Cumple ya ocho fructíferos años, desde su primera edición en La Esfera de los Libros, allá en el 2003. Según datos de Internet, se han vendido más de 200.000 ejemplares, a través de numerosas reediciones de su contenido. La autora de este interesante y útil libro, La inutilidad del sufrimiento, es la psicóloga madrileña María Jesús Álava Reyes (1954). Y el subtítulo que completa la plaqueta titular responde a Claves para vivir de una manera positiva. Tuve la oportunidad de adquirir y leer este manual hace ya algo de tiempo, pero todavía recuerdo la estructura que presidía la exposición de su autora. A través de numerosos ejemplos, concretos y reales, elegidos entre su copioso archivo profesional, María J. Álava analiza muchas de las causas que nos hacen sentirnos infelices, proponiendo, al tiempo, pautas renovadoras de comportamiento que nos ayuden a controlar situaciones y conflictos, a fin de integrarlos en la normalidad cotidiana de nuestras vidas. La tesis que propone, en el título de este manual para la autoayuda, es que todo sufrimiento resulta profundamente inútil, porque nos entristece, nos bloquea en nuestra capacidad de reacción y nos hace perder un tiempo precioso para madurar y caminar por la vida, con el talante de una actitud positiva ante la dificultad.
Traigo a colación este trabajo realizado en el ámbito de la psicología, porque en tiempos de crisis resulta inteligente afrontar los retos y problemas con un talante valiente y positivo, a fin de integrar y superar atmósferas adversas. Y aunque debe ser argumento para otros artículos de opinión, quiero hacer mención a la alusión que he realizado de tiempos de crisis. Debería añadir, fase o etapa de crisis para el contraste. Pues al tiempo que todos las tardes podemos ver una larga fila de personas en el malagueño comedor social de Santo Domingo, organizado por la benefactora organización de Los Ángeles malagueños de la Noche, fila alargada de personas con grave dificultad económica, las cuales reciben de forma diaria algún alimento para subsistir, pásese Vd por chiringuitos, mesones y restaurantes urbanos o rurales, en un mismo fin de semana. Verá que no queda un asiento libre. Incluso hay muchas listas de espera, telefónicas o personales, para menús de 30 euros o más el comensal. ¿Nos hemos fijado cómo se retiran, en esos restaurante, los platos de los comensales, repletos de alimentos no consumidos y que van sin el mayor raciocinio al cesto de la basura? Tiempos contrastados de crisis, que debemos tratar en otro de estos escritos semanales.
Efectivamente, al cabo de las veinticuatro horas que integran el día, llegan a nuestro círculo vivencial, incomodidades, adversidades, problemas de muy diferente índole y nivel, que nos aturden, desconsuelan, incomodan e, incluso, deprimen. Y lo que supone una tara de mayor gravedad. Generan en nuestro ánimo un estado de sufrimiento que normalmente nos entristece y bloquea para la necesaria e insoslayable capacidad de reacción. Y lo más grave de su penosa influencia, es que, en una mayoría de casos, no poseen ni la gravedad ni la trascendencia necesaria para sumirnos en ese estado de postración o hundimiento que tanto y cruelmente nos afecta. Y esto se puede fácilmente evaluar cuando, al paso del tiempo, comprobamos la verdadera trascendencia o naturaleza del hecho en que nos hemos visto inmersos.
En modo alguno se quiere, con esta última afirmación, reducir o desvirtuar la importancia de situaciones que están vinculadas con estados degradados en la salud, relaciones sociales en lo humano o materiales, para el ámbito de lo económico. Por supuesto que no. Pero sí es más que imprescindible relativizar y ubicar en su exacta dimensión la naturaleza del hecho. Evitar, en la medida de lo posible, la sobredimensión que adjudicamos a esa situación que repercute en nuestro ser y existir. ¿Por qué mantenemos este planteamiento renovador? Fundamentalmente porque la exageración en la naturaleza del hecho va a impedirnos o dificultarnos las respuestas para una racional superación del mismo. Solución que necesitamos y que, en modo alguno, debemos o podemos “aparcar” u obviar.
Una primera medida de reacción en la respuesta es asumir el problema. Aceptarlo como parte inevitable de la naturaleza humana, que incide y subyace en nuestra persona. La rebeldía, ante aquello que se guarnece o presenta con ropajes de evidencia, es una posición que adquiere el gesto de lo infantil y los síntomas de la irresponsabilidad. Como antes se manifestaba, habrá que analizar y calificar la verdadera naturaleza del hecho. Por leve o grave que sea, hay una primera salida en el oscuro bosque de los agobios. Relativizar la verdadera gravedad de su naturaleza. Es evidente que podía haber sido peor o más lesiva su influencia para nuestras vidas ¿verdad? Miremos, observemos y reflexionemos en nuestro entorno, próximo o mediato. Hay hechos peores y más graves que afectan a otros. Y que también podrían llegar a nuestras vidas. Por eso es aconsejable y saludable relativizar la trascendencia que hemos concedido en la primera sobredimensión de aquél.
Ahora, en 2º lugar, habrá que buscar y dibujar soluciones. Por nosotros mismos, en nuestra privacidad o ayudados por otros que, sin duda, poseerán un mayor nivel o calidad en las pautas de objetividad. Poco a poco, con facilidad, esfuerzo o “sufrimiento”, encontraremos algunas soluciones que reducirán, resolverán o, al menos, paliarán los efectos sus negativos efectos, de todo nivel y carácter. Hay terapéuticas que resultarán fallidas. Pero en los estantes de las formulas magistrales farmacéuticas siempre estará esperándonos otras fórmulas que sí, para este caso, tendrán la categoría de medicinas adecuadas. Igual no sanan la patología, en su totalidad, pero, al menos, ayudarán a sobrellevarla y a reducir su influencia con sus efectos inhibidores y pesimistas.
En alguna otra ocasión se ha hecho alusión en estas páginas a una sencilla, pero eficaz, estrategia para afrontar los tiempos áridos, en el lienzo humano de lo cromático. Me refiero a lo que denominamos ley de las compensaciones, presente en tantas y tantas de las situaciones humanas. Hay que saber paliar o reducir la amargura con el néctar azucarado, psicológico o material, de la compensación para nuestra necesidad. Y es que la propia vida fluye o funciona, en esa misma dimensión. No todo va a ser negativo. No todo se va a vestir con los aditamentos de la esplendidez. Y si el propio entorno no equilibra nuestro retroceso o bloqueo con esa también ley de lo imprevisto u ocasional, tendremos que aplicar el esfuerzo en ir a la búsqueda de ese algo que nos puede traer de nuevo al rostro psicológico de nuestro ánimo un mejor semblante para el continuar. ¿Compensaciones?
Un regalo, ese paseo, una práctica deportiva, una música, una canción, un atardecer, una oportuna compañía, cambiar el mobiliario, una lectura, una llamada telefónica, una sonrisa, una afición, modificar el vestuario, un gesto para con los demás, unas letras en el papel, un amanecer, un jardín, un viaje, un sueño que se hace real, un alimento, un saber esperar……. Etc. Las hay. Ahí están. Prestas y solícitas a nuestra compañía, para la necesidad.
Como acertadamente manifiesta nuestra autora, el sufrimiento carece de sentido u operatividad. Sufrir por sufrir, difícilmente resuelve el conflicto. Y no es bueno quedarse, con pesimismo rayano en el masoquismo, braceando sin solución en el pantanoso lago de las adversidades. Siempre habrá una puerta, iluminada de luz y color, por donde se pueda penetrar al otro entorno, también natural y vital, de la esperanza. Incluso en el ámbito de la enfermedad, la medicina lucha por evitar, en los distintos flancos de la batalla, que el paciente sufra. O, en todo caso, porque sufra lo menos posible. A pesar de que, es ley de vida, en muchos de los casos esa batalla esté perdida para la vida. Pero paliando, con la ayuda de la técnica, ese sufrimiento degradado para lo somático e, inevitablemente, también para lo psíquico o espiritual.
A pesar de todos los pesares, mañana de nuevo nos va a iluminar el sol. El mar y sus olas nos van a humedecer en la aridez y sequía de nuestros desalientos. A pesar de que hay mal y suciedad en nuestro entorno, también reclama su atención la bondad y limpieza de comportamientos honestos y ejemplarizantes. Pero hay que buscar ese amable amanecer que compense y supere las tinieblas de un anochecer brusco y hostil para la cordialidad. Es una aconsejable e ineludible postura que hunde sus raíces en la racionalidad, en lo imaginativo y en el dinamismo constructivo para la superación.
¿Es totalmente inútil ese sufrimiento, concretado en diversos grados y niveles de potencia? Bueno, si éste ha de llegar, al menos nos hará practicar la virtud de la humildad y sencillez para lo humano, aceptando que está ahí, incardinado en nuestra propia naturaleza. Y no deben avergonzarnos unas lágrimas que broten translúcidas por el rostro de la desesperanza. Puede haber otras, no menos translúcidas o viradas de cromatismo que refleja el espejo de lo natural, que muestran la alegría. Alegría por la amistad, por la generosidad y por la bondad solidaria. En una época enferma y lastrada por la endemia del egoísmo, es una saludable medicina la virtud de pensar y hacer más, mucho más, por los demás. Nos estaremos ayudando a nosotros mismos. Esa sí que es una regla básica, imprescindible, de todo capítulo para la autoayuda.-
José L. Casado Toro (viernes, 17 de junio, 2011).
Profesor.
http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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