Ya anochece,
cuando apenas pasan unos minutos desde las seis. Tomás
observa pensativo, a través del amplio ventanal que da a la gran avenida de las
tiendas, ese denso y acelerado trajinar de coches y personas que circulan y
caminan por el heterogéneo tejido urbano. Se pregunta el por qué de esas
alocadas y estresantes prisas que casi todos parecemos neciamente sufrir. Se
multiplican esos bruscos acelerones por ganar unos minutos o segundos al tiempo
que, al poco se pierden…. generando comportamientos irracionales en los
automovilistas que se sienten importantes, como niños grandes, reinando en la
pequeñez de sus habitáculos metálicos. Y también los de a pie, exhibiendo ese agitado
caminar. en unos y en todos, con sus bolsas, historias y…. realidades, siempre condicionadas
por el rigor implacable de unas manecillas horarias que estructuran, rígida y aritméticamente,
nuestras vidas.
Tal vez no sea el mejor día para el sosiego y el andar
relajado. Es la tarde-noche del último día de todo un año. Parece que
todo el mundo se afana en ser puntual, para esa gran fiesta de los atuendos, la
comida y las bebidas exageradas. No faltarán tampoco las danzas al son de la
música y los confetis para el más ruidoso de los jolgorios, mientras la
pantalla amiga en los hogares nos ofrecerá muchos productos enlatados que
priorizan el imprescindible valor de las sonrisas. Otros viandantes poblarán
las plazas principales de pueblos y ciudades, para el
rito convivencial de las doce uvas al son de unas campanas, asombradas y
divertidas, por esa cálida y densa compañía en las horas del frío y las
estrellas. Fiestas en los hogares, en las plazas y en tantos y tantos recintos
donde mucha gente, especialmente la juventud, baila, bebe y sueña despierta hasta
la realidad de un nuevo y esperanzado amanecer.
Este
diplomado en Empresariales, sumando al currículum dos cursos de derecho,
carrera que dejó inacabada, no se encuentra solo en las oficinas de la gestoría
administrativa e inversiones donde trabaja. A Silvia y a él les ha
correspondido hacer guardia, en este día 31, según el amistoso sorteo de los turnos
de Navidad y fiestas. Suma ya 43 abriles, muy bien llevados en lo físico,
aunque en el campo afectivo tiene sus bajones, especialmente señalados en
determinadas fechas conmemorativas. El mazazo de conocer cómo su ex se
encariñó, y marchó, con su fisioterapeuta de siempre, en uno de esos gestos
alocados para el día a día, muy propio en ella, hizo no poca mella en su equilibrio
anímico. Evitó volver a casa de sus padres, por lo que desde hace seis años
habita un pequeño ático al principio del camino de los Montes, por la zona
norte de la ciudad.
Su
compañera de turno hasta las seis, cuando cerrarán el despacho, es hoy Silvia. Acaba de cumplir los veintinueve y lleva
trabajando en la empresa casi dos. Mujer inteligente y de trato agradable, tal
vez un tanto celosa de su intimidad pero muy generosa en la ayuda hacia las
personas de su entorno relacional. Ella y Tomás han almorzado juntos, en un
fast food de la calle Hilera, en esa hora autorizada para reponer fuerzas, a
partir de las dos. Parece que hoy, final de año, se muestra un poco más
comunicativa.
“¿Y como vas a pasar la noche, Tomás? Yo me voy a quedar
en casa, pues no quiero dejar a mi tía sola. Está un poco delicada con eso de
los huesos y no es persona para jolgorios y fiestas. Es que tenemos muy poca
familia. La verdad es que nunca te lo he contado. Pero quedé huérfana siendo
una cría. Ella me educó como si fuera su hija. En realidad ha sido como una verdadera
madre para mi y yo nunca lo voy a olvidar. He comprado unas cosillas para la
cena, que sé le agradarán y, aunque no somos de bebidas, una botella de sidra
con la que no nos vamos a marear. Ya ves……. Tendremos le tele y las uvas, con las que siempre me atraganto.
Bueno, un día o una noche más aunque…… ciertamente un tanto especial”.
“No, no sabía esa circunstancia, sin duda dramática en tu
vida. Agradezco mucho tu confianza. Me alegra escucharte diciendo que pudiste
superar esas trágicas pérdidas con la ayuda maravillosa de ese familiar a la
que consideras como una madre. Francamente, admirable. Bueno, yo iré a pasar la
noche con mis padres. Estarán también mis dos hermanas, con sus maridos e
hijas. ¿Sabes que tengo cuatro sobrinas? Son encantadoras, aunque traviesas y
muy escandalosas. Pero me vendrá bien ese ritmo al que me “someten” con sus
juegos, para sentirme un poco padre…. No tuve hijos en mi fallido matrimonio. Y
esta palabra que he utilizado no quiero que la veas como un reproche o teñida
de odio. Probablemente yo tampoco supe tratar a esta mujer y cuando un tercero
se puso de por medio, pues se le fueron los ojos y otros sentidos tras el
jovencito. ¡Menuda pinta tiene el caballero. Te lo aseguro! Pero allá ellos.
Hoy día valoro mucho más la amistad y soy más cuidadoso con el trato que doy a
los demás. Ah, por cierto, si me tengo que disfrazar de cotillón, cosa que me
temo con mis sobrinillas, te enviaré la foto para que te rías un buen rato.
Aunque me veas tan serio a veces, soy también un poquito cachondo….”
Tras
abandonar ese mirador privilegiado a la vida ciudadana, Tomás recoge unos
documentos que organiza en su maletín. Quiere hacer unas comprobaciones, pero
ya desde la comodidad de su apartamento. Internet le facilita todo lo necesario
para poder incluso trabajar desde casa, si ello fuese necesario. Espera unos
minutos a Silvia y juntos abandonan el edificio, camino de una próxima parada
de bus, utilizada por las líneas respectivas que ambos deben tomar. El lo hará
hasta finales de Cristo de la Epidemia, mientras que ella tomará la línea
número dos que la conducirá a las inmediaciones de Ciudad Jardín. Se despiden
con una limpia sonrisa, deseándose una feliz noche y un mejor Año Nuevo. El bus
de Silvia llega unos minutos antes que el de Tomás. Un beso sella el cariñoso
saludo de dos buenos compañeros y, desde hoy, un poco más amigos.
Son las 10.35 minutos en el domicilio de los padres
de Tomás. Allí, dentro de un piso más bien modesto, pero espacioso, todo es
animación, risas y voces que alegran el ambiente. Están terminando la cena y
las cuatro niñas se ocupan de alborotar, con esa maravillosa inocencia de la
vitalidad, el sentimiento de sus abuelos, padres y del tito, que ya lleva un
sombrero rojo en su cabeza y ese largo bigote del Capitán Garfio que hace las
delicias de las cuatro pequeñuelas. Están en los postres. Hay fruta, dulces
navideños y una tarta helada de chocolate que ha elaborado la tata María. En ese preciso instante suena el teléfono. En medio
del estruendo, nadie sabe a ciencia cierta a quien pertenece. Al fin Tomás
advierte que es su propio móvil el que reclama atención.
“Tomás, perdona que te llame a estas horas. Es que me
encuentro muy….. terriblemente nerviosa. Estábamos cenando y a mi tía le ha
dado un desvanecimiento. Volvía de la cocina y cayó como fulminada al suelo. Vi
que respiraba y apenas pude marcar el numero del 061, donde me pidieron unos
datos, asegurándome que a la mayor presteza desplazarían una ambulancia a
nuestro domicilio. Pero dado el día que es, han pasado ya más de diez minutos y
mi tía está muy mal. Parece que tiene unas convulsiones y su tez es pálida. No
sé que hacer. No hago más que llorar …. Estoy desesperada…… no sé que hacer más
….”
“En la medida de lo posible, trata de no perder los
nervios, Silvia. El control en estos casos es muy importante. Dame exactamente
tu dirección. Voy a llamar yo otra vez a emergencias, explicándoles la
situación. Tal como estoy, bajo a la calle y cojo mi coche. En no muchos minutos
estoy en tu casa. Venga Silvia …… mantén la calma. Te han dicho que le pongas
una almohada debajo de la cabeza. En muy escasos minutos verás como llegan los
sanitarios. Bajo enseguida a la calle y me llego a echarte una mano. Todo se va
a resolver para bien. Dejo la línea del móvil abierta por si tienes que volver
a comunicar. Pronto llego a tu domicilio. Tranquilízate. Es necesario. Lo estás
haciendo muy, muy bien”.
Con
pocas palabras, explicó a sus padres y hermanos la situación que debía
afrontar. Una persona amiga necesitaba su ayuda y en modo alguno la podía
defraudar. Se disculpó como pudo, abandonando con rapidez esa cena que se
encontraba en el grato momento de los postres. Conduciendo su vehículo cayó en
la cuenta de que aún llevaba ese gran bigote cinematográfico que había hecho
reír a todos sus familiares. Al fin divisó el domicilio de Silvia. Observó las
luces anaranjadas de una ambulancia. Los sanitarios del 061 se encontraba ya en
la puerta del edificio desplazando una camilla hacia el interior.
Faltan
diez minutos para las doce campanadas. Los dos
compañeros aguardan en una desangelada salita de espera, correspondiente a la
unidad de cardiología del Hospital Clínico Universitario. Continúan las pruebas
y el tratamiento de urgencia para la tía de Silvia. Todos los síntomas indican
que el problema, al que se ha llegado a tiempo, corresponde a una insuficiencia
cardiaca. En todo el complejo hospitalario se vive un ambiente especial. Una
enfermera se les acerca para comentarles que se ha habilitado en el hall de la
entrada un espacio con una pantalla grande de televisión. Aquellos familiares y
personal sanitario que puedan acercarse a ese lugar pueden ver y escuchar las
doce campanadas transmitidas desde la Puerta del Sol madrileña. La cafetería
del centro ha preparado unas bolsitas con uvas, para aquellos que deseen
tomarlas en ese momento en el que comienza un Nuevo Año. Silvia agradece la
información de la enfermera, pero prefiere quedarse en esa antesala, esperando
recibir noticias más concretas de la situación clínica de la persona que ha
sido una ejemplar madre para ella. Cuando faltan apenas
dos minutos para las doce, Tomás vuelve junto a su compañera. Ha pasado
por el hall y allí le han facilitado dos bolsitas con las uvas de la Nochevieja.
Silvia le sonríe, con una mirada de gran afecto.
“Vaya noche que te estoy dando. Seguro que nunca la vas a
poder olvidar. Me sentía muy sola, pero tuve la confianza y el acierto de
pensar en ti. Y ahora estás aquí, junto a mi. Siempre, siempre te lo agradeceré.
No voy a olvidar este precioso gesto que has tenido conmigo”.
Intercambiándose
las miradas, dos personas fueron tomando pausadamente las uvas, en la soledad
física, que no afectiva, de una salita de espera hospitalaria. Ambos eran
conscientes de que el destino les estaba ofreciendo una
hermosa oportunidad para sus vidas. -
José L. Casado Toro (viernes, 26
diciembre, 2014)
Profesor