Puede ser cosa de la magia. O tal vez de ese misterio
imaginativo, siempre presto a aparecer en los lugares y momentos más
insospechados. Lo cierto es que, durante las horas del día, ambos adoptaban ese
buen quehacer laboral entre compañeros, pero no llegaban a más. Eran dos disciplinados trabajadores, entre los otros muchos
que prestan sus servicios en “las mil y una empresas” que pueblan este
macrocentro, para lo comercial. Sí, ya sé que es un número exagerado
pero, entre luces, colores y ofertas, a veces es inevitable hablar en
superlativo, dibujando esa gran oferta de tiendas y bazares que, a tantos, nos
agrada visitar. Decía que, desde la mañana, cuando se elevan persianas y las
puertas permiten la entrada a todo cual, ellos dos cumplían ordenadamente sus
roles para el trabajo y apenas se les permitía intercambiar esas palabras de
intensidad cariñosa, al margen de la necesaria cordialidad. Lo importante a
esas horas tempraneras es el público, más o menos compulsivo para las compras,
a los que hay que atender en sus necesidades o caprichos, que de todo hay en
los comportamientos mercantiles, durante el horario para vender, preguntar o
cambiar. Allí las ofertas, otra vez rebajadas, mueven voluntades, para que la
mercancía no se aletargue y duerma aburrida en los estantes y expositores.
Tentaciones atrayentes en lo lúdico, para la fantasía de cada cual. Así un día
tras otro menos los domingos, que son jornadas establecidas para sosegar
nuestra tranquilidad.
Pero, en las horas nocturnas, todo
cambia para ellos dos. Cuando se cierra la jornada laboral, ella y él
aprovechan todos los minutos posibles, a modo de segundos ansiosos, a fin de
calmar su necesidad de diálogo, de acercamiento y, también, de esa atracción
para la sexualidad. Y sus miradas, dibujadas de una extremada corrección ante
los clientes, adquieren la intensidad de dos seres que profundizan y avanzan en
su tierna y limpia amistad. Ingrid y Rubén, son los nombres que otros eligieron y que
ellos asumen con gusto y respeto, pues así ha de ser la norma y costumbre,
desde todos aquellos tiempos lejanos que llaman antigüedad.
No poseen la misma antigüedad en la empresa. Rubén presta sus servicios en esta cadena de ropa
prêt-à-porter (una expresión que en francés hace alusión a un tipo de prendas,
producidos en serie y sometida a los dictámenes de la moda, “lista para llevar”)
desde unos meses antes que ella. Este género de ropa ofrece distintas calidades
y precios, aunque predominan las ofertas a buen coste, especialmente demandadas
por el sector más juvenil de la mujer). Es delgado de cuerpo aunque luce una
poderosa musculatura, tensada por la práctica deportiva, especialmente conseguida
en abundantes horas de gimnasio. Procedía de otra franquicia de una conocida
marca para vestir dirigida, básicamente, al dinámico sector de la gente joven.
Llegó, junto a otros compañeros de trabajo, cuando esta firma se instaló en uno
de los grandes locales que pueblan el macro espacio comercial. Físicamente, es
de los más atractivos miembros de la plantilla, aunque sabe dosificar la intensidad estética de su
físico con varoniles actitudes y gestos que “enloquecen”, por la fuerza propia
de los años, a toda esa legiones de jovencitas que visitan, día a día, estos
nuevos templos para el culto devoto a la imagen física. A sus veintipocos años
ha aprendido a soportar, con sumisa paciencia, la realidad, cada vez más
frecuente, de su alopecia. Imagen que él trata de disimular (como otros tantos
jóvenes de su edad) con un corte de pelo prácticamente al cero que, incluso,
aumenta su atractivo y potencia el look de su persona.
Aunque Ingrid es, más o menos,
de su misma generación, posee una atractiva y equilibrada forma de ser que la
hace parecer algo mayor. Su rostro simula estar esculpido como el de una deidad
clásica, con rasgos finos y angulosos que atraen desde el primer instante. Cubre
su cabeza con una extensa y lisa melena de color rubio intenso, ganando en belleza
por ese extenso flequillo que apenas deja entrever unos ojos preciosos, bien
teñidos con el verde esmeralda de la aventura en el mar. Es aconsejada, por sus
jefes y amigos, sobre la necesidad de potenciar el uso de prendas deportivas, a
lo que ella accede con gusto ya que es consciente que este tipo de ropa
facilita el don siempre atractivo de esa juvenil cronología en la devoción para
las compras. Su timidez acrisolada no está exenta de la mímica siempre amable
para con todas las personas que, durante las horas del día, no dejan de
observar, imaginar y….. comprar, a fin de llenar ese ropero, tantas veces renovado, del laico culto a la
imagen.
¿Qué tal Ingrid? Ahora ya podemos
hablar con un poco de sosiego. Estos días, en el final de las rebajas, suelen
ser la mar de estresantes. Viene mucha gente para ver si pueden llevarse algo a
casa, con esos precios irresistibles de saldo. Te miran y remiran, quedan
pensativos y al fin deciden coger alguna de las faldas, blusas, chaquetas o
zapatos, que estamos ofreciendo, desde los bien surtidos expositores y escaparates.
Después, la misma cantinela de las tallas y los colores. Pero es que este
negocio así funciona. Y no podemos quejarnos. Vivimos del culto devocionario al
cuerpo, ya que el ropaje hace que lo vulgar se transforme en ese ideal que la
naturaleza no ha querido regalarnos. Por cierto, me ha llegado la onda de que,
para este otoño, hay otra renovación en la estructura de la tienda. Piensan
aprovechar un fin de semana, con el lunes festivo de octubre, para darle otro
aire al local. Son las servidumbres del marketing y de esa primera vista que
tanto nos conmueve e impulsa para las compras. Se me olvidaba decirte que con
esa cazadora, símil piel, estás muy atractiva ¡Verdaderamente, tienes un
cuerpazo de ensueño!”.
Sonrisas de la chica, que se siente adulada y cortejada por el
atlético joven.
“Eres muy zalamero, Rubén. Tú
tampoco estás nada mal….. Es broma, hombre. Ya me doy cuenta de cómo se te
quedan mirando las quinceañeras. Tienes razón en lo que comentas. Estos días,
en el final de las rebajas, son también alocados para las visitas a la tienda.
Pero de eso se trata. Hay que vender mercancía, sea como sea. Incluso a precio
de costo. De pronto llegan los fríos y tener los almacenes atestados, con la mercancía
de verano, lleva su coste. Me han comentado que van a enviar unas partidas a
Sudamérica. Ellos entran pronto en la Primavera. Pero no hablemos más de
camisetas, blusas o sandalias. Te quiero contar una anécdota, a ver qué te
parece. Creo que a ti también va a impresionarte, al igual que me ha pasado a
mí. Se trata de un hombre, bastante joven, que esta semana ha venido,
acompañado de una niña, hasta tres veces a la tienda. Entonces, se me queda
mirando en silencio, durante unos minutos. En su rostro hay una mezcla de
tristeza y dulzura para la sonrisa. Ayer le oí comentar a su hijita (debe tener
unos nueve o diez años) mientras una vez más me observaba, las siguientes
palabras: “Beli, es que esta señorita me recuerda mucho a tu madre. Es como si
la estuviera viendo en persona. Tu tenías apenas cuatro añitos, cuando ella
viajó hasta el Cielo. La echo mucho de menos, mi amor”. Después, dándose cuenta
que la cría se había puesto triste, quiso animarla. Ambos eligieron alguna
ropita linda para la niña”.
Pero aquella mañana de lunes, cuando de nuevo abrieron la tienda
al sonar las diez en punto, todo fue ya muy diferente para el buen Rubén.
Habían llegado nuevos compañeros de trabajo, a fin de sustituir a otros que,
ahora, ya no estaban. Entre los ausentes, faltaba su
gran amor, Ingrid ¿Qué habría podido suceder? En el mundo empresarial
son bastante normales estos cambios entre el personal de plantilla. Sin
embargo, para él, tener que realizar el trabajo sin la proximidad, física y
anímica, de su afecta compañera, era muy duro y complicado de sobrellevar. Y
más, sin conocer los motivos para este cambio entre el personal de la tienda.
Trató de preguntar, a unos y a otros, si poseían alguna información acerca de
estas modificaciones, para la mayoría inesperadas. Pasaban los minutos y el
local se fue poblando de todas esas chicas y chicos, devotos de la imagen.
También, de compradoras compulsivas y de
esos ritmos de estridente sonido, con sabor a metálico, que estimulan la fuerza
de la actividad. El neón motivador de
las luces, regaba de rosa, azul y crema, el lienzo rutinario de cuerpos
jóvenes, profesos de la delgadez y de los atrevidos diseños. Pronto se
uniformaron las colas de tarjetas ante
las cajas y, por todo el espacio fluía ese desorden bien controlado en los
expositores. sugerentes para la calidad de la oferta.
Al fin Chari, una diligente encargada de sección, hizo un breve
y coloquial comentario que atendía a esas preguntas que Rubén se planteaba
desde el comienzo de la jornada.
“Los trasiegos de maniquíes, entre las
tiendas del Vialia y el Carrefour, me ponen frenética. Y es que intercambian
los modelos sin avisar. Llegas una mañana y te encuentras que falta tal o cual figura
que te era de lo más familiar”.
Mientras, el buen Rubén, camisa blanca y ajustado pantalón
beige, seguía dirigiendo la mirada hacia su derecha, como buscando a esa
compañera, ahora ausente, que llenaba de sosiego su pose para la actividad. ¿Cómo iba a soportar la soledad de las noches,
cuando lo mejor de su corazón estaba luciendo nuevas prendas, en la distancia
de otro gran local?. Y es que estas, aparentemente inmóviles,
figuras que actúan en los escaparates y expositores suelen cobrar vida,
sonrisas y diálogos, cuando la tienda descansa. Todo ello ocurre en la
misteriosa acústica de la noche, a esas horas en que los clientes fijan sus
ojos en otros objetivos y destinos que, tal vez, puedan saciar las necesidades,
banales o sublimes, de sus complicadas o ilusionadas vivencias.-
José L. Casado Toro (viernes, 11
octubre, 2013)
Profesor
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