jueves, 28 de abril de 2011

UNA VOZ ATRIBULADA, AL OTRO LADO DEL DIÁLOGO.

Buenas noches ¡No, por favor, no me cuelgue el teléfono! Necesito comunicar con alguien. Aun sin conocerle, necesito hablar con Vd. Más o menos, fueron éstas las primeras palabras que escuché, tras atender esa llamada que se producía a una hora inmersa en el ciclo de las preocupaciones. Cuando suena la acústica del teléfono por encima de las diez de la noche, es frecuente que produzca en nuestro ánimo una cierta preocupación. Por lo avanzado del día, temes que su contenido conlleve algún tipo de problema que, por su urgencia, hay que transmitir de inmediato. Al otro lado del diálogo había una voz de mujer. De tonalidad suave, con pronunciación educada fuera de Andalucía, concretada en la forma de expresar determinadas letras, respetando el final de las palabras y con una carga emotiva difícil de ocultar o reducir.

Mire, por favor ¿a qué número ha llamado? ¿con quién desea hablar? Con voz entrecortada, su respuesta. La verdad es que he marcado un número al azar, ahora mismo no podría repetir los dígitos concretos, y ha salido su teléfono. Me encontraba un tanto angustiada y sola. Necesitaba hablar con alguien. Y he pensado que ésta era la mejor forma de hacerlo. Aun sin salir de mi sorpresa, procuré mantener la calma. ¿Esto es una broma? ¿Es un ejercicio de publicidad? Pero ¿quién es Vd? Reconozco que lo más razonable hubiera sido aplicar ese gesto que todos hacemos ante el absurdo o la molestia de la inoportunidad. Colgar el inalámbrico, a fin de evitar una mayor pérdida de tiempo. No llego a explicarme por qué mantuve la atención a mi interlocutora. ¿Curiosidad, sorpresa, novedad? Lo cierto es que actué con una respuesta que salió espontánea y novedosa en el proceder usual de las personas. Sobre todo, en la vorágine de la incredulidad y superficialidad que hoy nos afecta. Sin apenas darme cuenta, me vi de lleno navegando en la escenografía que esa voz nerviosa, a veces apagada, había abierto en mi rutina diaria. No, no colgué el teléfono. Intrigado y jugando con el absurdo, le dije ¿Pero, qué es lo que le ocurre? Le agradezco que no me haya colgado el teléfono. Como ya le he dicho, en mi desconsuelo necesitaba hablar con alguien. Comprendo que esta llamada pueda parecer absurda, inoportuna, impertinente………. pero cuando se llevan semanas, días y horas sufriendo, dudando y aguantando en soledad la sospecha del engaño, una hace cosas que pueden parecer absurdas, ilógicas y factibles de ser interpretadas con el mayor criticismo. Al menos he tenido la suerte de que una persona me atienda y escuche, aunque sea por unos minutos. Tiene todo el derecho a interpretar, con dureza y desconfianza, mi comportamiento. Sin saber con quién hablo, le voy a decir algo de lo que me ocurre. Así me desahogaré un poquito, en mi desconsuelo.

Estas cosas no suelen pasar ¿verdad? Parecen increíbles. Pero, a mí, me ocurrió. Y es que a veces nos vemos situados como protagonistas involuntarios en hechos que parecen escenificados para una pantalla de cine. ¿Ficción o realidad? Todas las papeletas parece que están escritas a favor de la primera opción. Pero es que la situación fue real. Tanto por parte de ella, como por la respuesta que yo le ofrecí. Me sentí como ese actor que tras despertarse, o tal vez aún soñando, se ve en un escenario como protagonista de una obra de la que desconoce su argumento, los personajes, su clímax temático y, también, su desenlace final. Total, que me dispuse a conocer qué es lo que deseaba, en realidad, esa mujer de comportamiento curioso, atrevido y no menos angustiado.

Comenzó entonces un peculiar diálogo, que probablemente duró unos diez minutos, tal vez más, entre ella y yo. Me transmitía la firme convicción de que su pareja le estaba engañando. Que se sentía muy sola y triste. Que su familia era muy chapada a la antigua, en cuanto a la relación hombre y mujer. Pero ¿tienes alguna actividad laboral? No. Desde que nos casamos, hace ya más de cuatro años, él no quiso que siguiera en la cafetería donde, sin estar fija, tenía trabajo seguro casi todos los meses. Él tiene un sueldo bastante bueno como interventor en una Caja de Ahorros. Más que suficiente, pues tampoco hemos querido tener descendencia, por aquello de la libertad. Sé que me engaña y, como una tonta o débil, me da miedo decírselo. Pero sufro mucho y me siento muy sola. ¿Y tu círculo de amigas? Bueno, no tengo muchas amistades. Hay una antigua compa de trabajo con la que siempre intimé, pero ahora ella no lo está pasando bien, por otros motivos. Nos vemos muy poquito. Bueno, gracias por escucharme. Ya te he dado bastante la lata. Pensarás que no estoy bien de la cabeza. Te agradezco mucho que no me hayas colgado el teléfono. Comprendo tu sorpresa. Has hablado poco pero, aunque ahora no lo entiendas, me has hecho bien. Este ratito me ha hecho mucho bien. Oye, ¿cuál es tu nombre? Sólo acerté a entender la palabras gracias, recitada en un bajo tono de voz. No hubo más. Había cortado la comunicación.

La sorpresa que me embargaba duró un buen rato. Incluso en los siguientes días, en distintos momentos recordaba mi conversación con esta anónima mujer. Por extraño que parezca, no comenté a nadie este curioso y peculiar episodio del que había sido involuntario partícipe.

Siempre tuve el presentimiento de que, más pronto o tarde, volvería a escuchar la voz de aquella interlocutora que, sufriendo la angustia de soledad, una noche llamó a las puertas de mi diálogo. Aunque el número de teléfono que había utilizado para efectuar su llamada quedó grabado en mi agenda, preferí no utilizarlo, por el momento, ante la duda de no saber qué me iba a encontrar al otro lado de la línea. Marcar un número y no saber por quien preguntar tampoco debía ser una experiencia o acción agradable.

Pasaron unos meses. Más o menos, un par de estaciones en la meteorología. Una tarde, al volver de realizar unas compras, observo en el registro de llamadas un número que no reconocí como familiar. Algo me impulsó a contrastar sus dígitos en la agenda del Mac. En el listado, aquel número figuraba como “mujer misteriosa” título que reconozco como de escasa originalidad. Efectivamente era el mismo número que reclamó mi atención durante aquella noche otoñal. ¡Hola, buenas noches, tengo en mi registro de llamadas…..! No me dejó concluir mi presentación. Sí, he sido yo quien te ha llamado. Efectivamente era su voz, aquella voz, dulce en el dolor, que una noche buscó el desahogo en el azar de un teclado anónimo. Al margen de agradecerte tu buena disposición, en un momento de gran dificultad para mi vida, entiendo que es justo y necesario ofrecerte una explicación más concreta acerca de la situación en la que, sin querer, te has visto envuelto. ¡Vaya, ahora me doy también cuenta que no dejo de utilizar el tuteo en mi expresión! No te preocupes, yo también lo haré. Así resultará más agradable nuestro diálogo. Por cierto ¿han mejorado las cosas en tu vida?

Su nombre responde al de Nathaly. Tiene en este preciso momento los mismos años que otra gran mujer, de sonrisa y ojos atrayentes, que supo deleitarnos con su arte desde pequeña, dejándonos un gran vacío, a los aficionados al cine, cuando falleció prematuramente a la edad de 43 años. Natalie Wood (1938-1981). ¿Recuerdo títulos inolvidables como Rebelde sin causa; Esplendor en la hierba; West Side Story…? Bueno, volvamos a nuestra otra Natalia. Hace muy pocos días que, de forma civilizada, ha puesto fin a su matrimonio. Todo ha sido, según me comenta, relativamente fácil, pues la ausencia de hijos ha facilitado un proceso que siempre resulta doloroso. Efectivamente, había una tercera persona que colaboró en romper una armonía matrimonial que cada día tenía más de superficial. La típica joven compañera de trabajo, para un hombre que araña el medio siglo de vida. Su relación en lo íntimo venía ya de un año atrás, entre disimulos, infidelidades y apariencias. “Oye Náthaly, me agradaría, cuando fuese posible, poder dibujarte en algo más que tu voz. Algún día podríamos compartir una taza de té, para que el sentido del oído se viera enriquecido con la realidad que los ojos nos revela y complementa. Te imagino de una forma… e igual tu lo haces conmigo. Sería simpático y saludable que identificáramos nuestras recíprocas fotografías imaginadas”.

Te he llamado, como te decía, para agradecerte de corazón tu nobleza y bondad de carácter, al escucharme con generosidad en una noche muy depresiva para mi persona. Creo que tienes derecho a saber algo más de mi vida. De ahí la razón de mi llamada, hoy. Pero, quiero pedirte algo más y confío sepas entenderme. Conoces mi número de teléfono y yo el tuyo. Lo que quiero decirte es que, por ahora, me provoca más ilusión e incluso algo de intriga dejar en el secreto de nuestra mente la imagen de dos personas que solo se identifican por el sonido de sus voces. Si alguna vez eres tú el que necesitas llamarme, no dejes de hacerlo. Prometo que yo lo haré también. Sé que no me vas a colgar el teléfono. Ahora, es suficiente que sepas solo unos datos. Náthaly, mi nombre, que también me agrada mucho el cine, que voy a volver a trabajar y poco más. Gracias, gracias de corazón. Entiendo que hay algún motivo, tal vez importante, que te impide facilitarme un conocimiento más concreto de tu persona ¿verdad? Me estás haciendo sonreír. Eres muy observador e imaginativo, al tiempo. Y sólo estás viendo a través de la voz y algunos de mis argumentos. Es cierto. No te equivocas. Hay algo, muy personal, por el que prefiero evitar una modificación de la pintura física que te has hecho sobre mi retrato. Pero ese va a ser mi pequeño, e importante, gran secreto. Lo que tu prefieras, Náthaly. Siempre me ha gustado respetar a las personas que han estado en el circulo vital de mi vida. Sabré respetar tu privacidad. Pero sé que algún día volveremos a dialogar. Hasta luego o siempre, querida Nathaly. Permíteme que utilice la palabra “amiga”.


Al paso del tiempo, tuvo el buen detalle de llamarme en fechas navideñas. Me agradeció saber respetar su silencio y se mostró, en verdad, muy atenta y cariñosa. También supo ser generosa, meses después, cuando fui yo quien marcó su número. Me encontraba, en esos momentos, abatido anímicamente y su acogedora respuesta me hizo bastante bien. En esa, ya larga, conversación aludió a un detalle laboral que supe captar y aprovechar. “Tengo turno en el Samoa por la tarde” Creo que no reparó en manifestar ese dato, ya que la percibí muy relajada y abierta. No pude evitar más mi curiosidad. Elegí una esquina, con buena visión, en la aludida cafetería que se halla situada en el corazón comercial de nuestra ciudad. Aquella tarde, en un cálido jueves de abril, por fin conocí, físicamente a Nathaly. Apenas un tercio de las mesas ocupadas para la merienda. El azar también quiso que fuera otra compañera la que atendiera mi petición de una taza de té. Fue innecesario que una voz que la llamaba, desde la barra, le hiciera mover su cabeza. Nada más sentarme en mi lugar, ya había tenido oportunidad de reparar en su persona. Comprendí, sin mayor complicación, la razón por la cual mi enigmática interlocutora había tratado siempre de evitarme un conocimiento directo de su persona.-


José L. Casado Toro (viernes, 29 abril 2011).

Profesor.

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viernes, 22 de abril de 2011

AQUEL SOLITARIO AMIGO, EN LAS LÚCIDAS TARDES AUSENTES.

Casi siempre lo veía acercarse, hacia mi lugar de lectura, caminando de manera pausada. No creo que fuera sólo por una dificultad física, lógica al paso de sus ya muchos años, sino que necesitaba disfrutar con lentitud el valor de todas aquellas cosas que están ahí, próximas en su diálogo, pero que apenas sabemos percibirlas. El encuentro solía ocurrir en esas tardes de Primavera que hacen travesuras con el minutero, alargando los días para propiciar el mágico descanso de las horas nocturnas. Avanzaba, silencioso y observador, hacia la plazoleta central del Parque Huelin, ese espacio lúdico y de encuentro que preside un simpático remedo de farola. Punto orientador luminoso que atiende al mar y a la vitalidad de niños sin descanso, aquellos que saben jugar bajo la tranquila observancia de madres, abuelos y padres. Un día tras otro pasaba delante de mi banco de hierro y madera, donde yo me entregaba a la lectura de páginas escritas para alimento del corazón y sosiego en el alma. No pocas veces cambiaba ese libro amigo para la compañía y, en su lugar, estudiaba sobre unos apuntes de Historia cuyos contenidos debían ser explicados en la próxima clase. O, también, corregía ejercicios o exámenes de mis afectos alumnos de Secundaria, durante esa época cuaresmal de la segunda evaluación. Cuando me encontraba cansado de integrar letras y palabras en mi conciencia, relajaba la vista y la concentración temática, observando un cromático entorno de carritos a pedales conducidos por hábiles pilotos. Sí, eran niños y niñas al volante sobre albero y ladrillos de un suelo para la ilusión y el placer de “su velocidad”. Otros niños, jóvenes y mayores, volvían de la playa vecina, con su piel bronceada cultivada en sal y arena mediterránea, sabiendo poner una nota de estampa marinera y festiva al atardecer anaranjado del día. Y en eso que una tarde, al pasar por delante de mi banqueta de “trabajo” esa persona, que atesoraba décadas de vida y colinas hechas de recuerdos, sentimientos y nostalgias, se detiene a mi par. Se me queda observando y avanza unos metros para sentarse en una esquina del que era en ese momento mi lugar de reposo y tranquilidad. ¡Buenas tardes! ¡Hola, buenas tardes! frase cordial y amistosa que intercambian dos personas, entre todas las demás. Pero ¿cómo era o dibujaba en mi imaginación a este compañero de banco, en un parque regado de flores, niños y sonidos acompasados en armonía para el letargo?

Me confesaba que había visto nacer muchas décadas de Primavera. Tantas, que ya se había cansado de contar, añadir y sumar. Dice mi documento que tengo esos años que comienzan por un ocho. Pues bien, yo me acuerdo de cuando era como esos niños que corretean veloces por el parque, porque necesitan conocer, jugar y disfrutar. Y veo mi traviesa imagen infantil, como si fuera ayer. Al igual que mañana. Y ponen los papeles que ha pasado ese pilón de tiempo. Como ves, ahora me desplazo más despacio por este agradable paseo junto al mar. Vengo todas las tardes, porque es bueno caminar y salir de casa donde, a poco que descuides, acabas por dormitar y renunciar. Y ese día, no alejado del equinoccio, al que se sumaron otros muchos atardeceres, hizo su parada para nuestro breve diálogo, en recuerdos, comentarios y anécdotas. Siempre con un saludo como inicio y una sonrisa agradecida, por la atención compartida, cuando estimaba el momento de continuar su paseo para la despedida. Le vi especialmente emocionado aquel día en que me confió, con paciencia entristecida en los ojos, como le violentaron en sus pertenencias, hurtándole su cartera con las tarjetas necesarias, alguna foto entrañable y un poco de dinero, de ese que es necesario parar poder intercambiar en la necesidad. Mal criado e insensible ese ladronzuelo que no supo respetar los derechos ajenos y más cuando es un mayor, limitado ya en su potencialidad. Es curioso, ahora que lo pienso nunca mencionamos nuestros nombres. Tal vez no reparamos en ese detalle. Era suficiente el saludo cordial de un ¡buenas tardes, qué tal hoy! ¡Pues aquí un día más, en este agradable paraje para nuestra tranquilidad! Supo contarme, con placer de padre satisfecho, sobre esos hijos y nietos que hoy prolongaban, en la privacidad de su mundo, el ciclo de la naturaleza para sustentar las razones de la continuidad. Fue una gran mujer mi compañera, sabes, que estuvo a mi lado como madre cariñosa y ejemplar. Nunca ¿lo entiendes, verdad? la podré olvidar. Viajó hacia el destino, azulado o lo que sea, dicen que allá arriba, antes que yo y eso fue y es muy duro de sobrellevar. Vació mi vida del que era el gran referente, para creer, vivir y esperar. Esa triste sembradura nunca debía ser materia de cultivo, pues solo germinan en ella flores dormidas para la soledad. Pero hablemos de algo más agradable. ¿Alguna trastada te han hecho hoy tus alumnos, en esa escuela donde dices que enseñas para pensar? Cuando yo era aún más niño, padres y maestros eran más duros en eso de la autoridad y el educar. Pero es que los tiempos van cambiando y hoy día parece que sólo tenemos tiempo para ocuparnos de nosotros mismos y abandonamos, con desacierto, la responsabilidad. Y ahí tenemos a esos jóvenes que pronto serán hombres y adultos, sin una mano diestra que los sepa enderezar. Amigo, es que hoy se educa de otra manera aunque, tienes razón, los resultados dejen mucho, mucho que desear. Nunca le observé más incredulidad y desapego que al aludir a esos reyes, no de la baraja de cartas, sino aquellos de los tronos coronados que salen en revistas y por la tele, ocupando el inmenso tiempo disponible. “Ellos sabrán para qué” decía mirando a la tierra, con ojos cansados de tanto soportar. De la clase política no dejaba títere con cabeza, regalándoles calificativos en su dureza con numerosos ejemplos para demostrar. Y así una tarde tras otra, cuando pasaban las seis y aquellas alegres jovencitas volvían con sus estampadas toallas de arena, lúdicas bolsas de playa y sandalias en la mar.

Y un día dejó de aparecer por aquel flanco del parque, donde vibran color y aromas de rosales, césped iluminado y tierra de naturaleza, junto a un gran estanque sin olas pero con brisas que susurran vitalidad. Probablemente, pensé, debe tener algún problema físico pues siempre ha dado muestra de regularidad y puntualidad. En realidad echaba en falta esas breves conversaciones, intensas en su hábiles ocurrencias y relajantes para cambiar la atonía de muchos folios y páginas que aturdían la vista de tanto leer, corregir y memorizar. Pero ¿por quién y a dónde preguntar? Si no poseo su nombre, los datos del teléfono o un domicilio donde reclamar. ¡Qué necios somos, en muchas de las veces, a la hora de comunicar mejor con los demás! Y así fueron pasando muchas fechas y números del calendario cuando, con alegría manifiesta por lo cansado de la rutina, se aproximaba ya el final de un curso más. Eran semanas de tensión añadida, con todos los ajetreos propios de los exámenes, evaluaciones, reuniones y elaboración de memorias para atender la responsabilidad de la profesión. Por eso una tarde, harto ya de tanto papeleo para la inutilidad, tomé la bici y me desplacé un buen rato por ese paseo donde saludo a “la Mónica” paso por la Misericordia y me dirijo, paralelo a la playa, hasta una zona donde el Guadalhorce acaba por descansar. Y, a poco de iniciar el recorrido, pedaleo por mi entrañable y conocido Parque Huelin, el de tantas jornadas… para trabajar, leer y comunicar. Fui y me dije que sería simpático saludar a mi viejo banco, que allí seguiría sin rechistar. Ese carril, para bicicletas sin prisas, atraviesa un lateral interior del gran jardín junto al estaque con agua de la mar. Y fue casualidad. O, tal vez, esa necesaria oportunidad, en una tarde de junio, que resulta difícil creer pero mucho menos explicar.

Me fijo que en ese banco del Parque, que usualmente solía utilizar, está sentada una muchacha joven y atractiva. Probablemente alcanzaba unos veintipocos años, para fuerza manifiesta de su edad. Es la misma hora (sobre las seis de la tarde) en la que solía encontrarme con mi veterano amigo de esas lúcidas tardes ausentes, para la amistad. Me acerco, ya bajado de la bicicleta, la chica se me queda mirando y en su rostro parece expresar que está tratando de reconocerme. Tomo asiento y de una forma espontánea me dice: perdone, pero creo ver en Vd. a la persona que solía dialogar un ratito por las tardes con mi abuelo. Él supo contarme algunos rasgos físicos de su persona, a fin de que le pudiera identificar. Todavía un tanto asombrado de la situación, quise aportar naturalidad y confianza a esa agradable interlocutora que soportaba un cierto nerviosismo en el lugar. Efectivamente, soy yo… y tú debes ser su nieta ¿verdad? Hace ya unas cuantas semanas que no lo he vuelto a ver. ¿Cómo está tu abuelo? Regalándome una expresión a medio camino entre la sonrisa y la tristeza, me dice con sencillez que Fermín, D. Fermín, así era su nombre, ya no está entre nosotros. Su cuerpo ya no puso resistir el peso de tantos calendarios anotados y vividos en la memoria. Hace doce días, exactamente, había emprendido ese postrer viaje hacia el país de las estrellas. Una de las tardes, en que ella fue a visitarlo a su cama de hospital, le contó nuestra simpática peripecia de comentar las cosas del día, en esos suaves atardeceres de la Primavera. Le dijo que echaba de menos a ese amigo anónimo que había sabido alegrarle el semblante de la rutina, al compartir unos minutos de diálogo y confianza en ese lugar del parque que mira y se hermana al mar. Le rogó que acudiera de vez en cuando a este sitio concreto para tratar de localizarme, pues estaba seguro que yo seguiría viniendo por aquí para mis lecturas, correcciones y preparación de las clases. Y que me diera las gracias por todos esos trocitos de amistad en el tiempo que había sabido concederle. La verdad es que Alicia (así era llamada en su lindo nombre) y yo estábamos un tanto emocionados. Ante la situación y la curiosa oportunidad que estábamos compartiendo. Le hablé con mucho afecto de la noble persona que yo veía en su abuelo, valorando su imagen de sencillez, franqueza y confianza, tarde tras tarde en la amistad. Estoy seguro que por allá arriba, entre las nubes celestiales, su alma transparente nos estaría observando, divertido y contento, comprobando nuestro diálogo tal y como él había deseado. Ya en el camino de la despedida, me comentó su curso final en la Facultad de Ciencias de la Comunicación. Estoy completamente seguro que vas a ser una excelente profesional del periodismo. Le facilité mi correo electrónico por si en alguna ocasión deseaba comunicar con el “anónimo” amigo de su abuelo y ambos nos separamos de ese lugar para el encuentro, con una sonrisa agradecida. Emprendí de nuevo mi rítmico pedaleo, camino de ese destinoviajero para una tarde cálida en junio. Y recordé al bueno de Fermín que, a buen seguro, estaría ahora narrando aventuras y experiencias a cientos de estrellas angelicales, todo atentas y receptivas para la maestría ocurrente y sabia de sus palabras.-

José L. Casado Toro (viernes, 22 abril 2011).

Profesor.

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viernes, 15 de abril de 2011

LA FUERZA DE LA RACIONALIDAD,PARA CONSTRUIR UN MUNDO MEJOR.

CINE, PARA UNA OPCION AFORTUNADA.

Alrededor de unas veinte empresas cinematográficas funcionan comercialmente en el conjunto de la provincia de Málaga. La casi totalidad de esos centros de proyección ofrecen sus películas en multisalas, con lo que el número de pantallas se multiplica hasta una cifra notablemente elevada. Pues bien, sólo una pantalla, entre la capital y los municipios de la provincia, proyecta en la actualidad una película danesa, en versión original subtitulada, dirigida por Susanne Bier (Copenhague, 1960) cinta que ostenta el sugerente título de EN UN MUNDO MEJOR. Hay que agradecer al Teatro Cine Alameda el gesto de ofrecernos una de las mejores películas que, actualmente, visitan las carteleras españolas. Se trata de un cine diferente del que nos ofrece habitualmente la industria de Hollywood: clónico, aburrido, insustancial, sexual o violento. Este otro, procedente de la fábrica europea, es por el contrario original, interesante, sugerente en lo educativo y con un tratamiento de la temática que sabe atender la prudencia en el realismo y la intensidad en lo conceptual. Es una película que hay que ver, saborear, reflexionar e integrar, para enriquecer la jerarquía de los valores que adornan nuestra identidad. Y es recomendable su visionado no sólo porque venga avalada con dos importantes premios que se cotizan muy bien en el denominado séptimo arte: Óscar de Hollywood 2010 a la mejor película de habla no inglesa, y Globo de Oro en la misma categoría, sino también porque es una buena película para distraer, para aprender, para reflexionar. Para tratar de construir un mundo más verdadero, más limpio, más ético. Un mundo mejor. Una sociedad en que la violencia, física o conceptual, se vea superada y derrotada por el diálogo, el pacifismo y el amor, pleno de nobleza y generosidad. Amistad y solidaridad. Las líneas que prosiguen ofrecen una interpretación básica de su estructura argumental, aviso necesario para todos aquellos que no les agrada conocer la trama de una película antes de pasar por taquilla o por la pantalla de su televisor.

ALGO DE LA TRAMA ARGUMENTAL.

La directora danesa nos introduce en la historia de dos familias que sufren las consecuencias de una ruptura interna. Anton y Marianne, ambos doctores en medicina, han separado sus vidas desde la infidelidad que él cometió en su matrimonio, vinculándose temporalmente con otra mujer. Profesionalmente, este profesional entrega sus mejores conocimientos sanitarios ayudando a humildes comunidades africanas de refugiados, colectivos que sufren el azote de luchas civiles tribales. Tiene dos hijos que viven con su ex mujer en una provincia de Dinamarca. El mayor Elías, tiene diez años y es de carácter apocado. Sufre continuas agresiones de su compañeros de colegio, bullying que el crío soporta con dolor sin saber reaccionar a los ataques. La otra familia, que nos introduce la trama, es la que forma Claus junto a su hijo Christian. Ambos han sufrido, en fecha reciente, la terrible pérdida de una esposa y una madre, respectivamente, ante la crueldad patológica del cáncer. Christian no ha podido superar esa orfandad, para su joven edad (similar a la de Elías) de la que, infantilmente, culpa a su padre por no haber posibilitado que su madre sanase. La ruptura entre Christian y su padre es manifiesta. Es un chico de carácter introvertido, serio e inteligente, aunque su dolor lo focaliza por medio de la fuerza contra aquello que considera injusto. La amistad colegial entre Christian y Elías hace que éste se sienta protegido de los ataques de los que usualmente es objeto, pues su compañero se enfrenta con extrema violencia ante el cabecilla de los agresores escolares. Una tarde, los dos amigos, junto a su hermano, juegan en un parque infantil, mientras Antón es humillado por un hombre violento, padre de otro de los chicos que allí pasan la tarde. Les explica a los tres que ante la fuerza y la violencia hay que aplicar el pacifismo, el equilibrio y el diálogo. Así lo hace, cuando Christian descubre el lugar de trabajo de ese mecánico visceral y se lo comenta al padre de su amigo. Pero éste, en el taller y ante los tres niños, sufre de nuevo, con estoicismo, la respuesta agresiva y despreciativa de un energúmeno, todo fuerza y escasa inteligencia. Christian maquina un duro castigo contra ese ser irracional que de nuevo ha humillado al padre de su mejor amigo. Fabrica un explosivo para destruir el coche del mecánico y, al hacerlo, provoca sin querer graves lesiones a Elías. En ese contexto, el idealismo del Antón en su ayuda a los más necesitados se pone a prueba cuando un líder asesino de tribus rebeldes africanas solicita su ayuda ante la profundas herida que ha sufrido en una pierna durante uno de sus ataques. Antón le cura pero, ante la maldad intrínseca que hace gala el herido como respuesta, le echa del campamento dejándole en manos de un odio colectivo por la sangre y maldad que, de manera continua ha derramado. Al final, en medio de todo el dolor, la esperanza vuelve a anidar entre las dos familias. Marianne avanza en el camino del perdón para el que ha sido su marido. Christian se arrepiente de su opción violenta para luchar contra la injusticia. Comprende, de igual forma, que su padre es el pilar afectivo que necesita para recuperar el cariño y la racionalidad que ha de presidir su evolución hacia la adolescencia. Incluso pensaba poner fin a su vida ante la creencia errónea que su único amigo había muerto por su inconsciencia. Pero, una vez más, Antón, sabe cómo hacer el bien en su constante idealismo por construir un mundo mejor.

ALGUNOS INTERESANTES ELEMENTOS A RESALTAR.

Nos hallamos ante una película en que los contrastes se hacen presentes, de manera continua, en escena. Y es que los contrastes, en el devenir de nuestras vivencias, son más que evidentes. Permanentes, habría que decir. Veamos algunos de los más relevantes. Dos sociedades. África y Europa. Subdesarrollo, guerras tribales, necesidad, pobreza, en muchas áreas de ese Tercer Mundo. Desarrollo material, en la sociedad europea, aunque con grandes burbujas en la decadencia de valores y actitudes para la convivencia. Y uno de nuestros protagonistas, el doctor Anton, comparte ambas realidades, espaciales y éticas, en su proyecto de vida. También, los dos chicos, en su caminar hacia la adolescencia. Están unidos a sendas rupturas familiares por el azar de las circunstancias. Pero, mientras Elías muestra su carácter débil, apocado, pasivo, resignado ante la injusticia y la intolerancia de su entorno escolar, su amigo Christian posee un carácter fuerte, activo, cerebral, que opta por las soluciones de fuerza ante la maldad que percibe en su perímetro relacional. Paralelismos y contrastes entre un mundo de adultos, en el que la violencia física se opone a la fuerza de la razón, y ese espacio infantil que mimetiza los drásticos comportamientos de los mayores para degradar una convivencia que debe estar presidida por la amistad y el recíproco respeto entre los humanos. Venganza y perdón. Extremismo y paciencia. Intolerancia y respeto. Materialidad e idealismo. Maldad y amor. Estos valores contrastados prevalecen a lo largo de los 110 m. de metraje que se hacen cortos o largos, según la predisposición anímica de cada espectador.

El mayor elogio que podemos deparar a la interpretación de los actores es el de ser convincentes. Creíbles. Próximos, en la normalidad existencial. De forma especial hay que destacar la sencilla y poderosa naturalidad de los dos niños ante la cámara. A pesar de las cualidades interpretativas de estos muy jóvenes actores, se nota, a la distancia, la habilidad del equipo de dirección, presidido por Susanne Bier, para conformar un clima escenográfico favorable que facilite esa expresividad verdadera con la que continuamente nos cruzamos en nuestro viaje por la realidad. Por cierto, los figurantes y protagonistas en el campamento de refugiados africano consiguen ofrecernos un trabajo muy convincente y cualitativo.

No podemos olvidarnos de la plasticidad cromática de la fotografía. Especialmente cuando nos regala un paisaje como el africano, con ese cielo de azul y nubes, enriquecido por densas tonalidades de intensa pigmentación. Y esa focalización en picado de la cámara que le da, a determinadas escenas, una didáctica explicativa que posibilita una mejor perspectiva de los problemas y hechos narrados durante la lectura fílmica.

SUGERENTE RECURSO EDUCATIVO.

Tenemos a mano un material de incuestionable relevancia para su rentabilidad tutorial, en una sesión de cine-fórum educativo con nuestros alumnos. ¿Y por qué no para dialogar con nuestros hijos, en el seno de la microsociedad familiar? También, por supuesto, con esa reflexión que fluye silenciosa de la propia conciencia, en el espacio íntimo de nuestra más celosa privacidad personal ¡Podríamos hablar..... de tantas cosas que se hacen presentes en la necesidad relacional! Acoso escolar, violencia, intolerancia, familia, diálogo, ejemplo, pacifismo, amistad, infidelidad, idealismo, enfermedad, refugiados, perdón, amistad, suicidio, profesores, hijos, padres, Internet, subdesarrollo, aceptación, rebeldía, reacción, amor..... Este documento de ficción, pero con el fundamento de una base real, creíble, puede sernos, a poco que abramos los ojos y templemos nuestra conciencia, de suma utilidad. Es cuestión de integrar, reflexivamente, valores y realidades que se tornan, a veces, fugaces y volátiles en la materialidad, celeridad y autismos egoístas que suelen presidir nuestros comportamientos cotidianos. Es bueno dejar de pensar por un momento en ti para atender, con generosidad, hacia las necesidades de los demás. EN UN MUNDO MEJOR. Teatro Cine Alameda, Málaga. I hope you like it. Espero que sea de tu agrado.-

José L. Casado Toro (viernes, 15 abril 2011).

Profesor.

http://www.jlcasadot.blogspot.com/

viernes, 8 de abril de 2011

PIJAMAS SOMNOLIENTOS, EN EL AULA.



· ¡Señoritas, me parece que no habéis reparado en que llevo ya un ratito de explicación! ¡Venga, prestad un poco de atención, que lo que os estoy diciendo tiene bastante interés! En todo caso, pensad que hay compañeros y compañeras que sí quieren atender. Hay que respetarlos. Y al Profe, también.

· No se enfade, Profe, que no estábamos haciendo nada.

· Deli, de verdad que no estoy enfadado. Lo que pasa es que son las nueve menos veinticinco, no habéis parado de hablar y me queda una mañana muy larga. Y tú también, Carmen, abre la libreta y has el favor de copiar lo que estoy escribiendo en la pizarra. De verdad que algo de este tema “cae” en el próximo control. Por cierto, ya conocéis (os lo digo a todos) la última norma que ha dado el Director con respecto a la forma de venir vestido al Instituto. Veo, echando una miradita a mi alrededor, que más de tres y más de seis…. estáis incumpliendo la norma.

· José L. ¿me vas a echar de clase por la ropa? Lo digo porque me estás mirando al decirlo.

· Mira, Cristina, tu sabes muy bien que yo nunca te voy a echar de clase por ese motivo. Pero lo que llevas puesto no un chándal, sino que más bien parece un pijama. De todas formas, mañana jueves, a segunda hora, tenemos tutoría. Vamos a tratar el tema. No nos vamos a enfadar, sino que vamos a razonar. Y ahora me vais a dejar que siga explicando el por qué llueve. ¿No os parece interesante que aprendáis el proceso acerca de cómo se produce la lluvia…. ahora que estamos en tiempos duros de sequía? El agua es muy necesaria para la vida.

· Profe, le prometo que mañana voy a venir vestida de otra forma, para que a Vd le guste.

· Nasira, yo sé que lo vas a hacer muy bien. Yo te voy a apreciar igual vengas vestida de una forma u otra. Bueno, sigo explicando mi masa de aire que está “llenita” de agua. En concreto, de vapor de agua….”

Esta escena, algo desordenada pero real, resume una de las numerosas vivencias cotidianas que se establecen en el aula de clase, por parte de los alumnos con su Profesor. Es evidente que los actores, desarrollo y conclusiones podrían haber sido otros, tanto en el contenido como en la forma. Básicamente refleja a unos alumnos que hablan entre ellos, mientras su Profesor explica. Tienen sueño y frío, al comenzar la jornada de clase. Se les llama “la atención” con una cierta cordialidad, ante la falta de atención que prestan al trabajo de clase. Su respuesta ante la observación de quien dirige la explicación es receptiva en lo positivo. En otros casos, por supuesto, no lo es tanto, llegando a generarse un conflicto que puede acabar con algún “parte disciplinario” e, incluso, con la “expulsión” al aula de convivencia de los implicado en el hecho. Obviamente no se debe abusar de los partes o “denuncias” disciplinarias pues, en caso de que así se proceda, sus efectos provocan a medio plazo una pérdida de eficacia en la medida y resultados que se persigue. La expulsión de clase debe adoptarse, excepcionalmente, sólo en circunstancias de una manifiesta gravedad. Este desplazamiento al Aula de Convivencia debe tener un sentido reeducador. Haciendo los alumnos correspondientes trabajos complementarios o/y dialogando con el Profesor encargado del Aula en ese momento. Pero vayamos, de nuevo, al tema central que vamos a comentar en este artículo: la forma de vestir de los alumnos, cuando acuden a sus centros escolares.

Según aparece, de forma cíclica, en los medios de comunicación, algunos directores de Institutos se quejan acerca de la forma de vestir que llevan sus alumnos a clase. En base a ello establecen, en los Reglamentos que rigen la vida de las Comunidades educativas, normas específicas que regulan los límites acerca de la libertad de aquéllos para elegir la ropa que cada día utilizarán durante las horas de estancia en los Centros escolares. Parece ser que, en la estación invernal, algunos suelen llevar a clase sus pijamas de estar en casa. Y ya en los meses cálidos, pantalones de deporte que se transmutan en bañadores y zapatería más apropiada para andar por la arena de las playas o por el borde de las piscinas. En realidad todo es cuestión de criterios, gustos y estilos en las costumbres y hábitos.

Tradicionalmente, en algunos Centros educativos públicos y en una gran mayoría de Colegios de titularidad privada, especialmente confesionales en lo religioso, el uniforme establecido distinguía a los alumnos y alumnas de un determinada Comunidad Escolar. Incluso llegué a conocer un Instituto de Secundaria cuyos estudiantes lucían un bonito uniforme combinado por los colores gris y verde. Hoy día, incluso en los colegios privados de larga tradición docente, se ha liberalizado bastante la aplicación del uniforme. Algunos no lo tienen establecido y otros lo han eliminado para sus alumnos en el ciclo de bachillerato.

Parece obvio que la forma de vestir que uniformiza a todos los alumnos de un determinado Centro tiene más ventajas que inconvenientes. Si el modelo está bien elegido, tanto en diseño como en colorido, identifica, de manera positiva a todos aquellos que se vinculan a una determinada Comunidad Escolar. Es un elemento más para ir conformando la imagen heterogénea y personal de los ámbitos colegiales, con su color, escudo o anagrama y otras señas de identificación. Es un gasto que se ha de realizar al inicio del Curso pero que después compensa a la hora de elegir la opción para la vestimenta diaria y, sobre todo, evita esas “competiciones” sociales en la utilización de las “ropas de marca” que se establecen, especialmente, en los atuendos deportivos y al llegar la estación primaveral. Cuando se tienen esas maravillosas edades que hablan de la adolescencia, se puede sufrir bastante al ver que tu compañero de mesa o fila lleva una ropa de moda y de elevado precio que tus circunstancias familiares no te permite adquirir.

He de matizar que, a título personal, nunca me he sentido molesto acerca de cómo iban vestidos mis alumnos a clase. Y bien conocen ellos que, en general, me he abstenido de corregirles ese aspecto de su indumentaria. He sido tolerante con plumíferos y guantes, cuando el frío apretaba y con pseudo-bañadores y chanclas, cuando esas aulas se transformaban en verdaderos hornos por su peculiar orientación ante el Sol, durante los meses finales de Curso. Tampoco le he dado mayor importancia a determinadas camisetas y pantalones que dejaban libre a la vista determinadas zonas corpóreas, a poco que la interesada o interesado se extendiera sobre la mesa para escribir su ejercicio. En alguna ocasión, sí me acercaba con respeto a la alumna y tras una sonrisa le indicaba con el gesto (y sin que nadie lo advirtiera, sólo la interesada) que cubriese mejor aquella parte de su espléndida anatomía que pertenecía a su íntima privacidad. Generalmente la respuesta del alumno era una reacción inmediata para corregir la postura y otra sonrisa hacia mi gesto como muestra de agradecimiento. Nunca he entrado en mis Centros de trabajo con pantalón corto, ni tampoco en época vacacional. Por el contrario, he tenido compañeros docentes que han estimado procedente actuar de otra forma, utilizando en algunos momentos del año las bermudas, las camisetas deportivas y los aditamentos o zarcillos en alguna de sus orejas. No me ha importado, en absoluto esta actitud. Por tanto, alumnos y compañeros han contado siempre con toda mi tolerancia. Pero ello no es óbice para que defienda, desde siempre, la implantación del uniforme, como una de las señas de identidad de la “marca” que identifica a una comunidad educativa concreta.

¿Pijamas de estar en casa, dentro del aula? Algún profesional de la prensa escrita ha bromeado acerca de “lo bien que duermen determinados alumnos en las horas de clase”. Como siempre ocurre en estos casos, hay mucha gente que habla de lo que ocurre en las aulas sin trabajar en ellas, por supuesto. Si el Profesor no quiere, el alumno no se va a dormir en sus clases. Y no me estoy refiriendo al recurso de gritar, regañar o “poner” partes rosas o verdes, como actas de diligencia “penal”. Hay unas horas de tutoría colectiva, hay unas horas de recreo, hay unos teléfonos y correos electrónicos, hay unas oportunidades y coyunturas a fin de poder reconducir determinadas actitudes. No para el beneficio del profesor (que también) sino, muy prioritariamente, para la propia persona del alumno, en su imagen personal y colectiva. Para que el alumno cambie el pijama por unos vaqueros y el jersey correspondiente no hay que dar pauta a conflicto alguno. Es cuestión de habilidad y tacto.

Aquí se ha hablado de pijamas, somnolencias y otras expresiones corpóreas. Justo será también referirse a la actitud organizativa de directivas y Administración. No es justo que nuestro alumnos y sus Profesores tengan que pasar frío, en su lugar de aprendizaje, en su ámbito de trabajo. No es justo. Y se pasa frío. Y se soporta mucho frío. Y se pasa calor. Y se sufre el agobio insufrible del calor. Y el que posea refrigeración o calefacción en su aula, que no se sienta aludido. Igual ocurre con no pocos docentes que han de rendir visita al otorrino, con más frecuencia que la deseada, a fin de afrontar sus padecimientos fónicos, por la desidia de directivas y Administración a la hora de facilitar un sistema idóneo de megafonía en cada una de las aulas escolares. No todo han de ser las pizarras digitales. Y el que posea una estructura de megafonía en su aula, que no se dé por aludido. El que estas líneas suscribe, sí utilizó una megafonía en el aula. Tras visitar a especialistas en garganta, decidió adquirir un micrófono portátil con cargo económico a su bolsillo. Fue un fiel compañero de ayuda a la docencia durante mis diez últimos años de profesión. Volviendo al frío o al calor, se debe atender a la modulación térmica que se soporta en las aulas. Y aquí, en el Sur peninsular, las calefacciones en la escuela no son tan frecuentes como ocurre más allá de Despeñaperros. Me temo que no existen.

Han pasado ya unos meses. Los fríos y las nubes cargadas de lluvia nos ha dejado, para nuestro goce, una espléndida Primavera, con una atmósfera que sabe acariciar el verde naturaleza y un Sol que tonifica y enaltece nuestro ánimo y corporeidad.

· Veo, Isa y Carmen, que os habéis cambiado de sitio, buscando el rayito de Sol. Seguís siendo buenas amigas. Esa actitud de amistad es muy positiva.

· Sí, Profe, se lo íbamos a decir. Es que con este solecito nos tenemos que ir bronceando para cuando vayamos a la playa. Estamos muy “blancuchas”. ¿Qué le parece a Vd. como venimos hoy vestidas?

· Yo siempre os he visto muy guapas a las dos.

  • ¡Gracias, Profe!

· Por cierto ¿habéis desayunado esta mañana, tras levantaros de la cama, antes de venir a vuestra -segunda casa-?

José L. Casado Toro (viernes, 8 abril 2011).

Profesor.

http://www.jlcasadot.blogspot.com/