La
vida de Asun era similar a la de tantos
millones de personas, cuya ejemplar trayectoria queda sin ser recogida en los
manuales de Historia, ni tampoco en las páginas diarias de la información
periodística. Desde muy joven fue adiestrada, por su
abuela materna, en el útil arte de la costura. Eran tiempos en que la
ropa era trabajada por las manos expertas de esos modistas y modistos en sus
talleres, admirablemente artesanales. Bodas, bautizos, onomásticas y otras
celebraciones, suponían ilusionadas oportunidades para encargar ese traje,
falda, camisa o pantalón, cuya acertada hechura se elaboraba con paciencia,
arte y habilidad, para la mayor satisfacción de la fiel clientela.
El taller de esta laboriosa mujer, en la zona de Dos
Aceras/Carretería, era bien afamado por su buen hacer y precios razonablemente
asequibles. En sus mejores momentos para el ejercicio laboral, trabajaron en él
hasta cuatro personas, durante muchas de las horas del día. Ello permitió a su
propietaria ir acumulando una buena renta que supo administrar con esmero y
prudencia, para aquellos momentos en que la suerte se tornase esquiva. Y así
sucedió, con la llegada de los centros comerciales y esa ropa estandarizada,
pret a porter (listo para llevar) de la ingente producción industrial. La
costumbre social mayoritaria, con las nuevas formas de comportamiento, hizo que
la gente dejara de acudir a estos talleres o sastrerías, sustituyéndolos por el
peregrinaje a esos santuarios de la abundancia, ofertando las mejores ofertas,
de toda una masa de ropa elaborada con los avances asombrosos de la
mecanización.
Aún
en esos nuevos tiempos en las costumbres populares, Asun supo adaptarse a los modos comerciales de la estandarización.
Comenzó a realizar trabajos de arreglo en la ropa, para la sección textil de
una gran firma comercial. También abrió un pequeño local, en los planta baja
del bloque de pisos donde vivía, consiguiendo sumar una clientela fiel que le
llevaba encargos con bastante frecuencia. Mangas, bajos de pantalones,
botonadura, cremalleras y demás reparaciones, para esas prendas de calidad que siempre
gusta conservar y disfrutar.
Por
esos azares del destino, esta buena mujer no supo encontrar la adecuada
oportunidad para el matrimonio. Gozaba de un bondadoso carácter y la imagen que
ofrecía su físico era bastante normalizada, quizás con tendencia al sobrepeso.
Tuvo en su juventud algunos pretendientes aunque, la intensa dedicación al
trabajo, junto a la voluntad de unos y otros, no hizo posible la experiencia de
la vida matrimonial. Su única familia la formaba una hermana, Esther, tres años menor que ella, casada con un
funcionario judicial, que tenía dos hijos, Lourdes
y Máximo, los cuales siempre buscaron en su
tía, con un proceder más que egoísta, el apoyo económico que ella nunca les
negó. Los dos hermanos trataban así de compensar los errores profesionales en
el que ambos se veían envueltos con excesiva frecuencia.
En
varias ocasiones el esfuerzo de sus ahorros pudo solventar esas letras
hipotecarias firmadas, de manera alegre y despreocupada, por su irresponsable
sobrino y sacar de otros apuros familiares a Esther que, con una familia
numerosa de cuatro hijos y un marido con trabajos eventuales, afrontaban meses
en que no les llegaba ni para el sustento más básico. Aunque después de
ayudarles económicamente, recibían de su tía reprimendas y consejos al tiempo,
los dos sobrinos siempre veían a Asun como la alcancía generosa que permitía
resolver los apuros de última hora. Y así, mes tras mes.
Hace
unas semanas, cuando trabajaba unos dobladillos en su
máquina Singer de siempre, su ya cansado corazón dejó de latir. Próxima
a cumplir los setenta años, comentaba en ocasiones a sus amigas que tenía
ilusión de hacer un viaje a Marruecos, para cuando se jubilara como autónoma.
Ella, que apenas salido de su ciudad natal, deseaba conocer este país del norte
de África, en donde había nacido aquel apuesto joven que conoció en su
adolescencia. Esa atractiva posibilidad hizo vibrar sus sentimientos durante
los meses en que duró el idilio que, al final, no alcanzó el anhelado objetivo
conyugal. Había sido un verdadero amor que nunca desapareció de su memoria. Y
aun mantenía esperanzas, ya en su avanzada madurez, de poder contactar con
aquella persona a la que tanto quiso y deseó.
Su
única y corta familia, nunca había sabido a ciencia cierta el patrimonio que Asun había podido juntar, tras los
numerosos años de esforzada dedicación laboral en sus talleres de ropa. Aunque
siempre fue generosa con sus sobrinos y hermana, comprobaba que éstos,
fundamentalmente, buscaban en ella esa manos tendida para solventar carencias,
errores y caprichos, de manera especial en los dos hijos de Esther. Ella
siempre les aconsejó que debían sentar cabeza, dándole a sus vidas una
orientación más responsable y segura. Pero los mejores consejos no siempre
encuentran la receptividad necesaria en aquellos que no saben o quieren ver,
con la racionalidad necesaria, la realidad de la vida. Así que ambos jóvenes,
hoy ya adultos, malgastaron formación, apoyo y paciencia familiar, con un
comportamiento que contrastaba de manera palpable, con la sensatez y ejemplo
que su tía les había tratado siempre de inculcar.
Una
vez sosegado el duro impacto de la inesperada pérdida, la familia de Asun
comenzó a gestionar los trámites necesarios para conocer y recibir el
patrimonio que ésta había acumulado durante los años de vida. Su hermana Esther
quedó asombrada al conocer, a través de un abogado amigo de la finada, que
existía una voluntad testamentaria que ella había decidido no darlo a conocer
mientras viviese. Pensaban que, además del piso y el local que, en la
actualidad ella utilizaba como taller de arreglos, habría alguna cuenta
bancaria, probablemente joyas y algún que otro valor específico, junto al
mobiliario y los enseres propios de cada hogar.
Y
hoy, lunes 4 de Mayo, en un céntrico despacho notarial,
Esther, (lleva ya un año separada de su
marido, por incompatibilidad de caracteres) y sus hijos han sido citados para
una reunión donde se va a dar lectura de la voluntad expresa de Asun, con
respecto a sus bienes patrimoniales. Las tres personas mezclan su preocupación
e ilusión por conocer el contenido de un testamento, cuyo contenido a ellos les
va a afectar de manera indudable. Conociendo la generosidad de su hermana y
tía, respectivamente, piensan que ahora podrán hacer frente a sus carencias y
caprichos más inmediatas, pues no dudan en reconocer que Asun era muy
trabajadora y prudentemente ahorrativa, pensando con responsabilidad en los
años de la jubilación laboral. Es un día con temperatura templada y un cielo
que transmite el valor, positivamente anímico, de una Primavera que brilla con
todo su fulgor.
El Sr.
notario procedió a desarrollar el ritual propio de estos casos, dando lectura
al contenido de la voluntad expresa de la finada. A medida que las palabras
iban llegado a sus oídos, los asistentes al acto incrementaban su nivel de inesperada
sorpresa. El amplio piso y el local, donde estaba ubicado el taller de
arreglos, eran transferidos a una asociación que ayudaba a todas aquellas
mujeres que habían sido victimas de malos tratos y abusos por parte de sus
parejas y que tenían que buscar acomodo en centros de acogida. Era su voluntad
que el piso fuese dedicado a acoger y paliar el drama de estas mujeres con sus
hijos, hasta que pudiesen encontrar una residencia estable en función de su
ejercicio laboral. Todo el mobiliario también era cedido gratuitamente a dicha
asociación, salvo dos elementos: la máquina de coser,
Singer, aquella que Asun siempre había utilizado para su profesión,
sería entregada a su sobrina Lourdes. Su sobrino Máximo tendría un completo
equipo de herramientas y albañilería, que permanecía guardado en un cuartito
que servía como trastero. Las pocas joyas, que contenía un precioso joyero de
taracea granadina, sería entregado a su hermana Esther.
Existía
una cuenta de ahorros, que Asun tenía contratada con una entidad bancaria. En este momento el saldo de la misma ascendía
a 12.300 €. Y en el domicilio de esta laboriosa mujer, una pequeña caja fuerte
guardaba 24.000 € en su interior. Sus dos sobrinos recibirían 2.000 € cada uno.
El resto iría directamente a un conjunto de asociaciones benéficas,
nominalmente detalladas en el documento testamentario. Y había una larga carta,
dirigida conjuntamente a Lourdes y a Máximo.
El contenido de la misma decía así:
“Mis queridos sobrinos. Quiero entregaros esta breve
reflexión, que os llegará cuando ya no me encuentre entre vosotros. Yo, que no
he podido gozar de la maravillosa experiencia de la maternidad, os he
considerado, desde siempre, como unos ahijados de corazón. Siempre he querido
tener las puertas abiertas hacia vosotros, para hablaros, aconsejaros y, por
supuesto, ayudaros. Cuando os sentía felices, yo también lo era. Y cuando veía
que cometíais errores, yo también sufría sus efectos. Creo que, en muchos
aspectos, tenemos que aportar un profundo cambio a vuestras vidas. Yo he
trabajado, desde mi adolescencia, día tras día. A veces, con grandes
dificultades en mi entorno. Pero esas dificultades me han servido de acicate
para ser responsable ante mis obligaciones y hacer aquello que me enseñaron y
más me gustaba: trabajar, en la en la confección de ropa y en la reparación de
las prendas de vestir. Y he sido feliz, yendo a descansar cada noche con la
conciencia tranquila, pues el trabajo y la responsabilidad dignifica. Y eso es
lo que siempre os he aconsejado. Sé que, muy probablemente, el contenido de mi
voluntad testamentaria os defraudará e incluso os enfadará. Pero quiero
ofreceros esta mi última lección, como buen ejemplo para vuestras vidas. Esa
máquina de coser, ante la que he pasado tantos años, te la cedo a ti, Lourdes,
como metáfora e incentivo de un camino que tu puedes tomar, si así lo deseas. Y
esas herramientas, para ti Máximo, para que te pongas a trabajar de una vez,
con seriedad, con sacrificio y con esa voluntad que todos debemos aplicar a
nuestros objetivos en la vida. Ambos debéis cambiar. No debéis seguir en esa
comodidad y pasividad ante un complicado mundo que exige esfuerzo y sacrificio.
Que vuestra vida mejore. Que seáis más felices y fuertes ante vuestra
conciencia. Besos, tía Asun”.
Cuando
volvían de la notaría, caminando hacia el bus que les iba a llevar hacia
Teatinos, Máximo y Lourdes comentaban indignados acerca de la situación que
habían vivido aquella tarde, profundamente frustrante ante sus iniciales
expectativas. Aunque hablaban en voz baja, Esther pudo escuchar frases como
“¡Vaya caradura! ¡Vaya poca vergüenza, la tía! ¡Dárselo casi todo a
organizaciones sociales! ¡Cómo se ha reído de nosotros!” Esther, que caminaba
unos centímetros más atrás que sus hijos, no dejaba de musitar, también en voz
baja “Gracias, hermana. Una vez más has querido
darnos la mejor lección. Sin ser madre, has sabido hacerlo mucho mejor que
yo”.-
José L. Casado Toro (viernes, 31 Julio
2015)
Profesor