miércoles, 21 de julio de 2010

EL INTERESANTE LENGUAJE DE LOS MENSAJES OCULTOS



EL INTERESANTE LENGUAJE DE
LOS MENSAJES OCULTOS.






Desde hace no recuerdo cuándo, me ha llamado mucho la atención esa comunicación no escrita o expresa en las palabras. Quiero referirme a ese lenguaje no explícito, en su forma gramatical, que subyace en el interlineado de los párrafos que estructuran las páginas de un libro. O dentro de nuestra conversación, coloquial o académica. En repetidas ocasiones resulta de un más que cualificado interés aquello que callamos sobre el mensaje conceptual, con relación a lo expuesto formalmente para la atención social. Por decirlo con otras palabras, resulta más atractivo, clarificador o curioso conocer aquello que se nos oculta, que los mensajes cruzados que nos intercambiamos realmente utilizando las herramientas del lenguaje.

Cuando leemos un texto escrito en las páginas de un libro, en un cartel publicitario, en ese correo on line que llega a la pantalla de nuestro ordenador o en el diario recorte de prensa, tenemos presente, ocupando un especio explícito, el mensaje que se nos trata de transmitir. Gozando de una mayor o menor claridad en su forma expresiva o en su didáctica conceptual. Su contenido puede ser interesante, ambiguo o aburrido. Nos puede motivar para nuestro dinamismo o aletargar para la inacción. Pero tras su rápida, o más pausada, lectura habría que pasar a esa fase en la que investigamos o tratamos de descubrir esa parte no explícita que subyace en la privacidad del autor. Y que también forma parte del mensaje. No pocas veces resulta éste el contenido de mayor importancia para clarificar el que tenemos delante, físicamente, de nuestros ojos. Es lo que se necesita decir, pero no se expresa. Por diversos motivos. Prudencia, oportunidad, discreción, buen gusto, educación, formalidad, tacto, distracción o cualquier otra causa que muchas veces el propio autor desconoce. Pero ese lenguaje oculto, que no ocupa plaza en el espacio de la comunicación, está presente para completar o enriquecer la transmisión de lo que se ha plasmado en las páginas concretas de la comunicación.

La aventura comienza cuando en nuestro diálogo, henchido de misterios y claves cifradas, con el autor del escrito, vamos descubriendo otra historia que ayuda a entender, completar y profundizar aquella que leemos para nuestro goce, enriquecimiento u otra oportunidad de interés. En no pocas ocasiones, nos encontraremos con varios caminos, más o menos paralelos, a recorrer. Aunque haya un solo comienzo, iremos avanzando por diversas calles que más pronto o tarde nos llevarán a un destino final que, en coherencia con todo lo que estamos escribiendo, puede ser también abierto para resolver las distintas soluciones al recorrido que se ha emprendido en las diferentes páginas de nuestro viaje. Hay autores que son especialmente diáfanos en lo que escriben. Otros, con una mayor complejidad, inciden en estos contenidos paralelos, imaginados, descubiertos con la pericia de la práctica lectora. Prácticamente te conviertes, con el hábito de la experiencia, en un muy cualificado colaborador de ese profesional de las palabras y las ideas, regadas por una mágica lluvia que fertilizará los surcos sembrados de la imaginación.

¿Os imagináis que, en muchos de los libros que se prestan a la mirada de la lectura, sus autores y protagonistas adjuntaran un cuadernillo con el objetivo clarificador o diversificador que estamos comentando? Por ejemplo. Un comienzo diferente en la historia. Otros personajes, además de aquellos que están en la sala de invitados, Otras rutas distintas para alcanzar ese destino clarificador que pretendemos. Y, por supuesto, varios finales, a gusto del consumidor. Ya hay libros que así lo hacen. Hoy está casi todo ya inventado. Pero no es una práctica que estimemos porcentualmente importante o decisiva para valorar la práctica de estas bibliografías alternativas. Incluso algunas de las páginas de ese cuadernillo debe venir teñida de blanco para que el propio lector haga realidad su creatividad, añadiendo, modificando o completando aquellas fases del escrito que estime consecuentes para su variación. En definitiva, la parcela de lo oculto va a resultar mucho más amplia en superficie y profundidad sobre la que tenemos delante con la etiqueta de lo real y concreto. Y ya puesto en esta atalaya del diálogo compartido, ¿por qué no disponer de una dirección electrónica a través de la cual poder dialogar o inquirir alguna ayuda explicativa por parte de quien ha gestado, en el lecho de la creatividad, una historia para el paraíso solidario de la imaginación?

Ahora debemos pasar al plano real de las conversaciones sociales. Tenemos delante nuestra a un amigo, familiar, conocido o aun interlocutor comercial. Estamos dialogando sobre cualquier temática que nos vincula puntualmente en nuestra proximidad. Utilizamos determinados argumentos, datos o consideraciones, a fin de sustentar los posicionamientos respectivos en ese intercambio dual de palabras e ideas. Decimos, concretamos, aclaramos o matizamos lo que pensamos acerca de la naturaleza del insustancial o complejo debate conceptual. Pero, tanto en él como en mí, hay una parte que no expresamos. Que no hacemos pública. Intencional o subliminalmente. Es esa gran, significativa o superficial parte que se halla en la localidad secreta del lenguaje de los ocultos.

Cuando hablamos con alguien es muy importante observar y analizar la mímica expresiva de su rostro. De forma especial, el sentido de su mirada. Esos ojos que tanto clarifican planos secundarios, pero importantes, del mensaje que nos llega a través de la palabra. Por supuesto, también, la cadencia de su pronunciación. La reveladora acústica de su voz. ¿Por qué acelera la expresión en determinadas fases? ¿Por qué ralentiza el ritmo de sus palabras en otras oportunidades del diálogo?. No todo es incasual u ocasional. Hay más que motivaciones que, tras una atenta observación, nos ayudarían a entender otros argumento y contenidos que no se concretan en la acústica de nuestros oídos. Pero que están ahí. Y no pocas veces son más importantes o clarificadores sobre los que sí tienen carta de naturaleza en el mensaje real.

“No me estás diciendo la verdad. Tratas de disimular tu enojo o decepción. Se te nota a lo lejos la incomodidad que alberga en este momento tu persona, por más que trates de teatralizar una imagen de naturalidad. Ni tu mismo te crees lo que estás diciendo. Te sientes a gusto, feliz y contento con esta oportunidad que la suerte te ha deparado para aprovechar. Cuánto cinismo y falta de sinceridad encierran las palabras que tratas de vender. ¿Por qué tratas de engañarme? ¿No entiendes que me estoy dando perfectamente cuanta de tu manipulación?……. Estas y otras frases similares llegan a nuestra conciencia tras ese análisis que hacemos sobre la mirada, gestos y movimientos expresivos que nos hace el interlocutor acompañante. Es cierto que en la mayoría de los casos tenemos que callar. No podemos decir lo que pensamos pues carecemos de pruebas concretas que avalen la justificación de esas palabras. Solo poseemos la intuición del análisis derivada de nuestra observación.

Alguna vez pude visionar alguna película, no recuerdo su título o datos más específicos para su concreción, en la que uno de los protagonistas podía conocer el pensamiento oculto, no explícito de su interlocutor. Ello daba pie a una serie de situaciones muy jocosas y divertidas. También, no menos comprometidas en el desarrollo de la trama argumental. Si esa facultad de poder leer el pensamiento de los demás fuera posible, la repercusión para el poseedor de esa cualidad sería más que terrible. Conocer ese pensamiento subyacente en la privacidad de los demás probablemente nos enloquecería. No ha de olvidarse que me estoy refiriendo no sólo a conocidos, vecinos o compañeros, sino también a familiares muy cercanos e íntimos. Por más que fuera clarificador pronto suplicaríamos que se nos eliminara de nuestras capacidades dicha clarividente cualidad de lectura. No podríamos vivir así. Nuestra vida sería un infierno conociendo la realidad total del pensamiento de aquellos que comparten solidariamente nuestra existencia.

Pero el que agradezcamos la carencia de esta facultad, para nuestra salud mental y anímica, no se opone a que sepamos apreciar la utilidad de habituarnos a practicar la observación, y posterior análisis, de las personas con las que dialogamos. Probablemente éstas también realizarán el mismo ejercicio con respecto a nosotros. Mirada. Pestañeo. Ritmo expresivo. Dosificación de las sonrisas. Gestos y mímicas repetidas. Movimientos de las manos. Etc. Son elementos que nos pueden ayudar a esa proximidad subliminal del mensaje no expreso. Pero que tiene una importante carta de naturaleza en su valor complementario del “texto” que realmente llega a nuestros órganos auditivos. Y es que a veces somos básicamente transparentes, aunque no reparemos que nos estamos descubrimiento fácilmente a la interpretación de los demás. Con un poco de atención y experiencia somos vulnerables en nuestro afán por mantener en la privacidad parte de los mensajes ocultos o no expresos. Dicho coloquialmente “se nos ve venir a lo lejos”.

A pesar de todo lo expuesto hasta este punto del escrito, he de reconocer que, cuando hablamos o leemos, no reparamos en estos niveles del contenido de la comunicación. Normalmente no lo hacemos. O tal ves, a posteriori, analizamos algunos detalles o pensamos en algunos aspectos de lo que ha sido objeto de nuestra lectura o esa conversación que hemos mantenido en un momento concreto. Pero de lo que no cabe duda es la existencia de esos mensajes o lenguajes subyacentes, ocultos o no explícitos que forman parte, y en ocasiones de una manera importante, del contenido de nuestro diálogo interpersonal, tanto en lo oral como en la modalidad escrita.

¿Tienes hoy unos minutos? He de comentarte algo. ¿Te parece bien que lo hagamos en la hora del recreo? Comenzamos a navegar por esa aventura, indefinible a priori, o previsible, en la trayectoria viajera de la comunicación. ¿Qué nos deparará ese diálogo? ¿Cómo fue ese brevísimo monólogo?
¿Luz, alegría, amistad? ¿Oscuridad, tristeza o desamor?



José L. Casado Toro (viernes 2 de julio 2010)
IES. Ntra. Sra. de la Victoria. Dpto. Historia

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