viernes, 25 de diciembre de 2020

LA GENEROSA RESPONSABILIDAD VOCACIONAL EN DAVINIA.

En numerosas ocasiones, tras finalizar alguna consulta o gestión que hemos protagonizado, se nos pide realizar o responder a una breve encuesta, a fin de que valoremos y califiquemos el grado de satisfacción o desagrado acerca del trato, resultado y consideración que nos merece la llamada telefónica o la entrevista personal que hemos mantenido. Unas personas priorizan en sus respuestas el resultado de la gestión, sobre otras consideraciones, mientras que por el contrario son muchos los que valoran sobre todo la actitud de agrado, receptividad y disponibilidad del profesional o funcionario por el que hemos sido atendidos. Nadie ha de dudar que este tipo de pequeñas encuestas pueden y deben ser de suma utilidad, a fin de valorar y mejorar el funcionamiento del servicio que las plantea. Pero la experiencia nos hace dudar de que las aportaciones que hacemos, por los errores o deficiencias que hemos detectado, sirvan realmente para corregirlos, pues volvemos a encontrarnos (no siempre sucede así, por supuesto) con los mismos problemas, cuando repetimos nuestra experiencia en la misma empresa o departamento. En todo caso bueno es intentar que el servicio prestado mejore, para las sucesivas oportunidades en que el mismo sea demandado.

Lo que desde luego parece evidente es la diferencia que encontramos en los profesionales que atesoran un grado elevado de vocación en su trabajo y aquellos otros que no se sienten, en absoluto felices con la labor que desempeñan a diario. Este es uno de los ejes nucleares de la sencilla pero significativa historia, cuya narración a continuación se desarrolla.

Davinia Coslada ejerce actualmente como enfermera, en el Hospital Clínico de Cáceres. Esta joven malagueña finalizó sus estudios universitarios en la Facultad de Ciencias de la Salud de la UMA hace ya tres años. Durante este periodo de tiempo intentó conseguir plaza laboral en algún centro sanitario, ya fuese de titularidad pública o privada, sin la suerte u oportunidad necesaria para ser contratada. Fueron muchos los días y las noches en las que estuvo sentada frente a la pantalla de su portátil, visitando en Internet aquellas páginas webs más factibles para trabajar en su profesión, además de acudir de manera personal a todos los centros de su localidad y a no pocos de otras provincias hermanas. Pero también la suerte hay que saber buscarla. Un feliz día recibió una respuesta satisfactoria a sus expectativas, pues en ese centro universitario extremeño habían considerado adecuado su currículo, ofreciéndole una plaza laboral de contrato anual renovable, a la que se debería incorporar a la mayor premura.

Ciertamente Extremadura no está excesivamente alejada de la región andaluza. Pero el necesario traslado suponía una separación importante de sus raíces, tanto para ella como para sus padres, Leandro y Fabiola, que entendieron la necesidad laboral de su hija única, soportando el lógico dolor de perder una compañía con la que habían convivido a diario desde su nacimiento. Por lo tanto, Davinia preparó sus “bártulos” personales básicos a fin de emprender la aventura extremeña. Lo hacía con esa ilusión y vitalidad que dan los veinticinco años de vida. Sus padres prefirieron que realizara un viaje más cómodo que el bus interurbano, utilizando por consiguiente el tren hasta Madrid y de allí continuar el desplazamiento hasta Extremadura, sobre todo por el equipaje que había de trasladar para fijar su nueva residencia, en principio, en un pequeño hostal bastante céntrico de la capital.

Pero como suele suceder en estos casos, en el mismo centro médico, donde se presentó nada más llegar a la ciudad, le comentaron que una compañera de profesión, llamada Serena, procedente de Lugo y que llevaba más de un año trabajando en el hospital universitario, tenía hueco en un apartamento que había alquilado. El problema del hospedaje para una larga estancia quedaba felizmente resuelto.

En relación a su trabajo, Davinia tenía un sentimiento ambivalente: por una parte, le embargaba una lógica preocupación por la importante responsabilidad que asumía ante los enfermos que tenía a su cargo; por otra, afrontaba ese reto con una gran ilusión, pues ahora tenía la oportunidad de aplicar todos sus conocimientos en un marco de patente realidad, que completaría las prácticas realizadas y la buena preparación que había recibido de sus profesores en las aulas universitarias. Al carecer de una experiencia profesional, cada semana desarrollaba prácticas rotatorias en las distintas secciones que le eran asignadas en el gran complejo hospitalario (traumatología, ginecología, urología, oftalmología, pediatría, cardiología, medicina interna, oncología, etc) a fin de ir tomando destreza y conocimiento de las especificidades de cada una de las área médicas. En este instructivo y laborioso recorrido fue tomando conciencia de una realidad que asumió de una forma admirable: además de cumplir con sus funciones asistenciales, para con los enfermos y con doctores que les atendían, las personas que allí estaban internadas necesitaban, de manera especial, ese calor y apoyo afectivo, fraternal, comprensivo e ilusionado, que les hacía un extraordinario bien, tanto en lo anímico como en lo somático. Esa motivación y estímulo actitudinal era, en casi todos los casos, decisivamente importante y complementaria al tratamiento farmacológico e incluso quirúrgico.

La Consejería de Salud nombró, en el mes de noviembre, un nuevo director del Hospital Clínico, quien en esta oportunidad era una doctora de gran prestigio entre sus compañeros del centro médico: doña Eufrasia Villala. Una de sus primeras y acertadas medida, a fin de reactivar al personal sanitario, fue la realización de una interesante consulta interna. Tanto los trabajadores auxiliares, como los de enfermería, podrían establecer una jerarquización entre las distintas secciones, ordenación que reflejara en cuáles de las mismas se sentían más felices y realizados con su trabajo. Además de elegir a las tres secciones de su preferencia, tendrían que dar una explicación para justificar las opciones que habían libremente elegido. Una vez procesadas y analizadas todas las respuestas, fue reasignándose a todos los miembros de enfermería y personal auxiliar, correspondiéndole a Davinia la sección que ella había priorizado y colocado en primer lugar: PEDIATRÍA

¿Cuál fue la argumentación que ella había aportado para justificar su preferencia? “Elijo esta especialidad o área de trabajo basándome, entre otros incentivos, en que soy hija única. Efectivamente, he carecido de hermanos o hermanas, privándome en mi desarrollo del enriquecimiento personal que aportan las familias con varios hijos, con los que hablar, jugar, disputar, entretener, ayudar, etc. Aunque ciertamente he recibido un enorme cariño de mis padres, el hecho de ser la única descendiente familiar me ha condicionado en no pocos aspectos de mi carácter. En este momento importantísimo, de mi primera y vital experiencia profesional, me gustaría ayudar e interactuar con los niños, ya que me siento plenamente feliz y realizada cuando les  comprendo y comparto el  juego con ellos, apoyándoles anímicamente en estos duros momentos por los que muchos atraviesan, teniendo que permanecer internados y fuera del calor de su hogar familiar. Los niños necesitan el cariño de todos y a ello me quiero entregar.” Este generoso, sincero y bello razonamiento fue mue apreciado entre los dirigentes del centro hospitalario universitario.

Era evidente que el carácter abierto, alegre, desenfadado, extremadamente positivo, lúdico e imaginativo de la joven enfermera, suponía un plus incentivador y motivador para unos pequeños, con diversos tipos de dolencias y que para colmo tenían que estar muchas de las horas del día y la noche, alejados de sus hermanos y progenitores. En consecuencia, Davinia asumía que, en no pocas ocasiones, tenía que actuar ante los pequeños, como esa mamá que no está, como esa hermana que se echa en falta, como esa amiga ausente que se necesita, como esa compañera con la que se anhela jugar ¿Y cómo desarrollaba esta gran profesional sanitaria su ejemplar labor?

Contándoles cuentos e interesantes historias, en los momentos más oportunos. Organizando juegos de disfraces. Promoviendo concursos de dibujos. Desarrollando talleres de divertidas manualidades. Enseñándoles sencillas y hermosas canciones. Motivándoles con fáciles labores de papiroflexia. Paseando, con aquellos que estaban autorizados, a través del jardín o los pasillos. Llevándoles a la sala de los juguetes, que ella ayudó a montar. Rezando con ellos, poco antes de iniciar la hora de dormir. Difundiendo esas sonrisas y palabras que siempre alientan en todos los instantes, pero más en aquellas horas y minutos de la ineludible necesidad.

Y llegaron las fiestas de la NAVIDAD. Entre todo el personal sanitario se organizaron unos turnos vacacionales, negociados y también sorteados, con el fin de que los profesionales se repartieran la atención laboral a los internados, en esas emblemáticas fechas de la Nochebuena y la Navidad, la despedida del Año “Viejo” y la llegada del “Nuevo” Año, con la mágica Noche de Reyes y el propio “Día de los Regalos” durante el 6 de Enero. En definitiva se trataba de que los sanitarios pudieran disfrutar, algunos de esas noches y días, con sus familias, de manera especial aquéllos que eran originarios de otras provincias y mantenían la ilusión de poder visitar a sus seres queridos en estas entrañables y sentimentales fiestas de Invierno. A Davinia le correspondió librar en el turno tercero, correspondiente a Reyes.

En esta prolongada cadena de festividades navideñas, la sección de pediatría quedaba bastante reducida, pues salvo en los casos de gravedad o urgencia, muchos padres preferían posponer la estancia o el ingreso de sus hijos más pequeños, a fin de poder tenerlos en casa y que así pudieran disfrutar con más intensidad del “calor afectivo” familiar. Aun así, entre altas anticipadas, los nuevos ingresos y aquellos casos de dolencias que exigían el permanente control, quedaron una media de quince/veinte niños y niñas, que la precaución aconsejaba no enviarlos a sus domicilios bajo pretexto alguno. Davinia, con su hiperactividad característica, se “multiplicó” y esmeró para crear un ambiente, en lo posible, de grata felicidad, entre este grupo de chavales, cuyas edades eran un tanto diversas.

Para la Nochebuena y la Navidad organizó, durante unas horas del día 24 y el 25, un sencillo pero al tiempo espectacular Belén viviente. Vistió a algunos de los niños y niñas de pastorcillos, eligiendo entre ellos un San José, una Virgen y, por supuesto a un Jesús recién nacido, escenificando la historia del Portal, sin que dejaran de sonar algunos villancicos, especialmente tradicionales. En el día de Navidad se entregaron los premios de un concurso de imaginativos collages, también por ella organizado: a los niños agraciados se les entregó un gran peluche, una caja de 24 lápices de colores y una pelota de trapo, con diversidad cromática, regalos que como en tantas de sus actividades colaboró eficazmente la dirección hospitalaria.

Y para la Noche del 31 y el Primer Día del Año ¿qué se le ocurrió? Supo encontrar una campanita y un gran reloj esférico de madera pintada de colores, para dar los toques de las doce campanadas, haciendo que los niños tomasen unas bolitas pequeñas de dulce de algodón, para simbolizar las doce uvas y la llegada del nuevo año, el 2021.

Davinia tenía ya comprados los billetes del ida y vuelta para el tren, viaje que la conduciría desde la capital extremeña hasta Málaga, con la ilusión propia de disfrutar unos días en su casa familiar junto a sus padres. Pero los niños estaban tristes, porque su “ángel” Davinia no iba a permanecer junto a ellos, en esa noche y madrugada mágica y en el amanecer maravilloso del 6 de enero. Cuando la muy cualificada enfermera fue a despedirse de “sus niños” recibió una mezcla de lágrimas, abrazos, besos y ese “no te vayas” que ennoblece a quien lo recibe y a quien lo expresa. Era evidente el fuerte sentimiento de orfandad afectiva de estos niños, habituados al dinámico y acertado trato de la positiva e híper activa profesional sanitaria. En la tarde del día cuatro, Davinia tuvo el acierto de comprar unos sencillos pero significativos regalos, conociendo las características de los niños que iban a permanecer en el Hospital durante la jornada de Reyes. Precisamente sería Serena, su amiga y compañera de hospedaje,  la encargada de entregar la alegre mercancía que SS.MM. se habían prestado a traer en sus lúdicas alforjas.

Aquella noche resultó algo incómoda para el descanso, pues en la conciencia de la vocacional enfermera se mezclaba la alegría por volver a estar con sus padres, tras un trimestre de separación laboral, con esas pinceladas de tristeza, recordando las actitudes y expresiones de esos niños internados en el pabellón de pediatría. Una vez realizado el frugal desayuno, tomó la mochila y el pesado (por los regalos) trolley que le iban a acompañar en esas cortas vacaciones, ya que se tendría que reincorporar a su puesto de trabajo el lunes 11.  Al entrar en la estación de la Renfe vio que había muchos viajeros a esa hora temprana de la mañana. Había extremado la puntualidad, pues aún restaban unos cuarenta y cinco minutos para la salida del Alvia, camino de Sevilla. Se sentó en unos bancos de madera, para distraerse unos minutos manejando aplicaciones de su teléfono móvil. En un momento concreto, levantó sus ojos de la pantalla táctil que manejaba, para fijarlos en una gran publicidad digital que iba ofreciendo anuncios y mensajes, con temáticas básicamente alusivas a las fechas navideñas y de año nuevo. Uno de los mensajes, bien diseñado en sus colores y dinámica pictóricas, decía así: “Es bueno que busques la felicidad, pero aún es más importante saber darla”. Este lúcido texto le hizo pensar de inmediato, en relativizar la valoración de muchas de las cosas que nos rodean.

No lo pensó más. Se acercó con decisión a una de las taquillas y gestionó la devolución de los billetes, que por la característica de la compra podían “suspenderse“ para ser utilizados (si hubiera plazas libres) en otras fechas. Tras dejar sus bártulos viajeros en el piso, se desplazó al centro hospitalario, exponiendo al jefe de personal su propósito de permanecer en la fiesta de Reyes junto a los niños allí internados. “No sabes lo que te agradezco este gesto, pues en estos días estamos bastante faltos de personal y tu generosidad nos viene que ni de perlas”, esa fue la grata respuesta que recibió del compañero Marcos.

Para la mañana del 6 de enero, Davinia improvisó un lindo traje de majestad oriental, simple y simpática vestimenta que también asumió Serena y otro compañero del personal auxiliar. El propio centro facilitó unos juguetes que, junto a los regalos preparados por la enfermera malagueña, hicieron las delicias de aquellos niños internados para curar sus dolencias, que mostraban una alegría desbordante, con sus tiernas sonrisas y la confianza cariñosa hacia su buena amiga Davinia, que no había querido ausentarse de su compañía en aquel mágico amanecer.

Realmente es una inmensa suerte poder encontrar a personas de esta admirable naturaleza, con un sentido vocacional tan elevado, elegante y exigente, para la dedicación laboral que libremente han asumido. Por supuesto que esta historia puede ser considerada un tanto irreal, en el seno de una humanidad en la que sobran demasiados egos y faltan ríos sublimes de generosidad. Sin embargo todos los lectores, si repasan con sosiego en los estantes indelebles de sus memorias, encontrarán a no pocas personas que, en muchos de sus rasgos y respuestas, podrían identificarse con el perfil de esta joven enfermera, que se sentía feliz y realizada haciendo felices a los demás. De manera especial, a esos seres, niños y niñas, que merecen lo mejor de nosotros mismos, a fin de que un día, a ser posible no muy lejano, puedan disfrutar de un mundo algo mejor.-

 

LA GENEROSA RESPONSABILIDAD VOCACIONAL 

EN DAVINIA

 

 


José Luis Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

25 DICIEMBRE 2020

 

Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es

Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/

 

 

 
 

viernes, 18 de diciembre de 2020

LA LOTERÍA DE LA CESTA DE NAVIDAD

En un calendario tan marcadamente lúdico como el español, densificado en fiestas, tradiciones, hábitos y concurrencia de masas populares, destaca sobre otras celebraciones la conmemoración de la Navidad, con la despedida del Viejo Año y la llegada del Nuevo, amén de la alegría que experimenta la infancia (y los mayores que conservan el espíritu de los niños) por la también feliz llegada de los Reyes Magos, el 6 de enero. Ciertamente estas fiestas estarán influidas, en el 2020, por la tragedia vírica que afecta a todo el orbe. Pero, al margen de este duro determinante, la sociedad celebrará, de la mejor forma posible, estas lúdicas, divertidas y, para quien así lo sienta, religiosas tradiciones.

En la antesala de la Navidad se va repitiendo, año tras año, ese evento incardinado en nuestras vidas y bolsillos como es el juego de la lotería, sorteo que en estas especiales fechas las bolas premiadas serán cantadas por parejas de niños del Colegio de san Ildefonso madrileño. En este juego de los bombos, llenos de bolas numeradas con los premios de la lotería navideña, se centra la historia del siguiente relato.

A la llegada de estas fechas entrañables, viene a nuestra mente un curioso comentario pronunciado por un veterano y ameno profesor, expresado en el contexto de una de sus magistrales clases dictadas en la antigua Facultad de Filosofía y Letras, de la calle Puentezuelas granadina: “La lotería es el impuesto pagado por los necios”. En realidad el buen profesor comparaba o contrastaba los beneficios de los juegos de azar y ese rendimiento económico que se obtiene a través del esfuerzo laboral que cada persona realice.

A finales de los años cincuenta del siglo pasado, concretamente en 1959, tres amigos, gente humilde y muy necesitada, se reunían algunas tardes (especialmente los viernes) en la taberna EL QUINQUÉ, sita en los aledaños del recinto portuario malacitano. Antiguos compañeros de escuela, tomaban unos vinos y confraternizan intercambiando sus cuitas y  vivencias de la semana. Conozcamos algunos datos de sus realidades vitales.

La reducida familia de VENANCIO, formada por tres miembros, habita una amplia habitación con derecho a cocina, teniendo que utilizar los servicios comunes del piso con otras dos familias, que también tienen alquiladas sendas habitaciones en la vivienda. Se trata de un inmueble antiguo que, junto a otros, conforma una de las antiguas corralas percheleras. En esa única habitación Venancio convive con su mujer Amanda, con la que se tuvo que casar cuando ésta quedó embarazada de su hija Estrella, que tiene un año y medio de edad en la actualidad. Trabaja de albañil “en las chapuzas que salen”, teniendo, como tantas y tantas humildes familias dificultad para llegar a final de mes. Pagan mensualmente 250 pesetas por esa habitación, que han de utilizar como comedor, estar y dormitorio. Le han hablado de una casita ubicada en el extrarradio oeste de la ciudad, que alquilan o venden, construcción que se halla en estado ruinoso Piensa que él podría reconstruirla, aplicando sus conocimientos en el oficio. El problema para poder comprarla o alquilarla es el limitado sueldo mensual que obtiene con sus trabajos ocasionales en la construcción y que apenas le dan para poder alimentar a la familia y abonar el coste actual de esa habitación que les cobija.

El segundo amigo del grupo es ROMUALDO. Trabaja en un pequeño barco que sale a pescar cinco noches en cada semana, de lunes a viernes. Por este esforzado trabajo le pagan una cantidad que está en función de las capturas desembarcadas. La noche en la que pescan poco apenas recibe retribución alguna.  Su gran ilusión sería tener un barco de su propiedad, a fin de convertirse en pescador autónomo. Le han hablado de una traíña, cuyo dueño se quiere jubilar, pero por la que pide 9.000 pesetas. Su mujer Felisa echa horas en algunas casas “bien”, limpiando los portales y los servicios comunes. Pero este matrimonio pasa verdaderos agobios para llegar a final de mes. Cuando la madre trabaja, los dos niños pequeños que tienen a su cargo han de quedarse con la abuela, pues aun no están en la edad de ir a la escuela.

Con ÁLVARO se completa este pequeño grupo de amigos desde la infancia. Desde hace tres años está conviviendo con Jimena, joven bien parecida que abandonó el trabajo de la calle, como “mujer de mundo”, a fin de llevar una vida más estable formando una familia. Sus carencias económicas han influenciado para que ambos hayan decidido retrasar la llegada de hijos a sus vidas. El marido desempeña un trabajo ambulante, yendo de aquí para allá, especialmente en los bares, cafeterías y el Círculo Mercantil de calle Larios, limpiando o lustrando los zapatos y las botas de la gente que aceptan sus servicios, a cambio de algunas monedas necesarias para el alimento y otras necesidades. También descarga fardos en el muelle, aunque en estos tiempos no abunda el trabajo y la competencia es muy agresiva entre la masa necesitada. Completa la versatilidad de sus cortos ingresos portando maletas en la Estación de Renfe, aunque las más de las veces es echado de las instalaciones por los guardias a caras destempladas, ya que carece del carnet de maletero, documento que sólo otorga a “cuentagotas” la dirección del recinto ferroviario, cuando se produce alguna baja en la reducida plantilla. La gran ilusión que ronda permanentemente en su cabeza sería la de poseer un motocarro, con el que haría portes trasladando mercancías de un lugar a otro. Pero ¿de dónde sacar el coste para su compra, por supuesto de “segunda o tercera mano”?

En esas reuniones vespertinas, mantenidas en el popular tugurio del Quinqué, tertulias siempre mezcladas con vino peleón y cervezas de barril, estos compañeros de infancia charlan de sus cosas y de cómo se las van ingeniando para llegar a final de mes y no tener que comprar alimentos “al fiado”, en los colmados del barrio. Unos y otros (al igual que la gran masa social menesterosa) tienen que ir convenciendo a los tenderos para que les apunten sus deudas en esas manoseadas cartillas que, con paciencia y generosidad, muchos comerciantes mantienen.

Se acercaba la Navidad del 59 y entonces, como gran ocurrencia de la tarde, el pescador Romualdo aportó, según él, una muy lúcida idea. “¿Qué os parece, ahora que se acercan las fiestas, si nos animásemos a jugar entre los tres un décimo de la lotería de Navidad? El billete nos costaría 400 pesetas, por lo que tendremos que juntar cada uno de nosotros 133 pesetas. Si nos toca el premio “gordo”, nos darían 3 millones de “pelas”. Si nos toca la pedrea, 800 pesetas, el doble de lo que hemos invertido y siempre queda el consuelo del reintegro, contando con que nuestro número acabe igual que el del gordo. Juntamos los cuatro “billetes” y con suerte podemos “salir de pobres” con lo que hacemos realidad nuestras ilusiones. El Venancio siempre habla de esa casita mata en ruinas que le gustaría tener, para hacer de ella un palacio. El Álvaro suspira por un motocarro, para hacer los portes y como todo un señor ganarse la vida. Y yo, le echaría mano a esa traíña que me quita el sueño, de la que sería dueño y que cada noche me daría unas cajas de sardinas o de boquerones ¡Hasta le sacaría unas pesetillas a la morrallita que viniera “ensartá” en las redes”.

Estos tres humildes obreros de la carencia se miraron a las caras y de inmediato al vaso de tinto. Todos se preguntaban “¿Y de donde saco yo las ciento y pico de pelas?” No acertaron a buscar una buena respuesta y en sus domicilios la atmósfera tampoco seria especialmente comprensiva. Efectivamente cuando volvieron a sus casas, aquella fría y húmeda noche de diciembre, pero con el cuerpo cálido por las tres botellas de tinto y las suculentas tapas de zanahoria y aceitunas en vinagre que habían compartido, narraron sin demora a sus cónyuges el gran proyecto, generado por el ingenio del Romualdo. Una gran inversión en un décimo de la lotería, que los podría “sacar de pobres”. La reacción de sus mujeres fue variada, como en una buena ensalada. Veamos qué dijeron las señoras, mientras en las radios sonaba el “parte” de las diez de la noche.

Precisamente el primero en llegar a casa fue Romualdo, quien tras compartir el ilusionado proyecto recibió de Felisa estas hermosas y “cariñosas” palabras:

“Pero… tú has perdido la chaveta ¿no? Apenas llegamos a final de mes y quieres que nos empeñemos más y más para comprar lotería. ¿Cuántos portales tengo que fregar al día, para ayudar a mantener a los críos. Porque hay días que sólo traes de la lonja morralla para comer. Y esta noche verdaderamente hueles que apestas, a pescado rancio y a vino tinto agrio. Ni se te ocurra intentar tocarme esta noche en la cama. Si mañana hueles mejor, ya veremos. ¡Vaya con el sabio lotero que nos ha tocado!”

La discusión, con los niños mirando esa familiar estampa tan habitual en sus cortas vidas, fue subiendo de tono, entre el interesado silencio de los vecinos, quienes escuchaban distraídos la nueva trifulca entre el Romu y la Felisa.

En el piso “realquilado” de Álvaro y Jimena, el diálogo fue un tanto diferente. “Pero Alvo ¿tu crees que nos puede tocar? Piensa que vamos a perder mucho dinero si no sale vuestro número” “Pues mira, Jimena, seguiremos igual de pobres. No me podré “agenciar” ese motocarro por el que suspiro y tendré que seguir recorriendo las calles, de aquí para allá, lustrando los zapatos, botas y sandalias de la gente con dinero, transportando maletas (siempre que no me vean los guardias) y cargando en el muelle, cuando haya fardos y tenga la suerte que me señale el vocero capataz”. Y se fueron a la mesa para cenar esas gachas con miel que había preparado Jimena, receta que le había dado su abuela Palmira, la humilde señora que la había criado.

Finalmente Amanda, la mujer de Venancio el albañil, se decidió a decir lo que pensaba, tras dar muchas vueltas en su cabeza, a la inversión que pensaba hacer su marido: “Me parece que el vino se os ha subido a la cabeza. Nos hace falta el dinero como el comer. Pero bueno, si tú crees que es un sacrificio interesante, pues adelante con la locura. Piensa que es más de la mitad de lo que tenemos que pagar por esta habitación que, por más que la limpio, sigue oliendo a pergamino. Yo tengo unas pesetillas ahorradas, que las guardaba para Navidad. Tenia pensado hacer unos borrachuelos y rosquillas, además de comprarle un nuevo peluche a la Estrella, que el que tiene está hecho una piltrafa. Y dices que si toca el número nos dan tres millones al décimo. No quiero pensar lo que podríamos hacer con ese millón que nos correspondería. Me da miedo, nada más que pensarlo, verme con tantas pesetas en las manos. Desde luego, será un milagro salir de esta pocilga de realquiler en la que vivimos”.

Con ímprobo esfuerzo se dispusieron a reunir, peseta a peseta, la parte que cada uno de los tres amigos tenía que aportar para la adquisición del “mágico” décimo. Para este fin, echaron mano de los medios más variados, pero todos con un denominador común: ir acumulando pesetas. Visitaron el Monte de Piedad para algunos empeños, llevando viejos y sentimentales recuerdos familiares; sacaron tiempo para la recogida de periódicos usados y arrojados a los basureros, papeles y cartones viejos, que después llevaban para vender en una carbonería que recogía ese material pagando “perras gordas” y a veces pesetas el kilo; hicieron algunas expediciones nocturnas a varios huertos y frutales, en la zona del Puerto de la Torre, para recoger algunos productos vegetales y después vender la mercancía (especialmente cítricos) en el mercadillo de los jueves. El riesgo de ser pillados in fraganti era real, pero ellos lo asumían con valentía inconsciente; pasaban por algunas tiendas y grandes comercios, ofreciéndose para limpiar las lunas de los escaparates y cobrando sólo la “voluntad”. En definitiva, cualquier medio era buenos si con ellos podían reunir, en un tiempo más bien breve por la proximidad del sorteo, los fondos necesarios para el anhelado décimo. Por cierto, durante esos días en que activaban su esfuerzos ahorrativos, muchas cisternas, toldos, tejados con goteras, etc. recuperaron su buen funcionamiento, pues estos obreros de la necesidad funcionaban a modo de un multiservicios de las décadas más avanzadas.

Al fin, el día 9 de diciembre, a muy pocas fechas de la celebración del sorteo, pudieron reunir las bien ganadas 4OO pesetas. En realidad, Romualdo, el padre de la idea, tuvo que poner algún dinerillo más, pues Álvaro sólo llegó a las 98 pesetas y a Venancio le hurtaron o tal vez perdió 25 pesetas, cuando volvía desde El Palo, a donde tuvo que desplazarse para desatascar un bajante de aguas fétidas. Precisamente fue este albañil quien aconsejó a Romualdo, el encargado de comprar el décimo, para que fuera a la administración de El Gato Negro, sita en la calle Méndez Núñez, pues desde pequeño había escuchado comentar a sus abuelas y tías que  esos felinos con la piel tan morena suelen dar buena suerte.  Dada la proximidad del sorteo, le dieron un número que no acababa en siete o en cinco, como él iba buscando. Se tuvo que conformar con el número 30.606, que terminaba en un numero a caballo entre los dos que el pescador buscaba.

El martes 22 de diciembre, a partir las nueve de la mañana, los niños del Colegio de San Ildefonso comenzaron a extraer las bolas de los bombos y a cantar los premios. El sorteo era retransmitido por Radio Nacional de España, emisora que estaba sintonizada en la radios de millones de hogares españoles. También habían puesto una radio a todo volumen en la taberna del Quinqué, en donde se habían reunido Romualdo y Venancio, pues Álvaro se había despertado con colitis aquella mañana, a causa de un atracón de judías con morcilla, almuerzo que le había preparado la Jimena. En esa tensa espera, todos confiaban, con sus listas de números jugados y la ilusión de los premios que podrían “tocarles” la salida del Gordo de la lotería de Navidad. También sería bienvenido tener una participación del segundo o tercer premio, aunque la pedrea daría unas pesetillas para algún capricho. Y si la suerte era esquiva. tener al menos la consolación de que los reintegros, por tener participaciones con la terminación del primer permio, dejaran las cosas tal como estaban antes de la celebración de este gran juego de azar. El Gordo se hizo esperar, ya que no salió hasta las 12:48, unos quince minutos antes de terminar de sacar todas las bolas del bombo de los premios. Era el número 36.600, cifras que sólo alegrarían a quien las tuviese en sus participaciones o décimos.

El destino no había querido ser generoso con las ilusiones de los tres humildes obreros y sus familiares. Fueron a visitar a Alvaro, para ver como andaba de sus problemas de barriga. Jimena sacó del armario una botellita de anís El Mono, que tenía un tercio de su contenido. Aunque era de las navidades pasadas, mantenía el buen aroma y sabor de la marca. Todos repetían la misma cantinela: “Desgraciado en juego, afortunado en amores”. O aquella de “lo importante es la salud”, con esa resignación de las personas sin recursos que asumían la modesta realidad de sus vidas.

Ya se habían levantado de sus sillas y se despedían de Álvaro y su mujer, cuando ésta cambió el dial de la radio para sintonizar Radio Juventud, la Cadena Azul de Radiodifusión. En ese preciso instante la emisora interrumpía la emisión de un programa de variedades, para hacer público un comunicado. Planteaba un sencillo concurso, patrocinado por la Asociación de comerciantes de Málaga. Todos los poseedores de décimos y participaciones cuyos números no hubieran salido premiados con el Gordo, pero que tuvieran las mismas cifras  del 36.600 (lógicamente en distinto orden) podrían presentarse en las instalaciones de la emisora, en la calle Martín Luján. Los diez primeros en hacerlo, recibirían una cesta llena de productos navideños. El locutor detallaba a continuación el contenido de la aludida cesta de la suerte:

1 botella de anís; 1 botella de vino dulce de Málaga; 1 botella de sidra; 1 paletilla de jamón; 1 chorizo; 1 salchichón;  1 pollo asado envasado; 1 lata de mortadela; 1 queso de cabra; 1 lata de atún en aceite; 1 lata de mejillones; 2 tabletas de turrón, de Alicante y de Jijona; 1 bolsa de peladillas; 1 lata de fruta endulzada; 1 kilo de mantecados; 1 kilo de borrachuelos; 1 tableta de chocolate; 1 bolsa con figuritas de mazapán; 1 participación de 5 pesetas, para el próximo sorteo del Niño, víspera del día de Reyes.

Fue Romualdo quien se desplazó con la mayor rapidez que pudo a la céntrica calle Alarcón Luján, sede de la emisora de radio, a fin de presentar el décimo con esos números iguales a los del Premio Gordo de la lotería. Lo hizo utilizando una vieja bicicleta que le prestó un vecino de Álvaro, que ejercía de cartero y ya había hecho el servicio del día. Al subir las escaleras de la emisora, todo jadeante, creyó encontrarse con una larga lista de afortunados para optar a una de las cestas. Por el contrario sólo vio que bajaba, ya con su cesta en los brazos, un hombre mayor, con severo bigote encanecido pero que disimulaba su avanzada alopecia con una boina negra algo desteñida y sucia y al que las prisas le habían hecho no despojarse de la bata y de sus babuchas para estar en casa. Por el sonido ambiente de la emisora se escuchaba la voz del dinámico locutor que retransmitía la simpática aventura de las cestas navideñas.

“Acaba de llegar otro afortunado aficionado al juego de lotería, que presenta un billete cuyo número es el 30.606 el cual, tras la comprobación de todos sus datos, le hace merecedor de ganar la segunda gran cesta de productos navideños que entregamos a esta hora del almuerzo, en esta jornada mágica del 22 de diciembre. A don Romualdo se le ve todo feliz y contento, aunque un tanto nervioso por la emoción del momento. Le vamos a ceder el micrófono, a fin de que pueda pronunciar algunas alegres palabras para los oyentes de este entretenido programa, que se emite en directo por nuestra emisora Radio Juventud de Málaga, de la Cadena Azul de Radiodifusión”. 

Aquella tarde, en un martes soleado pero algo frío de diciembre del 59, los tres amigos de la reunión en el Quinqué se repartieron el contenido de la cesta de la suerte, sin mayor discrepancia para la elección de los productos, pues algunos de los mismos también fueron divididos. Pequeña compensación, para tan enorme ilusión confiada al juego lotero. Pero unos y otros repetían la misma cantinela: “Bueno, al menos nos hemos distraído y lo hemos intentado. Ya sabemos que con esfuerzo y tesón, somos capaces de reunir unas cuatrocientas pesetillas, en muy escasos días. Seguiremos de pobres, pero con salud y buena compaña”. Mientras salían del tabernucho portuario, camino a sus domicilios, cada uno portando sus respectivas bolsas del reparto realizado en buena armonía, un grupo de niños, enfundados en sus pellizas y chalecos, con gorros de lana y bufandas al cuello y calzando alpargatas de esparto, a modo de alegre “pastoral”, entonaban alegres villancicos navideños. Rebosantes de sonrisas, iban bien provistos con sus zambombas, panderetas, campanillas  y un viejo tambor que marcaba los tiempos. Aquella Navidad del 59, en los gratos e indelebles recuerdos de la memoria.-

 

LA LOTERÍA DE

LA CESTA DE NAVIDAD

 

 


José Luis Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

18 DICIEMBRE 2020

 

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viernes, 11 de diciembre de 2020

BOOKS AND FLOWERS. LIBROS Y FLORES.


Con la evolución de la práctica comercial, las diferencias entre el “ayer” y el “hoy” son cada vez más notorias, tanto para el comprador como también para el vendedor. Hace décadas no existían los supermercados, ni los grandes áreas de centros comerciales. Los clientes que deseaban comprar artículos para sus necesidades se desplazaban a las tiendas, en las que eran atendidos (o tenían que esperar su turno) por un dependiente, que se encontraba normalmente situado detrás de un mostrador. Si se trataba de un colmado de ultramarinos, había que ir indicando, uno a uno, los diferentes artículos que se necesitaban, concretando al tiempo la cantidad o peso que se deseaba adquirir. La conversación con el tendero humanizaba y socializaba el acto de “ir a la compra”. En muchas de las tiendas del barrio, el cliente era bien conocido, incluso por su propio nombre. Los consejos y comentarios de ese dependiente o propietario resultaban de suma utilidad, pues el comprador tenía la certeza que aquello que se le sugería era lo mejor en cuanto a marcas de productos, además que se le aconsejaba como había que manejar o elaborar aquello que había comprado. En muchas de estas tiendas del barrio, el propietario disponía de una amplia banqueta a fin de que los clientes pudieran esperar, cómodamente sentados, el turno correspondiente.

Pero llegaron los súper, los hipermercados, las grandes áreas o almacenes comerciales, en donde la clientela encuentra los artículos ya pesados, envasados, colocados y valorados.  De esta manera, el comprador se limite a coger y a echar o poner en ese carrito que se le facilita, (el cual “naturalmente” tiene una gran capacidad) las mercancías que desea adquirir. En los artículos de alimentación, el cambio tiene la gran ventaja de la rapidez o la agilización del acto de compra, con el inconveniente añadido de la falta de comunicación con el encargado de vender el producto. En el caso de los artículos electrónicos esas carencias se agudizan, cuando es necesario consultar características o aspectos concretos de ese material. Cada vez hay menos personas disponibles para atender de manera directa al cliente, en ocasiones prácticamente ninguna. En estos casos hay que desplazarse punto de información (siempre de que exista) a fin de solicitar un vendedor o el encargado de la zona. No siempre ese gestor comercial estará disponible, pues puede estar atendiendo a otro o más clientes, con la excesiva dilación en el tiempo, por lo que, en ocasiones, decides desistir acerca de la consulta o aclaración que pretendías solicitar.

Cuando al fin aparece un dependiente para atenderte y le planteas tu problema o duda, encontrarás varios tipos de respuestas. “Perdone, pero es que no soy de este departamento” “Lo mejor es que entre Vd. en la página web de la marca, en donde hay un buzón para la atención del público o un listado de las preguntas frecuentes” “Vamos a ver si leyendo el manual de instrucciones podemos resolver el problema”. De una u otra forma caes en la cuenta que el aturdido vendedor carece de la suficiente experiencia o conocimiento para ayudarte de una manera eficaz. No es infrecuente que el dependiente que te atiende en librería se encontraba ayer o la semana pasada prestando servicio en la sección de ropa infantil y la semana próxima tal vez puede estar en la sección deportiva del gran almacén. Las falta de profesionalidad, en todos estos casos, es evidente, por muy buena voluntad o amabilidad que aporte tu interlocutor (si has conseguido llegar hasta él). También es cierto que a veces tienes suerte y te encuentras con un comercial muy cualificado

Cada día son más importantes y numerosas las compras on-line, utilizando el recurso de Internet. En estos casos informáticos, es complicado tener una persona con la que contactar de manera directa, para que te ayude en la confusión o aclaración de las dudas. El problema de la incomunicación se incrementa. Ahí se encuentra el origen de todos estos problemas.

En el supuesto de que el dependiente, encargado o gestor comercial esté disponible para atender al cliente, aquél puede resultar una persona agradable, imaginativa, servicial, didáctica, respetuosa, amante de su trabajo, experimentada. O por el contrario el comprador se encuentra con el infortunio de tener que negociar con una persona brusca, desagradable, inflexible, altanera, ineducada, con prisas y preocupado por el reloj, que no desconecte de sus problemas personales, sin la preparación, rodaje o veteranía necesaria, etc. Todo es cuestión de suerte u oportunidad. Vayamos ya pues a una historia concreta, entre un cliente y el comercial que le va a atender en su petición o necesidad.

Una nueva tienda de regalos “con encanto”, ha abierto sus puertas entre los comercios malagueños. La propietaria es una señora de nacionalidad británica, llamada Jennifer O´Neill, quien tras haber ejercido largos años como profesional de la odontología, se encuentra en la actualidad jubilada. Con un cierto capital económico, esta emprendedora comercial tenía la ilusión de montar una pequeña tienda de libros y flores para regalos, en una ciudad marítima, con buen clima y espíritu abierto, como es Málaga, ciudad en la que había pasado algunas fases vacacionales muy gratas para su activo carácter. Precisamente era la localidad en donde había decidido fijar su residencia. La propietaria ha mantenido el nombre inglés como rótulo del coqueto y bien organizado comercio: BOOKS AND FLOWERS, en alusión a los dos productos básicos que se ofertan en el mismo: el placer de los libros (muchos de ellos en inglés) y el aroma y cromatismo  de las flores. El comercio está situado en calle Molina Larios, en esa arteria que comunica en entorno monumental de la Catedral, con el pulmón vegetal del Parque y la cercanía marítima de la zona portuaria.

Aunque Jennifer suele pasar muchas horas en su tienda, ha encontrado una eficaz colaboradora en la persona de Gema Deliada, dependienta con treinta y ocho años de edad, que tenía una cierta experiencia por haber trabajo en un almacén editorial durante bastantes años y que en ese momento oportuno se encontraba en paro, debido a un cambio en el negocio de la empresa con la reestructuración del personal laboral. Gema es persona que combate su arraigada timidez, con una proverbial amabilidad y delicadeza, actitud que aplica a todos aquellos con quienes se relaciona. Su dulzura en el trato, su imaginación y sensibilidad de carácter, además del profundo amor a la naturaleza que siempre ha demostrado, fueron factores decisivos para que fuera ella la elegida, entre otros solicitantes, a fin de dirigir (con eficacia manifiesta) el “exquisito” comercio organizado en un malacitano entorno de la Málaga tradicional. En su privacidad, la muy activa dependienta convive con su madre, doña Mariana, una señora de avanzada edad que en un lejano momento de su vida se quedó embarazada de una pareja que no quiso ser fiel en absoluto a su responsabilidad paternal. Costurera de profesión, crió con mimo y ternura a su hija, cuidando que nada le faltase. Hace unos años, los problemas de visión y otros achaques derivados del calendario vital, hicieron que dejara la aguja y el hilo, encontrando sin falta ese calor humano y el trabajo diario de Gema, complementos necesarios para una madre que se ha había hecho demasiado mayor. Gema ha tenido algunos pretendientes pero, por una u otras razones, no ha encontrado a ese compañero ideal para su gusto y estilo de vida.  Se encuentra feliz cuidando a su madre y atendiendo con esmero y delicadeza un trabajo que le vitaliza: la relación diaria con los libros y las flores marcan una hermosa hoja de ruta, impresa en todos esos amaneceres y atardeceres que conforman su existencia.

Era un viernes primaveral por la tarde cuando un hombre de mediana edad entró en el establecimiento, en ese momento vacío de otra clientela. El posible cliente estuvo durante unos largos minutos observando los estantes repletos de libros, desplazándose a continuación a la zona donde estaba instalado el bello y vegetativo conjunto de macetones y jarros de aluminio, conteniendo las más espectaculares especies de flores procedentes de la naturaleza. El visitante miraba pacientemente la bella mercancía expuesta, mientras Gema le observaba con discreción y expectativa para cubrir o atender cualquier necesidad o pregunta que se le planteara. Entendió llegado el momento del “romper el hielo” ofreciendo sus servicios al nuevo cliente a quien en nada conocía.

“Buenas tardes. Encantada de saludarle. Estoy a su completa disposición, por si le puedo ayudar a tomar la mejor y acertada elección para su necesidad.” El hombre agradeció con una sonrisa el ofrecimiento, aunque le hizo entender que prefería seguir mirando la sutil mercancía de la que se veía rodeado. Por momentos el semblante del cliente parecía cada vez más apesadumbrado, marcando una profunda tristeza en las líneas faciales. Incluso difícilmente podía disimular unos ojos brillantes que indicaban unas lágrimas que estaban a punto de brotar. A pesar de la discreción con que solía hacer gala la dependiente, no se le ocultaba el estado emocional que embargaba a ese indeciso cliente que seguía paseando lentamente entre toda la mercancía ofertada. Esas lagrimas al fin brotaron, creando un clímax tenso y novedoso para la experiencia de Gema.

“Discúlpeme. Me temo que tal vez no se encuentre Vd. demasiado bien. Le puedo ofrecer alguna infusión tranquilizante, pues en la trastienda dispongo de lo indispensable para algún desayuno o merienda que muchos días me he de preparar. Tal vez le siente bien una manzanilla con anís o incluso tila. Esta infusión le puede tranquilizar. Tome cómodamente asiento y ya más calmado con la bebida caliente podrá elegir aquello que más le convenga. Seguro que hará feliz a la persona que tenga la suerte de recibir el precioso presente”.

Ya más sereno, ese extraño cliente, se mostró agradecido por el calor humano que recibía de la solícita dependienta. Creyó oportuno sincerarme, aplicando sencillez, naturalidad y humildad, con esa buena persona que no se limitaba a querer vender un determinado producto, sino que se preocupaba del estado emocional que afectaba a su interlocutor.

“Señorita. Agradezco profundamente su humanidad  y le ruego me perdone, por el mal rato que sin duda le estoy haciendo pasar. Pero la conciencia tiene estas insólitas respuestas que entiendo no son fáciles de entender. Debo presentarme, pues lo contrario sería una descortesía. Mi nombre es Bibiano. Estoy divorciado, desde hace ya un tiempo. Trabajo como técnico en una empresa de eventos culturales y fiestas. Le confieso que no he sido ese hijo modélico que anhelan todas las madres. Todo lo contrario. He privado de ofrecerle, a esa madre que me dio la vida, el natural cariño que merecen todas las madres. En vez de afecto y ayuda, para corresponder a su bondad, mis respuestas han sido egoístas y desconsideradas. Me he entregado al placer de las mujeres, descuidando gravemente el deber fundamental de amor filial. Fue muy buena conmigo, como todas las madres con sus hijos. Sin embargo, para lo único que me preocupé realmente, con respecto a ella, fue para gestionarle el ingreso en una residencia para la tercera edad, institución a la que no he ido ni una sola vez para visitarla. Me remuerde acremente la conciencia.  

Mi madre se llama Florencia y en la actualidad es muy mayor. Camina ya para los 83 años. Hacía casi un año que no sabía nada de ella, entregado con desafortunado egoísmo a mis asuntos. Pero hace unos días, un casual encuentro y diálogo con una vecina, que se preocupa generosamente de ella, me hizo ver lo inhumanos que somos las personas, cuando nos despeñamos por el abismo de lo insensible. Avergonzado y arrepentido de mi proceder, mañana sábado me he propuesto ir a esa Residencia para visitarla, institución dependiente de la Junta de Andalucía y ubicada en la ciudad de Ronda. Le confieso que no sabía qué llevarle. Por este motivo, cuando pasé por delante de esta bonita tienda, cuya existencia desconocía, me he decidido a entrar para elegir algo que la pudiera hacer mínimamente  feliz”.

Tras esta larga y sincera exposición, Gema, muy agradecida, le transmitió animo y sosiego, explicándole que “siempre hay un buen momento para la rectificación”. “Los errores sólo los cometen los seres humanos y el humilde gesto de reconocerlos, es una inteligente forma de pedir ese perdón, que ennoblece y realza esa nuestra débil humanidad”. Siguió comentándole  que un libro, tal vez no sería la mejor forma de mostrar el cariño y el afecto debido, a una persona con tan elevada edad y que tal vez estuviera sumida en problemas visuales. En cambio, le sugería un centro de flores, incluso una maceta de hortensias para que, en la medida de sus fuerzas, se entretuviera cuidándola y se acordara de es hijo que había sabido rectificar. En este sentido, mostró a Bibiano dos macetas con hortensias. Una de ella, con flores de color rosa y otra con flores violetas. Su ya más calmado interlocutor dudaba entre una y otra, pues consideraba plenas de belleza las flores de ambos tiestos de barro. Se llevó, con expresión de felicidad, los dos artículos. “A buen seguro, le gustarán”. Dio repetidamente las gracias, a la bondadosa comercial, diciéndole unas bellas palabras: “Me ha hecho mucho bien. Gema. Es Vd. un verdadero ángel”.  

El sábado por la mañana, a esa hora mágica del mediodía, Bibiano se presentó de nuevo en la tienda. Gema no estaba sola, en ese preciso momento, pues le acompañaba la propietaria de Books and Flowers, la señora Jennifer. El cliente llevaba en sus manos una caja de bombones, que ofreció con una tierna sonrisa a la sorprendida comercial. Le rogaba, por favor, si podría acompañarle esa tarde, en su visita a la Residencia donde se encontraba su madre. Seguía necesitando su ayuda. Se ofrecía a recogerla con su coche donde le indicase, a eso de las cinco de la tarde. Pensaba que era una hora estupenda, para que pudiera descansar después del almuerzo y como estaban en los días más largos del año, tendrían tiempo suficiente para la vuelta a casa, gozando de esa bella y sentimental luminosidad primaveral, previa al verano. Gema miró, un tanto confusa a la señora Jennifer, quien le dio su opinión afirmativa con una pícara sonrisa. Gema entendió el ruego del atribulado cliente, aceptando esa petición del “hijo recuperado para una madre solitaria”. La dueña del negocio, complacida con la respuesta de su eficaz colaboradora, le indicó que por ese día ya había terminado su trabajo. Que podía marcharse a casa, a fin de para prepararse con tranquilidad para ese afectivo paseo de por la tarde con el Sr. Bibiano.

Todo salió perfectamente, para satisfacción y gozo de los dos ilusionados protagonistas. A pocos minutos de las 18 horas, Bibiano, portando las dos macetas de hortensias, acompañado de una bella mujer llamada Gema, hacía su entrada en la Residencia de Mayores “El Rocío”, identificándose en conserjería y explicando el motivo de su visita. Tras unos minutos de espera, una asistente los acompañó a una amplia zona ajardinada, en la que descansaban  bajo la sombra del bien cuidado arbolado muchos ancianos residentes en la institución. De inmediato, Florencia y Bibiano estaban frente a frente. El hijo, fortalecido por la compañía de una gentil amiga, se sintió animoso para transmitirle unas palabras cariñosas a su madre, después de besarla con respetuoso, afectivo y expresivo cariño. Gema también transmitió unas dulces palabras, a la desorientada señora que miraba, de un lugar a otro, en una bien dibujada escena en la que ella era la principal protagonista. La enfermera intervino con acierto y dulzura “Señora Florencia: aquí tiene Vd. a su hijo. Ha venido a verla y a traerle un bonito regalo. Seguro que le van a agradar estas preciosas flores en sus también lindos maceteros”. La buena señora sonreía, con las dos preciosas hortensias que habían posado a sus pies (notoriamente hinchados). De inmediato, unos celadores trajeron dos sillas plegables de madera, para que Gema y Bibiano pudiera sentarse junto a Florencia, que continuaba sin pronunciar palabra alguna, con una mirada teñida de intenso desconcierto.  

Fue un tibio reencuentro, marcado por intensos sentimientos y escasas palabras. El buen tacto y delicadeza de Gema ayudó sobremanera en una situación en la que un hijo, cada vez más confundido, apenas sabía qué decir y una madre, que mantenía la pupila de los ojos perdida en las tinieblas de la memoria. Sobre las siete y media, los visitantes consideraron que era el momento oportuno de la despedida, teniendo en cuenta que la cena a los residentes era servida a las veinte horas, ya que habitualmente los internos se iban pronto a la cama para descansar. Tras los besos y palabras cariñosas, expresadas por la pareja, abandonaron el lugar acompañados por una joven celadora, mientras Florencia continuaba con la mirada desorientada, en su plácido letargo de la ancianidad. En alguna ocasión llegó a preguntar ¿Pero quién es este señor? A las nueve y quince la pareja había vuelto a Málaga, utilizando la autovía de peaje de la Costa del Sol. Bibiano preguntó a Gema si le apetecía compartir la cena esa noche, pues se encontraba un tanto nervioso del reencuentro afectivo con una madre que apenas nada había dado muestras de reconocerle. Gozaron de un romántico y agradable ágape, servido en el restaurante del Parador de Gibralfaro. El lugar era en sumo atractivo: un espléndido marco que goza de unas idílicas y espectaculares vistas de Málaga, donde brillaban en aquellas horas luces multicolores de las embarcaciones fondeadas en la bahía portuaria, además de ese cromatismo urbano en una ciudad vitalista, que latía vibraciones emocionales en la intensidad primaveral de la noche.

Al paso de los meses, Gema y Bibiano continúan “saliendo” juntos. Los fines de semana son especialmente felices para estos dos seres, que se esfuerzan en no perder ese caprichoso “tren” del amor, nuevo para ella, segunda oportunidad para él, en sus necesitadas vidas afectivas. Y hay una tercera protagonista en esta historia, que ha sabido manejar, con suma habilidad e ingenio, los hilos de las oportunidades y los bien calculados encuentros. Es Jennifer, quien se siente a ratos satisfecha y a ratos divertida, por haber sido capaz de tejer una escenografía que tiene un saludable y generoso objetivo: la felicidad de su fiel y eficaz colaboradora en la tienda de Libros y Flores. La negociación con la empresa especializada en los encuentros afectivos fue laboriosa, pues deseaba e impuso a una persona de “garantía” al lado de su apreciada y querida Gema. Pero más difícil aún fue la gestión con la institución residencial, comprometiéndose en compensación para apoyar económicamente a una señora absolutamente sin medios, quien por una tarde se iba a convertir, sin saberlo, en la madre de un hombre que luchaba por el amor de una joven mujer. Gema, más pronto que tarde, llegará a conocer el trasfondo de una compleja “arquitectura afectiva” organizada para ayudar en su futura felicidad. La respuesta a ese conocimiento será todo una incógnita, aunque Jennifer y Bibiano confían en la innata bondad y comprensión de esta bella e inteligente mujer.-

 

BOOKS AND FLOWERS.

LIBROS Y FLORES.

 

 


José Luis Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

11 DICIEMBRE 2020

 

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