Lo que desde luego parece evidente es la diferencia
que encontramos en los profesionales que atesoran un grado elevado de vocación
en su trabajo y aquellos otros que no se sienten, en absoluto felices con la
labor que desempeñan a diario. Este es uno de los ejes nucleares de la sencilla
pero significativa historia, cuya narración a continuación se desarrolla.
Davinia Coslada ejerce actualmente como enfermera, en el Hospital Clínico de Cáceres. Esta joven malagueña
finalizó sus estudios universitarios en la Facultad de Ciencias de la Salud de
la UMA hace ya tres años. Durante este periodo de tiempo intentó conseguir
plaza laboral en algún centro sanitario, ya fuese de titularidad pública o
privada, sin la suerte u oportunidad necesaria para ser contratada. Fueron
muchos los días y las noches en las que estuvo sentada frente a la pantalla de
su portátil, visitando en Internet aquellas páginas webs más factibles para
trabajar en su profesión, además de acudir de manera personal a todos los
centros de su localidad y a no pocos de otras provincias hermanas. Pero también
la suerte hay que saber buscarla. Un feliz día recibió una respuesta
satisfactoria a sus expectativas, pues en ese centro universitario extremeño
habían considerado adecuado su currículo, ofreciéndole una plaza laboral de
contrato anual renovable, a la que se debería incorporar a la mayor premura.
Ciertamente Extremadura no está excesivamente
alejada de la región andaluza. Pero el necesario traslado suponía una
separación importante de sus raíces, tanto para ella como para sus padres, Leandro y Fabiola,
que entendieron la necesidad laboral de su hija única, soportando el lógico
dolor de perder una compañía con la que habían convivido a diario desde su
nacimiento. Por lo tanto, Davinia preparó sus “bártulos” personales básicos a fin
de emprender la aventura extremeña. Lo hacía con esa ilusión y vitalidad que
dan los veinticinco años de vida. Sus padres prefirieron que realizara un viaje
más cómodo que el bus interurbano, utilizando por consiguiente el tren hasta
Madrid y de allí continuar el desplazamiento hasta Extremadura, sobre todo por
el equipaje que había de trasladar para fijar su nueva residencia, en principio,
en un pequeño hostal bastante céntrico de la capital.
Pero como suele suceder en estos casos, en el mismo
centro médico, donde se presentó nada más llegar a la ciudad, le comentaron que
una compañera de profesión, llamada Serena,
procedente de Lugo y que llevaba más de un año trabajando en el hospital
universitario, tenía hueco en un apartamento que había alquilado. El problema
del hospedaje para una larga estancia quedaba felizmente resuelto.
En relación a su trabajo, Davinia tenía un
sentimiento ambivalente: por una parte, le embargaba una lógica preocupación
por la importante responsabilidad que asumía ante los enfermos que tenía a su
cargo; por otra, afrontaba ese reto con una gran ilusión, pues ahora tenía la
oportunidad de aplicar todos sus conocimientos en un marco de patente realidad,
que completaría las prácticas realizadas y la buena preparación que había recibido
de sus profesores en las aulas universitarias. Al carecer de una experiencia
profesional, cada semana desarrollaba prácticas rotatorias en las distintas
secciones que le eran asignadas en el gran complejo hospitalario
(traumatología, ginecología, urología, oftalmología, pediatría, cardiología,
medicina interna, oncología, etc) a fin de ir tomando destreza y conocimiento
de las especificidades de cada una de las área médicas. En este instructivo y
laborioso recorrido fue tomando conciencia de una realidad que asumió de una
forma admirable: además de cumplir con sus funciones asistenciales, para con
los enfermos y con doctores que les atendían, las personas que allí estaban
internadas necesitaban, de manera especial, ese calor y apoyo afectivo, fraternal,
comprensivo e ilusionado, que les hacía un extraordinario bien, tanto en lo
anímico como en lo somático. Esa motivación y estímulo
actitudinal era, en casi todos los casos, decisivamente importante y complementaria
al tratamiento farmacológico e incluso quirúrgico.
La Consejería de Salud nombró, en el mes de
noviembre, un nuevo director del Hospital Clínico, quien en esta oportunidad
era una doctora de gran prestigio entre sus compañeros del centro médico: doña Eufrasia Villala. Una de sus primeras y acertadas
medida, a fin de reactivar al personal sanitario, fue la realización de una
interesante consulta interna. Tanto los trabajadores auxiliares, como los de
enfermería, podrían establecer una jerarquización entre las distintas
secciones, ordenación que reflejara en cuáles de las mismas se sentían más
felices y realizados con su trabajo. Además de elegir a las tres secciones de
su preferencia, tendrían que dar una explicación para justificar las opciones
que habían libremente elegido. Una vez procesadas y analizadas todas las
respuestas, fue reasignándose a todos los miembros de enfermería y personal
auxiliar, correspondiéndole a Davinia la sección que ella había priorizado y
colocado en primer lugar: PEDIATRÍA.
¿Cuál fue la argumentación que ella había aportado para justificar su
preferencia? “Elijo esta especialidad o área de trabajo basándome, entre otros
incentivos, en que soy hija única. Efectivamente, he carecido de hermanos o
hermanas, privándome en mi desarrollo del enriquecimiento personal que aportan
las familias con varios hijos, con los que hablar, jugar, disputar, entretener,
ayudar, etc. Aunque ciertamente he recibido un enorme cariño de mis padres, el
hecho de ser la única descendiente familiar me ha condicionado en no pocos
aspectos de mi carácter. En este momento importantísimo, de mi primera y vital
experiencia profesional, me gustaría ayudar e interactuar con los niños, ya que
me siento plenamente feliz y realizada cuando les comprendo y comparto el juego con ellos, apoyándoles anímicamente en
estos duros momentos por los que muchos atraviesan, teniendo que permanecer
internados y fuera del calor de su hogar familiar. Los niños necesitan el
cariño de todos y a ello me quiero entregar.” Este generoso, sincero y bello
razonamiento fue mue apreciado entre los dirigentes del centro hospitalario
universitario.
Era evidente que el carácter abierto, alegre,
desenfadado, extremadamente positivo, lúdico e imaginativo de la joven
enfermera, suponía un plus incentivador y motivador para unos pequeños, con
diversos tipos de dolencias y que para colmo tenían que estar muchas de las
horas del día y la noche, alejados de sus hermanos y progenitores. En
consecuencia, Davinia asumía que, en no pocas ocasiones, tenía que actuar ante
los pequeños, como esa mamá que no está, como esa hermana que se echa en falta,
como esa amiga ausente que se necesita, como esa compañera con la que se anhela
jugar ¿Y cómo desarrollaba esta gran profesional
sanitaria su ejemplar labor?
Contándoles cuentos e interesantes historias, en
los momentos más oportunos. Organizando juegos de disfraces. Promoviendo
concursos de dibujos. Desarrollando talleres de divertidas manualidades.
Enseñándoles sencillas y hermosas canciones. Motivándoles con fáciles labores
de papiroflexia. Paseando, con aquellos que estaban autorizados, a través del
jardín o los pasillos. Llevándoles a la sala de los juguetes, que ella ayudó a
montar. Rezando con ellos, poco antes de iniciar la hora de dormir. Difundiendo
esas sonrisas y palabras que siempre alientan en todos los instantes, pero más
en aquellas horas y minutos de la ineludible necesidad.
Y llegaron las fiestas de la NAVIDAD. Entre todo el personal sanitario se
organizaron unos turnos vacacionales,
negociados y también sorteados, con el fin de que los profesionales se
repartieran la atención laboral a los internados, en esas emblemáticas fechas
de la Nochebuena y la Navidad, la despedida del Año “Viejo” y la llegada del
“Nuevo” Año, con la mágica Noche de Reyes y el propio “Día de los Regalos” durante
el 6 de Enero. En definitiva se trataba de que los sanitarios pudieran
disfrutar, algunos de esas noches y días, con sus familias, de manera especial
aquéllos que eran originarios de otras provincias y mantenían la ilusión de
poder visitar a sus seres queridos en estas entrañables y sentimentales fiestas
de Invierno. A Davinia le correspondió librar en el turno tercero,
correspondiente a Reyes.
En esta prolongada cadena de festividades
navideñas, la sección de pediatría quedaba bastante reducida, pues salvo en los
casos de gravedad o urgencia, muchos padres preferían posponer la estancia o el
ingreso de sus hijos más pequeños, a fin de poder tenerlos en casa y que así
pudieran disfrutar con más intensidad del “calor afectivo” familiar. Aun así,
entre altas anticipadas, los nuevos ingresos y aquellos casos de dolencias que
exigían el permanente control, quedaron una media de quince/veinte niños y
niñas, que la precaución aconsejaba no enviarlos a sus domicilios bajo pretexto
alguno. Davinia, con su hiperactividad característica, se “multiplicó” y esmeró
para crear un ambiente, en lo posible, de grata felicidad, entre este grupo de
chavales, cuyas edades eran un tanto diversas.
Para la Nochebuena y la
Navidad organizó, durante unas horas del día 24 y el 25, un sencillo
pero al tiempo espectacular Belén viviente. Vistió a algunos de los niños y
niñas de pastorcillos, eligiendo entre ellos un San José, una Virgen y, por
supuesto a un Jesús recién nacido, escenificando la historia del Portal, sin
que dejaran de sonar algunos villancicos, especialmente tradicionales. En el
día de Navidad se entregaron los premios de un concurso de imaginativos
collages, también por ella organizado: a los niños agraciados se les entregó un
gran peluche, una caja de 24 lápices de colores y una pelota de trapo, con
diversidad cromática, regalos que como en tantas de sus actividades colaboró
eficazmente la dirección hospitalaria.
Y para la Noche del 31 y
el Primer Día del Año ¿qué se le ocurrió? Supo encontrar una campanita y
un gran reloj esférico de madera pintada de colores, para dar los toques de las
doce campanadas, haciendo que los niños tomasen unas bolitas pequeñas de dulce
de algodón, para simbolizar las doce uvas y la llegada del nuevo año, el 2021.
Davinia tenía ya comprados los billetes del ida y
vuelta para el tren, viaje que la conduciría desde la capital extremeña hasta
Málaga, con la ilusión propia de disfrutar unos días en su casa familiar junto
a sus padres. Pero los niños estaban tristes, porque su “ángel” Davinia no iba
a permanecer junto a ellos, en esa noche y madrugada mágica y en el amanecer maravilloso del 6 de enero. Cuando la muy
cualificada enfermera fue a despedirse de “sus niños” recibió una mezcla de
lágrimas, abrazos, besos y ese “no te vayas” que ennoblece a quien lo recibe y
a quien lo expresa. Era evidente el fuerte sentimiento de orfandad afectiva de
estos niños, habituados al dinámico y acertado trato de la positiva e híper
activa profesional sanitaria. En la tarde del día cuatro, Davinia tuvo el acierto
de comprar unos sencillos pero significativos regalos, conociendo las
características de los niños que iban a permanecer en el Hospital durante la
jornada de Reyes. Precisamente sería Serena, su amiga y compañera de hospedaje, la encargada de entregar la alegre mercancía
que SS.MM. se habían prestado a traer en sus lúdicas alforjas.
Aquella noche resultó algo incómoda para el
descanso, pues en la conciencia de la vocacional enfermera se mezclaba la
alegría por volver a estar con sus padres, tras un trimestre de separación
laboral, con esas pinceladas de tristeza, recordando las actitudes y
expresiones de esos niños internados en el pabellón de pediatría. Una vez realizado
el frugal desayuno, tomó la mochila y el pesado (por los regalos) trolley que le
iban a acompañar en esas cortas vacaciones, ya que se tendría que reincorporar
a su puesto de trabajo el lunes 11. Al
entrar en la estación de la Renfe vio que había muchos viajeros a esa hora
temprana de la mañana. Había extremado la puntualidad, pues aún restaban unos
cuarenta y cinco minutos para la salida del Alvia, camino de Sevilla. Se sentó
en unos bancos de madera, para distraerse unos minutos manejando aplicaciones
de su teléfono móvil. En un momento concreto, levantó sus ojos de la pantalla
táctil que manejaba, para fijarlos en una gran publicidad digital que iba
ofreciendo anuncios y mensajes, con temáticas básicamente alusivas a las fechas
navideñas y de año nuevo. Uno de los mensajes, bien diseñado en sus colores y
dinámica pictóricas, decía así: “Es bueno que busques
la felicidad, pero aún es más importante saber darla”. Este lúcido texto
le hizo pensar de inmediato, en relativizar la valoración de muchas de las
cosas que nos rodean.
No lo pensó más. Se acercó con decisión a una de
las taquillas y gestionó la devolución de los billetes, que por la
característica de la compra podían “suspenderse“ para ser utilizados (si
hubiera plazas libres) en otras fechas. Tras dejar sus bártulos viajeros en el
piso, se desplazó al centro hospitalario, exponiendo al jefe de personal su
propósito de permanecer en la fiesta de Reyes junto a los niños allí
internados. “No sabes lo que te agradezco este gesto, pues en estos días
estamos bastante faltos de personal y tu generosidad nos viene que ni de
perlas”, esa fue la grata respuesta que recibió del compañero Marcos.
Para la mañana del 6 de
enero, Davinia improvisó un lindo traje de majestad oriental, simple y
simpática vestimenta que también asumió Serena y otro compañero del personal
auxiliar. El propio centro facilitó unos juguetes que, junto a los regalos
preparados por la enfermera malagueña, hicieron las delicias de aquellos niños
internados para curar sus dolencias, que mostraban una alegría desbordante, con
sus tiernas sonrisas y la confianza cariñosa hacia su buena amiga Davinia, que
no había querido ausentarse de su compañía en aquel mágico amanecer.
Realmente es una inmensa suerte poder encontrar a
personas de esta admirable naturaleza, con un sentido vocacional tan elevado,
elegante y exigente, para la dedicación laboral que libremente han asumido. Por
supuesto que esta historia puede ser considerada un tanto irreal, en el seno de
una humanidad en la que sobran demasiados egos y faltan ríos sublimes de
generosidad. Sin embargo todos los lectores, si repasan con sosiego en los
estantes indelebles de sus memorias, encontrarán a no pocas personas que, en
muchos de sus rasgos y respuestas, podrían identificarse con el perfil de esta
joven enfermera, que se sentía feliz y realizada haciendo felices a los demás. De
manera especial, a esos seres, niños y niñas, que merecen lo mejor de nosotros
mismos, a fin de que un día, a ser posible no muy lejano, puedan disfrutar de
un mundo algo mejor.-
LA GENEROSA RESPONSABILIDAD VOCACIONAL
EN DAVINIA
José
Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la
Victoria. Málaga
25 DICIEMBRE 2020
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es
Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/