Anselmo Villalba estudia tercer curso del grado de Ciencias Políticas, en la facultad del mismo título vinculada a la prestigiosa Universidad de Granada. Reside, con su amigo Irineo, en un muy antiguo pero confortable apartamento reformado, ubicado en la tradicional calle Puentezuelas, muy cerca de la Plaza de la Trinidad, en el centro antiguo de la capital nazarí de los naturales y aromáticos “cármenes”. Su compañero de piso, natural de Orihuela, es alumno de segundo curso en el grado de expresión, interpretación y declamación. Tiene un carácter bien diferente al de Anselmo. Lo que en éste es todo prudencia, racionalidad y equilibrio, como estilo de vida, en Irineo destaca lo ácrata y contracultural más apasionante y diverso. Tal vez por ese natural y divertido contraste de identidades se llevan tan bien, con una convivencia estudiantil de caracteres complementarios y enriquecedores.
Cuando llegó el momento en el que tuvo que trasladarse a Granada para iniciar sus estudios, este buen estudiante de ciencias políticas recibió de su padre un estupendo regalo: un coche Citröen A3, de segunda o tercera mano, a fin de facilitarle los desplazamientos a la ciudad hermana, viajes que realizaba alrededor de una vez al mes y también en los períodos vacacionales. Además de reunirse con su familia, aprovechaba para renovar alguna ropa, perfectamente lavada y planchada, que su madre, doña Herminia le preparaba. Además, volvía de casa con esos paquetes “repletos” de comida, que las madres saben tan bien preparar “para que comas bien, que te veo más delgado que cuando estabas en casa con nosotros”. En la ciudad de la Alhambra, Anselmo sale, especialmente durante los fines de semana, con muchos amigos, pero no tiene una pareja fija, pues considera que estos son tiempos para centrarse en el estudio y en ese expediente académico que algún día puede abrirle diferentes puertas para el ejercicio laboral.
Físicamente, Anselmo es bien parecido de cara y está dotado de un cuerpo atlético, ayudado por esas dos horas y media de gimnasio que realiza un par de veces a la semana, en el centro Atlantis, en la esquina de Recogidas. Una de sus grandes aficiones es la asistencia al cine. Suele frecuentar, también en los “findes”, el cine Príncipe, gozando con esas películas clásicas o de cinematografía “indie”, proyectadas en VOS. Sus géneros favoritos son los thrillers, por las intrigas argumentales que contienen y también las obras dramáticas, con trasfondo sociopolítico. Durante el mediodía suele almorzar en el bar de la facultad, mientras que por las noches se prepara algo, haciendo sus compras en un buen súper, regidos por un comerciante oriental y su abundante familia, establecimiento que tiene relativamente cerca de casa, en el Carril del Picón.
Pasó las vacaciones de Semana Santa junto con sus padres, Teodoro y Herminia, además de con su única hermana Esther, dos años menor que él, que también estudiaba fuera de Málaga, concretamente cursaba 1º de veterinaria, dado su amor hacia los animales, en la facultad de Córdoba. Tras esos días de descanso, en los que además de ver alguna procesión, no descuidó trabajos pendientes para el estudio, llegó el día de la vuelta a Granada. Aprovechó la tarde del lunes de gloria para realizar el desplazamiento, dado que en la región ese lunes del año no es lectivo. Dispuso su salida para las cinco y media de la tarde, ya que no quería llegar muy tarde a su destino, a fin de hacer una cena ligera (pensaba que iba sobrado de calorías, por los afanes cuidadosos de su madre) a la hora apropiada. Tenía clase de Estrategia Electoral, a las 8 de la mañana del martes.
Tras zafarse, como pudo, de los arrechuchos y cariños maternales de doña Herminia, se despidió de su padre, funcionario de la administración civil del Estado, quien en el abrazo le introdujo un sobre con algunos billetes en el bolsillo de su cazadora vaquera “para esos gastos imprevistos y necesarios, que tenéis la juventud. Y también los caprichitos propios de la edad”. Introdujo el trolley en el asiento trasero de su coche partiendo camino de la autovía de las Pedrizas, con la música acústica de su altavoz bluetooth a buen volumen. El viaje transcurría a plena normalidad, aunque a poco de haber recorrido una decena de km se puso a chispear. Nada preocupante, pues la visibilidad era perfecta. Al paso del tiempo, la lluvia fue arreciando, mezclándose con un viento que, sin duda fuera del coche, sería desapacible, muy típica de los equinoccios de primavera y otoño en la región. Después de pasar por Riofrío y Loja, en el trayecto hacia Granada, pensó que dada la inclemencia del día y a que no había merendado, le vendría bien tomar algo caliente, pues la temperatura había descendido notablemente, a medida que avanzaba hacia la ciudad nazarí.
Detuvo el vehículo, aparcando en un lugar ya frecuentado por él en sus repetidos viajes. El Restaurante/cafetería La Parada, ubicada junto a la estación de servicio, en el término municipal de Huétor Tájar, muy cerca de la autovía. En realidad, no hacía viaje para Granada sin hacer una parada en este bien organizado lugar para “repostar” algo alegrando su estómago. Seguía chispeando y el viento incrementaba su potencia eólica. No era muy tarde, pues faltaban unos minutos para las 18:30, pero el cielo entoldado, y esa fina lluvia, hacía que pareciese una hora más avanzada. Pensaba que sería el único viajero que iba a entrar en la bien organizada cafetería, en esa tarde que se había tornado en tan desapacible meteorología. Sin embargo, cuando llegó a la puerta de entrada, se encontró a una joven que podría ser, más o menos, de su edad. Se saludaron con un ¡hola! mientras la chica descansaba su mano derecha en el asa de un trolley bien decorado con numerosas pegatinas. Con gran espontaneidad, la joven se le acercó un poco más, mostrando un semblante que no ocultaba un cierto cansancio y comenzó a comentarle brevemente su situación.
“Disculpa, mi nombre es Virginia. Hice auto stop a la salida de Málaga, en Ciudad Jardín y un señor que parecía muy serio y responsable se ofreció, amablemente, a traerme hasta este punto, pues él se dirigía a Huétor pueblo. Este hombre parecía ser un representante, pues llevaba algunas carpetas con anuncios de utensilios de cocina en sus portadas, archivos que yo coloqué en el asiento trasero. Todo parecía muy normal y propio del conductor que ayuda a una joven autoestopista.
Pero durante el viaje este hombre se me ha ido insinuando e incluso cerca de Loja me comenta que podríamos parar para tomar alguna cosa. Y que no tenía reparos en alquilar una habitación de hostal … Sus intenciones eran más que evidentes. Yo le adivinaba superando ampliamente el medio siglo de vida. Como yo me negué a sus insinuaciones, desde el primer momento, su dulce actitud inicial fue cambiando, poniéndose como un basilisco, cada vez más nervioso. Yo le rogué que detuviese el vehículo, un Opel Astra, marrón oscuro, pero él no parecía muy por la labor. Sentía mucho miedo, aunque he tratado de mantener la calma, mientras él conducía, cada vez a una mayor velocidad. Al final y sin decir palabra alguna, detuvo el coche aquí en la Parada, dejando que me bajara, aunque en los primeros momentos se había ofrecido a llevarme incluso hasta la misma entrada de Granada. Llevo aquí esperando, casi por espacio de una hora.
Entiendo que estas cosas ocurren. Son los riesgos del auto stop, en un u otro sentido. Tal y como se ha puesto la tarde, pues sigo pidiendo ayuda … No me queda otra”
Un tanto asombrado, por el contenido y la locuacidad de su interlocutora, Anselmo “procesó” rápidamente la situación. Le pareció convincente la explicación que estaba recibiendo de su solitaria y joven compañera, físicamente de aspecto agradable. De una forma cortés, le indicó que podría llevarla a Granada, a donde él se dirigía, en esa corta distancia de unos cuarenta y tantos km. que aún restaban. También le pareció correcto invitarla a que compartiera con él un café o similar, dada la ruda incomodidad meteorológica que se había presentado en esa tarde del lunes de gloria.
Esos veinte o más minutos de merienda fueron curiosamente rentables para conocer e intercambiar datos básicos, entre dos jóvenes que acababan inesperadamente de encontrarse. Virginia era natural de la localidad jienense de Úbeda, hija única de padres labriegos. Estudiaba Expresión, declamación e interpretación en la ciudad de la Alhambra, estudios curiosamente iguales que los que cursaba su compañero de apartamento Irineo. La chica había pasado unos días vacacionales en Málaga, en el domicilio de Selena, una amiga de medicina. Residía también en un piso compartido, en una transversal de Alhóndiga, no lejos de Puentezuelas, domicilio de Anselmo. Cabello moreno, ojos marrones, rostro “afilado” de incuestionable belleza, agilidad corporal, usaba lentes de fina montura plateada. Vestía ropa vaquera y calzaba zapatos de trekking, marca Quechua. A través de algún movimiento, pudo comprobar que tenía al menos los brazos tatuados.
De esta sencilla y espontánea forma se había iniciado la amistad entre Anselmo y Virginia, en La Parada de Huétor Tájar, durante una tarde algo desapacible de lluvia primaveral. Pero en un momento concreto de ese grato y franco diálogo que ambos mantenían, la joven solitaria de la cafetería restaurante insinuó un complicado y grave problema con su padre Liberto, conflicto de naturaleza sexual, cuando ella alcanzaba los 16 años. Esta insostenible situación era la que había provocado el abandono del hogar, para irse a vivir junto a su tía Andrea, hermana de su madre, que residía en Cazorla. Allí dirigía con buen rendimiento un taller de costura. Confesó que no visitaba la casa de sus padres desde hacía años. Esa tía, llamada Vega, era viuda, considerando a su sobrina como a una hija. En este viciado contexto, Virginia vivía sumida en un miedo absorbente y continuo, pue Liberto, en su opinión, era una persona muy “primaria”. No se fiaba “un pelo” de su padre y muchas eran las noches en que sufría alucinaciones, ya que temía que se le apariera por la ventana para proseguir con sus execrables actos incestuosos, pues su tía reside en una casita “mata”, en las afueras de la localidad jienense. Allí mismo tiene instalado el taller, siendo muy conocida por sus perfectos arreglos de ropa.
Llegando ya a la capital granadina la chica aludió, también en un acto de franqueza, que se sentía bisexual, situación de la que fue consciente desde su adolescencia, lo que Anselmo “admitió” con sencilla naturalidad, aunque pensaba en su interior que le estaba acompañando una compleja autoestopista, en su vuelta a la muy bella capital nazarí. Una vez aparcado el vehículo, en un terrizo sin edificar, por la zona del carril del Picón, se despidieron con cierto afecto, dirigiéndose ella al piso que compartía en Alhóndiga y él al de Puentezuelas. Tras darse una ducha, comprobó que Irineo seguía sin aparecer. Desde luego tenía un compañero con esa simpática originalidad de lo imprevisto y lo sorprendente. Igual estaba varios días fuera de casa y cuando aparecía, ante la pregunta de su amigo se limitaba a responderle “viviendo intensamente”, claridad expresiva a la que Anselmo ya estaba habituado y comprendía, no sin cierta “sana envidia”.
El estado del tiempo había mejorado, por lo que se animó a dar una vuelta por la zona centro y buscar algún “chiringuito” en el que tomar algo para la cena. Subió por Tablas y al llegar a la Plaza de la Trinidad observó que Virginia estaba sentada sola en uno de los bancos. Por deferencia se acercó a su nueva amiga, quien sin mediar palabras por parte suya le dijo con una abierta sonrisa “¿Me invitas a unas tapas? Ando mal de pasta y ya me he gastado casi toda la asignación del mes que me envía mi tía Vega. Le hizo gracia la salida de esa joven recién conocida, en el descanso habitual de La Parada de Huétor. La temperatura era fresca pero soportable, siempre que se llevara alguna cazadora vaquera o similar bajo el brazo. Decidieron subir hacia el Albayzin, para hacer algo de “ruta de tapas”. La noche prometía estar distraída. Llegaron hasta el tercer vino, con unas tapas muy “nutritivas” que daban para bien cenar. En esas íntimas conversaciones, Virginia fue añadiendo algunas confidencias de su azarosa vida familiar, a lo que Anselmo tuvo que “cortar” con paternal amistad, aconsejándole que no pensara más en el pasado, pues el fututo estaba lleno de encantos por descubrir y mejor disfrutar. Aún no habían dado las doce, cuando Anselmo sugirió que era aconsejable volver, pues necesitaba descansar después del viaje y teniendo en cuenta que habría de madrugar para esa clase de las ocho, la primera de las tres que iba a recibir en el día.
Cuando entraban por Mesones, camino de sus respectivos apartamentos, Virginia se quedó mirándole fijamente a los ojos diciéndole “de sopetón” y sin mediar sugerencia o comentario alguno lo que él no se hubiera imaginado siquiera escuchar: “Cuando quieras, Ansel, nos vamos a la cama”. Frase a la que él, sin mostrar exteriormente enfado o extrañeza y con un autocontrol muy característico en su carácter, respondió con una sensata respuesta, adornada con una fraternal sonrisa: “Mejor otro día, amiga Virginia. Ahora es bueno que tú también descanses. Entiende que para mí este día ha estado repleto o improvisado de sorpresas”.
Unos días más adelante, sobre las seis de la tarde cuando los dos inquilinos de Puentezuelas estaban en casa, Ansel estudiando e Irineo haciendo prácticas de declamación, llamaron a la puerta. “Soy Virginia, “porfi”, ábreme”. La veía muy asustada y nerviosa. “Me ha parecido ver a mi padre Liberto por calle Recogidas.” Trató de calmarla con serenidad y afecto: “tranquilízate. Creo estás un tanto obsesionada. Si te esperas unos minutos, termino de teclear un correo y podemos dar una vuelta. Verás como nada te ocurre. En todo caso, si realmente tu padre se hubiera desplazado a Granada, y conociera la dirección en que te alojas (lo que no es probable) al verte conmigo no se atrevería a acercarse”. Irineo, que se había sumado al diálogo, saludó con un par de besos a la atribulada joven, al serle presentada por Ansel. “No, si en realidad ya nos conocemos de vista. Somos “compas” de la facultad, aunque en distintos cursos”.
Callejearon por todo el núcleo centro granadino. En Puerta Real tomaron un vino y como ya había anochecido, ella se prestó a invitarlo a compartir una pizza, en el Pomodoro del Paseo de las Titas. Esa tarde noche, ella no se le insinuó, aunque en momentos se mostró algo “acaramelada”, como esperando una posición más activa por parte de su amigo, el estudiante de Políticas. La acompañó a la puerta de su bloque de pisos y allí se despidieron, intercambiando besos de amistad.
Pasaron días y semanas y de la extraña Virginia nada más supo el muy estudioso Anselmo. En parte suspiraba aliviado, porque una persona de comportamientos y vivencias tan extrañas parecía haber desaparecido de su vida. Ya en junio, después de un viernes de examen, Ansel se mostró decidido a preguntar por esa joven conocida en la Parada de Huétor. Se armó de valor y fue a su piso compartido. Allí le comentaron que Virginia hacía semanas que había dejado su habitación. Dos compañeras que lo atendieron le explicaron que no había dejado dirección. “Es que es una persona … un tanto rarita”. Con el trajín del final del curso, Virginia y sus problemas fueron pasando de la memoria de Ansel. Lo curioso del caso es que no hubo encuentros callejeros entre ambos, en una ciudad tan relacional como Granada, especialmente en el ámbito estudiantil. En alguna ocasión preguntó por ella a su compañero Irineo quien se encogió de hombros y sólo acertó a decir “Bueno… a veces la he visto por los pasillos de la facultad, pero sin pararnos apenas, después del ¡hola y adiós!”
Esa misma noche, hubo un diálogo telefónico muy ilustrativo y del que Ansel no tuvo conocimiento.
“Era más que probable, Virginia, que algún día te lo tenías que reencontrar. Te pedí el favor que le echaras un cable, para ver si este compa maduraba y salía del cascarón en lo sexual. Y a ti te vino muy bien para escenificar la práctica de una chica sola en un restaurante de la carretera, el tema que habías elegido en la clase de improvisación. No creo que le hayas provocado ningún conflicto sentimental de gravedad. Pues lo conozco bien y es persona muy equilibrada y cerebral para con todo. Si él me dice algo de vuestro encuentro o si más adelante sale la conversación, le explicaré que todo fue una trama urdida por mí, para ayudarle a que buscara más vida que la que encuentra en sus libros. Desde luego hace unos minutos que ha vuelto a casa y no me ha dicho palabra alguna de su “curioso descubrimiento”. Parecía muy pensativo Tal vez mañana o más adelante me comente algo. Este tipo de personas, que rebosan intelecto, son bastante "complicadillas". Pero conmigo se lleva muy bien. Ya está habituado a mis “insólitas” ocurrencias”. -
UNA EXTRAÑA RELACIÓN,
EN TIERRAS NAZARÍES
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
Viernes 28 abril 2023
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