Desde
que ambos terminamos los años de facultad, nuestra relación se fue haciendo
cada vez más limitada. Habíamos gozado de una afectiva connivencia en la etapa
estudiantil, pudiéndosenos considerar como dos amigos íntimos. Para el
divertimento, para la confianza, para el estudio y para todos esos pequeños y
grandes problemas que van surgiendo en el día a día. Después, la vida de ambos fue
marchando por diferentes derroteros. En fechas concretas siempre mantuvimos el
buen tono de esa felicitación, vía telefónica, que se agradece con simpatía y
afecto. También, en algunas ocasiones, tuvimos la suerte de coincidir. Aprovechamos,
lógicamente, la oportunidad del encuentro para compartir algún café y disfrutar
con esas palabras que parecen vitalizar la vieja amistad. Pero la verdad es que
cada uno de nosotros tenía ya su estructura vivencial muy consolidada, lejana a
esos gratos tiempos, siempre recordados con alegría y nostalgia, de la adolescencia
tardía.
De
manera inesperada, una mañana recibí un whatsapp, cuyo contenido me dejó
ciertamente preocupado. Era de mi entrañable amiga Elena.
Ella, casi siempre, solía utilizar la comunicación telefónica directa para
hablar conmigo, por lo que el breve texto del mensaje me puso a cavilar.
“Me encuentro muy mal de ánimo. Necesitaría hablar
contigo ¿Podemos vernos un ratito, esta tarde o mañana?”
Conociendo
bastante a la persona que estaba al otro lado del teclado, vitalista,
hiperactiva, imaginativa y maravillosamente traviesa….. me preguntaba ¿qué podía estar pasándole? Sin más dilación respondí
al mensaje, ofreciéndole era misma tarde para que pudiéramos dialogar. Le
sugerí una conocida tetería, cercana a la Catedral, donde el ambiente suele ser
bastante agradable. Añadí una amplia disponibilidad horaria para que ella
pudiera, cómodamente, concretar.
Los
dos fuimos “británicamente” puntuales. Cuando el reloj de “la Manquita” marcaba
las seis silenciosas campanadas, sellamos con un cálido beso nuestro nuevo
reencuentro. Elena vestía un sweater color beige, primorosamente calado, de
mangas cortas, encima de una fina camiseta blanca. Ella, que siempre había una
aficionada a llevar jeans, había dejado de usar esta cómoda prenda a partir su
boda. Nunca se me ocurrió preguntarle el porqué. Pero esta tarde ¡oh novedad!
traía unos vaqueros ceñidamente ajustados, color azul marino, que hacía más
deportivo su atrayente cuerpo femenino, esbeltamente delgado. En él no había
hecho mella aparente la gestación de tres hijas, dos en la ESO y la mayor
Marian, iniciando ya el bachillerato, en un centro privado de la costa con
profesores nativos ingleses.
Efectivamente
mi amiga había hecho un matrimonio “bien”, con un arquitecto prestigioso al que
conoció en uno de sus primeros trabajos como azafata de congresos. Catorce años
mayor que ella, Jaime, divorciado de una
alemana, afrontó su responsabilidad al dejarla embarazada. Fue un matrimonio
….. sin amor exultante pero que fue resistiendo el paso de diecisiete años con
una acompasada y bien llevada rutina. “Pero ¿qué es
lo que te ocurre? mi entrañable amiga”.
Un par de zumos, de naranja natural separaban en la mesa a dos viejos amigos
que siempre tenían algo que decirse.
“Lo estoy pasando francamente mal, Emil (así me llamaba ella). Sobre
mi vida tu conoces mucho más que algunos miembros de la familia. Siempre has
estado cerca, aún en la lejanía. Ya sabes que mi matrimonio fue un tanto
forzado, aunque ha resistido todo este largo tiempo. No tengo quejas en lo
material, por supuesto, pero no ejercer alguna actividad, al margen del hogar,
fue un profundo error. Tuve que dedicarme a la crianza de mis hijas. Mi mejor
tesoro, claro. Pero ahora, que ya están en la adolescencia, van haciendo su
vida como es natural. Es esa vida autónoma que también hace Jaime…. En todos
los aspectos. Tengo certeza que a pocos años de lo nuestro, él siguió con sus
aventuras de faldas, por aquí y allá. Eso sí, con exquisita elegancia para
evitarme humillaciones. Pero una mujer se da cuenta de todo lo que va
ocurriendo ¡cómo no! Lo cierto es que ahora me veo cada día más inútil, más
aburrida y, lo más grave, sin esa fuerza
y dinamismo que tanto valorabas y apreciabas en nuestro años de facultad. ¿Cómo
te lo diría? La poesía, el vitalismo, las ilusiones, han ido desapareciendo en
mí. Las horas y los días se han ido convirtiendo en una prosa rutinaria …..
carente de encanto. Sé que lo estás pensando. Lo veo en tu mirada. He pasado
por esa dinámica tan nublada de los médicos y el pastillaje. Pero tan son sólo
parches que no llegan al fondo del asunto. La medicina tiene que estar en mi….
antes que ir a buscarla en la farmacia. En fin, que me encuentro en un agujero
anímico, del que no sé cómo salir”.
Elena
hablaba muy despacio, marcando expresivamente las sílabas de sus palabras.
Alternaba el movimiento de sus ojos, centrándolos en mi atención y en ese vaso
de zumo del que apenas tomaba algunos sorbos. Esta forma de comunicarse era
también novedosa, pues mi amiga se había caracterizado, en general, por ser
adorablemente impulsiva en su forma de hablar. Tal vez sería el paso del tiempo
o el complicado estado anímico por el que estaba pasando.
“Elena, tienes que organizar mejor todo ese amplio tiempo
libre que tienes a tu disposición. Los hijos crecen y ves como van haciendo su
vida cada vez con más autonomía. Ello te provoca un sentimiento de inutilidad,
al no saber emplear bien, rellenar con ilusión y eficacia, las horas que tienes
por delante cada uno de los días. Todos hemos de buscar, en nuestro carácter,
aquellas aficiones que más nos pueden enriquecer el ánimo”.
No
me dejó continuar. Parece que ella venía con una idea prefijada que, al
manifestármela, me impactó por lo inesperado de su contenido. Mirándome a los
ojos y ruborizando sus mejillas, comenzó a desvelarme las
verdaderas intenciones de esta inesperada entrevista.
“Nosotros siempre supimos llevarnos bien. Incluso muchos
de nuestros compas me preguntaban si estábamos saliendo juntos. Hace ya mucho
tiempo, claro. Yo lo hubiera querido, pero ….. tu no te decidiste. Y mi
matrimonio, ya sabes…. Yo sé que tampoco has tenido suerte con tu opción. Pero
al menos supiste romper con tu pareja a tiempo, sin que os hubiesen llegado los
hijos. Esa situación te ha dado mucha libertad para reorganizar tu vida. En este
sentido, muchas veces he pensado y añorado como hubiera sido este trozo de mi
vida contigo. ¿No has pensado que tú y que yo aún estaríamos a tiempo de
retomar unos sentimientos que, no me cabe duda, tanto en ti como en mí han
existido?
“Mi entrañable amiga, bien conoces que siempre he sido
sincero contigo. No te voy a negar que siempre me has gustado y que no una,
sino muchas veces he dibujado como hubiera sido mi vida junto a ti. Pero la
vida nos ha llevado por caminos cercanos, aunque no coincidentes. No sé como
sería esa posibilidad que tú acabas de plantearme, muy generosamente. ¿Has
llegado a pensar que tienes una familia, tres hijas, todavía adolescentes….. en
cuanto a tu marido, aunque no os llevéis… con intensidad, me das a entender que
os soportáis y que al menos guardáis las formas.
Es cierto. Nunca, nunca me has dejado de gustar, pero la
situación la pienso como muy complicada. Yo no quiero cerrar ninguna puerta,
pero necesito tiempo para integrar y asumir esta conversación cuyo contenido ha
sido… de impacto. Ahora lo primero, y principal, es que trates de mantenerte
ocupada. Cultiva aquellas ilusiones que tanto te caracterizaban. Escribías muy
bien. Te gustaba salir a la naturaleza ¡buenas excursiones las que nos
organizabas! En cuanto a la destreza con los pinceles, lo hacías muy bien, y
parecías disfrutar mucho cuando creabas aquellas bonitas puestas de sol. ¿Y tu
círculo de amigas? Déjame un poquito de tiempo, Elena. Necesito ese espacio de
oxígeno para asimilar o coordinar tus sentimientos con los míos”.
Ambos
vasos de zumo quedaron a medio consumir. Evité cerrar nada, pero, al tiempo,
tampoco abrir una posibilidad que era sólo eso: complicadamente posible. Nos
despedimos con sendos besos y quedamos en seguirnos viendo al menos una tarde
en cada semana.
Cuando
caminaba por esas calles tan vacías, pero al tiempo tan llenas, camino de casa,
observé una imagen que me dejó gratamente impresionado. Una joven pareja, ella era rubia con los ojos azulados, él parecía
africano, con la piel de color, estaban danzando, ambos
abrazados, ajenos a cualquier mirada, a cualquier comentario, por parte
de un público que caminaba con prisas. Aprovechaban ensimismados el corto
espacio del suelo donde aún llegaban los rayos de un sol que adormecía. Seguían
bailando, tiernamente unidos. No había orquesta para la acústica musical. Muy
probablemente esas notas del pentagrama sonaban, construyendo compases en sus
cabezas o tal vez en la percusión anímica de sus corazones. Me alejé de aquel
lugar, ya cerca del puerto, mientras esa pareja continuaba con su ingrávida danza
sobre las losetas del suelo. “Elena, Elena …… que debería hacer. ¿Podría ser
nuestra segunda y definitiva oportunidad?”
Aquella
noche, en un acomodado apartamento de la zona Este malagueña, dos personas
hablaban, con fría y descarnada claridad, en la intimidad de su dormitorio.
“Debes seguir intentándolo, Elena. Tu siempre has estado
pirrada por ese antiguo compañero de clase. Lo nuestro fue forzado, por las
circunstancias. Pero ahora, que las niñas son ya mayorcitas, debemos
plantearnos nuestra relación. Con franqueza y lealtad. Entre tú y yo ya no
queda nada. Es la verdad. Yo tengo mis asuntos afectivos y tú debes buscarte
una nueva vía para tu vida futura. Económicamente, no vamos a tener problema alguno.
Siempre te ha gustado ese….. Emil, como tú le llamas. No lo dejes escapar,
porque es la persona a quien verdaderamente
quieres. Pienso que Emilio te tratará muy bien. Sigue insistiendo con él.
Cuando tengas la cosa a punto, arreglamos todos los papeles y de mutuo acuerdo….
cada uno por su lado. Te confieso que deseo unir mi vida con una persona que me
hace sentir el por qué de cada día. Seguro que con ese hombre, también tú, vas
a encontrar esa felicidad que tanto hemos fingido poseer. Con habilidad y
paciencia, debes continuar luchando por un objetivo que es bueno para ti y, por
supuesto, también para mi”.
José L. Casado Toro (viernes, 12
diciembre, 2014)
Profesor
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