La mayoría de las personas, al margen de su titulación o desarrollo personal, poseen determinadas habilidades o capacidades para ser “creativos” en actividades bien diversas. Muchas de estas destrezas las han ido aprendiendo de sus mayores, en el régimen familiar, aunque también es cierto que muchas otras proceden de los misterios de su estructura genética. El porqué de esa admirable capacidad para la composición musical, para la expresión pictórica o para el manejo de los mecanismos electrónicos, resulta también en ocasiones difícil de comprender, cuando en sus familias no ha habido ejemplos o influencias para el desarrollo o mimetismo que germinen esos positivos valores. Es estos casos se trata de personas “providencialmente” dotadas para desarrollar diferentes creatividades, sin que ellas mismas puedan fijar unos claros referentes para esa “genética” y gozosa habilidad. En este contexto insertamos nuestra historia de esta semana.
IRANIO Puntilla Tierrallana, natural de la localidad malagueña de Casabermeja, era hijo único de unos modestos vecinos del pueblo, Heliodoro y Gonzala, artesanos de los dulces (estaban especializados en la elaboración familiar de unas suculentas tortas de aceite, que semanalmente llevaban a la tradicional confitería del pueblo, La Dulzura, para su venta) aunque también se ayudaban con el trabajo que el cabeza de familia realizaba como peón agrícola contratado cuando había trabajo. Este joven, cuando cumplió la veintena, reflexionó con sensatez que por su formación (estudios primarios, sin llegar a completar el bachillerato) y el lugar donde residía, las principales salidas laborales eran la de continuar la labor que sus padres realizaban con los dulces caseros o ponerse a trabajar en la dureza de la tierra. Otra actividad que los jóvenes de la localidad ponían en práctica era la albañilería, tarea que no le agradaba por su débil contextura física. Así que una noche, al finalizar la cena, les dijo con juvenil firmeza a sus “desconsolados padres” que había decidido emigrar a la capital, en busca de un mejor porvenir para sus deseos.
Se fue informando acerca de una pensión barata donde podría residir (la ayuda de don Andrés, el cura párroco del pueblo, fue importante por su recomendación) fijando el día de la partida para un lunes de septiembre, año 1970, con la ilusión de abrirse un porvenir entre los incentivos que siempre suele ofrecer la economía de una gran ciudad. En la fría mañana para su partida, antes de subirse al autobús de la empresa Casado que lo iba a trasladar a Málaga, abrazó a sus padres, quiénes con las lágrimas en sus ojos no cesaban de darla lo mejores y repetitivos consejos. En un determinado momento don Heliodoro entregó a su hijo un sobre que contenía 1500 pesetas. “Esto es lo poco que te puedo dar, mi querido hijo. Son unos sufridos ahorros que he podido ir reuniendo, ganados con el esfuerzo y el sacrificio de muchas horas de trabajo. Este dinero te será útil para esas primeras semanas de aventura en la capital. Si tus proyectos no se cumplen, no dudes que aquí tienes a tus padres, con el cariño que te profesan y una casa donde nada te va a faltar”. El vetusto autobús de línea partió a las nueve de la mañana, para realizar un trayecto de poco más de veinte kilómetros, hasta la parada final situada en la zona de Hoyo Espartero, muy cercana al Mercado municipal de Atarazanas. Mientras viajaba, sentado al lado de un poco comunicativo seminarista, Iranio repasaba en una pequeña libreta varias direcciones de personas amigas que podrían ayudarle, datos que le había facilitado el cura don Andrés.
Al llegar a su destino, sobre las 9:45 de la mañana, preguntó a una pareja de guardias de la Policía Armada por dónde podría llegar más fácilmente a la PENSIÓN OLIMPIA, quienes le indicaron que la tenía muy cerca, a no demasiados metros de donde se encontraban. Concretamente ese barato alojamiento estaba ubicado en una esquina de la calle Camas, zona muy conocida por sus vínculos con la prostitución. Cuando localizó este establecimiento, situado en una primera planta de un “gastado” y poco limpio en su apariencia edificio sin ascensor, saludó a su propietaria, doña Fuensanta, una repintada señora, según ella antigua intérprete de “variedades” que estaba recorriendo su cincuentena. Le ofreció poder alquilarle un cuarto compartido, con derecho a usar el cuarto de aseo con una ducha, por 450 pesetas mensuales. Si pagaba 250 pesetas más, podía darle el almuerzo y la cena del día (generalmente un plato de potaje por la mañana y unos huevos o pescado frito con ensalada o patatas fritas por la noche. Agua y postre, con una fruta de temporada o flan). La electricidad no se la iba a cobrar (solo había en la habitación una lámpara en el techo con dos bombillas de 15 watios que ofrecían por la tarde/noche una luz “mortecina” y entristecida) siempre y cuando el recibo del contador no tuviera saltos muy importantes en cuanto al gasto. (en realidad, la bien dispuesta casera tenía conectada su casa a una “trampa” eléctrica, que de vez en cuando activaba, de manera que los gastos eléctricos eran mínimos).
Quiso la suerte que su compañero de cuarto fuera D. Séptimo de la Aldaba, un hombre mayor, soltero y sufriente por no poder “salir del armario”, que trabajaba como oficial escribiente en el Registro Civil de la Audiencia Provincial (entonces ubicada en el edificio de Muelle de Heredia). Un verdadero bonachón y paternal compañero, que acogió con cariño al joven de 22 años, natural de Casabermeja. Aquella tarde /noche la pasaron hablando, de manera especial Iranio, quien se mostró expresivo y amistoso con el buen compañero que le había correspondido, a quien veía como a un padre para su edad. Cuando le explicó los motivos de su venida a la capital, Séptimo no dudó un instante en tratar de ayudarle.
“Me dices que se te dan muy bien las letras y los números, y que disfrutas con la lectura y la escritura. En mi negociado faltan auxiliares porque tenemos mucho trabajo, ya que estamos en una época de muchos nacimientos. Mañana te presentas en el Registro, me buscas y vamos a hablar con don Servando, persona muy recta y autoritaria (fue antiguo miembro del ejército. Le concedieron medalla de guerra. Es mutilado en batalla, por lo que sufre una cojera de por vida, que el antiguo soldado trata con dificultad de disimular, por eso siempre lleva un recio bastón). Te aseguro que es persona de buen corazón. Me debe algunos favores, por lo que es fácil que te puede colocar como auxiliar eventual. Pero lo importante es meter “la pezuña”, porque una vez dentro ya puedes hacer carrera. Yo seré tu maestro tutor, para enseñarte en cuanto a tus obligaciones en el Registro. Aprenderás lo básico que nunca debes olvidar de hacer. Cuando hables con don Servando te aconsejo repitas esas palabras que a estas personas gustan mucho, como “servidor”, “siempre a sus órdenes”, “lo que Vd. mande, don Servando”. Y si puedes ponerte en posición de firme cuando te hable, ya te lo has ganado. Como anécdota te diré que nuestro jefe tiene tres hijos: uno es jesuita, otro fraile dominico y la tercera profesa como monja de la Presentación. Es familia harto religiosa y practicante”.
“Muchas gracias don Séptimo, por tratarme como a un hijo. Ahora me acuerdo de una bella persona, una gran maestra, doña Petra, quien supo encauzarme muy bien por el terreno de las letras. Me enseñó a leer y a escribir. Y supo motivarme para que escribiera todo aquello que sintiera y necesitara comunicar. Tengo muchos cuentos escritos. Ya le daré alguno para que me dé su opinión. Mañana no faltaré en el Registro. Iré con la ilusión de que, gracias a sus buenas amistades, puedan abrirme un hueco para empezar a ganarme la vida”.
Como doña Fuensanta le aseguraba el almuerzo y la cena, para desayunar Iranio se compró, en un colmado próximo, una botella de leche, que mezclaba con Nescafé. El desayuno lo acompañaba con alguna de las tortas BERMEJAS, que su madre le había metido en la maleta, Aquellas suculentas tortas que el joven había visto elaborar desde su infancia.
Fue admitido, gracias a las buenas artes de Séptimo, como auxiliar eventual, en periodo de prueba. Desde ese primer día de trabajo demostró muy buena disposición para todo lo que le ordenaban. El compañero de cuarto y Registro estaba siempre atento para aconsejar y orientar a su “ahijado” profesional todo aquello que estuviera entre las obligaciones del ilusionado Iranio, que en modo alguno pasaba por su cabeza que pudiera encontrar colocación al día siguiente de llegar a la capital. Con su buen hacer, a los dos meses de trabajo, lo ascendieron a auxiliar de plantilla, con un sueldo fijo de 1.100 pts. al mes. Iranio no dudó ni un instante en mantenerse en la Pensión Olimpia, por lo céntrica que se encontraba y lo barata que le resultaba con el sueldo que percibía para poder pagarla. Ciertamente eran muchas las noches en que lo despertaban las voces, risas, gritos y enfados de los “disfrutones de la noche” llenos de alcohol en el cuerpo, y sus negociaciones con las “señoras de compañía”, que vendían sus favores sexuales por unos pocos billetes. El fulgor ambiental de calle Camas se multiplicaba en esas horas del cielo pintado de estrellas.
Cuando Iranio volvía del trabajo, tras el almuerzo echaba un buen rato de descanso y algunas tardes paseaba por la ciudad, recorriendo sus rincones más pintorescos y populares. Tenía un pequeño transistor que lo encendía por las noches, después de cenar, pero siempre a un volumen bastante bajo de sonido, a fin de no molestar a su compañero de habitación, quien tenía un sueño un tanto difícil e inestable, debido posiblemente a su avanzada edad (estaba a punto de cumplir los sesenta) a lo que se unía sus frustraciones y ansiedades sexuales, en aquellos años del tardofranquismo, en el que había que aparentar lo que no se sentía. En ese pequeño transistor National le gustaba escuchar las noticias del día y los relatos radiados que algunas emisoras emitían.
Pero fundamentalmente Iranio dedicaba su tiempo libre a escribir. Esa práctica era la distracción que más le agradaba. De niño, como en Casabermeja sólo ponían cine algunos fines de semana, se distraía dibujando historietas y algunos cuentos que doña Petra, su apreciada maestra sabía estimular, ayudándole y corrigiéndole. También, solía acudir a la biblioteca pública, parta buscar en las estanterías libros de cuentos e historias, con las que distraía y enriquecía la imaginación. Ahora en estos inicios de los 70, su horario de trabajo (de ocho de la mañana a las tres de la tarde) le permitía desarrollar esta creativa afición dedicando horas de las tardes. El joven Iranio era un tanto tímido con las chicas y todavía no había podido hacer muchos amigos, salvo ese gran “padre” que tanto lo cuidaba y lo apreciaba.
Su tarea creativa la realizaba a mano, rellenando gruesas libretas con muchas hojas. Pero con los ahorros que iba acumulando, a lo largo de los meses, pudo al fin comprarse una máquina de escribir. La máquina era de “segunda mano”, pero estaba a un buen uso para poder teclear (con los dos dedos) muchas páginas “rellenas” de cuentos. Esa providencial máquina era de la prestigiosa marca Olivetti, una léttera 36. De esta forma, iba pasando a los folios algunos de los mejores cuentos (en su opinión) que escribía o “componía”. Muchas de esas historias eran básicamente infantiles, pero las mezclaba con narraciones de la vida real, contenidos que elaboraba en su mente “soñadora” a partir de la observación e imaginación del entorno en el que estaba viviendo. Era frecuente que se inspirase, para la construcción de las historias o cuentos en algunas de las personas que acudían al Registro Civil, a fin de hacer las gestiones propias de ese importante lugar de la Administración que existe en todas las ciudades: anotar los nacimientos, los enlaces matrimoniales y, por supuesto, las defunciones. Siempre que podía, solía echar un ratito, con algunas de las personas que acudían a hacer las gestiones propias del centro administrativo. Estos diálogos le daban pie para conocer problemas, circunstancias, anécdotas, objetivo y proyectos, avatares en suma de personas vinculadas a toda la estructura social de la ciudad, algunas acomodadas y muchas pobres y en sumo necesitadas.
Don Séptimo, su afable y servicial compañero, cuando se levantaba por las tardes después de echar una corta siesta, era frecuente que saliera a la calle, a partir de las 17 h. Nunca decía a dónde iba. Iranio pensaba que tal vez tendría algún “plan”, algún amigo con el que compartir los ratos que regalaba la tarde. Cuando el bonachón de don Séptimo volvía por la noche, su rostro mostraba alegría o tristeza, según le hubieran ido sus andanzas por los arrabales oscuros y ocultos de la ciudad.
Este buen compañero, que era como un padre para Iranio, en absoluto se molestaba con el repetitivo acústico tecleo de la Olivetti, cuando el joven escritor iba pasando algunos de sus cuentos a esos folios que iba guardando con especial esmero, en una gran carpeta de cartón, color marrón. En diversas ocasiones, Iranio daba a leer a su compañero de cuarto algunas de esas bien pensadas y elaboradas historias, a fin de conocer su opinión acerca de sus pequeñas creaciones literarias.
“Creo, amigo, que son en general, interesantes. Muy humanas y bien escritas. Tienes madera y condiciones para poder llegar a ser un buen escritor. Pienso que deberías seleccionar algunas de estas historias, que casi siempre tienen un positivo o buen final, para tratar de que fueran publicadas por algún editor local o alguna asociación amante y practicante de las letras”.
Pero Iranio era una persona bastante modesta. Respondía a los buenos deseos de Séptimo que él las escribía, fundamentalmente para entretenerse. No ocultaba, sin embargo, que le agradaría que fueran conocidas por otras muchas personas.
“El escritor, en realidad, amigo Séptimo, no compone narrativas sólo para él, sino para comunicar y compartir la creatividad de su imaginación con otras personas. Esa es la verdad. Cualquiera que diga lo contrario, no expresa lo que siente. En mi caso es como si fuera al cine y no me gustara la película que nos estuvieran proyectando. Entonces trato de construir historias que sean más agradables. Ya te he contado que cuando era pequeño y no tenía dinero para ir al cine, tenía que inventarme “mis propias películas”. Volviendo a lo anterior, la función de escritor carece de sentido, si no tiene la suerte de tener lectores que lean sus historias y escritos”.
Así transcurría la vida de estos dos inquilinos de la Pensión Olimpia, a quienes el destino había unido en aquella España del tardo franquismo, a mediados de los 70.
Una “aburrida” tarde, don Séptimo, que cada noche después de cenar pedía a su compañero Iranio algunos de sus cuentos para mejor conciliar el sueño, viendo que su compañero de cuarto había salido con la intención de ir a comprar alguna ropa para mandar a sus padres (pensaba regalarles algún abrigo o gabán) que eran personas modestas en su necesidad, tuvo la oportunidad de rebuscar en la gran carpeta marrón de las creatividades literarias, algunos cuentos que en su opinión estaban mejor escritos y eran más interesantes. Seleccionó tres de ellos, que sumaban unas 7 cuartillas por ambas caras. Se dirigió a la calle con ese material y las fotocopió en una copistería de la calle Especerías. Ya en casa, devolvió los originales a la carpeta de los cuentos e introdujo las fotocopias en un gran sobre beige, que había franqueado para enviarlo al diario SUR: Añadió una nota explicativa, con los datos de Iranio, planteando si ese material tenía la calidad necesaria para ser utilizado en el suplemento dominical del periódico, o en las páginas de los pasatiempos. Echó de inmediato el gran sobre, con su contenido narrativo, en un buzón que había a final de la popular y comercial calle San Juan.
No dijo nada a Iranio acerca de lo que había hecho. Todo consistía en esperar la respuesta del representante del diario malagueño. Pasaban los días y la respuesta no llegaba. Séptimo pensaba que la tardanza en responder pudiera ser debida a la falta de interés del periódico, en su departamento de redacción, con respecto a los materiales facilitados para su consulta. Sin embargo, una tarde después del almuerzo, doña Fuensanta vino con un sobre timbrado en la mano, cuyo destinatario era Iranio Puntilla Tierrallana, comensal que aún estaba tomando la manzana que se le había puesto de postre. Don Séptimo ya se había marchado del comedor, a echar unos minutos de siesta. Como el joven estaba algo resfriado, en ese noviembre lluvioso que humedecía toda la ciudad, la dueña de la pensión traía junto al sobre una taza de café con leche para su inquilino. El corazón de Fuensanta era generoso, con las buenas personas que tenía realquiladas.
El gran sobre, con el logotipo de DIARIO SUR, venía dirigido a D. Iranio Puntiella Tierrallana. Un tanto extrañado por este correo, el sorprendido joven abrió el sobre y comenzó a leer su contenido:
“Sr. D. Iranio Puntilla, hemos analizado la calidad literaria y argumental de los tres materiales, cuentos o narraciones, que a tenido a bien enviarnos. Tras su lectura, hemos apreciado una valiosa narrativa, sustentada en unos argumentos muy próximos a nuestro entorno existencial. En base a todo ello, tenemos el placer de comunicarle nuestro interés para publicar estas historias. Le citamos en la sede de nuestro diario, en Alameda de Colón, el miércoles próximo, para mantener una entrevista personal y sentar las bases de contenidos, periodicidad y compensación económicas de su futura colaboración.
Salúdole Dimas Gallego Revillán. Redactor jefe, y encargado del suplemento dominical PERSONAS.
“Muchas gracias, don Séptimo. Para mí es Vd. como un padre. Me ha ayudado a hacer lo que yo dudaba si sería conveniente o no y si podría tener alguna esperanza de que en el periódico acogieran mis materiales para su posible publicación. Pues esta gratísima noticia hay que celebrarla. Esta noche nos vamos a ir a cenar e invitaremos a doña Fuensanta, que bien sabe cuidarnos. Elegiremos un lugar agradable, a ser posible cerca del mar, en donde podamos tomar unas buenas tapas y una gran paella, Nos haremos una foto para el recuerdo”
Dado que la noche se había presentado bien húmeda y hacía algo de frío, decidieron acudir a un restaurante gallego: el Mesón Candamil, que en aquellos momentos estaba ubicado en calle Vendeja, precisamente muy cerca de la rotativa del diario que pretendía contratar a Iranio Puntilla. En aquel buen ambiente, los tres comensales (Doña Fuensanta estaba encantadísima) tomaron una taza de exquisito caldo gallego; compartieron una tabla de pulpo muy bien aliñado y como tenían buen apetito pidieron también para compartir un gran plato de lacón con grelos. De postre degustaron sendas manzanas al horno, con esa barrita de canela y miel tan peculiar de los mejores restaurantes. Aunque Iranio pidió la cuenta, una vez más don Séptimo se mostró generoso y se hizo cargo del coste de la cena, explicando con mucha simpatía que había sido él quien había enviado la carta con los tres cuentos de prueba, revelación de la qye era consciente el joven escritor.
Pasaron dos semanas y el domingo siguiente apareció el primer cuento breve firmado por Iranio, en las páginas de PERSONAS, el suplemento dominical del diario malacitano. La sección la titularon CUENTOS PARA ANTES DE DORMIR. Durante las siguientes semanas, la aceptación popular para estas sencillas y distraídas historias, cuya autoría correspondía a un desconocido escritor novel, fue bien positiva. El auxiliar del Registro se siente en la actualidad muy contento de poder comunicar con los lectores, a través de esa lettera 36 que ya nunca ha dejado de acompañarle en su trabajo. Cada lunes envía por correo un ejemplar de la Revista Personas, al domicilio de sus padres, que se sienten legítimamente orgullosos de ver estampado el nombre de su querido hijo al final de cada cuento o relato. Además de esas pesetas que le vienen muy bien para los gastos, se siente feliz porque está realizando aquello que verdaderamente le gusta y vitaliza. –
CUENTOS
PARA ANTES DE DORMIR
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
Viernes 17 NOVIEMBRE 2023
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es
Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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