viernes, 31 de julio de 2015

LA EDUCATIVA HERENCIA DE ASUN.


La vida de Asun era similar a la de tantos millones de personas, cuya ejemplar trayectoria queda sin ser recogida en los manuales de Historia, ni tampoco en las páginas diarias de la información periodística. Desde muy joven fue adiestrada, por su abuela materna, en el útil arte de la costura. Eran tiempos en que la ropa era trabajada por las manos expertas de esos modistas y modistos en sus talleres, admirablemente artesanales. Bodas, bautizos, onomásticas y otras celebraciones, suponían ilusionadas oportunidades para encargar ese traje, falda, camisa o pantalón, cuya acertada hechura se elaboraba con paciencia, arte y habilidad, para la mayor satisfacción de la fiel clientela.

El taller de esta laboriosa mujer, en la zona de Dos Aceras/Carretería, era bien afamado por su buen hacer y precios razonablemente asequibles. En sus mejores momentos para el ejercicio laboral, trabajaron en él hasta cuatro personas, durante muchas de las horas del día. Ello permitió a su propietaria ir acumulando una buena renta que supo administrar con esmero y prudencia, para aquellos momentos en que la suerte se tornase esquiva. Y así sucedió, con la llegada de los centros comerciales y esa ropa estandarizada, pret a porter (listo para llevar) de la ingente producción industrial. La costumbre social mayoritaria, con las nuevas formas de comportamiento, hizo que la gente dejara de acudir a estos talleres o sastrerías, sustituyéndolos por el peregrinaje a esos santuarios de la abundancia, ofertando las mejores ofertas, de toda una masa de ropa elaborada con los avances asombrosos de la mecanización.

Aún en esos nuevos tiempos en las costumbres populares, Asun supo adaptarse a los modos comerciales de la estandarización. Comenzó a realizar trabajos de arreglo en la ropa, para la sección textil de una gran firma comercial. También abrió un pequeño local, en los planta baja del bloque de pisos donde vivía, consiguiendo sumar una clientela fiel que le llevaba encargos con bastante frecuencia. Mangas, bajos de pantalones, botonadura, cremalleras y demás reparaciones, para esas prendas de calidad que siempre gusta conservar y disfrutar.

Por esos azares del destino, esta buena mujer no supo encontrar la adecuada oportunidad para el matrimonio. Gozaba de un bondadoso carácter y la imagen que ofrecía su físico era bastante normalizada, quizás con tendencia al sobrepeso. Tuvo en su juventud algunos pretendientes aunque, la intensa dedicación al trabajo, junto a la voluntad de unos y otros, no hizo posible la experiencia de la vida matrimonial. Su única familia la formaba una hermana, Esther, tres años menor que ella, casada con un funcionario judicial, que tenía dos hijos, Lourdes y Máximo, los cuales siempre buscaron en su tía, con un proceder más que egoísta, el apoyo económico que ella nunca les negó. Los dos hermanos trataban así de compensar los errores profesionales en el que ambos se veían envueltos con excesiva frecuencia.

En varias ocasiones el esfuerzo de sus ahorros pudo solventar esas letras hipotecarias firmadas, de manera alegre y despreocupada, por su irresponsable sobrino y sacar de otros apuros familiares a Esther que, con una familia numerosa de cuatro hijos y un marido con trabajos eventuales, afrontaban meses en que no les llegaba ni para el sustento más básico. Aunque después de ayudarles económicamente, recibían de su tía reprimendas y consejos al tiempo, los dos sobrinos siempre veían a Asun como la alcancía generosa que permitía resolver los apuros de última hora. Y así, mes tras mes.

Hace unas semanas, cuando trabajaba unos dobladillos en su máquina Singer de siempre, su ya cansado corazón dejó de latir. Próxima a cumplir los setenta años, comentaba en ocasiones a sus amigas que tenía ilusión de hacer un viaje a Marruecos, para cuando se jubilara como autónoma. Ella, que apenas salido de su ciudad natal, deseaba conocer este país del norte de África, en donde había nacido aquel apuesto joven que conoció en su adolescencia. Esa atractiva posibilidad hizo vibrar sus sentimientos durante los meses en que duró el idilio que, al final, no alcanzó el anhelado objetivo conyugal. Había sido un verdadero amor que nunca desapareció de su memoria. Y aun mantenía esperanzas, ya en su avanzada madurez, de poder contactar con aquella persona a la que tanto quiso y deseó.

Su única y corta familia, nunca había sabido a ciencia cierta el patrimonio que Asun había podido juntar, tras los numerosos años de esforzada dedicación laboral en sus talleres de ropa. Aunque siempre fue generosa con sus sobrinos y hermana, comprobaba que éstos, fundamentalmente, buscaban en ella esa manos tendida para solventar carencias, errores y caprichos, de manera especial en los dos hijos de Esther. Ella siempre les aconsejó que debían sentar cabeza, dándole a sus vidas una orientación más responsable y segura. Pero los mejores consejos no siempre encuentran la receptividad necesaria en aquellos que no saben o quieren ver, con la racionalidad necesaria, la realidad de la vida. Así que ambos jóvenes, hoy ya adultos, malgastaron formación, apoyo y paciencia familiar, con un comportamiento que contrastaba de manera palpable, con la sensatez y ejemplo que su tía les había tratado siempre de inculcar.

Una vez sosegado el duro impacto de la inesperada pérdida, la familia de Asun comenzó a gestionar los trámites necesarios para conocer y recibir el patrimonio que ésta había acumulado durante los años de vida. Su hermana Esther quedó asombrada al conocer, a través de un abogado amigo de la finada, que existía una voluntad testamentaria que ella había decidido no darlo a conocer mientras viviese. Pensaban que, además del piso y el local que, en la actualidad ella utilizaba como taller de arreglos, habría alguna cuenta bancaria, probablemente joyas y algún que otro valor específico, junto al mobiliario y los enseres propios de cada hogar. 

Y hoy, lunes 4 de Mayo, en un céntrico despacho notarial, Esther,  (lleva ya un año separada de su marido, por incompatibilidad de caracteres) y sus hijos han sido citados para una reunión donde se va a dar lectura de la voluntad expresa de Asun, con respecto a sus bienes patrimoniales. Las tres personas mezclan su preocupación e ilusión por conocer el contenido de un testamento, cuyo contenido a ellos les va a afectar de manera indudable. Conociendo la generosidad de su hermana y tía, respectivamente, piensan que ahora podrán hacer frente a sus carencias y caprichos más inmediatas, pues no dudan en reconocer que Asun era muy trabajadora y prudentemente ahorrativa, pensando con responsabilidad en los años de la jubilación laboral. Es un día con temperatura templada y un cielo que transmite el valor, positivamente anímico, de una Primavera que brilla con todo su fulgor.

El Sr. notario procedió a desarrollar el ritual propio de estos casos, dando lectura al contenido de la voluntad expresa de la finada. A medida que las palabras iban llegado a sus oídos, los asistentes al acto incrementaban su nivel de inesperada sorpresa. El amplio piso y el local, donde estaba ubicado el taller de arreglos, eran transferidos a una asociación que ayudaba a todas aquellas mujeres que habían sido victimas de malos tratos y abusos por parte de sus parejas y que tenían que buscar acomodo en centros de acogida. Era su voluntad que el piso fuese dedicado a acoger y paliar el drama de estas mujeres con sus hijos, hasta que pudiesen encontrar una residencia estable en función de su ejercicio laboral. Todo el mobiliario también era cedido gratuitamente a dicha asociación, salvo dos elementos: la máquina de coser, Singer, aquella que Asun siempre había utilizado para su profesión, sería entregada a su sobrina Lourdes. Su sobrino Máximo tendría un completo equipo de herramientas y albañilería, que permanecía guardado en un cuartito que servía como trastero. Las pocas joyas, que contenía un precioso joyero de taracea granadina, sería entregado a su hermana Esther.

Existía una cuenta de ahorros, que Asun tenía contratada con una entidad bancaria.  En este momento el saldo de la misma ascendía a 12.300 €. Y en el domicilio de esta laboriosa mujer, una pequeña caja fuerte guardaba 24.000 € en su interior. Sus dos sobrinos recibirían 2.000 € cada uno. El resto iría directamente a un conjunto de asociaciones benéficas, nominalmente detalladas en el documento testamentario. Y había una larga carta, dirigida conjuntamente a Lourdes y a Máximo.  El contenido de la misma decía así:

“Mis queridos sobrinos. Quiero entregaros esta breve reflexión, que os llegará cuando ya no me encuentre entre vosotros. Yo, que no he podido gozar de la maravillosa experiencia de la maternidad, os he considerado, desde siempre, como unos ahijados de corazón. Siempre he querido tener las puertas abiertas hacia vosotros, para hablaros, aconsejaros y, por supuesto, ayudaros. Cuando os sentía felices, yo también lo era. Y cuando veía que cometíais errores, yo también sufría sus efectos. Creo que, en muchos aspectos, tenemos que aportar un profundo cambio a vuestras vidas. Yo he trabajado, desde mi adolescencia, día tras día. A veces, con grandes dificultades en mi entorno. Pero esas dificultades me han servido de acicate para ser responsable ante mis obligaciones y hacer aquello que me enseñaron y más me gustaba: trabajar, en la en la confección de ropa y en la reparación de las prendas de vestir. Y he sido feliz, yendo a descansar cada noche con la conciencia tranquila, pues el trabajo y la responsabilidad dignifica. Y eso es lo que siempre os he aconsejado. Sé que, muy probablemente, el contenido de mi voluntad testamentaria os defraudará e incluso os enfadará. Pero quiero ofreceros esta mi última lección, como buen ejemplo para vuestras vidas. Esa máquina de coser, ante la que he pasado tantos años, te la cedo a ti, Lourdes, como metáfora e incentivo de un camino que tu puedes tomar, si así lo deseas. Y esas herramientas, para ti Máximo, para que te pongas a trabajar de una vez, con seriedad, con sacrificio y con esa voluntad que todos debemos aplicar a nuestros objetivos en la vida. Ambos debéis cambiar. No debéis seguir en esa comodidad y pasividad ante un complicado mundo que exige esfuerzo y sacrificio. Que vuestra vida mejore. Que seáis más felices y fuertes ante vuestra conciencia. Besos, tía Asun”.

Cuando volvían de la notaría, caminando hacia el bus que les iba a llevar hacia Teatinos, Máximo y Lourdes comentaban indignados acerca de la situación que habían vivido aquella tarde, profundamente frustrante ante sus iniciales expectativas. Aunque hablaban en voz baja, Esther pudo escuchar frases como “¡Vaya caradura! ¡Vaya poca vergüenza, la tía! ¡Dárselo casi todo a organizaciones sociales! ¡Cómo se ha reído de nosotros!” Esther, que caminaba unos centímetros más atrás que sus hijos, no dejaba de musitar, también en voz baja “Gracias,  hermana. Una vez más has querido darnos la mejor lección. Sin ser madre, has sabido hacerlo mucho mejor que yo”.-


José L. Casado Toro (viernes, 31 Julio 2015)
Profesor

jueves, 23 de julio de 2015

NOMOFOBIA EN TU VIDA


El reloj marca las seis y treinta, en un tórrido jueves a finales de Julio. Hoy no espero una labor agotadora en consulta. Previsiblemente, según la agenda de citas, sólo habrá dos pacientes a los que atender. Aunque para lo económico no es una cifra placentera, el valor de la humanización en el trabajo prioriza cualquier otra consideración, ya que la atención a los mismos resultará más sosegada y eficaz en lo profesional. La Srta. asistente, encargada de atender al teléfono y de ordenar las diferentes citas, ha comenzado ya sus vacaciones anuales, por lo que hoy personalmente me ocuparé de este menester. La persona que va a suplirla, de manera  temporal, no podrá cumplir con esta función hasta  comienzos de la semana próxima. Y estamos sin el “aire”. Ayer di el aviso al servicio técnico, pero no me aseguraron la reparación para esta semana. El verano es así. Al menos, el edificio está orientado al sur. Suena ya el timbre en la puerta y recibo a la primera paciente, la cual ha sabido cumplir perfectamente con el educado valor cívico de la puntualidad.

Ante mí se presenta una joven mujer, llamada Ágata. En la densa ficha que rápidamente voy rellenando, a partir de los datos que ella se presta con fluidez a facilitarme, anoto la edad de 36 años. Inició estudios de Empresariales tras su etapa en la Secundaria, aunque no llegó a finalizarlos por su dificultad con las Matemáticas. Trabaja actualmente en un servicio de mensajería rápida, estando adscrita al departamento administrativo de recepción y planificación del reparto. Su estado civil es casada y tiene una hija. Su marido ejerce como mensajero de paquetería, precisamente también en la misma empresa donde ella está contratada. Entre sus aficiones, destaca una intensa vinculación a las redes sociales por Internet, que le hace “robar” incluso horas al sueño. Un historial médico sin importantes dolencias y como dato curioso manifiesta que su nivel de comprensión y expresión, tanto en Inglés como en francés, es bastante aceptable y útil para desempeñar mejor su tarea profesional. De inmediato le ruego que sintetice, de la forma más concreta posible, la situación que le aqueja.

“Debo aclararle que es la primera vez que acudo a un servicio de ayuda psicológica. Y he tomado esta decisión ante un problema al que en principio no le di gran importancia pero que, con el paso de los años, se ha ido complicando y agravándose, sumiéndome actualmente en un estado de nerviosismo que cada vez controlo peor. Siempre he pensado que este comportamiento, me refiero al uso exagerado del móvil, afecta hoy en día a muchas personas. Pero es que en mi caso la situación va de mal en peor. Dr. tengo que confesarle que no concibo mi vida sin tener el teléfono cerca. Es como mi otro yo. Reconozco que es una dependencia enfermiza, a la que me siento atada hasta el desequilibrio. Y no la puedo evitar o encauzar. Ya no sólo en el trabajo, lo que sería razonablemente explicable, sino, lo que resulta más preocupante, también en el ámbito de mi privacidad. Le voy a citar algunos ejemplos que pueden dar muestra de esta extremada vinculación”.

La expresión vocal de esta mujer entremezcla la lentitud, pausadamente entrecortada en ocasiones, con una nerviosismo comunicativo, al que le cuesta mucho controlar. Claramente percibo que trata de compartir algunas de sus desordenadas vivencias, aportando una fuerte dosis de sinceridad, claridad y detallismo en la narración. Como si tratara de realizar una especie de catarsis interna, ante la receptividad comprensiva y cualificada del especialista.

“Cualquier acto, de los que presiden mi vida, ha de estar acompañado de esa máquina, cada día más versátil  y poderosa que es el teléfono móvil. Esa realidad del smartphone la concibo como si fuera una parte imprescindible de mi organismo. Me acompaña cuando estoy sentada en la mesa, para el almuerzo o la cena. Ya sea en el cine, escuchando un concierto o realizando unas compras en el híper. Es difícil interpretar el drama en que me veo inmersa, si un día estoy en la calle habiendo olvidado el móvil en casa. Parece que todo va a salirme mal y estallo de los nervios. La batería externa, para la recarga de energía, un día me dejó colgada. Hice de ello un drama. Desde entonces llevo ya en mi bolso dos baterías. Estoy en el cine y me veo consultando y respondiendo whatsapps, en medio de lo más interesante de la proyección. Mi lista de contactos va aumentando sin cesar. Añado y añado direcciones, pues temo que sin ellos mi vida carecería de sentido. La ausencia de estos mensajes sería como el frío cruel y amargo de la soledad.

Hay cosas…..  Incluso he habilitado una bolsita especial, para tenerlo consigo a mano ¡dentro de la ducha! Le contaría que cuando estoy con mi marido en la cama (se sonrojan sus mejillas) mantengo el aparato debajo de la almohada, por si suena esa campanita alegre que me anuncia la llegada de un nuevo post para mi sosiego. Lo más dramático fue que para acceder a un iPhone, de la ultimísima generación, hice algo que puso en tela de juicio el equilibrio de mi sensatez. Fui a una oficina de compra venta de joyas, y allí dejé una pieza entrañable que mi madre quiso regalarme en el día de mi boda. Esa cadena de oro había pasado por tres generaciones, en nuestra familia. Pero yo necesitaba esos casi mil euros, a fin de tener un aparato con las máximas prestaciones, en la comunicación, la imagen y el sonido”.

En ese momento, mi interlocutora se esfuerza en guardar silencio. Como pidiendo recibir una interpretación acerca de aquello que me estaba narrando. O, tal vez, considerando que me había facilitado ya los datos suficientes para establecer ese diagnóstico previo, que avala el necesario camino de la rectificación y la recuperación.

“Ágata, en principio tengo que valorar, de la forma más positiva y plausible, la franqueza y valentía de tu sinceridad. Difícilmente puede iniciarse una ruta para la rectificación si, previamente, no se alcanza ese punto de humildad necesario para reconocer el error. Te hallas inmersa en síndrome o enfermedad de esta época, agraciada y sometida al tiempo por la renovación y avance sin freno de la tecnología. Algo que es objetivamente bueno y necesario puede resultar malo y desaconsejado para nuestra vida, si no se sabe utilizar de la forma más racional y conveniente. Eso que te ocurre, no sólo a ti, por supuesto, sino a miles y miles de personas, tiene un nombre que igual alguna vez has escuchado. Nomofobia. Algo así como un miedo irracional a perder o a estar sin el teléfono móvil. La palabra, que procede del inglés, está compuesta por los vocablos “no-móvil-phone phobia ….”  Una dependencia exagerada, enfermiza o irracional hacia las prestaciones (buenas y necesarias) que nos prestan ese y otros artilugios, puestos a nuestra disposición para desarrollar la comunicación entre las personas. Casi sin darnos cuenta, vamos cayendo (valga la palabra) en sus redes, reduciendo, sin que nos demos cuenta aparente, nuestra libertad, equilibrio y comportamiento, que debe estar basado en la racionalidad”.  

“Doctor, es que me siento atada a él ¡parece que hablo de una persona! ¿verdad? Crisparme los nervios, cuando me quedo sin carga en la batería, entregarme a las lágrimas, cuando estoy en la calle y lo he olvidado en casa, incluso preguntar a la aplicación SIRI por cuestiones que una máquina no tiene por qué resolver, como si aquélla fuese ese dios del Olimpo que aconseja los días fastos o nefastos para la batalla en nuestra existencia. Esto es de locura …..

Le confieso que, hace unas semanas, mi hija Elisa llegó muy afectada del colegio, porque en su disputa con una compañera la “seño” no fue justa en su decisión. En medio de su desconsuelo, sonó la campanita del Whatsapp desde el dormitorio, donde tenía en ese momento mi móvil. Dejé a una hija sumida en las lágrimas, buscando inútilmente consuelo. Corrí como una posesa a ver quien me estaba poniendo un mensaje…. Fue, por mi parte, un comportamiento de vergonzoso, rechazable por supuesto, doctor”.

En ese momento fue cuando el estado anímico de mi interlocutora alcanzó su nivel más bajo, desde el comienzo de nuestra charla. Le ofrecí prepararle alguna infusión, pues en la consulta tengo un pequeño habitáculo, con frigorífico, microondas….. lo básico para una merienda, cuando las visitas se densifican y, de manera especial, para ofrecer a esos pacientes que alcanzan un preocupante climax depresivo, que hace sumamente difícil continuar con nuestro trabajo.

“Te voy a exponer algo duro, pero que has de saber aceptarlo. Una de las razones de esa dependencia obsesiva, hacia el entorno del móvil, se encuentra en un problema de falta de autoestima del que tú, probablemente, no te das cuenta. Necesitas apoyarte, de manera cuasi continua en los demás, en la comunicación con otras personas, a fin de compensar esa debilidad o incapacidad que sientes para organizar con autonomía tu propia existencia. Pero lo importante en este momento es que necesitas y quieres cambiar. Y para hacerlo, has de comenzar esa vía del sacrificio que, en los primeros días, incluso semanas, puede resultar difícil y complicado para tus hábitos.

¿Te atreverías a estar veinticuatro horas sin poder usar el móvil? Me lo dejas en la consulta, llevándote sólo la tarjeta que previamente le has quitado. Mañana viernes, sobre esta misma hora, te pasas de nuevo por aquí y hablamos acerca de tu experiencia de un día sin móvil. Es una propuesta que te animo a seguirla. Tu decides, en todo caso. Verás como eres capaz de organizar tu día, sin ese obsesivo compañero mecánico que tantos problemas te está deparando. Después programaremos otras vías que vayan supliendo y compensando lo que hasta ahora ha sido una omnipresente dependencia”.

Debo reconocer que fue una grata sorpresa el que mi interlocutora no dudara ni un sólo instante en aceptar la difícil propuesta que le había hecho. Le sugerí la opción de tomar unos tranquilizantes naturales o un fármaco para mejorar esa su serenidad alterada. Guardé su móvil en un sobre, con su nombre y dirección y Ágata se despidió con una sonrisa cordial aunque, sin duda, la “procesión” y las dudas iban por dentro de su atribulada cabeza. Me preguntó por el precio de esta primera consulta.

“Cuando te vea curada, hablaremos de ese tema. No te preocupes ahora de esa cuestión. Mañana nos vemos. Ágata. Ah! ¿Sería posible que mañana, o en otro momento, te acompañara Arsenio tu marido? Me resultaría muy importante mantener un cambio de impresiones con él”.

El otro paciente que tenía anotado para su visita, por alguna razón. no llegó a la consulta. Estos días cálidos en extremo de Julio hacen que las personas prioricen las playas u otras opciones lúdicas, en lo que es un mes intensamente vacacional. Tras esperar unos minutos, decidí salir a la calle a caminar para disfrutar del ambiente. Ya en el Paseo Marítimo, me senté en una terraza al aire libre y pedí esa apetitosa cerveza 00 bien fría. El camarero, muy amable, había traído también una bandejita de cacahuetes y algunos ciclistas ponían color y movimiento a su rápido recorrido por el carril bici.

Sabía perfectamente que Ágata me iba a llamar, desde el fijo de su domicilio, a esas horas que deben reservarse sólo para las urgencias. Le había facilitado mi número particular a fin de proporcionarle esa confianza que necesitaba, ante una decisión o gesto que podía ser normal para muchas personas (quedarse veinticuatro horas sin su móvil) pero no para ella, totalmente sometida a la servidumbre de la dichosa maquinita. A pesar de su estado, en el ámbito del desequilibrio, en modo alguno pensaba ceder a lo que probablemente iba a pedirme: su otro yo telefónico. Las previsiones se cumplieron, punto por punto. Largo y sacrificado es el camino, no pocas veces, para la llegada.-



José L. Casado Toro (viernes, 24 Julio 2015)
Profesor

jueves, 16 de julio de 2015

UN INCIERTO DESTINO, A CUALQUIER PARTE DE NUESTRA MEMORIA.


Cuando vamos construyendo el guión de un nuevo día, la sorpresa y la rutina se nos van entremezclando con ese ritmo aleatorio que, posteriormente, enriquecerá el balance multicolor de nuestros recuerdos. Pero hay ocasiones en que lo imprevisible supera ampliamente, en numérico porcentaje. a esa normalidad que apetecemos para el necesario y valioso sosiego.

Estanislao Parral, a pesar de su juventud, es un experto profesional asalariado del taxi. Comparte el trabajo diario con otros dos compañeros conductores, rotándose semanalmente los turnos de ocho horas, a fin de que el vehículo que conducen no esté parado, sino a disposición de prestar este importante servicio público, durante las veinticuatro horas que conforman el día. Hoy, un caluroso viernes de julio, le corresponde atender la franja horaria de entre las dos de la tarde hasta las diez de la noche. Aunque dedica muchos minutos a circular con la luz verde indicadora de disponibilidad, está siempre atento a recibir el mensaje de un nuevo servicio a desarrollar, desde la centralita del Radiotaxi. En otros momentos suele utilizar la densa parada de la estación de ferrocarriles y autobuses, que también goza de notable movilidad. El propietario del vehículo les abona un fijo mensual, aunque tienen un plus de rendimiento en función de la recaudación que desarrollen durante cada jornada. Él y su mujer tienen una hija pequeña y aún les queda por pagar muchos años de hipoteca para la vivienda en que habitan. En general, viven con equilibrada modestia, aunque la comida y las primeras necesidades están aseguradas pues, en ocasiones, Estanislao se presta a realizar sustituciones en los taxis de otros propietarios, obteniendo con su esfuerzo unos euros que les viene muy bien para atender esos gastos inaplazables que todas las familias deben afrontar.

En las primeras horas de su turno en el día, la recaudación realizada estaba siendo en sumo reducida. Apenas tres servicios urbanos de cortos trayectos, a lo que había tenido que aplicar la tarifa mínima establecida. Pero he aquí que, sobre las siete de la tarde, cuando ocupaba el primer puesto en la fila de espera de la Estación Málaga María Zambrano, se le acerca un hombre aseadamente bien vestido, con deportiva ropa veraniega, persona que rondaría (en su opinión) las seis décadas de edad. El viajero ofrece una constitución enjuta, manteniendo un buen nivel capilar en su ya canosa cabellera, protegiéndose sus ojos con una gafas de suave fumé. Porta una bolsa de loneta, verde militar, aparentemente llena de lo que parecen ser, por su volumen, ficheros o dosieres. Una vez dentro del Peugeot 308, color blanco aunque con la rentable y cromática publicidad en sus laterales, el usuario pronuncia una enigmáticas palabras que dejan pensativo al bueno de Estanislao.

“Buenas tardes. Por favor, le voy a pedir algo que tal vez le resulte extraño, aunque le aseguro que, en modo alguno, pretendo incomodarle. Simplemente, deseo que conduzca un buen rato a través de la ciudad, preferentemente por las zonas con más animación o vivacidad en cuanto a la densidad de personas. Desde luego, dejo el itinerario a su libre albedrío, pues no tengo un destino fijo. Le reitero que no debe preocuparse por lo que marque el taxímetro, pues afrontaré el coste de la carrera sin la menor objeción”.

Aún sin salir de su asombro, el taxista asiente con un movimiento de cabeza y arranca el vehículo. Era la primera vez, en sus ya once años de oficio, que le ocurría algo así. De todas formas, aunque la actitud del pasajero en principio no le incomodaba, se preguntaba en silencio hasta cuándo tendría que estar moviendo el taxi, de uno a otro lugar. Pensó en conceder unos minutos al viajero, esperando que esta kafkiana situación se aclarase. Se dirigió primero a la zona portuaria y, desde allí, condujo el vehículo hacia el Paseo Marítimo camino de Pedregalejo y la barriada de El Palo. Al llegar a la Playa de El Dedo, preguntó al cliente si continuaba el recorrido o detenía el vehículo en algún lugar especial. “Ahora deseo ir hacia el Paseo Marítimo del Oeste”. Cuando estaba llegando a la zona de la Torre o Chimenea Mónica, cerca de la Playa de la Misericordia, tras unos veinticinco minutos de conducción, el taxista aparca junto a la acera y, volviéndose al viajero le manifiesta, de manera abierta y clara sus dudas acerca de lo que estaba sucediendo. Le ruega con firmeza, no exenta de cortesía, que abone lo que marca el taxímetro y que se preste a bajar del vehículo.

“Señor taxista, si me permite unos minutos, le explico algo de mi situación a fin de que se tranquilice y pueda, de alguna forma, comprenderme. Mi nombre es Cristóbal. Soy un técnico electrónico jubilado. Ya casi alcanzo los setenta en edad. Desde hace unos años, la vida me va dando la espalda en razones para sonreír. Las desventuras van viniendo una tras otra, de una forma cruel y sin sentido. Perdí a mi compañera hace ya cuatro años y, desde entonces, sufro la enfermedad de la soledad. Terrible, se lo aseguro. En cuanto a los hijos, viven su existencia para la cual creo que mi persona molesta. Ya hablan incluso de buscarme un buen acomodo en algún lugar que a ellos no les moleste y así puedan lavar sus conciencias, especialmente la de mis nueras y yernos. Han querido controlar mi patrimonio financiero, pero hoy yo me he adelantado y he dejado la cuenta bancaria con un fondo meramente testimonial. Ahora el capital de mis ahorros viaja conmigo, en esta bolsa que me acompaña”.

El asombro de Estanislao alcanza ya los más altos niveles. Sobre todo cuando, en un gesto para la convicción, Cristóbal extrae de su bolsa un billete de cincuenta euros, con el que se dispone abonar la cantidad de veintiún euros y unos céntimos que, en ese momento, marca el taxímetro. Son las 8.25 de la tarde, cuando el sol del verano se halla en plena retirada. El taxista cobra la cantidad correspondiente, devolviendo el resto al pasajero. Pero en un arranque de bondad solidaria, sugiere a esta extraña persona, que se hace llamar Cristóbal, si necesita tomar un café o algo similar. Tienen un bar a  unos pasos y allí se dirigen, en medio de mucha gente que transita a esa hora de la tarde por el Paseo. Otros muchos, con sus bártulos playeros, vuelven de la arena camino de sus respectivos domicilios.

“Percibo que se siente Vd. muy solo. Pero entienda que su actitud resulta un tanto extraña. En definitiva ¿qué pretende conseguir haciendo kilómetros y kilómetros en el taxi, desde un lugar para otro? No creo que esa sea la mejor solución, para los problemas que pueda efectivamente tener. ¿Por qué no habla abiertamente con sus hijos y les expone su desazón ante la actitud que mantienen con su persona, amigo Cristóbal? Estoy completamente seguro de que ellos le comprenderían pues, sin duda, Vd. ha dedicado toda una vida pensando en lo mejor para ellos. Pero ahora les corresponde actuar con responsabilidad y ayudarle. Y no me refiero a lo material que, desde luego, es importante, sino a ese cariño que todas las personas necesitamos en el día a día”.

El peculiar viajero va asintiendo a todo lo que, con la mejor voluntad, le manifiesta su generoso interlocutor. Pero su mirada cada vez parece estar más perdida en la lejanía desordenada de su memoria. Sólo acierta a responderle, temblándole ahora la voz, como explicación básica a su comportamiento, que necesitaba estar rodeado de gente. Y que por eso eligió el medio rápido de un taxi que le trasladara a sitios diversos donde hubiera muchas personas, con sus sonrisas, con sus conversaciones, con esos niños que corren, gritan y juegan …….. Apuran sus tazas de café, antes de que la infusión se enfríe y pierda ese térmico sabor que debe acompañar su disfrute tonificador. Estanislao paga al camarero mientras la mirada de su compañero de mesa se halla cada vez más perdida por entre el erial patológico de sus pensamientos. Salen de la cafetería y el taxista ofrece llevar al viajero, ya gratis, a su domicilio. Piensa que esta persona, en el estado anímico que va alcanzando, no debe estar por ahí deambulando entre la indiferencia anónima de los transeúntes.

Cuando entra en el vehículo, escucha que por el radioteléfono están dando un aviso desde la centralita coordinadora. Informan si alguna persona, precisamente con las características físicas de Cristóbal, ha contratado un servicio de taxi. Cualquier dato al respecto debe ser comunicado de inmediato a la operadora, a fin de unificar la información trasmitida a la policía. Así lo hace de inmediato el taxista, ante la indiferencia de su pasajero, que parece haber caído en un estado de letargo o aturdimiento total. No pronuncia palabra alguna. Desde la centralita, indican a Estanislao que conduzca a su pasajero, con la mayor presteza, a la Comisaria Central de Policía. En unos siete minutos, llegan a su destino. Allí les esperan varias personas, con muestras evidentes de inquietud en sus rostros. Obviamente, reconocen de inmediato al pasajero que le ha acompañado en esa curiosa aventura profesional que no olvidará.

Tras los trámites necesarios, narrando detalladamente todos los hechos, una mujer, prácticamente de la misma edad que el taxista, se le acerca y se esfuerza en facilitar una explicación al profesional, sobre el trasfondo de toda esta extraña historia.

“Mi nombre es Lorena. Quiero agradecerle expresamente su responsabilidad y humanidad de comportamiento. Mi padre sufre un principio de la enfermedad de Alzheimer. Tiene momentos muy lúcidos y otros en que su memoria y coordinación prácticamente desaparecen. Los vaivenes mentales son incontrolados y esta tarde ha tenido uno de ellos. Hace unas semanas, también llevó a la práctica la aventura de tomar un taxi. Estuvo todo el día desaparecido, pero ya en la tarde, volvió a casa, caminando con autonomía y con un perfecto control de la situación. Por este motivo, ante su salida de casa después del almuerzo sin que nos diésemos cuenta, y la tardanza de su vuelta, tras llamar a los centros hospitalarios, acudimos a la policía, que se puso en contacto con las centralitas de los radiotaxis. Pensamos que la aventura del taxi, previsiblemente, podría haberse repetido”.

Cristóbal permanecía sentado, junto a otro de sus hijos, con la mirada puesta en algún punto indeterminado de su memoria. Abrieron la bolsa de lona verde que le acompañ en toda su aventura y ante el asombro de todos da en la lejanmos a la policia,que mi padre sufre un principio de la enfermedad ó en toda su aventura y, ante el asombro de todos, sólo contenía recortes de periódicos y revistas en su interior. Allí también había dejado la vuelta de los cincuenta euros, billete que había utilizado para pagar la carrera del taxi. “¿Tenemos que abonarle alguna cantidad más, por el tiempo que ha invertido en su trabajo? “No, nada más. Estos hechos pueden ocurrir y lo importante es la salud de su padre”

Una vez aclarados todos los hechos, Estanislao se acercó a Cristóbal a fin de darle un abrazo para la despedida. Prometió ir a visitarle en el futuro, haciendo algún hueco entre sus obligaciones de trabajo como asalariado del taxi. Recibió, como respuesta de su amigo. una sonrisa y una frase plenamente lúcida. “Gracias, amigo, serás bienvenido en casa. Juntos daremos un largo paseo, caminando por el centro de la ciudad”. Un funcionario de policía entregó al diestro conductor una copia de su declaración, muy necesaria para cuando explicara al propietario del vehículo la reducida recaudación obtenida en aquella calurosa e imprevisible tarde de Julio. La sorpresa había vuelto a entremezclarse, con traviesa agilidad, entre el normalizado mundo de la rutina-

José L. Casado Toro (viernes, 17 Julio 2015)
Profesor