Jacinto acude, como hace cada mañana, a su lugar de
trabajo, esforzándose en mantener esa ejemplar puntualidad ante sus
obligaciones que siempre le ha caracterizado. Su afición desde pequeño a
manejar y disfrutar con los productos tecnológicos le llevó a cursar un módulo
de electrónica, completado con otro de informática, titulación y conocimientos
que le permitieron encontrar un pronto acomodo en este ámbito laboral. Trabaja,
desde hace catorce años ya, en una empresa que atiende las reparaciones
electrónicas de un conjunto de primeras y segundas marcas, vinculadas todas
ellas al sector de la imagen y la comunicación. Aunque él se ocupa básicamente de
cubrir el servicio de visita domiciliaria, en la gama de la televisión y los
equipos de sonido, también atiende en mostrador los problemas de los usuarios
con sus dispositivos electrónicos, tanto en garantía como en aquellos que han
superado la temporalidad legal de la misma.
Hoy
jueves ha sido un día un tanto agotador para este buen profesional de la
electrónica. Durante gran parte de la mañana ha estado realizando visitas
programadas a domicilios particulares y a diversas empresas de la restauración.
Por la tarde ha debido desplazarse a dos hoteles de la costa occidental, con
problemas en la recepción y distribución de imágenes por las distintas
habitaciones de sus complejos. Por sus manos han pasado, a lo largo de unas
siete horas de trabajo, numerosos aparatos de televisión y dos grandes equipos
de sonido. En todos los casos el resultado ha sido satisfactorio, salvo en un
sistema de videoconferencia y transmisión de datos, problema que habrá de ser
afrontado por un compañero más especializado en redes informáticas. A eso de
las nueve y quince de la noche, abre la puerta de su domicilio con un semblante
feliz pero, al tiempo, marcado por ese cansancio acumulado de tanto bregar con
las dificultades técnicas y aquellas otras generadas a causa del carácter de
las muchas personas con las que ha tenido necesariamente que tratar.
En
el salón de su casa la televisión, emitiendo a un exagerado volumen, está dando
las noticias del día pero no recibe la atención de Sonia,
quien centra los ojos mirada en la pantalla de su tablet iPad. Está ensimismada
en uno de esos juegos de moda que tanta adicción crean entre los usuarios, por
su dinamismo y espectacularidad. Apenas levanta la vista de esas bolitas y
caramelos de colores que, con su dinámico ritmo geométrico nos hacen volar
entre los espacios nublados de la conciencia. Su marido se le acerca, besándola
en la frente, pero ella continúa ensimismada en la aparición y caída de esas
bolitas cromáticas que tanto la distraen. “Ahora pongo la mesa” es su única
respuesta, pero sin levantar sus ojos del tan animado marco. Jacinto va al dormitorio, con la intención de
cambiarse de ropa. Pasa por delante del cuarto que comparten sus dos hijas.
Toca con cuidado en la puerta y sin recibir respuesta entra en la habitación.
Recostada en un ángulo de la cama se encuentra Patricia,
la hija mayor, que con unos auriculares en sus oídos está escuchando música,
conectada al portátil. Cuando ve a su padre, hace un gesto con la mano a modo
de saludo y agiliza unas teclas para hacer saltar el salvapantallas. Ya en el
dormitorio, piensa que una buena ducha le relajará y compensará de este
“efusivo y cariñoso” recibimiento que acaba de tener por parte de sus íntimos.
Durante
el tiempo de cena, las palabras entre ellos no fluyen con generosidad. Ya ha
llegado Charo, quien continúa enganchada a su
iPod cargado de esa música que Jacinto, a sus cuarenta y un años de vida, cada
vez entiende menos. Junto a los cubiertos en la mesa, siguen sonando las
campanitas en el I Phone de Patricia marcando la llegada de whatsapps en
cadena, a los que su propietaria responde con presteza utilizando la mano
derecha. Resulta admirable la velocidad que imprime a su dedo pulgar, a la hora
de escribir los mensajes. Mientras, con el tenedor en su mano izquierda, trata
de conseguir trocitos de la ensalada malagueña que aguardan en su plato. Y en
un momento concreto, se mezclan estos sonidos con los que emite el móvil de su
hermana, quién también entra de lleno en el reinado comunicativo que organizan
sus grupos de amigos. Sonia, por su parte, ha dejado por un momento de usar el
omnipresente Candy Crush de su iPad, pues ha estado ocupada en la cocina,
además de poner la mesa. Pero mantiene junto a sí su versátil maquinita, en
estado de letargo momentáneo, aunque preparado para hacer las delicias de su
propietaria en cuando finalice el “ágape” familiar y ordene un poco la cocina. Jacinto
intenta algún comentario rutinario con su mujer, pero ella está especialmente
atenta a la trifulca que acaba de iniciarse en el escenario mediático de Jorge
Javier, desde Tele 5. Belén, la “princesa del pueblo”, tiene montada una buena
batalla dialéctica y acústica con Matamoros y sus compañeros de troupe. Todo a
gritos, por supuesto, para mejor regocijo de los rebaños expectantes.
Recostados
en unos cojines, apilados sobre las almohadas, el matrimonio trata de conseguir
la llegada del sueño. Él repasa la prensa del día en su iPad, mientras que ella
se entretiene viendo unos vídeos de cocina en YouTube. Sus dos hijas preparan,
acomodadas ante sus respectivos portátiles, sendos trabajos para sus clases en
el instituto, aunque intercalando sus párrafos con la consulta y respuestas a
los diversos emails acumulados en el día. Antes de tomar la horizontal para el
sueño, Jacinto comenta a Sonia acerca de una joven cliente con la que ha
tratado en su desplazamiento de esta mañana a Benalmádena. Ella le corresponde
con esas respuestas gestuales y guturales que encierran o disimulan la
desatención a las palabras de su cónyuge, pues sus sentidos están focalizados
hacia un “corto” de Indonesia sobre las virtudes afrodisíacas de un determinado
tipo de té.
En
la tarde noche del viernes, las dos hermanas han quedado con sus respectivas
pandas de amigos. Una de ellas tiene la celebración de un cumple, mientras que
Charo ha ido al Carrefour con Maca y Juan a fin de comprar material para la
movida que quieren montar en la Farola. En uno y en otro caso, los whatsapps
han ido organizando todos los detalles de esa noche para el disfrute
adolescente. Sus padres han decidido ir a ver una peli
de estreno en el Vialia, para después ir cenar en uno de los “chiringuitos” que
animan la zona de la Solidaridad. En una de las macrosalas del complejo
cinematográfico, se encuentran apenas un veinte por ciento de sus localidades
ocupadas, al comienzo de la proyección. Se apagan las luces generales, al inicio
de la proyección, con los diversos tráilers, pero el vecino de asiento de
Jacinto, que asiste en solitario al cine, mantiene la luz de su móvil encendida.
Ya
con la peli en acción, este señor que parece un tanto desinteresado de la trama
del film, consulta con intermitencia la pantallita de su teléfono. A medio
argumento, el compañero de Sonia ya no puede más pues aunque el sonido lo
mantiene callado, la luminosidad que proviene de ese aparato le deslumbra y
distrae del argumento que la película desarrolla. Se acerca al oído de su
compañero indicándole con, extremada prudencia, si puede apagar el móvil pues
le está impidiendo concentrarse en el seguimiento del film. Parece extrañarse
con la observación que recibe de su compañero espectador. La respuesta es más
que peculiar y asombrosa: “Es que está jugando el
Málaga en el campo del Sevilla. Van empatados a uno al filo del descanso. Ya le
iré informando si hay alguna incidencia importante. Nos estamos jugando nuestra
participación en la Europa League del año próximo. Ah, el gol del Málaga lo ha
marcado Samu Castillejo, a la salida de un córner”.
A
partir de esa asombrosa respuesta, Jacinto le comenta en voz baja a su mujer que
deben cambiar de asiento. Se levantan con la mayor discreción y ocupan dos
butacas en el extremo este de la última fila. Desde allá, en todo lo alto
contemplan como hay, al menos, seis o siete móviles encendidos. Desde dos filas
más adelante, se escucha a una señora quien a viva voz habla con su
interlocutora a través del móvil: “Paca, es que
estamos en el cine. Siii, te había dejado un whatsapp para decirte que mañana
yo llevaré la tortilla para el santo de Marga. Tú te encargas del arroz con
leche …….” Quedaban aún alrededor de veinte minutos para finalizar la
proyección de una película, cuya entrada había costado, ese viernes, no menos
de 7.30 euros por persona.
En
la mañana del sábado, Jacinto se despertó temprano. Observó
que su pareja se había quedado dormida con el iPad encendido entre sus brazos.
Enternecedora pero ilustrativa imagen que le hizo reflexionar durante un buen
rato acerca de una situación que se estaba haciendo insostenible. Ese mismo
día, durante el almuerzo, pidió a sus hijas que dejaran de manipular su móvil
y, a Charo, que se quitara los auriculares de sus oídos. Se levantó de la mesa
y apagó el televisor. Quería hablarles, sobre un tema que día a día, le estaba
haciendo sentirse más infeliz. Las tres mujeres le miraron extrañadas, aunque
Sonia no tuvo la delicadeza de cerrar la portada de su IPad.
“Desde hace meses quiero que hablemos, con serenidad y
claridad, acerca de unos comportamientos que se están tornando más que insostenibles.
Trabajo, desde hace ya muchos años, en el mundo de la electrónica. Estoy feliz
con el oficio que libremente he escogido. Y desde luego conozco bien, muy bien,
la digitación que se ha impuesto en nuestras vidas. Tal vez ese digital world
sea necesario. Sea útil e inevitable en los tiempos que vivimos. Pero creo que
resulta dañino, si se escapa a nuestro control y acaba por dominar nuestras
relaciones y comportamientos en las familias y en la sociedad. Lo veo en muchos
de los domicilios que he de visitar para las reparaciones. En las calles, en
los comercios, en las instituciones culturales y en los organismos de cualquier
naturaleza. Me preocupa, profundamente, como estamos atados servilmente a las
prestaciones de Internet y a la digitación de nuestras vidas. Pero en nuestra
familia, este pandemia ha de acabar. Tenemos que aplicar nuestra inteligencia y
valores para poner freno a unas actitudes que nos están separando, aislando y
embruteciendo. Sufro al ver como mi propia familia ha caído en las redes y
telarañas de lo que es un mundo al servicio de lo digital y no al revés.
Estamos juntos, aparentemente pero, cada vez más, ese dios Internet nos está
separando, aislando y, como decía antes, embruteciendo. A todo esto hay que
poner fin, estableciendo un orden o unas pautas de comportamiento, si no
queremos convertirnos en simples esclavos de un sistema que es bueno si se le
controla, pero que va a terminar destruyendo muchos de nuestros valores si
caemos desordenadamente en la magia de sus redes.
Voy a ser muy claro. En adelante, no quiero un aparato informático
más encima de la mesa, cuando desayunemos, almorcemos o cenemos. Y esto va
también para ti, Sonia. Y no voy a entrar en lo que hagáis en el Instituto o en
casa de los amigos. Pero, en esta casa, vamos a negociar y establecer un
horario para el uso de Internet. Y sabéis que yo tengo medios técnicos más que sobrados
para cortar la llegada de las redes digitales, en todos los rincones de esta
casa, cuando lo que hayamos acordado se incumpla o tergiverse. El culto a la
pantalla o se encauza o se corta. Tenemos que volver al mundo de la palabra, de
la lectura, del diálogo entre nosotros y
al mejor uso de los avances tecnológicos que la ciencia nos proporciona. Confío y deseo que reflexionéis y pongáis fin
al caos que percibo en nuestras vidas y relaciones”.
Aquella
tarde de sábado, con intenso aroma y color a una Primavera ya adelantada,
Jacinto y Sonia caminaban por el Paseo Marítimo del Oeste, rodeados de
adultos, jóvenes y niños, personas ansiosas de disfrutar de un vida relacional
junto a la orilla del mar. Este buen técnico informático sabía que la batalla
por la normalidad en su familia no sería fácil. Encauzar
hábitos desordenados no es tarea fácil para un día. Pero la primera semilla había
sido sembrada, con valentía y cariño, en esa tierra fértil y fecunda que
aseguran genera racionalidad, equilibrio y sensatez.-
José L. Casado Toro (viernes, 20 marzo,
2015)
Profesor
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