Como
solía hacer, en muchas de las tardes del año, Delma
paseaba por los senderos cercanos al acantilado, gozando con el húmedo frescor de esa brisa que acompaña el
plácido anochecer. Había dejado bien organizadas todas sus tareas de casa, a
fin de que su padre no se enfadara tras volver del rato de ocio diario, en la
cantina del pueblo, junto a los amigos de siempre. Ese paseo, para disfrutar la
puesta del sol desde la escarpada y verde colina, era un rito o costumbre
placentera que le hacía soñar despierta y despedir a un día que, a poco,
comenzaba ya a dormitar.
Edward (así era llamado por todos, aunque fue
inscrito al nacer con el nombre de Lucas) era un grandote y corpulento marino,
curtido en mil luchas y aventuras sobre la mar. Sólo había tenido, de su
matrimonio con Lara, a esta tímida, sensible y romántica hija. Cuando la cría
era aún muy pequeña, su cariñosa mujer los abandonó camino de ese viaje a la
inmensidad de lo desconocido. Una estúpida e infortunada caída, cuando caminaba
por un roquedo teñido por el agua de una fuerte tormenta, hizo que padre e hija
tuvieran que compartir para el futuro la dura ausencia de aquella esposa y
madre que ambos tanto necesitaban. Por achaques propios de la edad y de una
vida bastante agitada, sembrada de alcohol y aventuras, hacia ya unos años que
había dejado de navegar. Ahora se ganaba el sustento reparando las
embarcaciones, en las atarazanas del puerto, aunque también ayudaba ocasionalmente
en la descarga de mercancías. Ocupaba sus tardes y descansos festivos
compartiendo con sus compañeros y amigos grandes jarras o pintas de cerveza, en
la cantina principal de la localidad, un ruidoso ventorrillo tabernario
denominado Sea´s Wolf (lobo de mar). Más de una noche, especialmente durante
los fines de semana, llegaba a casa completamente borracho, situación que Delma
sabía tratar, evitando hacer algo que pudiera contradecirle y retirándose
discretamente a su dormitorio.
Esta
linda joven, que pronto iba a cumplir los veintisiete en edad, se ocupaba de
llevar con buen orden las tareas de la casa, cuidando también de algunos
animales que tenían en el corral, a fin de ayudar al modesto salario que
aportaba su padre. Algunos médicos, que la habían tratado, desde que perdió a
su madre, no habían podido ayudarle a superar ese duro
trauma que provocó su mudez, desde los ocho años. Ciertamente, Delma
había sido poco comunicativa en su infancia pero, desde la noche al día tras el
accidente materno, una mañana dejó de expresar palabra alguna. Sólo con gestos,
mímicas, miradas y algunas sonrisas, “hablaba” a los demás. Los especialistas
suponían que esa complicada experiencia en su vida había alterado su equilibrio
anímico y psicológico, provocando ese rechazo a transmitir palabras, salvo
sonidos muy puntuales o simbólicos.
A
pesar de su carácter, algo apocado y escasamente abierto a las relaciones
sociales, gozaba de un físico aceptablemente atractivo.
Era delgada de cuerpo, morena y con los ojos de ese esmeralda mar que
bellamente le favorecían. No se le había conocido pareja o amigas íntimas, ya
que pasaba muchas de las horas del día recluida en casa, hecho que también favorecía
el rígido carácter, absorbente y egoísta, de su progenitor junto a su extraña
limitación expresiva, desde luego física aunque, sobre todo, psicológica. Nadie
dudaba, entre quienes la conocían, de que la carencia
de una madre, en los importantes años de la infancia, había dejado honda huella
en su forma de ser, creándose un mundo mágico para la intimidad de sus
pensamientos. Con el paso de los años llevaba plácidamente el trauma de la
soledad, pues sus ensoñaciones y silencios le transportaban a unas categorías
mentales en las que parecía sentirse bien, sin reclamar mayores exigencias, en
lo material o en lo anímico.
Tenía,
como tantas y tantas personas, un encantador e infantil secreto. En las noches
adornadas por un cielo limpio de nubes, Delma gustaba
pasar largos y gratos ratos intercambiando pensamientos y confidencias con las
estrellas. En realidad, ella simulaba un diálogo, íntimo y filial entre
una madre y su hija. Para ello elegía aquellas luces que más brillaban en el
techo azul oscuro de la noche, a veces iluminado por una luna que se prestaba a
compartir esas tiernas confidencias intercambiadas por estos dos seres,
cruelmente alejados en lo físico pero simuladamente cercanos en la cálida
proximidad del afecto.
“Madre, de nuevo hoy padre ha llegado embriagado de la
taberna. En realidad siempre ha sido así, desde que nos abandonaste. Comprendo
el drama que sufre por tu ausencia, porque te perdió cuando aún era muy joven.
Intentó cubrir con la bebida esa soledad que conlleva en su existencia, y que
yo no puedo o sé cubrir, a pesar de todos mis esfuerzos. Él nunca quiso
sustituirte en su vida, aunque ahora pienso que hubiera sido mejor para su
carácter. Tal vez no para mi, pero eso nunca se sabe hasta que no se vive. Mi
vida, tu lo sabes mejor que nadie, también sufre tu pérdida desde aquellos ocho
años en que me acurrucaste por última vez. Perder la proximidad de una madre es
la situación más terrible que un ser humano ha de afrontar en toda su
existencia”.
Y
así transcurrían los días, las semanas y las estaciones del tiempo, con esa
dulce monotonía de lo rutinario, siempre abierto a la imprevista novedad que
despierta el interés. Efectivamente ocurrió ese algo que permite enriquecer
nuestros recuerdos a fin de narrarlos, una y otra vez, a todos aquellos que
gustan conocer la concreción de una sencilla historia que respira bondad.
En
uno de sus paseos cotidianos, cercanos al faro orientador para los navíos,
Delma se cruzó con un fornido joven que se le quedó mirando, fijando en ella
una tierna sonrisa. Sentada ya, en uno de los malecones que circundan la
placita de la torre orientadora, vio como se le
acercaba ese desconocido, con la indisimulable intención de hablar con ella.
Correspondió a su saludo, con un nervioso movimiento de cabeza. Tras hacer unos
gestos mímicos, a las palabras del muchacho, éste pronto se dio cuenta de la limitación
comunicativa que afectaba a su interlocutora.
“No, no te preocupes…. por los gestos que me haces te
entiendo bastante bien. Además, sé leer un poquito del lenguaje labial. Tengo
un compañero en la empresa, muy buen amigo, que tampoco puede articular o pronunciar
palabras. Con él estoy aprendiendo a comprender el movimiento de los labios.
Para mí es difícil, pero ya voy avanzando en ello. Aunque nunca te había
hablado, ya te había visto en alguna otra ocasión. Igual tú no reparaste en mi.
Soy de otra ciudad y tengo que trabajar aquí, probablemente durante unos tres
meses. Me dedico a los temas contables. Es una actividad importante, pero
reconozco que también aburrida. Tengo las tardes libres y me gusta caminar por
estos lindos paisajes, que permiten descubrir no pocos rincones insospechados
que nos sabe regalar la naturaleza………”
Éste
y otros muchos días, Delma pudo disfrutar la compañía de una relación que la
reconfortaba anímicamente. Con habilidad y mucho tacto, evitó que su padre
conociera una relación que día a día le aportaba esa seguridad y fortaleza que
tanto había echado de menos en su comportamiento ante los demás. El desordenado
egoísmo paterno podría enturbiar muchas de las esperanzas que ella había puesto
en esta persona agradable, sencilla y de gran imaginación, que no le ocultaba
su cariño. Ciertamente era un poco más joven que ella, pero este detalle
carecía de importancia para dos seres que agradecían al destino la generosidad de haberles unido en la
amistad y el afecto.
Cuando
estaban juntos, Frank protagonizaba básicamente
el sentido de la comunicación. Ella sonreía y completaba la afirmación o la negación
de los gestos, escribiendo a veces, en una pequeña libretilla, frases cortas
para la mejor comprensión de su amigo. Y el movimiento de sus labios eran como
silenciosos sonidos que facilitaban la transmisión del mensaje. Fueron semanas
realmente inolvidables para la vida de esta chica que había encontrado esas
luces y razones que nos permiten caminar y disfrutar más de la vida.
“Esta noche tengo que darte una noticia que no te va a
gustar. Te aseguro que a mi tampoco. La semana que viene tendré que volver a mi
ciudad de origen. El trabajo que tenía que desarrollar aquí, ya finaliza. Han
sido dos meses y pico que no voy a olvidar. Todo lo contrario. Mi futuro quiere
estar unido a ti. Va a estar ligado a ti. Te lo aseguro. Profesionalmente,
tengo que residir en Burgos. He de consolidar mi posición en la empresa. Debo
ir poniendo esos pilares que nos permitan, a ti y a mí, estar para siempre
juntos en la vida. En las próximas semanas y meses, nos seguiremos comunicando
por Internet. Y también, en las noches limpias de nubes, miraremos las mismas
estrellas, aunque estemos separados por esas distancias que señalan los mapas.
Y no importan las palabras. Yo te entiendo cuando disfruto con tu mirada, con
tus risas, con tus gestos, con tu belleza. Algún día…. también con tus
palabras. Estoy completamente seguro que esos sonidos volverán a fluir de tus
labios con la fuerza incontenible de una preciosa, de una maravillosa
naturaleza”.
Aproximadamente, dos semanas después, tuvo lugar un
importante encuentro entre el padre y el novio de Delma.
“Encantado de conocerle, Edward. Creo que Delma le ha
hablado ya de mi. Es más que evidente que ella y yo nos necesitamos. Quiero y
lucho para que ella ocupe en mi vida el lugar más importante. He vuelto a su
ciudad para explicarle algo que puede ser trascendental, a fin de que su hija vuelva
a pronunciar palabras. Me ha llegado información acerca de un centro altamente
cualificado para estos problemas en la dicción, que fue inaugurado hace unos
meses en Barcelona. Está formado por un equipo de especialistas en psicología,
logopedas, neurólogos e investigadores en la materia. He concertado una visita
para dentro de diez días, a fin de que estudien y diagnostiquen el problema que
afecta a Delma. Me aseguran, personas de confianza a las que he consultado, que
esa clínica obtiene unos resultados espectaculares en este tipo de
incapacidades y dolencias. No se debe preocupar por los gastos. Ese capítulo lo
tengo controlado. Le reitero que mi disposición hacia Delma es seria,
responsable y, por supuesto, profundamente ilusionada".
Han
pasado muchos amaneceres. Las hojas del calendario han ido mostrando las
estaciones del tiempo con firme regularidad. De manera afortunada, los avances
que ha conseguido Delma en su motricidad expresiva son muy buenos. Aunque
el camino a recorrer, en ese esfuerzo
para la reeducación, serán aún largos, el destino de esta mujer se halla sembrado
de esperanzas. Y esta noche, clara y limpia como en la mejor naturaleza de
nuestros deseos, enseña a su pequeña hija, Alma,
cómo se les habla a las estrellas. Frank, junto a ellas, también busca entre
las luces del firmamento aquella que más brille. Al igual que hacen, con
imaginación ilusionada, esas otras dos estrellas que sustentan el por qué de
cada amanecer en su vida.-
José L. Casado Toro (viernes, 11 julio, 2014)
Profesor
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