viernes, 11 de julio de 2014

LUNAS Y ESTRELLAS, QUE ILUMINAN Y ALEGRAN LA VIDA.


Como solía hacer, en muchas de las tardes del año, Delma paseaba por los senderos cercanos al acantilado, gozando con el  húmedo frescor de esa brisa que acompaña el plácido anochecer. Había dejado bien organizadas todas sus tareas de casa, a fin de que su padre no se enfadara tras volver del rato de ocio diario, en la cantina del pueblo, junto a los amigos de siempre. Ese paseo, para disfrutar la puesta del sol desde la escarpada y verde colina, era un rito o costumbre placentera que le hacía soñar despierta y despedir a un día que, a poco, comenzaba ya a dormitar.

Edward (así era llamado por todos, aunque fue inscrito al nacer con el nombre de Lucas) era un grandote y corpulento marino, curtido en mil luchas y aventuras sobre la mar. Sólo había tenido, de su matrimonio con Lara, a esta tímida, sensible y romántica hija. Cuando la cría era aún muy pequeña, su cariñosa mujer los abandonó camino de ese viaje a la inmensidad de lo desconocido. Una estúpida e infortunada caída, cuando caminaba por un roquedo teñido por el agua de una fuerte tormenta, hizo que padre e hija tuvieran que compartir para el futuro la dura ausencia de aquella esposa y madre que ambos tanto necesitaban. Por achaques propios de la edad y de una vida bastante agitada, sembrada de alcohol y aventuras, hacia ya unos años que había dejado de navegar. Ahora se ganaba el sustento reparando las embarcaciones, en las atarazanas del puerto, aunque también ayudaba ocasionalmente en la descarga de mercancías. Ocupaba sus tardes y descansos festivos compartiendo con sus compañeros y amigos grandes jarras o pintas de cerveza, en la cantina principal de la localidad, un ruidoso ventorrillo tabernario denominado Sea´s Wolf (lobo de mar). Más de una noche, especialmente durante los fines de semana, llegaba a casa completamente borracho, situación que Delma sabía tratar, evitando hacer algo que pudiera contradecirle y retirándose discretamente a su dormitorio.

Esta linda joven, que pronto iba a cumplir los veintisiete en edad, se ocupaba de llevar con buen orden las tareas de la casa, cuidando también de algunos animales que tenían en el corral, a fin de ayudar al modesto salario que aportaba su padre. Algunos médicos, que la habían tratado, desde que perdió a su madre, no habían podido ayudarle a superar ese duro trauma que provocó su mudez, desde los ocho años. Ciertamente, Delma había sido poco comunicativa en su infancia pero, desde la noche al día tras el accidente materno, una mañana dejó de expresar palabra alguna. Sólo con gestos, mímicas, miradas y algunas sonrisas, “hablaba” a los demás. Los especialistas suponían que esa complicada experiencia en su vida había alterado su equilibrio anímico y psicológico, provocando ese rechazo a transmitir palabras, salvo sonidos muy puntuales o simbólicos.

A pesar de su carácter, algo apocado y escasamente abierto a las relaciones sociales, gozaba de un físico aceptablemente atractivo. Era delgada de cuerpo, morena y con los ojos de ese esmeralda mar que bellamente le favorecían. No se le había conocido pareja o amigas íntimas, ya que pasaba muchas de las horas del día recluida en casa, hecho que también favorecía el rígido carácter, absorbente y egoísta, de su progenitor junto a su extraña limitación expresiva, desde luego física aunque, sobre todo, psicológica. Nadie dudaba, entre quienes la conocían, de que la carencia de una madre, en los importantes años de la infancia, había dejado honda huella en su forma de ser, creándose un mundo mágico para la intimidad de sus pensamientos. Con el paso de los años llevaba plácidamente el trauma de la soledad, pues sus ensoñaciones y silencios le transportaban a unas categorías mentales en las que parecía sentirse bien, sin reclamar mayores exigencias, en lo material o en lo anímico. 

Tenía, como tantas y tantas personas, un encantador e infantil secreto. En las noches adornadas por un cielo limpio de nubes, Delma gustaba pasar largos y gratos ratos intercambiando pensamientos y confidencias con las estrellas. En realidad, ella simulaba un diálogo, íntimo y filial entre una madre y su hija. Para ello elegía aquellas luces que más brillaban en el techo azul oscuro de la noche, a veces iluminado por una luna que se prestaba a compartir esas tiernas confidencias intercambiadas por estos dos seres, cruelmente alejados en lo físico pero simuladamente cercanos en la cálida proximidad del afecto.

“Madre, de nuevo hoy padre ha llegado embriagado de la taberna. En realidad siempre ha sido así, desde que nos abandonaste. Comprendo el drama que sufre por tu ausencia, porque te perdió cuando aún era muy joven. Intentó cubrir con la bebida esa soledad que conlleva en su existencia, y que yo no puedo o sé cubrir, a pesar de todos mis esfuerzos. Él nunca quiso sustituirte en su vida, aunque ahora pienso que hubiera sido mejor para su carácter. Tal vez no para mi, pero eso nunca se sabe hasta que no se vive. Mi vida, tu lo sabes mejor que nadie, también sufre tu pérdida desde aquellos ocho años en que me acurrucaste por última vez. Perder la proximidad de una madre es la situación más terrible que un ser humano ha de afrontar en toda su existencia”.

Y así transcurrían los días, las semanas y las estaciones del tiempo, con esa dulce monotonía de lo rutinario, siempre abierto a la imprevista novedad que despierta el interés. Efectivamente ocurrió ese algo que permite enriquecer nuestros recuerdos a fin de narrarlos, una y otra vez, a todos aquellos que gustan conocer la concreción de una sencilla historia que respira bondad.

En uno de sus paseos cotidianos, cercanos al faro orientador para los navíos, Delma se cruzó con un fornido joven que se le quedó mirando, fijando en ella una tierna sonrisa. Sentada ya, en uno de los malecones que circundan la placita de la torre orientadora, vio como se le acercaba ese desconocido, con la indisimulable intención de hablar con ella. Correspondió a su saludo, con un nervioso movimiento de cabeza. Tras hacer unos gestos mímicos, a las palabras del muchacho, éste pronto se dio cuenta de la limitación comunicativa que afectaba a su interlocutora.

“No, no te preocupes…. por los gestos que me haces te entiendo bastante bien. Además, sé leer un poquito del lenguaje labial. Tengo un compañero en la empresa, muy buen amigo, que tampoco puede articular o pronunciar palabras. Con él estoy aprendiendo a comprender el movimiento de los labios. Para mí es difícil, pero ya voy avanzando en ello. Aunque nunca te había hablado, ya te había visto en alguna otra ocasión. Igual tú no reparaste en mi. Soy de otra ciudad y tengo que trabajar aquí, probablemente durante unos tres meses. Me dedico a los temas contables. Es una actividad importante, pero reconozco que también aburrida. Tengo las tardes libres y me gusta caminar por estos lindos paisajes, que permiten descubrir no pocos rincones insospechados que nos sabe regalar la naturaleza………”

Éste y otros muchos días, Delma pudo disfrutar la compañía de una relación que la reconfortaba anímicamente. Con habilidad y mucho tacto, evitó que su padre conociera una relación que día a día le aportaba esa seguridad y fortaleza que tanto había echado de menos en su comportamiento ante los demás. El desordenado egoísmo paterno podría enturbiar muchas de las esperanzas que ella había puesto en esta persona agradable, sencilla y de gran imaginación, que no le ocultaba su cariño. Ciertamente era un poco más joven que ella, pero este detalle carecía de importancia para dos seres que agradecían al destino la generosidad de haberles unido en la amistad y el afecto.
 
Cuando estaban juntos, Frank protagonizaba básicamente el sentido de la comunicación. Ella sonreía y completaba la afirmación o la negación de los gestos, escribiendo a veces, en una pequeña libretilla, frases cortas para la mejor comprensión de su amigo. Y el movimiento de sus labios eran como silenciosos sonidos que facilitaban la transmisión del mensaje. Fueron semanas realmente inolvidables para la vida de esta chica que había encontrado esas luces y razones que nos permiten caminar y disfrutar más de la vida.

“Esta noche tengo que darte una noticia que no te va a gustar. Te aseguro que a mi tampoco. La semana que viene tendré que volver a mi ciudad de origen. El trabajo que tenía que desarrollar aquí, ya finaliza. Han sido dos meses y pico que no voy a olvidar. Todo lo contrario. Mi futuro quiere estar unido a ti. Va a estar ligado a ti. Te lo aseguro. Profesionalmente, tengo que residir en Burgos. He de consolidar mi posición en la empresa. Debo ir poniendo esos pilares que nos permitan, a ti y a mí, estar para siempre juntos en la vida. En las próximas semanas y meses, nos seguiremos comunicando por Internet. Y también, en las noches limpias de nubes, miraremos las mismas estrellas, aunque estemos separados por esas distancias que señalan los mapas. Y no importan las palabras. Yo te entiendo cuando disfruto con tu mirada, con tus risas, con tus gestos, con tu belleza. Algún día…. también con tus palabras. Estoy completamente seguro que esos sonidos volverán a fluir de tus labios con la fuerza incontenible de una preciosa, de una maravillosa naturaleza”.

Aproximadamente, dos semanas después, tuvo lugar un importante encuentro entre el padre y el novio de Delma.

“Encantado de conocerle, Edward. Creo que Delma le ha hablado ya de mi. Es más que evidente que ella y yo nos necesitamos. Quiero y lucho para que ella ocupe en mi vida el lugar más importante. He vuelto a su ciudad para explicarle algo que puede ser trascendental, a fin de que su hija vuelva a pronunciar palabras. Me ha llegado información acerca de un centro altamente cualificado para estos problemas en la dicción, que fue inaugurado hace unos meses en Barcelona. Está formado por un equipo de especialistas en psicología, logopedas, neurólogos e investigadores en la materia. He concertado una visita para dentro de diez días, a fin de que estudien y diagnostiquen el problema que afecta a Delma. Me aseguran, personas de confianza a las que he consultado, que esa clínica obtiene unos resultados espectaculares en este tipo de incapacidades y dolencias. No se debe preocupar por los gastos. Ese capítulo lo tengo controlado. Le reitero que mi disposición hacia Delma es seria, responsable y, por supuesto, profundamente ilusionada".

Han pasado muchos amaneceres. Las hojas del calendario han ido mostrando las estaciones del tiempo con firme regularidad. De manera afortunada, los avances que ha conseguido Delma en su motricidad expresiva son muy buenos. Aunque el  camino a recorrer, en ese esfuerzo para la reeducación, serán aún largos, el destino de esta mujer se halla sembrado de esperanzas. Y esta noche, clara y limpia como en la mejor naturaleza de nuestros deseos, enseña a su pequeña hija, Alma, cómo se les habla a las estrellas. Frank, junto a ellas, también busca entre las luces del firmamento aquella que más brille. Al igual que hacen, con imaginación ilusionada, esas otras dos estrellas que sustentan el por qué de cada amanecer en su vida.-


José L. Casado Toro (viernes, 11 julio, 2014)
Profesor

No hay comentarios:

Publicar un comentario