Pensaba
en que la mañana iba a ser apeteciblemente tranquila. Precisamente, aquel
jueves de marzo estaba marcado por una huelga nacional en el sector educativo, convocada
por el Sindicato de Estudiantes junto a otras asociaciones escolares afines. El
motivo esgrimido por los adolescentes suponía un conjunto reivindicativo de
objetivos en contra de la política educativa del Gobierno en contra de la
calidad necesaria en la enseñanza. Destacaban, entre ellos, la fuerte restricción
en la política de becas, los recortes económicos en la organización de los
centros de titularidad pública, la reforma clasista de los grados
universitarios, el ya largo debate acerca de las pruebas de acceso a la
universidad, con las supuestas reválidas y, de manera especial, la masificación
de las aulas, con la reducción del profesorado y el personal de administración
y servicios. Los profesores de mi centro, en su inmensa mayoría, habíamos
acudido al centro formativo (las presiones económicas eran muy severas) aunque suponíamos
que el número de alumnos asistentes a las clases sería notablemente reducido,
básicamente testimonial. Y no nos equivocábamos Tras el preceptivo recuento de
las 8.30, sólo se encontraban en el Instituto 24 alumnos, de un total de
matrícula que se acercaba a los 600.
En
la tercera hora de clase, aquella que correspondía a las 10.15, me dirigí al
aula de 2º de bachillerato, sección letras, donde esperaba encontrar un aula
vacía, como las que había visitado en el horario de mis dos primeros grupos de
trabajo. Para mi sorpresa, sólo una de las cuarenta y dos mesas se hallaba
ocupada. Allí se encontraba Eva, una de mis mejores
alumnas. A sus dieciocho años, recién cumplidos, ofrecía una imagen de frágil
estructura corporal compensada con una fuerza e intensidad para el estudio
verdaderamente ejemplar. Delgada
de cuerpo, morena y con ese color en los ojos, a medio camino entre el azul
brillante del mar y el verde naturaleza, verdaderamente preciosos. Un fino jersey
beige sobre una camisa celeste clara, vaqueros azules con esos agujeros
deshilachados hechos en fábrica y unas muy usadas zapatillas deportivas
blancas. Tras darnos los buenos días y ante mi semblante de extrañeza me
respondió sonriente “Sí, soy la única, profe”.
En
lista tenía anotados 42 alumnos, aunque era infrecuente dar la clase a todo el
grupo completo, ya que casi siempre había alguna ausencia. Pero la experiencia
de trabajar los contenidos de la materia con tan sólo un alumno asistente era
la primera vez que me ocurría. Aún
así, me dispuse a no perder la hora de trabajo, avanzando la explicación del
temario. Pensaba en las próximas Pruebas de Acceso universitarias de junio. Sin
embargo, viendo la situación del día, con un auditorio prácticamente ausente,
propuse a Eva que trabajásemos sobre un par de comentarios
de textos, correspondientes al tema objeto de la explicación en curso. Sugerí
que ella y yo hiciéramos el ejercicio en colaboración aunque, de manera lógica, el mayor protagonismo iba a estar
en el campo de la joven. Me limitaría coordinar y encauzar el proceso analítico
al uso, aplicado a este tipo de materiales para el mejor aprendizaje de la
Historia.
En
ese trabajo cooperativo nos encontrábamos cuando, al paso de unos escasos
minutos dados de clase, percibí con nitidez que Eva no
me seguía. La veía como ensimismada, como ausente de la realidad que
teníamos sobre su mesa (me senté enfrente de ella, a fin de romper o cambiar el
espacio de un aula repleta de sillas vacías). Intenté animarla, ofreciéndole
algunas claves explicativas de un interesante texto diplomático,
correspondiente a la Europa de entreguerras, pero era más que evidente que la
mente de la chica no estaba en el terreno conceptual que nos ocupaba.
Tratándose de una alumna modélica, en su comportamiento, esfuerzo y carácter, y
aunque yo no ejercía la tutoría en su grupo, le pregunté abiertamente, pero
extremando la delicadeza, qué le estaba ocurriendo.
En un perfil definido por la responsabilidad, en el día a día escolar, aquella
actitud era inusual y extraña, especialmente cuando observé la brillantez de
sus ojos, lo que sin duda denotaba un estado emocionalmente descompensado.
Fueron
unos minutos de recíproco y tenso silencio que soporté como interminables. Pero
tenía que ser ella, a quien correspondía responder. Ahora ya no apartaba los
ojos de su libro, como temiendo tener que cruzarse con los míos, que aguardaban
pacientemente sus palabras. Éstas fueron en principio algo entrecortadas pero,
al fin, fluyeron en continuo para esa comunicación que se hace en busca de
ayuda.
“Profe, estoy muy liada. No lo he comentado con nadie.
Bueno, mis padres están siempre con lo suyo, super ocupados. Los negocios y sus
amigas (mi padre es muy alegre, le gusta la buena vida, ya sabe) y mi madre
también vive la suya. Pero el problema está en mi. Y es algo tan nuevo y tan
complicado que no sé cómo abordarlo. Me da un tanto de vergüenza comentárselo,
pero es que necesito, al fin, desahogarme con alguien. Y cómo empezó todo
esto….. Más o menos fue a partir de noviembre, del pasado año. Un día, en el
recreo, estábamos juntas un grupo de compas en el patio, cuando me di cuenta
que me quedaba mirando, con una sensación muy rara, a una de mis compañeras de
clase. No sé, pero me extrañó la actitud, ese algo que sentí, aunque evité
darle más importancia. Pasaron unos días y observé que la cosa se iba
complicando, pues ella también cruzaba su mirada con la mía y, una por otra,
acabábamos estando siempre muy próximas, dentro y fuera del aula. Afortunadamente
llegaron las vacaciones de Navidad, y confié que estos extraños…. sentimientos
fueran desapareciendo o encauzándose como una simple amistad.
Aunque teníamos nuestros correos y los whatsapps,
evitamos comunicarnos durante la Navidad y el Año Nuevo. Sin embargo, de vuelta
al Instituto, la cosa continuó y a más. Por parte de ambas. Es algo así como
una necesidad imperiosa de estar juntas, una atracción psicológica y me temo
que incluso física. Algunas tardes hemos quedado a merendar o dar un paseo las
dos juntas. Nada del otro mundo …… ha pasado. Simplemente que necesitamos estar
cerca y, cuando eso sucede, nuestro corazón late más deprisa. Me encuentro muy
confusa, pues incluso con Fran, que era algo así como mi pareja, ya no me
apetece estar y sé que ahora él lo esta pasando mal, pues no sabe de la misa la
mitad. Estoy hecha un mal rollo y temo por mis curso, pues muchas tardes me
pongo a estudiar en casa y no dejo de pensar en ella. Miro una y otra vez sus
fotos …… Perdóneme ….. pero no sé como me he atrevido a contarle todo esto. No
lo había hecho con nadie”.
Vi que
los ojos de mi interlocutora se tornaban, cada vez más, enrojecidos y
brillantes. Eran ya casi las once y tomé conciencia de que los minutos del
recreo iban a ser también necesarios a fin de atender a una buena alumna que, a
todas luces, estaba pasando por un momento de gran confusión en esa su juventud
primera. Obviamente, tenía que prestarle ayuda. Pero me preocupaba acerca de la
mejor forma de hacerlo. Le pedí que se calmara, le sonreí y le resumí lo que
pensaba acerca de toda esas confidencias que había tenido a bien
comentarme.
“Eva, quiero valorar y agradecerte tu sinceridad y
confianza. Algo te ha movido a compartirme esos sentimientos tan personales y
yo quiero estar a la altura de esa postura tan valiente que has demostrado. De
todas formas, aunque tus relaciones no sean las mejores, creo que tus padres
deberían conocer esta situación que te está afectando y que tanto te preocupa.
Ya eres mayor de edad, pero vives con ellos y seguro que querrán ayudarte. Sin
embargo, te voy a dar mi opinión, que te puede ser útil.
Es frecuente que en
esa adolescencia tardía en la que aún te encuentras, surjan fases en las
que los sentimientos, junto a la propia sexualidad, atraviesen fases inestables
y confusas. Debemos aceptar que nuestra naturaleza tiene sus dictados y que, en
más de una ocasión, condiciona o determina la atracción sexual entre las
personas. Hay centenares y miles de hombre a los que su naturaleza les reclama
o apetece el estar con hombres. También sucede lo mismo con respecto a la
mujer, por supuesto. Y si ese parece que es vuestro caso, nada de avergonzarse
o hacer un mundo de algo que también es natural, precisamente porque vuestra organismo,
físico pero sobre todo psicológico, así lo ha determinado. De todas formas, hay
departamentos de sexología que os pueden bien aconsejar y ayudar, a fin de interpretar
y aceptar lo que son situaciones inesperadas y complicadas, en este momento,
para vosotras. Te vuelvo a repetir que puede ser una fase de intensa amistad
pero, si es mucho más, lo primero sería aceptarlo y después encauzarlo como un
camino relacional sereno, lleno de afecto y cariño, sin mayor problema.”
Eva
parecía estar algo más tranquila, tras integrar ese mensaje que trataba de
transmitirle. Hau que hacer normal lo que, básicamente, es normal. Entiendo que
aceptar cambios y nuevas realidades, que ni nos imaginamos puedan ocurrirnos,
no siempre resulta fácil. Pero, con dieciocho años, hay toda una vida por
delante que, en el día a día, nos enseña más y más sobre nosotros mismos y
nuestra relación con los demás. A poco iban a finalizar los minutos del recreo.
El comentario de texto …….. nos observaba, aguardando, paciente, silencioso y
acompañado de cuadernos, apuntes y bolígrafos, sobre la mesa, nuestra imposible
atención.
“Profe,
quiero decirle que Alison me dijo la otra tarde algunas cosas parecidas a las
que me has comentado en todo este rato. Bueno, ya conoces de quien se trata. Seguro
que lo sabes. Lleva viviendo dos años en España, desde que a su padre lo
trasladaron a Málaga, para dirigir la filial de su empresa, aquí en la costa. MI
amiga hizo primero en el otro grupo de bachillerato, pero este año la cambiaron
al nuestro. Y quién nos lo iba a decir…..”
Había
sido una clase de casi noventa minutos. Un profesor, con una sola de sus alumnas.
Le pregunté si necesitaba tomar algo o había desayunado bien en casa. Parecía
estar mejor de ánimo. Se la notaba mucho más serena. Y a través de la
cristalera entraba un sol radiante con sabor a primavera. El patio estaba, esa
mañana de marzo, anormalmente vacío. Cuando caminábamos hacia el bar, ella y yo
percibimos el grato aroma de los azahares en flor que nos regalaba los naranjos
situados en el claustro de entrada. Curiosamente, ese día el timbre no sonó
para anunciar el fin del tiempo de recreo. Ella pidió sólo un vaso de leche
fría. Tuve que ir a mi ultima clase de la mañana. El grato color y sabor de la
primavera siempre atrapa y subyuga.-
José L. Casado Toro (viernes, 3 abril,
2015)
Profesor
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