jueves, 20 de agosto de 2015

EL AZAR CAPRICHOSO, EN EL DESTINO DE TRES JÓVENES VIDAS.


El poder de la memoria nos traslada a una escenografía inserta en los años sesenta, del siglo pasado. Aunque todavía la estación otoñal no había llegado a los calendarios, los primeros días de septiembre presentaban ya una temperatura ambiente más fresca con respecto a ese tórrido agosto, vacacional y lúdico para las ilusiones de tantos.

Un envejecido pero voluntarioso tren iba devorando, de manera pausada y constante, los kilómetros de vías que unen Andalucía con Extremadura. En uno de los departamentos, correspondiente al vagón número tres, viajaban seis personas, en dos bancos contrapuestos con asientos corridos. Uno de ellos, se hallaba ocupado por un sacerdote mayor quien, enfundado en su raída sotana, leía o rezaba su también manoseado breviario. Junto a él, dormitaba un soldado joven, vistiendo su reglamentario uniforme de infantería color kaki. Completaba la fila una señora mayor, que no abandonaba el ejercicio laborioso de su croché. Enfrente de esta fila, había una pareja joven, Carlos y Ana María que no debían superar los veintipocos años de edad, serios y cariacontecidos. Junto a la chica viajaba Lucía, otra joven mujer, que había ganado recientemente su plaza de maestra nacional. Se distraía observando el paisaje, a través del cristal de una ventana descuidada en su limpieza. Todos ellos, con billetes de tercera clase, descansaban sobre unos asientos de austera y pajiza madera. Aquí comienza realmente esta historia de equívocos y esperanzas.

A eso de las siete y cuarto en la tarde, con más de treinta minutos de retraso, el tren hace su entrada en la estación cacereña. Los viajeros de éste y demás vagones se levantan de sus asientos para coger sus maletas, bolsas y otras pertenencias. En el trasiego de estos movimientos, el chico extrae un pequeño sobre de su bolsillo y con disimulo lo introduce en la mochila de su compañera de asiento, una mochila color verde oscuro, muy parecida a la que también lleva la maestra, junto a una pesada maleta, como equipaje. Todos abandonan el compartimento, dirigiéndose a sus respectivos destinos. Al bajar del tren, Lucía habla con un funcionario ferroviario, preguntándole si conoce alguna pensión cercana a la estación de ferrocarriles, aneja a la de autobuses, en la capital extremeña. Mañana sábado, habrá de tomar un autobús que la llevará al pueblo de Jaraíz de la Vera, su primer destino profesional para el curso 1961-62. Bien aconsejada, recorre un par de calles y avista una iluminada señal que anuncia el Hostal París, donde contrata una habitación para pasar la noche. Tras dejar su equipaje en la habitación, baja a una poco concurrida cafetería, a pocos metros del hostal, donde una señora (un tanto desaliñada en su aseo y ropa) le prepara un bocadillo de tortilla y una pequeña ensalada. Como postre pide un vaso de leche caliente, para compensar la frialdad con la que se ha presentado la noche.

Ya en su cuarto, comprueba que el agua no sale caliente por el grifo de la pequeña bañera. Un obeso conserje, calvo y con gafas oscuras, a pesar de la hora, le aclara que la caldera estaba estropeada desde hacía un par de días. Ante la protesta de la maestra, su interlocutor, más preocupado por un programa de humor que escucha a través de la radio,  le promete rebajarle algo de las 25 pesetas que vale la habitación, cuando mañana temprano abandone el hostal.

De vuelta a su habitación se lava un tanto frugalmente, pues el agua sale del grifo con una temperatura incómodamente gélida. El mobiliario de la habitación es muy modesto, dada la reducida cualificación del establecimiento. Viendo la aburrida situación y el cansancio que soporta, se echa en la cama casi vestida, dejándose puestos los calcetines, dado que la calefacción tampoco funciona. Recuerda que está leyendo una novela, recientemente publicada de Luis Martín Santos, por lo que se levanta del lecho para recoger ese libro que guarda en su mochila. Aunque el argumento está presidido por un rudo realismo, ese Tiempo de Silencio le ayuda gratamente a empatizar con la situación argumental que el autor relata con proverbial maestría. Ya con el manual en la mano, observa que en el fondo de su mochila hay un sobre de color celeste, en cuyo anverso está escrita una corta frase que dice “Pensé que era mejor hacerlo por escrito, Ana María”.  Profundamente intrigada, se dirige de nuevo a la cama y allí, recostada sobre dos almohadones, decide abrir el misterioso sobre y proceder a su lectura. El texto está escrito sobre una hoja de papel rayado, con una nerviosa caligrafía que contiene algunas faltas de ortografía.

“Mi querida y bien amada Ana María. Esta noche leerás mis palabras que representan una despedida muy dolorosa, pero necesaria. He luchado por tu compañía y amor todo lo que he podido, aceptando el desdén e incluso el desprecio por parte de tu familia, un día tras otro. El destino quiso unirnos en aquella fiesta de cumpleaños con amigos comunes. Aunque tu pertenecías a una familia acomodada, muy alejada de mi bohemia y modesta realidad, siempre pensé que nuestro amor podía superar todos los contratiempos. Pero yo soy una persona humilde. Sólo vivo de mi música, trabajando en este grupo que va de aquí para allá, deambulando de pueblo en pueblo, tratando de ganar unas pesetillas, allí donde nos contratan.

Tu propio padre me dijo el pasado lunes, cuando tu no estabas presente, que él quería otra cosa para su hija. Y que yo tenía poco que hacer dentro de su familia. Que si de verdad te quería, debía dejarte encontrar un mejor partido para tu vida y que él haría lo posible e imposible por romper nuestra relación. Llevamos así ya casi año y medio y esa oposición constante de tu gente me tiene desanimado y agotado. Llega un momento en que siento no poder luchar contra un muro de incomprensión ….. lleno de soberbia. Sé que te encuentras muy unida a tus padres y yo no quiero seguir siendo un obstáculo entre vosotros. La verdad es que no le veo futuro a lo nuestro. Tal vez sea mejor dejarlo. Encontrarás a una persona de tu clase y posición social que agrade a las exigencias de tu importante familia. Ha sido hermoso, y a la vez doloroso, conocerte. Pero no tendría sentido que te siguieras enfrentando e incluso rompiendo con aquellos que te han traído al mundo. Gracias, por todo lo que tu también has tenido que aguantar. Debemos buscar otros caminos para nuestros destinos. Carlos A”.

Tras leer este sincero y difícil escrito, Lucía se puso a cavilar cómo pudo haber llegado esta carta a su mochila. La deducción no podía ser otra. Carlos tenía que ser el joven que estaba sentado en su fila, junto a la otra chica. Probablemente quiso dejarle esta carta de despedida y equivocó o confundió, con el trasiego de la llegada, las dos bolsas o mochilas que eran bastante similares. Por alguna razón habría preferido que el difícil contenido de la carta fuera leído, por la que hasta ese momento era su novia, en la intimidad de su domicilio, sin estar él presente. ¿Y qué hacer ahora? El sobre carecía de remite o datos concretos que pudiesen identificar la dirección de estas dos personas. ¿Vivirían en Cáceres, o en alguna población cercana a esta provincia….? Pensando y pensando, se quedó profundamente dormida, ya que al día siguiente tendía que madrugar.

Y el tiempo hizo correr las hojas del calendario. Lucía siempre quiso guardar esa carta pues su conciencia y esperanza le decían que su autor algún día podría recuperarla. Quiso el azar poner en su horizonte no a Carlos, sino a la destinataria afectiva del texto.

Durante su segundo curso de estancia, en el Colegio Público Ejido, un sábado de abril, se desplazó a la capital provincial, a fin de pasar la tarde haciendo unas compras en los Grandes Almacenes y de camino ver alguna película. A la salida de la sala de proyección, tras haber presenciado “Los Pájaros (The birds)” gran película de Alfred Hitchcock, se cruzó con una joven a la que creyó reconocer. Dudó unos instantes y quiso acercarse más a la misma, aprovechando que esa mujer detuvo su caminar ante el cristal exterior de una pastelería.

“Discúlpeme, en modo alguno pretendo molestarla. Pero su figura me ha recordado a una persona con la me gustaría intercambiar unas palabras. Pienso que lleva ahora su cabello algo más corto, sin embargo creo que tú (gracias por permitirme el tuteo) puedes ser aquella joven con la que viajé en el tren hasta Cáceres, hace casi dos años. Fue en septiembre y en aquella oportunidad estabas acompañada por un muchacho cuyo nombre era el de Carlos. ¿El tuyo podría ser el de Ana MarÍa?……..

Ante la expresión de profundo asombro de esta joven, que asentía con su cabeza lo que su interlocutora manifestaba, Lucía le rogó unos minutos a fin de explicarle el motivo por el que la había reconocido. Ambas decidieron hablar con más sosiego, por lo cual entraron en esa cafetería y pastelería, a fin de compartir un par de tazas de café.

Tras escuchar con atención la sorprendente explicación de la maestra, Ana comenzó a hablar, una vez superado el estado emocional que la embargaba. “Verdaderamente es asombrosa tu capacidad para la memoria visual. Y ha sido una suerte, el que hoy nos hayamos encontrado. Casi dos años hace ya de aquellos ingratos acontecimientos en mi vida. Ahora me entero de que hubo una carta explicativa de aquella misteriosa desaparición, por parte de la persona a quien verdaderamente amaba. Y es que fue de la noche a la mañana y nunca más volví a saber de él. Dos años han pasado desde aquellos terribles días. Unos amigos me indicaron que Carlos había puesto rumbo hacia América del sur. Precisamente, uno de los componentes de su grupo musical, hoy día ya disuelto, era argentino. Probablemente volvió a su país y tal vez Carlos le acompañó, buscando una mejor oportunidad para su vida, por cierto muy complicada en lo que yo alcancé a conocer.

“Bueno, he de confesarte, que ahora estoy casada. Y, aunque aún apenas se me nota…… ya embarazada. Sí, hice un matrimonio bien, como el que mis padres siempre quisieron para mí. Hay estabilidad, hay dinero, hay seguridad pero tú, como mujer, bien lo sabes. Nunca llega a olvidarse al que consideras el primer y mejor amor en tu vida. No te oculto que estoy aún en estado de shock emocional, por todo lo que me has narrado. Por supuesto que me gustaría conocer esa carta. Verla. Leerla, una y otra vez. No sé que hubiera ocurrido si ese sobre hubiese llegado a la mochila adecuada. De todas formas, su silencio y desaparición posterior fue terrible, aunque ahora comprendo un poco mejor la situación. Pero es que no puedes huir, desaparecer de la vida de una persona, de la forma en que él lo hizo. Por supuesto que yo también sufrí mucho. Y ahora, pues ya ves …. viviendo……”

Se intercambiaron direcciones y quedaron en verse para dentro de dos sábados en esa misma cafetería. Cuando Lucía volvía a Jaraíz, en el bus, se iba repitiendo a sí misma acerca de la suerte que el azar a veces quiere regalarnos. “Creo que he ganado a una amiga, pero ¡cuánto me gustaría algún día encontrarme con Carlos! Saber qué ha sido de él. Conocer cómo programa el amanecer y el atardecer, en todas esas páginas que ilustran el devenir de su existencia”. Y ese azaroso destino, traviesamente caprichoso en la lógica de sus decisiones, iba a deparar nuevos e insólitos vínculos en la vida de estos tres jóvenes que una vez habían viajado juntos en un modesto vagón de tercera. Fue ….. en aquel septiembre del 61.-

José L. Casado Toro (viernes, 21 Agosto 2015)
Profesor

No hay comentarios:

Publicar un comentario