Siempre,
feliz Primavera. Sin duda alguna, también tú
has podido ser copartícipe de esta imagen cotidiana que, plásticamente, me
dispongo a resumir. Vas caminando, entre calles, ruidos y soledades y, de
manera inesperada, te cruzas con una chica que refleja
en el rostro esas lágrimas que manifiestan desconsuelo. Con su mirada
indefinible hacia nadie, comparte la desafortunada situación por la que está
pasando con la atmósfera anónima de otros muchos transeúntes. No, no es la
primera vez que soy testigo de esta experiencia. Y, al igual que en las
anteriores ocasiones, tras un instante de percepción en la duda, pienso que lo
más lógico sería tratar de ayudar a la persona que sufre. Al menos….
preguntarle qué le ocurre. Pero, de inmediato, reconduces el impulso solidario
ante alguien con quien nunca antes has intercambiado palabra alguna. Sin
embargo aquella mañana, a poco del inicio primaveral, ese impulso o decisión,
ajeno al condicionante de la racionalidad, hizo que modificara la respuesta que
es más que habitual en el caso. Volví sobre mis pasos y, aprovechando que la
joven no aceleraba su desplazamiento, me acerqué hacia ella dispuesto a
ofrecerle algo de diálogo.
Ahora,
desde la frialdad del recuerdo, reconozco la imprudencia de mi gesto ante una
persona a la que en nada conoces. Aunque la intención, con un planteamiento
sencillo y primario, es ayudar, tu comportamiento puede ser malinterpretado por
aquel quien lo recibe. En estos casos, toda respuesta ante la bondad de tu
pregunta suele ser peligrosamente incierta. Incluso, más que ayudar,
probablemente podrías incluso molestar. Pero ¿cuál fue la actitud de esa joven
(probablemente, alcanzaba los veintipocos…) ante las que fueron mis palabras? “Perdone mi
atrevimiento, Srta. ¿Le ocurre algo? ¿Necesita algún tipo de ayuda?”
En dicho momento, esta joven continuaba “llorando como una Magdalena”.
Como
primera respuesta recibo una mirada toda llena de sorpresa, incredulidad y
asombro. Mi interlocutora se detiene, me observa una y otra vez y se queda como
sin saber qué decir. En esos primeros segundos, sólo entendí algunas sílabas,
algo inconexas o entrecortadas, que fluían de su boca. “No….
No sé…. Es que..” Verdaderamente, esta mujer estaba atravesando por un
mal momento. Sus ojos, rojizos e hinchados, ponían luz a un cuerpo delgado,
talla media baja, cabello castaño claro, modelado en una cortita melena y unos
brackets organizadores de una dentadura bien blanca y pronunciada. Ella y yo
nos quedamos unos segundos (que me parecieron horas) indecisos y al fin llegaron
unas palabras por su parte, con el sentimiento algo más sereno. “No, no se preocupe. Te agradezco su intención, pero es
que….“. En esta tensa situación, que a ambos nos albergaba, la chica
mezclaba el tú y el usted con su mirada heterogénea entre la curiosidad y el
alivio. “¿Necesita
que hablemos o desahogarse? Creo que le hará bien. Por muy complicado que sea
aquello que le afecte, siempre hay un poco de luz donde creemos que sólo permanece
la oscuridad”.
Aprovechamos
para sentarnos uno de los primeros bancos del Parque malacitano, próximo a la
entrada del Puerto, con mirada a nuestra Catedral. Fijándome en la portada de
los libros que transportaba, deduje que mi interlocutora era una estudiante de
Económicas o Empresariales. Ya, en ese instante, recuperó un tanto la calma y,
por vez primera, observé que le parecía simpática la situación ante un
desconocido que llevaba también su cartera repleta de libros y cuadernos de
apuntes. “Bueno,
en tiempos de bloqueo, lo mejor e inteligente es serenarse, y pasar de nuevo
“la película”. Verás que no todo es tan complicado como, en principio, tú
supones. Mira, cuando los problemas se juntan, lo mejor es ir avanzando poquito
a poco”. Francamente, me veía transportado a mis tiempos de acción
tutorial en el Instituto, donde había vivido diálogos similares en no pocas
ocasiones. Probablemente, la chica adivinó o supuso que su extraño interlocutor
tenía una cierta experiencia en estos conflictos que reclaman la terapéutica de
la objetividad en la distancia.
Sin
yo preguntarle, me dijo que se llamaba Alicia.
Efectivamente, como había supuesto al principio, era estudiante de 4º en el
grado de Económicas. Después de darle unas cuantas vueltas al origen de su
pesar, me comenta que está bastante depre. Se la ve hundida y profundamente
desanimada. El intenso esfuerzo, en este su último año de carrera, las escasas
expectativas laborales para el futuro, un reciente fracaso en el terreno
afectivo y, también, unas relaciones familiares condicionadas por la separación
reciente de sus padres, la habían llevado a un batiburrillo o confusión mental
que, no sólo en esta mañana, ha derivado en ese estallido de lágrimas que ha
provocado mi atención y preocupación.
“Bueno, si te
parece… vamos por partes. Te veo extremadamente delgada. Incluso me atrevería a
sospechar de que estamos en el terreno próximo a la anorexia. Y un cuerpo, así
o así, hace que nos derrumbemos más fácilmente, ante la primera dificultad que
nos llega. ¿Has consultado al médico? Este tema yo lo he tratado con aquellos
que eran mis alumnos y es bastante latoso. Suele hacer bastante daño. Hay que
priorizarlo pues, te aseguro, debe ser un primer frente para el ataque, en la
búsqueda racional de soluciones. Imagínate un vehículo al que no le echan combustible.
Las ruedas… no se mueven solas. Aparte de la ayuda médica, la solución se halla,
principalmente, en ti. ¿Te atreves a decirme o nombrarme cinco alimentos,
sólidos o líquidos, cuya sola mención no te produzca rechazo para su consumo,
en este preciso instante?”
De
inmediato, llegamos el tema del amigo, compañero de curso. El origen y
desarrollo del mismo estaba en el terreno de lo más usual. Habían estado
saliendo, desde comienzos de este curso y aquellos primeros afectos entraron en
el cenagoso terreno de esa rutina que tanto daña, mezclada con los peligrosos egos
y caprichos, tanto en el uno como en el otro. Había sido precisamente Alicia
quien tomó la decisión de cortar una relación que, cada día más, soportaba sin
la necesaria tensión o atracción para la
mejor normalidad. “No le des más vueltas. Habéis acabado en el terreno del aburrimiento,
con el condicionante del protagonismo egoísta que a tantos nos afecta. Vendrán,
a no dudar, otras experiencias, con la
ventaja ya de poder recordar algunos errores que han hecho fracasar vuestras
ilusiones y proyectos. Mañana, tal vez pasado, tendrás que evitar incurrir,
otra vez, en esos mismos errores. Por muchos años que atesoremos, siempre
podemos aprender de todo aquello en que, desacertadamente, hemos fallado”.
Sin
que apenas nos diésemos cuenta, las manecillas del reloj estaban recorriendo un
buen trecho de su itinerario. Faltaban muy escasos minutos para que dieran las
dos de una tarde que regalaba luz y sol a plena generosidad. “¿Vives con tu
madre, verdad?” Pues no. Esta hija única reside en el domicilio
familiar con su padre, profesional de la hostelería (jefe de cocina, en un emblemático
y céntrico hotel, de la capital malagueña, establecimiento que cada mañana,
tarde o noche goza observando, con el corazón enamorado, el aroma, color y
frescor de un mar que transmite vida, comunicación y ensueño). En este caso fue
su madre quien se embarcó en un infantil viaje a la aventura, a fin de
recuperar un tiempo que ya había pasado por la geografía de su juventud. Reconoce
que, con la compañera actual de su padre, la convivencia es bastante aceptable.
La distancia cronológica entre ambas mujeres apenas supera los siete años de
diferencia. En realidad podría ser o representar (quiso, de manera espontánea,
mostrarme una foto) su hermana mayor.
Tras
casi dos horas, de monólogos y diálogos, Alicia aparentaba estar mucho más
tranquila y serena. “¡Vaya culebrón y dramón que has
tenido que aguantar, con todo lo que te he contado. ¿Te han dicho alguna vez
que sabes escuchar maravillosamente?” Afortunadamente el Vd. ya se había
volatizado y habíamos llegado a esa confianza “intergeneracional” producto de
una voluntad recíproca para facilitar la amistad.
Quisimos
despedimos con una amplia sonrisa. Sin saber por qué, a ninguno se nos ocurrió
plantear el intercambio de números telefónicos o direcciones electrónicas. Lo
que ambos valorábamos era haber sabido aprovechar ese momento puntual de
diálogo y solidaridad en nuestras vidas.
“La verdad es que aún no alcanzo a creerme cómo te presté
atención, sin conocerte de nada. Pero me has ayudado mucho. Me alegro de
haberte concedido ese margen para la confianza.”
“Pues tengo que
confesarte que tampoco yo sé explicarme como tuve la fuerza de acercarme a ti con
la serenidad o franqueza de poder o intentar ayudarte. Hubiera sido previsible
cualquier respuesta o actitud por tu parte. Afortunadamente, la oportunidad ha
resultado positiva. Bueno, pues….. adiós. Cuídate, Alicia. Ha sido una alegría
y suerte haberte conocido”.
“Seguro, seguro que sí, tendremos más oportunidades para el
reencuentro. Como en el argumento de aquella película. Cualquier día, en
cualquier…. esquina o lugar”. Ella y yo conocíamos que volveríamos a
coincidir. Al menos, lo haríamos desde el plano creativo de la memoria.
Camino
ya de casa, crucé por el Puente de la Alameda y atravesé ese siempre nuevo
centro comercial de la ciudad. Resaltaba la generosidad, expositiva y cromática,
de esos bellos carteles que anunciaban la llegada de otra nueva Primavera. El termómetro marcaba veintitantos grados,
con un cielo anticiclónico pleno de luz y alegría. La tibia atmósfera
confirmaba esa muy grata sensación de habernos abandonado, ya, un larguísimo
invierno que nos había hecho apetecer la llegada de la novísima estación. Pensaba
¡cómo no! en esa joven vida de Alicia, con sus problemas, sentimientos y
realidades. La simple, y complicada al tiempo, experiencia de hoy simbolizaba,
en mi percepción traviesa y lúdica, esa Primavera que todos apetecemos sembrar,
hacer crecer y aplicar para nuestras vidas. Nos llega una nueva estación que
llega ataviada de naturaleza, luz y color. No sólo en el día, sino también
cuando la noche cubre, con un terciopelo de estrellas, las imágenes de nuestros
recuerdos, realidades y esperanzas. Bienvenida sea la nueva y anhelada
Primavera, llena de esa magia de atardeceres que susurran el suave y delicado aroma
del azahar.-
José L. Casado Toro (viernes, 15 marzo, 2013)
Profesor
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