La
noticia de su inesperado éxito, en el ilustrado mundo de las letras, tuvo un
fuerte impacto mediático. El protagonismo de la noticia correspondía a un joven
licenciado en Filología Románica, absolutamente desconocido en el mundo de las
letras, que había logrado ser finalista en el más importante concurso literario,
de titularidad privada, celebrado en nuestro país. Suscitaba una comprensible
expectación el que un escritor novel, tachado desde los oropeles capitalinos
con la soberbia y mohosa frase: “es de provincias” y sin más currículo
académico que el de ser funcionario de correos en la capital malacitana, obtuviese un apetecible segundo premio en la afamada
convocatoria literaria.
Todo
ello sucedió hace ya cuatro años, cuando Juan Bernabé
envió su primera novela a este concurso literario. Desde sus años de formación,
en centros escolares públicos, gustaba practicar el siempre preciado valor de
la escritura. Componía numerosos textos, relatos e incluso poemas que
sustentaban su innata y, al tiempo, trabajada capacidad para la expresión
escrita. Esta afición a las letras fue mantenida durante su etapa en las aulas
universitarias, donde cursó el grado de Filología, con alguna ayuda económica
oficial y el admirable sacrificio de sus padres, personas modestas que tuvieron
que criar a dos hermanos más. Sin éxito en las escasas oposiciones docentes,
convocadas por la Junta de Andalucía, probó suerte en el terreno paralelo de la
actividad administrativa, donde sí obtuvo una muy bien recibida plaza de
auxiliar, para el cuerpo funcionarial de correos.
Aprovechando
diariamente esa disponibilidad horaria laboral, al salir de su trabajo a las
tres de la tarde, pudo ir construyendo ese gran reto literario de elaborar un
bien estructurado escrito. Los casi trescientos folios de esta su primera
novela, que supusieron más de dos años de intenso trabajo, fue titulada “La decisión de Margot, en tiempos de la impaciencia”.
Con osada valentía, envió su escrito a uno de los más prestigiosos y suculentos
concursos literarios españoles, con la firme convicción de que el suyo era un
magnifico trabajo. Apenas cumplidos los treinta y tres años, este audaz
escritor se vio de la noche a la mañana con un sustancioso premio en el
bolsillo y, lo que aún era más importante, gozando de esa fama mediática que
suele ser pasajera, si no se alimenta y barniza de manera continuada.
Pero,
en esos momentos de ilusionado ornato, se sintió lo suficientemente valiente y
preparado para emprender la difícil aventura de
intentar subsistir económicamente a través del trabajo literario. A ello
contribuyó un contrato de colaboración semanal, con el más importante periódico
de la localidad, donde publicaba un artículo en su edición dominical, además de
las negociaciones para escribir una nueva novela, por encargo de la editorial
que le había concedido el galardón. Solicitó y obtuvo de la Administración una
excedencia por tres años, a fin de poder dedicarse por entero para trabajar en
aquello que más le vitalizaba: la creatividad narrativa
de las palabras.
A
partir de este importante cambio en su biografía, estimó conveniente abandonar
la tradicional convivencia en casa de sus padres, para lo cual alquiló un soleado ático, situado en una acomodada y
tranquila zona urbana, no lejos del centro de la ciudad. Allí reside, recorriendo
los días y las horas en esa apasionada aventura de hacer aquello que le gusta
y, lo que también es importante, tratando de subsistir económicamente mediante
el ejercicio profesional de la palabra escrita. Pero en estos cuatro años transcurridos,
desde el aldabonazo concursal en su vida, los resultados no han sido los que,
con ilusión desbordante, marcaban sus nuevas expectativas de futuro.
Para
comenzar, durante este importante período marcado por las hojas del calendario,
no ha llegado a ver la luz el gozoso proyecto de su
segunda novela. El escrito que entregó a la editorial, al año y medio
del acuerdo contractual, fue rechazado
por el consejo empresarial hasta en dos ocasiones. Primeramente, se consideró
inadecuada la estructura “escénica” que presidía el relato. Una vez que se vio
obligado a rehacer esa malla argumental, de nuevo la editorial estimó
escasamente comercial la difusión de la historia que contaba. Hace aproximadamente
un año que recibió la sugerencia de que reiniciera el camino de una nueva
novela, presidida por otros recorridos temáticos y estructurales. En otras
palabras, se le pedía que lo intentara una vez más, pero cambiando un estilo
personal que ellos entendían no iba a resultar interesante para ese
irrenunciable objetivo empresarial de vender libros. Y por supuesto, que
buscase nuevos espacios y contenidos argumentales.
De
manera afortunada, su colaboración narrativa dominical
en el periódico se mantiene. También ha recibido el encargo de realizar
unas cuidadas y extensas entrevistas, a personajes representativos de la vida
cultural provincial. Nombres vinculados al mundo de las letras, la música, el
cine, el teatro, la pintura, la escultura y el arte de vanguardia, la ciencia,
la tecnología…… van expresando sus criterios y posicionamientos ideológicos, los
proyectos profesionales, sin que falten aquellos logros y dificultades en toda esa
heterogénea miscelánea de creatividad, estilo y sensibilidad. Estas
colaboraciones salen impresas una vez al mes, en el suplemento dominical del
periódico. Juan Bernabé piensa en el proyecto futuro de unir todos estos
interesantes materiales en un libro, el cual debe mostrar las facetas más
significativas que conforman la vida cultural malagueña.
Tras
el periodo de esos tres años de excedencia, tomó la difícil decisión de renunciar a su
plaza funcionarial en el servicio de correos. Los emolumentos que recibe,
por parte de la empresa mediática, le permiten una mínima base económica que
hace posible su dedicación absoluta al mundo de la palabra escrita. A ello hay
que unir la cantidad que recibió como finalista en el concurso literario, así
como el porcentaje correspondiente a los derechos de autor en las ventas de la novela
que, bien invertidos, le ayudan a sostenerse económicamente. En ocasiones, ha
sido invitado, por distintas instituciones culturales, a pronunciar algunas
charlas y a intervenir en coloquios con otros escritores en diversos certámenes.
Además de sostener su imagen social, estas intervenciones suelen ser
compensadas, aunque no siempre, con algunos incentivos monetarios. En este
sentido, tiene un especial recuerdo o anécdota para la sonrisa.
Cierto
día recibió una comunicación escrita, procedente de una importante institución
educativa local, preguntándole si estaría dispuesto a dirigir un cursillo de seis
sesiones, sobre la técnica y estilo literario, impartido para alumnos de
segundo de bachillerato. Dicho curso se desarrollaría durante seis miércoles
consecutivos, con exposiciones teóricas y actividades prácticas de 90 minutos
cada una. Dado que la invitación estaba remitida por un prestigioso colegio
privado de titularidad religiosa, dedicado a la formación de alumnos
pertenecientes a familias socioeconómicamente importantes, aceptó de inmediato
el ofrecimiento. La preparación de las distintas sesiones, así como el
desarrollo de las mismas, le supuso una dedicación temporal importante, aunque
presumía que los réditos que obtendría por su esfuerzo serían suculentamente
atractivos.
El
trabajo con los bien motivados alumnos fue realmente estimulante. Abrir caminos
en la comprensión y práctica literaria, para estas jóvenes generaciones de
estudiantes, fue una experiencia laboriosa pero, al tiempo, muy grata en lo
humano. Tras la ultima sesión, la
dirección escolar organizó un acto social de clausura, al que asistieron los
bien encorbatados adolescentes, con el prestigioso logotipo institucional en
sus chaquetas, acompañados por sus respectivas familias. Antes de la merienda,
servida al efecto por una bien afamada empresa de catering, intervinieron con
sus palabras algunos alumnos y el propio Juan Bernabé, como profesor director del
curso. Tras los emocionantes discursos, el homenajeado escritor recibió, de
manos del director de la institución colegial, una pequeña caja, primorosamente
preparada, como reconocimiento y compensación por su intensa y cualificada
dedicación al curso.
En
medio de la expectación colectiva, Juan Bernabé abrió el envoltorio, a fin de mostrar
la naturaleza del regalo que recibía. En su interior había una figura de la
Virgen María, encastrada en un marco de metacrilato de tonalidad celeste. No
hubo otro detalle material, por todas esas horas de preparación, exposición,
dirección, corrección de ejercicios y desplazamiento invertidas (la institución
colegial se halla ubicada en un espacio natural, a unos siete kilómetros desde
el centro de la ciudad). Nueva y jugosa experiencia, en las alforjas vivenciales
de la materialidad y la espiritualidad.
Con su
juventud madura, de los treinta y cuatro años, este prometedor escritor novel
sigue a la espera de completar la construcción de su segunda novela. Se sienta
ante su ordenador cada día, cuando el cielo se apresta a clarear el alegre
inicio del amanecer. Le agrada madrugar, ya que considera que por la noche
tiene la mente menos ágil para diseñar y empatizar con los distintos personajes
que participan en las aventuras que narra. Trabaja toda la jornada matinal, dedicando
la tarde, tras el descanso de la sobremesa (le agrada prepararse su propio
alimento, lo que hace diariamente, salvo los fines de semana cuando visita a
sus padres o a las familias de sus dos hermanos) a pasear por la naturaleza montañosa
y marítima o, tambi a documentarse bibliográficamente. Ello es
necesario para mejor sustentar el contexto de las historias que recrea, rellenando
páginas y capítulos desde el teclado, gracias a su prodigiosa imaginación.
én,
Esta
rutina, del día a día, en el labrado artesano de las palabras, la realiza desde
la tranquilidad acústica de su pequeño pero coqueto ático, en las faldas del
monte Gibralfaro, sosiego varias veces interrumpido en el día por esas campanas que anuncian el rezo, en un convento de clausura
ubicado a pocos metros de su pequeño bloque. Los sutiles y líricos cánticos de
las religiosas, con el tañer de los toques seis veces al día, se mezclan con el
sonido emanado de esas teclas que sus dedos mueven con destreza y pericia creativa.
No son pocos los días en que pierde la concentración de la trama, con la
llegada acústica del rezo sublime de las monjas (desde el ático de su
residencia se puede ver una pequeña parte del claustro conventual). Sin embargo
el aún joven compositor o artesano de las palabras, entiende que esos cantos suponen una bella forma de hablar con la
divinidad al igual que él también intenta, con los textos que escribe,
dialogar y compartir con ese lector amigo que, pausadamente en la aventura,
disfruta, reflexiona y aprende. -
José L. Casado
Toro (viernes, 28 Agosto 2015)
Profesor