Cada vez resulta más frecuente
que nuestra capacidad de asombro amplíe sus límites para la infinitud de la sorpresa.
Ello puede ser debido a que el entorno relacional nos permite conocer, en el
día a día, informaciones, hechos y datos, verdaderamente curiosos y dignos para
el comentario y la reflexión más o menos profunda. El diversificado soporte
mediático que enriquece y sustenta nuestras vidas también colabora, con sus
puntuales informaciones, a que nos llegue esa pequeña o gran historia , que se
nos hace atractiva para compartirla con los demás. Veamos un ejemplo reciente y
narremos, tras una interesante investigación, los hechos y detalles más
significativos .
Una mañana aparecieron, pegados a
los muros protectores de un centro
escolar situado en el nuevo centro comercial y social que adorna nuestra
ciudad, varios carteles impresos con las siguientes palabras:
“OFREZCO VIVIENDA ABSOLUTAMENTE GRATIS A SEÑORA DE
MEDIANA EDAD O A MATRIMONIO SIN HIJOS. IMPRESCINDIBLE BUENOS INFORMES”
Terminaba el breve texto citando
un número de telefonía móvil, a fin de facilitar el posible contacto. En la
materializada e interesada época que nos contempla (donde hay que pagar….. por
casi todo) no resuelta frecuente que alguien te ofrezca casa gratis, para tu
interés o necesidad. Gracias a la cita telefónica, fuimos reconstruyendo el
conocimiento de esta curiosa historia. ¡Atentos a la misma!
Betty
Stub es una septuagenaria señora que vive en una acomodada vivienda, ubicada
en la costa occidental de la provincia de Málaga. Británica de nacimiento, al
igual que su marido, ingeniero aeronáutico, se trasladaron al sur andaluz, una
vez que Edward alcanzó la jubilación con poco
más de sesenta años. Hicieron el afortunado cambio de residencia, buscando y agradeciendo
ese sol que tanto tonifica, hace ya más de dos lustros, período para ellos
lleno de vitalidad, alegría y sosiego. Escribir y cuidar de su pequeño jardín,
además de llevar las tareas hogareñas, han sido las ocupaciones preferentes de
esta corta familia, siendo su círculo de amistades muy reducido (básicamente,
dentro del círculo de nacionalidad inglesa). No gozaron la suerte de tener
descendencia por lo que ahora, tras el fallecimiento de Edward, Betty se siente
muy sola, tanto en el sentimiento anímico como en la actividad diaria. Su
chalet, enclavado en la zona de Los Álamos, es muy espacioso y bien acomodado,
pero ella lo percibe entristecido y vacío, dada la ausencia de quien era, para
su sentimiento, el alma del hogar. Su salud, con goteras y achaques, propios de
un “fuselaje” con prolongado calendario, le ha aconsejado la búsqueda de una
compañía en la casa, a fin de iluminar muchas sombras incómodas para esa
supervivencia renovada en cada amanecer.
Un íntimo amigo de la familia, Collin Clark, se prestó a difundir por distintos
lugares, tanto en su localidad de residencia, como en la capital malacitana,
esos curiosos carteles que ofrecen vivienda a cambio de compañía y amistad. Con
su ayuda, Betty se prestó a elegir la persona o pareja más adecuada para la
convivencia que ella tan generosamente ofertaba, entre todas las llamadas que
recibieron.
Durante la primera semana
llegaron cuatro propuestas, de las cuales sólo dos sustanciaron sendas
entrevistas. Por una u otra causa, ninguna de ellas fue considerada como
adecuada para las características y necesidades de la, en los últimos tiempos,
desasosegada ciudadana inglesa. En la siguiente semana, fueron dos las llamadas
recibidas. En ambos casos, se trataba de dos señoras, también viudas, pero de
edad muy avanzada, superando la cronología de la propia Betty. Pasaron algunas
semanas más y el desánimo de esta mujer era evidente. Collin le aconsejaba
extremar la paciencia. Se disponían a plantear esta petición a través de las
redes sociales de Internet cuando, precisamente un miércoles de Semana Santa,
Mrs. Stub atendió una llamada, pocos minutos después de la nueva de la noche.
Al otro lado de la línea, una voz femenina le expuso su personal situación.
“Señora,
mi nombre es Leonor. Y tengo una hija de tan sólo cinco años. Sé que no cumplo
los requisitos expuestos en ese cartel, que tuve la oportunidad de leer. Pero
mi necesidad es perentoria. Para que mejor lo entienda, le resumiré mi
situación como el de una persona maltratada por las circunstancias de la vida.
Cuando tenía veintiséis años, me uní a un hombre cuya mejor calificativo que
puedo adjudicarle es el de un ser despreciable. De esa unión nació Emma, una
cría adorable, que es quien me mueve a luchar por nuestro futuro y estabilidad.
Los malos tratos que ambas hemos sufrido han sido humillantes, en todos los
aspectos imaginables. Hemos aguantado lo que no está escrito. Ahora necesitamos
un hogar donde encontrar un poco de calor y ese cariño que nos haga seguir luchando
para dar sentido y estabilidad a la vida. No tengo nada. Sólo poseo el gran
tesoro que representa mi hija. Sra. ¡denos, por favor, una oportunidad!”
Palabras tan sentidas y
emocionantes movieron, en lo positivo, el corazón de la ciudadana británica. A
pesar de las reticencias mostradas por Collins, ante la carencia de una
completa información acerca de Leonor, unos días más tarde, madre e hija
compartían con Betty una vivienda que posee toda suerte de comodidades. Leo se
ocuparía (por decisión propia) de atender la cocina y colaborar en el cuidado y
aseo de las distintas habitaciones. Pero, sobre todo, su función era dar
compañía y afecto a quien le había regalado una positiva salida o destino para
su anterior vida convulsa. La relación entre las tres mujeres era realmente
esperanzadora. Parecían una corta familia, integrada por una abuela, su hija y su
nieta.
La convivencia era perfecta.
Betty había encontrado esa amistad, esa dulce compañía que tanto necesitaba
desde la ausencia de su amado esposo. Quiso que madre e hija compartieran todos
los enseres y experiencias básicas que constituyen el cálido ambiente de un
verdadero hogar. Juntas tomaban el desayuno y el resto de la restauración o
alimento de cada día. Y cada noche, tras acostar a la pequeña (especialmente
querida y mimada por todos) las dos mujeres echaban un ratito de charla y
disfrutaban de alguna película emitida por las cadenas mediáticas.
Aquel fin de semana, en la
primera quincena de agosto, Betty había decidido pasarlo visitando a una amiga
de muchos años, que vivía en un apartamento muy cercano al Balcón de Europa, en
el bello pueblo de Nerja. Este viaje lo tenía previsto desde hacía semanas,
dado que su amiga iba a ser intervenida de una dolencia articular en la
rodilla. Dada la proximidad de la operación, quiso estar junto a ella esos días
previos, a fin de proporcionarle el mejor ánimo para esa experiencia
quirúrgica. Cuando el lunes al mediodía volvió a su casa, le produjo una cierta
extrañeza no encontrarse con Leo y Emma. Pensó que tal vez habrían tenido que
salir para hacer alguna compra. Pero llegó la hora del almuerzo y no habían
vuelto a casa. Había marcado, en distintas ocasiones, el número de Leo pero,
una y otra vez, la compañía telefónica le aclaraba que ese número estaba fuera
de cobertura o apagado. Se mostraba un tanto inquieta ante la situación,
inusual en el comportamiento de su amiga y protegida. ¿Qué
habría podido suceder?
A eso de las cinco de la tarde,
ante la ausencia de noticias, había decidido realizar una llamada a la policía.
También lo hizo al principal centro
hospitalario. Previamente tuvo el acierto de comunicar con el bueno de Collins,
a fin de solicitarle consejo ante la confusa situación. Su amigo, tras
escucharla, le sugirió si había echado en falta algo entre sus enseres
personales. Un tanto extrañada, se dirigió a su dormitorio para comprobar la
situación de sus pertenencias más valiosas. Joyas, tarjetas de crédito y algún
dinero en efectivo habían desaparecido de aquellos lugares donde ella los había
guardado. Un profundo desánimo se apoderó de su persona. A pesar de los
consejos de Collins, se negó en rotundo a dar parte a de este robo a la
policía. Su respuesta era que necesitaba reflexionar y no precipitar la
aceleración de los acontecimientos. “Creo que te equivocas profundamente, dear
Betty. Pero yo debo respetar tus planteamientos” fue la serena respuesta de su
consejero y amigo.
Comienzos de septiembre. Suena el
teléfono, en el domicilio de Mrs. Stub. Al otro lado de la línea, está Leonor.
Betty hace un profundo esfuerzo para no cortar la llamada. La deja hablar, sin
pronunciar palabra alguna.
“Sé
que estarás indignada y decepcionada. Aunque no me creas, te aseguro que me
encuentro profundamente avergonzada, He actuado con maldad y crueldad hacia tu
persona. Pero aún queda en mí un poco de dignidad y racionalidad, en medio de
la basura en la que he estado envuelta desde la adolescencia. Me ha costado
mucho, pero al fin he roto definitivamente con ese compañero que tanto ha manipulado en mi vida. Sí, el padre
de Emma. Tú que no dudaste en darme bondad, cariño y buen ejemplo, yo te lo he
devuelto con engaño, crueldad y robo. Pero quiero reaccionar y voy a tratar de
limpiar tanta inmundicia. Te llevaré las joyas mañana a casa. Las tarjetas ya
sé que están anuladas. Sólo se han utilizado en dos ocasiones, con un coste de
600 euros. En cuanto al dinero en efectivo, 1200 euros, yo sabré devolvértelo,
euro a euro. Cuando te lleve las joyas, aceptaré que tu hayas llamado a la
policía. Y si tengo que pagar por ello, con la falta de libertad, sólo te
pediré que cuides a esa pequeña Emma, a la que tu tanto llegaste a apreciar y
querer. No sé si podrás perdonarme, pero te aseguro que estoy arrepentida y
avergonzada de mi conducta contigo. Lo que yo te he hecho no tiene nombre.
Quiero, necesito, cambiar Betty”.
Navidad de ese mismo año. Leonor recibe
una llamada telefónica en casa de sus padres, con los que ha vuelto a convivir.
Betty Stub le dice pausadamente desde el otro lado de la línea:
“Leo,
Emma y tú tenéis aún vuestra habitación en mi casa. ¿Queréis volver conmigo,
para que sigamos siendo esa familia que las tres necesitamos? Es positivo, es
bueno, saber personar. Y yo siento vuestra ausencia. Os espero”.
Fueron muchas las lágrimas que se
cruzaron en esa hermosa comunicación, que engrandece la humanidad entre dos
personas.-
José L. Casado Toro (viernes, 26
septiembre, 2014)
Profesor