Aquella
mañana, Ania había acudido muy temprano al
establecimiento del que era copropietaria, situado cerca de la emblemática
plaza malacitana donde Pablo R. Picasso vio la luz a la vida. Aparte de los
puestecillos ubicados en ambos laterales de la Alameda principal, no abundan en
nuestra ciudad los comercios dedicados, de manera específica, a la venta de
flores. Siempre he pensado que existen dos tipos de tiendas significadas con
nuestra gratitud y admiración, en función del delicado producto que en ellas se
ofrece a la clientela. Ver en las estanterías, o en los escaparates que miran a
la calle, la oferta de ese bello espectáculo representado por los libros o las flores, supone la mejor imagen que podemos hallar en
nuestra búsqueda de vida y belleza. Aunque sea a través del intercambio
comercial en el que estamos necesariamente inmersos. Sin embargo no resulta
frecuente encontrar un comercio como el de Ania y Mara, quien sumando dos
licenciaturas en Arte y en Literatura, decidieron un buen día montar este
curioso y sublime negocio donde precisamente se hermanan libros y flores. Ania con
Mara, su amiga de siempre, se embarcaron en una aventura financiera y mercantil
que, hasta el momento les ha permitido ir afrontando, relativamente bien, los
préstamos bancarios que en su momento tuvieron que negociar.
Mara suele ser más “remolona” en eso de aprovechar al
máximo los minutos del descanso, arropada entre sábanas. Aunque durante el
quehacer de cada jornada sabe suplir, con generosidad y eficacia, su frecuente retraso
matinal con una intensa y esmerada dedicación a la tienda, más all á de la hora en que cierran la atención al público visitante. En este
sábado de febrero, Ania quiere dar los últimos retoques decorativos a ese gran
escaparate de que disponen con vistas al Teatro Cervantes. Sabe que este sábado
va a ser un día muy intenso de paseantes en la zona, dado el espectáculo orquestal
que está programado en el cercano coliseo escénico. Además es fin de semana, lo
que potencia la ilusión de la gente, mayores y jóvenes, para salir y disfrutar
de la calle y sus tapeos. Y es que hoy es un día muy especial.
El calendario marca la fecha del 14 de febrero, San
Valentín, que siempre sabe arrancar sonrisas, buenas palabras y algún
regalo en la mayoría de los corazones.
Efectivamente
tanta acumulación de celebraciones en los almanaques, restan magia y encanto a
lo que debía ser una fecha ilusionada para renovar sonrisas y cariños, al
margen de los difícilmente evitables condicionamientos y servidumbres
comerciales. Por supuesto que sí. Todos. o casi todos de los días que tenemos
en el año, deberían estar abiertos al amor. Amor
a la vida, a la naturaleza, a los valores, a la alegría, a nuestro trabajo, a
nuestros caprichos e ilusiones, a la esperanza, a nosotros mismos y, también,
a todos aquellos que comparten nuestro
rol como humanos en esa existencia que nos ha sido dada. Amor a las pequeñas y
grandes cosas que tratan de explicar ese misterio escénico en el que
participamos colectivamente, entre cada amanecer y amanecer en los días. El día
de san Valentín, patrón de los enamorados. Una fecha para renovar tantos
comportamientos opacos y palabras adormecidas. Y queda bien ese regalo insignia
al que nos somete la servidumbre comercial que nos hemos dado como rito, para
que todo esto funcione.
Serían
sobre las diez y pico, cuando un primer cliente entró
en la tienda. Se trataba de un hombre que rondaría los cincuenta, en
edad. Elegante abrigo, chaqueta y corbata, todo con tonalidad gris azulada, junto
a unos zapatos negros de puntera redondeada, tipo británico. Este primer
cliente se quitó su sombrero como gesto de respeto a las dos propietarias que,
en aquel momento, ordenaban unos macetones de flores y un expositor de libros
para la autoayuda, respectivamente. Se dirigió expresamente a Ania, sin ocupar
más tiempo en repasar los productos que tenía a su disposición.
“Hola, buenos días. Deseaba algo especial para regalar en
el día. Me he fijado, al pasar ante el escaparate, que ofrecen un servicio
urgente de reparto a domicilio. Sobre todo deseo que las flores que Vd.
perfectamente sabrá elegir, mucho mejor que yo, vayan cuidadosamente
presentadas, pues se trata de una persona muy sensible y afectiva en mi
consideración y cariño. Me permito aclararle que, a través de nuestra
convivencia (va ya por cuatro años desde que enviudé) sé que siente una
especial atracción por los tonos celestes y malvas. Lo digo por si puede
priorizar flores con esos colores en el centro o ramo que a buen seguro tan
bien sabrá prepararme. Le voy a dejar nuestra dirección para la entrega, a ver
si es posible que sea a partir de las tres, hora en que mi pareja estará en
casa, tras la vuelta del negociado donde trabaja. Por cierto ¿tienen tarjetas,
donde pueda escribir algún bonito texto o dedicatoria, para adjuntar a las
flores?”
Una
vez que el ilusionado cliente escribió su larga misiva, pagando los servicios
correspondientes, abandonó el establecimiento, con la apariencia de serena
felicidad en el rostro. Conocía, sin duda, la alegría que su pareja recibiría
por ese detalle tan sensible y afectivo. Ania reparó en que este señor había
olvidado cerrar el sobre con la tarjeta. Pudo más su curiosidad sobre la necesaria
prudencia o respeto acerca del contenido del texto, escrito con cuidada
caligrafía en una romántica cartulina rosa que ella le había facilitado.
“Mi querido amorcito, Ramón. Nunca supe lo que era el
verdadero amor, hasta que el destino quiso unirnos. Fue en aquel inolvidable verano, sobre la cubierta del barco. Desde el primer momento, tu belleza y esa mágica
sonrisa me cautivó. Eres la única razón de mi vida. Hasta que te conocí, no era
consciente de mis verdaderos sentimientos. Gracias por haber puesto amor y
esperanza en mi existencia. Tu dinamismo e ilusiones rejuvenecen mi madurez.
Nuestra atracción debe ser como el aroma y color de estas flores que alegran y
ennoblecen la vida. Con todo mi amor y necesidad, tu Pablo”.
Ya a
partir de las once, la mañana se fue animando con la entrada en la tienda de un
público variado, en edad y género, que buscaba ese recuerdo agradable para
regalar a un ser querido. Porcentualmente, la venta de libros o de flores tuvo
un claro desnivel a favor de la segunda opción aunque, a lo largo de la tarde,
la venta de libros con encanto, por su contenido y también formato, fue
adquiriendo un nivel muy saludable, desde un punto de vista comercial.
Poco
antes de las dos de la tarde, atravesó la puerta una señora mayor, muy bien
arreglada en su atuendo (iba cargada de joyas y “regada” con un perfume que embriagaba)
desarrollando modales y gestos escénicamente muy ceremoniosos. Se trataba de
una mujer de intensa locuacidad, el típico caso de aquellas personas que buscan
un público o auditorio que esté siempre presto para escucharles. Tras diseñar
exactamente el tipo de ramo de flores que deseaba comprar, verdaderamente
espectacular por su hermosura y su base romántica, solicitó un servicio de
envío urgente, a fin de que fuese entregado entre las siete y las ocho de la
tarde. No había problema con esta premura temporal, pues Ania y Mara tenían
concertado este reparto urgente con una modesta empresa local pero de
resultados muy satisfactorios en la gestiones de transporte que realizaban.
Lo
más curioso del caso fue cuando Ania rellenó un pequeño volante con los datos de Adela, para el servicio de entrega. Al
preguntarle a la clienta el nombre y dirección de la persona que iba a
recibirlo, comprobó que eran los mismos datos del DNI de su interlocutora,
documento que tuvo que solicitar al tratarse de un pago con tarjeta de crédito.
Ante su extrañeza, Adela le explicó en voz baja (había otras personas en el
establecimiento, que efectivamente era ella misma la que se enviaba el vistoso
ramo de rosas, calas y lirios.
“Verá, señorita, es que esta tarde vienen a merendar a
casa mis amigas de siempre. Yo soy soltera pero, desde hace unas semanas, me he
creado una historia de amor ante estas amigas, diciéndoles que tengo un
pretendiente. Entonces he de seguir con esta historia del admirador enamorado
ante ellas. La festividad de este día me resulta perfecta, a fin de continuar la
pequeña y divertida travesura que me he creado. Mis amigas están llenitas de
envidia al pensar que hay por ahí un admirador oculto con el que me veo.
Entonces la llegada del ramo de flores, con la dedicatoria que va en la
tarjeta, servirá para demostrar que aquello que les he ido contando corresponde
a la realidad. Entiéndalo como una pequeña broma, pero dos de estas señoras,
que son un par de arpías, se lo merecen”.
Ania
se quedó asombrada al conocer el razonamiento de la clienta. Con una gran
sonrisa, le dio a entender que no tenía por qué preocuparse, que el
establecimiento era muy discreto con la intimidad de los clientes. Adela
agradeció estas palabras y se marchó mostrando ese porte ampuloso que le
identificaba. Parecía querer aparentar una elegancia de clase, aunque los inapropiados
tacones de aguja en sus zapatos dificultaban el buen equilibrio de su más que generosa
y veterana humanidad.
Y
así fueron avanzando las horas de este afectivo sábado, inserto en los
almanaques para corazones y sentimientos cercanos. Las anécdotas y curiosidades
simpáticas no faltaron en toda la jornada. Entre todas ellas, para bien finalizar
este relato, será positivo recordar a una joven pareja
de adolescentes que sobre las ocho de la tarde estuvieron un buen rato
curioseando entre los expositores de los libros. Al final, el pequeño ejemplar elegido,
para regalar a la joven, era un poemario titulado Como mejor decir te quiero, escrito por una escritora de nacionalidad india. Fueron
atendidos por Mara quien al indicarle al chico su costo, en pocos segundos se
dio cuenta de que éste no llevaba el dinero suficiente. Rebuscaba y rebuscaba
entre su cartera y monedero, contando los euros de que disponía. Sumaba nueve
con setenta euros, cuando el precio del volumen llegaba a los doce. “Bueno, vamos a dejarlo. Voy a buscar otro librito que
sea un poco más barato. Es que a ella le gustaba mucho y …..” Ania y
Mara se intercambiaron una sonrisa, ante la rostros sonrojados de los adolescentes.
Con un gesto rápido, Mara envolvió ese volumen y, junto a una rosa roja, lo
entregó al chico que a su vez se lo dio a su compañera con un beso. Recogió los
9.70 € diciéndoles:
“es suficiente. Lo importante es que, hoy y siempre, ambos
os sintáis unidos. Estoy segura que, algún día, también él sabrá hacerte muy
bonitos poemas”.
José L. Casado Toro (viernes, 13 febrero,
2015)
Profesor
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