Como
cada mañana, de lunes a sábados, Ramiro acude
puntual a la tienda de ultramarinos donde trabaja como dependiente, desde hace
ya dieciocho años. La apertura al público se realiza a partir de las diez en
punto, pero él considera necesario llegar mucho antes de esa hora, a fin de
ordenar y presentar bien los productos que durante el día venderá a los fieles
u ocasionales clientes del establecimiento. La tienda se halla situada en una zona
céntrica y monumental de la ciudad, expuesta a las miradas de una masa
importantes de viandantes que suelen pararse a contemplar los apetecibles
productos que, muy bien dispuestos, ilustran un atractivo e inteligente
escaparate. Se trata de un comercio tradicional, de esos que aún subsisten
frente a la marejada tecnológica de los macrocentros e hipermercados de la
abundancia. En este pequeño, pero encantador, espacio se venden chacinas,
bebidas, pastelería, caramelos y conservas, mercancías presididas por el valor
de una alimentación de calidad y buenas marcas. El sueldo que recibe
mensualmente este experimentado tendero no es muy elevado, sin embargo y a
pesar de la modestia económica que supone su cuantía, le ha permitido, con
responsabilidad y mucho sacrificio, mantener a su familia y darles estudios a
los dos hijos que él y su mujer Adelina trajeron
al mundo para la alegría del hogar.
La
convivencia de estas cuatro personas está presidida, en el día a día, por ese
valor, no siempre bien apreciado, de la sencillez y la tranquilidad.
Ciertamente, Cristina y Javi, en el fulgor adolescente de sus vidas, alteran en ocasiones
esa rutina normalizada que sus padres siempre han priorizado. Pero, en general,
todos contribuyen a recuperar ese sosiego que, con la mejor voluntad, se
esfuerzan en mantener. Sin embargo, aquel fin de semana, en octubre, un hecho,
inesperado y gozoso, vino a enturbiar la sensatez y los racionales
comportamientos de unos y otros.
Entre
las escasas aficiones de Ramiro se encuentra la de jugar,
cada semana, un boleto para la lotería primitiva Aunque lo hace desde
hace años, sólo ha conseguido modestos premios, al acertar hasta tres números
en dos ocasiones. La ilusión por conseguir un pleno nunca la ha descartado,
aunque sabe la dificultad aritmética que ello conlleva, en el cálculo de
probabilidades. Pero soñar es barato y esta afición al juego semanal supone un
gasto mínimo que es fácil de sobrellevar. Y este sábado, poco antes de la cena,
atiende a través de la televisión los resultados del sorteo. El azar hace
vibrar su corazón, cuando comprueba que posee un
boleto con cinco aciertos y el complementario. Ha dado en la diana con
hasta seis números, exteriorizándose la alegría de todos ante la incertidumbre
del premio que haya podido corresponder. La cuantía económica del mismo no se
conocerá hasta en la mañana del lunes.
El
descanso nocturno de los miembros de la familia Rosales Villalba queda
profundamente alterado aquel afortunado fin de semana en octubre. Todos sueñan
despiertos, dibujando en sus mentes y anhelos esos objetivos que nunca han
podido disfrutar, en la generalidad de sus vidas. Adelina construye y visualiza
ese amplio piso en una tranquila zona no lejos de la playa. Este grata
posibilidad les permitiría cambiar su pequeño habitáculo de setenta metros
cuadrados, inserto en un mastodóntico bloque colmena de una populosa y mal
cuidada barriada en las afueras de la ciudad, por una vivienda más grande,
mejor localizada y, sobre todo, propia.
Ramiro
también practica el excitante y barato juego de soñar
despierto. La posibilidad de cambiar su vieja moto Vespa, ese servicial
artilugio mecánico que le transporta cada día a las obligaciones laborales, por
un buen coche con el que trasladar cómodamente a su mujer e hijos a esos
destinos domingueros o vacacionales, como miles de personas hacen en su tiempo
libre. Ah! y también poder ofrecer a su laboriosa y abnegada esposa ese crucero
vacacional, ilusión tantas veces postergada por la prioridad de lo inaplazable,
atravesando parajes llenos de naturaleza, color y encanto.
Los
objetivos de Javi van desde un buen y sofisticado equipo informático (su amigo
de bachillerato Sebas le cuenta maravillas acerca de lo que hace con su nuevo
Mac) hasta la posibilidad de
motorizarse, como otros compas pijos hacen ostentación ante las jovencitas del
curso. Y, cómo no, también Cristi
apenas pega ojo aquella noche dominguera para las ilusiones. Ahora ve posible
acompañar a su inseparable amiga Silvia en ese curso del English que ésta tiene
proyectado para el verano próximo por tierras de Irlanda. Ropa, informática e,
incluso, hacerse algún arreglito facial y en los pies, con esos atrayentes
milagros que sabe lograr las expertas manos de un buen cirujano plástico.
Pocas
habían sido las horas de sueño para los cuatro miembros de la familia Rosales.
Tras una atmósfera un tanto nerviosa, en el desayuno, Ramiro consultó en el
teletexto la posible concreción de los premios en la Primitiva de ese sábado.
Los acertantes de cinco números, más el complementario, recibirían la importante cifra de 32.893 €. A los primeros gritos
de euforia, en el pequeño saloncito de la casa, se fue generando ese
sentimiento, íntimo o subliminal, de que el premio podría haber sido aún mayor.
Sin embargo ¡eran casi cinco millones y medio de las antiguas pesetas! El
regalo del azar había sido muy generoso y había que saber celebrarlo y
dosificarlo.
A
partir de este razonamiento, sensatamente expuesto por Adelina, comenzaron las
confesiones individuales o puntos de vista acerca de las prioridades para
emplear esa suculenta cantidad. Las discrepancias,
como era más que previsible, no tardaron en surgir. Primero, de una manera
cordial y dialogada. Posteriormente, elevando el tono de voz, con los nervios a
flor de piel. El egoísmo personal, en unos y otros, comenzó a enrarecer una
convivencia que hasta esta circunstancia podía calificarse, con los avatares
propios de los más jóvenes, como de modélica. De una forma u otra, ninguna de
las cuatro personas querían ceder en aquello que consideraban más necesario,
con el tamiz radicalizado del ego para la decisión final.
Ramiro,
como “cabeza de familia” defendía con autoridad su planteamiento de adquirir un
buen utilitario. Llevaba muchos años trabajando de manera abnegada y sólo había
podido disponer de una avejentada motocicleta para su desplazamiento diario a
esa tienda de donde salía el sustento familiar. Ocho y más horas de pie,
atendiendo a una contrastada clientela, un día tras otro, merecía la ilusión o
compensación de disponer de ese vehículo que siempre había anhelado tener, si
la situación económica lo permitía.
Adelina,
por su parte, comprendía que el premio no llegaba para complacer su deseo de disponer de una vivienda
propia (vivían de alquiler). De todas formas, podrían buscar un piso de segunda
mano y dar una buena entrada. A partir de los arreglos más urgentes, irían
pagando las letras firmadas del préstamo hipotecario. Tal vez si ella sacara
unas horas para trabajar en la limpieza de otras casas…….
Javi
seguía defendiendo, con toda la pasión y fuerza del adolescente, la compra de
ese equipo informático con el logotipo del bocado en la manzana. Sus buenas
calificaciones en bachillerato le habían permitido acceder a una beca de la
Administración educativa, ayuda que pensaba mantener para emprender estudios de
arquitectura. Las prestaciones de esta prestigiosa y cara marca de ordenadores
se acomodaban muy bien para esos estudios en proyecto. Además él quería también
disponer de una moto, como muchos de sus compas del Instituto y amigos del
barrio.
A
Cristi le sobrevino una llantina nerviosa, en el ámbito de lo compulsivo.
Quería mejorar una imagen personal que no le agradaba y que perjudicaba sus
opciones afectivas con otros chicos, especialmente en esas edades en que el
físico se diviniza hasta la exageración más insensata. En su grupo pandillero
había recibido crueles comentarios hacia algunas aspectos de su imagen corporal
y, tras una noche presidida por el “cuento de la lechera” la cuantía del premio
y las ambiciones de sus padres y hermano hacían muy difícil la consecución de
sus deseos. Tras un soberano portazo, se encerró en el cuarto dormitorio que
compartía con su hermano.
Tras
la borrasca de las palabras y los reproches, sobrevino un tenso silencio en la
mañana y tarde de un domingo en el que la calma y la armonía grupal había
desaparecido para esta modesta familia. Ya en la cena, Ramiro, impuso con
autoridad unas palabras para la sensatez.
“El espectáculo que estamos ofreciendo, en este día que
debía haber sido alegre y entusiasta, es más que deprimente y vergonzante. Me
parece que todos (y yo también me incluyo, por supuesto) estamos anteponiendo
nuestros más egoístas deseos sobre el bienestar y la solidaridad general que
nunca debemos perder. Por cierto, nadie se ha acordado de la tía Engracia, que
con la modesta pensión que le ha quedado, tras el fallecimiento de su marido,
apenas puede llegar a final de cada mes. Y hablo, pensando en ella, de las
necesidades más básicas (alimentación, vivienda, electricidad…). Sus tres hijos
son de vuestra edad y lo están pasando muy mal, con todo tipo de carencias.
Pero, volviendo a nuestro dilema, he tomado la mejor decisión; no vamos a
precipitarnos en emplear estos euros que el destino ha puesto en nuestras
manos.
Mañana, en la tienda, pediré unos minutos a don Rosendo y
me pasaré por la administración de lotería. Les indicaré que ingresen la
cantidad premiada en nuestra cartilla de ahorros y ya, con más tranquilidad y
sensatez, aplicaremos el dinero a esas necesidades que consideremos más
razonables para nuestras vidas. La tensión y las duras palabras (no han faltado
incluso insultos y groserías) que he tenido, con mucho dolor que escuchar
durante el día, deben desaparecer de inmediato. Este domingo, que debía haber
sido alegre e ilusionado, lo hemos finalmente convertido en una diatriba de
egoísmos y ambiciones, sin fin, donde los coches, las motos, los cruceros, las
clínicas de estética y la parafernalia informática no ha cesado de alterar
nuestra convivencia.. Tenemos que recuperar la calma. Somos gente muy modesta
pero sana. Hemos de mantener el
valor de la buena armonía y las mejores formas. Resumiendo, esperaremos unos
días a fin de tomar la decisión más inteligente para nuestras vidas”.
Lunes, nublado de octubre. 10.15 de la mañana. Ramiro es efusivamente felicitado y autorizado por D. Rosendo, el propietario del colmado donde trabaja, para que acuda con presteza a la agencia habitual de loterías, a fin de regularizar la situación del boleto premiado. Así lo hace el dependiente, dirigiéndose con nerviosa y satisfecha alegría, al establecimiento donde selló el boleto agraciado con la suerte. Tras explicarle a la Srta. que regenta la administración sus intenciones, Vicky le responde:
“Es
una gran alegría que un cliente habitual reciba esta magnífica compensación
económica. El procedimiento es muy sencillo. Validamos los datos del boleto y
después se dirige a la entidad bancaria que mejor considere, para que le pasen
la cuantía premiada a una cuenta corriente. Yo le hago un pequeño informe para
facilitarle esta operación”.
Sin embargo, antes de pasar el
boleto sellado por el lector del escáner, el rostro de Vicky cambia por
completo desde la sonrisa a la preocupación.
“Ramiro,
le conozco desde hace ya más de un año. Sé que todas las semanas acude con
fidelidad a sellar su boleto de la Primitiva. Pero…..¿no se ha fijado …… que
este boleto corresponde a la semana pasada? Compruébelo Vd. mismo. Es una
desagradable coincidencia, pero ha debido Vd. confundir un boleto no premiado
el sábado anterior con los números de esta semana. De verdad que lo lamento en
el alma, pero estas cosas tan curiosas a veces nos pasan. Somos humanos y nos
equivocamos ……”
Efectivamente,
al pasar por el escáner, la respuesta del mismo fue la de “sin premio”. Sólo
tenía un número acertado.
La
generosidad de D. Rosendo, un septuagenario y bondadoso comerciante,
propietario del céntrico establecimiento de ultramarinos, fue encomiable, ante
la presencia de su atribulado dependiente que, avergonzado y presa del desánimo,
veía como tantas ilusiones quedaban en la nada por un desafortunado error de
comprobación. Concedió a Ramiro ese día libre, autorizándole a que llevara
algunas mercancías a casa, a fin de hacer más llevadero el amargo trance de
transmitir a su familia la verdadera realidad del boleto supuestamente
“premiado”. La gran sorpresa, para este modesto trabajador, fue la plausible
reacción de Adelina, no así la de sus hijos, que tardaron muchas semanas en
superar su infantil desencanto. -
José L. Casado Toro (viernes, 7 Agosto
2015)
Profesor
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