Durante
los próximos meses, los ciudadanos españoles vamos a tener la oportunidad de manifestar
nuestra opinión a través de las urnas. Al margen de que pueda ser más o menos
útil esa papeleta que hemos elegido, a fin de señalar a todos aquellos que han
de tomar importantes decisiones que de una forma u otra nos afectarán,
objetivamente no debería ser motivo de enfado el que te inviten a participar en
el democrático evento. Ciertamente, la pregunta sobre quién debe gobernar nos
llega con la temporalidad cíclica de cuatro años. O tal vez menos, en alguna
ocasión. Además, te impiden señalar a personas concretas. Salvo en la cámara
senatorial, has de votar a la globalidad del grupo político. Es lo que se llama
listas cerradas, en oposición a lo que sería más saludable, en el caso opuesto de
las listas abiertas. Pero, al menos, la escenografía electoral te ofrece la
posibilidad de dar tu opinión de una manera democrática. Otra cosa bien
distinta es el tema o cuestión, decisivamente importante, acerca de la credibilidad que nos merece el conjunto de la clase
política. Probablemente, esa credibilidad en quienes nos gobiernan está
bajo mínimos. Los políticos, con su lamentable y desacertado comportamiento, se
han ido ganando a pulso nuestra profunda falta de fe en todo aquello que bien o
mejor habrían de representar.
En estos
futuros comicios, las ofertas electorales son ideológicamente contrastadas. Entre
todas ellas, tenemos a nuestra disposición, una primera opción. La decisión de no acercarse a votar. Discutible, pero
legítima. Dedicar esos domingos a visitar y gozar de la naturaleza, por
ejemplo. Sería una forma de decirles, a esos que dicen representar a la cosa
pública, lo desafortunado de su acción global. Una abstención de muchos
millones de votantes, sería un nítido mensaje reprobatorio de la ciudadanía. En
esta misma línea, igual de legítimo pero más democrático, tenemos una segunda
opción. Acudir a ejercer el derecho al voto, pero
hacerlo con el sobre vacío. Es lo que se denomina votar en blanco. Millones
de votos en blanco, a no dudar, señalaría claramente nuestro descontento por la
forma de ejercer el gobierno y la acción política que, en general, la
ciudadanía padece con encomiable resignación. Y, en tercer lugar, puedes votar por el grupo político que menos rechazo te produzca.
Y se utiliza esta dura expresión porque, salvo los fanáticos y sectarios de
siempre, pertenecientes a todo el espectro ideológico, para la gente más sensata
y sosegada es complicado, muy complicado, optar con entusiasmo por un grupo
político en las actuales circunstancias. Decía un amigo: “yo voy a votar en
contra de los que están en el poder. Sin embargo, debo aclararte, que llevo una
pinza de la ropa en mi bolsillo. Tal vez tenga que utilizarla cuando elija una
papeleta determinada, pues no me gusta votar en blanco”. Creo que la frase no
tiene desperdicio.
En
este contexto, cabe preguntarse, con serena inteligencia, acerca de las causas que han ido provocando esta desafección de la
ciudadanía, con respecto de aquellos que dicen trabajar por la cosa
pública, por el bien general. Para ello, un viejo lobo del periodismo va a
salir a la selva sociológica, a fin de preguntar el porqué, las causas y los
motivos de esta dura percepción que tantas personas mantienen. Sintetizará y
resumirá las más repetidas, entre todas las respuestas aportadas.
CONSTANTE
ENFRENTAMIENTO entre aquellos que debieran dar el mejor ejemplo para
una cívica concordia. La ciudadanía asiste, estupefacta y cansada, a esa
palabrería barriobajera que se arrojan los unos a los otros, descalificando
todo lo que hace el contrario sin el menor atisbo de aplauso para las
decisiones que han sido buenas y positivas. Lo más burdo del caso es que muchos
de esos desagradables enfrentamientos forman parte de una teatralizada puesta
en escena de los políticos, pues hay que dar carnaza a los fanáticos que les
sirven de sustento. Ese “Y tú mas” hace que la imagen corralera que asumen sea
más que manifiesta y desagradable. Una cosa es discrepar, discutir y
contrastar. Ello está en la naturaleza del debate. Y otra, bien distinta, la
reprobable y acústica descalificación hacia todo aquél que no piense como yo y
mi grupo.
INEFICACIA para
solucionar los problemas. El ciudadano desea que sus necesidades diarias,
primarias y directas, sean resueltas, mejoradas o agilizadas con la mayor
diligencia. Sufrir que una importante arteria viaria en tu ciudad esté cerrada
al tráfico por obras, durante más de tres años, es insoportable y muy difícil
de comprender. Comprobar que las aguas que bañan tus playas sigan sucias,
verano tras verano, demuestra esa ineficacia e incompetencia de que hacen gala
los políticos. Ver que en el espacio donde se va a construir un auditorio para
la música sólo exista un viejo cartelón anunciador, con casi una década de
antigüedad, nos desalienta e indigna. Tampoco se explica que sólo determinadas
calles de tu ciudad sean limpiadas cada día y tenga presencia en ellas la
seguridad pública, mientras que la mayoría urbana permanece en el mayor
abandono de su gestión. Y si te pones enfermo, habrás de enfrentarte con listas
de esperas de muchos meses, a fin de que tu problema de salud sea adecuadamente
tratado por los especialistas. Esta serie de ejemplos podría hacerse
interminable, como penosa muestra de la ineficacia y desidia de nuestros
gestores.
COMPORTAMIENTO
DESHONESTO, especialmente, con el uso de los caudales públicos, el
dinero de todos. Caudales que proceden del sacrificio tributario que la mayoría
de la ciudadanía afronta, con esfuerzo y responsabilidad. Ver como te están “robando”
tan ilustres prebostes, con la mayor impudicia, hace que pierdas la fe, cuando
no el rechazo, en el sistema que gestiona nuestros intereses colectivos.
Efectivamente los tribunales de justicia se esfuerzan por corregir esos
comportamientos delictivos de los dirigentes públicos. Pero lo hacen con tal
lentitud y, a veces, con penalizaciones tan nimias, que tu propia confianza en
esos tribunales se va debilitando de manera paulatina. Y lo más insoportable es
percibir como esos cualificados dirigentes, que utilizan en beneficio propio el
dinero de todos, parece como si se estuvieran riendo del modesto contribuyente.
PRIORIDAD EN LOS
INTERESES DEL PARTIDO. Por mucho que se les llene la boca de
palabras bonitas, te das cuenta que para ellos el partido, su partido político,
tiene que estar por encima de cualquier otra consideración. Para ellos, lo
primero son las siglas de la organización a que pertenecen. Todo lo demás es
secundario. Vemos a dirigentes deshonestos que, incluso después de haber sido
penalizados por la justicia, son protegidos, justificados, apoyados y
mantenidos, porque ….. tienen el carnet del partido. A veces, incluso utilizando
los argumentos más inverosímiles y absurdos. Muchos piensan que actúan como si
fuesen una secta, por encima del bien y del mal. Probablemente, no andan
equivocados en tal apreciación.
FALTAR
SISTEMÁTICAMENTE A LA VERDAD. Ya no es que exista, o se tolere, la
legítima controversia ante determinados asuntos o el posicionamiento de cada
cual ante los mismos. Aquí el problema
es que se miente con el mayor descaro. La manipulación de los datos, la
tergiversación de la información, el decir un día una cosa y al siguiente
mantener todo lo contrario, los increíbles argumentos expuestos a la ciudadanía
a la que parecen considerar como imbécil o analfabeta, son practicas más que
habituales en el quehacer de esos voceros o fontaneros de la política. Tal vez
ellos sí se crean o piensen la paradoja de que sus mentiras son verdades. Los
unos y los otros.
USO INADECUADO DE
NUESTROS IMPUESTOS. Soportamos y sufrimos ver cómo nuestro dinero se
“tira” en la construcción de obras faraónicas, para la mayor gloria del
preboste de turno. Paralelamente, la atención sanitaria se empobrece. Los
servicios educativos se degradan. La atención a la tercera edad o a la
dependencia, se posterga. La patética imagen de esas largas colas, por
conseguir un bocadillo o un poco de comida para la subsistencia, ante las
instituciones benéficas, avala perfectamente el inapropiado uso de nuestro esfuerzo
tributario. Se gastan millones y millones en museos, cuando el principal
existente en la ciudad permanece cerrado. Se pagan costosos alquileres, cuando
yacen en el abandono numerosos edificios públicos. Se construyen aeropuertos en
los que no aterrizan aviones. Y así una larga lista de desafueros absurdos.
EL SERVILISMO A
LAS INSTITUCIONES BANCARIAS Y FINANCIERAS. Se derivan millones y
millones de euros, extraídos de los fondos públicos, para sanear un sistema
financiero puesto al entero servicio de uno pocos (los de siempre). Precisamente son esas instituciones
financieras privadas las que, con su egoísta y demencial política, han sumido
al mundo en una crisis económica de tal gravedad que nunca se borrará de los
libros de Historia. La percepción de que nuestros gobernantes están al servicio
de las empresas bancarias y financieras privadas, es una imagen que descalifica
y degrada nuestra fe en un sistema sometido “religiosamente” al capital.
Y ¿DÓNDE HALLAMOS
EL SENTIDO DE ESTADO? Un buen político debe poseer y aplicar, entre
su ideario conceptual de valores y en un lugar preferente, ese criterio de
Estado ante los grandes asuntos que afectan a los ciudadanos, objetivo básico
de la administración y la gestión política. Esos asuntos prioritarios, por
encima de los intereses partidistas, son fáciles de concretar: la sanidad; la
educación; el sistema tributario; la justicia; el empleo; la seguridad, la
tercera edad. Habría otros temas, también muy importantes. Pero los
aquí citados son, por su naturaleza básica, prioritarios. Los partidos y sus
dirigentes deben hallar formulas de diálogo para pensar juntos, facilitando que
esas modalidades que sustentan nuestra convivencia encuentren puntos de
encuentro para el beneficio lógico de la mayoría ciudadana. La sanidad o la
educación no deben ser nunca “proyectiles bélicos” en la lucha por el voto
electoral. Pero la realidad del día a día, nos muestra que hacen todo lo
contrario.
Probablemente,
si aquellos que se dedican a la actividad política atendieran con generosidad a
todas o a algunas de las consideraciones expuestas, la actitud de rechazo por
parte de la ciudadanía cambiaria. No va a resultar un proceso fácil, pues la
consolidación en los partidos políticos, durante décadas, con sus
comportamientos inadecuados o reprobables, ha creado un
blindaje de incredulidad en la masa social gobernada. Pero todos los
edificios deben ser cimentados si pretendemos que no se derrumben. Y ese cambio
de percepción o desafección debería ser trabajado desde unos pilares éticos que,
en en definitiva, son valores. Valores en el grupo y, como consecuencia, en las
personas que los integran. Pero ¿tenemos un mundo, una sociedad, donde
prevalezcan los mejores valores?
A
pesar de todo lo expuesto, el ciudadano goza de la facultad en poder elegir la
papeleta electoral que estime más conveniente. O no hacerlo. Desde luego va a ser un año muy propicio para templar voluntades,
conciencias y, especialmente, el recto sentido de la inteligencia.-
José L. Casado Toro (viernes, 20 febrero,
2015)
Profesor
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