Cada
mañana, Delia se despierta muy temprano, cuando
apenas ha comenzado a clarear. Así un día tras otro, de lunes a sábado, ya que
el domingo cierra sus tiendas el centro comercial donde trabaja, salvo para
esos días de fiestas y rebajas señalados en la normativa laboral. Un tanto
pensativa, mira a su pareja que aún duerme, disfrutando de esa egoísta
apropiación de la sábana y la colcha de las que tan bien sabe dotarse, en su apacible
navegar por lo onírico. Mientras él reposa bien envuelto, entre ronquido y
ronquido, ella piensa ilusionada en la novedad que fielmente le aguarda, tras
la pantalla, mágica y traviesa, de su ordenador.
Tiene
que estar puntual en la tienda, no más tarde de las 9 y media. Aunque cada día,
tras el cierre, las cuatro compañeras han de quedarse el tiempo necesario para
colocar bien las prendas en los expositores, incluso para limpiar el suelo de
la franquicia, se les exige llegar esa media hora antes de la apertura, a fin
de repasar los últimos detalles que posibiliten la buena acogida de los
clientes. Hoy, al igual ayer, el reloj marca poco más de las siete de la mañana.
Hay tiempo más que suficiente para despertarse con placidez, pensando en la
nueva sorpresa que a buen seguro la espera en ese escritorio on-line para la
ilusión.
Cinco
años ya de convivencia con Adrián, compartiendo
una normalidad rutinaria y clamorosamente aburrida, en la que lo previsible se
hace insoportable y en la que apenas hay encanto para las sonrisas. Él continúa
con sus rítmicos resoplidos mientras ella, con los ojos entreabiertos, dibuja
palabras y confidencias que pueden hacerse reales, a poco que abandone el lecho
para el descanso. Y es que, cada una de las mañanas, ella se encuentra unas palabras
de cariño, aliento e incluso amor, tras los píxeles afectivos de un anónimo
comunicante. Así ocurre desde hace ya un par de semanas. Pero ¿quién puede ser esa persona que le transmite tan hermosas
sensaciones? ¿Quién se esconde tras esos párrafos que le motivan para
dibujar el nuevo día con un mejor talante para la vida?
Con
presteza se dirige hacia el saloncito donde reposa el ordenador. No hay prisas
para la ducha. Tampoco para esa taza de café bien cargado que después
completará en la cafetería adjunta al hipermercado del complejo comercial. Tras
el reinicio informático, y con la tensión propia de la novedad, abre su listado
de correos. Y allí está él, sólo con su nombre, Luis.
Ese admirador, amigo, tal vez compañero o vecino, le transmite unas hermosas
palabras que le vitalizan y, al tiempo, sosiegan.
“Buenos días, admirada Delia. Hoy sí quiero escribir tu
nombre. Aquí estoy de nuevo, para compartir unos minutos o segundos, que te
ayuden a sonreír. Nos espera una larga jornada, con ese trabajo que ayudará a
sentirnos útiles para el servicio a los demás. Sé que es duro estar tantas
horas de pie, atendiendo a un público, a veces caprichoso y en otras ocasiones
impertinente o locuaz. Pero, en esos momentos de cansancio o desánimo, quiero
transmitirte mi cercanía y admiración. Sabes muy poquito de mí pero ….. es
natural. Son todavía escasos los correos que, como éste que lees, escribo cada
noche pensando en tu hermosa realidad. Así voy a continuar haciéndolo. Hasta
que un día te animes a responder a estas palabras y líneas que sólo encierran,
con el susurro de lo íntimo, afecto y amistad. Un beso. Luis”.
Esta
travesura matutina, de la que Adrián es completamente ajeno, sirve para
tranquilizar la inquietud ante el nuevo día que Delia ha de afrontar. Igual nos
ocurre a casi todos, cuando abrimos las páginas inciertas o previsibles para un
número más en el calendario. Tras el ritual de la ducha, cocina y marquesina de
bus, viaja camino de su trabajo con otro talante, con otra motivación para la
obligación necesaria. Ese ¡Hasta luego! todavía adormilado de su compañero de
casa, carece de la mínima fuerza que la joven necesita para superar el sopor
cansino de su rutina pero, al menos ahora, está
recibiendo esas letras misteriosas que le aportan ilusión y ensueño.
Después,
en plena vorágine de clientes, egoístas, pesados, contradictorios y
preguntones, su realidad personal se ve invadida y compensada por esa nebulosa
terapéutica que disimula el entorno personal, tan carente de estímulo en el que
se halla inmersa. Y así fueron pasando los días, con la sorpresa matutina de una persona que se ha fijado en ella, transmitiéndole
palabras que saben a frescor, a naturaleza y a vida.
Al
fin Delia decidió comentar, con el nerviosismo propio de la confidencia, la
gratitud emocional que le embargaba. Lo hizo con su mejor amiga y compañera de
tienda. “Sí, Mamen,…. tengo un admirador oculto.
Una persona, para mí desconocida, que me envía correos todas las mañanas y del
que sólo conozco su nombre, Luis. Me aporta esa frescura, esa vitalidad de la
que penosamente carezco en mi relación con Adri. Esta persona, en la distancia
o en la proximidad, no lo sé, sabe utilizar sus palabras, su delicadeza, su
galantería, poniendo color en el árido paisaje relacional que mantengo con mi
pareja. Por supuesto, éste nada sabe del asunto. Aunque pienso que, tal y como
es él, tampoco se sentiría muy afectado con la noticia. Y esta historia va a
completar ya la segunda semana, desde una mañana de lunes en que recibí su
primer e-mail”.
Aquel
primero de Noviembre tuvo una significación
especial para la joven Delia. Cuando Adrian llegó, sobre las tres y cuarto de
la tarde, de su laborioso bregar en mensajería, se lavó las manos y sin
quitarse el uniforme de trabajo, se sentó a la mesa, a la espera que su mujer
le sirviera la comida. Solo un ¡hola! formal fue la palabra o gesto que salió
de su boca, una vez que sintonizó la cadena de euro-sport en la pantalla del
televisor. Eso sí, añadió, que venía terriblemente cansado de toda una mañana
de reparto, por esa telaraña urbana que conforma la ciudad. Su atención al
televisor era absoluta, pues estaban dando en diferido un interesante match de
la liga inglesa. Su mujer miraba pacientemente al plato de legumbres que tenía
ante sí, con el gesto amable y la tristeza contenida. Cinco años ya de
matrimonio y la memoria había volatizado el recordatorio en su marido de la
fecha que correspondía a su santo. Tampoco este año iba a recibir la atención
afectiva. Ni unas palabras amables por parte de Adri ni, por supuesto, ese cariñoso
regalo o detalle que reflejara más la intención que el valor. Tras el almuerzo,
retiró los platos y cubiertos de la mesa, poniéndolos en el lavavajillas. Él
dormitaba, verdaderamente “traspuesto”, a todo lo largo de un mullido sofá. Tenía
que volver a la agencia, no más tarde de las cinco.
Pero
a la mañana siguiente, cuando Delia acudió a la pantalla del ordenador,
encontró, una vez más, esa grata misiva, de su fiel admirador Luis. Adjunto al
correo, venía una foto jpg, con muchos pixels de peso. En dicha imagen, se veía
un precioso ramo de orquídeas, mezcladas con una
docena de rosas rojas, formando un conjunto románticamente espectacular.
La lectura del texto la sumió es tal estado emocional que le hizo leer no una,
sino tres veces, las líneas a ella dirigidas.
“Mi querida Delia, algo me dice que ayer, en la fecha de
tu onomástica, no recibiste esa cálida y tierna felicitación que, sin duda merecías.
Aunque a través del correo no puedo trasladarte unas flores, que reflejen tu
belleza, al menos te adjunto una foto de lo que me hubiera agradado mucho
entregarte de forma personal. Y ya, a estas alturas de nuestra comunicación, te
propongo un punto de encuentro, para cuando tu consideres que podamos dialogar,
con la proximidad de dos personas que necesitan conocerse. En todo caso,
sabremos mantener ese misterio acerca de nuestras vidas, atmósfera que hace aún
más atrayente el sentido de nuestra curiosa relación. A la espera de tu
respuesta, enviarte mi amistad, apoyo incondicional y, sobre todo, un cariño
irrenunciable. Luis”.
Ese
segundo día de noviembre transcurrió con las pautas de lo previsible para la
joven pareja. Sin embargo, ya en la madrugada, Adrián
se despertó sobresaltado. Era persona de un buen sueño pero hoy, a causa
de una mala digestión, se sentía indispuesto y nervioso. Le extrañó no ver en
la cama a su mujer. Especialmente, porque el reloj digital de la mesilla de
noche marcaba las 2:55 de la madrugada. Se dirigió a la cocina, buscando un
sobre de Almax, cuando observó luz en la habitación donde tenían ubicado el
ordenador fijo y el portátil. Se acercó a ese cuartito de la televisión y a
través de la abertura que dejaba la puerta, vio a Delia. Estaba escribiendo.
¿A estas horas? se preguntó, con mucha sorpresa, el joven. Por
su cabeza pasaron, con la rapidez de neuronas bien cargadas de electricidad,
todo tipo de hipótesis. Súbitamente entró en la habitación, lo que provocó el
grito asustado de su mujer que trató de apagar el ordenador. Pero Adrian lo
impidió. Quería conocer, a toda costa, a quién escribía su mujer a esas horas
tan inapropiadas de la noche. Delia permanecía inmóvil, sin articular palabra y
con el rostro enrojecido, imagen que reflejaba culpabilidad ante el hecho de
sentirse descubierta.
El texto
que su mujer estaba tecleando sólo estaba en sus inicios: “Mi amada Delia,
otra vez en la mañana vas a tener mis palabras. Aún no sé tu respuesta …..”
La joven no había tenido tiempo de añadir más líneas o palabras. La llegada de
su marido había interrumpido una nueva carta electrónica que tenía un claro
destinatario: ella misma.
Delia
lleva ya una semana de tratamiento psicológico. El especialista que ejerce esta
función ha recomendado a su marido la conveniencia de pedir cita a un
psiquiatra para ayudar a su paciente. También le ha encarecido que cambie de
actitud con respecto a su mujer. “Más que fármacos,
Delia necesita de Vd. un cambio profundo hacia ella. Apórtele ese cariño, esa
ternura, esa atención, ese amor de la que se siente tan huérfana y que la ha
obligado a crear en su imaginación la patología de un compañero que tan
penosamente echa en falta”.
Al entregar
la baja médica, al propietario del comercio, Adrián no ha reparado en la
decoración de un angular del espacioso local. Ese rincón se halla adornado por
gran ramo de flores, que alguien depositó en un bien tallado jarrón de cristal.
Son flores, ya algo marchitas, de orquídeas y rosas
rojas.-
José L. Casado Toro (viernes, 12
septiembre, 2014)
Profesor
No hay comentarios:
Publicar un comentario