El
timbre de la puerta de Marco ha sonado esta
mañana muy temprano. Apenas eran las seis y pico, en el amanecer, cuando se
despertó sobresaltado ante ese sonido a modo de campanilla que le reclamaba
atención desde el pasillo exterior de su vivienda. Un tanto somnoliento y con
el pijama aún puesto. observa por la mirilla. Reconoce a la vecina del piso
inferior al suyo, Marta, una joven estudiante
que tiene esa vivienda alquilada, junto a otras dos compañeras de universidad.
Tras abrirle la puerta, la chica le explica que tiene
todo el techo del cuarto de baño manchado de agua. Comenta que ya le están
cayendo incluso gotas que, de manera afortunada, mayoritariamente lo hacen por
la zona de la bañera. El edificio tiene ya más de cuatro décadas y muchos de
los vecinos del bloque han ido cambiando y renovando parte de sus viviendas.
Pero el problema de las tuberías siempre está ahí, pendiente de darte un mal
rato en el momento más inesperado.
Tras
pedir disculpas a su vecina, le promete actuar con
presteza. Cierra la llave de entrada de agua en el cuarto de baño, dependencia
que provoca esa pérdida por alguna de sus partes internas. Dicho lo cual, busca
el número de su multiseguros del hogar,
comenzado esa gran aventura, hoy día, de la comunicación. La agencia
correspondiente está vinculada a un consorcio bancario. Tras efectuar la
llamada, una primera respuesta, automatizada como todas las que vendrían a
continuación, le indica que si desea ser atendido por
un operador personal, le cargarían un euro cincuenta en la cuenta que
tuvo que abrir para vincularse a ese seguro multirriesgo, uno de los más
económicos del mercado. La cuota anual que tiene que abonar por la protección
es de las de más bajo coste entre la competencia. Como consecuencia decidieron
contratarla, desde el mismo momento de la compra de un inmueble ya con
bastantes años de antigüedad al que, previsiblemente, le podrían salir no pocos
“achaques” constructivos.
Marco
y su compañera Isa adquirieron esta vivienda de
segunda mano, hace ya quince años, cuando decidieron unir sus vidas para la
convivencia. Tras efectuarle algunas reformas, quedaron muy satisfechos con el
inmueble pues su ubicación es relativamente céntrica, con respecto al centro de
la ciudad. Él está en paro en estos momentos, ya que su empresa de reparto
urgente hizo una fuerte reestructuración en el personal. Le prometieron que su
nombre quedaría reservado en una lista de preferentes para el puesto, cuando la
situación económica se dinamizara y de nuevo la rentabilidad llegara a la
contabilidad de la misma. Recibe en la actualidad un subsidio de 400 euros al
mes, que ya ha sido renovado en dos ocasiones. Por su parte, Isa ahora mantiene
unas horas de trabajo para una pequeña empresa de arreglos en las prendas de
vestir, por el que recibe un porcentaje por el valor de cada arreglo que
realiza. Carece de sueldo fijo y se le permite que trabaje desde su propio
hogar. Es una especie de dinero negro, pero que les viene muy bien para
subsistir en tiempos innobles para los más débiles. Esta habilidad para la
costura la aprendió con su abuela, persona que le crió y le enseñó lo que hoy valora
como un pequeño tesoro para afrontar su necesidad y la de su compañero.
Deseando
ahorrar el pago por la atención personal (no se le ocultaba que tendría que
llamar en más de una ocasión) se dispone a realizar ese itinerario de números
vinculados a determinadas prestaciones. Lo que en un principio son siete
opciones, se va multiplicando pues cada una de ellas tiene sus diversos
apartados, conformando una estructura arbórea, pero sin flores, frutos o ramas.
Depende la naturaleza, tipo, clase, ubicación, del siniestro, tiene que ir
marcando en el teclado de su teléfono el itinerario correspondiente. Todo ellos
en medio de una voz metalizada, como construida o elaborada por medio de un
sintetizador, para el que la modulación acústica es inexistente. Es como una
programación sonora presidida por unos sonidos desprovistos de naturalidad. Lo
más duro de este proceso es que el programa no ha previsto las dudas o
aclaraciones pertinentes para el que llama, pues éste ha de someterse,
dócilmente, a la rigidez y camino que impone la
máquina. Al fin y al cabo es una máquina, el supuesto interlocutor o interlocutora
con el que “dialogas”. Y si quieres o necesitas humanizar el intercambio de
palabras, el camino es abonar esa “módica” cantidad, por cada llamada, para que
te atienda un operador personal.
Al
fin había logró dejar sus datos, por lo que a continuación tendría que esperar
la visita o llamada previa del operario que repararía su problema con las
tuberías del agua. Pasaron dos días sin que se personase personal alguno en su
domicilio. Se duchaban como podían, pues no podían hacer uso prolongado de los
grifos ya que en este caso las chicas de abajo tendrían que sufrir esa llovizna
poco agradable dentro de tu propio domicilio. Y fue al tercer día cuando, sin
avisar, se presenta ante su puerta un fornido operario que dice ser fontanero,
cuyo nombre es Romualdo. Tras inspeccionar sus
lavabos y aseos, le manifiesta que, en su opinión, el problema procede del
bajante general del bloque, al cual están comunicadas las tuberías de todos los
pisos. Le aclara que él también es albañil pero que su póliza tiene unas
limitaciones o parcelas de acción no cubiertas. Como consecuencia le indica que
él hará el informe correspondiente pero que se debe poner en contacto con la
compañía de seguros para aclarar hasta donde las prestaciones le son cubiertas.
Antes de abandonar su piso le confía que en casos similares el siempre llega a
un acuerdo privado con los clientes. Y que se ponga en contacto con el seguro general
que debe tener la comunidad de propietarios.
La
presidenta de la comunidad, una señora viuda de un capitán del ejército de
tierra, le facilita el teléfono del administrador del bloque el cual, a su vez,
le indica que llamará a la compañía de seguros, entidad que no es la misma a la
que está vinculada la vivienda de Marco. Dos días después, se presenta el perito encargado de inspeccionar el siniestro. Una
vez que visita las dos viviendas afectadas, le aclara que su seguro afronta el
tema del bajante general pero que, en lo relativo a la unión del mismo con los
pisos y los daños y reparaciones
interiores de las viviendas, debe ser el seguro comunitario quien afronte tal
responsabilidad. Por su parte, el seguro de Marcos afronta la reparación
estética del piso de Marta y sus amigas, pero no quiere saber nada de la unión
de las tuberías con la general. Parte de estas uniones y conducciones están
afectadas, pero las dos entidades aseguradoras se
echan la responsabilidad la una a la
otra. Y mientras este litigo de competencias no se resuelva, no
piensan actuar ni en la general, ni en el piso de las chicas, respectivamente.
Pasan
las días y las tres amigas continúan con la humedad afectando incómodamente a
su convivencia. Marco e Isa sufren con el ánimo hundido, pues no son personas
de polémicas y conflictos. La dificultad para solventar su aseo diario son más
que evidentes. ¿Qué hacer? Por sugerencia de Isa, Marco acude una mañana a una asociación de consumidores, donde expone el caso,
buscando asesoramiento y consejo. Cuando las aseguradoras conocen que está de
por medio una asociación de esta naturaleza (con reconocido prestigio) se
aprestan a modificar su estrategia. En no más de 48 horas, el cuarto de baño de
la casa de Marta es pintado. Dos losetas o azulejos, que se habían caído por
efecto de la humedad, son también sustituidas. Por su parte, el seguro del bloque
también arregla en una mañana el problema del bajante general. Pero queda la
tubería que desde la general entra en la casa de Marco. Ahí se enquista el
asunto pues esa tubería, que atraviesa el muro de la casa de Marco se encuentra
envejecida y afectada. El agua se sigue perdiendo y las humedades aparecen de
nuevo en la vivienda de Marta y sus amigas.
“Sr. Romualdo, soy Marco, el vecino de la calle
Afligidos, 5 C ¿Podría Vd pasarme por mi domicilio, a fin de que juntos podamos
hallar una solución a este problema que se nos está haciendo ya interminable?”
“Verá Vd Marco. El asunto es más fácil de lo que parece.
Yo le hago un trabajo por el que no tendrá queja. Negociamos un arreglito en
cuanto al precio. Y se olvida de todos los problemas. Eso si, debe renunciar a
los litigios y pleitos planteados. Vd me paga a mi como pueda. Nada de IVA y
facturas. Nos damos un estrechón de manos y todos tan amigos”.
Unos
ahorrillos, que Isa había ido juntando con todo el esfuerzo de la previsión,
sirvieron para responder económicamente frente a éste hábil personaje llamado Romualdo.
El versátil operario actuó con diligencia y en 24 horas la tubería de unión era
sustituida y la entrada en el tabique de Carlos perfectamente reparada. No
volvería, por ahora, a perderse esa agua que tantos contratiempos había
provocado en las dos viviendas.
Un
par de semanas después, Marco se afana por anular su
póliza de seguros con la compañía del contestador automatizado. Otra vez
sufre la cruel aventura telefónica. El menú de los seis ítems, los sub menús y
las derivaciones arbóreas de los mismos. Ahí permanece esa enlatada y
sintetizada voz que no atiende a réplicas ni a sugerencias mostrando, todo ello,
la falta de humanidad en un sistema comunicativo que
se retroalimenta a sí mismo en su absurdo mecanicismo. No soportando más
esta radiografía plana y desvitalizada, se aviene a pagar el euro cincuenta y
una señorita, que utiliza un castellano aprendido mediante un curso por
correspondencia acelerado, aparece al otro lado de la línea. Le informa, como
una autómata repetitiva, que existe una clausula en el contrato que impide
desvincularse del mismo hasta su finalización anual. Tendrá que esperar todavía
siete meses. Por supuesto habrá de enviar un preaviso para no prorrogar el
vínculo contractual, al menos con dos meses de antelación a la fecha legal de
cancelación. Incide en que la segunda cuota, correspondiente al año en curso.
la habrá de hacer efectiva el mes próximo.
Lo
más positivo de toda esta historia es que, al fin,
Marco ha encontrado un puesto de trabajo. Eventual, eso sí, pero que
ilusiona las expectativas de una persona que se quiere sentir útil en la vida.
En este momento, se halla trabajando como peón de albañil, ayudando también a
Romualdo en sus visitas a las viviendas con los partes de siniestros. Su ahora
jefe le ha prometido que, si todo marcha bien, dentro de unos meses hablarán de
darlo de alta en la Seguridad Social.-
José L. Casado Toro (viernes, 5 diciembre,
2014)
Profesor
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