En la época de la inmediatez y la eficiencia informática pueden acaecer errores importantes, casi siempre atribuidos a las limitaciones humanas. Estos errores generan hechos y situaciones que al paso de las horas resultan muy problemáticos para las personas implicadas en los mismos. También es verdad que las casualidades tienen su protagonismo en esos conflictos que difícilmente tienen explicación, como no sea por la influencia del destino que se muestra tantas veces burlón con las voluntades humanas. Pero los hechos absurdos suceden y es necesario afrontarlos con sabia e inteligente racionalidad y generosidad. En este contexto introductorio se desarrolla nuestra semanal historia.
Eran aproximadamente las 20 horas de un sábado primaveral de junio. Un cliente que rodaba su trolley gris plata de medianas dimensiones entraba en las instalaciones del HOSTAL EL CARDENAL, ubicado en el centro antiguo de la ciudad del rio Tajo y el pintor El Greco. Toledo se encontraba en esos días inmerso en las populares fiestas anuales del Corpus. Ante el mostrador de recepción se presentó como TRIANO Salazar, indicando que tenía reserva de una habitación doble de uso individual, gestión que había realizado la tarde anterior a través del móvil. Efectivamente el recepcionista, ENRIQUE Hinestrosa comprobó la reserva, por lo que se dispuso a fotocopiar el DNI, indicando a su interlocutor que le entregaba la habitación 317, la única que aún quedaba libre en ese sábado de fiesta. Quiso la casualidad del destino que, cuando Triano estaba recogiendo el pequeño sobre con la tarjeta electrónica para abrir la puerta de su habitación, llegase al mostrador de recepción otro cliente, que esperó prudentemente a que finalizara la gestión que el profesional hotelero realizaba. Triano consultó en el sobre de su tarjeta los horarios básicos del desayuno y resto de comidas, dirigiéndose a continuación a uno de los dos ascensores, acompañado de su trolley que tenía dificultades de rodaje en una de sus cuatro ruedas.
“Buenas noches. Mi nombre es ALONSO Alcubilla, procedo de Málaga y tengo reserva para esta noche”. El recepcionista, mostrando una cierta extrañeza en su asténico rostro, tecleó su nombre y observó la pantalla de su ordenador. Con profunda seriedad respondió al cliente que mostraba también una imagen de franco cansancio. “Sr. Alcubilla, el ordenador me indica que la concesión de plaza que se le había otorgado aparece como anulada”. El operario siguió tecleando, tratando de buscar una explicación a este insólito hecho que se le estaba presentando. “Vd la solicitó ayer viernes por la mañana, pero por algún error del teclado o de la aplicación, aquí figura como anulada una hora después de la concesión. Esa habitación libre, en la tarde de ayer quedó reservada a través de Booking para el cliente que habrá visto ante el mostrador hace unos minutos y que ya ha subido a la única habitación que quedaba libre, la 317”. El sofoco quedaba reflejado en el rostro afilado del recepcionista de mediana edad. “Es la primera vez que me ocurre un hecho de esta naturaleza. No me lo puedo explicar.”
Era un caso humanamente problemático. En el Candil no quedaban más habitaciones libres esa noche. Probablemente ocurriría lo mismo en la mayoría de los hoteles de la ciudad, por motivo de las populares fiestas. Posiblemente algún gesto involuntario con el teclado había provocado el grave error de anular una reserva de habitación injustificadamente. El recepcionista Enrique pensaba que tal vez el error pudo cometerse en algún momento en el que habría numerosa clientela ante el mostrador. En consecuencia, se tuvo que armar de valor para explicar al cliente Alonso Alcubilla la desafortunada situación en la que se hallaban. Para colmo era sábado, un día de muchas entradas en los establecimientos hoteleros.
Con gran enfado Alonso respondió: “Y no me pueden hacer un hueco? Desde luego no me pueden dejar en la calle. No olvide que tengo mi concesión en el móvil”. En ese momento de intensa tensión, acertó a pasar por recepción el director del establecimiento, FELICIANO Santillana, quien se acercó al mostrador al escuchar la discusión que subía de tono, por la actitud del cliente defraudado. Tomando conciencia de la situación intervino, tratando de apaciguar los ánimos.
“Cálmese, Sr. Alcubilla. Una situación tan poco frecuente nos ha pasado. Llevamos en toda la ciudad unos días muy ajetreados con motivo de las fiestas del Corpus. Un fallo humano, desde luego muy infortunado, todos lo podemos cometer. Y le pedimos sinceras disculpas por este mal rato que le estamos haciendo pasar. Vamos a ver que se puede hacer, con todo el hotel al completo. ¿Quién tiene la 317, la última habitación ocupada?” “El Sr. Triano Salazar. Es habitación doble de uso individual” respondió el recepcionista.
Ambos profesionales se miraron y de inmediato se dirigieron al cliente Alonso “¿Aceptaría compartir habitación con el Sr. Salazar, siempre que éste estuviera conforme a esta nueva situación? Por supuesto que el hotel les compensaría el prejuicio de alguna forma, por ejemplo, con la cena de esta noche que les resultaría gratuita”.
Alonso Alcubilla, perito tasador de seguros, con el cuerpo y rostro muy cansado, tras unos segundos de duda, movió la cabeza afirmativamente. “Si no hay otra solución mejor, pues adelante. Estoy muy cansado porque el trabajo durante el día de hoy ha sido muy intenso. No tardaré en irme pronto a la cama” ¡Estupendo! musitó el director Feliciano Santillana. Pronto estaba Enrique el recepcionista llamando a la habitación de la tercera planta. Al fin Triano pudo atender la llamada, ya que estaba saliendo de la ducha. Se le rogaba que a la mayor premura bajase a salón de recepción para plantearle una petición.
La espera fue tensa, aunque Feliciano trataba de animar a Alonso interesándose por la profesión y circunstancias del perito tasador.
“He venido desde Málaga, en donde resido, para un asunto que he de resolver en Burgos. Después tengo que pasar por Salamanca. Utilizo el vehículo de la empresa para estos desplazamientos en cadena. He conducido durante muchos kms. Incluso he tenido que parar en Jaén para saludar a un compañero de empresa que ha sufrido una pérdida familiar. Todo ello conduce a que el cuerpo me pida descansar. Y no me esperaba, en absoluto, encontrarme en esta peculiar y desagradable situación”.
Vestido informalmente, apareció Triano Salazar, 39, caminando desde el ascensor. Se le planteó de forma escueta el conflicto por el error informático que se había generado, con la habitación 317. Estuvo bastante serio escuchando la petición que se le hacía. Breves segundos de reflexión y al final este actor de teatro, no muy famoso, aceptó la proposición. “No le voy a dejar en la calle, Sr. Alcubilla. Por fortuna las camas están separadas. No ha de preocuparse, pues están separadas. (todo ello dicho con un poco de sorna). Santillana respiró aliviado. Les indicó que ambos podían pasar a cenar cuando deseasen, a cargo de la empresa. El comedor buffet estaba abierto hasta las 11. Alcubilla dio efusivamente las gracias a su compañero de habitación. Viéndole tan cansado (su DNI indicaba que estaba por los 51) Triano se ofreció a llevarle el trolley y enseñarle la habitación.
Los dos comensales compartieron mesa para la cena y esa información propia de dos personas que acaban de conocerse. Triano comentó acerca de sus actividades escénicas. Volvía a Madrid tras visitar a un familiar en Almería y pensó en descansar la noche del sábado en Toledo, una ciudad que siempre le había encantado, a fin de recorrer la parte antigua de la ciudad del Tajo ese domingo y disfrutar de sus rincones con encanto. El lunes conduciría hasta Madrid, en donde preparaba, junto a un nutrido grupo de actores, una obra dramática EMMAque se iba a representarse a partir del septiembre en el Lope de Vega. Era la primera vez que compartía una habitación y, en este caso, con un compañero prácticamente desconocido, por un travieso error informático.
Alonso le explicó que, por la naturaleza de su oficio, tenía que hacer mucha carretera, ya que los asuntos importantes de peritaje le hacían tener que acudir a lugares muy diversos, a la mayor brevedad posible. Su destino era Salamanca, pero tenía que descansar y consideró que era mejor quedarse en una ciudad histórica, como Toledo, evitando el bullicio estresante de la capital de España. El domingo por la mañana pasearía también por el entorno antiguo de la ciudad de El Greco y después del almuerzo tomaría el volante hasta la ciudad del Tormes.
Tras los cafés “descafeinados” que saborearon se dispusieron a subir a la habitación. Alonso se dio una reconfortante ducha, yéndose pronto a la cama, mientras que Triano ojeaba unos dossiers de la obra que esta preparando. Sobre la 1 de la madrugada, Alonso se despertó sobresaltado. En su somnolencia escuchaba una fuerte voz en el cuarto de baño. Era la de su compañero de cuarto Triano, quien declamaba algunos pasajes del libreto argumental de la obra que estaba preparando. Por alguna razón, no se sabía muy bien algunas partes de su papel, por lo que repetía las mismas largas frases, una y otra vez. El tasador de seguros se preguntaba con los ojos medio entornados “este hombre ¿cuándo duerme?”. Como Triano seguía con su recitado, Alonso se tapó la cabeza con una de las almohadas, para intentar volver a conciliar el sueño.
Sobre las tres y pico, Triano se había levantado de su cama para beber agua e ir a los servicios. El ruido del pequeño frigorífico y los del cuarto de baño volvieron a despertar a Alonso. Parece ser que al actor le había sentado mal algo de lo que había tomado durante el día. Los sonidos fétidos procedentes del baño, a modo de tronera gaseosa y los intentos con la cisterna para arrastrar los sedimentos orgánicos eran incompatibles con el sosiego necesarios para el bien dormir. Desde luego que los aromas que procedían del pequeño habitáculo para el baño eran del todo poco agradables. Otra vez se cubrió la cabeza con el almohadón, hasta que al fin pudo retomar su interrumpido descanso. Cuando el actor volvía a su cama, observando que su compañero se cubría la cabeza con dos almohadas, considerando que lo había despertado, se disculpó con una frase emblemática: “Perdóneme, compadre. Es que algo me ha sentado mal y tenía fuertes necesidades de “mayores”.
Parecía que la noche recuperaba su calma, cuando a las seis de la mañana el paciente y sufrido Alonso creyó, en sueños, estar dentro de algún templo religioso de naturaleza budista o hindú. Escuchaba unas jaculatorias, letanías o rezos que con sus repeticiones volvieron a despertarle. Sacó la cabeza debajo de la colcha que también lo cubría y percibió un fuerte olor a “pachuli” y a otras esencias embriagadoras, las cuales inundaban la cargada atmósfera de la no muy espaciosa habitación. Una gruesa vela de cera roja, a modo de fálico mástil naviero, iluminaba desde el suelo el pequeño hall de entrada a la habitación. Asustado, pulsó la lamparilla de la mesita de noche. El lecho de Triano estaba deshecho y vacío. Entonces se incorporó de su lado donde “dormía” y vio al extraño compañero cubierto sólo con una camiseta blanca y un sleeps con estampados diversos de naturaleza sexual, que estaba sentado sobre una toalla de baño, extendiendo sus brazos sobre el velón encendido. Parecía estar como “poseso” porque no cesaba de repetir la misma jaculatoria de lenguaje desconocido, con los ojos “afilados” bien abiertos, aunque de inmediato y moviendo los brazos lo animaba a unirse a esos exotéricos cantos monocordes, probablemente pertenecientes a religiones del oriente asiático. Los rezos incrementaban el volumen de una voz emocionalmente tensionada hasta el éxtasis. De inmediato, el orador dio como un salto, a modo de pantera, incorporándose desde el suelo, ante el críptico pánico del tasador de seguros. Se acercaba pausadamente a su cama, moviendo los brazos ostensiblemente y elevando las piernas huesudas, cuyos pies, calzados con chanclas indias de material, al pisar con fuerza el parquet de madera percutían con sonidos graves y terroríficos.
Sin poder controlar el miedo que le aterraba, el perito tasador de seguros salió corriendo escaleras abajo, con un ceñido pijama de color trigo degradado y unas alpargatas de paño marrones a cuadros, regalo de su tía Jacinta. Dio un par de resbalones por la escalera, el último de los cuales le hizo entrar en la sala de recepción desplazando velozmente sus nalgas sobre las losetas barnizadas de cerámica castellana, con los pies al aire, ya que las alpargatas de paño habían salido “volando” con el impulso, hasta ser relanzadas por el mostrador de caoba marrón, “tomando tierra” en la oronda cabeza de Enrique Hinestrosa, que hacía guardia esa noche de sábado. Al ver aquella fantasmagórica aparición, alpargatazo incluido, dominado por el miedo dio un salto desde su sillón donde dormitaba plácidamente. Sólo acertó a decir ¡Cálmese, Sr. Alcubilla! ¿Ha tenido Vd. un mal sueño? Alonso, presa de los nervios, apenas podía explicar la terrible experiencia que acababa de sufrir en la 317.
Cuando al fin pudo narrarle el comportamiento del compañero de cuarto, el recepcionista acompañó al Sr. Alcubilla hasta la habitación de la tercera planta. Entraron y vieron que Triano estaba de nuevo encerrado en el baño, mientras el olor a pachuli se mezclaba con los aromas fétidos que seguían emanando desde el lavatorio. La vela de cera roja aún permanecía encendida, encima de una de las toallas del cuarto. Alonso metió sus enseres, a ritmo legionario, en su trolley, saliendo a toda prisa con el pijama aún puesto. En los aseos se pudo cambiar el pijama por el traje gris que llevaba puesto cuando llegó al hotel. Se despidió de Hinestrosa, quien le aseguró, tras rogarle sentidas disculpas, que daría parte al director Feliciano Santillana, acerca del extraño comportamiento del cliente Triano Salazar. Eran las 7.25 de la mañana de domingo. Alonso dentro de su Peugeot, le “dio todo gas al motor” apretando con toda su fuerza el pedal acelerador. Perjuraba que nunca más, por nunca jamás, aceptaría un compañero de cuarto en una habitación de hotel.
Como era domingo, el comedor para el desayuno fue abierto a las 8:30. A las nueve en punto apareció sonriente Triano por la sala de recepción. Llevaba una bolsa de plástico en la mano izquierda. Preguntó por su compañero de cuarto. Enrique le explicó que había tenido que ausentarse urgentemente por motivos personales. “Entonces aquí les dejo las alpargatas, muy chulis y “olorosas”, que se ha dejado en la habitación” “¿Piensa Vd quedarse también esta noche? Por supuesto”. Enrique Hinestrosa pidió al servicio de camareros que le subieran una taza de tila desde el comedor. En su interior pensaba “Hay clientes especialmente difíciles para la convivencia”. –
LA HABITACION 317
José L. Casado Toro. PUNTO DE ENCUENTRO PARA LA AMISTA
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
Viernes 19 septiembre 2025
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