Hace ya unas semanas, recibí tu grato mensaje electrónico de felicitación en el que, con esa bondad que te caracteriza, me transmitías un sentimiento de preocupación acerca de la nueva década que apenas hemos iniciado, dentro de la cronología que estructura la división secular. Bueno, habría que aclarar que no todos coinciden en la organización de las décadas y los siglos. Hay criterios que defienden el comienzo de la segunda década precisamente en el año que acaba de finalizar. Otros, por el contrario, conceden esa oportunidad al 2011. Al igual que sucedió con la finalización del siglo XX y el inicio del siglo en curso. Véanse numerosas páginas de Internet que sustentan esta oposición de pareceres para la agrupación temporal. Sea un año u otro, lo cierto es que nos hallamos en una cota existencial, en mi opinión, plena de contrastes e incertidumbres. Quiero compartir contigo algunas “pinceladas” de un lienzo que se torna complicado en su elaboración, interpretación y prospección para el mañana. Aunque ese cuadro tiene una focalización global, el sentido básico del mismo atiende, de manera preferente, a la geografía social de nuestro país.
Primero, la economía. Y después…. la economía. Esta primacía de lo material no nos agrada- Pero la evidencia es más que manifiesta y a ella tenemos, con pesar, que doblegarnos. Personalmente, nunca he llegado a entender a esos “esotéricos” o “extraterrenales” del capital aunque, la verdad, tampoco es que me haya esforzado demasiado en el intento. Esto es como una de tantas y tantas cosas que, inevitablemente, se soportan. A toque de corneta, de incapacidad o más bien de avaricia, llegan las fases expansivas o depresivas en el movimiento y reparto de capitales. A o B, para alegría o desesperación de muchos seres, que se ven dirigidos o manipulados por intereses ocultos que siempre, siempre, benefician a los mismos. Para ellos, para los poseedores y dueños de las finanzas, nunca hay pérdidas. Siempre ganan, aunque reduzcan en algo sus más que saneados beneficios. Y mientras, soportamos dramas personales y familiares, explícitos o soterrados en el disimulo, cuando no hay ladrillo, crédito o inversión empresarial. Tiempos de crisis, tiempos de déficits presupuestarios, tiempos de restricciones para el denominado Estado de bienestar. Después, cuando ellos decidan, sonarán de nuevo las bocinas de la expansión y el desarrollo, habiéndose quedado el campo de la batalla diaria repleto de dramas humanos, con la más variada tipología de desclasamientos, currículums paralelos y autoestimas por los suelos. Y los títulos y certificados al uso, adornando y colgados escénicamente en los paramentos inmisericordes de la inutilidad. Mientras, las organizaciones financieras y bancarias ahí, tan panchas, ofreciendo cada anualidad unos resultados opíparos en su contabilidad, con ese autismo insolidario ante la adversidad general. Pero son intocables. Sagradas, para todos los gobiernos de la más contrastadas ideologías, siglas o escarapelas multicolores para el encuadramiento.
La viciada atmósfera política. En el ámbito del partidismo gubernamental, el panorama es más que evidente. Desolador. Vemos el avance y dominio electoral de las siglas conservadoras, que marcan a la derecha política. Frente a una izquierda desvitalizada, sonámbula, y afectada de una profunda crisis de identidad y eficacia en la gestión, tanto de la cosa pública como en el impulso al sector privado, incrementa sus ya importantes parcelas de poder una derecha en la que su mayor mérito ha sido el hundimiento de sus contrarios ideológicos. Intenta vender un escaparate de centrismo político que ni ellos mismos llegan a creerse. Son los mismos de siempre, los guardianes del interés sectorial capitalista y de las mentalidades ultras del clericalismo, revestidos de un lenguaje y una teatralización en las formas escenificado a fin de conseguir todavía más poder del enorme que ya poseen. Y no han de esforzarse demasiado. La arrogancia, la ineficacia y la falta de ilusión de las siglas más progresistas, van facilitando la totalización paulatina de los sectores más rancios y conservadores, en la sociedad que nos vincula. Indudablemente, hay un partido que, sin estar inscrito en las oficinas electorales, se llevaría de calle cualquier cómputo aritmético en unos comicios para unas Cortes de la sinceridad. El de los escépticos en la clase política. ¡Cuántos ciudadanos iremos a votar, en la primavera inmediata o en el año próximo, con unas simbólicas pinzas en las narices, para no embriagarnos del olor a tufo que desprenden tantas papeletas para el descrédito! Siempre nos quedará la esperanza de que, algún día, surja un grupo o partido en el que el centrismo progresista y solidario sea verdadero y en el que las decisiones que se adopten estén presididas por el servicio irrenunciable a la sociedad, más que por el interés obsesivo hacia ellos mismos. Credibilidad y credibilidad. Y ese valor no se gana con campañas de marketing, millones de capital o con la manipulación obscena del lenguaje.
La educación, desorientada. Uno de los servicios más importantes que toda sociedad ha de priorizar en sus objetivos es el educativo. Miremos hacia la “historia” reciente. La formación reglada en nuestro país se ha visto afectada y lastrada, desde las últimas tres décadas, por los vaivenes normativos decididos por diferentes gobiernos, afectos a esa ideología bipolar en el espectro político. Avances incuestionables, como la escolarización universal, hasta los 16 años, la integración de los alumnos con discapacidad, la aportación de importantes recursos en la construcción de centros escolares, la política democrática expresa en la generación de los Consejos de gobierno, en cada una las distintas comunidades educativas, se ha complicado y empañado por otras decisiones que poco bien han hecho para la calidad educativa de los alumnos españoles. La desacertada promoción de cursos por imperativo legal; el retroceso patético en la profundidad de los contenidos, objeto de estudio; la falta de exigencia en el trabajo diario de los alumnos; el abandono en la seguridad para las personas que trabajan en los centros escolares; el retroceso y degradación en la autoridad que deben ejercer los maestros, profesores y personal de administración y servicios; la carencia o pobreza de ideario en los centros públicos; una errónea política de traslados, comisiones de servicio y sustituciones por baja, que perjudican la calidad en el trabajo diario que deben ofrecer los profesionales de la enseñanza; una falta real de promoción docente, para los Profesores y Maestros; un fracaso patente en la organización y dinamización de las Asociaciones de Padres y Madres de alumnos; la desmotivación progresiva de alumnos y Profesores, lacerante para el nivel de calidad en la formación de los más jóvenes; un servicio de inspección educativa que, ni controla, ni estimula, ni colabora, realmente, en la buena atmósfera que debe reinar en las comunidades educativas; una abandono manifiesto en la formación y apoyo de las importantísimas, por necesarias, “escuelas de padres” que repercute, de forma negativa, en la ineludible coordinación escuela /familia; una organización horaria desacertada, para los profesionales que superan los cincuenta años de edad; la pérdida lamentable de experiencia, colaboración y asesoramiento, de los Profesores que alcanzan una situación administrativa de “pre” o jubilados; la absurda y demencial política de mantener, hasta los dieciséis años en el sistema general, a ese grupo de alumnos, cada vez más importante, que rechazan, de forma visceral, el aprendizaje reglado; el autismo complaciente de los dirigentes políticos, en mantener un sistema educativo que cada año avanza más para el fracaso relativo, con respecto a los países de la Unión Europea. Y en esa estamos. Véanse y analícense las estadísticas de resultados que ofrecen las encuestas internacionales, los estudios de calidad y diagnóstico, junto a las “notas” y calificaciones de los estudiantes, en las diferentes evaluaciones trimestrales.
Existen otras parcelas de actividad, en sumo trascendentes, para la vida de una colectividad. La tecnología sanitaria avanza en la investigación y aplicación de terapias para luchar contra todo tipo de enfermedades, prolongando la esperanza de vida de una forma admirable. Pero el noble esfuerzo de los profesionales de la medicina se ve lastrado con una masificación imposible en la sanidad pública que perjudica, de una forma notoria, la calidad y la rapidez en el diagnóstico y tratamiento del ciudadano enfermo. Es lo mismo que ocurre con un poder judicial colapsado, con retrasos de años para que al ciudadano le hagan justicia. Puede ser ésta una gran década revitalizadora para el uso y disfrute del ferrocarril de alta velocidad. Que el AVE sea hoy un cualificado rival para la circulación aérea, dentro del perímetro nacional, pone de manifiesto la racionalidad, rapidez, ahorro energético y de eficacia global que posibilita el desplazamiento humano a través del raíl. El uso del transporte público es una necesidad cada vez más asumida por una ciudadanía que entiende el coste, los riesgos y las incomodidades que generan unas arterias viarias, en tantos y tantos nódulos, patéticamente colapsadas. ¿Década para el cuidado y protección del medio ambiente y la práctica del reciclaje? Es un deseo difícilmente contestable u oponible, a menos que brindemos, de la manera más insensata, por la destrucción de aquello que hemos de legar a las futuras generaciones. Se ha avanzado mucho en este terreno. Hay una clara toma de conciencia por parte de todos de que ese es el camino inteligente, a fin de conservar y mejorar en medio físico que nos soporta y alimenta. Otra cosa, bien distinta y desalentadora, es que muchos comportamientos cotidianos estén alejados del imprescindible civismo y educación medioambiental. Las consecuencias del cambio climático, por el calentamiento global de nuestro planeta, es de tal gravedad en nuestras vidas que nadie, en este momento y en el futuro, puede mantenerse al margen ante tal dramatismo para el equilibrio del ecosistema.
Desde luego, una asignatura pendiente es la suciedad que aturde a las ciudades y pueblos por una relajación e insensatez en la práctica de la limpieza, en lo privado y, sobre todo, en el entorno público. No ha de olvidarse que, quien ensucia, en primera y última instancia, es el ciudadano.
¿Y a quien no le preocupa la dura evidencia de la crisis progresiva y dramática de la sociedad familiar? Violencias, infidelidades, separaciones y divorcios, la crueldad del desamor, son realidades cada vez más “naturales” o “normales” en el seno de muchos hogares. Crisis, sobre todo, por las gravísimas consecuencias que acarrea para la formación, estabilidad y equilibrio psicológico de aquellos que representan el mayor tesoro o patrimonio que un matrimonio puede poseer: sus hijos. Tantos egoísmos e irresponsabilidades, nublan voluntades y corazones, haciendo necesaria una redefinición y reeducación de la institución familiar.
¿Cuáles son los valores que hoy prevalecen en nuestro entorno personal? La materialidad, el egocentrismo, la superficialidad, la chapucería, la hipocresía y el diálogo carente de acústica solidaria y generosidad responsable. Frente a un patente laicismo que avanza a velocidad de galope, gracias al desprestigio que se han ganado muchos de aquellos que debían sembrar semillas de religiosidad en las almas, habría que buscar a Dios en nuestra propia conciencia y en el corazón de los demás. Y, por supuesto, también en esa verde naturaleza que nos ayuda a entender el limpio mensaje de la divinidad.
Creo que con estas pinceladas, el impresionismo o puntillismo cromático que se ha trazado nos va a permitir conformar en nuestra retina una imagen, con tonalidades subjetivas, de lo que tenemos ahí delante. Una década en la que todos seremos, cada vez más, un poco mayores. Habrá que buscar un digno e inteligente acomodo a ese ejército de veteranos que, tras la dura batalla en las alforjas de su memoria, tiene aún mucho que decir y ejemplarizar en los flancos de la retaguardia. La edad media de la sociedad crece día tras día, año tras año. No se debe dilapidar, de forma tan insensata y necia, la experiencia y la madurez de tantos seres por el hecho de descalificar y degradar unos dígitos insertos en el documento de identidad.
Y para quien piense que este artículo rezuma un pesimismo escéptico integral, quiero reafirmar mi profunda fe en la voluntad del ser humano por adornar esta nueva década de perspectivas que sustenten la esperanza. Hay que creer en los hombres y en la mujeres. En el inmenso valor que atesoran todas las personas. Debemos inocular semillas de fe en nuestra propia capacidad. Creamos en nosotros y pensemos más, mucho más, en los otros, en los demás. Amiga, compañera, mañana ……. mañana continuaremos nuestro diálogo.-
José L. Casado Toro (viernes 21 enero 2011)
Profesor
http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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