Como
suele hacer cada lunes del año, Ramiro viaja en
su veterana y voluminosa furgoneta, camino de diversos destinos por la
geografía andaluza. El motivo de esta actividad es comprar mercancías en
origen, a fin de revenderlas, posteriormente, en algunos establecimientos de
las barriadas malagueñas e incluso también a comerciantes de los mercadillos
ambulantes. Ahora, al filo de sus cuarenta primaveras, realiza este trasiego en
solitario pues su padre, con el que compartía desde casi desde la infancia los
viajes, ha decidido jubilarse, tras muchos años de voluntarioso y ordenado
trabajo. Nunca ha sido un buen estudiante. De hecho sólo llegó a terminar sus
estudios primarios, pero es una persona laboriosa, de noble carácter, que se
esfuerza en buscar las mejores ofertas para sus compras, a fin de ganar el
necesario sustento con el que atender a su familia. Sólo tiene una hija
pequeña, Fátima, aunque con el matrimonio convive su madre política, una señora
ya bastante mayor.
Este
comerciante tiene la costumbre de llenar el depósito de su vehículo en una gasolinera ubicada a la salida de Málaga, a la altura
del Jardín Botánico, camino de esa carretera que conduce a las provincias
hermanas, tras recorrer el orográfico tramo viario hasta el Puerto de las
Pedrizas. Es frecuente que en las estribaciones del puesto expendedor de
combustible, se aposten algunas personas que practican el autoestop. En
general, son jóvenes que, con su mochila al hombro, hacen la indicación
correspondiente a los automovilistas que circulan por la zona. Algunos de
aquéllos, escriben en una cartulina el lugar al que necesitan desplazarse,
aunque los más sólo mueven el dedo, mostrando la petición de ayuda. Ramiro, en
alguna ocasión, ha atendido a estos viajeros, trasladándolos a diversas
localidades por las que tenía que pasar. Sin embargo, en los últimos tiempos es
un tanto receloso a parar la furgoneta, pues no sabe a quien va a tener como
compañero de viaje. Algunos amigos le han contado hechos un tanto
desagradables, por lo que extrema la prudencia antes de acceder a los
requerimientos de estos viajeros con reducidos medios económicos.
En el amanecer de este último lunes de agosto,
tras repostar su depósito, Ramiro observa a una joven
viajera que espera, junto a su aparatosa mochila, la atención generosa
de algún coche que la quiera trasladar. Su figura, admirablemente delgada,
media estatura, pelo recogido, color castaño oscuro, con unos ojos celestes que
transmiten bondad, llama la atención confiada del transportista quien, antes de
entrar en la furgoneta le pregunta hacia donde se dirige. La chica le responde
que su destino es Granada. Tras ubicar su
equipaje en la parte trasera del vehículo, agradece con una agradable sonrisa la
generosidad del conductor. Pronto la conversación fluye entre ellos, cuando ya
los rayos del sol trazan sus pinceladas cálidas sobre el lienzo marrón de unas
montañas que, desde siempre, han dificultado orográficamente la salida hacia el
norte, desde la bella capital malacitana.
“Gracias por tu confianza y ayuda. Mi nombre es Lania. Sí,
soy estudiante. Segundo curso del grado de Psicología. ¿Puedo tutearte, verdad?
Vivo en Madrid, donde nací hace ya veinte añitos. Este verano quise dedicarlo a
la experiencia de viajar, de esta forma un tanto bohemia. Comencé mi recorrido
a finales de julio y a estas alturas ya he conocido muchas ciudades y regiones
de la península. He pasado por algunas provincias del norte, por Aragón,
Cataluña, bajando después por el Este. En Málaga he permanecido tres días. La verdad es que mi familia es muy acomodada.
En exceso acomodada. Quiero conocer otro tipo de vida de aquel en el que tengo
prácticamente todo a mi disposición. El tenerlo casi todo te quita ilusión para
luchar cada día. Es bueno tratar con
esas personas a las que nunca he visto, sus formas de vida, sus problemas y
objetivos en la vida. Al principio sentía un poco de miedo de emprender esta
aventura, en solitario. Pero he preferido llevarla a cabo, al margen de los
amigos y mi aburrida pareja. Bueno, en realidad cada uno vamos por nuestro
lado, pero así se llevan hoy las cosas de la relación entre jóvenes….”
El
viejo “carromato” seguía devorando los kilómetros, con ese agradable sonsonete o
rugido del diesel, siempre fiel a las necesidades del conductor. La chica era
muy expresiva y trataba de mostrarse agradable, ante la generosidad del
transportista. Ramiro, en un momento de ese trayecto hacia la ciudad de los
cármenes, percibió que de manera paulatina el semblante de la muchacha se fue
tornando menos animado e incluso sus palabras dieron paso a un prolongado
silencio. Pensando que tal vez la chica necesitase reponer fuerzas con el
alimento, aprovechó la proximidad del Área de Servicio “Los
Abades” para desviarse e invitarla a tomar algo. Lania le confesó que no
había desayunado.
Tostadas
con aceite y tomate, café con leche y zumos de naranja. En un momento del desayuno, la joven miró a los ojos de Ramiro y
comenzó a sincerarse de la verdadera situación que no había querido
transmitirle.
“Reconozco que hay cosas que responden a la verdad, en lo
que te he contado. Pero hay otros elementos que debes conocer en su realidad.
Desde que se separó de mi padre, persona con notable solvencia económica, mi
madre ha ido libando de flor en flor. Yo creo que de una forma un tanto
desordenada, producto sin duda de la ruptura que ha tenido que afrontar. Ya en
la madurez de su vida, ha buscando compañía en personas de muy distinto talante
y carácter. Yo he ido pasando de todos ellos. Pero el último de la lista o
serie ha resultado más peligroso de lo que suponía. Un niñato joven, que huele
y apetece el dinero, y que ha tratado der aprovecharse de una mujer que vive en
una situación de desequilibrio. Lo más grave del caso es que ha querido jugar a
dos bandas. También conmigo. Y la situación se ha convertido en muy
desagradable. Siento temor … ante la naturaleza inquietante de esta persona.
Este verano he querido poner tierra de por medio, a ver si las aguas en casa se
remansan. Eso es lo que realmente me ocurre. Bueno decirte que con mi padre
apenas me llevo. Lo veo sólo de tarde en tarde.”
Completaron
el desayuno y aunque Ramiro tenía una jornada muy larga de trabajo, aprovechó
la franqueza de la joven para darle algunos consejos,
en el plano de la sensatez y la amistad. Lania asentía a todas las
consideraciones que el comerciante le hacía, básicamente las sugerencias de que
ella, ya mayor de edad y con una disponibilidad económica suficiente, intentara
vivir su vida. Que tratase, en la medida de lo posible de poner distancia al
comportamiento materno, un tanto desequilibrado por efecto de la nueva
situación afectiva que esta señora había tenido que afrontar. “Si percibes que este nuevo compañero de tu madre trata
de sobrepasarse o hacerte la vida desagradable, actúa con diligencia y acude a
quien mejor te pueda ayudar. Llegado el caso, los servicios sociales de la
policía, local o nacional, siempre van a estar a tu disposición para apoyarte y
protegerte”.
El
viaje continuó hasta Granada. Durante la mayor parte de esos cincuenta
kilómetros que la furgoneta recorrió hasta la romántica ciudad de la Alhambra,
conductor y pasajera permanecieron básicamente en silencio. Ambos pensaban en
sus realidades y circunstancias, sin duda. Aunque Ramiro tenía que continuar
hasta Jaén, se desvió por Santa Fé, y entró por el Camino de Ronda, a fin de
dejar a Lania en un cómodo lugar para continuar su aventura veraniega. Un beso
selló la despedida entre ambos. Le dejó su correo
electrónico a la chica a fin de que pudiera, llegado el caso, ponerse en
contacto con él. Se mostró dispuesto a prestar la ayuda necesaria a una
jovencita que sin duda, necesitaba un padre atento a ejercer su necesaria
responsabilidad.
Difícilmente
podía llegar a creer la realidad que estaba viviendo. Cuando Ramiro llegó a Jaén (poco más de 100 kms de distancia) cae en la
cuenta de que no tiene ya su cartera, dentro
del bolsillo de la cazadora, tipo chaleco, que suele utilizar para sus viajes.
¿Qué había podido ocurrir? Lo grave es que ha perdido la documentación, las
tarjetas y una cantidad apreciable de dinero, para los gastos e imprevistos. Se
le pasa por la cabeza distintas posibilidades para esta grave pérdida. Una de
ellas, por supuesto, es la de Lania. Pero se resiste a aceptar esta causa, ya
que en las dos horas y pico que estuvo con la muchacha ésta pareció ser una
persona noble, honesta y sincera. El propietario amigo de un almacén de aceite
le dejó algún dinero, a fin de afrontar la incómoda situación. Anuló rápidamente las
tarjetas de crédito y completó sus gestiones comerciales en la ciudad del
olivo, lo más rápidamente que pudo. Cargó la furgoneta con garrafas de aceite y se dispuso a volver a Málaga,
donde tomaría la decisión de presentar una denuncia al respecto de lo que le
había sucedido. Cae en la cuenta de una evidencia que no le favorece. De la
chica sólo conoce su nombre (siempre que este fuera verdadero). No tiene otros
datos de la joven, salvo su apariencia física.
Viernes de esa misma semana. Después de comer, Ramiro
descansa un rato en el sofá, mientras la pequeña Fátima juguetea sentada en la
alfombra. Clara, su mujer, ordena la cocina y se prepara una infusión de menta
poleo, pues siente algo de malestar en el estómago. Suena el timbre de la puerta,
que es atendido por el comerciante. Un mensajero
urgente le entrega un paquetito, sin cargo al respecto. Viene sin remite
nominal, aunque el envío procede de Toledo. Abren el sobre y dentro del mismo
aparece su cartera de piel beige. La documentación y las tarjetas estaban al
completo, no así el dinero que llevaba el lunes pasado. Faltaba,
aproximadamente, el 40 % del mismo. No hay rastro alguno de comunicación,
explicación o disculpa. Pero esa noche, en el listado entrante del correo
Yahoo, aparece un e-mail dirigido a su persona.
“Soy Lania. No te merecías que te hiciera esto, Ramiro.
Eres una muy buena persona y yo me porté contigo de una manera asquerosa. Te
conté varias historias que no responden a la verdad. Todo me lo inventé. Me
llevaste en tu furgoneta, me distes un buen desayuno y sabios consejos. Y yo te
respondí con el engaño y con el dolor de arrebatarte tu cartera, sin que te
dieras cuenta. Te decía que todo era falso. Mi vida bohemia se sostiene del
pillaje y de la apropiación de lo ajeno. Voy de aquí para allá, a fin de evitar
que la policía me siga los pasos. Tampoco mi nombre verdadero es Lania, pero
que más da. Tu puedes llamarme por Lania. Te devuelvo lo que era tuyo. Sólo he
gastado parte del dinero, en unas nuevas botas para el invierno y algo también
para la comida de estos días. No me guardes rencor, por favor. Te recordaré
siempre como la imagen de una buena persona. Lástima que no te hubiera conocido
siendo yo una niña. Ahora no estaría metida en medio de la basura. Pero al menos,
me has enseñado a saber respetar. Confío en cambiar mi forma de vida algún día.
Tu correo será para mi una puerta a la esperanza, en esos momentos turbios que
nos sobrevienen. De nuevo, perdóname el daño que te provocado. Lo siento mucho. L.
Profundamente
emocionado, Ramiro respondió a ese correo.
“Querida Lania.
No, no estoy enfadado contigo. Pero sí con ese mundo que te ha hecho ser así.
Por favor, cambia. Tiene que haber esperanza para personas buenas como tú. Aquí
siempre tendrás a un amigo dispuesto a tenderte la mano. Con mi persona y
familia, ya te considerarás menos sola. Tienes que buscar un trabajo y poner un
poco en orden tu vida. ¡Claro que tienes un buen corazón! Recibe un beso, Ramiro”.
José L. Casado Toro (viernes, 19 septiembre, 2014)
Profesor
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