Sorprende que en estos tiempos de los que somos
protagonistas, cada cual en la cercana parcela de “su pequeño mundo” y en el
que una gran mayoría de personas parecen estar alistadas en la “hermandad de las
prisas”, existan para nuestra sorpresa ejemplos admirables que contrastan
con el universal servilismo a la hegemonía permanente del reloj.
Es cierto. Una de las grandes excusas que aportamos
para explicar nuestro tantas veces absurdo comportamiento, en todos esos
órdenes que dibujan la vida, es precisamente esa carencia de minutos, segundos
o latidos, en las agendas que marcan nuestros acelerados y densificados
directorios. Las veinticuatro horas, que enmarcan el día con la noche, se nos
van quedando pequeñas, insuficientes, limitadas, teniendo en cuenta ese tercio
dedicado al descanso, otro tanto reservado para la actividad laboral y ese
resto repartido entre la alimentación, la formación, el ocio, el deporte y la
cultura, sin olvidar, por supuesto, la ineludible y enriquecedora vida
relacional.
Nos quejamos, con excesiva frecuencia, de que el
ordenador o Internet van demasiado lentos, de que los autobuses tardan
demasiado en llegar a nuestra parada y en completar su recorrido, de que los
envíos de “mercancías” se han retrasado algunas horas o días. Con todas esas
muestras de teatralizado desasosiego, vamos estresando y tensando nuestro
sistema nervioso. Todo ello deriva de ese control
absoluto a que nos someten las manecillas de los relojes, omnipresentes
en el ejercicio de cualquier actividad, obligación u otra posibilidad vital. Resulta
penoso e incluso ridículo el que no hallemos tiempo suficiente para esa otra
interesante y saludable posibilidad de dejarse llevar sin el tiempo, en el
caminar diario que recorremos desde el amanecer. Incluso cuando vemos a la
gente transitar por las calles y plazas, muchas personas parecen no disfrutar
del paseo sino que ofrecen un tenso semblante, físico y anímico, condicionado
por esas necesidades impuestas a través
de las “flechas” horarias
correspondientes.
Decía al inicio de esta introducción que contrastan
estas actitudes tensionadas, a causa del obsesivo aprovechamiento del “siempre limitado”
tiempo disponible, con algunos otros “islotes” para el sosiego, representados a
través de una serie de admirables ejemplos (podrían ser muchos más) que merecen
nuestra valoración y apreciación más plausible. Son escenas e imágenes que gratifican
nuestra retina, entresacadas de la sencillez cotidiana protagonizada por
personas anónimas que también profesan otro culto, en este caso representado
por el valor envidiable de la paciencia.
Caminamos por una calle de barrio, normalmente
descuidada en el aseo de su calzada y, de manera especial, de sus aceras. En
ese lugar solemos ver una señora que, cada una
de las mañanas, dedica un trocito de su tiempo a barrer, baldear e incluso a
usar su fregona, sobre el trocito de acera que corresponde a su vivienda. Bello
ejemplo del que tendrían que aprender y practicar otros vecinos de viviendas
particulares o de bloque y, también por supuesto, los propietarios o
arrendatarios de esos locales que tienen sus sillas y mesas sobre las aceras o
pasajes. Mañana, esa señora volverá a barrer y fregar su trocito de losetas
callejeras, sin preocuparse de que vuelvan a estar sucias a los pocos minutos.
Hay profesiones y actividades que también rinden
“culto” a ese inestimable valor que preside esta reflexión. Por ejemplo, pensamos
ahora en el escultor que, pacientemente, talla,
esculpe o modela un trozo informe de madera, piedra o una masa de barro,
respectivamente. A esta artística labor dedica todo el tiempo necesario, a fin
de conseguir la forma pretendida, aplicando la técnica y experiencia que haga
posible ese más o menos complicado objetivo, logrando finalmente una obra que
sin duda es “maestra”. Además nos ha “regalado”
también una lección de lo que supone trabajar sin los condicionantes del
minutero.
También demuestran tener un nivel “infinito” de
paciencia, esos vendedores de seguros, enciclopedias y
tarjetas bancarias, los cuales llaman una y otra vez a tu puerta, a tu
teléfono o se te acercan cuando circulas por los pasillos iluminados y ruidosos
de un importante centro comercial. Posiblemente, tu “no, gracias” sea una más
de las centenares de respuestas que a lo largo de los días recibe (sin
inmutarse ) ese comercial, bien trajeado y verdaderamente blindado para recibir
una negación tras otra. Al final, con toda cortesía te regala una sonrisa y te
desea un buen día, mostrándose ya preparado para reintentar su oferta con un
nuevo posible cliente.
Y por qué no citar también a esa madre, a todas esos padres y
madres, que se esfuerzan, un día sí y el siguiente también, en tratar de
lograr que sus hijos, adolescentes o menores, dejen ordenados sus respectivos
dormitorios y lugares de estudio. Ciertamente no resulta una tarea fácil
“implementar” esos buenos hábitos de dejar cada cosa u objeto en su sitio,
evitando “tirar” la ropa a la cama, dejar la bolsa con los libros donde primero
se tercie o evitar tener el armario y cajonera de la ropa con todo revuelto, a
modo de un vendaval que todo lo altera a su paso. Y es que a determinadas
edades, los gritos, enfados y castigos resultan cada vez menos eficaces. Por el
contrario hay que aplicar una tarea constante y paciente, que debe comenzar
desde la infancia, aplicando niveles hábiles e inteligentes de psicología en el
trato, a fin de conseguir resultados eficaces en nuestro objetivo educador. Por
supuesto, haciéndolo una vez tras otra sin desanimarse, cuando los resultados
no sean especialmente rápidos o eficaces.
Demuestra la ciudadanía
tener una infinita paciencia, con la clase política que el destino, la suerte y
los votos, por supuesto, han puesto al frente de las diferentes
administraciones: tanto a nivel local, regional o nacional. Resulta saludable
comprobar como, elección tras elección, el ciudadano se acerca a la mesa
electoral con la esperanza de que su voto sirva para que los dirigentes electos
arreglen y no estropeen la situación del país. Negocien y no se tiren con
fanatismos y sectarismos los “trastos” a la cabeza. Extremen la honradez y
soslayen la tentación de la corrupción. Piensen antes en el bien general y no
en el partidismo egoísta particular. Aprecien y apliquen el valor de la verdad,
evitando el recurso a la mentira, la manipulación y el engaño. Y así, un largo
etc. Desde luego los electores, como no podía ser de otra manera, son los que
ponen y quitan gobiernos con sus votos. Pero, ante la urna, es necesario
defender que la inteligencia y el buen sentido deben ser prioritarios sobre el fanatismo
y el sectarismo partidista.
Desde siempre me ha producido asombro, no exento de
valoración positiva, la actitud de algunas personas que, con su caña y enseres
de pesca, practican esa noble y sana afición de pasar horas y más horas,
esperando los frutos del mar. Son los practicantes de
la pesca como deporte. Dando muestra de una paciencia ajena al tiempo,
se desplazan en las horas frescas del amanecer o en aquel otro horario que
contempla el atardecer, a las orillas de la playa, a las riberas del puerto o a
los malecones que frenan el oleaje, para pedirle al mar respuestas generosas de
sus riquezas, a fin de complacer su afición, el alimento o llenando de
contenido el amplio tiempo disponible. Miran el devenir de las olas, caminan en
silencio sobre la arena o sentados con la privacidad de su pensamiento, esperan
y continúan esperando, sobre todo, a ese largo o corto tiempo que, sin duda, ha
de pasar.
Algunos viandantes por las orillas de la playa
suelen acercárseles para intercambiar con ellos algunas palabras que casi
siempre comienza con el mismo interrogante, mezclado con una sonrisa: ¿Cómo va la pesca hoy? ¿Pican o no pican? Evité
repetir esa consabida pregunta, cuya respuesta es más que evidente observando
el cubito donde se guardan las escasas presas capturadas. Tampoco era cuestión
de hablar, una vez más, acerca del tiempo meteorológico, así que mi pregunta
fue más una afirmación como saludo: “Aprecio mucho
todo ese tiempo que dedican a esta sana afición de disfrutar la pesca. Siempre
suelo decirme: es algo que yo también debería poner en práctica…” MI
interlocutor, una persona de piel bastante curtida, por sus largas horas de exposición
a los rayos del sol, hombre de frases cortas y directas en su expresión y de
mirada indisimuladamente cansada, pero plácida, agradecía la posibilidad de
“echar un ratito” con el paseante ocasional por la playa.
“Sí amigo, vengo casi todos los días
de la semana. Mucho menos en el verano. Por el calor y los bañistas. Algo se
pesca, pero más se piensa. Con tantas horas esperando, tengo todo el tiempo del
mundo para darle vueltas a la cabeza. Incluso hay veces en que devuelvo al mar
lo que me da. Para que esas crías de peces sigan creciendo en su mundo marino.
Y es que las aguas están muy castigadas. Demasiado aguantan, con toda la
porquería que les echamos. Me traigo mi bocadillo y esta latita de cerveza, que
nunca debe faltar (con su pícara risa observo el avanzado deterioro dental). También,
es mejor dejar a la “parienta” con sus cosas. Tantas horas en casa abren la
puerta a discusiones y peleas. Si te contara todas las cosas que he trabajado,
no me creerías. En la juventud, incluso estuve haciendo “lo que me decían” en
una película. Total, por unos “durillos”. Yo entonces era más guapo, claro. Desde
luego es mejor y más sano estar aquí, tranquilamente oyendo el ruido que hacen
las olas y oliendo a sal y marisma. El
bar o la taberna no es lo mío. Aquí se está muy requetebién”.
Agradecí a Simón la
nobleza, limpieza y verdad de sus palabras, deseándole suerte para el resto del
día. Me sentí confortado tras comprobar que aún hay personas para los que la
magnitud estresada del tiempo carece de importancia o justificación. Son seres
anónimos, en la privacidad de sus vidas, que saben aplicar y rentabilizar ese
valor inapreciable de la paciencia a una existencia,
en la que siempre se espera un nuevo amanecer. Gozan con esos atardeceres que
diestramente nos dibuja y regala la naturaleza. Aprecian la dimensión del
silencio, sólo interrumpido por la acústica de la brisa sobre las hojas. Con
sabia inteligencia saben relativizar la importancia de un tiempo que siempre se
nos muestra inalcanzable para nuestra significación como humanos.-
José L. Casado Toro (viernes, 25 de
Agosto 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra.
Sra. de la Victoria. Málaga