viernes, 21 de abril de 2023

TIEMPOS TARDÍOS DE SOLEDAD Y AMISTAD.


En muchos de los viajes organizados por las empresas turísticas, además de las parejas matrimoniales o de amigos, con o sin hijos, suelen participar personas de ambos sexos que viajan solas.  Los motivos de esta individualidad vacacional pueden obedecer a variadas causas: personas solteras, divorciadas, separadas y viudas. También podríamos añadir aquellos ciudadanos que desean visitar un determinado lugar y carecen de la compañía necesaria, ya sean familiares, amigos o conocidos. Estos viajeros “solitarios” tienen un doble tipo de respuesta en sus relaciones sociales: aquéllos que aprovechan cualquier oportunidad para entablar conversaciones o hacer amistades de continuo y aquéllos otros que hacen gala de su independencia, silencio o comportamiento escasamente social o relacional. En este sociológico contexto insertamos el interesante relato de esta semana.

Un grupo de 48 viajeros adultos, la mayoría en situación de jubilación (salvo cuatro más jóvenes, familiares acompañantes de personas mayores) todos ellos vinculados al programa IMSERSO, parten a las nueve de la mañana de un domingo de Ramos desde la Estación Municipal de Autobuses de la capital malacitana, camino del Hotel Resort Barceló, en la zona turística de Punta Umbría, en la costa onubense. Todos ellos forman parejas, excepto dos que viajan solos. Precisamente, un hombre y una mujer. Ambos participantes tienen caracteres bien opuestos. Mientras JULIÁN CABRERIZO, 70 años, es persona bastante reservada, ajeno a cualquier protagonismo y tratando de pasar desapercibido en lo posible, FELISA SALVATIERRA, 66, es en extremo extrovertida e intensamente locuaz.

El encargado de Mundi Plan, con buen criterio (ya que no iban acompañados) los había “sentado” juntos en el bus. Desde el inicio del viaje, Felisa no dejó de “contactar” aplicando cualquier motivación con su compañero de asiento. Primero, fue “necesidad” de ir en el asiento junto a la ventana, cuando por su número en el listado la ubicación que le correspondía era la del pasillo. A continuación, fue la colocación de su maletín de mano en el altillo superior de la ventana, aduciendo que por su estatura y por el peso del maletín no podía elevarlo, teniendo que hacerlo el “servicial” Julián. Más tarde, la necesidad imperiosa de ir comprar un botellón de agua, pidiéndole el favor a su compañero de asiento si tenía cambio suelto para la máquina expendedora. Otro problema, la pérdida de sus gafas de sol (cuando las tenía en el bolsillo de su rebeca). Y, en todas estas y otras oportunidades, no se reprimía en llamar al sufrido viajero “don Julián” lo que provocaba que el pobre viajero se sintiera más mayor de lo que en realidad marcaba los datos de su DNI. Todos estos breves episodios se iban intercalando en un continuo de expresividad, que nunca finalizaba, para desesperación de un hombre tranquilo y silencioso con la compañera que le había tocado en suerte. ¡Y la perspectiva era un trayecto que duraría unas 3 horas y media hasta llegar a su destino hotelero!

Julián aprovechó entonces una cómica posibilidad, cuando Felisa al fin comenzó a dormitar, emitiendo acústicos ronquidos que percutían en la tranquilidad ambiental. Se levantó de su plaza, dirigiéndose con suma presteza y sin hacer ruido a uno de los seis asientos que habían quedado libres en las últimas filas del autobús. Se decía el atribulado participante “al menos podré estar tranquilo, durante el resto del viaje”.

Llegados al magno hotel Barceló, en la localidad de Punta Umbría, comenzaron a repartirse las habitaciones. A los viajeros individuales les adjudicaron dos habitaciones dobles, pero de uso individual. Realmente eran algo más pequeñas de lo habitual. El temor de Julián se confirmó plenamente: esas dos habitaciones estaban ubicadas, una a continuación de la otra. La 2/15 era para Felisa y la 2/16 para su atribulado compañero de asiento. Así comenzaron en el hotel y sus espléndidas instalaciones esas merecidas y atrayentes vacaciones, de 8 días, siete noches, todo ello en un espectacular y encantador paisaje de naturaleza y mar, salpicado de centenares de dunas y pinos piñoneros, un atractivo pueblo cercano y entrañable vinculado a esa gran ría del Guadiana, en donde “paseaban y navegaban” decenas de pequeñas embarcaciones, para la ilusión, el deleite, amén el descanso. Los viajes al sur de Portugal, al pueblo comercial de Vila Real de Sao Antonio, se sumaban a las visitas realizadas a la capital onubense, a la villa del Rocío, sede templaria de la afamada y objeto de profunda devoción con la virgen del mismo nombre, sin olvidar los lúdicos viajes/excursionistas en esos rígidos y potentes vehículos verdes que recorrían múltiples caminos y sendas arenosas por las espectaculares hectáreas del Coto de Doñana.

Para “desesperación” de Julián, su también vecina de habitación casi siempre estaba cerca, pidiéndole ayuda y colaboración ante cualquier necesidad. Pero ¿quiénes eran estos dos viajeros individuales, en el programa del Imserso durante la Semana Santa?

Julián Cabrerizo era un trabajador jubilado, septuagenario, que en el corto espacio de meses no sólo había perdido a su madre, una señora bastante mayor, sino también a su esposa Mariana, con la que había convivido en matrimonio por espacio de cuatro décadas. Su unión conyugal no había recibido la visita de la “cigüeña”, pero ante la carencia de hijos actuaban como tales unos sobrinos muy afectos, hijos de su hermano Nemesio, mucho más joven que él.  Comentaba con orgullo que había sido un gran “blanqueador”, es decir, pintor de fachadas y paredes de viviendas, con esa “brocha gorda” que limpia y enluce las tonalidades oscuras que el paso del tiempo y la incuria cívica va dejando en la epidermis inmaculada de los edificios. Ya jubilado, desde hacía cuatro años, le había quedado una modesta, pero suficiente, pensión por la cotización como y trabajador autónomo que, con racional lucidez, nunca había dejado de pagar. Cuando pensaba disfrutar plenamente de esa cuarta y postrera etapa de su existencia, tuvo que afrontar, sin acritud y con fortaleza, el duro trauma de la soledad. Este viaje del Imserso era el primero que realizaba, con la esperanza de que el atractivo desplazamiento le ayudara a sentirse mejor de sus pesares sentimentales. Pero en modo alguno adivinaba que en esta fase de su vida se iba a cruzar con una señora, de la que nada sabía, pero que el destino había querido poner en su camino, para un viaje de jubilados a tierras onubenses.  

Felisa Salvatierra era una híper activa mujer, soltera, que no dudaba en proclamar su estado civil, debido “a que no había bicho viviente que la soportara”. Durante su vida laboral, muy prolongada, había trabajado en una panadería - pastelería hasta los 65 años. Ahora, un año después, continuaba viajando, poniendo en práctica su gran pasión: conocer mil y un rincones de los pueblos andaluces y de otras regiones españolas. En Málaga se le veía mucho por las dependencias municipales, en el departamento o concejalía de Cultura, Fiestas y deportes. También en Acción Social. Esta simpática señora se autodefinía, aplicando una admirable sinceridad, como esa piedra en el zapato que se nos mete, cuando vamos por el campo o la playa y que no podemos expulsar hasta que no nos descalzamos y la extraemos, para no seguir sufriendo su incómoda y árida presencia al caminar. Algunas de sus amigas, “por lo bajini” la describían o calificaban como “liosa, metomentodo, chismosa, “correveidile”, egocéntrica” junto a otros lindos epítetos. Pero a Felisa nada de eso le importaba. Siempre tenía en boca una versátil y útil expresión: “si una puerta se me cierra, siempre habrá otra para abrir”. Ahora le había tocado a Julián. Pero más tarde o temprano tendría a otro a quien conocer, importunar y desequilibrar, con sus variadas y numerosas ocurrencias y continuas necesidades.

Pero el destino tiene muchos “ases en su manga”. Cuando menos lo esperamos, aparece su mano azarosa para tejer y destejer la estabilidad rutinaria de nuestras vidas, imponiendo “cambios de carretera” que nos hacen mejorar, disfrutar, preocupar o empeorar. Al tercer día vacacional, cuando Julián volvía de una de las excursiones ofertadas por Mundi Plan (navegación por la desembocadura del Guadiana) al bajar del autocar para un breve descanso resbaló, cayendo bruscamente al asfalto, haciéndose notable daño en el brazo diestro. Una muy inoportuna fractura abierta de radio. Los servicios del seguro Imserso lo trasladaron de inmediato al Hospital Universitario Juan Ramón Jiménez, situado en la Ronda Norte de la capital onubense, para que le redujeran su fractura y cosieran su espectacular herida. Le pusieron un fuerte calmante para sedarlo. Cuando despertó de la anestesia, la primera persona que vio a su lado fue una imagen muy conocida ¡doña Felisa Salvatierra!  Julián estuvo a punto de volver a dormirse. ¡Aquello era demasiado!

Por fortuna los médicos habían hecho un excelente trabajo. Le aplicaron un sistema especial de sujeción, vendaje y estabilidad, que le iba a permitir seguir con las vacaciones, aunque con revisión sanitaria diaria, por medio de un enfermero que se desplazaba al Barceló Resort. Para sorpresa de los compañeros viajeros y del propio lesionado, Felisa, bien conocida por el colectivo, comenzó a desarrollar un comportamiento verdaderamente ejemplar con su vecino de habitación, actuando de “compañera, amiga, madre o hermana”. En el comedor buffet acompañaba a Julián, ayudándole a recoger los alimentos que éste apetecía. Cuando lo elegido era un plato de carne, Felisa se la partía en trocitos. También le pelaba y preparaba la fruta. Con desenfado y generosidad, le ayudaba a vestirse y calzarse, atándole los correspondientes cordones. Hasta se prestó a afeitarlo, para que luciera “bien guapo” en los paseos y las excursiones a las que estaban apuntados.

El resto de los viajeros estaban asombrados al ver la disponibilidad y eficacia de la “denostada” señora, de las que todos había huido hasta el momento y que ahora demostraba una hermosa solidaridad y hermandad, digna del mayor encomio. Los dos viajeros individuales iban a ahora a desayunar juntos, paseaban juntos, viajaban juntos. El propio Julián se sentía halagado, compensado, ayudado, “querido” ante una persona a la que había menospreciado y evitado. La misma que ahora le devolvía ayuda, comprensión, paciencia y una muy valiosa amistad, valores de los que estaba, lógicamente, muy necesitado. La siempre locuaz señora le seguía distrayendo con sus ocurrencias, contándole mil y un detalles de su vida anterior, como pastelera y panadera. Recordemos algunas de esas sabrosas y divertidas anécdotas.

Como aquella vez que la pastelera, en vez de echar azúcar glas en los pasteles, se equivocó de frasco y los roció con bicarbonato. Los comentarios, no especialmente agradables, de algunos clientes, le hicieron tomar conciencia de su cómico error. O aquella vez en que otros clientes forasteros, le pedían repetidamente una “pistola”, en vez de utilizar la expresión “barra de pan”. Recordaba también con fervoroso cariño al clérigo don Eufemiano, sacerdote gordinflón, que sentía una verdadera debilidad por los dulces. Cada sábado se acercaba a la pastelería La Española, para comprar los “irresistibles” y golosos soplillos de San Isidro, elaborados con chocolate, almendra picada y bizcocho integral, con “celestial” cabello de ángel. El venerable sacerdote siempre justificaba su apetitosa compra indicando que era para llevarlos como regalo a una familia muy necesitada con niños pequeños … Las lecciones acerca de cómo elaboraba los piononos o las rosquillas de aceite eran muy distraídas, además de suculentas, pues siempre estaban enriquecidas por esas anécdotas que le ponen sol a la vida.

Cuando volvían ya para Málaga, compartiendo nuevamente asientos en el autobús, ambos eran conscientes de que entre ellos había nacido una sana y valiosa amistad, que uno y otro prometieron no romper, sino incrementar. Felisa y Julián necesitaban mucho amor, a fin de enfrentarse a la soledad que siempre suele traer la cruel ancianidad. Durante los meses siguientes los dos íntimos amigos solían citarse dos o tres veces por semana, dedicando un par de horas por las tardes para compartir la merienda, hacer algunas compras o simplemente para disfrutar el placer de conversar y pasear. También algunos fines de semana buscaban la lúdica oportunidad para ir al cine, al teatro, a los conciertos u espectáculos o incluso para hacer atrayentes excursiones organizadas de uno o dos días en su duración.

También en lo personal, esa gran amistad trajo aires de cambio positivo en los “defectos” arraigados en ambos amigos inseparables. Julián fue corrigiendo esa peculiar forma de ser que antes destacaba y soportaba en el comportamiento diario de Felisa. Le rogaba, con dulzura y sonrisas, que fuese menos entrometida, respetara más la privacidad de los demás, cuidara y limitara con prudencia su exorbitante locuacidad, etc. Mientras que ella se fue esforzando para conseguir que Julián fuera más abierto hacia el entorno, lo que era en realidad una muestra de su arraigada timidez, que el antiguo blanqueador disimulaba con más o menos habilidad. Todo parecía un maravilloso cuento de hadas, en honor a la verdadera amistad, la solidaridad y el afecto, incluso el cariño mutuo, que los humanos deben con entrega profesarse.

Pero un “aciago día” para Julián, Felisa apareció con una expresión facial un tanto misteriosa y diferente. En realidad, hacía días que la notaba algo cambiada en su forma habitual de ser. Le dijo, con palabras, pronunciadas muy lentamente, que la escuchara, con paciencia y aceptación, pues tenía algo muy importante que transmitirle.

“Mi querido Julián. El destino hizo que nos conociéramos en un inolvidable viaje del Imserso. Recuerdo cuando evitabas, tal vez con razón, en aquellos primeros compases. Te sentías razonablemente “acosado”, lo sé. Pero cuando comencé a ayudarte, me veía muy feliz y tú me correspondiste con la generosidad de tu valiosa amistad. Supimos acercarnos, para compartir ese afecto, respeto y, por supuesto, cariño, que ahora tanto valoramos. Somos como hermanos, buenos hermanos en esa mágica gran sociología de la amistad. Con la confianza que te tengo, debo contarte algo muy importante que me ha surgido, por primera vez en la vida. Hacerte partícipe de mi nueva situación emocional. Tengo un pretendiente. Una muy buena persona, que tiene por nombre Anselmo Batalla y que me ha despertado la llama, para mí incompresible pero maravillosa, del amor. Tú y yo seguiremos siendo buenos amigos. Como íntimos hermanos. Ahora me debo a esa persona que también me necesita y de la que me he enamorado. Ha sido músico, cantautor, viajero y aventurero. Ahora, al final de su periplo, con 81 años, mantiene una excelente forma física. Y no ha perdido un ápice de su afición por vivir con intensidad cada segundo de su existencia”.

Aquella templada noche de junio, en la intimidad de su balcón y mirando al suelo estrellado, Julián Cabrerizo necesitaba llorar su nublada amargura, la acre soledad que le embargaba y la dulce generosidad de su buen corazón. -

 

 

TIEMPOS TARDÍOS DE

SOLEDAD Y AMISTAD

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 21 abril 2023

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