viernes, 12 de julio de 2013

EL GRATO SABOR DE LAS REALIDADES OCULTAS.


Muchos somos los que gozamos con esa inigualable sensación de belleza, naturaleza y misterio, contenida solemnemente en el acontecer de la Historia. Como un buen ejemplo a citar, percibimos ese placer, plástico y anímico, al pasear, en un atardecer sin duda afortunado, por los jardines, fortalezas y dependencias que integran el monumental complejo nazarí de la Alhambra granadina. Sentimos la acústica del agua, que habla, llora, ríe y canta, formando parte escénica de un lugar sólo apto para corazones sensibles. Sonidos que surgen del lúdico pentagrama compuesto por la mágica comunicación de la Historia. Agua que desciende por un Albaicín guarnecido de cármenes y casitas modestas, donde el secreto ritual de las zambras morunas vive hasta todo lo que la noche quiere y baila. Hay misterio y ensueño en ese ritmo travieso del agua. escuchada pero no vista explícitamente ante nuestros ojos. Está ahí, junto a nosotros. Corre y vive con ritmo y delicadeza, pero su modestia la torna invisible, aunque no para la fuerza en los latidos que afloran del alma.

Algo parecido ocurre cuando oímos el trinar de los pajarillos y el resto de las aves que, desde el denso ramaje de la arboleda, convierten el pesar y el desánimo en esa alegría que justifica la vida. Efectivamente, se trata de otra acústica maravillosa que percibimos aunque no la veamos. Y, tal vez por eso, le concedamos más importancia, a fin de que alimente la imaginación y la frágil sensibilidad que en nosotros habita.

Cada día, tarde o mañana, se produce, a muy escasa distancia de nuestra sociabilidad o intimidad, ese misterio, oculto o real, que nos hace amar la vida por encima de todas las cosas. Elijamos algunos ejemplos, en la sencillez próxima del entorno. 

Puede ser ese anónimo vecino que, sin hacer alarde de su gesto, arregla aquella loseta suelta en el suelo que ya ha provocado más una caída, al final de la escalera.

También, ese conductor del bus quien, sin pedírselo, sabe esperar al volante, cuando te faltaban unos segundos para llegar jadeante a la parada.

No pocas veces he sido testigo de la nobleza en el gesto. Me refiero a esa señora que se ofrece, amablemente, a guardarte la documentación y las llaves del coche cuando, estando sólo en la playa, necesitas entrar en el agua a fin de nadar unos minutos para tu goce y necesidad.

En la vecindad o en el trabajo es frecuente el siguiente y ennoblecedor gesto. Un vecino o compañero que, conociendo la soledad en que vives, te regala un rato de conversación, a fin de compensar tu lógica necesidad de comunicar.

Y aquel profesor que conociendo tu bloqueo académico o anímico se te acerca, de manera espontánea, y te dice, con amistosa serenidad “ahora, lo que más me importa eres tú. Ya habrá tiempo, mañana o pasado, de aprender esa fórmula, recordar esos datos o escribir la palabra justa para el lenguaje. Los contenidos podrán esperar. Para mí, antes de todo está tu persona”.

Te hallas en un mercado público municipal. Compras unos pescados y, sin pedírselo, el vendedor o vendedora se te ofrece a limpiarlos o prepararlos, con una sonrisa para la proximidad.

O aquella otra taquillera del cine o el teatro. Ante la representación de una obra importante, y siendo escasas las localidades disponibles, hace todo lo posible por ubicarte en un buen lugar pues “en este otro, hay una columna que le puede molestar para su mejor visión”.

Estás en clase y hay, como tú, un par de compañeras que tenéis, por diversas causas, dificultad para seguir el ritmo global de la explicación. El docente ralentiza, hábil y técnicamente, el trabajo del día a fin de que esos alumnos, atrasados, no incrementen su distancia y desánimo con la mayoría de sus compañeros.

Como estamos viendo, abundan los ejemplos de estos gestos sutiles que despiertan la sonrisa y hacen más agradable la existencia. ¿Por qué me estaré acordando, en este preciso momento, de una estupenda y premiada película, titulada AMELIE, 2001? Dirigida por Jean Pierre Jeunet (Roanne, Loira, 1953) e interpretada por Audrey Tatou (Puy de Dome, 1976), una chica, con cara y alma de ángel, trata de ayudar y mejorar la vida en los demás.

Añadamos algunas otras imágenes y realidades, que ilustran el placer del relato.

Hay un familiar, amigo o vecino que acude a ti, a fin de pedirte un consejo, ayuda o enseñanza. Lo que realmente intenta, con esa delicadeza que proporciona el disimulo, es incrementar tu autoestima, en baja porcentual durante esos momentos. Igual consigue que vuelvas a sentirte importante y apreciado por el entorno y, lo que es más prioritario, por tu propia persona.

Quién no recuerda a ese funcionario que viéndote navegar en la confusión del papeleo y la malla informe de las secciones departamentales, se presta gustoso para acompañarte al lugar y a la documentación necesaria, a fin que puedas ver un poco de luz en las kafkianas estructuras de lo administrativo. Por supuesto, él sabe adelantarse a tu necesidad.

Y ahora ya, tras lo expuesto, vayamos a compartir una de esas historias que hacen aflorar el preciado valor de la sonrisa.  

Anais se encuentra emocional, física y laboralmente abrumada. En estos tiempos complicados para la economía, ella aún mantiene ese puesto laboral, al que llegó hace ya casi ocho años. Se trata de una importante empresa de mensajería y distribución de mercancías que, ahora, también prueba suerte en el sector turístico, para el aprovisionamiento de hoteles, apartamentos y el sector de la restauración. Ella, más otros tres compañeros, han de afrontar esa dura tarea diaria para el mejor el control de toda la estructura administrativa y contable, en el densificado grupo empresarial. Reside en un piso propiedad de su madre, viuda de hace muchos años y que ahora sufre diversos problemas de salud. Éstos exigen y conllevan una atención importante, en cuanto al tiempo de dedicación. Anais es madre de una niña, Cintia, que ha comenzado este curso la secundaria obligatoria, fruto de una relación fallida con una persona irresponsable y, casi desde que nació la niña, ausente. Parece ser que su pareja se trasladó, hace también algunos años, a Cataluña, pero de él nada más se supo. Pero el carácter, positivo y voluntarioso de esta trabajadora, hace que afronte sus obligaciones laborales y familiares con una profunda dedicación y eficacia que, poco a poco, ha ido mermando su resistencia física y anímica. Son numerosas las noches en las que apenas puede descansar, ante los problemas de salud que plantea una madre, con graves deterioros en su estructura orgánica. Sólo tiene la ayuda de una asistente social que acude a su domicilio dos días a la semana, durante unas horas por la mañana. También hay una generosa vecina de planta, a la que ha dejado la llave de casa, para que le ayude vigilando, de vez en cuando, alguna necesidad urgente para su madre.
   
En este contexto, bebemos referirnos a sus jefes. El interés empresarial está vigilante, pues ha detectado que su problemática personal está perjudicando la respuesta laboral de Anais, con un retraso más que perceptible entre sus obligaciones diarias. Hace dos días fue llamada por uno de los directivos de la empresa, quien le advirtió de este hecho. Básicamente le expuso que, en el caso que sus dificultades privadas siguieran condicionando la eficacia en su trabajo, la empresa tendría que actuar en consecuencia para poner fin a la relación contractual que con ella mantienen. Básicamente, en una fría entrevista, le concedió el margen de una semana, a fin de que pusiera al día sus obligaciones administrativas. En caso contrario, el despido se produciría sin mayor discusión o dilación.

Pero cuando esta mañana de lunes ha llegado a su mesa de trabajo, un tanto somnolienta pues ha tenido que despertarse en un par de ocasiones durante la noche, Anais se ha quedado gratamente sorprendida. Comprueba que los atrasos en su trabajo pendiente han sido resueltos. Observa, asombrada que, prácticamente, todo lo tiene al día. Se queda pensativa y confusa ante los expedientes y archivadores, que han sido actualizados y normalizados en su gestión. Neila, Javi y Pablo, continúan con sus tareas. Disimulan, ante la sorpresa de su compañera y  atienden al teléfono o teclean ante las pantallas de sus ordenadores. Al fin, Anais se levanta de su silla y se acerca a sus compañeros. Está  emocionada, pero acierta a decirles:

“Gracias. Esto que habéis hecho es verdaderamente maravilloso. Lo tenía todo desordenado y atrasado. Os ha tenido que llevar mucho, mucho tiempo y trabajo. ¿Cuántas horas, en el fin de semana le habéis dedicado a mi trabajo? Porque desde luego poner al día tantos expedientes de archivo no se hace en un rato. Os habéis sacrificado por mí. Sois muy buenos compañeros  y, sobre todo, mejores personas”.

Los tres compañeros de oficina sonreían. Se habían puesto de acuerdo para ir a la empresa el sábado por la mañana. Tuvieron que volver, tras la comida, ese día por la tarde, hasta poner en orden todo el papeleo que estaba atrasado. Aquel sábado no hubo campo, cine o fiestas. Pero se sentían felices por haber echado una mano a esa compañera y amiga que lo necesitaba. Y sin que ella lo pidiera. Con la sutileza de un estilo elegante y generoso.

Efectivamente, la vida mezcla sensaciones, gestos y realidades para el contraste, entre la bondad y la acritud. Ambos planos conviven y dialogan en el discurrir cotidiano del calendario. Resulta inteligente fomentar la generosidad, frente al egoísmo. La amabilidad, frente al desagrado. La alegría, frente a la desesperanza. La sencillez, frente a la ambición. Hay, existen, están, esas estupendas realidades ocultas que debemos hacer explícitas para generar la confianza, la verdad y el rostro amable de la sonrisa.-


José L. Casado Toro (viernes, 12 julio, 2013)
Profesor

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