy también ha logrado, con la convicción de su historia, tomar
un excelente aperitivo al precio de un euro. No siempre tiene tanta suerte.
Pero, casi siempre, sabe sacar algún rédito a una historia que conmueve.-
José
L. Casado Toro (viernes, 20 Noviembre 2015)
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profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
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