Se habían conocido hacía más de dos años, en una fiesta verbenera del barrio malagueño donde residen, Huelin, en la zona del largo paseo marítimo del oeste ciudadano, denominado Antonio Banderas. La motivación festiva y marinera era, nada menos, que la celebración de la Virgen del Carmen, en un julio caluroso del almanaque. La concejalía municipal de fiestas había organizado una gran fiesta popular, en el gran parque de 32.000 metros cuadrados, construido en terrenos que antes ocupaban los grandes depósitos de la Campsa. En este amplio espacio, alrededor de un coqueto gran lago artificial cercano a un típico faro marinero, se extiende una extensa zona ajardinada con más de 700 árboles de diferentes especies, disponiéndose varios espacios para los juegos infantiles y distintos caminos para disfrutar el grato y saludable paseo y el sosegado descanso.
En esa alegre celebración festiva se organizaron distintas actuaciones para los más pequeños, bailes para los jóvenes y adultos y numerosas casetas para la degustación de meriendas, tapas y bebidas. El alegre evento tuvo una asistencia multitudinaria, en la que destacó el protagonismo de una “ruidosa” orquestilla que no cesó de tocar pasodobles y canciones versionadas de cantantes famosos, hasta cerca de los dos de la madrigada. Esa tarde/noche de fiesta era viernes, por lo que la mayoría de los asistentes no tenían que madrugar en la mañana del sábado, para acudir a sus obligaciones laborales.
En una de las improvisadas barras del bar, los protagonistas de esta historia tomaban unas cervezas, acompañados de una eufórica y feliz clientela que cantaba, bailaba y consumía. La casualidad o el lúdico destino quiso que estos tres clientes comenzaran a entablar una animada conversación, mezclando el frescor cervecero con banales comentarios sobre temas intrascendentes, lo que facilitó que se generara entre ellos una sencilla amistad que se fue manteniendo e incrementando a lo largo de los siguientes días y semanas. Estos tres amigos residían en la misma calle, denominada el Rebalaje, aunque en distintas manzanas de edificios. Se conocían de vista, pero nunca habían intimado hasta ese día del Carmen.
A partir de entonces comenzaron a citarse en los fines de semana, para verse, compartir la conversación y las tapas e incluso para hacer alguna actividad que les agradara en los días de ocio. Quiso la casualidad que se llamasen como los tres primeros Arcángeles, nombres que tras su cotidiana a relación (solían acudir juntos a la tasca La Maroma) provocó que otros vecinos les denominasen, de manera burlona, LOS TRES ARCÁNGELES, aunque la verdad es que de almas celestiales tenían bien poco.
El mayor de los tres amigos, MIGUEL, 46 años, era un esforzado técnico antenista, contratado en una empresa instaladora del sector audiovisual. Casado con Rosalía, paciente mujer que se ocupaba del trabajo en el hogar. Dos hijos habían venido a este matrimonio, los cuales en este momento estudiaban en un colegio público de la zona sus cursos de la ESO. Una familia sencilla, normalizada, que se veía ensombrecida por los severos problemas de Miguel, con respecto a su esposa. Celos que lo dominaban y agriaban su carácter. Esa debilidad venía de “lejos”, a los pocos meses de casado. Pensaba o se imaginaba que vecinos, amigos o simples transeúntes ponían sus ojos en la buena figura que seguía manteniendo su esposa. Esa obsesión lo desquiciaba, haciéndole infeliz. El enfermizo problema provocaba frecuentes discusiones y disgustos entre los dos cónyuges que, de una u otra forma, agriaba la atmósfera familiar.
El segundo amigo del grupo era GABRIEL. Tres años menor que Miguel, se ganaba honradamente la vida como montador/ instalador de todos, por toda la geografía provincial, empleado en la empresa Todo Sol, muy bien consolidada en el mercado turístico y familiar. Casado con Amalia, quien con admirable voluntad ayudaba a la economía de su casa, trabajando por las tardes en un taller costurero de arreglos de prendas de vestir, denominado La Aguja y el Dedal. Formaban un joven matrimonio sin descendencia genética, con la peculiaridad que ninguno de los cónyuges hizo apenas nada por conocer los motivos o causas de esta infertilidad en su unión. Al igual que la familia de Miguel, y como suele ocurrir en no pocos matrimonios, un problema enturbiaba la armonía de la pareja. En este caso era la debilidad que Gabi tenía ante los juegos de azar. Pensaba que un buen premio podría darle la suficiente capacidad económica para poder montar su propio negocio. Pero la suerte es muy traviesa y esquiva, por lo que ni el juego de la primitiva, la lotería nacional, el bingo o el juego de cartas o naipes al dinero (aprendido de un abuelo ludópata) le daban aportes económicos. Todo lo contrario, pues iba reduciendo el no abundante patrimonio familiar. Había meses en los que tenían dificultades para llegar a final de mes, con la desazón subsiguiente de la paciente Amalia y la frustración humana del controvertido y “manirroto” ludópata.
RAFAEL era el tercer “arcángel” y el más joven de este trío de amigos, con 41 años en la actualidad. Nunca destacó por su esfuerzo ante los libros, por lo que al terminar la educación obligatoria se unió a su padre que poseía una pequeña empresa de pintura para viviendas. Tras la jubilación de su progenitor, se hizo cargo de la dirección de esta modesta empresa (con cuatro pintores en total) que trabajaba como subcontratada con otros grupos inmobiliarios de mayor potencia y capacidad. Estaba casado con Almudena y tenían una hija, Liria, en plena adolescencia de los doce años. Almu aplicaba los conocimientos que había adquirido en un curso de marroquinería, organizado por el área de cultura de la concejalía municipal, para hacer trabajos y labores artesanales con la piel, como bolsos, monederos, correas, chalecos, gorros, sandalias y otros complementos, que llevaba para su venta a los mercadillos domingueros que promovía el propio ayuntamiento en lugares emblemáticos de la ciudad, como el Parque, la Plaza de la Merced, Alcazabilla o el puerto marítimo, puntos de gran atracción turística. Esta artesana labor le daba esas satisfacciones y creatividad que tanto necesitaba, dado el preocupante problema que tenía su marido, desde hacía años, pero ahora con mayor intensidad y gravedad. Esa adicción al alcohol, arraigada en Rafa desde los ya lejanos tiempos de guateques juveniles, enturbiaba la necesaria armonía familiar. Lo grave del caso era que la adicción fue pasando del grado cervecero y el vaso de tinto, al consumo de botellas de marca de elevada graduación, preferentemente durante los largos fines de semana. En distintas ocasiones el pintor había prometido a su esposa abandonar esta dependencia, pero las esperanzas de Almu se desvanecían una y otra vez, cuando descubría esas botellas de licor vacías, “disimuladas” en el cubo de los residuos.
Una tarde de sábado de elevada templanza térmica, a esa hora mágica de las siete de la tarde, los tres amigos estaban reunidos en la cafetería bar Los Gorriones, ubicada en los bajos de un elevado bloque de viviendas, a muy escasos metros del Parque Huelin. Como era habitual, a esa hora del día, compartían unas cervezas y una bandejita de frutos secos, como tapa gratuita del establecimiento. Entre ellos se generaba la conversación, el chascarrillo y también la modulación de los silencios, en una armonía sublime de amistad y camaradería, valores no frecuentes en estos tiempos convulsos para mostrar esos egos llenos de soberbia y vanidad que tanto envilecen.
En un momento concreto, MIGUEL dejó el vaso de cerveza sobre la mesa, después de haber saboreado un prolongado trago.
“¿Os habéis enterado de que Rosalía, Amalia y Almudena se están también reuniendo, compartiendo algunas meriendas, en nuestros domicilios, para comentar y tratar de resolver sus problemillas cotidianos, ayudándose unas a otras? Pienso que también nosotros podríamos hacer algo parecido. No nos engañemos, todos somos conscientes que cada uno de nosotros tiene alguna debilidad que, aunque la ocultemos al exterior, están ahí perjudicando la buena armonía de nuestros matrimonios. Como soy el más veterano del grupo, voy a dar el primer paso, contando cual es el problema que me afecta, aunque pienso que algo sabéis acerca del mismo.
Desde siempre he sido muy celoso. Es algo que no lo puedo evitar. Cuando veo a alguien mirando de refilón o a cara descubierta el cuerpo de mi Rosalía, se me van los nervios y no sólo culpo al mirón que disfruta con la figura de mi mujer, sino que la culpo a ella por su forma de vestir, la forma de contornearse, enseñando en demasía la belleza de su anatomía. Las discusiones por este mi problema son cada día más frecuentes y desagradables y lo que temo es que mal día nos vamos a tirar los trastos a la cabeza, pudiendo ocurrir una desgracia. Se me bloquea la mente y ya no razono, sino que me ofusco diciendo cosas de las que después me tengo que avergonzar. Me tenéis que ayudar, echándome una mano, con ese “no sé qué” que se me mete entre ceja y ceja y me descontrola, haciéndome infeliz, no sólo a mí sino también a una buena mujer como es la Rosa”.
Sus dos buenos amigos no echaron en saco roto su petición. Supieron moverse con agilidad, prudencia y acierto, para sacar del atolladero a ese amigo al que traicionaba la propia inseguridad de su carácter. En no más de quince días, Miguel fue recibido en los servicios sociales de la concejalía del barrio, en donde trabajaban un grupo de jóvenes psicólogos, que se ocupaban en atender las necesidades de los vecinos, para tratar de ayudarles a recuperar o reconducir las anomalías de su comportamiento y la recuperación del equilibrio mental. En una época y sociedad tan estresada como la actual, este gabinete de ayuda gratuita era muy necesario, aportando soluciones eficaces para que la armonía ciudadana y familiar no se viera enturbiada por esos pequeños y grandes defectos o anomalías que tanto daño hacen a nuestro carácter.
Miguel colaboró sin rechistar al esfuerzo de sus amigos y ya en la segunda sesión del gabinete psicológico, acudió acompañado de Rosalía. Era muy conveniente el que hablaran entre ellos ante una persona experta, a fin de poner la voluntad necesaria para construir o recuperar una armonía y entendimiento conyugal, con el que harían renacer esa convivencia afectiva que cada día más se enturbiaba. Y todo por el duro condicionante de los celos, que tanto daño hacen al que los padece (por falta de confianza y autoestima) como al que sufre las consecuencias de esa distorsión mental. La situación, aunque no resuelta, ha mejorado entre ellos y Miguel sigue asistiendo a esas terapias de grupo, que tan beneficiosas son para sus participantes.
El caso de GABRIEL era algo más complejo, porque estaba el salario familiar de por medio. El propio Miguel y su amigo Rafael se pusieron a la labor, visitando el primer lugar el bingo, en donde habitualmente Gabi se dejaba sus buenos y necesarios “cuartos”. En la empresa se comprometieron a no dejarle pasar, una vez mostraron una declaración de Amalia, debidamente avalada con su firma, de las dificultades económicas que pasaban para sostener los gastos familiares. Al tiempo, compraron una lotería (de las de juguete) para utilizarla algunas tardes en unas partidas de bingo, apostando objetos u objetivos “inofensivos” para la dependencia ludópata, como caramelos, bombones, vasos de cerveza, entradas de cine…
Por supuesto que también Gabi acepto pasar por el gabinete municipal de ayuda al vecindario necesitado, en donde el mismo grupo de psicólogos mantuvieron diversas entrevistas con el ciudadano afectado de ludopatía. Hoy en día, aunque continúa el proceso de recuperación, Gabi se esfuerza en salvar su matrimonio, corrigiendo en lo posible sus débiles y costosas tendencias ante los sorteos y otros juegos de azar.
Y llegamos a la “sombra” de RAFAEL. El caso era aún más peliagudo. Convencieron al compañero dependiente del alcohol para asistir a una asociación de ayuda de alcohólicos anónimos, muy próxima al cauce del río Guadalmedina. Aunque Rafael se mostraba ciertamente remiso, no faltó a la cita, acompañado de Miguel y Gabriel, que esperaban en la puerta de la sede, a fin de evitar que Rafael decidiera abandonar la reunión antes de que finalizase las sesiones de terapia, para la desintoxicación etílica, que se celebraban los martes y los viernes de cada semana.
La rehabilitación del compañero tuvo sus alzas y bajas, pero fue aceptando utilizar las botellas de 00 en sus comidas y en los ratos de ocio. Afortunadamente las botellas vacías de licor de alta graduación fueron desapareciendo del cubo de los residuos, en su domicilio. En esta labor de ayuda fue decisiva la colaboración que prestó su única hija, Liria, quien tuvo la fuerza y el ánimo necesario para hablar abiertamente con su padre, desalmando emocionalmente la fortaleza y el ego del pintor de viviendas.
En la fiestecilla popular de ese sábado, celebrada en el marco marinero del Parque Huelin, alrededor del gran Lago con la bella isleta central, una masa vecinal con ganas de pasárselo bien acudió al evento “verbenero” para saludar y felicitar a esos tres ejemplares convecinos del barrio y de paso para bailar, congeniar, beber y tapear. Espectadoras de excepción fueron tres ejemplares mujeres, Rosalía, Amalia y Almudena, quienes sonreían creyendo en la sutil esperanza de que, a partir de ahora, todo iba a ir mucho mejor en el seno de sus respectivas familias. A buen seguro que allá arriba, en las dunas ingrávidas celestiales, otros tres verdaderos Arcángeles contemplaban con satisfacción su buen quehacer y se felicitaban ante comportamientos humanos que enaltecen el gran valor de la amistad. –
LAS SOMBRAS DE
LOS TRES ARCÁNGELES
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
7 octubre 2022
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