Desde
siempre y para siempre hacemos convivencia con su realidad. Los calificativos
que aplicamos a su conocimiento resultan conceptualmente variados y
contrastados, ante la riqueza imaginativa de su interpretación. Suelen
despertar o provocar en nosotros una mezcla difusa de curiosidad, intriga,
temor, asombro, sonrisas y, también, preocupación. Quiero referirme a ese mundo
pleno de sueños, literatura, esoterismo, misterio y populismo, que poseen las leyendas urbanas. Cada ciudad, rincón espacial o
territorio tiene la suya propia. Incluso, en ocasiones, participamos en la
pluralidad de las mismas. De forma especial afectan a determinados
edificios, aunque su proyección, en otras ocasiones, señalan a personas,
costumbres, mitos o hábitos de la propia ciudadanía.
Decía
que, en un lenguaje intensamente popular, llega a nuestro conocimiento la
concreción de que en una determinada edificación, según la creencia
indemostrada de los hechos, reside un extraño ser o el
fantasma de turno. Normalmente bautizado, en la conversación de la gente,
con un nombre más o menos simpático o curioso. Generalmente, suele señalarse a
un personaje, asombrosamente longevo, que habita en ese viejo caserón, palacio
o gran construcción desigualmente habitada y que, a determinadas horas, días o
circunstancias, quiere darse a conocer, con sus sonidos, travesuras, señales o
hechos inexplicables que generalmente atemorizan y, en otras oportunidades, generan
y potencian nuestra incredulidad o hilaridad.
La
mayoría de esos edificios, donde reside el personaje fantasmagórico, en la interpretación
o creencia ciudadana, suelen estar deshabitados. En otros casos, su presencia
se hace perceptible en horas de la noche, cuando la mayoría duerme y ellos
actúan. Y las historias o leyendas que representan son variadas, para alimentar
la distracción o el conocimiento. Veamos una, ciertamente curiosa, por las
características propias de su localización y desarrollo.
Se
trata de un magno edificio público, con muchas plantas en altura, dedicado a
servicios administrativos. En ninguno de sus numerosos niveles hay dependencias
habilitadas para la residencia familiar. Sólo existen, en ese imponente volumen
de hierro, hormigón y cristalería, un centenar y medio de despachos, repletos
de mesas, ordenadores, estanterías y mostradores para la adecuada atención de aquellos
ciudadanos que realizan las gestiones administrativas necesarias para sus
intereses. En el interior de ese macro edificio trabajan, desde las horas
tempranas del amaneces, más de medio millar de funcionarios públicos,
pertenecientes a diversos organismos de la Administración. Normalmente, la
mayoría de estos trabajadores finalizan su jornada laboral sobre las tres de la
tarde. En horas vespertinas permanecen abiertos algunos departamentos aunque es
una actividad más bien enfocada para la gestión interna de los diversos asuntos,
por lo que la presencia de público exterior es prácticamente inexistente. Y ya
por la noche, el edificio queda completamente cerrado, hasta que, casi al amanecer, algunos
de los bedeles procederá a su apertura y vigilancia correspondiente.
Hace
unos años el edificio gozaba de vigilancia nocturna. Un equipo o empresa de
seguridad se encargaba de ejercer esta función incluso los fines de semana
pero, debido a diversas circunstancias (especialmente de índole o naturaleza económica)
este servicio fue suprimido, quedando el gigantesco bloque completamente vacío o
desguarnecido de personas, desde esas horas en las que comienza la noche.
Cierto
día, unos vecinos de la zona alertaron a las fuerzas de seguridad municipal de que
una planta completa del edificio permanecía totalmente iluminada en su
interior. Esas llamadas telefónicas se efectuaron cerca de las tres de la
madrugada. Una patrulla de la policía se desplazó a la zona y, tras comprobar
la veracidad del aviso ciudadano, estimó que por alguna razón se había dejado
completamente encendida toda la planta séptima.
Efectivamente, a la mañana siguiente, los funcionarios que llegaron a sus
dependencias comprobaron que las luces interiores permanecían encendidas, sin
causa alguna que lo justificase. Se hicieron algunas consultas, pero nadie
sabía dar una respuesta o razón convincente a ese importante gasto de electricidad
desarrollado durante la pasada noche.
El
asunto no pasó a mayores. Los servicios técnicos comprobaron la instalación
eléctrica, pero no hallaron causa determinante que justificase ese “espectáculo
luminoso” de la séptima planta que, cual faro vigía, había orientado durante la
noche a estrellas, luceros y a esas almas somnolientas que anhelan el destino
de su domicilio para el necesario descanso orgánico. Pasaron unos días y todo
transcurrió sin la mayor anormalidad. Pero ese sábado por la noche, exactamente
a las dos de la madrugada, un abogado, que trabajaba en su despacho preparando su
intervención procesal de la próxima semana en el Palacio de Justicia, observó
que las luces del gran bloque volvieron a encenderse. En este caso, los
despachos iluminados fueron todos aquellos situados en la
planta novena. Y así permanecieron hasta el amanecer.
Efectivamente,
a pesar de ser domingo, algunos jefes de negociado, que habían recibido la
correspondiente comunicación de la policía local, se desplazaron a su lugar de
trabajo a fin de apagar las luces y planificar una investigación al respecto
para averiguar qué estaba pasando con la estructura eléctrica del bloque. Ya en
lunes, de nuevo fue realizada una revisión técnica pero nadie daba con la causa
de este episodio que estaba poniendo de los nervios a los jefes de los
distintos departamentos.
Era
previsible que pronto la imaginación o la inventiva popular comenzara a
desatarse. Fueron surgiendo numerosas historias, entre los propios funcionarios
y vecinos de la zona que, desde sus balcones, permanecían atentos y bien
despiertos para comprobar por sí mismo un posible nuevo encendido o fenómeno
luminoso nocturno. Una semana después, en la madrugada del sábado, de nuevo las
luces hicieron de la noche el día, ahora en toda la
planta tercera. Y ya, en los corrillos callejeros se hablaba del
fantasma o el espíritu luminoso que todos los fines de semana procuraba
adecentar, con el brillo de las barras de neón y demás bombillas, un nuevo
espacio en ese castillo administrativo para la ciudad. Al supuesto espíritu o
ente fantasmagórico comenzó a buscársele nombre, entre la lúdica y jocosa
inventiva popular. Unos lo llamaban “bombillita” mientras que para otros era
representado como “el veterano farero de la Avenida” pareja sin duda (no
sabemos si bien llevada) de nuestra esbelta y coqueta Farola portuaria. También
fue llamado “Manolo, el sereno” recordando aquellos amables servidores de la
noche, muy lejanos ya en el tiempo, que con sus llaves y autoridad ayudaban a muchos
viandantes a poder entrar en sus domicilios.
La
prensa se hizo pronto eco del asunto, ubicando la información en la sección “latidos
de la ciudad”. Hasta la propia compañía eléctrica se dio un paseo por el
gigantesco recinto, tratando de hallar una razón que justificase unos hechos
que, aparte el misterio, potenciaban entre bromas y chascarillos la imaginación
popular para esas leyendas urbanas que distraen los ratos lastrados por el
aburrimiento. Se barajó también la conveniencia de dotar unas plazas de
vigilantes para controlar la seguridad del bloque durante la noche pero, en
época de recortes y ahorros (en algunas cosas más que en otras) la opción fue
pronto desechada, por el aumento del
gasto que suponía unas personas más en plantilla. La contratación de vigilantes
no era autorizada por la superioridad.
Pasaron
otras semanas y, para respiro de los administradores, nada nuevo ocurrió. Pero
he aquí que a comienzos de junio, ya en los albores del verano, durante la
madrugada del sábado y a eso de las dos, la planta
catorce volvió a iluminarse, para gozo, sonrisas y asombro de unos y de
otros. De nuevo fueron reclamados los servidores públicos para que acudieran al
lugar de los hechos. Pero se encontraron con las puertas bien cerradas y sin
huecos aparentes por donde se pudiese haber entrado en el recinto para
manipular el encendido eléctrico. Como ya era comidilla popular el posible
“encantamiento” del bloque, el asunto trascendió a la autoridad regional que
decidió afrontar de lleno la solución del problema, especialmente porque había
operarios y funcionarios a quienes les estaba afectando, en su equilibrio anímico
o emocional, tener que prestar servicio en un espacio donde estaban sucediendo
hechos “paranormales”. Al fin fue aceptada la convocatoria de una plaza de vigilante nocturno que, tras la
selección correspondiente, comenzó a prestar servicio desde comienzos de julio.
Para
el desencanto popular y la tranquilidad administrativa, no volvió a repetirse el encendido “automático” de más plantas durante
las noches de los fines de semana. Actualmente existe servicio de guardia y
vigilancia, entre las doce y las ocho de la mañana, lo que ha permitido que una
familia más tenga un puesto de trabajo entre sus miembros. Sin duda, un
beneficio muy positivo. Pero, durante generaciones. se seguirá hablando de esos
fenómenos extraños que tuvieron lugar en un espacio tan emblemático para la
ciudad. El edificio será señalado como uno de tantos otros a lo que se supone
un cierto misterio o encantamiento en las horas alegres de las estrellas.
Sólo
una persona no hace chascarrillos o comentarios jocosos sobre el asunto. Es un habilidoso
fanático, artista o “manitas” de la alta tecnología. Estos “magos” diestros en
la programación, no sólo informática sino también electrónica, saben muy bien como
articular fenómenos que, para la inmensa mayoría de la ciudadanía, nos resultan
difíciles o imposibles de realizar, controlar y, sobre todo, explicar. Resultan
ser mentes privilegiadas y manos expertas en el control de lo posible. Sus
motivaciones son complicadas de compartir y mucho más aún de comprender.
Desarrollemos ese instrumento maravilloso de la imaginación,
recurso mental que nos permite crear y creer en imágenes explicativas para
hechos que carecen de una básica racionalidad.
En
otra oportunidad, hablaremos de esos ruidos, crujidos,
pisadas o cambios difícilmente explicables, en el interior de tu
vivienda, piso o bloque en el que resides. Generalmente estos hechos suceden durante
el azulado terciopelo con que nos cubre la noche. Pero también durante el día,
cuando todo parece estar vacío pero alguien, no sabemos el por qué, allí
permanece.-
José L. Casado Toro (viernes, 17 abril,
2015)
Profesor
No hay comentarios:
Publicar un comentario