Aroa ha cumplido ya los veintisiete años y hace
cuatro que finalizó su grado universitario en Psicología. Ha desempeñado
diversos trabajos ajenos a su titulación, en ese largo proceso por abrirse un
camino profesional que atienda a sus lógicas expectativas laborales. En la
actualidad disfruta un contrato temporal de seis meses renovables, trabajando en
una importante cadena de ropa Prêt à Porter, con establecimientos abiertos al público
en numerosas ciudades españolas. Su buen currículum ha encontrado eco por parte
de la gerencia de esta afamada marca, hecho que le ha hecho muy feliz. Al fin trabaja en una actividad relacionada con la
preparación recibida en los años de facultad. Ha sido adscrita a un
equipo de trabajo que estudia fundamentalmente la reacción del cliente ante las
ofertas comerciales que se le ofrecen, así como la mejor atención que éste ha
de recibir por parte del personal que atiende la venta de los productos en tienda.
También, por supuesto, la situación anímica de la plantilla ante los retos de
cada día, así como la atmósfera relacional que entre ellos mantienen.
Físicamente,
esta joven es pequeña y delgada de cuerpo, aunque sus piernas muestran una
recia musculatura especialmente en la zona de los gemelos. Su afición a montar
en bici, tanto para el desplazamiento diario, como para los ratos de ocio en
vacaciones y “findes”, explica esta característica anatómica. Tiene el cabello
largo, algo ondulado y con un negro azulado muy atrayente. Sus ojos, color
castaño oscuro, las líneas angulosas de su rostro y su infantil y pícara
mirada, le dotan de un semblante ciertamente atractivo. En general, gusta
llevar atuendos de línea deportiva, eligiendo con preferencia colores básicos e
intensos, tanto los de tonalidad cálida como fría. En la actualidad, comparte
la intimidad afectiva con un compañero de trabajo, Frank,
adscrito al departamento de ventas, sección hombre. La estatura de su pareja supera
en generosos centímetros los que ella posee por lo que, a pesar de sus
preferencias por los zapatos planos, utiliza ahora unos pares que potencian las
cuñas elevadoras para realzar la figura de quien los calza.
Hace
ya más de un año que quiso potenciar la privacidad personal, a fin de vivir sus
tiempos y afanes, por lo que decidió abandonar el hogar de sus padres con los
que convivía. Alquiló, para este fin, un buen
apartamento en la planta quinta de un bloque antiguo pero integralmente
reformado, en la zona más antigua de la historia malacitana. Allí
encuentra su independencia y libertad relacional con las ilusiones de cada día.
Ha de acudir, por las necesidades de su función en la empresa, a las distintas
concesionarias y franquicias que posee la marca que representa. Siempre que sea
en el marco local, gusta de usar su bici para el desplazamiento, a fin de
liberarse de los condicionantes de parking y la tensión nerviosa que la
densificación viaria provoca en todos nosotros. Hoy día, la geometría de los
carriles bicis, facilita sobremanera esta inteligente solución para la
movilidad urbana.
En
el bloque en el que reside existen en la actualidad varios apartamentos vacíos,
pendientes de ser alquilados. El precio de estos habitáculos se ha disparado
bastante en los últimos años. Todo ello debido a la recuperación turística del
centro tradicional con que la ciudad ha sabido dotarse, aplicando una certera e
inteligente política en la revitalización del antiguo núcleo urbano. Precisamente,
el apartamento que tiene encima del suyo lleva
deshabitado desde hace ya algunos meses. Continúa colgado, en el balcón
que preside el bien distribuido saloncito, ese cartel exterior con un número de
teléfono que oferta el usufructo de la propiedad.
Este
jueves Aroa ha ido a la cama un poco antes de lo habitual. Mañana ha de acudir
a dos franquicias de su empresa, ubicadas respectivamente en la zona sur y
oeste de la capital. Presiente que va a ser una jornada un tanto atareada, por
lo que prefiere descansar con intensidad, a fin de tener el cuerpo a tono para
afrontar el nuevo día de trabajo. Sin embargo, a eso
de las 2:35 de la madrugada, se despierta un tanto sobresaltada. Escucha
en el techo de su apartamento unas sonoras pisadas, producidas por el desplazamiento
de más de una persona. No reparan en el cuidado y prudencia necesaria a tener,
dada la hora inmersa en la profundidad de la noche. Le extraña sobremanera oír esos
molestos sonidos procedente del apartamento superior. Especialmente, porque no
tiene noticias de que haya sido habitado aún, según muestra el cartel que sigue
luciendo la vivienda en el frontal del balconcillo que da a la calle. Las
pisadas, junto a una conversación que parece tensa en el contenido, duran unos
quince minutos, se volvieron a reproducir un tiempo después, cuando el reloj
marcaba las cinco menos cuarto. ¿Qué estaba sucediendo
en ese piso o apartamento que provocaba su desvelo y preocupación?
Al
día siguiente vuelve a casa muy cansada. Ha tenido que desarrollar un
complicado trabajo, tras pasar una incómoda noche, muchas horas desvelada. Tiene la oportunidad de encontrarse con Genaro, en el portal
del bloque. Este mecánico del automóvil, ya jubilado por su edad, ejerce
la presidencia de la comunidad de propietarios. Le pregunta si ya ha sido
alquilado el piso 6 C, explicándole sucintamente lo sucedido la noche última.
Su interlocutor se muestra extrañado, pues le asegura que el apartamento sigue
pendiente de algún nuevo inquilino. Precisamente él conoce bien a los
propietarios del mismo, debido a vínculos familiares, por lo que habría tenido
alguna noticia del nuevo alquiler de la vivienda. Esta respuesta incrementa sus
dudas, pero no quiere hacer demasiado importante un hecho puntual por el que ha
pasado y prefiere, sensatamente, evitar dar más realce a lo sucedido.
Ese
fin de semana se reúne con su pareja en un restaurante del puerto malacitano.
En el transcurso de la cena, explica a Frank lo que sucedió en la noche del
jueves. Éste bromea comentando que posiblemente todo había debido ser producto
de un mal sueño. El tiempo atmosférico es ya muy agradable para esas fechas de
junio, a medio camino entre una primavera que se despide y un verano que llega
con toda su potencialidad térmica y festiva para gozar de lo lúdico. Comentan
entre ellos diversos avatares, vinculados a la vida laboral que desarrollan a
diario, con las dificultades y complicaciones propias que siempre quedan entre
las bambalinas de la escena y siempre ajenas al conocimiento de un público que busca
la mejor prenda y oportunidad al precio más asequible. Entre los propios
compañeros y los encargados de los diversos establecimientos surgen con frecuencia roces, competitividades, protagonismos
que, en ocasiones, alcanzan momentos desagradables que se quedan, lógicamente,
al margen del conocimiento que el propio cliente percibe en las tiendas.
En
la noche del siguiente miércoles, Aroa, presa de los nervios, ve como de nuevo los golpes, pisadas y algún que otra grito,
rompe la estabilidad de su sueño, impidiéndole descansar. Estos hechos tienen
lugar sobre las dos y pico y duran un buen rato. Tras un tiempo de silencio,
alrededor de las cuatro de la mañana, vuelven a repetirse. Aquella mañana, en
la tienda principal de la cadena, con el cuerpo y la mente vapuleado por la
falta de descanso, confiesa a su pareja Frank la situación tan desagradable por
la que está pasando. Y ya no sólo le inquieta la salud, física y anímica, sino
que también se muestra muy preocupada por su situación laboral. El joven toma
la decisión de pasar las siguientes noches en el domicilio de Aroa, a fin de
afrontar de lleno estos acontecimientos que tanto están inquietando a su amiga
y compañera. Sin que Aroa tenga conocimiento, se entrevista privadamente con
Genaro, el presidente de la comunidad. Este buen hombre se muestra solicito en
prestar todo tipo de ayuda, colaborando en lo posible, a fin de esclarecer un
asunto que parece no tener muy buen olor.
Los
hechos que ya conocemos, vuelven a repetirse, con milimétrica precisión en la
madrugada del domingo al lunes. A las 3:15 m, Frank marca el número del móvil
de Genaro y ambos acuden, a la mayor presteza, a este piso 6 C, golpeando con
intensidad la puerta de este domicilio. Nadie responde, pero tras la rendija de
la puerta ven como se apaga una luz. Teclean el número de la policía y a los pocos minutos una patrulla de la Nacional llama
insistentemente a la puerta, identificándose como miembros de las
fuerzas de seguridad. Prácticamente al mismo tiempo, se presenta el propietario
de la vivienda, con las llaves correspondientes de la puerta. Había sido puesto
en aviso por el presidente comunitario. Entran en el piso y de forma rápida
localizan a tres jóvenes (de entre veinticinco y treinta años de edad) con
apariencia de hippies. Dos de ellos estaban escondidos debajo de una cama y el
tercero intentaba escalar por el lavadero hasta la terraza de la cubierta. Los
tres son conducidos a la comisaría de policía, en situación de detenidos,
acusados de allanamiento de morada, en una vivienda que no era de su propiedad.
Una
semana más tarde, Aros y Frank acuden a la comisaría central de policía, donde
han sido citados por el inspector Pertierra.
Este funcionario de seguridad, de unos cincuenta y tantos años de edad, les
recibe en un pequeño despacho situado en la planta baja del edificio. El habitáculo se halla provisto de un
ventanuco que mira a un patio interior por el que apenas entra la luz solar.
Dos barras de neón blancas iluminan un espacio atestado de papeles y carpetas
que sustentan un ambiente cutre y desordenado para la gestión de los dos policías
que allí trabajan. Hay un olor dulzón, como acaramelado a dulce de leche, en la
atmósfera de la salita, cuyo origen los dos jóvenes no llegan a identificar. El
compañero de Pertierra teclea en su ordenador de manera mecánica, impasiblemente
ajeno a la llegada de estas personas. Hacen un primer intento de tomar asiento
pero las dos sillas de metal y formica, lustradas con mugre fácilmente
perceptible, ubicadas ante la mesa del inspector, se hallan también invadidas
por diversos dosieres perdidos en medio de un desorden que parece generalizado.
“Señorita Santaolalla, la investigación está muy avanzada.
Creo que, en este momento, debe tener una información básica de la situación en
la que se ha visto inmersa. Vd….. bueno, como eres muy joven no te importará
que te tutee, ocupas un puesto importante en tu empresa. Tienes, entre tus
funciones, la de coordinar y atender el comportamiento de los compañeros que
ejercen la atención directa al público. Desde hace unas semanas estás
investigando un grave problema que afronta tu empresa, cual es la pérdida
continua de mercancías. Efectivamente están siendo robadas, pero no por agentes
externos o clientes, sino por personas de la nómina empresarial. Simple y
gravemente, han intentado hacerte la vida imposible, cuando han visto la
rapidez y eficacia que has demostrado en tu trabajo, para descubrir el origen
de estas pérdidas o hurtos. Entre esos medios para degradar tu imagen, han
buscado tu inestabilidad física y psíquica, evitando que descanses por las
noches. Así el trabajo a desarrollar durante el día estaría profundamente
condicionado por esa alteración de tu privacidad durante las horas del sueño.
Todo ha sido una operación realmente maquiavélica. Los antiguos inquilinos del
piso superior al tuyo han facilitado las llaves de la puerta a esos tres
jóvenes, llaves que habían duplicado antes de devolver las originales al
propietario de la vivienda. Éste se olvidó de cambiar el casquillo de la
cerradura y así estos yonkis podían entrar fácilmente en el piso cuando se lo
proponían…………..”
La
dirección empresarial concedió a Aroa una semana de vacaciones, a fin de que se
recuperara plenamente de todos los avatares a los que había sido sometida. Los
cuatro trabajadores, implicados directamente en la trama, abandonaron voluntariamente
su vínculo laboral, sin indemnización alguna al respecto. La gerencia evitó
presentar una denuncia contra ellos, a fin de no promover la difusión mediática
de unos hechos que perjudicarían la imagen social de la marca. En un juicio
rápido, ante la intervención policial de oficio, las siete personas que habían
participado en estas acciones, tras reconocer su responsabilidad, fueron
multadas económicamente y con la obligación añadida de prestar determinados días
de servicios a la comunidad.
En
este momento, Aroa ha conseguido al fin un contrato indefinido, mejorando la
categoría laboral en su empresa. La convivencia que mantiene con Frank es muy estable
y fructífera, para dos personas que se necesitan y quieren.-
José L. Casado Toro (viernes, 18 julio, 2014)
Profesor
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