Aquella
mañana, aún sin clarear, Raúl se levantó de la
cama bien temprano. Observó, ayudado por la plácida iluminación urbana, las
manecillas de su despertador que, en posición vertical, dividían la esfera plastificada
en dos semicírculos exactos. Este último día del calendario prometía la
evidencia de acabar muy tarde, caminando ya por los senderos de un Nuevo Año. La preparación de la fiesta amenazaba con ser bastante
laboriosa aunque, de manera afortunada, hoy no tendría que fichar en el
trabajo. Con generoso criterio, los jefes habían concedido vacación para este lunes tan
emblemático, a pesar del trabajo que había acumulado en la sección. Total, que
la jornada iba a ser movidita a fin de preparar una singular fiesta, pues
habría significados invitados.
Antes
de una ducha tonificante y su frecuente frugal desayuno, reflexiona acerca del
día. “Van a venir los Apalategui, con el tonteo que
les caracteriza, aunque en realidad son buena gente. Y los Pérez Baltás, que el
año pasado nos invitaron a pasar las doce campanadas en su cortijo rondeño.
Buena la que organizaron, pero es que con aquel montaje, a lo Hollywood, presumían
de la herencia que les había llegado como si de una lotería afortunada se
tratase. Total, que seremos nueve en la mesa. La tía Clara nunca falta. Es la
primera en apuntarse. Y la niña va a traer a su nueva pareja. Con esos cambios
eléctricos que hace en su muestrario de personajes curiosos, siempre confundo
sus nombres, sus aficiones y la facultad donde dicen estar matriculados. Bueno,
me voy a poner en marcha, que está casi todo todavía por hacer. Rosa delega, en
la capacidad de mi esfuerzo e imaginación, el sainete festivo que nos vamos a
montar para la Noche. Como está en su segunda fase del yoga, se mantiene al
margen de tramoyas, preparaciones, guisos o tensiones varias. Ella colabora
“esforzadamente” con sus sonrisas, sus frases ingeniosas y una atención social
de manual a los asistentes. El trabajo, una vez más, sólo es para mí. Así que
voy a tomar la ducha, desayuno y al combate, más o menos cruento, de las
compras. Aunque la faena se presume completita, soy capaz de organizar yo sólo
todo este tinglado. Como no es la primera vez que esto sucede, la experiencia
será una eficaz e inteligente colaboradora. Lo que siempre me pregunto es el
por qué dejo la organización y los detalles para el último día. No, desde luego
la previsión no está entre mis mejores cualidades”.
Apenas
unos minutos sobre las diez, cuando Raúl deja aparcado su vehículo en el sótano
dos de El Corte Inglés. No se explica cómo en
unos minutos ha quedado ocupada toda la planta primera. Pero es que la
significación de la fecha ha movido a muchos otros clientes a madrugar para las
compras. Se dirige a la sección de platos cocinados, en la zona del
Supermercado. Allí elige un pavo asado, primorosamente decorado y un gran
besugo al horno, con verduras salteadas. Le preparan ambos manjares en
recipientes herméticos, aptos para calentar al microondas. Paga con su tarjeta
Visa y cuando camina hacia la puerta del parking, echa una ojeada al ticket de
compra. Tras su asombro, por la cifra, se repite un par de veces aquello de “un día es
un día”. Ahora deja su coche en el aparcamiento de la Plaza de la
Marina. Caminando, se dirige hacia Casa Mira donde
le preparan una gran caja de dulces navideños, no sin antes pasar por Lepanto, donde también compra un postre que
representa esas campanadas para la entrada en una nueva oportunidad. Cerca ya
de la una del mediodía, un nuevo aparcamiento (éste con más dificultad por la
hora) en el Centro Larios. Allí, en Eroski,
elije la bebida, la fruta y las nueve bolsas del cotillón, para los
participantes en el ágape festivo. Botellas de blanco, rosado, Rioja, cava
semiseco, cervezas con o sin alcohol, preferentemente frutas exóticas y no se
olvida de pasar por la charcutería, donde le preparan unos bolsas de jamón,
lomo y queso curado, para los entrantes. Con toda su impedimenta culinaria,
vuelve a casa, donde las manecillas marcan las dos y quince. Evita hacer una
suma aproximada del coste que le ha supuesto la compra para la cena del Año que
finaliza. Lo da por bien empleado. Quiere quedar bien con todos los que le van
a acompañar en la emblemática fiesta.
Resuelve,
de la mejor forma posible, ese rompecabezas de ubicar tantos alimentos en una
cocina de perímetro reducido. El frigorífico se ve densificado en su contenido,
pues hay alimentos que deben permanecer en su interior, hasta la hora de su
consumo. Repara en que se ha olvidado de comprar algo de pan, pero hay una Canasta cercana, allá a la vuelta de la esquina. Con
tantos alimentos ante su vista, se siente un tanto agobiado para su apetito. Calienta un poco de caldo en el microondas,
completando lo frugal de su almuerzo con una tajada de piña, mejorada con algo
de miel. Un tanto cansado, de la ajetreada mañana, se deja caer sobre lo
mullido del sofá en el salón. El sueño reclama su necesidad y sólo despierta
cuando un camión de reparto ha quedado atrapado en su calle. Los coches en
doble fila impiden la necesidad de su tránsito. El terrible concierto de cláxones
le sume en un mar de nervios. Comprueba que son más de las cinco y media y ha
de preparar toda la escenografía para la fiesta y cena. Procura serenarse y dedica un buen
tiempo a ordenar el salón de la casa, asea los cuartos de baño y quita de en
medio esos trastos inútiles que tanto pueden estorbar, hoy que hay visitas a
las que atender. En un momento de la limpieza,
se sienta en el borde de la cama, invadiéndole un rictus de tristeza y hastío.
Pero como se ha estado repitiendo, en los últimos días, no se va a dejar vencer
por debilidades depresivas. Como un resorte, abandona el placer del colchón y
continúa con el aseo y puesta en orden de la casa. Se ayuda y reanima con el
sonido alegre de unos villancicos y otra buena música, traviesamente rítmica
para el estímulo, enlatada desde el disco duro de su ordenador.
¿Cómo me voy a vestir para la Noche? Debo estar elegante,
pero sin pasarme. Los detalles en el atuendo son cosas que preocupan e
incomodan. No me voy a poner unos vaqueros, cuando más de uno, y una, van a
venir para una pasarela de fiesta. Tal vez…. el traje azul oscuro, el de las
ceremonias, con una camisa celeste y una corbata…. Puede servir ésta, con
dibujos ajedrezados donde predominan los colores cálidos. Y los Martinelli
negros que van bien para con todo. También debo preparar la cámara, que después
las baterías te dejan colgado para la sesión fotográfica. Procuraré tomar las
fotos cuando ya hayan corrido las copas, porque estando animados las caras
ofrecen una mayor naturalidad, en medio del jolgorio o en la mesa. Rosa y yo
siempre discutimos acerca de ver el programa por la primera u otras cadenas.
Telecinco anuncia que se van a llevar toda la audiencia con unas sorpresas que darán
que hablar. La verdad es que las campanadas, para mí, es una tradición
escucharlas y verlas por la primera. ¡Las uvas! Sabía que algo se me iba a
olvidar. ¡Santo Cielo. Y son las siete y
media! Me pongo un chándal y a lo mejor las consigo. Ahora resulta que las dichosas
uvas me va a estropear la fiesta. Y estos me poner de vuelta y media si no
tienen la uvas para los deseos de un Nuevo Año.
Pero
el Mercadona cercano tenía ya sus puertas
cerradas. Dándose un gran carrerón, llegó al Centro Larios pero, en ese momento,
salían los últimos clientes. El guarda de seguridad no le permitió entrar en el
establecimiento. Pasaban quince minutos sobre las horas del cierre, para ese
día. Dándole vueltas a la cabeza, se fue por el barrio. Se acordó de las
tiendas que regentan los chinos. Efectivamente, hay soluciones para los tiempos
de crisis. Una tienda del todo a cien vendía
también algo de fruta. ¡Allí tenían bolsitas preparadas, con la uvas para las
campanadas! Y a buen precio aunque, después de todo el desembolso para las
buenas apariencias, habría pagado esas uvas a precio de reventa. En estos
detalles no se puede fallar. Cansado, pero feliz, tomó el ascensor para su
piso. Casi todo estaba ya preparado, por lo que una buena ducha le aliviaría de
su aspecto sudoroso, tras el agobio por esas ultimas carreras en pro de las
uvas. Se relajó con el agua cálida sobre su cuerpo, sintiéndose más animado. El
día había sido de un continuo bregar para que todo se hallara a punto, cuando
comenzaran a llegar los invitados junto a los miembros de la familia. Se había
prometido hacerlo bien y sin ayuda de nadie. Su satisfacción era perceptible y
a ratos explosiva en lo anímico.
Una
vez vestido, completó los últimos detalles en la mesa. Incluso reguló la
calefacción, a fin de que la atmósfera ambiente fuera lo más grata posible para
los invitados. Encendió el aparato de televisión,
cogió una cerveza del frigorífico y se sentó plácidamente a esperar.
Pasaron
los minutos, sobre el tiempo sin rostro. Pero ese timbre, liberador y angelical
para las tensiones, se mostró tozudamente huraño para colaborar. Raúl consumió
esa y otras cervezas. Y dieron las diez, un día más,
para el inmenso drama de su soledad. Todo, absolutamente todo estaba
dispuesto. Pero faltaba, lo fundamental. La dulce compañía familiar y aquella
otra importante de la amistad. Rosa fue incapaz
de una llamada, un simple gesto afectivo, desde su nuevo hogar. Nuria estaba viviendo con su nueva pareja en una destartalada
comuna, que se hacía llamar Filantropía para la libertad. Los Apalategui y los Pérez Baltás,
eran más un deseo de su desequilibrada imaginación que una realidad en el
disfrute de esa Noche infeliz. ¡Ah, y la tía Clara.
Celebraba el fin de Año con unas amigas beatas, en el hogar parroquial. Rompió a llorar como un niño pequeño, buscando consuelo
entre tanto vacío y mezquindad.
Y se
acordó (por uno de esos “prontos” que regala la racionalidad) de doña Julia. Una señora pensionista, del tercero C,
soltera y con muy escasa familia, nacionalizada española pero nacida en Colombia.
En un momento de sensatez y valentía, Raúl bajó los dos tramos de escaleras y
tocó, con un cierto nerviosismo, en el timbre de su vecina.
“Buenas noches, doña Julia. Disculpe la molestia a estas
horas. Como Vd. bien conoce, yo también estoy y me siento…… muy solo. Pero
ésta, es una Noche un tanto especial. ¿Le agradaría acompañarme en la cena? Le
aseguro que me sentiría muy feliz compartiendo con Vd. algún alimento de los
que he preparado en la mesa. Después podremos escuchar los sones de las doce
campanadas…… recibiendo a un Nuevo Año.”
Un
sonido ambiente de palabras en jolgorio, mezclado
con acústicas de tramoyas televisivas, se dejaba escapar a través de otras
muchas puertas. Aquí y allí, las familias estaban compartiendo, con la teatralidad de las vivencias, la cruda realidad de un
calendario que ansía hallar la credibilidad en la esperanza.-
José L. Casado Toro (viernes 28 Diciembre, 2012)
Profesor