PARA COMENZAR UN NUEVO A CAMINAR.
Desde una atalaya externa para las vivencias compartidas, hace tiempo que vengo observando y analizando un fenómeno que se hace realidad con la anualidad temporal de los cursos escolares. Nada novedoso hay en él. Desde siempre ha tenido una presencia real y necesaria en la vida laboral de aquellos que trabajamos para la función pública. También aparece en las empresas de titularidad privada. Pero con notoria menos intensidad. Me estoy refiriendo a las consecuencias personales y administrativas de los concursos de traslados. Esta situación de cambio geográfico en el destino laboral podría asimilarse, forzando algo su naturaleza, a ese amplio capítulo que los Profesores de Ciencias Sociales explicamos bajo la globalidad temática de los movimientos migratorios. Y es que, en definitiva, es un desplazamiento para un nuevo hábitat docente al que perfectamente podemos aplicar el esquema usual de los contenidos que, como tema de estudio, hay que trabajar en el currículo de la Geografía: concepto, tipología, causas y consecuencias de las migraciones. Pero no a todos los trabajadores de la Administración pública, en este caso educativa, les afecta de la misma forma. Fundamentalmente hallaríamos tres categorías en la realidad que me propongo comentar.
En primer lugar tenemos que priorizar la situación del Profesor interino. Mayoritariamente son compañeros jóvenes que han obtenido su titulación o grado de licenciatura en fecha relativamente reciente. Se generan bolsas de trabajo en las delegaciones provinciales. A ellas hay que acudir a fin de integrarse en amplios listados que han de aguardar turno para un destino temporal variable. Unas semanas o varios meses de trabajo. Enfermedad, maternidad u otras circunstancias personales que hacen necesario la sustitución del Profesor titular por otro interino. En ocasiones, éste habrá de acudir a distintas sustituciones en la misma localidad o en otras provincias de la Comunidad Autónoma. Y estos cambios, más o menos frecuentes, habrá de realizarlos durante un mismo curso escolar. A veces hay más suerte. Llegas a tu nuevo destino en noviembre y el contrato laboral se prolonga hasta junio. Pero esta posibilidad no siempre aparece en la tómbola de las oportunidades. Lo más usual es que tu presencia en el nuevo Instituto sólo sea para trabajar unas cuantas semanas.
Un segundo caso en estos cambios laborales es para aquellos Profesores que han estado haciendo sus prácticas docentes, después de superar felizmente una dura prueba de oposición con otros licenciados universitarios. Tras permanecer dos cursos en el mismo centro educativo, han de concursar al final del período con el objeto de obtener una plaza, ya definitiva o provisional, en un nuevo Instituto. La participación en el concurso general de traslados se hace de forma obligatoria, concurriendo con todos los méritos, que se tengan acumulados, a ese puzzle geográfico de los destinos laborales en la Administración.
Y hay una tercera posibilidad, la más frecuente entre las ilusiones laborales de los funcionarios. Corresponde ésta a los Profesores que de manera voluntaria desean cambiar de puesto geográfico a partir del próximo año académico. Y matizo el concepto de voluntariedad. Nadie te obliga (salvo por carencia de horas en tu centro) a desplazarte a otra comunidad educativa. Si lo haces es porque en ti prevalece la razón del interés por alguna necesidad. Los motivos se hacen necesariamente diversos; proximidad a tu residencia familiar; vínculos afectivos; prestigio del centro deseado; incentivos sociales de la localidad; beneficios de comunicabilidad o movilidad; etc.
En cualquier Instituto o Colegio público, vemos llegar cada año a numerosos nuevos Profesores que se vinculan a esas tres categorías que acabamos de mencionar. Hablemos ya del compañero que se traslada o llega a un destino, generalmente desconocido para él. Puede ser tu primer puesto en la Administración. O acumular no pocos visados en el pasaporte de tu vida laboral. Lo único cierto es que te vas a vincular a una comunidad escolar que, en la mayoría de los casos, es novedosa para ti. Geográficamente puede estar cercana a tu domicilio personal. O tal vez se te obligue a realizar un desplazamiento de no pocos kilómetros diarios, de lunes a viernes. Y habrá casos en que tendrás que contratar una vivienda o pensión pues la distancia a recorrer hace inviable la vuelta vespertina a tu hogar habitual. Dejas en tu biografía un Instituto en el que has permanecido un tiempo definidamente variable. Los compañeros de claustro. Aquéllos que han sido tus alumnos. La impronta personal de ese centro educativo, con sus pros y contras, de toda y variable naturaleza. Las dependencias e infraestructuras afectivas de sus instalaciones. Su estructura organizativa, desarrollada por el equipo de dirección. La naturaleza de la zona, en el ámbito familiar, social, económico y cultural. La tradición o estilo que identifica el ideario de esa comunidad educativa. Las amistades que cultivan y enriquecen tu memoria o aquellos otros desencuentros que nublan de tristeza la historia. Obviamente, hay una parte de ti que siempre quedará en esas aulas, en esos alumnos que te van a recordar pues en su plasticidad formativa siempre ocuparás un puesto claramente definido en el sentimiento del recuerdo. Permanecerán, con su silueta indeleble, determinados nombres y rostros que nunca olvidarás. En los que han sido tus alumnos. En los que han sido compañeros de departamento, en el claustro y aquellos otros que están desempeñando su importante función en la administración y servicios del Instituto. Unos y otros habrán dejado, sin duda, algo o mucho en tu persona. Y ese algo, con mejor o más limitada oportunidad, grato o ingrato, ya forma parte de tu vida. De tu experiencia histórica. En recíproca comunicación, también habrás aportado al colectivo social tu propia imagen, tu carácter y estilo personal ante el trabajo diario. Y, por supuesto, muy importante, en el trato que has logrado labrarte en la actitud hacia los demás.
En mi vida profesional he conocido a numerosos compañeros. Sería valiosísimo, para la historia individual, el recuerdo y los afectos, que cada año se elaborara una agenda o directorio, con los datos básicos del Profesorado, Alumnado y Personal laboral de nuestra Comunidad Educativa. Hoy día, y siempre, el soporte fotográfico ayuda a poder dialogar con eficacia en la distancia del tiempo. Siempre hay un momento feliz para el inicio de su oportunidad. ¿Por qué no hacerlo a partir de ahora? Todos y cada uno de estos compañeros, a lo largo de tres décadas y media, me han enseñando mucho y han sabido enriquecer generosamente los datos en el acervo de mi personalidad. No me cabe mayor duda y por ello debo mostrar el agradecimiento que les debo. Con algunos de los que han compartido mis vivencias laborales ha existido una mayor aproximación personal. A nivel de departamento. O por circunstancias de carácter o de recíproca receptividad. De otras personas apenas he llegado a conocer su nombre y especialidad académica. Y poco más. Cuando eres muy joven, observas y tratas con un cierto “respeto” a los compañeros veteranos. Cuando alcanzas esta categoría, al paso de los años, te esfuerzas en todo momento por tender puentes y modelos de ayuda hacia aquellos que inician su “cursus” laboral para la docencia. Y la sinceridad debe presidir estos párrafos como valor innegociable. Ha habido compañeros a los que deparas un profundo cariño, explícito o en el hangar de tu conciencia. Otros pasaron por tu vida dejando un atardecer algo más que nublado. En aquel curso. Y en éste. Pero todos, absolutamente todos, te han ayudado a madurar en tus respuestas ante la vida y con los retos que ésta de forma continua plantea.
En los primeros días de tu llegada a una nueva institución colegial te enfrentas a un amplio catálogo de rostros y nombres a los que poco a poco irás adecuando en las celdas informáticas de la memoria. Recorres la estructura de la edificación, con sus dependencias, peculiaridades constructivas y estilo de funcionamiento diseñado por una dirección que necesariamente influye en su impronta. Compañeros más receptivos y agradables y aquellos otros que se limitan a un trato básicamente cordial. Si eres interino, tu permanencia va a quedar limitada por las condiciones de la contratación. Igual, sólo unas semanas. Si el traslado es obligatorio, subyace la alegría, teñida de incertidumbre, por haber alcanzado ya un puesto fijo, factible de mejorar en años sucesivos. Si la decisión de cambiar de centro ha sido voluntaria, la profunda satisfacción por haber conseguido el objetivo de modificar tu ubicación laboral, en lo geográfico, en lo sociológico y, por supuesto, en los avatares de tu privacidad. Y un claro esfuerzo ante un mundo nuevo por descubrir. Una comunidad educativa a la que me debo, con la mayor urgencia, integrar.
Cuando abandonas una institución escolar siempre hay un algo de tu persona que permanece en ella. Sobre todo cuando has estado en la misma un largo período del tiempo. Personalmente, me es difícil entender como se puede abandonar o cambiar tu “hogar laboral” después de haber permanecido en el mismo durante más de una década. Sin duda, la persona que adopta esta decisión tiene motivos importantes para hacerlo. Pero desde afuera esas supuestas motivaciones no llegan a comprenderse bien. No sé, es como si se rompiera una especie de fidelidad o vínculo a un colectivo “familiar” que nos ha sustentado con sus debes y haberes. Por supuesto que todos somos prescindibles. Pero, volviendo al inicio del párrafo, siempre enriquecemos, en alguna medida, a esa “madre laboral” que nos acoge y nos identifica profesionalmente. También ella ha dejado su huella e imagen en nuestra forma de hacer, sentir o pensar. Sentimentalmente, esas paredes y dependencias, pero sobre todo, por los compañeros y alumnos que allí permanecerán, podrás sentir la añoranza de tu ausencia. Probablemente también ellos por tu persona. Pero ese recuerdo pronto será compensado con nuevos estilos y temperamentos de otros profesionales que ocuparán tu lugar. Nadie es imprescindible. Pero todos somos, en alguna medida, necesarios.
Recuerdo aquella mañana de marzo 2010 (una imagen similar a la de años precedentes) cuando las pantallas de los ordenadores de la Sala de Profesores confesaban ese secreto que habían mantenido celosamente oculto, para la inquietud, ilusión e incertidumbre de los compañeros participantes en el concurso anual de traslados. Fluían los datos provisionales, entre las alegrías, contenidas o desbordadas, de algunos afortunados y la serenidad sosegada de otros que aceptaban la realidad de no haber conseguido el anhelado cambio. Nervios en tensión, ojos más que brillantes y una expresividad comunicativa ya que las buenas noticias son más placenteras si oportunamente saben compartirse. La toponimia geográfica estaba en boca de todos, los kilómetros en el volante y la ilusión preocupada ante lo nuevo en aquellos que habrán de cambiar para continuar aprendiendo y enseñando. Observo que, en un modesto rincón de esa amplia sala donde hemos estado vinculados durante recreos, claustros y horas intermedias, hay una, dos o más taquillas que, entre ellas, hablan y comentan acerca de quién será el nuevo inquilino que confiará sus intimidades y pertenencias a ese modesto habitáculo con etiqueta frontal identificatoria. ¡Cuántas historias podrían narrar esas taquillas de cerraduras abiertas y de sentimientos pudorosamente cerrados a la privacidad! Todo es cuestión de imaginar, de tratar de entender el lenguaje de sus cuidadosas miradas. Esas taquillas conocen y saben mucho de la historia. De esa historia que identifica una parte interesante, por importante, de nuestras vidas.
Tu presencia en el nuevo centro que te acoge es globalmente bastante anónima. Apenas nada, sólo lo que tu quieres, se conoce en principio de ti. Hay una especie de amnistía personal sobre tu imagen social que te puede ser muy útil para modificar referentes o antecedentes indeseados. Puedes crearte un perfil diferente pues es muy probable que apenas se sepa algo de ti en la nueva “microsociedad”. Tanto en el ámbito profesional como en tus señas de identidad. Las primeras semanas serán decisivas para ese cambio, si es que así lo pretendes. De todas formas, pronto irás ofreciendo rasgos de tu personalidad que irán siendo captados por esa familia que ahora te ofrecerá sus mismos apellidos laborales. Pienso, sin embargo, que es una inmejorable oportunidad para aletargar elementos opacos de tu biografía potenciando, por el contrario, otros de naturaleza más positiva y enriquecedora. Es una oportunidad interesante para generar cambios importantes en tus pautas existenciales.
Desde luego estos cambios en el destino no benefician a los alumnos. Tampoco a los propios Profesores. Sobre todo, cuando estas variaciones son frecuentes en el tiempo. Se pierde estabilidad, vinculación, integración y comunión psicológica. Por parte del profesional. Para los más jóvenes en el aprendizaje, el cambio más que continuo de enseñantes les hace perder esa familiaridad e identificación anímica que es tan necesaria en la creación de vínculos tutoriales y académicos. Me sitúo en el cuerpo de esos alumnos que han sufrido en el año le llegada de varios sustitutos o la aparición del Profesor titular para los últimos quince días del Curso. Yo les solía decir a muchos de ellos, cuando me preguntaban el por qué no había seguido con ellos en el año siguiente, que era positivo que conocieran diferentes estilos en el arte de enseñar y de animar el aprendizaje que ellos realizan con el esfuerzo de cada uno de los días. Que cada profesional tiene su propias características para llevar a cabo esta difícil pero apasionante labor formativa. Sin embargo, a nivel interno, pensaba y sostengo que tantos y frecuentes cambios no resultan en nada aconsejables para obtener la mayor eficacia en nuestra obligación socio-profesional. Resulta un tanto desalentador que cada cinco, siete o más años, la “orla” fotográfica del Claustro docente sea tan diferenciada en un porcentaje más que importante. Y por no hablar de algunas graves circunstancias individuales en compañeros que se ven obligados a romper sus vínculos familiares entre lunes y viernes, especialmente cuando hay hijos, pequeños o en edades difíciles, a los que atender y cuidar.
He vivido en sólo tres centros educativos durante mi vida como Profesor. Uno de titularidad privada, en el que permanecí tres cursos completos. Tras superar las oposiciones, un año a pocos kilómetros de la entrañable ciudad de la Al hambra (Santa Fé). Y una vinculación continuada de treinta y un cursos en mi segundo hogar “de toda la vida”. El IES Ntra. Sra. de la Victoria. Entre la tosquedad de las estribaciones penibéticas y la dulzura azul y plata de las aguas mediterráneas en Málaga. He sido bastante fiel en la permanencia al mismo. Podría hablar de…... Pero eso ya corresponde a otra historia. A otra oportunidad, en estos gratos artículos de los viernes que anticipan los fines de cada semana.
José L. Casado Toro (viernes 25 junio 2010)
IES. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga. Dpto. CC SS Historia
IES. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga. Dpto. CC SS Historia
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