Un muy veterano (acumula
doce años ya, desde la fecha de su matriculación) autobús interurbano, para el
transporte discrecional de pasajeros, realizaba aquel viernes 12 de enero su ruta
diaria entre las ciudades de Madrid y Salamanca. Había partido a las 16:30 horas desde
la madrileña Estación Central de Méndez
Álvaro, en una fría y tormentosa tarde de invierno, con la previsión de llegada
a su destino en la capital salmantina entre las siete y media y ocho horas de
la noche. Los 214 kms de distancia, que separan a las dos importantes ciudades
por carretera, suelen recorrerse en aproximadamente dos horas y media. Sin
embargo esta línea económica de transporte no realiza el viaje exprés o
directo, sino que va realizando varias paradas en diversos pueblos y
localidades del trayecto, con el objeto de ir dejando y recogiendo a
determinados pasajeros. Todo ello incrementa el tiempo normal de ruta, entre
los treinta y cuarenta y cinco minutos de duración.
Desde hace días domina
el cielo de la Península una intensa borrasca, situación meteorológica que
conlleva fuertes aguaceros, hermanados a un tiempo
tormentoso con espectacular aparato eléctrico. Viajar en estas fechas no
resulta especialmente agradable para casi nadie, pues el frío (son numerosos
los paisajes nevados) las precipitaciones y el cíclico tronar desde las nubes,
disuade a muchos tomar la carretera, a no ser por esas necesidades o
imprevistos que tanto y traviesamente nos vinculan. Aquellas tarde, en las
puertas del fin de semana, el autobús iba casi repleto de usuarios. Los escasos
asientos vacíos (y aquéllos que desocupaban algunos de los viajeros que se iban
apeando) eran rápidamente ocupados por
otros pasajeros que subían al vehículo en las paradas intermedias de la ruta.
Estaba al mando del
volante un joven pero ya experto conductor, Esteban
López Bahía, quien a sus treinta y cinco años de edad se mostraba
satisfecho y feliz con su trabajo, en una época de tantas carencias y penurias
laborales. Ciertamente no gozaba de un contrajo laboral fijo, sino eventual, a
fin de cubrir las ocasionales bajas del personal u otras necesidades. También
era llamado para determinadas fechas (vacaciones, Navidad, festividades y fines
de semana) en que la empresa suele incrementar sus servicios de transporte.
Pasada ya la época navideña, sus jefes le habían prorrogado los contratos
semanales, debido a las bajas propias por enfermedad durante esos meses de
catarros, gripes y demás enfriamientos.
Mientras conducía pensaba en Alma, su
querida y pequeña de tres años cumplidos, fruto de su matrimonio con Águeda. Llevaban casados ya cinco años, residiendo en
un pequeño piso de dos dormitorios que antes de la boda habían comprado a un
funcionario trasladado a su ciudad de origen, ubicada ésta a muchos kilómetros
de distancia. Los gastos de hipoteca, y aquellas otras reformas urgentes que el
viejo piso había exigido, les mantenía sumidos en un conjunto de agobios y
estrecheces económicas que, con paciencia y austeridad, iban sobrellevando.
Faltaban apenas veinte
minutos para las 20 horas, cuando los cansados pasajeros fueron avistando la
entrada Este de Salamanca, que pronto les condujo al punto de destino, final
del trayecto: la estación de Autobuses en la histórica ciudad castellana. Todos
ellos se fueron bajando con presteza, a fin de recoger sus enseres guardados en
la “bodega” del bus. Se iban abrigando también convenientemente, dada la baja
temperatura en la ciudad, pues los termómetros marcaban en esos momentos un
grado térmico bajo cero. Esteban completaba mientras tanto el impreso
reglamentario correspondiente al servicio, informe ritual que debía entregar en
la oficina de la Compañía antes de abandonar la estación. Pensaba que ya
estaban totalmente vacíos los asientos, cuando reparó que aún quedaba un pasajero, el cual permanecía en su
asiento situado en la última fila, junto a la ventana derecha del fuselaje. Un
tanto extrañado ante la actitud pasiva de ese hombre, se acercó a él para
indicarle que ya se había llegado al punto final del trayecto, lo cual era más
que obvio: dentro del vehículo sólo estaban ellos dos.
Aquiles
Santos Diana, como poco después tuvo
la oportunidad de conocer, era el nombre del extraño pasajero cuya edad no
llegaría al medio siglo de vida. Ofrecía, a primera vista, una imegen de
persona tímida y de no muchos recursos materiales. Iba enfundado en una
“gastada” trenka gris marengo, con botonadura de colmillos marrones, mientras
protegía su cuello y parte de su agrietado rostro con una larga y modesta
bufanda azul marino. Asía entre sus manos una raída mochila marroquí de piel
beige, aclarando de inmediato que no tenía que recuperar maleta alguna pues sólo
viajaba con ese pequeño equipaje.
“Me
encontraba muy cansado, por una serie de asuntos personales, no muy agradables
por cierto. La “cosa” es me he quedado completamente dormido durante casi todo
el viaje. El cansancio que acumulaba mi cuerpo era bastante intenso, pues no me
he llegado a despertar ni en las diversas paradas del trayecto. Lo que m ás lamento es que
precisamente tenía que haberme apeado en Avila, mi
destino. Y ahora parece que hemos llegado finalmente a Salamanca. ¡Cuánto he
debido de dormir! Los problemas se me acumulan, no lo sabe Vd. bien. Y ahora
¿qué puedo hacer?”
El solícito conductor,
persona con nobleza de corazón, a pesar de la dura noche meteorológica y del
trabajo acumulado en su cuerpo, tras varias horas en la responsabilidad del
volante, se mostró dispuesto sin embargo a prestar ayuda al abrumado viajero.
Persona que ahora se encontraba en un punto geográfico que no correspondía
lógicamente a sus deseos. Le indicó que podría ayudarle, aunque antes tenía que
entregar el impreso de ruta en la oficina de la compañía para la que trabajaba.
Una vez cumplida su obligación laboral, ofreció al viajero la posibilidad de que
ambos compartieran un café, a fin de aconsejarle lo que fuese preciso en tan
confusa situación. Una cálida infusión les vendría muy bien a los dos
interlocutores, pues el frío era extremadamente intenso. De manera afortunada,
la cafetería de la estación aún permanecía abierta, por lo que ocuparon una de
las mesas junto al ventanal exterior. Los escasos clientes que en ese momento
permanecían en el establecimiento podían percibir, a través de los cristales
empañados del local, el fuerte aguacero que estaba cayendo sobre una ciudad con
las calles prácticamente semivacías de viandantes. La tormenta y el gélido
nivel térmico que se soportaba hacía escasamente apetecible salir de casa. Cuando
Esteban aclaró a su compañero de mesa de que el próximo autobús, que pasaría
por la capital abulense, no saldría hasta las nueve de la mañana siguiente, el
rostro del ya muy abrumado pasajero adquirió una “desesperada” expresión facial.
“Madre mía
¡Cómo se acumulan los problemas en la vida de las personas! Me desplacé hasta Madrid, hoy muy de mañana, pues me habían respondido a una
solicitud laboral para realizar la correspondiente entrevista. Llevo sin
encontrar trabajo ya más de dos años, con unas carencias económicas
verdaderamente agobiantes para mi modesta familia. Mis dos hijos, que están
casados, sufren también el paro. Yo he trabajado como albañil durante bastantes
años, pero llegó la maldita crisis, con la reducción al mínimo de las
construcciones. Ahí tenemos tantas obras paradas, con los solares vallados, sin
nadie que les meta mano ¡Claro que estamos pasando hambre y otras necesidades!
La familia trata de echarte algún cable, pero qué se puede esperar de ellos, si
también están sufriendo las estrecheces de esta economía bloqueada. Ese posible
trabajo, para el que me han entrevistado hoy al medio día, tampoco es que resulte
muy agradable. Se trata de un puesto auxiliar, para una compañía de decesos. Pero
incluso para esta función tienen que entrevistar a mucha gente. Allí me he
encontrado con más de veinte aspirante, todos ansiosos de ser elegidos. Unos y
otros estábamos “luchando” por un
“miserable” sueldo mensual. Y aún así, hay que esperar la respuesta que
“alegrará” sólo a dos posibles candidatos. Ya vé … ahora estoy aquí en Salamanca por error, cerca ya de las nueve de
la noche, en una ciudad que apenas conozco, con sólo unas monedas en el
bolsillo (que no me van a permitir sacer un nuevo billete) y prácticamente con
un bocadillo en el cuerpo. Veré si me dejan quedarme aquí durante la noche,
tendido en uno de los bancos, hasta que amanezca. En esta situación, ya ni me da vergüenza
tener que pedir, pues tengo que llegar al precio de ese ticket que me permitirá
poder volver a casa. Todo ello por haberme quedado dormido en la parada donde
me tenía que bajar”.
Esteban no era de las
personas que se muestran insensibles o impasibles, ante el dramatismo de las
palabras que le estaba transmitiendo Aquiles, mientras éste sorbía con ojos
agradecidos el cálido café con leche al que le había invitado la generosidad
del solidario conductor. Las palabras del desventurando pasajero parecían
convincentes y lógicas (a pesar del error cometido). A todos nos puede pasar
algo parecido, agudizándose la situación cuando hay otros elementos o
circunstancias negativas que inciden aún más en en ese problema global que le transmitía
la sinceridad de su confundido y desanimado interlocutor. Armándose de valor, quiso
dar un paso al frente ofreciéndole esa ayuda fraternal que los humanos casi siempre
anhelamos recibir.
“Amigo
Aquiles. Entiendo que no resulta fácil asumir todo lo que me estás contando.
Tiene que ser muy duro sobrellevar tantas carencias. No es el único caso que yo
he vivido, con algún pasajero que se pasa de su parada por razones diversas. Pero
su situación es complicada, qué duda cabe. Y el caso es que aquí no puede pasar
la noche pues, a partir de las 12, cierran las dependencias de la estación. No se
autoriza que nadie permanezca en el interior del recinto durante la madrugada.
Y la noche se ha presentado de “perros y gatos”, con una gran tormenta que
asusta. ¿A dónde va a ir? ¿Cómo se va a proteger? Y encima, con el estómago
vacío.
Mi mujer,
la niña y yo formamos una familia modesta. Tenemos un pisito pequeño, pero con
una hipoteca de esas que “ahogan” cada mes cuando llegan los recibos. Mi
trabajo tiene sus alzas y bajas. No podría asegurar si me van a llamar la
semana que viene, para llevar el volante de aquí para allá. Pero no puedo
dejarle “aquí tirado”. Véngase conmigo, que no nos vamos a arruinar poniendo un
plato más en la mesa. Tenemos un sofá, donde podrás descansar y protegerte de
la lluvia y el frío (creo que andaremos alrededor de los cero grados). En
cuanto a mañana, nos venimos temprano para la estación y hablo con el
encargado. Como conservas el billete del ida y vuelta, le explico el caso a mi
jefe y tal vez podamos conseguir que te permitan volver gratis hasta Ávila. En
todo caso, un nuevo billete para viajar enttre las dos ciudades sólo cuesta
6,60 €. Son 87 kms la distancia a recorrer por carretera. Me dices lo que te
queda en el bolsillo … y yo completaría lo que te falta”. El
contexto de la conversación hizo que ambos pasaran del Vd. a ese tuteo que nos
aproxima de alguna forma a los demás.
Aquella noche Aquiles la
pasó en el domicilio de su hospitalario y nuevo amigo. Águeda, a pesar de su
sorpresa inicial, puso un plato más en la mesa y a todos les supo de maravilla
ese caldo de cocido caliente que, con esmero y experiencia, había preparado una
excelente artesana de la cocina. Alma ya dormitaba en su cuarto, pues su madre
había conseguido llevarla pronto a la cama, tras la ducha diaria y la
correspondiente cena. Aquiles hablaba poco, pero sonreía más. No querían
enturbiar más con sus tristezas la viada apacible de aquel ejemplar y joven
matrimonio, que también “negociaba”, cada uno de los días, con las penurias
propias de un sistema económico, tenazmente exigente e insolidario. Aceptó de
buen grado, con esa mirada complacida que genera el sosiego y la amitad, una
taza de menta poleo, necesaria infusión que iba a mejorar un cuerpo sometido a
un fuerte constipado, a lo que ayudó el siempre necesario paracetamol. Había
que potenciar mejor las defensas de un organismo, presa de un fuerte resfriado
y un ánimo intensamente agotado.
Quiso la suerte de que,
en la mañana del sábado, Esteban fuera encargado de hacer los dos servicios del
día, entre Salamanca y Madrid. Antes de partir, habló con Dino Caraván, jefe de personal, a quien explicó el
caso de Aquiles quien, con la necesaria prudencia y expectación, aguardaba en
la antesala de la pequeña oficina de organización. La autorización recibida
llenó de gozo a una persona “toscamente” tratado por la suerte y la
oportunidad. Aunque pudo desayunar con la lógica apetencia en casa de su
benefactor, Águeda había preparado sendos bocadillos de queso y morcón para que
su marido y el inesperado invitado sobrellevaran mejor los avatares de una
larga mañana de trabajo. De manera también afortunada, aunque el cielo permanecía
aún lleno de brumas, había dejado de tronar, relampaguear y llover.
Cuando el bus alcanzó la
“estación” intermedia de la capital abulense (espléndida imagen de una
planimetría en relieve, con numerosos tejados cubiertos de nieve) ambos amigos se estrecharon en un cálido y afectuoso
abrazo. Hubo pocas palabras entre ellos. “Suerte
amigo ¡Cuidate! ¡Gracias, gracias. Aún hay gente buena en el mundo!”
Mientras conducía, camino de la centralidad madrileña, Esteban pensaba en el
porvenir caprichoso que las personas hemos de afrontar. Se sentía bien en
conciencia, con la satisfacción de haber prestado ayuda a un “adormilado”
pasajero que ayer había perdido su parada y al que la vida no le estaba siendo
generosa. Reflexionaba pensando qué habría sido del pobre Aquiles, si hubiera
estado al volante otro compañero menos comprensivo y hospitalario. Desde esta
curiosa experiencia, ahora suele proclamar en voz alta la estación en la que su
autobús se detiene, a fin de que bajen y suban los correspondientes viajeros.
Ha pasado ya casi un mes
desde aquella insólita aventura con el humilde pasajero adormilado, en una
inhóspita y gélida noche de lluvia y tormenta. Hoy miércoles 7 de Febrero, al
llegar a su domicilio Esteban encuentra en el buzón de correos, entre una
copiosa y aburrida correspondencia comercial, una carta procedente de la
entidad bancaria con la que tiene concertada su “pesada” ayuda económica. Se le
cita, a la mayor premura, para que se persone en la oficina, a fin de tratar un
asunto importante relacionado con el préstamo hipotecario que les vincula. No
podrá hacerlo hasta el viernes, pues el jueves ha de cumplir servicio completo,
con una nueva y larga ruta entre Salamanca y Barcelona.
Ese viernes, apenas
abierta la puerta del establecimientio financiero, Esteban ya se halla sentado frente a la mesa
ocupada por el interventor Jaime Sanchidrián.
El un tanto “atildado” operario administrativo, le explica con mecanicista
frialdad un importante hecho relacionado con su hipoteca bancaria.
“Bien… Sr.
López Bahía. Hemos recibido una transferencia económica a su cuenta, avalada
por un documento notarial, con el fin de sufragar la cantidad que aún le resta
por pagar (108.000 €) correspondiente al préstamo contractual que mantiene con
la entidad que represento. La documentación, puedo asegurarle, es toda
correcta, según nuestro equipo de control jurídico. Por todo ello le voy a
entregar un dossier con una amplia documentación que Vd debe firmar, a partir
de la cual quedará totalmente liberado de los débitos mensuales hipotecarios
que se cargaban en su cuenta bancaria. Un representante de nuestra entidad le
acompañará al despacho notarial con el que trabajamos, a fin de realizar las
restantes firmas conjuntas, con la que poder avalar su plena propiedad de la
vivienda. En el Registro de la Propiedad se realizarán, lógicamente, los necesarios
cambios y notificaciones al afecto. Sólo me resta felicitarle, por haber gozado
de tan generoso y solvente “protector”. En dicha documentación que le facilito
encontrará una carta, dirigida a su persona, en cuyo remite está el mismo
nombre que realiza tan sustancial donación: D. Aquiles Santos Diana”.
José L. Casado Toro (viernes, 26 enero 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga