viernes, 26 de enero de 2018

EL ADORMILADO VIAJERO DEL ÚLTIMO ASIENTO EN EL BUS.

Un muy veterano (acumula doce años ya, desde la fecha de su matriculación) autobús interurbano, para el transporte discrecional de pasajeros, realizaba aquel viernes 12 de enero su ruta diaria entre las ciudades de Madrid y Salamanca. Había partido a las 16:30 horas desde la  madrileña Estación Central de Méndez Álvaro, en una fría y tormentosa tarde de invierno, con la previsión de llegada a su destino en la capital salmantina entre las siete y media y ocho horas de la noche. Los 214 kms de distancia, que separan a las dos importantes ciudades por carretera, suelen recorrerse en aproximadamente dos horas y media. Sin embargo esta línea económica de transporte no realiza el viaje exprés o directo, sino que va realizando varias paradas en diversos pueblos y localidades del trayecto, con el objeto de ir dejando y recogiendo a determinados pasajeros. Todo ello incrementa el tiempo normal de ruta, entre los treinta y cuarenta y cinco minutos de duración.


Desde hace días domina el cielo de la Península una intensa borrasca, situación meteorológica que conlleva fuertes aguaceros, hermanados a un tiempo tormentoso con espectacular aparato eléctrico. Viajar en estas fechas no resulta especialmente agradable para casi nadie, pues el frío (son numerosos los paisajes nevados) las precipitaciones y el cíclico tronar desde las nubes, disuade a muchos tomar la carretera, a no ser por esas necesidades o imprevistos que tanto y traviesamente nos vinculan. Aquellas tarde, en las puertas del fin de semana, el autobús iba casi repleto de usuarios. Los escasos asientos vacíos (y aquéllos que desocupaban algunos de los viajeros que se iban apeando)  eran rápidamente ocupados por otros pasajeros que subían al vehículo en las paradas intermedias de la ruta.

Estaba al mando del volante un joven pero ya experto conductor, Esteban López Bahía, quien a sus treinta y cinco años de edad se mostraba satisfecho y feliz con su trabajo, en una época de tantas carencias y penurias laborales. Ciertamente no gozaba de un contrajo laboral fijo, sino eventual, a fin de cubrir las ocasionales bajas del personal u otras necesidades. También era llamado para determinadas fechas (vacaciones, Navidad, festividades y fines de semana) en que la empresa suele incrementar sus servicios de transporte. Pasada ya la época navideña, sus jefes le habían prorrogado los contratos semanales, debido a las bajas propias por enfermedad durante esos meses de catarros, gripes y demás enfriamientos.  Mientras conducía pensaba en Alma, su querida y pequeña de tres años cumplidos, fruto de su matrimonio con Águeda. Llevaban casados ya cinco años, residiendo en un pequeño piso de dos dormitorios que antes de la boda habían comprado a un funcionario trasladado a su ciudad de origen, ubicada ésta a muchos kilómetros de distancia. Los gastos de hipoteca, y aquellas otras reformas urgentes que el viejo piso había exigido, les mantenía sumidos en un conjunto de agobios y estrecheces económicas que, con paciencia y austeridad, iban sobrellevando.

Faltaban apenas veinte minutos para las 20 horas, cuando los cansados pasajeros fueron avistando la entrada Este de Salamanca, que pronto les condujo al punto de destino, final del trayecto: la estación de Autobuses en la histórica ciudad castellana. Todos ellos se fueron bajando con presteza, a fin de recoger sus enseres guardados en la “bodega” del bus. Se iban abrigando también convenientemente, dada la baja temperatura en la ciudad, pues los termómetros marcaban en esos momentos un grado térmico bajo cero. Esteban completaba mientras tanto el impreso reglamentario correspondiente al servicio, informe ritual que debía entregar en la oficina de la Compañía antes de abandonar la estación. Pensaba que ya estaban totalmente vacíos los asientos, cuando reparó que aún quedaba un pasajero, el cual permanecía en su asiento situado en la última fila, junto a la ventana derecha del fuselaje. Un tanto extrañado ante la actitud pasiva de ese hombre, se acercó a él para indicarle que ya se había llegado al punto final del trayecto, lo cual era más que obvio: dentro del vehículo sólo estaban ellos dos.

Aquiles Santos Diana, como poco después tuvo la oportunidad de conocer, era el nombre del extraño pasajero cuya edad no llegaría al medio siglo de vida. Ofrecía, a primera vista, una imegen de persona tímida y de no muchos recursos materiales. Iba enfundado en una “gastada” trenka gris marengo, con botonadura de colmillos marrones, mientras protegía su cuello y parte de su agrietado rostro con una larga y modesta bufanda azul marino. Asía entre sus manos una raída mochila marroquí de piel beige, aclarando de inmediato que no tenía que recuperar maleta alguna pues sólo viajaba con ese pequeño equipaje.

“Me encontraba muy cansado, por una serie de asuntos personales, no muy agradables por cierto. La “cosa” es me he quedado completamente dormido durante casi todo el viaje. El cansancio que acumulaba mi cuerpo era bastante intenso, pues no me he llegado a despertar ni en las diversas paradas del trayecto. Lo que m, mi destino.qás lamento es que precisamente tenía que haberme apeado en Avila, mi destino. Y ahora parece que hemos llegado finalmente a Salamanca. ¡Cuánto he debido de dormir! Los problemas se me acumulan, no lo sabe Vd. bien. Y ahora ¿qué puedo hacer?”

El solícito conductor, persona con nobleza de corazón, a pesar de la dura noche meteorológica y del trabajo acumulado en su cuerpo, tras varias horas en la responsabilidad del volante, se mostró dispuesto sin embargo a prestar ayuda al abrumado viajero. Persona que ahora se encontraba en un punto geográfico que no correspondía lógicamente a sus deseos. Le indicó que podría ayudarle, aunque antes tenía que entregar el impreso de ruta en la oficina de la compañía para la que trabajaba. Una vez cumplida su obligación laboral, ofreció al viajero la posibilidad de que ambos compartieran un café, a fin de aconsejarle lo que fuese preciso en tan confusa situación. Una cálida infusión les vendría muy bien a los dos interlocutores, pues el frío era extremadamente intenso. De manera afortunada, la cafetería de la estación aún permanecía abierta, por lo que ocuparon una de las mesas junto al ventanal exterior. Los escasos clientes que en ese momento permanecían en el establecimiento podían percibir, a través de los cristales empañados del local, el fuerte aguacero que estaba cayendo sobre una ciudad con las calles prácticamente semivacías de viandantes. La tormenta y el gélido nivel térmico que se soportaba hacía escasamente apetecible salir de casa. Cuando Esteban aclaró a su compañero de mesa de que el próximo autobús, que pasaría por la capital abulense, no saldría hasta las nueve de la mañana siguiente, el rostro del ya muy abrumado pasajero adquirió una “desesperada” expresión facial.

“Madre mía ¡Cómo se acumulan los problemas en la vida de las personas! Me desplacé hasta Madrid, hoy muy de mañana, pues me habían respondido a una solicitud laboral para realizar la correspondiente entrevista. Llevo sin encontrar trabajo ya más de dos años, con unas carencias económicas verdaderamente agobiantes para mi modesta familia. Mis dos hijos, que están casados, sufren también el paro. Yo he trabajado como albañil durante bastantes años, pero llegó la maldita crisis, con la reducción al mínimo de las construcciones. Ahí tenemos tantas obras paradas, con los solares vallados, sin nadie que les meta mano ¡Claro que estamos pasando hambre y otras necesidades! La familia trata de echarte algún cable, pero qué se puede esperar de ellos, si también están sufriendo las estrecheces de esta economía bloqueada. Ese posible trabajo, para el que me han entrevistado hoy al medio día, tampoco es que resulte muy agradable. Se trata de un puesto auxiliar, para una compañía de decesos. Pero incluso para esta función tienen que entrevistar a mucha gente. Allí me he encontrado con más de veinte aspirante, todos ansiosos de ser elegidos. Unos y otros estábamos “luchando”  por un “miserable” sueldo mensual. Y aún así, hay que esperar la respuesta que “alegrará” sólo a dos posibles candidatos. Ya vé …  ahora estoy aquí en Salamanca por error, cerca ya de las nueve de la noche, en una ciudad que apenas conozco, con sólo unas monedas en el bolsillo (que no me van a permitir sacer un nuevo billete) y prácticamente con un bocadillo en el cuerpo. Veré si me dejan quedarme aquí durante la noche, tendido en uno de los bancos, hasta que amanezca.  En esta situación, ya ni me da vergüenza tener que pedir, pues tengo que llegar al precio de ese ticket que me permitirá poder volver a casa. Todo ello por haberme quedado dormido en la parada donde me tenía que bajar”.

Esteban no era de las personas que se muestran insensibles o impasibles, ante el dramatismo de las palabras que le estaba transmitiendo Aquiles, mientras éste sorbía con ojos agradecidos el cálido café con leche al que le había invitado la generosidad del solidario conductor. Las palabras del desventurando pasajero parecían convincentes y lógicas (a pesar del error cometido). A todos nos puede pasar algo parecido, agudizándose la situación cuando hay otros elementos o circunstancias negativas que inciden aún más en en ese problema global que le transmitía la sinceridad de su confundido y desanimado interlocutor. Armándose de valor, quiso dar un paso al frente ofreciéndole esa ayuda fraternal que los humanos casi siempre anhelamos recibir.

“Amigo Aquiles. Entiendo que no resulta fácil asumir todo lo que me estás contando. Tiene que ser muy duro sobrellevar tantas carencias. No es el único caso que yo he vivido, con algún pasajero que se pasa de su parada por razones diversas. Pero su situación es complicada, qué duda cabe. Y el caso es que aquí no puede pasar la noche pues, a partir de las 12, cierran las dependencias de la estación. No se autoriza que nadie permanezca en el interior del recinto durante la madrugada. Y la noche se ha presentado de “perros y gatos”, con una gran tormenta que asusta. ¿A dónde va a ir? ¿Cómo se va a proteger? Y encima, con el estómago vacío.

Mi mujer, la niña y yo formamos una familia modesta. Tenemos un pisito pequeño, pero con una hipoteca de esas que “ahogan” cada mes cuando llegan los recibos. Mi trabajo tiene sus alzas y bajas. No podría asegurar si me van a llamar la semana que viene, para llevar el volante de aquí para allá. Pero no puedo dejarle “aquí tirado”. Véngase conmigo, que no nos vamos a arruinar poniendo un plato más en la mesa. Tenemos un sofá, donde podrás descansar y protegerte de la lluvia y el frío (creo que andaremos alrededor de los cero grados). En cuanto a mañana, nos venimos temprano para la estación y hablo con el encargado. Como conservas el billete del ida y vuelta, le explico el caso a mi jefe y tal vez podamos conseguir que te permitan volver gratis hasta Ávila. En todo caso, un nuevo billete para viajar enttre las dos ciudades sólo cuesta 6,60 €. Son 87 kms la distancia a recorrer por carretera. Me dices lo que te queda en el bolsillo … y yo completaría lo que te falta”.  El contexto de la conversación hizo que ambos pasaran del Vd. a ese tuteo que nos aproxima de alguna forma a los demás.

Aquella noche Aquiles la pasó en el domicilio de su hospitalario y nuevo amigo. Águeda, a pesar de su sorpresa inicial, puso un plato más en la mesa y a todos les supo de maravilla ese caldo de cocido caliente que, con esmero y experiencia, había preparado una excelente artesana de la cocina. Alma ya dormitaba en su cuarto, pues su madre había conseguido llevarla pronto a la cama, tras la ducha diaria y la correspondiente cena. Aquiles hablaba poco, pero sonreía más. No querían enturbiar más con sus tristezas la viada apacible de aquel ejemplar y joven matrimonio, que también “negociaba”, cada uno de los días, con las penurias propias de un sistema económico, tenazmente exigente e insolidario. Aceptó de buen grado, con esa mirada complacida que genera el sosiego y la amitad, una taza de menta poleo, necesaria infusión que iba a mejorar un cuerpo sometido a un fuerte constipado, a lo que ayudó el siempre necesario paracetamol. Había que potenciar mejor las defensas de un organismo, presa de un fuerte resfriado y un ánimo intensamente agotado.

Quiso la suerte de que, en la mañana del sábado, Esteban fuera encargado de hacer los dos servicios del día, entre Salamanca y Madrid. Antes de partir, habló con Dino Caraván, jefe de personal, a quien explicó el caso de Aquiles quien, con la necesaria prudencia y expectación, aguardaba en la antesala de la pequeña oficina de organización. La autorización recibida llenó de gozo a una persona “toscamente” tratado por la suerte y la oportunidad. Aunque pudo desayunar con la lógica apetencia en casa de su benefactor, Águeda había preparado sendos bocadillos de queso y morcón para que su marido y el inesperado invitado sobrellevaran mejor los avatares de una larga mañana de trabajo. De manera también afortunada, aunque el cielo permanecía aún lleno de brumas, había dejado de tronar, relampaguear y llover.

Cuando el bus alcanzó la “estación” intermedia de la capital abulense (espléndida imagen de una planimetría en relieve, con numerosos tejados cubiertos de nieve)  ambos amigos se estrecharon en un cálido y afectuoso abrazo. Hubo pocas palabras entre ellos. “Suerte amigo ¡Cuidate! ¡Gracias, gracias. Aún hay gente buena en el mundo!” Mientras conducía, camino de la centralidad madrileña, Esteban pensaba en el porvenir caprichoso que las personas hemos de afrontar. Se sentía bien en conciencia, con la satisfacción de haber prestado ayuda a un “adormilado” pasajero que ayer había perdido su parada y al que la vida no le estaba siendo generosa. Reflexionaba pensando qué habría sido del pobre Aquiles, si hubiera estado al volante otro compañero menos comprensivo y hospitalario. Desde esta curiosa experiencia, ahora suele proclamar en voz alta la estación en la que su autobús se detiene, a fin de que bajen y suban los correspondientes viajeros.

Ha pasado ya casi un mes desde aquella insólita aventura con el humilde pasajero adormilado, en una inhóspita y gélida noche de lluvia y tormenta. Hoy miércoles 7 de Febrero, al llegar a su domicilio Esteban encuentra en el buzón de correos, entre una copiosa y aburrida correspondencia comercial, una carta procedente de la entidad bancaria con la que tiene concertada su “pesada” ayuda económica. Se le cita, a la mayor premura, para que se persone en la oficina, a fin de tratar un asunto importante relacionado con el préstamo hipotecario que les vincula. No podrá hacerlo hasta el viernes, pues el jueves ha de cumplir servicio completo, con una nueva y larga ruta entre Salamanca y Barcelona.

Ese viernes, apenas abierta la puerta del establecimientio financiero,  Esteban ya se halla sentado frente a la mesa ocupada por el interventor Jaime Sanchidrián. El un tanto “atildado” operario administrativo, le explica con mecanicista frialdad un importante hecho relacionado con su hipoteca bancaria.

“Bien… Sr. López Bahía. Hemos recibido una transferencia económica a su cuenta, avalada por un documento notarial, con el fin de sufragar la cantidad que aún le resta por pagar (108.000 €) correspondiente al préstamo contractual que mantiene con la entidad que represento. La documentación, puedo asegurarle, es toda correcta, según nuestro equipo de control jurídico. Por todo ello le voy a entregar un dossier con una amplia documentación que Vd debe firmar, a partir de la cual quedará totalmente liberado de los débitos mensuales hipotecarios que se cargaban en su cuenta bancaria. Un representante de nuestra entidad le acompañará al despacho notarial con el que trabajamos, a fin de realizar las restantes firmas conjuntas, con la que poder avalar su plena propiedad de la vivienda. En el Registro de la Propiedad se realizarán, lógicamente, los necesarios cambios y notificaciones al afecto. Sólo me resta felicitarle, por haber gozado de tan generoso y solvente “protector”. En dicha documentación que le facilito encontrará una carta, dirigida a su persona, en cuyo remite está el mismo nombre que realiza tan sustancial donación: D. Aquiles Santos Diana”.




José L. Casado Toro (viernes, 26 enero 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga


viernes, 19 de enero de 2018

ACTITUDES COMPULSIVAS, ANTE UN ABIGARRADO EXPOSITOR DE REBAJAS.

El comportamiento en las personas resulta, las más de las veces, imprevisible y digno de asombro. Las respuestas que en esas insólitas ocasiones ofrecemos podrían ser calificadas de absurdas, cómicas e incluso aconsejables para la aplicación de un tratamiento especializado por parte del facultativo correspondiente. Es propio del género humano el uso de ese reconocido y apreciado valor que denominamos racionalidad, aunque también son muchas las oportunidades en que no sabemos o queremos utilizarlo con la frecuencia que exige su necesidad, en tantas y tantas circunstancias que la vida, relacional o privada, nos demanda. Observando e investigando sobre estos desordenados comportamientos, resulta frecuente alcanzar motivaciones o “aclaraciones” que explicarían el anormal uso de un tan equilibrado y apetecible valor. Pero, sin conocer el fondo de las razones o circunstancias, la imagen que ofrecemos puede pecar de esa irracionalidad y pobreza tan universalmente señalada por su rechazo. Los ejemplos de este previo planteamiento son numerosos. Así es la vida. Detengámonos en un episodio, muy propio de las fechas que estamos actualmente recorriendo en la  cíclica numeración del almanaque.

Dos mujeres han acudido hoy lunes, al igual que otras muchas personas, a uno de los departamentos de ventas de un gran centro comercial. Son poco más de las cinco horas, en una tarde inmersa en pleno inicio de la temporada invernal de rebajas. Hace apenas 48 horas, el calendario cristiano celebró la festividad del Día de Reyes, por lo que el ambiente que hoy se respira en éste y otros muchos comercios de la ciudad es de un gran bullicio y estrés consumidor. Unos y otros buscan esa oportunidad, más o menos “programada” en las agendas de nuestras mentes y deseos, artículo o prenda que a partir de estas fechas es ofrecida sustancialmente rebajada en el precio marcado por su etiqueta. En ocasiones muy puntuales, el descuento puede llegar a alcanzar, para determinados artículos y prendas, hasta el 70 % de su valor original. No hay que olvidar que, en cuestiones de ropa, este primer día de las rebajas es importante pues más adelante es probable que no encuentres la talla o el color adecuado a tu necesidad y deseo. De ahí esa multitud de clientes que se agolpan en estos primeros días de rebajas sobre los percheros y expositores, tratando de localizar esa oportunidad o “joya valiosa” que satisfaga un lúdico y atractivo proyecto de compra para la ilusión.

Hay que fijarse muy bien en el ilustrativo “juego” de las etiquetas, a fin de comprobar tallas, calidades, composición, origen, rebajas efectivas sobre el coste inicial, todo ello en medio de estanterías y expositores, cuyos artículos se disponen en un abigarrado desorden, a pocos minutos desde la apertura del horario comercial. En un contexto ambiental sugerente, donde se priorizan la articulación de las luces y los sonidos, junto a los “irresistibles” carteles con las ofertas, vemos muy largas y sinuosas colas de personas (algunas llegan hasta la misma puerta de entrada del departamento o sección) portando en sus manos esas oportunidades, al fin conseguidas, todos dispuestos a utilizar la tarjeta o el dinero en efectivo a fin de abonar en caja las muy apreciadas mercancías textiles, electrónicas, lúdicas o incluso bibliográficas. El uso de la prudencia, frente a las compras compulsivas, es una razonable norma que no todos sabemos cumplir, ante el montaje de éxtasis publicitario y confusión de valores en el que estamos tan “gratamente” inmersos.

Esas dos mujeres, a las que se ha hecho alusión en líneas previas, están enfrentadas posicionalmente ante un gran expositor de ropa de abrigo. No son las únicas que manosean, una y otra vez, los jerséis, suéters, faldas, camisetas, pantalones y camisas que están “enredados” es la amplia plataforma que enarbola un poderoso cartel indicador con el “enloquecedor” anuncio de ARTÍCULOS HASTA EL 60%. Señoras, jóvenes, adolescentes e incluso algún caballero, hacen lo que pueden a fin de que sus manos puedan llegar hasta una determinada prenda, con el color, la talla, el precio y la calidad deseada. En esa interpretativa plástica dialéctica, las manos de Génesis (32 años, morena con los ojos castaños) están “tirando” de una manga correspondiente a una preciosa trenca de paño azul. El elegante y “deportivo” abrigo tiene los bolsillos exteriores cerrados con botonadura clásica, mientras los interiores son de cremallera, cerrado también su apertura con otra larga cremallera e imaginativos apliques de colmillo beige. Está esmeradamente forrada de seda gris celeste y en la parte superior tiene una capucha bien diseñada para ese look juvenil que la hechura representa. Enfrentada posicionalmente a esta mujer, se encuentra Alba Valeria (supera en cuatro años a su antagonista) que está tirando de la otra manga de la anhelada y disputada prenda de vestir. La conformación física - anatómica de las dos nerviosas clientes concuerda perfectamente con la talla S, marcada en la etiqueta del “conflictivo” artículo de abrigo. Su precio original era de 85 euros. En este primer día de rebajas, dicho artículo se ofrece a 42 euros, con el “agravante” para los compradores de ser la única trenca azul disponible con tan sugestiva oferta.

La crispación, las voces y los nervios, generador entre ambas mujeres, asidas cada una de las dos mangas de la trenka en disputa, ponen de manifiesto su desaforado y cómico ego, provocando las miradas asombradas y divertidas de la concurrencia, al ver tan absurdo “sainete” que las dos compulsivas compradoras están desarrollando. Ante el “climax” del infantil enfrentamiento que las dos clientas protagonizan, interviene Virginia, una operaria que presta sus servicios en la sección. La joven uniformada trata de poner un poco de paz y cordura en la disputa. Ofrece su disposición a consultar en almacenes, por si quedara alguna pieza más que no hubiera sido sacada todavía a la venta. Rápidamente se desplaza hacia al almacén, mientras Génesis y Alba mantienen cogidas con sus finas manos, aplicado con teatral firmeza, las respectivas mangas de ese abrigo con tan juvenil y cuidadoso diseño.

A los pocos minutos la joven vuelve a la zona del expositor. Lo hace acompañada de Claudio Tomás de la Nave, jefe del departamento de ropa juvenil, que se muestra dispuesto a poner orden en tan incómoda y pueril situación. Toma en sus manos la conflictiva prenda de paño azul y ruega a las dos clientas que le acompañen a su pequeño despacho, pues quiere hacerles una propuesta que de alguna forma pueda complacerlas. Les invita a sentarse y les expone su punto de vista para la posible mediación.

Les aseguro, Srtas. que en mis largos años de servicio comercial he visto muchos y diferentes comportamientos. Pero lo de esta tarde, producto sin duda de los nervios, resulta un tanto incómodo. ¿No han reparado que los demás clientes desean comprar sus artículos en una clima de cordialidad y sosiego, evitando los enfrentamientos, los malos modos, con las tensiones y actitudes intransigentes? ¿Ninguna de vosotras puede optar a otra prenda que sea similar?

Mirad, esta específica trenka es la única que nos ha llegado a la época de rebajas invernal. El resto de la partida ya ha sido vendida. La hemos rebajado tanto (superando el 50 %) porque no nos resulta rentable devolverla a talleres. Tiene una de sus mangas algo más larga que la otra, a causa de un defecto de fabricación. Además soporta una ligera mancha en el forro interior, posiblemente a causa de su manipulación en el traslado y almacenamiento, que apenas se le ve. El arreglo y limpieza en taller, con la compleja estructura de la cadena de fabricación, conllevaría unos costes que, empresarialmente, no nos resultan interesantes para asumir. Estas prendas, junto a otras, son fabricadas expresamente para nuestra cadena comercial. Pronto llegarán los nuevos productos de primavera y los artículos de abrigo no serán tan demandados, en una provincia de temperatura tan cálida y suave como Málaga nos permite disfrutar. Conociendo todo este planteamiento ¿algunas de vosotras renuncia a su compra, a fin de podamos satisfacer a su “aguerrida antagonista?”

Las “buenas artes” del hábil comercial se topaban con el muro irreductible e intransigente de sus dos jóvenes y polémicas interlocutoras, que seguían con sus banales argumentos de que una y otra habían sido las primeras en llegar a tan atractiva oferta. Génesis, matizaba sus explicación indicando que esa prenda era muy similar a una que ella había usado en sus tiempos universitarios y que le traía hermosos e inolvidables recuerdos.  En cuanto a Alba, mucho más intensiva y polémica, en sus gestos y tono de voz,  repetía una y otra vez que “nada de sorteo ni cesión”. Que ella había llegado la primera al expositor y cuando vio una de las mangas entre la “madeja” de ropa” tiró de la misma y entonces la otra cliente aprovechó la oportunidad para asirse a la manga compañera, comenzando también a tirar de la misma. Francamente, un “diálogo para besugos”, utilizando una muy usada expresión coloquial.

Claudio, un tanto cansado de tan infantil, aburrida y prolongada situación, quiso poner fin al crispado enfrentamiento. Utilizó su ordenador para comprobar si había prendas disponibles de la misma trenka en la amplia red de filiales repartidas por todo el territorio nacional. Unos minutos después de trastear con el teclado, la expresión de su rostro generó una pícara sonrisa.

“Tengo una estupenda noticia que ofreceros. He localizado una trenca azul de la misma marca, talla S en la filial de Valencia y otras dos, tallas S y M, en nuestro centro comercial de Vigo. Puedo tenerlas aquí en un plazo máximo de 48 horas. Os aclaro que los tres artículos se hallan en perfecto estado. Sin manchas y con las medidas correctas… Dada la polémica que nos ocupa, estoy dispuesto a que podáis adquirirlas por un precio excepcional, similar a ésta que tenemos encima de la mesa: 50 euros. No hay que olvidar su coste original, marcado en etiqueta: 85 euros. Si están de acuerdo, se les avisaría por teléfono de que han llegado a la tienda para que puedan venir a recogerlas. Hablen con la Srta. Virginia, para que mi compañera (por telefonía interna le doy instrucciones) os cobre su precio total o si preferís dejar una “señal”. También podéis utilizar nuestra tarjeta y hacer el pago diferido en tres meses. Por supuesto quiero agradeceros expresamente, que utilicéis nuestro prestigioso servicio comercial. Aquí nos encontramos para prestar la mejor atención a todos los clientes y que se sientan satisfechos del cuidadoso trato que se les ha deparado en todo momento”.

Con el asentimiento de ambas clientes, la absurda polémica quedó zanjada. Las dos polémicas compradoras, tras el “bufo” sainete que habían protagonizado, pagaron con sus respectivas tarjetas bancarias el precio bien rebajado de una ganga de abrigo, para satisfacer la mejor oportunidad de sus necesidades y anhelos. Mientras tanto (eran ya las siete y pico de la tarde) éstas y otras naves del grandioso centro comercial, continuaban repletas de un público consumista, ávido por encontrar esas oportunidades irrenunciables que nos hacen sentirnos mejor para nuestros afanes y conflictos cotidianos. Espléndida la construcción ambiental de éste y otros centros comerciales, en el que destacan las incisivas luces multicolores, esa hábil acústica dinamizadora camino del éxtasis, los inteligentes anuncios con textos motivadores, la tentación global de las ofertas con el “hasta el 60 %” y, de manera especial, una “abundancia”, aparentemente desordenada, que estimula, enardece e incita muchas voluntades. La principal ley del mercado: hay que vender. Hay que “convencer” y complacer a esas muchas personas necesitadas de la “leyes de la compensación psicológica” sumidas en el desconcierto de sus pequeños o grandes infortunios. La sociedad pone a nuestra disposición numerosas  “materialidades” que, tal vez, equilibren frustraciones y otros déficits anímicos. Un recurso, entre otros muchos, aplicado para la laboriosa construcción de los días.

Pasan 10 minutos de las ocho y el cielo celeste del día se ha visto cubierto con el manto azul oscuro de la noche.  En una cafetería denominada Bahía del Sur dos personas ocupan una de las mesas, consumiendo sendas tazas de “chocolate de la abuela” y café capuchino, respectivamente.

“Hemos conseguido dos estupendas trenkas, por su color, hechura y calidad, con una rebaja de casi el 50 % con respecto a su precio original. Buena la hemos “montado” pero así hemos llenado la distracción de la tarde. Somos ya unas expertas en estos “sainetes” que cada vez nos salen mejor.  Por cierto, he visto un bolso, en un establecimiento de piel que sólo tiene un 15% de rebaja. Vamos a pensar en alguna historia que nos permita conseguir un descuento mayor. Desde luego que eres una artista, querida Alba. ¡Como interpretas! ¿Recuerdas nuestra infancia? Ya en el colegio de las monjas vi que tenías madera de actriz, con aquellos divertidos teatrillos que hacíamos. Te tenías que haber dedicado al arte escénico. Sin embargo a las dos “nos ha tocado” estar detrás de la ventanilla, atendiendo a tanta gente con sus problemas administrativos, un día tras otro, desde las ocho hasta las tres de la tarde. Te aseguro de que cada día soporto peor esta rutina. Pero hoy me siento especialmente feliz, al recordar el “número” que hemos sabido organizar. Con la cara de fraile franciscano que tenía el tal Claudio ¡Qué pasada! Nos tenían que contratar para el cine …”



José L. Casado Toro (viernes, 19 enero 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga




viernes, 12 de enero de 2018

PROPÓSITOS RENOVADORES EN JULIA, PARA EL REINICIO DE UNA NUEVA ANUALIDAD.


Son  muchas las personas, probablemente la mayoría de todos nosotros, que a la llegada de las primeras semanas de enero, cuando reemprendemos el inicio de un nuevo año, nos proponemos grandes o leves cambios en nuestro habitual caminar por la vida. Se considera que la renovadora hoja del calendario es una estupenda oportunidad, después del prolongado estrés navideño, para aplicar algunas modificaciones, más o menos trascendentes o aventureras, a nuestros comportamientos y actitudes diarias. En algunos de los casos, lo hacemos porque consideramos urgente o perentorio hacer estas modificaciones. En otras circunstancias estos cambios pueden venir avalados por la ilusión (más o menos racionalizada) de someternos a nuevas pruebas, a nuevas experiencias y, de manera especial, por ese rechazo a lo ya muy conocido o ejercitado. Tenemos con ello por delante el reto para afrontar esperanzadoras novedades, frente a la aridez desvitalizada de la cotidiana rutina.

Los ejemplos pueden ser numerosos y, en general, bien conocidos. En otras oportunidades, desde estas mismas páginas, se ha hecho alusión a los mismos. Aplicando la utilidad de la síntesis, haremos un resumen de los más demandados.

En estos meses del frío, resulta aleccionador retomar un nuevo curso o esfuerzo para avanzar en los idiomas. De manera preferente suele prevalecer el poderío del inglés, con todas esas sus insalvables dificultades para las mentalidades veteranas.  También es recurrente en las voluntades, la plausible vuelta al gimnasio. El descontrol en la ingesta, durante las efemérides navideñas, aconseja esta inmediata muestra de sensatez y disponibilidad, aunque pronto se tope con el muro disuasorio de los dulces cantos de sirena que la Primavera despierta en nuestros sentidos y debilidades. También ayuda, aunque ahora muchos menos comparado con otras décadas, la generación de fascículos y nuevas colecciones temáticas, que las editoriales ponen a nuestra disposición en los puestos de la prensa, a fin de sosegar nuestra mala conciencia con el tiempo real que dedicamos a la lectura. Ya recuerdan aquello de “el primer y segundo volumen al precio de un euro”. Aunque a partir del tercero, los ejemplares supondrán un coste real de diez euros o más. En pleno reinado de la informática, al final nos apuntamos a ese atractivo curso on-line. Pretendemos mejorar el aprendizaje frustrado que realizamos en nuestros años mozos. Pero ese curso, de increíble bajo coste  (incluso con tutorial, cinco días a la semana) tiene una cláusula “subliminal, que muy pocos se prestan a leer. Exige del “aspirante o alumno” para el aprendizaje exitoso, una voluntad de “hierro” en el nuevo alistado al curso, compromiso que muy pocos estamos dispuestos a aplicar. No olvidemos tampoco esos otros alistamientos grupales” que, siempre “a partir de enero”, estamos dispuestos a emprender: la actividad senderista o excursionista, la academia de baile, el mercadillo solidario parroquial, la tertulia literaria de los jueves, de la que tan bien me ha hablado Luis Fernando … y así, un largo muestrario de voluntades que, más pronto que tarde, se “bloquean”, se reducen o abandonan ante la humana realidad de nuestras vivencias. El versátil “libro de las excusas” siempre lo tenemos a mano para sanear nuestras delatoras y frágiles conciencias.

En este “renovador” contexto, aparece la “cercana” historia de una mujer, Julia, en su afán por modificar una trayectoria que exige, en su lógica racionalidad, urgentes cambios que puedan aliviar el sentimiento patente de insatisfacción e infelicidad que soporta desde hace algún tiempo. Julia Selena del Bosque, 35 años, trabaja desde hace once en un afamado y prestigioso centro comercial. Tiene a su cargo una hija de 7 años, nacida de su matrimonio con Paolo, un italiano de 42, técnico de inversiones inmobiliarias. Este vínculo conyugal quedó roto, de manera definitiva, hace ya cuatro años, cuando el compulsivo y dicharachero economista se unió en pareja con una joven francesa, becaria en proyectos y dinamización turística, que no había cumplido aún sus veinte primaveras.  

La naturaleza de Julia, junto  esos buenos hábitos en la normalidad, habían proporcionado a su cuerpo, desde siempre, una imagen esbelta, ágil y agradable, para sí misma y la visión de los demás. Sin embargo, fue desde su embarazo, cuando su estructura metabólica entró en un proceso de modificación y de manera lenta, pero continua, fue acumulando “demasiadas” calorías en su organismo que le provocó un aumento paulatino de peso al que en un principio no concedió especial importancia. Su crisis afectiva también agudizó esa tendencia, pues el trauma relacional conyugal al que tuvo que hacer frente (prácticamente, desde los primeros años de su maternidad) le impulsó a incrementar su ingesta de alimentos, lo que incidió negativa y visualmente en su conformación corporal.

Los “avisos” habían llegado, como a tantas personas también les ocurre. Las tallas de las faldas y pantalones se iban incrementando. En los cambios estacionales, comprobaba con estupor como su “ropero” ya no se acomodaba a un cuerpo sibilinamente incrementado. No es que tuviera que mandar arreglar muchas de las prendas , prácticamente nuevas, es que las mismas ya no se acomodaban de ninguna forma a su cada vez más pesada figura, con el consiguiente gasto de sustitución que la situación planteaba. El propio uniforma que tenía que lucir en su trabajo tuvo que ser cambiado ante unas tallas que iban inquietantemente in crescendo. Era algo que sin aparecer de manera brusca había ido avanzando de forma negativa, tanto para esa visión externa que tanto nos afecta como para la propia estabilidad fisiológica y anímica de algo tan importante como es el propio estado de salud.

Las “alarmas” se dispararon cuando una mañana temprano, a comienzos de diciembre, Marcos Brioso de la Encina, su jefe de sección en el departamento de cosmética y complementos para la mujer, donde ella prestaba sus servicios desde hacía años, la llamó a su pequeño despacho a fin mantener una importante e “incómoda” conversación.

“Julia, son muchas las veces que a los “jefes” nos corresponde tratar algunos asuntos que en modo alguno resultan agradables. Todo lo contrario, pero tenemos que cumplir con nuestra obligación. Siempre te he conocido trabajando en el departamento que ocupas. Sabes bien que, por ineludible criterio empresarial, estamos obligados a dar una muy cuidada imagen ante nuestros clientes, que no afecta solo a las formas de trato y amabilidad educacional (cosa obvia que todos comprendemos y aceptamos) sino también a la figura física con que nos presentamos ante los mismos. Precisamente estás trabajando en una sección técnicamente enfocada al cuidado corporal, donde la inmensa mayoría de nuestros clientes son mujeres. No me cabe duda de que soportas con pesar el gran aumento de peso que tu cuerpo ha ido alcanzando. Tal vez sea un problema metabólico o de naturaleza psicológica personal, terrenos que corresponden a tu estricta privacidad. Pero la empresa tiene que cuidad estos detalles para “gratificar” los ojos de los clientes y por supuesto las ventas.

Tienes que poner, de manera urgente, freno a esta dinámica. Hay médicos y personal especializado que te pueden, profesionalmente, ayudar. Pero en la última reunión que tuvimos, se ha adoptado la firme decisión de cambiarte de sección. Tu imagen no se adecua a las características de un departamento cuya misión básica en el mejor cuidado de nuestra “fotografía” corporal. Y no creas que la cuestión es baladí. Profesionalmente es de gravedad, para tu estabilidad laboral. Incluso en el equipo de personal hubo opiniones que utilizaron la palabra despido, tendencia que logré frenar aunque no sin esfuerzo. Te conozco desde hace tiempo y sé que has tenido un desajuste afectivo, como a tantos otros también les ocurre. Tal vez esta situación haya podido influir es la incómoda temática que nos ocupa. En definitiva, he de comunicarte que se ha tomado la determinación de trasladarte a la sección de supermercado. A partir del lunes, te incorporarás a este nuevo puesto donde nuestro encargado, Victoriano Caminero Sandoval, debidamente te asesorará, explicándote las funciones y directrices básicas de la actividad que ahora tendrás que desempeñar. De todas formas no descuides, en manera alguna, lo que te he sugerido antes. Te puedo facilitar algunas direcciones de especialistas que, sin duda, te pueden ayudar en un problema orgánico que no te está aportando nada bueno.”

Fue sin duda una exposición amarga, la que tuvo que ejercer Marcos Brioso, con su total alopecia y explicativas manos gesticulantes. Tal vez resultó algo humillante, para una aturdida oyente en la que no surgían o generaban las palabras. Pero la exposición que tuvo que escuchar Julia en boca de su superior jerárquico era objetivamente realista y concluyente, desde el plano o punto de vista comercial o empresarial. Por supuesto que a ella no se le ocultaba la evidencia de su estado, pero lo había ido dejando pasar y pasar, por esa inacción que a veces nos inmoviliza en nuestra necesaria reacción y que lejos de arreglar los conflictos lo que hace es empeorar aún más el origen del problema que nos está afectando con tan pesada factura. En más de una ocasión había pensado en hacer algo de ejercicio, de manera especial durante los fines de semana. También en modular y vigilar más aquello que tan “cómodamente” se llevaba a la boca. Sin embargo esos jugosos aperitivos, esos tentadores frutos secos, esos atractivos bombones, ese picotear de aquí y de allá, para compensar los nervios y el estrés compulsivo que tan frecuentemente le alteraban… ponían a prueba sus deseos de autocontrol. Pero la voluntad es en no pocas ocasiones débil y más cuando te sientes sola, “desplazada” familiar y laboralmente, injustamente tratada por una persona a la que no conocías bien y que precisamente es el padre de tu hija, hoy “libando” por otros panales, materialmente más apetitosos y suculentos para el ego y la degradación personal.

El especialista dietético, Dr. Basilio Sendero Regional, tras la realización de las correspondientes entrevistas y analíticas, le diseñó un severo plan de trabajo, en cuanto al tipo de alimentos y cantidades a ingerir de los mismos, algunos fármacos complementarios y una gama de actividades, entre las que destacaban la asistencia a un gimnasio. Sugirió incluso la posibilidad de algunas sesiones de yoga. Todo ello se iniciaría en enero, ese primer mes del nuevo año, siempre muy adecuado para el “reseteo” de nuestras agendas, con los cambios voluntaristas y necesarios que siembren de esperanzas muchas de nuestras parcelas y fundamentos temporales, un tanto aletargados y sumidos en un erial de descuidos y rutinas que en nada nos benefician. Ciertamente, las cenas de Nochebuena y de Fin de Año fueron para ella un referente del autocontrol para ver hasta que punto las luces rojas de su voluntad estaban dispuestas a llegar.

Pero la dialéctica entre lo somático y lo psicológico no tiene unas reglas fijas en cuanto a las posibilidades de intervención. Los resultados, que Julia estaba obteniendo con el tratamiento, eran extremadamente lentos y escasamente significativos para el éxito de un cambio tan necesario en su estructura metabólica. Pasaban las semanas e incluso los meses y el especialista endocrino no veía un concluyente avance en los datos clínicos, a pesar de que Julia aseguraba que cumplía fielmente con las prescripciones y actividades programadas. Pero la realidad era bien diferente. Los “incumplimientos” y abandonos, por parte de una voluntad débil y atribulada en lo psicológico, repercutía en unas ingestas descompensadas, en repetidos sometimientos a las tentaciones del azúcar y otras apetencias que frenaban o bloqueaban la necesaria recuperación del equilibrio y la mesura en la alimentación. Tanto en el comer, como en el beber… Las brumas de lo anímico se superponían y vencían a las claridades y luces de la estructura somática. Ella se seguía viendo “gorda y fofa”, con una edad que para muchos es todavía la flor juvenil de la vida, ¡Qué ejemplo estaría recibiendo su hijita Iris, de siete años, al ver a su mamá cogiéndole, sin el menor control o mesura, sus gusanitos, caramelos y esas bolsitas de snacks tan atractivas y peligrosas para el consumo!

Algo estaba fallando, para que los buenos deseos se vieran derrumbados por el torrente de una confusión anímica que obviamente dominaba su persona. El propio especialista dietético, analizando con profesionalidad la situación de su paciente, le aconsejó una visita a una clínica especializada en alteraciones profundas del equilibrio psicológico. Allí Julia tuvo la suerte de encontrar a un joven y cualificado profesional, el Dr. E. Subial que, con diestra agudeza, parece dio con la “tecla” necesaria para aportar luz y eficacia a una desconsolada y débil paciente.

“He tenido recientes ejemplos de profundo desorden alimentario. En todos los casos de los que te hablo había una evidente frustración vital en la persona, por muy diversas causas o motivaciones. Esa situación de “infelicidad” trataba de ser compensada por una atractiva y descompensada ingesta, que llevaba cargas negativas en la recámara para el protagonista de la misma. Ha habido y hay problemas en tu vida que “explicarían” ese comportamiento que tanto lamentas y ante el que te sientes con frecuencia vencida y fracasada. En este sentido, con algunos pacientes nos ha dado excelentes resultados la entrega por parte de ellos a una actividad que potenciara su autoestima, en esos momentos en cotas bajo mínimos. No te extrañes con lo que te voy a sugerir.

Existe en esta ciudad, en plena centralidad malagueña, una escuela para el arte interpretativo que trata con especial eficacia casos muy semejantes al tuyo. Allí te enseñan diversas especialidades escénicas, a partir de las cuales te vas sintiendo mejor, más compensada, más segura, más protagonista, imputs anímicos que te hacen postergar esas banales tentaciones que no hacen sino perjudicar a tu cuerpo, a tu salud, a tu imagen ante los demás y, lo que es aún más grave, tu propia debilidad degradada en la autoestima personal. Conozco a la persona que dirige esta escuela privada de interpretación, mímica, dicción y simulación. Te pongo en contacto con el director escénico, al que le enviaré unos informes previos. Te aseguro que de aquí a poco tiempo… te vas a sentir mejor. Asiste a esas clases, en función de tu horario laboral. Seguro que van a saber adaptarse, buscándote el hueco oportuno para que puedas compaginar el horario laboral con la ilusión por ese aprendizaje de autoafirmación personal”.

Han avanzado en el tiempo los meses del calendario. La fría humedad de la estación invernal ha sido sustituida por esa suavidad primaveral, dulce y aterciopelada, antesala cordial del cálido estío veraniego. Julia se siente mucho más feliz. Aunque su “humanidad corporal” aún no reduce en demasía sus perímetros visuales, las perspectivas son favorables, pues “el comer y el picotear” se han convertido, para su mentalidad reforzada, en “valores” muy postergados. Ahora prevalece esa ilusión del domingo a las 12 o ese miércoles tarde en el que tiene la jornada libre para el apasionado placer de interpretar. Sonríe más y descansa mejor. Dentro de dos semanas, va a tener, junto a sus compañeros de “tablas”, la primera experiencia de interpretación ante un público que atenderá, aplaudirá y comentará su artístico trabajo. Son esos espectadores que pagan su entrada, para ver y disfrutar a unos actores que multiplican nuestras experiencias de vida. Por cierto ese buen compañero, Marcos Brioso, que también interpreta cada día su “papel” de jefe de sección, en la cuarta planta de los Grandes Almacenes, se le acercó ayer en los minutos del desayuno. Le dijo a su compañera ese algo en voz baja, pero que alcanza muchos decibelios en la sorda o mágica acústica de nuestra lucha íntima por la autoestima:

“No creas Julia que soy ajeno a todo el admirable esfuerzo que estás llevando a cabo por recuperar tu verdadero y mejor yo. Has que saber esperar. Pero no se me oculta la evidencia de que pronto volverás a ése tu puesto en cosmética, que con tanto dolor y paciencia tuviste que abandonar. Yo me encargaré de que ello así suceda”.

Las “cálidas” miradas que entrecruzaron los ojos de ambos compañeros de trabajo fue toda una declaración de intenciones, de ilusiones futuras y de voluntades compartidas que nuestro providencial destino, siempre variable y caprichoso, sabría en su momento y oportunidad resolver.- en la sorda aclcanza muchos decibelios iplican nuestras experiencias de vida. retaci


José L. Casado Toro (viernes, 12 enero 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga