Faltaban
escasos minutos para que las manecillas del reloj marcaran las doce del
mediodía. En pleno período estival, la mañana se había presentado
espléndidamente agradable, con ese ambiente templado regalado por un sol que
aún no quemaba. Soplaba una húmeda brisa que acariciaba nuestros cuerpos,
cubriendo de vida la estancia en la calle. En esa cafetería/bar, ubicada en la parte
norte de la romántica e histórica Plaza de la Merced, sólo estaban ocupadas
tres de sus numerosas mesas situadas en la calle.
Tomás, un camarero que ese día ha de cumplir horario
hasta las tres de la tarde, es un universitario que trabaja para el
establecimiento especialmente durante las mañanas. La pensión de su padre, ya
jubilado, es reducida, por lo que multiplica su esfuerzo a fin de poder pagarse
la carrera y disponer de una pequeña liquidez para esos caprichos y gastos,
propios de una persona agraciada con el fervor y el dinamismo juvenil. Estudia
segundo curso de Empresariales, aunque también suele dedicar algo de su tiempo tiempo libre a la lectura de
libros relativos al cine, tema que le apasiona desde que era prácticamente un
adolescente. Obviamente, no se pierde los mejores estrenos que proyectan en
pantalla. Tras fijarse que un nuevo cliente ha ocupado
una de las mesas, acude con presteza para preguntarle lo que desea consumir.
Ante
sí tiene a una persona que por sus rasgos físicos debe estar en plena
jubilación laboral. Le resulta algo extraño que, dada la buena temperatura de
que goza en este momento la ciudad, este hombre se arrope con un atuendo más apropiado
para la estación otoñal o invernal. Percibe de inmediato en él una mirada
cansada, aunque sus palabras sabe dotarlas con la firmeza y marcialidad de
aquel que ha sabido pronunciarlas ante un público atento para la escena. Habla
pero, al tiempo, también declama y expone ornamentalmente las frases.
Cualquiera que lo escuchara diría que está en plena interpretación.
“Por favor, me puede servir un vaso de agua. Le rogaría
estuviese fresquita, pero no helada, ya que podría perjudicar mis cuerdas
vocales”. “Al momento. Además del vaso de
agua ¿desearía consumir algo más?” Ante el gesto negativo de su
interlocutor, el joven camarero acude a la barra, donde le facilitan ese vaso
de agua, medianamente refrescada. Una vez servida, comprueba con discreción
como ese señor toma unos pequeños sorbos, gestos que repite a lo largo de la
hora larga en que permanece sentado en la esquina de la terraza, guarnecida por
toldos teñidos de tonos celeste mar. Al cabo de ese tiempo, Fabio (ese es su nombre) se levanta de la silla y sin
mediar palabra conduce sus pasos hacia la zona sur, camino del centro urbano.
No ha hecho el menor ademán de pedir otra consumición y, lo más extraño, es su
indiferencia o aparente indelicadeza en no preguntar si debe pagar algo por su
vaso de agua y estancia subsiguiente en la mesa callejera. Tomás lo ve
alejarse, caminando con pasos lentos, y mueve la cabeza diciéndose a sí mismo “que hombre más raro…..”.
Un par de mañanas más tarde se repite la escena, protagonizada
por los mismos personajes. Ante la petición de un nuevo vaso de agua,
medianamente fresquita, El camarero decide hacer uso de su responsabilidad en
el negocio y con extremado cuidado plantea al cliente la situación: “discúlpeme, pero ha de entender que este lugar no es un
parque público. Esta cafetería funciona como un negocio. Y los gastos por uso
de la vía publica son importantes, además de otra cascada de impuestos que
hemos de atender. Reflexione ….. debe consumir….. para ocupar ese asiento”.
Aunque
Tomás esperaba una reacción algo visceral por parte de su interlocutor, éste
“actuó” respondiendo con manifiesta tranquilidad. “¿Me
va a cobrar por un simple vaso de agua? La naturaleza, de donde procede, nos la
entrega con admirable generosidad y abundancia, sin exigirnos nada a cambio.
Fíjese en los ríos, en los mares, en las fuentes, en las gotas de lluvia”
“De sobra conoce que no es por el agua, en sí
misma, sino por el lugar que está ocupado en este momento. Ese espacio, para
nosotros, no es gratis. Tenemos que pagarlo y con precios realmente
importantes……” “Claro, pero el suelo que
pisamos, desde que nacemos y a lo largo de nuestra vida, es de todos. Hace
años, muchísimos años, este suelo no estaba enlosado. Era tierra, era campo,
era la naturaleza de todos. Ahora algunos se la han apropiado y quieren cobrar
simplemente por estar encima de la misma, con nuestros pasos o nuestro
descanso….”
Ese viernes,
muy de mañana, había sólo dos clientes en el establecimiento. Tomás tuvo el
buen gesto de evitar una respuesta más violenta o desagradable. Comprendió que esa persona necesitaba hablar y plantear la
situación (probablemente difícil) que estaba padeciendo. Se sentó en una
de las sillas y se dispuso a conocer un poco mejor a este raro personaje que
tenía ante sí.
“Me parece que necesita hablar de sí mismo. Explicarme
cuál es su real situación. Estoy dispuesto a escucharle, salvo que nuevos
clientes me reclamen. Comprenda que estoy trabajando”.
“Observo que has captado muy bien mi mensaje. Eres una
persona inteligente. Te resumo, lo más breve que pueda, acerca de la persona
que tienes aquí. Eres muy joven y seguro que no me conoces. Mi nombre apenas te
dirá nada. Fabio Montalvo Hernández. Nací en la Argentina. He vivido bastante
en España, por lo que mi acento original no es muy marcado. Y es que fui actor.
Un afamado intérprete en las tablas escénicas. También prestigioso en el cine y
la televisión. Viví la gloria del éxito, una peligrosa epidemia que llega a
embrutecer los sentidos. Y la inteligencia. Pero no supe prever el mañana. Y
cuando los años pasaron, mi imagen cada vez era menos útil para vender un buen
producto ante el consumidor cultural. Menos contratos, menos reclamos para el
cine y los escenarios teatrales. Y cuando no se trabaja, no hay ingresos. Y
cuando se ha gastado sin control, te das cuenta que nada tienes”. En ese
momento, Tomás acude a la barra y prepara un vaso de agua fresca que le sirve a
su compañero narrador. Éste toma unos breves sorbos y continúa su exposición.
“Me has dicho que tu nombre es Tomás ¿verdad? Amigo, te
aseguro que las carencias económicas son muy duras de sobrellevar. La comida,
la ropa, el cobijo diario…… pero lo que más difícilmente se afronta es la
depresión anímica. Los amigos, las luces, los aplausos, la imagen…. Todo ello
va desapareciendo, dejándote sumido en el olvido ….. en los silencios. Ya no
eres importante u objeto de interés para la prensa, para los que dirigen el
cine o conducen, más o menos diestramente, una obra escénica. Aquellos que
estaban junto a ti en los momentos de glamour buscan nuevos destinos, donde
poder disfrutar del éxito banal y temporal. Ya no les interesas. Para ellos ….
Ya no supones nada. Y la alocada imprudencia, en los tiempos de luz, te conduce
a la soledad y a la necesidad, en las difíciles horas de sombra ¿Qué fue del
famoso Fabio Montalvo? Antes, casi todo. Ahora …… apenas nada.”
El
veterano actor comentó que apenas subsistía con una pequeña pensión que recibía
desde su país de origen, con la que debía afrontar el pago mensual de una
habitación con derecho a cocina y baño, en un caserón adaptado en la barriada
de las Flores, próximo a esa carretera que comunica la ciudad con otras
provincias hermanas. Las últimas semanas de cada mes le resultaban
especialmente complicadas, a fin de conseguir un plato básico de comida con el que
llevarse algo a la boca. Sí, era asiduo visitante del comedor o reparto de
alimentos instalado por los ángeles de la Noche, entre la Iglesia de Santo Domingo
y el río o cauce del Guadalmedina. “Nunca debí
abandonar el país donde nací y desarrollé una brillante etapa de trabajo
escénico pero….. siempre hay una mujer en la vida de cualquier hombre. Esa
parte de la historia es muy complicada y, la verdad, me resulta ingrato
recordarla”.
Tomás
sintió aprecio, respeto y, una cierta empatía, ante el sufrimiento de una
persona que desde lo más alto se ve hoy hundida en la selva decadente de la
necesidad y el olvido. “Si te resulta grato estar
aquí un ratito por las mañanas, puedes hacerlo. Yo te daré ese vaso de agua
fresquita que tanto apeteces. No te preocupes, que nadie te va a echar de esa
silla que estás ocupando. Mi jefe nunca suele estar por las mañanas"
Y
así sucedió en las sucesivas semanas. Normalmente Fabio acudía, los martes y
los jueves, para estar algo más de una hora en la cafetería. El tiempo siguió
avanzando y uno de esos jueves, al final de unos minutos de charla, Tomás se
dirigió a su amigo diciéndole: “Como ya te he
contado, me he ido a vivir a un apartamento, para tener una vida más
independiente. Mi novia y yo estamos pensando en iniciar una convivencia
continua. No sé que pensarás de estas experiencias de vivir juntos sin estar
casados, pero entenderás que son retos que la vida pone a tu alcance y salen
mejor o peor. Sin embargo, queremos afrontar esta unión, para comprobar si
estamos hechos el uno para el otro. Si nuestros caracteres se acomodan bien ,
en el día a día. El caso es que este sábado, nos gustaría invitarte a cenar.
Nada extraordinario, pero así conocerás a Irene y verás como hemos organizado
ese pequeño espacio que es nuestro cobijo afectivo.”
Las
visitas de Fabio a la cafetería se fueron espaciando, hasta que llegó un
momento en que dejó de acudir. Ese hecho coincidió con el abandono del trabajo
que Tomás desarrollaba, dado que había encontrado ubicación en un consorcio de
reaseguros. Dejó de tener noticias de Fabio hasta que,
pasados los meses, una tarde, al llegar a casa, encontró en el buzón una carta
certificada con el membrete de un despacho notarial. Se le citaba a una
entrevista, a fin de explicarle un asunto de interés para su persona. Aquella
misma tarde se desplazó a este despacho, donde fue recibido por el titular del
mismo.
“Señor Úbeda. Debo informarle que una persona,
recientemente fallecida, estableció a través de un documento testamentario, que
su única propiedad, una casita ubicada en la ciudad de Córdoba, en Argentina,
fuera cedida a Vd, una vez que él hubiera fallecido. Se trata de D. Fabio
Montalvo Hernández. Los documentos relativos a dicha propiedad obran en mi
poder. En caso de su aceptación, la transmisión de esta finca a su persona se
realizará sin la mayor dilación. El valor catastral de la misma se eleva a unos
150.000 dólares. En caso de que no acepte la transmisión, esa propiedad sería
cedida a una asociación de actores jubilados, que tiene su sede en Buenos Aires”
Cuando
volvían a casa, ya en el anochecer, Tomás e Irene lo hacían pensativos y
confusos ante la decisión o respuesta que debían de dar en el plazo de una
semana. “Creo Irene, que Fabio ha querido
transmitirme dos mensajes. El primero, de agradecimiento y afecto, por ese trocito
de amistad que hemos sabido compartir, en esta etapa ya final de su
existencia. También, ha dejado en mi
confianza la decisión de colaborar para que otros veteranos y olvidados actores
no sufran una vejez tan amarga como la que él ha tenido que sobrellevar. Te
aseguro que nunca me habló de esta finquita que, curiosamente, le pertenecía.
Todo muy extraño, viendo la indigencia en que lo veía sumido. Mañana mismo, si
te parece, cederé los derechos notariales de esta propiedad a esa asociación
benéfica de actores argentinos"
José L. Casado Toro (viernes, 25 julio, 2014)
Profesor