El
poder de la memoria nos traslada a una escenografía inserta en los años sesenta, del siglo pasado. Aunque todavía la
estación otoñal no había llegado a los calendarios, los primeros días de
septiembre presentaban ya una temperatura ambiente más fresca con respecto a
ese tórrido agosto, vacacional y lúdico para las ilusiones de tantos.
Un
envejecido pero voluntarioso tren iba devorando, de manera pausada y constante,
los kilómetros de vías que unen Andalucía con Extremadura. En uno de los
departamentos, correspondiente al vagón número tres, viajaban seis personas, en
dos bancos contrapuestos con asientos corridos. Uno de ellos, se hallaba
ocupado por un sacerdote mayor quien, enfundado en su raída sotana, leía o
rezaba su también manoseado breviario. Junto a él, dormitaba un soldado joven,
vistiendo su reglamentario uniforme de infantería color kaki. Completaba la
fila una señora mayor, que no abandonaba el ejercicio laborioso de su croché.
Enfrente de esta fila, había una pareja joven, Carlos
y Ana María que no debían superar los
veintipocos años de edad, serios y cariacontecidos. Junto a la chica viajaba Lucía, otra joven mujer, que había ganado
recientemente su plaza de maestra nacional. Se distraía observando el paisaje,
a través del cristal de una ventana descuidada en su limpieza. Todos ellos, con
billetes de tercera clase, descansaban sobre unos asientos de austera y pajiza
madera. Aquí comienza realmente esta historia de equívocos y esperanzas.
A
eso de las siete y cuarto en la tarde, con más de treinta minutos de retraso,
el tren hace su entrada en la estación cacereña.
Los viajeros de éste y demás vagones se levantan de sus asientos para coger sus
maletas, bolsas y otras pertenencias. En el trasiego de estos movimientos, el
chico extrae un pequeño sobre de su bolsillo y con disimulo lo introduce en la
mochila de su compañera de asiento, una mochila color verde oscuro, muy
parecida a la que también lleva la maestra, junto a una pesada maleta, como
equipaje. Todos abandonan el compartimento, dirigiéndose a sus respectivos
destinos. Al bajar del tren, Lucía habla con un funcionario ferroviario,
preguntándole si conoce alguna pensión cercana a la estación de ferrocarriles,
aneja a la de autobuses, en la capital extremeña. Mañana sábado, habrá de tomar
un autobús que la llevará al pueblo de Jaraíz de la
Vera, su primer destino profesional para el curso 1961-62. Bien
aconsejada, recorre un par de calles y avista una iluminada señal que anuncia el Hostal París, donde contrata una habitación para
pasar la noche. Tras dejar su equipaje en la habitación, baja a una poco
concurrida cafetería, a pocos metros del hostal, donde una señora (un tanto
desaliñada en su aseo y ropa) le prepara un bocadillo de tortilla y una pequeña
ensalada. Como postre pide un vaso de leche caliente, para compensar la
frialdad con la que se ha presentado la noche.
Ya
en su cuarto, comprueba que el agua no sale caliente por el grifo de la pequeña
bañera. Un obeso conserje, calvo y con gafas oscuras, a pesar de la hora, le
aclara que la caldera estaba estropeada desde hacía un par de días. Ante la
protesta de la maestra, su interlocutor, más preocupado por un programa de
humor que escucha a través de la radio,
le promete rebajarle algo de las 25 pesetas que vale la habitación,
cuando mañana temprano abandone el hostal.
De
vuelta a su habitación se lava un tanto frugalmente, pues el agua sale del
grifo con una temperatura incómodamente gélida. El mobiliario de la habitación
es muy modesto, dada la reducida cualificación del establecimiento. Viendo la
aburrida situación y el cansancio que soporta, se echa en la cama casi vestida,
dejándose puestos los calcetines, dado que la calefacción tampoco funciona.
Recuerda que está leyendo una novela, recientemente publicada de Luis Martín
Santos, por lo que se levanta del lecho para recoger ese libro que guarda en su
mochila. Aunque el argumento está presidido por un rudo realismo, ese Tiempo de Silencio le ayuda gratamente a empatizar
con la situación argumental que el autor relata con proverbial maestría. Ya con
el manual en la mano, observa que en el fondo de su
mochila hay un sobre de color celeste, en cuyo anverso está escrita una
corta frase que dice “Pensé que era mejor hacerlo por
escrito, Ana María”.
Profundamente intrigada, se dirige de nuevo a la cama y allí, recostada
sobre dos almohadones, decide abrir el misterioso sobre y proceder a su
lectura. El texto está escrito sobre una hoja de papel rayado, con una nerviosa
caligrafía que contiene algunas faltas de ortografía.
“Mi querida y bien amada Ana María. Esta noche leerás mis
palabras que representan una despedida muy dolorosa, pero necesaria. He luchado
por tu compañía y amor todo lo que he podido, aceptando el desdén e incluso el
desprecio por parte de tu familia, un día tras otro. El destino quiso unirnos
en aquella fiesta de cumpleaños con amigos comunes. Aunque tu pertenecías a una
familia acomodada, muy alejada de mi bohemia y modesta realidad, siempre pensé
que nuestro amor podía superar todos los contratiempos. Pero yo soy una persona
humilde. Sólo vivo de mi música, trabajando en este grupo que va de aquí para
allá, deambulando de pueblo en pueblo, tratando de ganar unas pesetillas, allí
donde nos contratan.
Tu propio padre me dijo el pasado lunes, cuando tu no
estabas presente, que él quería otra cosa para su hija. Y que yo tenía poco que
hacer dentro de su familia. Que si de verdad te quería, debía dejarte encontrar
un mejor partido para tu vida y que él haría lo posible e imposible por romper
nuestra relación. Llevamos así ya casi año y medio y esa oposición constante de
tu gente me tiene desanimado y agotado. Llega un momento en que siento no poder
luchar contra un muro de incomprensión ….. lleno de soberbia. Sé que te
encuentras muy unida a tus padres y yo no quiero seguir siendo un obstáculo
entre vosotros. La verdad es que no le veo futuro a lo nuestro. Tal vez sea
mejor dejarlo. Encontrarás a una persona de tu clase y posición social que
agrade a las exigencias de tu importante familia. Ha sido hermoso, y a la vez
doloroso, conocerte. Pero no tendría sentido que te siguieras enfrentando e
incluso rompiendo con aquellos que te han traído al mundo. Gracias, por todo lo
que tu también has tenido que aguantar. Debemos buscar otros caminos para
nuestros destinos. Carlos A”.
Tras
leer este sincero y difícil escrito, Lucía se puso a cavilar cómo pudo haber
llegado esta carta a su mochila. La deducción no podía ser otra. Carlos tenía
que ser el joven que estaba sentado en su fila, junto a la otra chica.
Probablemente quiso dejarle esta carta de despedida y equivocó o confundió, con
el trasiego de la llegada, las dos bolsas o mochilas que eran bastante
similares. Por alguna razón habría preferido que el difícil contenido de la
carta fuera leído, por la que hasta ese momento era su novia, en la intimidad
de su domicilio, sin estar él presente. ¿Y qué hacer
ahora? El sobre carecía de remite o datos concretos que pudiesen
identificar la dirección de estas dos personas. ¿Vivirían en Cáceres, o en
alguna población cercana a esta provincia….? Pensando y pensando, se quedó
profundamente dormida, ya que al día siguiente tendía que madrugar.
Y el
tiempo hizo correr las hojas del calendario.
Lucía siempre quiso guardar esa carta pues su conciencia y esperanza le decían
que su autor algún día podría recuperarla. Quiso el azar poner en su horizonte
no a Carlos, sino a la destinataria afectiva del texto.
Durante
su segundo curso de estancia, en el Colegio Público Ejido, un sábado de abril,
se desplazó a la capital provincial, a fin de pasar la tarde haciendo unas
compras en los Grandes Almacenes y de camino ver alguna película. A la salida
de la sala de proyección, tras haber presenciado “Los Pájaros (The birds)” gran
película de Alfred Hitchcock, se cruzó con una joven a
la que creyó reconocer. Dudó unos instantes y quiso acercarse más a la
misma, aprovechando que esa mujer detuvo su caminar ante el cristal exterior de
una pastelería.
“Discúlpeme, en modo alguno pretendo molestarla. Pero su
figura me ha recordado a una persona con la me gustaría intercambiar unas
palabras. Pienso que lleva ahora su cabello algo más corto, sin embargo creo
que tú (gracias por permitirme el tuteo) puedes ser aquella joven con la que
viajé en el tren hasta Cáceres, hace casi dos años. Fue en septiembre y en
aquella oportunidad estabas acompañada por un muchacho cuyo nombre era el de
Carlos. ¿El tuyo podría ser el de Ana MarÍa?……..
Ante
la expresión de profundo asombro de esta joven, que asentía con su cabeza lo
que su interlocutora manifestaba, Lucía le rogó unos minutos a fin de
explicarle el motivo por el que la había reconocido. Ambas decidieron hablar
con más sosiego, por lo cual entraron en esa cafetería y pastelería, a fin de
compartir un par de tazas de café.
Tras
escuchar con atención la sorprendente explicación de la maestra, Ana comenzó a
hablar, una vez superado el estado emocional que la embargaba. “Verdaderamente es asombrosa tu capacidad para la memoria
visual. Y ha sido una suerte, el que hoy nos hayamos encontrado. Casi dos años hace
ya de aquellos ingratos acontecimientos en mi vida. Ahora me entero de que hubo
una carta explicativa de aquella misteriosa desaparición, por parte de la
persona a quien verdaderamente amaba. Y es que fue de la noche a la mañana y
nunca más volví a saber de él. Dos años han pasado desde aquellos terribles
días. Unos amigos me indicaron que Carlos había puesto rumbo hacia América del
sur. Precisamente, uno de los componentes de su grupo musical, hoy día ya
disuelto, era argentino. Probablemente volvió a su país y tal vez Carlos le
acompañó, buscando una mejor oportunidad para su vida, por cierto muy
complicada en lo que yo alcancé a conocer.
“Bueno, he de confesarte, que ahora estoy casada. Y,
aunque aún apenas se me nota…… ya embarazada. Sí, hice un matrimonio bien, como
el que mis padres siempre quisieron para mí. Hay estabilidad, hay dinero, hay
seguridad pero tú, como mujer, bien lo sabes. Nunca llega a olvidarse al que
consideras el primer y mejor amor en tu vida. No te oculto que estoy aún en
estado de shock emocional, por todo lo que me has narrado. Por supuesto que me
gustaría conocer esa carta. Verla. Leerla, una y otra vez. No sé que hubiera
ocurrido si ese sobre hubiese llegado a la mochila adecuada. De todas formas,
su silencio y desaparición posterior fue terrible, aunque ahora comprendo un
poco mejor la situación. Pero es que no puedes huir, desaparecer de la vida de
una persona, de la forma en que él lo hizo. Por supuesto que yo también sufrí
mucho. Y ahora, pues ya ves …. viviendo……”
Se
intercambiaron direcciones y quedaron en verse para dentro de dos sábados en
esa misma cafetería. Cuando Lucía volvía a Jaraíz, en el bus, se iba repitiendo
a sí misma acerca de la suerte que el azar a veces quiere regalarnos. “Creo que he ganado a una amiga, pero ¡cuánto me gustaría
algún día encontrarme con Carlos! Saber qué ha sido de él. Conocer cómo
programa el amanecer y el atardecer, en todas esas páginas que ilustran el
devenir de su existencia”. Y ese azaroso destino, traviesamente caprichoso
en la lógica de sus decisiones, iba a deparar nuevos e insólitos vínculos en la
vida de estos tres jóvenes que una vez habían viajado juntos en un modesto
vagón de tercera. Fue ….. en aquel septiembre del 61.-
José L. Casado Toro (viernes, 21 Agosto
2015)
Profesor
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