Vivir la vida resulta, las más de las veces, muy complicado. La rutina familiar es una aventura, en la que no siempre se encuentra la pócima mágica de la emoción y el amor. Se disimula para sobrevivir. Pero hay momentos “gloriosos”, en los que estalla, con toda su transparente potencia, la realidad y contra esta evidencia poco se puede.
Doña FELISA Malpica, 55, es una ama de casa a la que su esposo, D. EMETERIO Briales, 57, agente comercial colegiado, le hace cada día menos caso. Cuatro hijos, todos varones, trajo al mundo este matrimonio. Tres de ellos están casados, repitiendo en sus familias los mismos roles que han visto y disimulado desde su infancia. El menor de la familia, ISAÍAS, se hizo, en sus momentos de intensa espiritualidad, fraile carmelita. En la actualidad, 32, su vocación religiosa tambalea, aunque espera ese milagro del cielo, al que alude con incredulidad interna en sus homilías.
Felisa prepara el desayuno en la hora temprana de la mañana. “Hace” la cama. Se desplaza, también en horas matinales, repitiendo el mismo itinerario urbano, al Mercado central, para hacer la compra, como viene haciendo desde el día en que se casó. En la vuelta a casa prepara el cocido o el potaje y va poniendo la mesa. Tras el almuerzo, lava los platos y se gratifica con unos minutos alegres en las tardes de Tele 5. Los días señalados pone la lavadora, tendiendo después la ropa limpia, que en los días siguientes pasará por la plancha. Algunas tardes fregará el suelo de su piso y a su finalización comenzará a preparar la cena. Emeterio llegará o tendrá que atender a ese cliente imprevisto, que le hará volver a casa sobre la medianoche. Tras la cena en soledad o en compañía “ausente”, verá el programa televisivo de First Dates, por la cuatro, en la que Carlos Sobera le animará a pensar en esa búsqueda de pareja, para los recalcitrantes fracasados en la compañía y tal vez en el amor. Ratito de oración, antes de apagar la luz y si Emeterio está ya en la cama soportará sus acústicos ronquidos que la mantendrán en vela hasta que el cansancio la venza. Así, más o menos, durante semanas, meses y años. Alguna ilusión relacional con las vecinas, de ventana a ventana por el ojo de patio, en el descansillo de planta o en el portal del edificio, antes o a la vuelta de la compra diaria, ya fuese al mercado central o al Mercadona del barrio “para respirar”. Libre, pero “encerrada” (física y psicológicamente) en las antiguadas paredes de su hogar
Emeterio responde a la imagen de un tipo serio y raro. Aparte de hacerle bien poco caso a su cónyuge era por otra parte persona siempre celosa, pues había que cuidar el honor y la imagen familiar. En este sentido, Felisa debía tener mucho cuidado en eso de arreglarse y en aquello qué ponerse y con quien hablaba. El qué dirán los vecinos y la letanía de la decencia era el manual correctivo de su argumentación. Por supuesto que Terio (apelativo familiar) tenía su vida bien organizada. Dedicaba a la oficina y a sus visitas comerciales de lunes a vienes. Nunca le faltaba a ese aperitivo del medio día o antes de la cena. Los sábados al golf por la mañana y a la tertulia con sus amigos de siempre, por la tarde. Los domingos, para almorzar, después de la misa de 12, en casa de alguno de sus hijos, incluso con Saúl, el fraile carmelita. Y si era un domingo deportivo, pues a dedicar el tiempo para ir al estadio y completar la jornada con el aperitivo de la peña futbolera, discutiendo los avatares deportivos de la jornada. Una vez a la quincena, o cuando buenamente podía, calmaba sus demandas y ardores sexuales en algún tugurio “respetable”, en donde se le conocía por el Sr. Briales.
Felisa, con esa edad madura pero no sexagenaria, se conservaba bien, pues no era persona de mucho comer y todo el trajín de la casa la mantenía en buena forma física. Para su goce, no había acumulado excesivos gramos en su estructura corporal, al contrario que su esposo, cuyo diámetro ventral exigía tallas por encima de 50 en sus pantalones. Sin embargo, se sentía sexualmente insatisfecha. No eran escasas las veces que, en la privacidad de su intimidad, sufría y se quejaba de la “vida plana” que llevaba, sobre todo desde que sus hijos se fueron independizando y construyendo sus nuevas vidas. En su intimidad, aún se sentía fuerte y “receptiva” para “hacer el amor”. Pero Terio siempre estaba cansado, agotado, abrumado con sus asuntos y cuando entraba en el lecho conyugal, actuaba de “velocista” para sumirse en el mundo misterioso de lo onírico. Cogía el sueño, a velocidad de fórmula 1. Por supuesto, con el necesario acompañamiento acústico de la percusión de unas veces graves y otras veces agudos ronquidos. Él no se enteraba, pero Felisa tenía que ponerse tapones de cera en los oídos, a fin de evitar que sus delicados tímpanos se afectaran con tan orquestal serenata nocturna.
El ardor sexual de Felisa, tercamente insatisfecho por la indiferencia manifiesta de su esposo, provocaba en la buena señora, madura en su DNI pero de buen ver, una depresiva situación carencial que le hacía intensamente infeliz. En los momentos de enfado, sus pensamientos la llevaban al terreno de la sospecha. Sin prueba fehaciente, estaba convencida de que Terio llegaba tan cansado porque tendría alguna “fulana” a su disposición que saciaría sus apetencias.
Un día, tras ver un anuncio de una asociación de mujeres en el mercado, que realizaban diversas actividades culturales, llamó por teléfono para inscribirse en sesiones de pilates gratis, que se desarrollaban los lunes y jueves en el polideportivo municipal, entre las cinco y las seis de la tarde. La decisión que había tomado era muy acertada: además de mejorar su tono físico y emocional, Felisa encontraba una línea de acción para quemar calorías y calmar al tiempo esas ansiedades de sexo que tanto le afectaban, especialmente en las horas nocturnas, mientras Terio continuaba con su percusión sinfónica.
En esas gratas reuniones vespertinas, fue haciendo nuevas amigas, relaciones que le aportaban mucho bien. Especialmente intimó con LORENZA, una joven de 32, afiliada a la CNT y con ideas muy avanzadas en todos los órdenes de la vida. En los ratos de café y merienda que hacían las dos amigas, después de la sesión de pilates, la influencia de esta chica ayudó con eficacia a sacar a Felisa del pozo frustrante de sus infortunios.
“Tu problema, compañera, es muy general en mujeres que han ido perdiendo su protagonismo en el desarrollo de la vida conyugal. Tienes un marido egoísta y auto supervalorado, que te empequeñece y degrada. Debes buscar, de inmediato, tus propias compensaciones, para sentirte una mujer liberada y dueña de tu propio cuerpo, que has dejado que se vaya marchitando. Conozco una respetable “casa de encuentros” en donde puedes saciar ese ardor femenino que el egoísta de tu marido no te permite desarrollar. El edificio es un chalet individual perfectamente adaptado a la función que desempeña, rodeado de un bien cuidado jardín repleto de flores, en el antiguo camino de Antequera, muy cerca del Puerto de la Torre, donde se trabaja con toda discreción y elegancia. Por decirlo de una manera sintética, un lugar en donde “señoras bien” pero carencialmente insatisfechas de sexo, por la indiferencia de sus maridos, prestan servicios a su voluntad y necesidad, labores que son bien retribuidas. Pueden practicar el sexo que necesitan y además reciben elevadas gratificaciones económicas, que siempre vienen bien. Te voy a facilitar el teléfono de esta consolidada empresa, denominada ENCUENTROS BRÍGIDA. Esta señora es la propietaria de ese idílico y amplio chalet, VILLA CARIÑO, con varias zonas organizadas en reservados, para desarrollar adecuadamente las funciones que le son propias”.
Dicho y hecho. Felisa, tras sopesar la información de la activista Lorenza, marcó el número de teléfono que su compañera de Pilates le había facilitado. Concertó una cita para el martes siguiente, a las 16 horas. Tras entrevistarse con BRÍGIDA, la propietaria del establecimiento, una señora de muy cuidados y suntuosos modales expresivos, tomó conocimiento de las características organizativas del negocio. Nada de contrato escritos, todo eran acuerdos orales. Cuando tuviera un servicio, recibiría un mensaje de WhatsApp, escrito en “clave”. La hora de “trabajo” quedaba establecida en 500 euros, de los que ella recibiría una parte, en función de la valoración realizada por el cliente, pulsando una tableta de colores diversos. El dinero lo recibiría en efectivo en un sobre blanco sin datos expresos. No habría más relación con la empresa, para evitar problemas.
Básicamente la labor a realizar era prostituirse con personas “bien”. En realidad, a Felisa lo que más le preocupaba era su necesidad orgánica y psicológica. Los euros que recibiría, en función de la satisfacción del cliente no le vendrían mal, para esos caprichos que todos tenemos. La primera experiencia tuvo efecto la semana siguiente, un luminoso lunes de junio. Era un señor mayor que tenía severos problemas de autocontrol en “la acción”. Fue extremadamente educado, ocupó en su labor unos 55 minutos del tiempo establecido, marcado el pulsador verde en la tableta (el cuarto en satisfacción) previo al violeta “anhelado”, el nº 5. Brígida había cobrado la tasa correspondiente antes de comenzar al encuentro. A final de cada mes, Felisa y las demás “operarias del amor” recibirían el sobre blanco sin datos identificativos, con el dinero acumulado en la mensualidad.
En Villa Cariño estaba contratado un miembro de seguridad, SERAFÍN Menéndez, a fin de evitar todo tipo de conflictos. No se permitía la introducción de bebidas alcohólicas, ni actuar bajp el efecto de adicciones. En algún caso, el cliente dudoso se sometía a una prueba de alcohol bucal. Cada reservado tenía un dosificador de agua, con dos grifos (de conformación fálica) para la diferencia térmica. Todo estaba muy formalizado. Era un centro de elevado y reconocido prestigio en el sector.
“Lorenza me ha aconsejado muy bien. Ahora me encuentro mejor y más realizada como mujer, a pesar de que ya no soy una chiquilla. Mi primer servicio lo he realizado muy bien. Y Brigida me ha anticipado otro encuentro para la semana que viene. Todo se hace con la mayor elegancia y exquisitez. Acudir a Villa cariño es como llegar a las puertas del cielo. La providencia me acompaña. ¿Puedo llamarle a esto felicidad?” Así eran los pensamientos de esta renovada mujer.
Ese nuevo martes de junio Felisa había acudido, con el natural nerviosismo, interés y necesidad, a su segundo servicio en la empresa. El cliente, ya se encontraba en el reservado “Amapola”. Había solicitado poder desvestir a la persona que le iba a atender. Una vez pagados los 500 euros, esperaba sentado en el borde de mullida cama, en una habitación en la que dominaba el color rojo. Felisa, un tanto inquieta e ilusionada, entró pausadamente en la habitación, comenzando a sonar por megafonía una dinamizadora melodía wagneriana (La Cabalgata de las Valquirias). Cuando cliente y operaria cruzaron sus miradas se quedaron “literalmente” sin habla. Ese Sr. de mucha pasta y asiduo cliente de Villa Cariño era Emeterio Briales, mientras su amor a disfrutar era Felisa Malpica. Tras la brutal sorpresa inicial, verdaderamente de impacto, Terio rompió encolerizado a gritar improperios contra su mujer, que permanecía como “inmovilizada y en estado de shock”.
De inmediato intervino Menéndez, el guarda de seguridad, quien con la “defensa” o porra en mano puso “firme” al hipócrita y violento cliente. Había ocurrido una coincidencia inesperada, cruel y fortuita, que el destino, siempre burlón, quiso provocar. El azar, la mala suerte, había puesto frente a frente a un marido y a su esposa, en una situación límite relacional. La ayuda de Lorenza y del fraile carmelita Isaías, su propio hijo, permitió a Felisa (depresiva y desquiciada) salir a flote de una situación verdaderamente embarazosa.
EN LA ACTUALIDAD Emeterio y Felisa viven, cordialmente odiados y separados, habitando sendos apartamentos bien distanciados en la cosmópolis malacitana, tras haber vendido el gran piso familiar en el que habían residido desde su ya lejano matrimonio. El Sr. Briales, aún de baja por afección psicológica, asiste a sesiones de reeducación sexual en una clínica especializada. Su proceso terapéutico no camina con gran firmeza, pues el agente comercial se esfuerza en “merecer amores” con Cristina, la secretaria de este centro de tratamiento para adicciones ligadas al sexo. Felisa, mucho más recuperada del brutal golpe psicológico que sufrió, colabora asiduamente con su amiga Lorenza en la Asociación de mujeres LIBERTAS, para ciudadanas agredidas por sus parejas. Pero su relación con Brígida, en Villa Cariño, continua con admirable regularidad. Es una de las operarias más eficaces y productivas, obteniendo muchas pulsaciones de color violeta en la jerarquizada tableta cromátizada laboral. -
VILLA CARIÑO
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
Viernes 18 julio 2025
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es
Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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