Muchos
somos los que gozamos con esa inigualable sensación de belleza, naturaleza y
misterio, contenida solemnemente en el acontecer de la Historia. Como un buen
ejemplo a citar, percibimos ese placer, plástico y anímico, al pasear, en un
atardecer sin duda afortunado, por los jardines, fortalezas y dependencias que integran
el monumental complejo nazarí de la Alhambra granadina. Sentimos la acústica del agua, que habla, llora, ríe y canta,
formando parte escénica de un lugar sólo apto para corazones sensibles. Sonidos
que surgen del lúdico pentagrama compuesto por la mágica comunicación de la
Historia. Agua que desciende por un Albaicín guarnecido de cármenes y casitas
modestas, donde el secreto ritual de las zambras morunas vive hasta todo lo que
la noche quiere y baila. Hay misterio y ensueño en ese ritmo travieso del agua.
escuchada pero no vista explícitamente ante nuestros ojos. Está ahí, junto a
nosotros. Corre y vive con ritmo y delicadeza, pero su modestia la torna
invisible, aunque no para la fuerza en los latidos que afloran del alma.
Algo
parecido ocurre cuando oímos el trinar de los pajarillos y el resto de las aves que, desde el denso ramaje de la arboleda,
convierten el pesar y el desánimo en esa alegría que justifica la vida.
Efectivamente, se trata de otra acústica maravillosa que percibimos aunque no
la veamos. Y, tal vez por eso, le concedamos más importancia, a fin de que
alimente la imaginación y la frágil sensibilidad que en nosotros habita.
Cada
día, tarde o mañana, se produce, a muy escasa distancia de nuestra sociabilidad
o intimidad, ese misterio, oculto o real, que nos hace amar
la vida por encima de todas las cosas. Elijamos algunos ejemplos, en la
sencillez próxima del entorno.
Puede
ser ese anónimo vecino que, sin hacer alarde de su gesto, arregla aquella
loseta suelta en el suelo que ya ha provocado más una caída, al final de la
escalera.
También,
ese conductor del bus quien, sin pedírselo, sabe esperar al volante, cuando te
faltaban unos segundos para llegar jadeante a la parada.
No
pocas veces he sido testigo de la nobleza en el gesto. Me refiero a esa señora
que se ofrece, amablemente, a guardarte la documentación y las llaves del coche
cuando, estando sólo en la playa, necesitas entrar en el agua a fin de nadar unos
minutos para tu goce y necesidad.
En
la vecindad o en el trabajo es frecuente el siguiente y ennoblecedor gesto. Un
vecino o compañero que, conociendo la soledad en que vives, te regala un rato
de conversación, a fin de compensar tu lógica necesidad de comunicar.
Y
aquel profesor que conociendo tu bloqueo académico o anímico se te acerca, de
manera espontánea, y te dice, con amistosa serenidad “ahora, lo que más me
importa eres tú. Ya habrá tiempo, mañana o pasado, de aprender esa fórmula,
recordar esos datos o escribir la palabra justa para el lenguaje. Los
contenidos podrán esperar. Para mí, antes de todo está tu persona”.
Te
hallas en un mercado público municipal. Compras unos pescados y, sin pedírselo,
el vendedor o vendedora se te ofrece a limpiarlos o prepararlos, con una
sonrisa para la proximidad.
O
aquella otra taquillera del cine o el teatro. Ante la representación de una
obra importante, y siendo escasas las localidades disponibles, hace todo lo
posible por ubicarte en un buen lugar pues “en este otro, hay una columna que
le puede molestar para su mejor visión”.
Estás
en clase y hay, como tú, un par de compañeras que tenéis, por diversas causas,
dificultad para seguir el ritmo global de la explicación. El docente ralentiza,
hábil y técnicamente, el trabajo del día a fin de que esos alumnos, atrasados,
no incrementen su distancia y desánimo con la mayoría de sus compañeros.
Como
estamos viendo, abundan los ejemplos de estos gestos sutiles que despiertan la
sonrisa y hacen más agradable la existencia. ¿Por qué me estaré acordando, en
este preciso momento, de una estupenda y premiada película, titulada AMELIE, 2001? Dirigida por Jean Pierre Jeunet
(Roanne, Loira, 1953) e interpretada por Audrey Tatou (Puy de Dome, 1976), una
chica, con cara y alma de ángel, trata de ayudar y
mejorar la vida en los demás.
Añadamos
algunas otras imágenes y realidades, que ilustran el placer del relato.
Hay
un familiar, amigo o vecino que acude a ti, a fin de pedirte un consejo, ayuda
o enseñanza. Lo que realmente intenta, con esa delicadeza que proporciona el
disimulo, es incrementar tu autoestima, en baja porcentual durante esos
momentos. Igual consigue que vuelvas a sentirte importante y apreciado por el
entorno y, lo que es más prioritario, por tu propia persona.
Quién
no recuerda a ese funcionario que viéndote navegar en la confusión del papeleo
y la malla informe de las secciones departamentales, se presta gustoso para
acompañarte al lugar y a la documentación necesaria, a fin que puedas ver un
poco de luz en las kafkianas estructuras de lo administrativo. Por supuesto, él
sabe adelantarse a tu necesidad.
Y
ahora ya, tras lo expuesto, vayamos a compartir una de esas historias que hacen
aflorar el preciado valor de la sonrisa.
Anais se encuentra emocional, física y laboralmente
abrumada. En estos tiempos complicados para la economía, ella aún mantiene ese
puesto laboral, al que llegó hace ya casi ocho años. Se trata de una importante
empresa de mensajería y distribución de mercancías que, ahora, también prueba
suerte en el sector turístico, para el aprovisionamiento de hoteles,
apartamentos y el sector de la restauración. Ella, más otros tres compañeros,
han de afrontar esa dura tarea diaria para el mejor el control de toda la
estructura administrativa y contable, en el densificado grupo empresarial. Reside
en un piso propiedad de su madre, viuda de hace muchos años y que ahora sufre
diversos problemas de salud. Éstos exigen y conllevan una atención importante,
en cuanto al tiempo de dedicación. Anais es madre de una niña, Cintia, que ha
comenzado este curso la secundaria obligatoria, fruto de una relación fallida
con una persona irresponsable y, casi desde que nació la niña, ausente. Parece
ser que su pareja se trasladó, hace también algunos años, a Cataluña, pero de él
nada más se supo. Pero el carácter, positivo y voluntarioso de esta
trabajadora, hace que afronte sus obligaciones laborales y familiares con una
profunda dedicación y eficacia que, poco a poco, ha ido mermando su resistencia
física y anímica. Son numerosas las noches en las que apenas puede descansar,
ante los problemas de salud que plantea una madre, con graves deterioros en su
estructura orgánica. Sólo tiene la ayuda de una asistente social que acude a su
domicilio dos días a la semana, durante unas horas por la mañana. También hay
una generosa vecina de planta, a la que ha dejado la llave de casa, para que le
ayude vigilando, de vez en cuando, alguna necesidad urgente para su madre.
En
este contexto, bebemos referirnos a sus jefes.
El interés empresarial está vigilante, pues ha detectado que su problemática
personal está perjudicando la respuesta laboral de Anais, con un retraso más
que perceptible entre sus obligaciones diarias. Hace dos días fue llamada por
uno de los directivos de la empresa, quien le advirtió de este hecho.
Básicamente le expuso que, en el caso que sus dificultades privadas siguieran
condicionando la eficacia en su trabajo, la empresa tendría que actuar en
consecuencia para poner fin a la relación contractual que con ella mantienen.
Básicamente, en una fría entrevista, le concedió el margen de una semana, a fin
de que pusiera al día sus obligaciones administrativas. En caso contrario, el
despido se produciría sin mayor discusión o dilación.
Pero
cuando esta mañana de lunes ha llegado a su mesa de trabajo, un tanto
somnolienta pues ha tenido que despertarse en un par de ocasiones durante la
noche, Anais se ha quedado gratamente sorprendida. Comprueba que los atrasos en
su trabajo pendiente han sido resueltos. Observa, asombrada que, prácticamente,
todo lo tiene al día. Se queda pensativa y confusa ante los expedientes y
archivadores, que han sido actualizados y normalizados en su gestión. Neila, Javi y Pablo,
continúan con sus tareas. Disimulan, ante la sorpresa de su compañera y atienden al teléfono o teclean ante las
pantallas de sus ordenadores. Al fin, Anais se levanta de su silla y se acerca a
sus compañeros. Está emocionada, pero
acierta a decirles:
“Gracias. Esto
que habéis hecho es verdaderamente maravilloso. Lo tenía todo desordenado y
atrasado. Os ha tenido que llevar mucho, mucho tiempo y trabajo. ¿Cuántas horas,
en el fin de semana le habéis dedicado a mi trabajo? Porque desde luego poner
al día tantos expedientes de archivo no se hace en un rato. Os habéis
sacrificado por mí. Sois muy buenos compañeros
y, sobre todo, mejores personas”.
Los
tres compañeros de oficina sonreían. Se habían puesto de acuerdo para ir a la
empresa el sábado por la mañana. Tuvieron que volver, tras la comida, ese día
por la tarde, hasta poner en orden todo el papeleo que estaba atrasado. Aquel
sábado no hubo campo, cine o fiestas. Pero se sentían felices por haber echado
una mano a esa compañera y amiga que lo necesitaba. Y sin que ella lo pidiera. Con
la sutileza de un estilo elegante y generoso.
Efectivamente,
la vida mezcla sensaciones, gestos y realidades para el contraste, entre la bondad y la acritud.
Ambos planos conviven y dialogan en el discurrir cotidiano del calendario.
Resulta inteligente fomentar la generosidad, frente al egoísmo. La amabilidad,
frente al desagrado. La alegría, frente a la desesperanza. La sencillez, frente
a la ambición. Hay, existen, están, esas estupendas
realidades ocultas que debemos hacer explícitas para generar la
confianza, la verdad y el rostro amable de la sonrisa.-
José L. Casado Toro (viernes, 12 julio, 2013)
Profesor
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