Al igual que sucede en
otras muchas ciudades españolas, aquellas grandes y acogedoras salas de cine han ido paulatinamente desapareciendo en esta
capital de la media Andalucía, reduciendo o modificando el muestrario de
nuestras opciones lúdicas y culturales. Esos veteranos y entrañables edificios
han sido vendidos, durante las últimas décadas, a la especulación constructora
y, por efecto de la piqueta e interés constructivo, sus estructuras
arquitectónicas se han transformado en grandes bloques de viviendas, en
edificios para albergar numerosos puestos de oficinas o también han surgido en
sus extensos solares atractivos y rentables
grandes centros comerciales.
De esta forma, las
salas de exhibición cinematográfica han reducido actualmente su capacidad,
agrupándose en complejas
multisalas que se ubican en zonas
alejadas del centro urbano, a las que hay que acudir utilizando el vehículo
particular o el transporte público municipal. Sin embargo, en este cambio
estructural y de ubicación que ha sufrido la oferta para la asistencia al cine,
aún podemos hallar alguna antigua sala en el centro histórico de la ciudad que
ha podido resistir este ingrato vendaval transformador para los intereses de empresarios
y espectadores. La
permanencia de ese único viejo cine,
sustentado en el idealismo afectivo de un experimentado promotor o en la
inteligente promoción cultural de algunas corporaciones municipales, a modo
de romántico islote en medio de un
océano de frívola superficialidad, hace que a los buenos aficionados al séptimo
arte aún se nos permita disfrutar con la inmediatez de la gran sala, en cuya
pantalla la vida se multiplica con nuevas experiencias, distracciones y empáticas
vivencias.
Dacio es uno de estos anónimos héroes que, en la soledad de su esfuerzo, hace
posible el latido de ese viejo cine urbano que, a los buenos aficionados,
vitaliza, alegra y conmueve. A sus 46 años de edad, continúa viviendo junto a
su querida y anciana madre Ileana, natural de Rumanía. A esta mujer el destino la
hizo trasladarse, siendo muy joven, a una ciudad llena de historia, cultura y
misterio, en el centro del alma andaluza. Su único hijo, a pesar de haber
tenido diversas experiencias relacionales y afectivas, en el transcurso de los
años ninguna de ellas le ha hecho pasar por la vicaría o el registro civil de
la localidad.
Desde pequeño, su gran
y casi única ilusión lúdica era la asistencia al cine. Esta afición fue
fomentada gracias a la protección y ejemplo recibido de su tío Andrei, proyeccionista del CINE NOVEDADES. Este gran local, situado en pleno
corazón urbano del municipio, ofrecía hasta 500 localidades a todos aquellos
que se acercaban a su taquilla, a fin de asistir al gran milagro de visionar
una película en la magna pantalla blanca donde toman vida las imágenes en
movimiento. Este operador de cabina permitía a su sobrino acompañarle en su
trabajo, enseñándole el manejo de los dos grandes proyectores, la unión de las
cintas de celuloide en dos únicos grandes rollos que acumulaban kilómetros de
cinta perforada y grabada, que iban tomando vida a través de esos 24 fotogramas por segundo de
velocidad. Pero, sobre todo, un buen operador tenía que
vigilar la intensidad de la luz, controlando la proximidad de los dos largos
carbones conectados a la electricidad, que provocaban el arco voltaico
correspondiente para ese haz de luz procedente de la lámpara de Xenón. Si se
descuidaba el control de los carbones, la pantalla se oscurecía o por el
contrario la cinta del celuloide podía quemarse, originándose esos molestos
cortes en la trama que hacían fluir protestas y silbidos entre un público con
ganas de bromas en el patio de butacas. Tío y sobrino se esforzaban en
controlar esa intensa luz que transformaba los fotogramas en vidas llenas de
historias.
Dacio disfrutaba y
aprendía en todo este mundo mágico de la gran pantalla. Siendo ya más adulto,
había días en que Andrei le dejaba encargado de la cabina, mientras él se
desplazaba a resolver algún asunto urgente o imprevisto. El joven
proyeccionista demostraba buena destreza y decisión en el oficio, disfrutando
con un quehacer que le permitía el regalo añadido de poder visionar decenas y
decenas de cintas, pues cada día se
cambiaba una de las dos películas de los programas dobles proyectados. Cuando
su tío alcanzó la edad de la jubilación, el propietario de la sala, don
Dimas (que también era el empresario de una consolidada
cafetería/restaurante en la ciudad)
ofreció a Dacio la opción de quedarse como único operador de cabina.
Pero la asistencia de
espectadores a la sala había ido disminuyendo, de forma cada vez más acelerada,
con la aparición de los videoclubs y las posibilidades de Internet con sus
descargas “libres” de archivos. A causa de ello los proyectores tendrían que
funcionar con un único técnico, pues había que reducir costes en un negocio
cuyos ingresos disminuían de manera preocupante para los intereses de la
propiedad.
Un domingo por las
noche, en septiembre, mientras terminaba el tercer pase de la única película
que se proyectaba, don Dimas entró en la
cabina. Tenía la intención de mantener una conversación con su responsable empleado.
“Buenas
noches, Dacio. Hoy, fin de semana, sólo hemos vendido 46 entradas, sumando las
tres sesiones de la tarde/noche. Llevo tiempo preocupado con la situación, pues
las cuentas ya no nos salen. Apenas voy a poder este mes afrontar los sueldos
del personal. He pensado incluso en el cierre. En realidad somos ya la única
sala que permanecemos abierta en el centro de la ciudad. Los multicines de los
arrabales trabajan con otros números, pues sus salas son más bien pequeñas y
están ubicadas en centros comerciales donde hay decenas de tiendas, algunas de
gran tamaño vinculadas a poderosas marcas franquiciadas. Y son estas pequeñas
salas las que se llevan a los espectadores. Hay que tomar una decisión, aunque
sea dolorosa, para evitar que la “quiebra” económica se haga efectiva. Demi, la taquillera ya ha cumplido los sesenta y tres y Nicolás, el portero, trabaja por las mañanas en su taller de
carpintería y también está cerca de los sesenta. Tú llevas conmigo ya veintidós
años, realizando un trabajo muy eficaz y
responsable. ¿Ves algún tipo de salida mejor, frente al cierre, a la situación
que te estoy comentando?
A la inteligencia de
Dacio no le cogió desprevenido todos estos planteamientos de su jefe. Había
meditado largamente sobre la viabilidad de un negocio, incardinado en la
ilusión de su corazón, cuyos números económicos no equilibraban los gastos
correspondientes a su mantenimiento. Su madre Ileana le aconsejaba, una y otra
vez, que hiciera lo imposible para que ese único cine, que ella había conocido
desde que siendo jovencita llegó a España, no desapareciera. Además era el
lugar de trabajo de su hijo, que disfrutaba plenamente con la labor técnica que
desarrollaba en cabina. Pero, a todas luces, era necesario un nuevo
enfoque en la gestión a fin de salvar a
ese último cine en el centro de la capital que vitalizaba la ilusión de tantos
y tantos cinéfilos.
“Efectivamente,
don Dimas, prácticamente he “nacido y crecido” en esta querida cabina de cine,
primero ayudando y aprendiendo de mi tío y desde hace años controlando todos
los mecanismos de proyección. Ver el cierre de ésta, mi segunda casa sería,
aparte el trabajo, como perder parte de mi vida. He pensado y repensado sobre
la situación y le ofrezco una serie de cambios. Puedo ejercer de empleado polivalente. Se lo explico.
En lo que
respecta al personal, si se resuelve a plena satisfacción la relación laboral
con Nico y Demi, yo me atrevo a asumir el ejercicio de ambas funciones. Vendo
las entradas en taquilla y además me encargo de controlar la puerta para la
entrada y salida del público. Se preguntará qué va a pasar entonces con la cabina
de proyección. Esta importante cuestión la tengo ya resuelta. Somos uno de los
pocos cines en Andalucía que aún siguen proyectado los rollos de celuloide. En la actualidad se ha impuesto el sistema de soporte
digital, con todas sus ventajas. El celuloide está prácticamente desaparecido,
tanto en las fotografías como en el cine. Las películas vienen ahora en un
pequeño ´hard disq´ o disco duro que se conecta a un potente videoproyector.
Las calidad de la imagen y el sonido es infinitamente mejor. No hay que estar
pendiente de los carbones voltaicos, ni de hacer empalmes de cinta, ni en
montar los dos grandes platos para las máquinas. El encuadre en pantalla es
automático y una vez que le doy a la tecla del play, el operador puede
abandonar la cabina y no volver a ella hasta que haya algún problema en la
imagen o en el sonido. La detención de la videoproyección también es automática,
cuando el archivo donde está el film ha llegado a su final. Para que me entienda, si una película la
tenemos en casa con un DVD de cuatro gigas, estas películas vienen en los
discos duros grabadas en archivos con más de 80 gigas de contenido. De ahí la
buena calidad de imagen y sonido. En definitiva, yo me puedo encargar de todo,
incluso de la limpieza y las ventas de los botellines y palomitas en nuestro
pequeño bar. Estoy dispuesto a ello.
¡Ah, don
Dimas una cosa más! Creo que en vez de tres sesiones diarias, sería suficiente
con sólo dos. Una a las 6 y otra a la 8 por la tarde. Los sábados se podrían mantener los tres pases de las
películas. Y el lunes lo dedicaríamos al descanso. Con todo lo que le comento,
los costes se abaratarían sensiblemente”.
Aunque ya conocía su
permanente disponibilidad y responsable buen hacer, el veterano empresario
quedó impresionado con la clarividencia de su proyeccionista y la convincente
firmeza que mostraba para tratar de salvar el cine Novedades, que dentro de
tres años cumpliría sus primeros sesenta años de vida (había sido inaugurado en
el ya lejano 1960). Creyó en él, dejándole libertad para que llevara a cabo
esos arriesgados proyectos, a pesar de que en los últimos años había recibido
diversas ofertas inmobiliarias, para construir en el apetecido solar un nuevo
bloque de viviendas. Pero es que don Dimas
también era un enamorado del séptimo arte. Este cine había sido un
ilusionado proyecto de su padre y le dolía desprenderse de un edificio que con
tanto cariño y esfuerzo había levantado su progenitor, pasando años incluso de
necesidad hasta financiar su costosa y ejemplar construcción.
En pocas semanas, Dacio
se convirtió en un apasionado TRABAJADOR POLIVALENTE. Cada mañana, después de una
buena sesión de running por las riberas del río, ducha y un reparador desayuno,
llegaba temprano a “su cine del alma” ocupándose de realizar en el hall de la
entrada, los servicios y la cabina de
proyección, una limpieza básica. También repasaba el amplio patio de butacas,
retirando los envoltorios y botellines dejados en el suelo por los espectadores
el día anterior, controlando también visualmente las 500 butacas rojas por si
hubiese algún deterioro de urgente reparación. Completaba la mañana trabajando
ante el ordenador. Gestionaba por Internet las ofertas de las diferentes
distribuidoras, a fin de contratar
el alquiler y envío de las películas
más atractivas del mercado. En cuanto al género cinematográfico,
centró la adquisición de films fundamentalmente en aquellas producciones del
cine europeo, aunque también contrataba para su pantalla obras del mercado
asiático, africano y sudamericano. La ciudad donde había nacido y vivía
destacaba por su tradicional imagen universitaria, por lo que el público
juvenil y la intelectualidad local comenzó a ocupar con fidelidad las rojas
butacas del cine Novedades. La exhibición del cine de Hollywood y más popular
la dejó en manos de los multicines que había en la localidad.
Por la tarde, a eso de
las cinco y cuarto volvía a su trabajo. Tenía que abrir la taquilla quince
minutos más tarde, a fin de vender las localidades para los espectadores de la
primera sesión que comenzaba a las 18 horas. Además de taquillero, ejercía de portero, pues diez
minutos antes habría la puerta de entrada, la cual cerraba sobre las seis,
desplazándose rápidamente a la cabina de proyección. Ya
tenía (desde la mañana) preparado todo el mecanismo informático. Sólo tenía que
accionar el play y las luces de la sala se apagaban (salvo las de seguridad) y
también de manera automática comenzaba la videoproyección programada. Ya no
estaban las dos grandes máquinas proyectoras, tampoco los rollos de celuloides,
la luz provenía de una potentísimas lámparas donde los “carbones” voltaicos
eran innecesarios, también había desaparecido la mesa de los empalmes y los
tornos para el embobinado de aquellos dos platos que contenían kms. de
fotogramas. Volvía de nuevo al pequeño ambigú por si
algún espectador necesitaba o apetecía comprar algún botellín de agua,
almendras, chocolatinas o esos caramelos balsámicos que tanto alivian la
garganta. El mecanismo informático operaba puntualmente sobre el cuadro iluminador
de la sala, cuando el archivo fílmico había finalizado su recorrido. Cuando
Dacio observaba nuevos espectadores para la sesión de las 20 horas frente a la taquilla, volvía a ésta
(situada a tres metros de la puerta del cine) a fin de vender las correspondientes
localidades. Ya sobre las diez, cuando el patio de butacas había sido
completamente desalojado, apagaba los aparatos electrónicos, hacía una pequeña contabilidad con la recaudación y abandonaba su querido cine camino de casa, donde
le esperaba una buena cena preparada por Ileana, interesada por conocer alguna
anécdota o ese comentario ameno que le pudiera narrar su hijo.
El tiempo sigue su
recorrido por nuestras vidas. Una mañana de Octubre vemos a don Dimas acudir al
despacho notarial de su amigo S. Torres M. con cuya secretaria había concertado
una cita días antes. Los dos veteranos interlocutores comparten la misma edad,
75 años. Se conocen desde las aventuras adolescentes del Instituto, pues fueron
compañeros de clase. Ya en la universidad, Santiago hizo la
carrera de derecho, mientras que Dimas no terminó la licenciatura de
Matemáticas, centrando su preparación en Empresariales, pues siempre demostró
su aptitud e iniciativa para el ámbito mercantil.
“Gracias
Santi, por recibirme. Veo con agrado que por ti no pasan los años. Nos vemos de
tarde en tarde y siempre me pareces mejor conservado. Tienes que confiarme el
secreto para mantenerte tan bien. Ya sabes que profesionalmente sigo
manteniendo los dos negocios, las cafetería/restaurante de Puerta Real y el
cine Novedades. Con lo que saco de los cafés, los aperitivos y las comidas,
tenemos más que suficiente para vivir Cecilia y yo. Y luego está cine, herencia
de mi padre. Tuvo su momento de esplendor, entre los sesenta y los noventa,
pero el auge del vídeo, Internet y las multisalas, me fueron dejando sin
espectadores, La contabilidad nos llevaba a la quiebra. Fueron tiempos muy
duros, pues había meses con pérdidas.
Pero he
tenido la inmensa suerte de contar con un
empleado que ha estado conmigo desde que era casi un niño. Ahora tiene
cuarenta y tantos y es un fenómeno en esto del cine. Gracias a él mantengo
abierto el Novedades. Aunque no te lo creas, lo lleva él solo. Hace de portero,
taquillero, operador de cabina o proyeccionista, administrador, vigilante e
incluso cuida de la limpieza diaria. Después de los gastos imprevistos, los
impuestos, su sueldo y el mantenimiento del local, cada mes me hace ganar una
pequeña cantidad de dinero y, lo que es más importante, mantiene funcionando el
único cine de centro que tenemos en la ciudad, con sus quinientas butacas rojas
y una película semanal. Su nombre es Dacio (aquí te traigo todos sus datos)
persona muy trabajadora, íntegra y que ama el cine hasta la médula.
Te cuento
todo esto porque he tomado la decisión, generosa pero justa, de incluirlo en mi voluntad
testamentaria. Ya sabes que Cecilia y yo no tuvimos descendencia. Hay unos
sobrinos… de esos que les cuesta trabajo felicitarte incluso en Navidad. En
definitiva, la propiedad del cine quiero que pase en el momento adecuado ¡ya
sabes…! a esta buena persona, a la que considero como ese hijo que nunca tuve.
Por supuesto que ya lo he hablado con Cecilia, quien también me ha animado a
dar este paso. Tú ve preparando las modificaciones en el documento y cuando
estén listas me paso por aquí y te las dejo firmadas.
Antes de
marcharme, Santi ¿quedamos para subir una noche de luna llena al Albaycín? Podemos
recorrer con “devoción” las estaciones y rondas del tapeo, recordando nuestros
viejos tiempos de estudiantes. Aquellas imágenes sí que son emocionantes
películas en nuestra memoria. Además… nosotros éramos los principales y
“apuestos” protagonistas.-
José L. Casado Toro (viernes, 18 de
Agosto 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra.
Sra. de la Victoria. Málaga
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