Solemos mantener, a lo largo de nuestras vidas, determinados y relevantes recuerdos que se hallan anclados en el pasado. Son lúcidas y positivas vivencias que, aun con el paso de los años, resultan imborrables en el acervo de nuestra memoria. En esas imágenes que hemos protagonizado en el tiempo pretérito, siempre hay alguna que adquiere un significado especial, por muy diversas circunstancias. Con el paso del tiempo esa imagen o vivencia la vamos mitificando e incluso exagerando. Cuando al fin tratamos de recuperarla o revivirla, nos encontramos de bruces con la cruda realidad de su imposibilidad. Y es que “el almanaque” impone su imperturbable y fría modulación, para nuestros ilusionados y probablemente desvirtuados deseos. En este contexto nace la narrativa o relato de esta semana.
La tarde para VIDAL ALBERCA había resultado sorprendentemente instructiva y distraída. Había asistido a una conferencia, sobre un barrio ya casi desaparecido de Málaga, por la nueva urbanística de la zona en los terrenos del antiguo Perchel, nombre que aún se mantiene para ese espacio urbano. La amena exposición del investigador había estado sustentada con la proyección de numerosas fotografías históricas, tomadas en distintos momentos de lo que fue ese barrio señero para la identidad de la ciudad. La instructiva y atrayente actividad, desarrollada en el salón de actos del Rectorado de la UMA, sito en el paseo del Parque, había congregado a un numeroso público, especialmente a una masa social ya jubilada, como Vidal, personas mayores interesadas por conocer detalles acerca de las raíces históricas de la actual ciudad.
Sobre las nueva y treinta, tras subir al bus municipal número 11, llegó a su domicilio, ubicado en el barrio universitario de Teatinos. Esta acomodada vivienda de dos dormitorios, la heredó al fallecer su tía Herminia sin otros herederos directos. Vidal ha trabajado durante muchas décadas, casi cuatro, en la institución bancaria Unicaja, a pesar de que su titulación universitaria era licenciado en Filosofía y Letras, en la rama de Historia, cursada en la Universidad de Granada, con la oposición permanente de don Servando, su padre, letrado de la Audiencia malacitana. Cuando finalizó sus estudios y estar su hijo más un año “perdiendo el tiempo, este prestigioso abogado contactó con algunas amistades, a fin de que hicieran “un hueco” laboral a Vidal, en la muy consolidada y tradicional entidad financiera, para que tuviera un sueldo mensual con el que ganarse la vida. Trabajó en diversas oficinas, teniendo que esperar hasta una década posterior a su ingreso en la plantilla, para conseguir el puesto de interventor. No llego a conseguir el puesto de director de sucursal. Con la reestructuración bancaria en la que se embarcó la entidad para la que trabajaba, obtuvo una interesante “pre” jubilación, a la cómoda edad de 58 años.
Ya para entonces, su esposa RAFAELA, comercial de una importante agencia inmobiliaria, había buscado “otros horizontes” afectivos. Cuando se le preguntaba a esta activa mujer por la causa de su desvinculación afectiva, después de muchos años de matrimonio, ésta solía responder a sus amistades íntimas, con una cómica ironía: “de aburrimiento. Llegó un día en el que tomamos conciencia de que ya no nos quedaba nada por decirnos y lo mejor era que cada uno tomara su propia senda por los “venturosos o inciertos” caminos de la vida”. El matrimonio tuvo una doble descendencia: Amina, casada, con dos hijos y Hernando, que ya va por su tercera pareja, dado su voluble carácter.
Esa noche de viernes, Vidal se subió para la cena, desde un popular restaurante cercano, una ración de habitas con jamón y una ensalada de frutas, preparándose en la cocina para el postre una taza de chocolate caliente, dulce alimento del que se siente adicto. Pasaban unos minutos de las 22:30 cuando, de manera imprevista, sonó su muy apreciado móvil IPhone. Al otro lado de la línea, una voz que le resultaba desconocida se presentó como DAMIÁN Luarca.
“Buenas noches, querido compañero Vidal. ¿Qué es de tu vida? Tengo tu teléfono, gracias a un directivo de Unicaja, Alfredo Llerena, vecino del bloque donde resido. Vi tu nombre en un listado del banco donde has trabajado y tu localización no ha sido difícil. Igual no te acuerdas de mí. En nuestros tiempos granadinos de facultad me llamaban cariñosamente Dami el “borrachuelo”, ya sabes, por mi afición al “mollate”, felizmente superada hace tiempo. El motivo de mi llamada es que este año, a finales de junio, celebramos las bodas de oro de nuestra promoción, 1968-73. Parece que fue ayer … ¿verdad? Yo estoy en la comisión organizadora de una agradable cena de hermandad que pretendemos celebrar en nuestra querida y nostálgica Granada, el sábado 24 de ese mes, en el prestigioso (lo hemos constatado) Mesón Los VERGELES, en la salida para la carretera de la sierra, perteneciente al municipio de Cenes de la Vega. Como esta llamada te habrá cogido por sorpresa, te lo piensas. Nos gustaría que asistiera la mayoría de la promoción, todos aquellos que todavía “podemos contarlo”, ya que el calendario, infortunadamente, se ha llevado a algunos de nosotros”.
Hemos echado manos al cuadro de los admirados profesores, pero, después de cinco décadas desde que finalizamos la carrera, todos menos dos (Arqueología y lengua árabe) ya no están entre nosotros. Hemos hablado estos dos muy veteranos profesores, pero justifican su inasistencia porque tienen diversos achaques, debido a su avanzada edad. Pero lo importante es que nos reencontremos los compañeros de clase y disfrutemos emocionalmente este momento tan excepcional y venturoso en nuestras vidas. ¡Anímate! Querido Vidal”.
Vidal, con muy buena memoria, agradeció a su compañero Dami, catedrático de Instituto jubilado, todo su esfuerzo y amabilidad para contactar con él. Como ya tenían los números telefónicos, quedaron en llamarse, aunque le aseguró que, en principio, le parecía una idea muy afortunada el fraternal y emocionante reencuentro. Haría todo lo posible por estar presente en la inolvidable ciudad nazarí.
Cuando la inesperada comunicación finalizó, Vidal abrió una maleta con muchos años de uso, utensilio que tenía guardado en el cuarto trastero. En su interior, guardaba recuerdos entrañables e importantes de su vida, que no quería tenerlos de por medio. Efectivamente, allí buscó y encontró la orla académica, con las fotografías de los profesores y compañeros de la promoción 1968-73. Las imágenes aparecían en blanco y negro, aunque ya con tonalidad algo amarillenta, debido al paso del tiempo. Repasaba, con indisimulable emoción, las fotos de los compañeros y profes, de la promoción de Historia, todos con 22-23 años y algunos esbozando una “pícara sonrisa”. La nostalgia que le embargaba era manifiesta. Algunos de estos jóvenes ilusionados, con toga y corbata, ya no estarían en este mundo. La vida de unos y otros daría para llenar las páginas de gruesos libros. Y miró a don Antonio, a don Miguel, a doña Lourdes, a don José, a don Alberto, a don Domingo, a don Juan, a don Joaquín, a doña Josefina … ¡Cuántos recuerdos se agolpaban en su mente! ¡qué rápido pasa ese medio siglo de nuestras vidas! Y allí, en una esquina de la gran cartulina estaba MARIA DE LOS ANGELES, compañera con la que estuvo saliendo durante los tres últimos años de licenciatura. Miró esa foto, ese rostro nunca olvidado y muy querido, una y otra vez. Los recuerdos se le agolparon, gozosa y dolorosamente en esos minutos silenciosos de la madrugada, protegida de estrellas.
Marian era una chica de carácter muy vital y emprendedora, perteneciente a una humilde familia jienense (su padre era de oficio zapatero remendón, muy trabajador pues supo sacar “a flote” a sus cuatro hijos, dándoles carrera para el día de mañana). Pensaba ¿cómo sería en la actualidad aquella esbelta y delgada figura, de mirada “angelical y bondadosa, semblante que mostraba, aún en los momentos más complicados que siempre acaecen para todas las personas. Recordaba con inolvidable sentimiento aquellos tan gratos paseos que juntos disfrutaban por las tardes, en los que alternaban tres bellas zonas del “paraíso” granadino: el Paseo del Violón, la subida al barrio empedrado del Albaycín o también, esa otra subida de la Cuesta de Gomérez, para pasear por al verde arbolado, misterioso y sublime, circundante a los Palacios de la Alhambra y los Jardines del Generalife. Solían cenar juntos, los viernes y sábados, durante esas noches “interminables” y divertidas, con esa primera, segunda e incluso tercera suculentas tapas, bien regadas con cerveza o ese tinto embriagador para las risas, las ocurrencias y, siempre, las más sensibles confidencias. Cuando ya en horas de “brujas” y luceros adormilados volvían a sus respectivos colegios mayores (Montaigne y Santiago) sus piernas flaqueaban, debido a la intensa ingesta que habían tomado, deliciosa pero insana, en esos tiempos valientes de juventud, en el que casi todo se hace “posible”. ¿Qué habría sido de la muy querida y añorada Marian?
Ambos compañeros de clase, en la antigua facultad de Letras de la calle Puentezuelas, pasaban también juntos las horas para el estudio en la académica y señorial biblioteca, con aquella pobre iluminación propiciatoria para dioptrías y miopías. Recordaba también aquel pequeño montacargas que transportaba los libros solicitados o devueltos, que subían y bajaban desde los “infiernos”, cómica expresión para referirse a los sótanos del palacio de las Columnas, en donde estaban organizados los importantes fondos bibliográficos. También compartían sus visitas al bar de la facultad, para esa merienda reparadora, servida por el “brujo” o “mago” del café, mágicas infusiones que costaban escasas pesetas y que sabían a gloria dinamizadora para la mente, por el contenido misterioso de la achicoria que contenían. Algunos compas, con ganas de choteo, las comparaban a la mítica “centramina”. El brujo Fernando, siempre abierto a la sonrisa, con su pequeño bigotito y su delantal de servicio, sabían comprender a esos jóvenes estudiantes que en tiempos de carencias difícilmente podían pagar el café de la tarde. Cuando no había “compas” que invitaran el brujo traía la pócima o mágica infusión, con esa frase consolatoria de “mañana me lo pagas”, un mañana que se eternizaba por virtud de la santa paciencia del servicial camarero.
Esa “nerviosa” noche Vidal durmió poco. Los recuerdos se le entremezclaban, destacando su permanente fijeza en la alegría, ternura, delicadeza que Marian le transmitía, con la que se sentía vitalizado cuando estaba junto a ella. Sus ojos celestes, su fina melena color castaño y esa su convincente sonrisa angelical que tanto apreciaba, por sus efectos terapéuticos para los momentos nublados del día.
Pero a mediados del último año de estudios, la situación entre ellos comenzó a “enfriarse”. Tal vez el estrés de un curso y carrera que finalizaba, con esos exámenes finales que tensionaban los esfuerzos de cada día, fue intensificando los siempre mal aconsejables egos y comportamientos infantiles, a pesar de la etapa juvenil que desarrollaban en sus respectivas existencias. Parece ser que la chica había entablado “vínculos afectivos”, durante el verano vacacional anterior, con un apuesto y joven concejal socialista, en la localidad natal y familiar de Marian, la bella localidad jienense de Baeza. Incluso en la espectacular fiesta final de curso y carrera, celebrada en los salones y jardines del Hotel Alhambra, junio de 1973, estuvo presente Feliciano, el concejal baezano que, evidentemente, ya estaba en “amores” con la ilusionada Marian. Para entonces, también Vidal pasaba largas horas con Rafi, también malagueña como él, que estudiaba Empresariales y Comercio, y a la que había conocido en un cumpleaños de un amigo y compañero del Colegio Mayor Santiago y con la que, cuatro años más tarde acabaría matrimoniando. Las ilusiones más intensas acaban modificándose, en ocasiones, de la forma más extraña o sorprendente.
La vida con Rafi dio de sí todo lo que el destino y sus voluntades pusieron en valor. En realidad, nunca olvidó la tierna mirada, la humanidad vital de Mª Ángeles, de la que nunca más había tenido noticias, desde aquel año en que uno y otro volvieron a sus respectivos lugares de residencia familiar. Esa noche de “dulce” insomnio, se preguntaba repetitivamente: ¿cómo sería la “angelical” Marian, cincuenta años más tarde? ¿por qué no tratar de localizarla, antes de acudir a la fiesta de aniversario en los Vergeles de Cenes de la Vega? Mirándose al espejo era obviamente consciente de que el tiempo había pasado por su cuerpo. Ahora ya no lucia su denso pelo castaño oscuro, que presumía en su época juvenil, sino una gran alopecia, con las zonas o “islas parietales” completamente blanqueadas por la edad. Su epidermis desde hacía años se había vuelto agrietada y rugosa. Su ágil delgadez había desaparecido, teniendo que usar ahora la talla 52/54 para los pantalones en su fusiforme u oronda figura, debido a su tendencia a las copiosas ingestas. Los arreglos en la dentadura habían mejorado y disimulado esas piezas perdidas, que afeaban la sonrisa. Dejó finalmente de mirarse en su realidad y se fue presto a Internet para intentar localizar al mito afectivo de su juventud: la nunca olvidada Marian.
Estuvo “navegando” por las redes hasta las cuatro de la madrugada, pero sin suerte. La localización de Mª Angeles Arania Percal se tornaba harto dificultosa. Cuando se despertó a la mañana siguiente, cayó en la cuenta de que el camino más fácil para llegar a su antiguo amor era preguntarle a su amigo “el borrachuelo”.
“Perdona Dami, que te llame a estas tempranas de la mañana. Ya sabes que sobrellevo el insomnio y tú eres una persona comprensiva. ¿Necesito preguntarte si has contactado con aquella compañera de ojos azules, muy buena estudiante, que se llamaba Marian Arania? Me gustaría hablar o saber algo de ella, Ya sabes que estuvimos saliendo durante tres años”.
“No importa la hora, Vidal. Efectivamente hablé con ella. Reside en tu misma provincia, concretamente en el pueblo de Mijas. Me comentó que, una vez separada y con los cuatro hijos criados, se trasladó a vivir a una zona tranquila, entre el mar y la montaña, en un acogedor apartamento, que sus padres le dejaron en herencia. Creo que ahora se dedica y entretiene con tareas artesanales, tejiendo muy bonitos paños de hilo, después de años de docencia en la secundaria. Te facilito su dirección exacta y el número de móvil. Pero tengo la impresión de que puedes equivocarte. Vidal, han pasado 50 años por nuestras vidas. Aunque los dos estéis separados, ten cuidado con lo que haces”.
Tras haber conseguido esos datos que tanto anhelaba, se sentía profundamente emocionado. Volver a contactar con el amor de su vida e incluso poder estar físicamente con ella, le hacía recuperar esa vitalidad y juventud perdida hacía ya muchas décadas en el almanaque de su existencia. Estaba convencido de que con Marian su vida habría sido más feliz que con Rafaela, cuya relación había acabado por aburrimiento recíproco. Recordaba repetidamente su mirada y tierna sonrisa. Su extremada y bella delgadez, que facilitaba su motivadora agilidad en los movimientos. El dulce timbre de su voz, en el que más que hablar susurraba, siempre procurando no herir incluso en las discrepancias. La fijación e idealización en su memoria era “obsesiva”, desde la afortunada llamada telefónica de Dami. ¡Cómo sería la naturaleza o calidad humana de aquel concejal, para haber conseguido que su añorada Marian, todo bondad, lo dejara!
Tras el frugal desayuno (la emoción le había reducido el apetito) marcó ese número que le había facilitado el “borrachuelo”. Al otro lado de la línea, respondió una voz ronca u austera, que él no recordaba, identificándose como Marian.
“Buenos días, Marian. Te extrañará esta llamada. Nos conocimos hace “medio siglo” ya que fuimos compañeros en la facultad de Filosofía y Letras de Granada, en la calle Puentezuelas, Acabamos nuestros estudios en 1973. Soy Vidal, Vidal Alberca. Estuvimos muy unidos en la amistad, durante años. Desde ese año emblemático en nuestras vidas, no hemos vuelto a tener contacto. ¿Vas recordando? Nos sentábamos juntos en las clases, en esa primera fila a la derecha, pues siempre tuve alguna dificultad de visión. Para mi fuiste más que una amiga, el gran amor de mi vida. Nunca te he olvidado. Ha sido Damián, el compañero al que llamábamos el”borrachuelo” quien me ha facilitado tu número, a consecuencia de la fiesta del cincuentenario en los Vergeles de Cenes”.
Le extrañaba el silencio que mostraba su interlocutora quien, después de la larga perorata explicativa que le había hecho, al fin habló, haciéndole una pregunta con un tono algo brusco y cortante:
“Pero ¿Vd. quién es?” “Pues tu compañero y antiguo novio Vidal…” “Yo a Vd. no le conozco. Me perdonará, pero es que ahora tengo la memoria algo frágil” “Seguro que cuando me veas, me reconocerás. Eso sí, con más años”
Le aportó otros detalles, para facilitarle el reconocimiento, indicándole incluso su posición en la orla académica. Hasta que finalmente la Sra. pronunció una expresión que le llegó al alma. “¡Ya caigo, tú eres Vidalito! ¡Claro que sí!
Quedaron en encontrarse, unos días días más tarde, en la localidad de Mijas donde ella residía, a donde Vidal se desplazaría, con la mayor ilusión, sin el menor problema. En la tarde del siguiente viernes, a las 18 horas, habían quedado citados en la plaza del Ayuntamiento. Ese día el pueblo de Mijas estaba muy densificado de visitantes turistas. Vidal dejó su vehículo en el parking municipal y salió a la gran plaza de la Virgen de la Peña, en donde veía a muchas personas con atuendo turístico. Miraba de aquí para allá y no reconocía a la actual Marian. Habían acordado que ella iba a ir vestida de color azul, mientras que él llevaría una gorra beige deportiva, también de color azul (con la que quería disimular su profunda alopecia. Sintió una mano sobre su hombro, se volvió y quedó impresionado: una señora, mayor como él, le sonreía. “Yo soy Marian. Tu eres Vidalito ¿verdad?”.
Desde luego, los kilos acumulados habían traicionado la muy lejana esbeltez de dos cuerpos, que no se veían desde hacía medio siglo. Marian lucía el color celeste de sus ojos. La permanente que llevaba y el teñido violeta que se había puesto, disimulaba, sin duda, el cabello cano de su cabeza. En realidad, se había colocado un aplique o peluca, para compensar lo ralo o difuso del cabello propio. También ella “sufría” ese agrietado de la piel, que traicionaba la finura rosácea de aquella joven de 20-22 años. Marian se apoyaba en un elegante bastón, justificándose por unos problemas de lumbalgia que le aquejaban con frecuencia. Vidal se fijó en la actual robustez e hinchazón de sus piernas. De su voz celestial y dulce nada quedaba pues, aunque lo había dejado hacía unos diez años, el tabaco había hecho mella en su garganta.
Sentados en una cafetería de la gran plaza, se observaban una y otra vez, intercambiando sonrisas y palabras de cortesía.
“A mi marido Feliciano lo pasaporté, porque el muy fulano me la pegaba con una funcionaria de la delegación de Hacienda, que lo traía loco, como a un perrito faldero. Ahora empleo mi abundante tiempo libre con los cuatro hijos que tuve, entreteniéndome muchos días visitando a mis nietos. Hago labores de artesanía con hilos, tejiendo paños y otros elementos para la decoración del hogar. También estoy algo enganchada al bingo, como distracción, por supuesto,”
Vidal también le contó cómo había sido su vida, en esas cinco décadas de tiempo transcurrido. El antiguo trabajador de Unicaja sentía, por momentos, una gran decepción. Se decía a sí mismo ¡Qué duro es el paso del tiempo! Permanecieron juntos casi dos horas, recordando anécdotas de aquellos felices y juveniles años de universidad. Pidieron al camarero que les hicieran unas fotos, para recordar el feliz reencuentro. En un momento concreto, Marian le confesó que no pensaba asistir a la cena del cincuentenario. Pondría alguna excusa amable, para no quedar mal. Le deprimían estas fiestas o encuentros sociales, en los que sólo veía decrepitud física y anímica. Quedaron en mantener periódicos contactos, para mantener el vínculo de la amistad.
Cuando Vidal volvía para Málaga, había tomado ya misma decisión. Se decía en el pensamiento “mejor dejar los recuerdos en su tiempo y lugar. Es un error intentar revivir el pasado. El tiempo pretérito permanece mejor en la memoria, con más dignidad y vitalidad”. –
ENTRE LA MEMORIA
Y LA REALIDAD
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
Viernes 29 septiembre 2023
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es
Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/