Son muchas las ocasiones en que nos hacemos una interesante pregunta, que nos ayuda a resumir la jornada. Especialmente planteamos ese interrogante cuando el día ha perdido insolación, dejando paso al reinado de la noche. Así decimos ¿Cuántas veces he acertado hoy y en qué he podido equivocarme? En realidad, no siempre es posible concretar si algunas de las decisiones adoptadas han sido certeras o erróneas. La respuesta nos llegará más adelante. En todo caso nos sentimos satisfechos de los aciertos, que nos alegran, mientras que los errores tratamos de analizarlos, a fin de evitar su incómoda repetición. En una y otra posibilidad, casi siempre finalizamos con esas palabras “a modo de consuelo”: “otro día saldrá mejor. Peor habría sido la inacción”. En este contexto insertamos una historia, cuya escenografía tiene lugar en la Alameda sur malacitana, espacio acertadamente peatonalizado para el disfrute de los miles de viandantes, nacionales y foráneos, que recorren en el día a día unos de los espacios más gratos de la ciudad.
Allí se hallan felizmente instalados hermosos puestos de flores, que ofrecen su delicada y sugestiva materia, irradiando con sutileza color, aroma y una motivadora belleza no exenta de grata sensibilidad. Son numerosos los clientes, de todas las edades y condición, que se acercan con indisimulable ilusión a esos puntos de venta tan repletos de flores en jarrones y en ramos que incluso tienen que ocupar el espacio exterior para exponer tan bella y elegante mercancía.
A uno de esos pequeños comercios de flores se acercó un sábado por la tarde un cliente, para pedir a la florista que le formara un pequeño ramo, con sus expertas manos o que ella misma eligiera uno de los ya conformados, que costara entre 10 - 12 euros. Sabina, una experta vendedora de flores, lo atendió con la mejor de sus sonrisas, preparándole una cromática composición, cuyo ramo se acomodaba al precio sugerido por el pensativo cliente quien, tras el pago, le dio las gracias, marchándose visiblemente satisfecho con el servicio recibido. Lo curioso del caso es que el sábado siguiente, ese mismo cliente repitió una compra similar, acción que se repetía el mismo día en cada una de las semanas. Pero ¿quién era ese fiel comprador, que repetía sus visitas al mismo puesto floral cada uno de los sábados?
ALONSO, “el señor de las flores, que viene los sábados” (en palabras de la vendedora) suma cuatro décadas de vida. Trabaja como encargado de mantenimiento del material docente, además de otros servicios complementarios, en la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad malagueña. Está adscrito al PAS (personal de administración y servicios). Tras la finalización de los estudios obligatorios, durante su adolescencia, cursó un módulo profesional, grado medio, de programador cultural, titulación que le fue útil para ocupar el puesto asignado en el departamento universitario. Se siente satisfecho con la labor que realiza, pues además tiene las tardes o algunas mañanas libres, en su horario de trabajo, tiempo de ocio que suele dedicar para pasear, visionar películas u otros espectáculos culturales y para entretenerse con el papel y cartón, pues gusta trabajar la papiroflexia, habilidad que posee de sus tiempos de infancia. Habita un pequeño ático alquilado a buen precio en el barrio de Lagunillas, espacio urbanísticamente degradado, pero muy próximo al centro cultural y turístico de la ciudad.
Por esos azares, no fáciles de explicar, ha carecido de suerte, oportunidad o decisión, para encontrar o sentirse a gusto con una compañera, con la que poder formar una familia. Tal vez su carácter no le ha ayudado a esta natural opción para la vida, pues Alonso es persona un tanto reservada, con ese punto de timidez, especialmente ante las mujeres, que en realidad no perjudica el trato amable y servicial que depara a los demás. Así le van pasando los años, manteniendo su soledad y privacidad (padres muy mayores, residentes en un pueblecito de la Axarquía, al igual que una hermana casada) porque se siente mejor solo con sus pensamientos, distracciones y habilidades, evitando en lo posible la vinculación con ruidosos compañeros o amigos, que alteren su tranquilidad y sosiego personal.
Ese sábado inicial, para la compra del ramito de flores, paseaba sin rumbo fijo por la Alameda de las flores. Se fijó en un determinado puesto de flores por varios motivos: tal vez por la disposición floral de la delicada y atractiva mercancía, en macetones y ramos de bella composición, tal vez por ese impuso del “me gusta la persona que vende las flores”, aunque además influyó el motivador texto escrito en un gran cartel anunciador, con un rótulo que indicaba EL JARDIN DE LOS SENTIDOS: visión, olor, tacto y sonido. ¿Qué decía el texto?
“Amable cliente: puede gozar admirando el colorido y forma de las flores. Goce con el mágico y embriagador aroma con que vitalizan el ambiente, la delicada textura de su ropaje vegetal y esa acústica orquestal que promueve la brisa marítima cuando cimbrea los tallos y las hojas de las flores y las ramas de los árboles cercanos. Son compañeros fraternales que nos protegen con su sombra y oxigenan el aire que nos permite la vida. Disfrute del maravilloso paraíso terrenal que conforman las flores”.
La repetición semanal de esa compra, que Alonso realizaba los sábados, facilitaba unos pequeños y alegres diálogos entre el cliente y la florista, cuyo contenido se fueron ampliando al paso rítmico de las semanas. Mezclaban palabras educadas con temas intrascendentes en los que prevalecía la amabilidad, la ocurrencia y siempre la generosa simpatía. Era evidente que aquella primera sonrisa que la vendedora le regaló, el día de su primera compra, había cautivado la necesidad afectiva de este “sonámbulo solitario” deambulando por el anonimato de la gran selva urbana. Sabina, la vendedora, le transmitía alegría, sensibilidad, sencillez, amor a su trabajo … y sobre todo, proximidad. Pero ¿quién era esta profesional de la venta de flores?
Su juventud es manifiesta, 36 años. SABINA vive con su madre, que soporta un grado medio de invalidez articular. Es la única hija de esta madre soltera, que quiso tener a su hija, a pesar de la indiferencia de esa puntual pareja en una alocada noche de fiesta. Doña Casilda tiene una modesta pensión de invalidez, tras haber trabajado muchos años como personal auxiliar de limpieza, en el Hospital Clínico Universitario de la capital. Con sus ahorros y los que Sabina había logrado juntar, como reponedora de artículos en el hipermercado de un gran centro comercial, ubicado en el norte malacitano, pudo conseguir el traspaso de este puesto de flores que regenta desde hace tres años, con ese sugestivo título del Jardín de los sentidos. Su amor y sensibilidad hacia el mundo de las flores lo tenía incardinado en su vida desde la más esperanzada adolescencia. Se decía a sí misma: “Ahora trabajo en lo que verdaderamente me gusta”.
En el terreno afectivo, es un caso parecido al de Alonso, el misterioso comprador de los sábados. ¿Casualidad, caprichos del destino, los duendes de la vida …? En este caso, la unión a esa madre esforzada para sacarla adelante en la vida, ahora en estado de limitación física, tal vez haya podido condicionar la situación vivencial que asume con firmeza la responsable y dinámica vendedora de flores.
La repetición semanal de la misma y simpática escena facilitaba unos pequeños diálogos que paulatinamente se iban ampliado para el conocimiento recíproco, provocando esa satisfacción que Alonso buscaba de forma evidente. Cuando había otros clientes comprando, el fiel comprador espera los minutos necesarios para ampliar o reiniciar esa confortable charla que tanto bien parecía aportarle.
Uno de esos sábados “para la ilusión”, Sabina se sintió valiente y al tiempo algo traviesa para saciar su lógica intriga. Se mostraba decidida a dar un paso más en la situación, pues quería conocer el motivo de esas semanales compras que el curioso cliente realizaba. Obviamente ya conocían sus respectivos nombres para utilizar el tuteo. A pesar de todo, le costó un poco de pudor, trabajo y “riesgo” plantear al ya amigo, más que cliente, el razonable interrogante:
“Hola, Alonso, me alegra mucho verte otro sábado por aquí. Supongo que deseas que te prepare el ramito de flores de cada semana. Sin ánimo de incomodarte, me gustaría conocer el nombre de la afortunada joven que recibe, semanalmente, tan preciado y delicado gesto. Por supuesto, no te debes sentir obligado a responderme, es que soy algo curiosilla, ya sabes …”
En realidad, Alonso esperaba una pregunta más o menos parecida de la alegre florista, desde hacía semanas. Pero como se acercaba una festividad religiosa señalada, a comienzos de noviembre, había en aquel momento ante el puesto de flores una apreciable clientela, que demandaba ser atendida. Por ello sugirió a su interlocutora si, cuando llegara la hora de cerrar el tenderete, podría dedicarle algunos minutos, a fin de poder compartir una cerveza, refresco o similar y así disponer de mayor tiempo y sosiego para la respuesta. Alrededor de las 9 1/2 de la noche, Alonso y Sabina estaban sentados en un bar/cafetería, ubicado en el entonces muy animado barrio del Soho, dada la templanza térmica que gozaba la capital malacitana a finales de octubre. Previamente Sabina había comunicado con su madre, doña Casilda, para comentarle que no se preocupase, pues volvería a casa unos minutos tarde, con respecto al horario habitual. La florista había pedido un batido de sandía y maracuyá, mientras que el operario de la UMA degustaba una apetecible pinta de cerveza negra irlandesa.
“Amiga Sabina, voy a tratar de resumir mi, en principio, extraño comportamiento, añadiendo otros datos complementarios. Las circunstancias de la vida, sin saber exactamente el por qué, no me ha facilitado lo más normal en la vida de cualquier persona: una compañera, con la que compartir los días y las horas. Bueno, no quiero culpar sólo al destino o a la suerte, reconozco que yo también he podido ser la causa de esa frustración.
Un día, sábado para más señas, paseando por el espacio de la Alameda, me fijé en tu precioso puesto floral, con esa sugerente cartelería del JARDIN DE LOS AROMAS, FORMAS Y COLORES. Llamó mi atención todo lo que tenía ante mi vista. No pretendo ruborizarte, pero la expresión de tu mirada, tu ágil quehacer y, después, esa lírica forma de hablar, sinceramente me cautivó. De inmediato, tuve que improvisar. Te solicité un ramito de flores, que no superase en precio los 10-12 €. Más o menos, como si fuera una entrada de cine. Y es que yo me sentía como viviendo una película. Pero real, pues asumía uno de los roles. Y el más importante eras tú.
Durante los siguientes días, estuve dándole muchas vueltas a esas imágenes que habían calado tan. Intensamente en mis sentimientos. El sábado inmediato tomé la decisión de repetir, por supuesto con la necesaria cautela y respeto, pues son numerosos los “palos” y errores que he tenido que asumir, por no calcular bien las distancias. Así que repetí ese segundo sábado, al que sucedieron un tercero, un cuarto… bueno, ya los conoces.
Cada vez me atendías mejor. Cada vez, me sonreías más, potenciando mi atracción y necesidad. Yo trataba de ampliar los minutos que permanecía ante tu puesto y persona. Todas tus palabras, gestos y miradas, las grababa con firmeza en la memoria, para recrearlas, disfrutarlas y dibujarlas con la ilusión de un chiquillo enamorado. Cuando estoy junto a ti siento un estado de felicidad, verdad y dinamismo, atracción y necesidad, que es difícil su definición, porque los sentimientos están revestidos de lo espiritual y anímico, siendo su ropaje transparente, sacral, inmaculado. Para mí, es lo más parecido al AMOR sentimiento tan erróneamente desvirtuado en estos estresados y vacíos tiempos que solemos protagonizar.
Te confieso que no me reconozco, siendo tan explícito con todo lo que acabo de narrarte. Pero me siento feliz y contento, por haber podido expresarte los sentimientos que despierta tu maravillosa realidad en mi humilde persona. ¿Vas a dejarme que continúe comprando ese ramito de flores, en esos sábados luminosos para la ilusión y la necesidad?”
Sabina había sabido guardar un asombrado, cariñoso, emocional silencio, ante las hermosas palabras que había pronunciado una persona buena, sencilla, imaginativa. Una persona intensamente enamorada. El cálido momento tensional alcanzó un elevado grado de confusión, que se concretó en unas lágrimas que corrían, un tanto desordenadas, por las tersas mejillas sonrosadas de una mujer halagada.
“Es precioso lo que acabas de decirme. Sentimentalmente embriagador, placentero, limpio y sublime. Tú sí que eres la mejor flor que se ha acercado a mi tenderete. Comprenderás que estoy muy confusa, feliz y preocupada, ante esta maravillosa situación que has sabido regalarme con su sencilla y valiente forma de ser. Déjame reflexionar, unos días. El sábado próximo seguiremos hablando. Te prometo que seré muy explicita y generosa. Y no tienes que acercarte a comprar más ramitos. Yo siempre tendré uno preparado, que te entregaré como agradecimiento, para alegrar y complacer tus sanos recuerdos. No sé cómo como darte las gracias por tanta bondad, cariño y proximidad. Te admiro intensamente, eres un gran hombre, una mejor persona”.
Aquella noche, de un sábado feliz, ninguno de los dos pudo conciliar un largo tiempo de sueño. Alonso pensaba que había abierto a la verdad de su corazón. Tenía la firma convicción de estar ante ese tren que solo pasa por nuestra estación una vez en la vida. En modo alguno podía dejarlo pasar. Hasta su dormitorio llegaba el cálido aroma de unas flores que en esta ocasión Sabina no había querido cobrarle. Al fin, cuando apenas iniciaba a clarear, el cansancio emocional le venció.
En el domicilio de la florista, madre e hija hablaron largamente en aquella noche de sábado. Sabina no solía ocultar nada a su querida madre, quien correspondía a esta confianza dando a su hija todo el amor y comprensión del que su corazón era capaz. Tras contarle los hechos de esa tarde y después de unos minutos en silencio, con la sonrisa en su boca, doña Casilda dio una vez más ejemplo de amor, comprensión y responsabilidad, ante su hija, su único vínculo familiar, de treinta y seis años, que se encontraba abrumada “en un cruce de carreteras” vital para su futuro.
“Mi querida Sabina, mi adorada niña. Los años pasan de forma rápida y hay momentos en la vida en que es necesario dar un paso adelante, para enriquecer tu vida y ese futuro feliz que bien te mereces. Si tienes la convicción de que es un buen hombre, que te quiere sin fisuras y que te está pidiendo eso tan hermoso y natural de caminar juntos, no debes dudar en la respuesta. Si es lo que tu deseas, como me estás demostrando, aprovecha esta gran oportunidad que el destino ha querido poner ante ti".
La semi invalidez que padezco no ha de ser un obstáculo, pues en casa puedo moverme y hacer una vida normal sin mayores dificultades. A mi edad, yo necesito bien poco. Trabajé con denuedo en el Hospital Clínico universitario, haciendo mi tarea de limpieza, con el único objetivo de sacarte adelante, ya que quien te gestó, de manera cobarde no quiso saber nada de nosotras. Tengo mi modesta pensión, con lo que nada básico me ha de faltar. También sé, porque me lo ha demostrado con creces, que nunca me vas a olvidar. Une tu vida la de ese buen hombre, que me dices se llama Alonso. Yo permaneceré en este nuestro piso, que también es el vuestro. Los matrimonios deben estar solos, sin familiares que perjudiquen su necesaria intimidad y privacidad. Y cuando vengan los hijos, la abuela Casilda sabrá estar en su lugar, ayudando y ofreciendo cariño a la única y gran familia que tiene y de la me sentiré muy orgullosa”.
Sabina, con lágrimas en los ojos, besó tiernamente a su madre. Ambas mujeres acabaron abrazadas y así permanecieron un largo y emotivo tiempo, en el silencio de la complicidad y el amor recíproco.
En el domicilio de Alonso y Sabina todo es un divertido ajetreo. Esta tarde celebran el primer año de vida de su hija Esperanza, una niña preciosa, con los ojos azules de su mamá y el cabello castaño oscuro de su padre. La abuela Casilda se ha encargado de preparar un gran pastel de chocolate, dulce de leche, bizcocho con cabello de ángel y florecitas de dulce acaramelado, que simula un gran puesto floral. También está ya preparada la gran piñata (elaborada con gran destreza por Alonso) colgada en el salón del piso, rellena de caramelos y pequeños regalos para el disfrute. Están invitados hasta siete compañeros de guardería, a donde es llevada la pequeña cada mañana. Alonso se ha ocupado de contratar a un mimo escénico, de los que estudian en la escuela de arte expresivo de la UMA, el cual se encargará de distraer y divertir a los pequeños.
Hoy sábado, el Jardín de los sentidos se ha cerrado a las 13 horas. La fiesta comenzará a las cinco de la tarde. Durante la mañana, Sabina ha tenido hueco para preparar un gran centro de flores que, ya en casa, ha colocado en un lugar preferente del aparador familiar. Dicha composición floral va a provocar, sin duda, gran admiración de los vecinos, amigos y padres de los invitados, por su estructura, belleza, colorido y aroma floral.
En el transcurso de la fiesta, Alonso se siente feliz por haber sabido tomar ese sugestivo tren que pasó con generosa oportunidad por la estación de su vida. Pero en aquel viaje a la realización personal, el operario de la UMA ya no viaja solo. Le acompaña una feliz y bella compañera, Sabina, aquella que le preparaba los ramitos de flores, a doce euros, en cada uno de aquellos sábados para la ilusión. –
EL JARDÍN DE LOS SENTIDOS
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
28 octubre 2022
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