viernes, 7 de febrero de 2025

ESTRATEGIA DE UN ESCRITOR DESCONOCIDO

AMALIO Capilla Tresaguas ejercía de escribiente o gestor administrativo, en el negociado de Residuos Urbanos, correspondiente al complejo organigrama del ayuntamiento madrileño. Habiendo llegado al medio siglo de su cronología vital, sentía una honda frustración por el tipo de vida rutinario y aburrido que reflejaba su existencia. Los azares de la suerte y decisiones personales, unidos a su propio carácter, persona un tanto reservada, introvertida, con una cierta timidez y de rechazo al protagonismo, le había impedido, entre otras causas, formar una familia, como el común de las personas llevan a cabo. Este hombre había carecido de la gracia y el arrojo para conquistar el amor de una mujer.

Ciertamente, tantos años de soledad afectiva (sus padres “se fueron” relativamente no muy mayores) era sobrellevado con manifiesta paciencia, pues la tenía bien asumida. No gozaba del fruto de los hijos, pero de alguna manera lo compensaba con los sobrinos, hijos de sus hermanos Celio y Sebastián. Desde que su edad entró en la “cuarentena” le venía rondando en la cabeza esas tres “obligaciones” u objetivos básicos que, en el decir popular, toda persona debe cumplir sin excusas en su trayectoria vital: tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro.

Con respecto al primer objetivo, tener DESCENDENCIA GENÉTICA, realmente no tenía muchas esperanzas de poder realizarlo. A su nivel de edad, entendía que se le había pasado la hora de poder llevarlo a efecto. En el aspecto vivencial, ya se ha expresado que intentaba suplirla con el frecuente trato que deparaba a sus sobrinos, con la ventaja de que éstos seis miembros de su familia tenían edades un tanto variadas. Pero, obviamente, un hijo no es un sobrino.

El hecho de PLANTAR UN ÁRBOL era otro de los objetivos perfectamente realizable. En la terracita de su 4º B, piso ubicado barrio de Fuencarral, bastante cercano a la centralidad de la capital madrileña de la Gran Vía, mantenía y cuidaba una serie de macetones con flores, que su difunta madre había ido plantando al paso de los años.  Pensaba además que podía pasar en cualquier momento por un vivero y comprar un arbolito, resistente a los fríos intensos y a las exigencias de continuo riego, para llevarlo en cualquier fin de semana a la sierra de Madrid. Ya pediría información necesaria al técnico que estuviera en el vivero de plantas, precisamente no demasiado lejano de donde él vivía.

Y en tercer lugar estaba lo de ESCRIBIR UN LIBRO. Desde pequeño (era hijo único del matrimonio formado por don Telesforo y doña Priscila) empleaba sus pequeños ahorros en ir al puesto cercano de Ricardo, comerciante que tenía una concurrida papelería, en la que también vendía prensa y publicaciones infantiles, a fin de comprar tebeos con los que distraerse. Cuando la adolescencia y la juventud llegaron a su vida, mantuvo su afición por la lectura, habito que compartía escribiendo sus propias historias que, con habilidad y destreza, bien realizaba.

Otra de sus grandes aficiones, ya en plena época laboral, era la de aprovechar muchas de las tardes y los tiempos vacacionales para visitar los numerosos barrios que componen la malla urbana madrileña. Utilizaba para estos recorridos la versatilidad de las líneas de metro, que permitían desplazamientos rápidos y baratos, con los bonos correspondientes. Durante estas visitas iba tomando notas en una libreta que siempre llevaba consigo, además de ir haciendo tomas fotográficas de los lugares y rincones más emblemáticos. A pesar de ese punto de timidez que desde pequeño le caracterizaba, encontraba tiempo y oportunidad para dialogar con las personas que tenían voluntad y algunos minutos para complacerle: tenderos, barberos, pedigüeños, comerciantes ambulantes, jardineros, y diferentes jubilados que caminaban y reposaban por los vericuetos de todos estos núcleos habitables de la gran ciudad.

Con toda la información y material que iba recabando, cada noche ordenaba sus apuntes y notas, redactando con manifiesta destreza. Todo aquello que había conocido, visto y dialogado lo iba redactando en las libretas, con sus comentarios acerca de este o aquel barrio de la megalópolis “capitalina”.  De manera especial se centraba o incidía en los aspectos más curiosos y destacados de esa urbanística y sociología de la zona visitada, añadiendo la información histórica recogida del conocimiento oral o escrito que le facilitaban los vecinos residentes y por supuesto las oportunas oficinas turísticas.

Un día, repasando las libretas manuscritas que acumulaba con el mayor aprecio, se hizo una pregunta que iba a resultar decisiva para sus anhelos creativos en el campo de la cultura: “¿Podría yo darle cuerpo a toda esta información que voy acumulando, para poder formar un pequeño libro sobre los barrios madrileños?”

Es cierto de muchas personas mantienen, entre sus deseos irrealizados, poder ser autor de una publicación bibliográfica. Amalio era una de ellas. El verse con letras impresas, en los escaparates y expositores de las librerías, era para él un objetivo de verdadero ensueño. Dicho y hecho. Comenzó a utilizar sus amplios ratos de ocio, durante las tardes y los fines de semana, para poner en orden los muy numerosos comentarios e informaciones que había ido escribiendo durante los últimos años. Eran escritos siempre vinculados a esos rincones o espacios interesantes que con tanta frecuencia visitaba en las barriadas madrileñas. Cuando finalizaba su trabajo, sobre las 15 horas en el negociado municipal, hacía su almuerzo diario, generalmente en el FOGÓN DE GEMINIANO, que ofrecía comidas “caseras” a buen precio, aplicando bonos de 10 menús. Consideraba ese plato caliente y de cuchara fundamental para mantener una buena alimentación. Aparte de la amistad con Gemi, el dueño del establecimiento, los camareros siempre tenían con él algún detalle, en forma de tapa inicial o aperitivo, además de ese café con leche que, en numerosas ocasiones, no le cargaban en cuenta. Incluso algunas veces se quedaba unas horas en el Fogón, para escribir las redacciones de las notas que con tanta ilusión e interés había tomado. El propio Geminiano le servía ese café ardiente y aromático que tanto le motivaba, dándole unas palabras de estímulo:

“¡Venga don Amalio! Que cuando lo veo tan formal y aplicado escribiendo en su libreta, no puedo por menos que proclamar que mi mejor cliente es un sabio de las letras”.

El oficinista escritor poseía un buen ordenador portátil, un MAC, que había comprado a un compañero de negociado, en estupenda oportunidad económica, ya que tras un año de uso éste administrativo lo vendía “casi regalado”, pues deseaba otra máquina más potente y con nuevas prestaciones. Con una paciencia, digna de encomio, Amalio iba trasladando al archivo de la carpeta sobre Madrid no sólo los cuidados textos, sino también una importante batería de fotos, tomadas con su entrañable, pequeña, pero potente, cámara Lumix de Panasonic.

Varios meses de intenso trabajo dieron a la luz un primer esperado “tocho” de unos 200 folios impresos por una sola cara. Buscó un título atrayente: PASEOS POR LOS BARRIOS DE MI MADRID. Los llevó con toda ilusión a una oficina de Copicentro, en donde le hicieron dos copias, con ambas páginas de todos los folios impresas, encuadernando el trabajo con el útil “gusanillo” para su mejor consulta.  Todo un material a modo de libro, con pastas duras de color violeta.

Comenzó entonces un largo recorrido por las sedes de las editoriales más señeras de la capital de España, direcciones que localizó fácilmente en el buscador Google. Como en tantas y diversas actividades, si no eres muy conocido o te has ido labrando pequeños premios en los concursos ordinarios o modestos de la especialidad que hayas escogido, el camino para publicar se hace muy duro, repleto de dificultades o casi imposible de materializar. Y los desalientos desde luego no son buenos compañeros, en este intrincado y apasionado viaje de la composición escrita.

En algunas editoriales se limitaban a indicarle que dejara una muestra fotocopiada de su obra, con un sobre adjunto en donde se incluyera el correspondiente curriculum vitae, con todos los datos que estimase necesarios. En otros establecimientos dedicados a la publicación de archivos literarios le confesaban que tenían un banco muy cuantioso de materiales para analizar, por lo que hasta nuevo aviso no iban a recoger más muestras escritas.  Y así fueron pasando las semanas y los días, sin que Amalio recibiera respuesta alguna del mundo editorial. Era un perfecto desconocido en el competitivo mundo de las letras, por lo que asumía la carencia de posibilidades fundadas de encontrar un receptor que le mostrara atención. Pero él seguía insistiendo, pues deseaba ver su libro publicado.

La ayuda, siempre necesaria, se mostraba remisa, pero siempre hay luces en el seno de la oscuridad. Hay que saber verlas y utilizarlas. Un compañero de trabajo, GUMERSINDO, que llevaba vinculado a un club de lectura desde hacía tiempo, una mañana laboral, mientras tomaban café, le sugirió una sencilla, pero costosa, idea.

“Amigo, si quieres ver realizada tu ilusión, sin depender de las dificultades y “enchufes” del mundo editorial, tienes una fácil solución. Afronta el reto de la auto publicación. He leído algún capítulo de tu manuscrito y creo, sinceramente que, para un lector medio, tu propuesta ofrece incentivos para conocer mejor esta ciudad y, sobre todo, distrae y conforta con ese lenguaje coloquial y ameno que tan bien sabes utilizar. Conozco una imprenta, la Latina, en donde realizan publicaciones a unos precios bastante asequibles”.

En el espacio de un mes y medio, aproximadamente, el libro de Amalio Capilla Tresaguas ya estaba primorosamente impreso. Todos los ejemplares llevaban su normativo “depósito legal” y el alta en el departamento de Cultura. El administrativo “jugó fuerte”. 200 ejemplares, cuyo coste le había supuesto un pago de unos 2.000 euros. Las hojas no estaban cosidas, sino pegadas en su lateral izquierdo. Las pastas no aparecían endurecidas, mientras que la calidad del papel utilizado era bastante corriente. El tenaz escritor ya tenía el libro publicado, pero ahora ¿cómo podía rentabilizar la inversión? ¿qué haría con los 200 ejemplares de su obra? Tres grandes cajas de cartón aguardaban expectantes en su domicilio.

Entonces, también llegó el consejo de Gumersindo: “En bloques de diez o quince, habla con los libreros y déjalos en depósito en aquellas librerías que los acepten. Te han salido a un coste de 10 euros el ejemplar. Ponles un precio de venta al público barato, unos 15 euros. Los libreros no te van a poner muchas objeciones. Los libros que vendan les van a reportar una ganancia de un 30 % (algunos libreros aceptarán incluso un menor porcentaje). Aun así, tú recibirás 10,50 €. Y a esperar a ver cómo responde el cliente lector”.

El ya satisfecho escritor entendió perfectamente que ahora tocaba esperar. Semanalmente iba llamando a las librerías que habían aceptado el depósito de su “auto publicación”.  En la mayoría de estos comercios libreros le respondían que no habían vendido ejemplar alguno. Cuando habían pasado un par de meses, la venta sólo había sido de cinco libros, de los 170 dejados en depósito. Entonces Gumersindo, muy interesado y divertido con la aventura editorial de su amigo y compañero de trabajo le indicó que había que pasar a la 3ª fase del plan.

“Amigo Amalio, ahora vas a comprar, con mi ayuda y la de algún otro compañero, la mayoría de esos ejemplares. Y lo vamos a hacer en un corto espacio de tiempo. Sólo vas a perder el porcentaje que se queda el librero con cada inversión. Es una inversión que puede darnos rédito. Ya lo verás”. Y así, en el espacio de cuatro días, tres compañeros y algunos familiares de éstos iban recorriendo las librerías, comprando ejemplares de PASEOS POR LOS BARRIOS DE MI MADRID. Prácticamente, alrededor de 150 ejemplares se compraron en ese corto espacio de tiempo. De esta forma, los libreros solicitaban más ejemplares, dado el sorprendente éxito comercial. Muchos libros vendidos “volvían” a los expositores libreros, cuyos propietarios los colocaban en lugares preferentes, con carteles bien diseñados para una buena operación de marketing. Lo sorprendente de este mecanismo es que mucha gente comenzó a interesarse por esta obra que facilitaba, de una forma original, el conocimiento básico de esos barrios que conformaban la gran megalópolis central.  El “boca a boca” de los lectores hizo un efecto multiplicador. Los ejemplares del libro de Amalio se estaban vendiendo “de verdad”. Algún artículo periodístico, negociado por hábiles libreros ayudó en la difusión y compra del libro de Amalio. Sorprendentemente, dos editoriales se pusieron en contacto con el administrativo del negociado de residuos urbanos, “un escritor que alcanza su madures expresiva en tiempos de madurez”. La segunda edición, publicada por la editorial ATENEA

se realizó con una tirada de 1.200 ejemplares. La venta de este pequeño libro, muy útil para la divulgación, marcó una tendencia esperanzadora. Amalio se sentía muy feliz. El consorcio de libreros preparó una entrevista con el periódico de mayor tirada en la capital, para insertarla en las páginas culturales del suplemento dominical. Las reflexiones de naturaleza artística y costumbristas del ya no tan anónimo Amalio Capìlla habían movido el interés y la compra de un libro pequeño “pero de gran sustancia o potencia divulgativa” como decían las crónicas aparecidas en la prensa, tanto escrita como hablada. “El viejo Madrid, a través del objetivo visual de un sagaz observador”. “Una joya literaria, para comprar y disfrutar”. “No debe faltar, en los estantes de tu biblioteca”. “Te ayudará a conocer y a querer el más entrañable Madrid”.

La maquinaria editorial se había puesto en marcha, con la destreza de la experiencia y el interés económico derivado de la aceptación popular. Las sucesivas ediciones del sorprendente éxito de la cultura divulgativa repercutieron en el incremento de los porcentajes de venta, para los ingresos del cada vez más feliz Amalio Capilla. El precio del volumen era en realidad bajo, lo que facilitaba su compra. El esfuerzo creativo de Amalio estaba “luciendo y motivando” en los escaparates y expositores de todas las librerías. Para muchos estaba siendo una sorpresa la positiva respuesta del público lector.

La propia editorial Atenea decidió una mañana, para sorpresa del ya menos anónimo Amalio, proponer a éste la redacción de un nuevo trabajo, con un título aproximativo de Los rincones con encanto del viejo y nuevo Madrid. El “ya superado” oficinista (había tenido que acudir a un gabinete de psicología, para que le prestaran ayuda orientativa) había aceptado el reto de centrar su trabajo en la escritura, solicitando a sus superiores excedencia especial, a fin de poder dedicarse de lleno a la redacción y composición de esta su segunda obra para la divulgación cultural. Para los gestores de la empresa literaria, no quedaba la menor duda del conocimiento que poseía este anónimo oficinista, acerca de la ciudad en la que nació y siempre había residido. Incluso alguna productora contactó con Amalio, para solicitarle colaboración en la ambientación de una película en pre-rodaje, ambientada en los años 70 de la pasada centuria.

El amigo Gumersindo suele almorzar, una vez al mes, con su compañero “escritor”. ¿Y qué has hecho con los casi 200 ejemplares del libro que dejaste en depósito y posteriormente compramos, en hábil estrategia, por las vitales librerías que hacen lucir a la ciudad?

“Pues lo he ido repartiendo por las bibliotecas públicas municipales. También por centros privados, como residencias para la tercera edad, hospitales, centros penitenciarios, colegios e instituciones culturales. De todas formas, uno de esos libros, correspondiente a la primera edición, lo guardo en mi domicilio, debidamente enmarcado. Su presencia me sirve de acicate e inspiración, para seguir caminando en ese complejo e ilusionado mundo de las publicaciones literarias. Ahora estoy recorriendo y “viviendo” mi segunda y más gozosa etapa existencial”. -



ESTRATEGIA DE UN

ESCRITOR DESCONOCIDO

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

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