Nico estudia para ser Profesor de Educación Física. Cualificado corporalmente, desde que era pequeño le ha gustado practicar numerosas actividades deportivas. Aquéllas en las que ha de utilizar con destreza un balón, hasta otras que corresponden, en lo específico, a las diversas modalidades del atletismo. Ahora, con veintidós años para su vitalidad, cursa cuarto de esa especialidad deportiva en la ciudad de la Al Hambra. Todos los viernes viaja a casa, donde vive con sus padres, en Málaga, para volver a marchar, por sus obligaciones de estudio, en la matinada del lunes. Son relativamente pocos los kilómetros que separan a las dos ciudades hermanas, pero más importante es el incentivo de estar junto a su pareja Cristina, en esos casi tres días de la semana. Al tener sus clases programadas por la tarde, puede conducir su C3, de la marca Citröen, para llegar a Granada con tiempo más que sobrado, a fin de cumplir cómodamente con el horario académico de ese lunes.
Todo sucedió en un mes de marzo, dentro ya de la estación primaveral. El fin de semana había sido bien aprovechado, en su inevitable corta duración. Cine, por partida doble; celebración de un cumpleaños con los amigos más cercanos; comida en casa de Cristi e, incluso, un buen rato de sol en la playa, en un sábado anticiclónico de lo más azul y tranquilo. Y ya, el domingo por la noche, la tierna despedida de dos enamorados que intercambian besos y palabras de amor, para su necesidad. Mientras, su madre, bien atenta a todos los detalles, le ha preparado un hatillo de ropa limpia y, en una bolsa antitérmica, buenos alimentos para la semana, a pesar de las protestas ya usuales de Nico. En el piso que comparte con tres compañeros de facultad lo tienen todo bien controlado, con ese desorden ordenado que les permite mantener la convivencia. También él, al igual que Javi y Rafa, suelen almorzar en los comedores de la Universidad. Sin embargo, para las noches, preparan platos atrayentes o compran pizzas, comida china o algo de kebab. En el reparto de las tareas del piso, esta semana Nico tendrá que encargarse de organizar las cenas y todo lo concerniente a la limpieza de la cocina. Además, las compras en ese bien repleto Mercadona, instalado en la zona de San Antón, muy cerca de un Genil que avanza desde la Sierra, camino del Guadalquivir.
Lunes, muy de mañana, cuando apenas comienza a clarear el día. El Citröen blanco, de segunda mano, responde muy bien a todos los requerimientos del conductor. Se ve que ha estado en buenas manos, por parte de su primer propietario. La atmósfera se percibe algo fresca y húmeda aún. El reloj del vehículo marcaba las 7:20, cuando Nico sintonizó una de las memorizadas cadenas musicales, como alegre compañera de viaje. Advierte que la flecha de la gasolina está a punto de entrar en la peligrosa zona roja. La estación de servicio más cercana es la conocida como “La Tana”, en pleno inicio de la autovía de las Pedrizas, prácticamente enfrente del actual Jardín Botánico Municipal “La Concepción”. Hay numerosos coches que esperan su turno para repostar combustible. Marca en la máquina 30 euros, lo que deja el depósito en poco más de la mitad de su capacidad. Cuando vuelve de la oficina, tras abonar la cantidad prevista, observa que una joven está parada junto a su coche. Parece que espera la vuelta de su propietario.
Se trata de una chica que en poco supera las dos décadas de vida. Morena, con el pelo recogido en una coleta, ojos castaños, complexión deportiva, sin grasa superflua en su musculatura y vistiendo una ropa desenfadada y juvenil de tonalidades azules. Lleva vaqueros, muy trabajados, con esos orificios provocados que dejan ver, y oxigenan, pequeñas zonas de unas piernas que facilitan una estatura, algo superior a la media. Zapatillas Paredes muy gastadas y descuidadas en su limpieza. ¿Vas a salir de Málaga? Sólo llevo esta gran mochila. ¿Te importaría llevarme. Hago autostop. Y me dirijo hacia Madrid. Son palabras reposadas y convincentes, pronunciadas con un cierto tono de la lengua gallega. Nico duda por un instante pero, siendo inusual en su proceder como conductor, le indica el destino a donde se dirige, ayudándole a colocar el deportivo equipaje en el asiento trasero del vehículo. Recibe una breve sonrisa de su inesperada acompañante, mientras ésta le dice: me viene muy bien, Cuando llegues a Granada te dejo y sigo mi camino hacia la carretera de Jaén. Al preguntarle si era estudiante universitaria, ella trata de obviar el interrogante cambiando de tema con habilidad.
En realidad, parece escasamente comunicativa, aunque trata de vender una aparente confianza. Hablan del buen tiempo que regala esta Primavera y de los agobios que generan viajar a estas horas tempranas, tras levantarse de la cama. Le comenta que ha estado en Málaga, y la costa, poco más de una semana, gustándole mucho el ambiente de esta provincia, ciudad que no conocía. Al fin le confiesa que, desde enero, está viajando por toda España, aprovechando sus pocos ahorros. Ha trabajado un par de años en una franquicia de ropa cuya marca es muy conocida dentro y fuera de este país. Pero que le llegó la hora ingrata del despido y por eso trata de aprovechar el tiempo para su vida. En ese intercambio intermitente de frases y comentarios, a Nico le extrañó una alusión que hizo Estela a su cuarto año en la Facultad de Ciencias de la Actividad Física y el Deporte. Repasó mentalmente…. pero no era consciente de haberle dicho que se encontrara en el cuarto Curso de carrera. No le dio más importancia al hecho.
A medida que avanzaba el trayecto, la atmósfera de cordialidad entre ambos viajeros se tornó más agradable. Estela nunca abandonó ese halo de misterio que la envolvía, previsible ante una corta amistad probablemente elegida al azar y a causa de la necesidad.
Era poco más de la mitad del viaje. El Citröen se dispone a bajar esa empinada cuesta que hay, camino de la piscifactoría en Riofrío, antes de pasar por el bello pueblo granadino de Loja. En este preciso momento, su joven acompañante le dice una enigmática frase. Nico, ten mucho cuidado con los camiones que suben a esta hora temprana de la mañana. Puede haber grasa en el suelo que desvíe involuntariamente los vehículos, pudiéndose provocar terribles accidentes. Debes reducir la velocidad del acelerador. Así lo hace su compañero al volante, ante la racional sugerencia. Tras superar una curva, observan cómo un gran trailer de mercancías se desplaza con violencia de su carril, cruzándose prácticamente en los dos que conforman la calzada, en el sentido de la autovía. El hecho ocurre a unos trescientos metros del vehículo conducido por Nico. Dada la velocidad, que la bajada en cuesta potencia, apenas puede pisar el freno a fondo y girar hacia el carril izquierdo, logrando pasar a duras penas por un estrechísimo hueco entre el trailer atravesado y la mediana de la autovía. Por muy escasos centímetros, no ha impactado contra el voluminoso camión desviado y parado. El susto ha sido mayúsculo. Se detiene en el arcén y observa asombrado como dos turismos no pueden evitar el impacto sobre el trailer, a consecuencia de la velocidad que sus coches desarrollaban. Gran estruendo, humareda, y cristales que vuelan por los aires. Con las manos aún temblorosas, apenas puede marcar el 088 en su móvil, número oficial de ayuda para emergencias. Desde la otra parte en la línea, le solicitan que indique la situación más o menos exacta del accidente. En seis minutos, ya ve la llegada acelerada de dos motoristas de la Benemérita, con luces y sonidos de emergencia. Y en unos diez minutos, una UVI móvil del 061, posiblemente desplazada desde la cercana localidad de Loja, acompañada por un vehículo del 092, correspondiente a la Policía local. Pronto llega otro vehículo del 062, correspondiente a la Guardia Civil para hacerse cargo del siniestro y levantar el atestado correspondiente. Ese sentido de la autovía ha quedado cortado al tráfico en pocos minutos, mientras aparecen nuevas ambulancias entre sirenas. Sin duda, hay heridos. Observa como un médico del 061 tiene su uniforme ampliamente manchado de sangre. En medio de la tensión y el tumulto del accidente, Nico explica a un agente su visión e interpretación de lo ocurrido. De pronto se fija en el asfalto de la calzada. Observa grandes manchas aceitosas, de un color negro brillante, en el suelo que antecede al lugar del siniestro. Sin duda, ese líquido lubricante, volcado en la calzada, ha sido el causante, en su origen, del impactante siniestro. Ya un poco más sereno, vuelve junto a Estela a su coche a fin de continuar el viaje, tras autorizárselo un gente de la Benemérita. Cae en la cuenta que no lleva puesto el chaleco reflectante reglamentario de seguridad. Ese chaleco amarillo o naranja que hay que colocarse antes de abandonar el vehículo, cuando se estaciona en al arcén de una carretera. Otro agente de tráfico le advierte de su error, pero es generoso y compresivo ante la situación que todos están sufriendo.
Ya sentado al volante, mira los ojos atentos de Estela que están fijados en su persona. Gracias Estela. Tu consejo… nos ha salvado la vida. Tu oportunidad ha sido maravillosa. Ella le responde con una cariñosa sonrisa, sin pronunciar palabra alguna. Se detienen en un restaurante muy próximo, al final de la bajada, junto a la piscifactoría, para tomar alguna infusión que los tranquilice. Se sientan en una mesa situada junto al hogar de los leños, madera, a modo de combustible, que sirve para soportar los fríos invernales. Un camarero le toma los datos de la consumisión: un poleo con menta y un descafeinado de máquina con leche. Le ve retirarse hacia la barra, luciendo en su rostro un gesto de cierta extrañeza. Estela le indica que va a pasar al servicio. Sirven las infusiones, pero su compañera de viaje tarda en volver de los lavabos. Ante la tardanza de la joven, le pregunta a una señora que sale del servicio de señoras si ha visto a una chica morena en su interior. La mujer le responde con seguridad: no. no queda nadie, en este momento, dentro del lavabo. Muy sorprendido y preocupado a la vez, observa a las personas que hay en el bar. Ni rastro de Estela. Sale a la puerta y recorre toda la zona que rodea al restaurante, pero sin éxito para su búsqueda. Más que intrigado, vuelve al bar y se dirige al camarero que le ha atendido en la orden de consumisión. Por favor, ha visto Vd. a la jovencita que me acompañaba en la mesa. Su sorpresa es mayúscula cuando su interlocutor, mirándole con cara de pocos amigos, le responde con brusquedad. Mire, me ha extrañado mucho cuando me ha pedido las dos infusiones. Ha entrado Vd sólo en el bar. No le acompañaba nadie. No sé a lo que está usted jugando. Aquí tiene la cuenta. Páguela. Tómese lo que ha pedido y no me haga perder el tiempo. Estoy trabajando y no es el momento de bromas sin sentido. La firmeza del camarero le hace abonar la cuenta y, sin probar las dos tazas que quedan humeantes sobre la mesa, sale del bar embargado en una profunda confusión- ¿Qué está pasando? No estoy soñando, estoy más que despierto. Pulsa el mando a distancia de la cerradura, sonando el ruido de apertura en el vehículo. Cuando abre la puerta del coche observa, con el mayor desconcierto y temor, que el asiento trasero está completamente vacío. Ni rastro de la mochila de Estela. ¿Qué, qué está pasando? ¿Y por qué, a mi?
José L. Casado Toro (viernes, 20 de mayo, 2011).
Profesor.
http://www.jlcasadot.blogspot.com/
Hola, José Luis:
ResponderEliminarParece el guión de un corto, pues con mi imaginación y con tu estupenda narración he podido ver y notar las emociones de los personajes.
Muy enigmática esa Estela,una "chica de la curva" amable; que bien pudiera ser un ángel o el espíritu de alguien que perdió la vida en esa cuesta de Loja.
Oportuno el camarero que le pone los pies en la tierra al personaje principal, ya que Nico debe de estar aún en estado de shock y por ello, es incapaz de percibir la realidad con claridad.
Final redondo, pues la vuelta al coche es el retorno definitivo a la realidad inmediata del protagonista, que no es otra que Granada.
En definitiva: un buen relato
Un abrazo
Victoria E.